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LIBERALISMO, SOCIALDEMOCRACIA Y COMUNISMO

Marcos Kowalski*

Diseño: SAEEG

Dentro del escenario de las ideologías políticas se tienden a usar muchas palabras y conceptos que no todo el mundo maneja, si bien esto no es algo necesariamente malo, generalmente causa mucha confusión y desinterés en las personas al momento de debatir sobre temas de esta índole.

Es el caso de muchas personas que se autocalifican como liberales, pero en realidad pretenden ser económicamente libres, confunden libertad económica con liberalismo económico. Desde siempre en la sociedad humana, existió el circuito económico, la economía es preexistente a toda idea de ella. Y para estudiarla como dijo J. Stuart Mills “No puede ser economista, quien es solo economista”[1].

Vemos, a poco de investigar la historia, que el germen de la noción de economía se encuentra, en el período más antiguo, en libros como el código Babilonio “Hammurabi” el “libro egipcio de los Muertos” o el “Avesta” de los persas. Cuando la ideología liberal ni siquiera existía ya existía la economía y, por supuesto, el intercambio, los mercados.

Pero, para estos intercambios el ser humano no puede concebirse solo, necesita interactuar con otros hombres y establecer las reglas de esa interactuación, fundamentalmente los seres humanos somos sociables, nos dimensionamos como tales en conjunto, en comunidades, en definitiva en sociedad. Para que la sociedad de hombres funcione se necesitan reglas, fundadas en valores, que proporcionan derechos y obligaciones, facilitando la convivencia pacífica.

La idea fundamental de la ideología liberal es el individualismo, el principio hedónico de Hobbes[2], llevado a la teoría económica de mercado de Adam Smith[3] que basándose en el “dejar hacer dejar pasar”[4] sostiene que una mano invisible, regula el mercado. Surge de esta forma la idea del Estado mínimo y creando la ficción del “homo economicus” que maximiza su utilidad, tratando de obtener los mayores beneficios con un esfuerzo mínimo.

Este “homo economicus” (hombre económico) sirve a los efectos de calcular una variable económica en un pizarrón, pero poco tiene que ver con las personas reales, su mundo “individual” no son características inherentes a la condición humana y cuando aparece no lo hace porque sí, sino que es resultado de inducciones a cambios concretos y materiales en las conductas cotidianas de la gente sobre todo en la sociedad de la ciudad moderna.

A tal punto el individualismo no es característica del hombre que en la medida que fueron creciendo las ciudades, a lo largo de los últimos años y siglos el comportamiento cotidiano ha ido individualizándose progresivamente hasta el día de hoy, llegando al punto donde surge la extrañeza o la evitación ante el contacto social y con ella algunos de los trastornos psicológicos más frecuentes hoy día; tales como depresión, enfado, angustia, irritabilidad etc.

La sociedad de hoy día, donde se pretende tener como estructura económica e ideológica el liberalismo, es un régimen donde la identidad del individuo no viene definida por lo que es como persona si no por su rol laboral y el status económico que ese rol le puede brindar. Reiteramos: no por lo que es sino por lo que tiene.

La publicidad pretende convencer de que la identidad de la persona está en el propio producto. Ya no nos resulta extraño que incluso un desodorante nos sea vendido como el objeto milagroso bajo el cual podremos llegar a la cima del éxito sexual. Como consecuencia; los llamados bienes de consumo, dejan de ser objetos para empezar a formar parte de la identidad del individuo.

De esta forma se potencia este individualismo cada vez más creciente y que es promovido por la publicidad, que además impulsa el consumismo. El liberalismo parece una corriente muy heterogénea y al hombre común le da la impresión que hay muchas formas y tipos de liberalismo.

Esta ideología impacta despersonalizando al hombre real y transformándolo en un mero consumidor de productos. El tener un mejor coche y un reloj más caro ya es un valor en sí mismo, es decir, ya son criterios por los que juzgamos la valía de una persona hoy en día, independientemente de sus méritos, conocimientos o personalidad.

En la sociedad actual es fundamental alcanzar reconocimiento social y consideración y, sobre todo, mostrarlo en los espacios creados para ello: las “redes” sociales y cuesta, por ello, encontrar algunas relaciones personales y sociales que no tengan un interés laboral, económico o de status detrás, incluyendo, lamentablemente las relaciones de familia.

Un movimiento de actualización del liberalismo, aparecido después de la Primera Guerra Mundial, radicaliza la ideología liberal y pretende limitar la intervención del Estado en asuntos jurídicos y económicos a la mínima expresión. En las últimas décadas, una coalición entre ricos inversores y profesionales financieros utilizó el neoliberalismo como un instrumento ideológico para su enriquecimiento[5].

