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POPULISMOS Y POPULISTAS DEL SIGLO XXI

F. Javier Blasco Robledo*

Mucha gente, en su afán por sintetizar, suelen decir que un populista es aquel que actúa y piensa de manera totalmente contraria a un liberal o, simplemente, que el populista es antiliberal. La historia reciente y pretérita cercana y no tanto, nos ha dejado grandes ejemplos de dirigentes o políticos populistas, hombres y mujeres desquiciados por su ego, tiranos, reyes o emperadores y ensangrentados guerreros o saqueadores en busca de hacer siempre lo que les viene en gana para satisfacer su fuero interno, alegando que todo lo hacen por y para el pueblo, aunque sin pensar en el verdadero bien de sus subordinados ni en cumplir seriamente con los preceptos de su responsabilidad.

El populismo, según el diccionario de la RAE se define como “la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. En definitiva, es una actuación o modo de ser, con la que para conseguir sus fines lo que hace es —mediante un engaño bien estudiado y premeditado— aparentar y presentar unos valores que, en realidad, no piensan cumplir jamás; por ello, y no es por casualidad, su mejor y más claro sinónimo sea el término “demagogia”.

Los líderes populistas suelen ser tremendamente egoístas, bastante o muy narcisistas incluso, aunque su apariencia no sea para tanto o todo lo contrario; suelen aparecen rodeados de personas que les veneran y creen ciegamente en ellos, en sus predicas o actuaciones, que les ríen todas las “gracias” y aparentan que nunca verán en sus actos algún atisbo de falsedad o maldad. Su execrable cohorte es incapaz de decirles la verdad o echarles en cara los errores cometidos por grandes y patentes que estos sean en sus constantes cambios de actitud, de rumbo y de preceptos a seguir; cosa que con mucha frecuencia, y siempre en su propio beneficio, suelen aplicar.

Sus campañas son apocalípticas y sin cuartel contra todo el que pretenden derribar; a la par que muy esperanzadoras para el embobado seguidor que haya caído o esté presto a caer en sus redes. Sin titubear un ápice, ofrecen una arcadia sin parangón donde todos los problemas y necesidades previstas o por imaginar tienen fácil solución; llenas de todo tipo de beneficios, comodidades o servicios públicos que colmen sus deseos de forma gratuita y sin igual.

Beneficios y consuelos, que con el paso del tiempo, sus seguidores nunca verán llegar, aunque, sin embargo, sí percibirán cambios en la actitud, gustos y comportamientos personales del gran embaucador y la comparsa o guardia pretoriana que sobreviva a las continuas purgas a las que el dictador somete a los más cercanos para evitar que estos le puedan hacer sombra o mínimamente criticar.

Aunque muchos pretenden encasillar este fenómeno en una ideología política concreta, no es cierto. Tiene cabida en todo tipo de tendencias de izquierda o derecha aunque siempre bien cercana a sus respectivos extremos. Extremos, que suelen compartir bastantes espacios e ideas y que por ello, algunas veces son difíciles de diferenciar. El odio que destilan hacia el adversario político es tremendo y sin cortapisas o mesura. Suelen despreciar a los demás con toda tranquilidad. Les gusta mucho usar las redes sociales para hacer ver y dejar plasmadas sus fobias y tirrias sobre los demás; sin embargo, suelen tener la piel muy fina cuando alguien osa a devolverles su misma “medicina”; en cuyo caso, pronto recurren a los tribunales en busca de amparo o la compensación económica por el agravio recibido.

Suelen aparentar ser muy valientes y critican el valor real y la necesidad de las fuerzas y cuerpos de seguridad como garantes de la Ley y el orden; pero cuando llegan a ser alguien en la vida política y social, rápidamente se refugian tras ellas, se rodean de guardaespaldas, protegen sus vidas y casas como si fueran las joyas de la Corona o corren a refugios blindados cuando ven que las turbas enfurecidas —aunque estén así por su culpa— les puedan atacar.

Viven de, por y para la propaganda, el control de las redes y medios, así como el manejo de la información privilegiada. Entre sus objetivos a corto y medio plazo también figuran: el control de los cuerpos de policía, del sistema judicial y de la cúpula militar. Durante sus campañas presumen de total transparencia y de la absoluta visibilidad de sus gestiones, acuerdos y demás; para transformarse de inmediato, en cuestión de días, en lo más opaco y oscuro que se haya visto jamás.

Suelen mantener contactos entre sus pares para compartir información, dar la sensación de movimiento fuerte y no ser fruto de una calentura o ensoñación particular y para aprovechar en beneficio las lecciones aprendidas por los demás. Las agendas ocultas de países perversos o grandes mafiosos de renombre internacional suelen tener cabida en alimentar las acciones de estos energúmenos de la vida social, porque el caos que estos suponen y practican, suele transformarse en pingües beneficios para aquellos, que sin escrúpulos, hacen negocio con el sufrimiento y la desgracia de los demás.

Se mueven en las entrañas y marañas de los fraudes y paraísos fiscales como pez en el agua. Sus grandes fortunas proceden de extrañas subvenciones, de robar los esfuerzos del ciudadano a base de desproporcionados impuestos o de la explotación sin norma ni control de los recursos naturales del país o de la empresa privada, una vez quedan estas nacionalizadas, expropiadas o constantemente acosadas por altas o inasumibles presiones de impuestos y miles de trabas administrativas. Una vez instalados en el poder y controlados los necesarios resortes previamente mencionados, suele resultarles relativamente fácil todo tipo de cambio legislativo, lo que les permite el reparto de dádivas entre sus cercanos o la creación de emporios propios o de allegados que consiguen la prioridad, si no la exclusividad para dichas empresas por parte de la administración o del gobierno a escala nacional.

Su grado de tiranía y real desprecio por la vida de sus gobernados va in crescendo a medida que se ven más acosados por la repulsa y presión popular. Aunque basaron sus campañas en el respeto a la vida y la igualdad de sexos, razas y religión; a medida que pasa el tiempo, ese respeto, fundamentalmente por la vida se convierte mediante una mutación progresiva, en todo lo contrario. Alegando infundados derechos a decidir sobre tu cuerpo, vida y razón de ser, se empieza por el aborto libre y sin edad para practicarlo, la amoralidad religiosa y social, fomentar todo tipo de derechos al mundo bisexual o transexual, el amor libre y sin seguridad y la libertad para el uso y disfrute de las drogas; para finalmente, llegar a la legalización de la eutanasia y como último paso, a la esterilización de aquellos con determinados problemas físicos o cognitivos y de difícil adaptación a las exigencias de la vida actual.

Los ataques a la familia, a la religión y a la moralidad van tomando mayor forma e intensidad a medida que la Iglesia, las propias familias u otro tipo de grupos políticos y sociales se interponen en su camino y denuncian claramente sus pretensiones. Las mejores herramientas para lograr sus objetivos consisten en la propaganda; la profusa difusión en todos los medios posibles de informaciones falsas, sesgadas e interesadas; cambiar el sistema educativo hasta cotas estrambóticas o muy bajas y en promover películas, obras de arte y todo tipo de actos culturales y sociales en pro de exaltar el libertinaje y en contra de la conciencia moral y social. Promover el “café para todos” sin limitaciones —desprestigiando el esfuerzo personal y colectivo— las peticiones exageradas, las huelgas sin razón y exaltar los separatismos por aquello del “divide y vencerás”, para ellos son pautas a seguir y cuidar porque, según su ideario, más pronto o tarde, producen efectos y resultados que quedan indelebles para toda la vida o son muy difíciles de erradicar.

Los populistas se pasan la vida amenazando a los demás, no tienen reparo ante nada ni nadie; cualquiera que se interponga en su camino, les critique o les dificulte lo más mínimo en su tarea y objetivos, es objeto de sus duras críticas, insultos e incluso muchas y nada veladas amenazas, aunque no esté en disposición física, económica o moral de hacerlas realidad. Es una forma de sentirse más fuerte y poderoso de lo que son en realidad y, al mismo tiempo, para mostrar ante sus comprados o paniaguados seguidores su “potencia y animosidad”.