En el siglo XIX aparece Karl Marx y su famoso manifiesto comunista, donde dice que “el socialismo es hijo heredero y enterrador del capitalismo (liberalismo)” y propone en su teoría catastrófica, la abolición de la apropiación privada sobre los medios de producción, esto es, “la abolición del sistema de propiedad burguesa”, tal y como lo menciona en su “Manifiesto comunista”[6].

Marx, acepta sin beneficio de inventario la teoría de mercado de Smith, con el solo agregado en el mismo de la “fuerza de trabajo” como una mercadería más, sujetos al vaivén de la oferta y de la demanda y equilibrada, en el precio, como todo el resto de los bienes, por la famosa “mano invisible”.

Liberalismo y marxismo o comunismo parecen dos ideologías diferentes, pero están fundadas en idénticos valores; el materialismo de las acciones humanas, por eso terminan siendo aliadas. El marxismo es una ideología y no un mero programa político, pero su modelo antropológico es idéntico al de la ideología liberal.

Pero al producirse una época de crecimiento económico en la Europa de su tiempo no se había producido lo que había vaticinado Marx, porque la situación del sistema económico había cambiado. El principio de inevitabilidad de la teoría catastrófica marxista no valía, ni existía la voluntad política de llevar a cabo la revolución social preconizada.

En las postrimerías de la primera gran guerra de Europa, en el siglo XX, es Alemania la que alienta una revolución en Rusia, a los efectos de librarse de combatir en el frente oriental, en la necesidad de obtener un acuerdo de paz, propiciando el viaje por tren de los “lideres” comunistas que van a protagonizar la Revolución de Octubre y primero desplazan y después asesinan al zar de Rusia, ocupando el poder en nombre del “comunismo”.

Esta revolución es copada por los llamados “Bolcheviques” liderados por “Lenin” quien desarrolla la teoría del “socialismo científico” como paso previo al comunismo marxista, este “socialismo” en muchos aspectos se parece al comunismo puro, pero difieren en las formas; pueden ser entendidos como dos etapas de un proyecto político y de producción: primero viene el socialismo y después llega el comunismo[7].

Tanto el socialismo como el comunismo pueden ser vistos como modelos de producción y como movimiento social y político. En este último aspecto, ambos dan mucha importancia a la redistribución de los bienes, al materialismo, pero no proponen lo mismo. Mientras que el socialismo trabaja bajo el lema “de cada cual su capacidad, a cada cual según su esfuerzo”, el comunismo gira en torno al lema “de cada cual, según su capacidad, a cada cual según su necesidad”.

Es decir, que en el comunismo se asume que ya se está en una situación, utópica, en la que es relativamente sencillo cubrir las necesidades de todas las personas, mientras que en el socialismo sí existen limitaciones que impiden eso, por lo que a la hora de priorizar el modo en el que se redistribuye se tiene mucho en cuenta el esfuerzo. El socialismo es el comunismo puesto en práctica.

Algunas de las formulaciones del revisionismo, que impulsan con un pragmatismo los bolcheviques de Lenin ya se podían rastrear en el prólogo de Engels en “La Lucha de Clases en Francia” de Marx, cuando expresaba que los elementos revolucionarios prosperaban más empleando los medios legales, es decir, cuando entraban en el juego político.

También en el final del siglo XIX, Eduard Bernstein[8], en Alemania, pretendía acabar con la contradicción entre las propuestas revolucionarias del comunismo y la praxis política del mismo. Pensaba que el desarrollo social podría producirse sin cataclismos. Si la catástrofe social no era inmanente a las cosas, no era, por lo tanto, necesaria históricamente.

En realidad, se estaba plasmando la tendencia de la integración progresiva de la socialdemocracia en las sociedades y sistemas políticos, en las “democracias” de Europa, si eran “parlamentarias” mejor. El sufragio universal en toda Europa occidental fue objetivo de la socialdemocracia porque se podía convertir en un arma poderosa para el socialismo.

Pero, además, se podía intentar contar con el apoyo de una parte de la “burguesía”, ya que el desarrollo económico había generado muchas diferencias internas, apareciendo las clases medias. En el cambio de siglo comenzó el debate sobre el posible acercamiento a esos sectores progresistas y acerca de las colaboraciones parlamentarias y hasta gubernamentales.

El socialismo podía o debía sustituir al capitalismo de forma paulatina, a través de conquistas alcanzadas en el juego político, con reformas, sin llegar a la revolución. Pero el pensamiento marxista más ortodoxo respondió al revisionismo formulando la “teoría del imperialismo”, que permitía salvar la cuestión de la revolución y adaptar las ideas de Marx y Engels, propias de la época del librecambismo de la primera Revolución Industrial, a la realidad de la Segunda Revolución Industrial.