La evolución y puesta en práctica de este fenómeno político y social ha ido evolucionando en los últimos tiempos; si hasta hace bien poco pensábamos que era propio de estados fallidos, las conocidas como repúblicas bananeras o países con poca tradición democrática, el siglo XXI nos muestra claros ejemplos; algunos arrastrados de tiempos pretéritos y otros de nuevo cuño, en países muy dispares y hasta incluso con larguísima tradición democrática.

Los regímenes populistas intentan anular, debilitar o hacer superfluas las existentes estructuras político-institucionales democráticamente establecidas. La propaganda populista sostiene que dichas estructuras son el opio del pueblo porque anulan, confiscan o debilitan e impiden su poder soberano en beneficio de las élites tradicionales; élites a las que tachan de ilegales y de no ser capaces de representar al pueblo y sus necesidades. Las ideologías populistas culminan sus objetivos cuando logran manipular con éxito el imaginario e ideario colectivo al, supuestamente, pretender suprimir la enorme distancia entre gobernantes y gobernados; postulado que por su gran atractivo, casi siempre ha gozado del fervor popular y cuya capacidad de movilización social es ampliamente conocida y muy sufrida por los demás.

Hoy en día existe una cierta unanimidad en entender que el mayor auge de los populismos actuales se debe en gran parte a la putrefacción o al mal desempeño de sus funciones por parte de los precedentes gobiernos neoliberales, lo que trajo una gran ineptitud técnico-administrativa, una elevada mediocridad política tanto en los aspectos programáticos como de las personas para llevarlas a cabo y una extendida corrupción en el plano ético, práctico y moral. Hechos, que sin duda, han contribuido decisivamente en la instauración de regímenes populistas con el cambio de siglo.

Son esos gobiernos de régimen neoliberales los que por sus descuidos, malas praxis y un constante mal ejemplo destruyeron o depreciaron la representatividad democrática y favorecieron la insurgencia y la aparición de la conocida como la “democracia caudillista”, la cual se caracteriza por una creciente concentración de atribuciones en el Ejecutivo, el debilitamiento del resto de poderes del Estado y de los sistemas parlamentarios, electorales y de funcionamiento de los partidos y por el distanciamiento real entre gobernantes y gobernados.

Tal y como se ha mencionado, los dirigentes populistas han sabido instrumentalizar eficazmente amplias redes sociales y los medios de comunicación, a través de las cuales y de los Boletines Oficiales de sus países, hacen circular según los casos, todo tipo de bulos, falsas noticias o una serie de dádivas, subvenciones y bienes materiales y simbólicos en favor de los más pobres y vulnerables, aunque realmente sean de dudosa o muy complicada eficacia o realidad, con los que consiguen establecer ciertos vínculos de lealtad y obediencia a su favor.

Ejemplos de lo dicho y con mayor o menor grado de cumplimiento en todas sus facetas e implicaciones, ha habido y aún hay muchos países —cada vez más— en la arena internacional. No es el momento de estudiarlos todos ellos porque no es el objeto de este pequeño trabajo de análisis y, de hacerlo, se alargaría mucho más; simplemente mencionar algunos cómo la Federación Rusa, China, EEUU, Polonia, Hungría, España, Reino Unido, Corea del Norte, Siria, Libia, Irán, Arabia Saudí, Turquía, varios países latino americanos como Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba y algunos más.

Tarde o temprano, los líderes populistas suelen acabar mal y, en muchos casos, son arrollados por los mismos que fueron engañados en su día por estos vendedores de humo y charlatanes sin par; suele ocurrir más fácilmente en países en los que no se habían consolidado plenamente, porque las profundas raíces democráticas consiguieron resistir los embates de dicha pandemia o donde la formación cultural y los conceptos morales, políticos y sociales consiguen finalmente desenmascarar esta tragedia que, de continuar así, podría terminar fatal.

Solo persisten en aquellos países en los que poco a poco han ido calando en la formación y el pensamiento de un pueblo ignominiosamente dominado por verdaderos artífices de la mentira, las falsas esperanzas y la maldad hasta que han pasado a integrarse en su ADN o forma de vivir con auténtica normalidad; Corea del Norte, Rusia y China, son los ejemplos más claros de lugares donde seguramente va a ser muy difícil erradicar.

A pesar de sus malos ejemplos y peores resultados, muchos populistas mantienen un elevado grado de popularidad entre sus adeptos e incluso aumentan cegados por otro tipo de logros, que si bien son beneficiosos en algunos aspectos, no compensan ni ciegan los errores en otros que tienen una trascendencia fundamental. Es el caso de EEUU y el ínclito Trump, un hombre polémico desde muchos años antes de llegar a la Casa Blanca, rodeado de problemas económicos personales, con amigos e influencias muy discutibles y tremendamente acosado por Hacienda y por una bragueta demasiado nerviosa que no le deja descansar.

Polémico en todos sus actos desde el primer momento de pisar el despacho oval, acostumbrado a hacerlo todo de forma desproporcionada, impulsiva y muy poco reflexiva; actos, que corrobora con una aparatosa firma que presuroso mostraba a las cámaras cada vez que firmaba un decreto o una orden ejecutiva, aunque muchas de ellas pudieran poner el mundo a temblar. A pesar o quizá gracias a ello, ha sido capaz de conseguir más de setenta millones de votos en la primera y más longeva democracia del mundo, entre los que aglutinaba todo tipo de castas sociales y grupos de presión, hasta los más trogloditas norteamericanos sacados de cuevas ancestrales, el mundo del rifle, las armas y el rodeo, los barrios bajos y marginados o caravanas vivienda de las que en EEUU hay millones usadas a diario y que, casualmente, no albergan lo mejorcito de su sociedad.

Ha sido tan grande el golpe que consiguió dar a la democracia norteamericana, que estoy seguro de que sus ciudadanos jamás lo podrán olvidar. Un presidente de los Estados Unidos de América que ha destruido la historia y tradición de su país porque, como un vulgar mal perdedor, desde su puesto alentó a las hordas hasta enfurecerlas para ir a tomar su civil y sacrosanto altar y que ahora tras varios días del ruin acto, aconsejado por alguien, se olvida de aquellas y las desprecia por su forma de actuar. Todo en un movimiento tardío y fuera de lugar para tratar de evitar ser expulsado del poder por la fuerza, incapacitado por problemas de salud mental o que sus poderes sean mermados para evitar que en uno de sus arrebatos siga haciendo daño o pueda provocar una situación irreversible y letal.

Para terminar, quisiera hacer mi última reflexión sobre aquellas horas que el mundo vivió con sorpresa, en muchos casos con indignación y hasta con cierto tipo de miedo porque el mal ejemplo pudiera cundir en otras latitudes sin solución de continuidad. No es el momento ni motivo para tomarse a sorna lo ocurrido esta semana en el Capitolio de Estados Unidos, porque, como dice el Evangelio, aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra y en este tipo de actos y teatros, aunque sin llegar a tamaña intensidad, nosotros tenemos ejemplos muy recientes en Madrid, Barcelona y Sevilla. Situaciones alentadas y jaleadas por populistas que ahora, en otra medida pero al igual que Trump, están en un gobierno nacional o regional tan contentos y convencidos de que ninguna fuerza divina ni humana les puede arrebatar lo que consideran que es suyo por muchos años o para toda la eternidad y veremos que sucederá el día cuando, legalmente y por mandato de las urnas, de sus puestos se les tenga que desplazar.

Lo dicho, como resumen simple y si más adornos; los populismos y los populistas no traen nada bueno a ninguna sociedad oriental ni occidental; son como los bombones de almendra amarga que son malos a rabiar aunque vengan envueltos en hermosos y atractivos papeles de colores fabricados en celofán.

 

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España.  Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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ESCLAVITUD: EL PECADO ORIGINAL DE LOS ESTADOS UNIDOS

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de OpenClipart-Vectors en Pixabay

Las 13 colonias británicas de Norteamérica decidieron ser independientes el 4 de julio de 1776 y formaron los Estados Unidos de América. Tras varios años de lucha contra la potencia colonial finalmente consolidaron su libertad y en 1787 promulgaron una notable constitución, la que permanece válida hasta hoy, con varias enmiendas agregadas en forma paulatina.