La socialdemocracia es un sistema económico y político a favor de una transición pacífica y deshumanizada, desde la economía liberal de mercado hacia el socialismo por medio de los canales políticos propios de las democracias liberales, de ser posible el parlamentarismo. Para destruir mediante la propaganda los paradigmas de la cultura y remplazarlos por una cultura progresista de origen marxista.

Toda la socialdemocracia, progresista es heredera del marxismo, no es solo un programa político, es una ideología, idéntica al liberalismo, fundada en los mismos “valores”, el materialismo y egoísmo individualista, ambos propician la destrucción del Estado, en definitiva, en ambos casos el hombre es solo una mercadería más del mercado.

Hasta aquí hemos tratado en forma muy sintética explicar, siempre desde nuestro punto vista, como el marxismo, ya desde mucho antes del entrismo de Antonio Gramsci, se iba incluyendo en el sistema político de las democracias liberales, como se fue configurando en la denominada socialdemocracia. Como liberales y marxistas fueron cosificando al hombre, tratando de generar contra su naturaleza un hombre nuevo, más preocupado por tener que por ser, en definitiva, una humanidad manipulada de niños caprichosos grandes protestando e intentando que la realidad sea tal y como queremos que sea, aunque sea violando y jugando con la integridad y bienestar de otros seres humanos. La preocupación por el otro ha dado paso en la era del individualismo al miedo por el otro.

Nos preocupa nuestro propio bienestar, luchamos por nuestro futuro de forma individual y tendemos de forma casi automática a pensar que el otro tiene intereses y proyectos que irán en nuestra contra. Nos encerramos en nuestro bienestar material y es común enrostrar al otro lo que tenemos ostentando solo nuestros bienes materiales.

Siendo la naturaleza de las personas como es, social, cabe dudar de hasta qué punto el ser humano será capaz de soportar un clima de competitividad extrema entre sus iguales. De momento, las tasas de trastornos mentales nos están poniendo en alerta sobre unas consecuencias que ya empiezan a ser visibles.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

Referencias

[1] John Stuart Mill. (Londres, 20 de mayo de 1806 – Aviñón, Francia; 8 de mayo de 1873) fue un filósofo, político y economista inglés de origen escocés.

[2] Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil (en el original en inglés: Leviathan, or The Matter, Forme and Power of a Common-Wealth Ecclesiasticall and Civil), comúnmente llamado Leviatán, es el libro más conocido del filósofo político inglés Thomas Hobbes, donde dice que “el hombre es el lobo del hombre”, estableciendo las bases del hedonismo filosófico, principio que adoptan la ideología liberal para preconizar el individualismo.

[3] Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (título original en inglés: An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations), o sencillamente La riqueza de las naciones, es la obra más célebre de Adam Smith.

[4] De forma completa, la frase es: Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même; “Dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo” y fue usada por primera vez por Vincent de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el intervencionismo del gobierno en la economía.

[5] En 1950, en Mont Pelerin, Suiza, bajo la conducción de Friedrich Hayek, un grupo de intelectuales liberales, entre los que se encontraba también Karl Popper, Ludwig von Mises y Milton Friedman, fue el antecedente de la creación de Neoliberalismo, la teoría económica neoclásica; el nuevo institucionalismo basado en los costos de transacción, la teoría de la elección pública (public choice) y la teoría de la elección racional (rational choice). Con esas teorías definieron una visión reduccionista del Estado y de la política.

[6] Se trata de un manifiesto encargado por la Liga de los Comunistas a Karl Marx y Friedrich Engels entre 1847 y 1848 y publicado por primera vez en Londres el 21 de febrero de 1848.

[7] Lenin, en la “Tercera Carta desde lejos”, escrita el 24 de marzo (11 del calendario ruso), insiste en la necesidad de un Estado revolucionario nuevo, en que la policía, la burocracia y el ejército permanente (órganos de coacción del Estado burgués, separados del pueblo) fueran sustituidos por el “pueblo en armas”; es decir, por una milicia popular, cuyas funciones describe minuciosamente.

[8] Eduard Bernstein en Alemania. En 1899 publicó “Las Premisas del Socialismo y las tareas de la Socialdemocracia”.