Desde su inicio la joven nación pasó a ser ejemplo ante el mundo de prácticas democráticas y división de poderes; inclusive se adelantó en varios años a la célebre revolución francesa. Con el tiempo las colonias originales se expandieron y se transformaron en 50 estados de costa a costa Atlántico-Pacífico e inclusive abarcando territorios de ultramar: Hawai, Puerto Rico y Alaska, entre otros. Hasta nuestros días Estados Unidos sigue siendo paradigma y aún la potencia económico-militar más poderosa del orbe, hoy jaqueada con fuerza en ambos terrenos por el ímpetu de la República Popular China. Rusia quedó atrás, al disolverse en 1991 la Unión Soviética.

Si bien Estados Unidos pasó a ser ejemplo de democracia representativa, tuvo de partida un grave pecado original, que desde hace tiempo viene cobrando su penitencia y lo hace con fuerza. Me refiero a la esclavitud de los negros provenientes del África, triste proceso que se inició desde antes de la república (1619) y recién se eliminó (solo formalmente) a fines de 1865, una vez concluida la guerra civil entre el derrotado sur esclavista y secesionista frente al norte unionista y abolicionista. Empero, diversas formas de horrible discriminación de los afroamericanos han persistido a lo largo del tiempo; algunas persisten hasta nuestros días.

La declaración de la independencia de EEUU rezaba así en una de sus partes principales: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Pero nunca hubo tal igualdad, incluso los redactores del documento eran dueños de numerosos esclavos en un cruel e inexplicable contrasentido frente a lo proclamado formalmente. Ese fue el tremendo pecado original del país del norte: expresar una libertad condicionada o restringida por el color de la piel y dónde el esclavo era una simple propiedad privada, no fungía como ser humano; mucho menos era considerado “igual”. Se lo trataba en algunos casos peor que a un animal.

Como consecuencia de las protestas ante la reciente muerte —causada por exceso de fuerza policial— del afroamericano George Floyd, se ha reiniciado una campaña en pro de los derechos civiles y la igualdad de oportunidades para los estadounidenses de raza negra que siguen siendo discriminados de múltiples formas. El tema es recurrente, pero esta vez ha tomado mucha más fuerza que en anteriores ocasiones. Veremos qué pasará en los días que vendrán.

No se equivocó el célebre explorador Alexander von Humboldt al vaticinar que surgirían problemas graves en Estados Unidos debido a no haber cancelado de partida el abominable esclavismo, algo que sí hicieron poco después las flamantes naciones de Hispanoamérica y ello fue —en su momento— muy elogiado por el científico alemán. En este 2020 Estados Unidos sigue expiando su pecado original de 1776 y así será aún por varios años más, hasta que todos en ese país sean de verdad iguales, tanto en derechos como en oportunidades.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/185733_esclavitud-el-pecado-original-de-los-estados-unidos

GLOBALISMO Y PODER BUROCRÁTICO EN EL SIGLO XXI

Adrián Rocha*

The Trial (Orson Welles, 1962)

Analistas y consultores comienzan a pergeñar hipótesis acerca del lugar que le tocará a Estados Unidos y a China una vez que la pesadilla del coronavirus termine o, al menos, se disipe considerablemente. Hay pronósticos de distinto orden y calado: algunos afirman que China será el actor más afectado por la crisis, mientras que otros auguran lo contrario. Tal vez convenga reflexionar primero sobre las capacidades de los estados a la hora de diseñar programas de reactivación y de adaptación para el conjunto de circunstancias que emerja cuando el virus deje de ser una amenaza. También es un momento oportuno para analizar el impacto de esta singular crisis en los derechos civiles, los cuales pueden verse afectados en lo que hace a la seguridad de la información y de movimientos físicos y virtuales de las personas, debido a la fuente de datos que significan los teléfonos móviles y al registro de los algoritmos acerca de nuestra conducta virtual (Virtual Behavior Settings).

En fin, cuestiones que atañen a la privacidad que, como se sabe, viene siendo sometida a estrictos análisis desde que Internet pasó a ser el alter ego del mundo material.

Las capacidades del Estado y el rol del sector privado

Hay tres variables que jugarán un papel decisivo en la gestión de los efectos económicos y sociales de la pandemia: las capacidades burocráticas de los estados, corporaciones y organismos internacionales (entre las que cuentan, fundamentalmente, el cuerpo diplomático y los policymakers); la incidencia de las organizaciones del tercer sector (que pueden establecer canales de comunicación por fuera de la estructura estatal); y la dinámica del intercambio económico y del sector privado (cuánto y cómo se comercie, sobre todo a nivel internacional, y qué proyecciones se efectúen respecto del mercado laboral). Si bien estos tres elementos son siempre relevantes, lo que importa para el análisis actual es la mayor interdependencia que entre ellos se establecerá por constricción de las circunstancias; es decir, la nueva mixtura de gestión que resulte de esa mutua dependencia. La “telaraña” que une a los agentes del sistema podría volverse, por lo tanto, mucho más robusta y pegajosa, lo cual crearía incentivos suficientes para que esos agentes establezcan vinculaciones que, colateralmente, implicarían una mayor distancia para con la sociedad civil.

Aunque hay quienes estiman que el Estado será el principal protagonista en el escenario posterior a la crisis, las tendencias previas al advenimiento del COVID-19 permiten entrever que sector público y sector privado serán, a partir de ahora, igualmente relevantes, ya que si bien el Estado y los organismos multilaterales tendrán el enorme desafío de gestionar los recursos con la mayor eficiencia posible (de allí la importancia de las capacidades burocráticas), la creación de empleo recaerá lógicamente sobre las empresas medianas y, especialmente, sobre las corporaciones, pues el sector público afrontará gastos entre los que seguramente cuenten aquellos destinados a quienes más afecte la crisis pero, por ello mismo, no será un vigoroso generador de empleo ni de riqueza; por el contrario, necesitará extraer más recursos del sector privado. Por lo tanto, deberá elaborar una innovadora ingeniería tributaria y de incentivos para que la productividad y el empleo aumenten.

Globalismo y jaula de hierro

La estructura del comercio internacional, por su parte, acentuará la interdependencia compleja. El globalismo saldrá fortalecido, pero bajo un paradigma impensado. No hay razones para desestimar que el sistema internacional se vuelva más interdependiente. Por eso, los estados que resistan este proceso podrían quedar desfasados, con todo lo que ello implica, pues las brechas productivas y del conocimiento preexistentes se profundizarán. Así, el comercio entre naciones y la capacidad de adaptación de éstas a un mundo que será, contra-intuitivamente, mucho más globalizado, partirán de mayores niveles de competitividad, pues la magnitud de la revolución tecnológica ha transformado definitivamente los patrones de competencia. En ese sentido, es probable que mientras más se cierren las economías, más costos paguen en materia de importaciones y créditos.

Las burocracias públicas y privadas adquieren entonces un rol decisivo como gestoras de articulaciones entre estados, empresas y agentes locales, así como las organizaciones del tercer sector, ya que en sus capacidades de vincular actores de peso en la toma de decisiones residirá la efectiva promulgación de programas productivos interestatales y multilaterales. En este contexto, la diplomacia clásica podría recuperar su papel histórico, pues la distancia entre esos actores decisivos del sistema y las sociedades tenderá a acentuarse, lo cual hará más fuerte el papel de mediadores e intermediarios, de burocracias públicas y privadas. En fin, de los alfiles del sistema.

La otra cara de este acrecentamiento del poder burocrático, en un contexto de auge del bilateralismo, es la consolidación de las camarillas y de los acuerdos cerrados. El espíritu del sistema Metternich parece infundir un clima internacional en el que el secretismo y la Razón de Estado ofician de anfitriones. Un mundo restaurado (1964), tal como llamara Kissinger a la “política del conservadurismo en una era revolucionaria”. Paradojas de la historia: el momento de mayor intercambio de información y apertura comunicacional que jamás se haya conocido encuentra su anverso en la prevalencia de la rancia Razón de Estado, que observa con sigilo y sabiduría la inocencia de los hombres. Acaso deban despejarse las confusiones: realmente contradictorio sería, en una época de publicitación constante de la intimidad, en un mundo que cultiva con empeño lo exotérico, que no existiera una dimensión encriptada o esotérica de lo estatal. La autonomía de lo político, en efecto, parece jugarse hoy en ese campo, mientras las sociedades palpitan las salpicaduras que desde allí drenan hacia ellas.

Una estructura sobredeterminada por dos gigantes

El efecto de las transformaciones tecnológicas en el mercado laboral incitó a muchos economistas a pensar en la posibilidad de un ingreso ciudadano universal. Ese pronóstico, que continúa siendo atinado, deberá pensarse ahora bajo condicionamientos absolutamente distintos respecto de aquellos para los que fue ideado. Asimismo, estados y empresas deberán sentarse seguidamente a una ardua mesa de negociación en la que las asimetrías previas pesarán mucho menos. Es decir, la preponderancia que la esfera administrativa-estatal ejercía sobre algunas áreas será ahora contrapesada por el “efecto igualador” que produzca la crisis. De la misma manera, la autonomía decisora y transnacional a partir de la cual las corporaciones actuaban (mediante la relocalización productiva, por ejemplo) también podría verse afectada. De todos modos, los cambios que se avecinan, por más traumáticos que fueren, no harán que las asimetrías se aplanen entre todos. No se asistirá ni al fin del capitalismo ni al fin del Estado. Es probable que la vinculación entre estados y corporaciones cambie hasta tal punto que algunas de ellas vayan asumiendo un lugar cada vez más sustancioso en la esfera pública, fenómeno que, por cierto, ya viene ocurriendo: las empresas tecnológicas y cibernéticas cuentan hoy con bases de datos equiparables a las de muchos estados, aunque eso no aplica a todos los países por igual, ya que algunos son considerablemente más fuertes que otros (lo suficiente como para debilitar relativamente el poder de esas empresas o para exigirles, cuando menos, un trabajo conjunto).

La disminución de asimetrías que arroje la crisis posiblemente se dé sólo entre Estado y sector privado, en detrimento de la sociedad civil, dentro de la cual se encuentran, técnicamente, las corporaciones. Pero la nueva situación podría producir una alteración, que de alguna manera ya venía registrándose. Es ahí en donde anida el peligro del autoritarismo en el horizonte, pues la mutua implicancia de los aspectos económicos y sociales por parte de ambos actores podría promover, como contrapartida, un reforzamiento de las estructuras de control, en el marco de un debilitamiento pronunciado de las libertades individuales. Esto debería quedar claro: toda preocupación por el mundo que viene debe partir del lugar que en él le toque a las libertades civiles.

Así, esta suerte de reseteo de las condiciones de partida, este aparente “grado cero” de la historia pero sin “velo de ignorancia” ni “posición originaria” (pobre Rawls), sería más bien un reseteo del vínculo entre burocracia y sociedad civil, en perjuicio de ésta. Un reset en el que el despotismo burocrático esbozado por Weber podría asomar mediante una inesperada prestidigitación de la historia: aquella que vincularía, por constricción, burocracias públicas y privadas. Un ambivalente ardid de la razón (de Estado) que ni Karl Löwith leería en clave providencial (allá Hegel).

Resulta evidente que la relación que tiende a consolidarse entre estados y corporaciones estará sobredeterminada por los movimientos de la gran partida de Go que hace pocos años comenzaron a jugar —y ahora sí debe pensarse en ellos— los dos gigantes de la actualidad: China y Estados Unidos, además de Rusia y de la debilitada pero siempre pujante Unión Europea. La tensión entre democracia liberal y autoritarismos se muestra, al fin y al cabo, más vigente que nunca.

 

* Licenciado en Ciencia Política, Universidad Abierta Interamericana (UAI). Analista político internacional en Open Democracy <https://www.opendemocracy.net/>.

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