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LA RETÓRICA PESQUERA PARA LA TRIBUNA POLÍTICA

César Augusto Lerena*

Imagen de Milena W en Pixabay

El pasado 30 de agosto un periodista del Diario La Nación tituló “La actividad pesquera es la que más creció en la última década y media…. Es muy probable que los datos suministrados al periodista no se hubiesen evaluado adecuadamente o que se haya hecho una interpretación antojadiza o parcial. Por ejemplo, la información que el Subsecretario de Pesca le suministra al medio citado es errónea: “se pescó más en el primer semestre de este año que en igual período de 2019” ya que durante el primer semestre de 2020, no se pescó más, sino menos que 2019 —a pesar de la temporada excepcional de calamar—, como las propias estadísticas indican al pie de la nota de La Nación, y los dólares exportados en igual período bajaron de 875 a 837 millones (Revista Puerto, 29/7/20). Ello, a pesar de que las exportaciones de igual período en 2019 ya habían bajado el 4,2% en volumen y un 10,2% en valor, respecto al 2018 (Pescare.com.ar, 26/8/19). Al respecto nos indica Nelson Saldivia de la Revista especializada Puerto (29/7/20): «La comercialización de productos pesqueros en el exterior experimentó una retracción del 4,3 por ciento entre enero y junio de este año respecto de igual período del año anterior. En el rubro “pescados y mariscos elaborados” se registró una variación negativa del 27,5 por ciento».

No se deduce del artículo citado que la actividad pesquera sea la que más creció en los últimos 15 años (mucho menos en el análisis integral del sector) salvo, que se le limite ese hipotético crecimiento, al solo hecho que el langostino haya representado en 2018 el 61% de las exportaciones y, en el primer semestre de 2020, el 36%. Esta explotación, al momento, no da ninguna sustentabilidad cierta al sector, ya que se trata de un recurso de disponibilidad biológica impredecible en el corto plazo, altamente dependiente del mercado externo y, es así que, de valer 12 mil dólares en 2005 la tonelada, en la actualidad está por debajo de los 5 mil: “En 2019, las ventas del langostino entero cayeron un 10% en volumen, un 25% en divisas y un 15% en el precio promedio en comparación con el 2018. En los primeros cuatro meses de 2020, los precios siguieron desplomándose. El volumen se redujo 40% y el precio promedio un 23%, (…) las empresas no tienen a quién venderle lo que producen” (R. Garrone, Tradenews, 12/7/20).

Al lector desinformado, debemos decirle que en la captura y posterior exportación no influye solo una buena administración del recurso, las habilidades del capitán de pesca, la demanda del mercado y la capacidad negociadora del empresario, sino también, la disponibilidad biológica de la especie, en especial en recursos como el calamar y el langostino que tienen un ciclo de vida anual y dependen de diversos factores climáticos, biológicos, marítimos, etc. Por ello que centrar la sustentabilidad económica y social de este sector en la captura del langostino es altamente peligroso, por la inestabilidad y variabilidad que puede presentar de un año a otro. Ya ha ocurrido, en años donde la merluza era el sostén del sector y, por lo tanto, la caída brusca de las capturas del langostino no alcanzó a poner en jaque al conjunto de la actividad. Además que no podemos dejar de lado que, en el mundo, el 50% de la producción pesquera tiene origen en la acuicultura y maricultura, donde la Argentina tiene un desarrollo insignificante.

Si analizamos a este sector por las capturas de las principales especies, durante el 2005 se desembarcaron 360.741 toneladas de merluza, 146.184 de calamar y 7.470 de langostino, mientras que en 2018 se desembarcó 266.277 toneladas de merluza, 108.300 de calamar y 253.255 de langostino. Respecto a las exportaciones, en 2018 se exportó por valor de US$ 2.140 millones, mientras que estás exportaciones cayeron en 2019 a US$ 1.860 millones y, pese al notable crecimiento de las capturas de calamar en el primer semestre de 2020, todo hace pensar que las exportaciones de 2020 estarán por debajo de 2019, a pesar del esfuerzo de tripulantes que salieron a pescar pese al COVID-19.

Respecto al valor agregado y los volúmenes exportados, eran mayores en 2005 respecto al 2019/20. La Argentina exportaba en 2005 el doble de productos fileteados que hoy y exportaba más filetes que enteros y, ahora, ocurre todo lo contrario. Por otra parte, mantuvo los mismos volúmenes de captura de calamar (2005-2018), cayó en un 26% la producción de vieras al igual que la producción de anchoítas que se redujo en un 70%. Del mismo modo, cayó al 50% la producción de harinas, todo un símbolo de la caída de la mano de obra ya que el residuo de los procesos de elaboración se destina a la fabricación de harina. Los incrementos en valores encuentran su justificativo en las capturas de langostino y merluza negra, de alto precio y bajo valor agregado.

Los desembarques totales se redujeron de 858 mil toneladas en 2005 a 785 mil toneladas en 2018, con el agravante que mientras en 2004 el 55% de las extracciones se realizaban con buques fresqueros y el 45% con buques congeladores, en 2018, estos porcentuales se invirtieron en 49% y 51% respectivamente, motivo por el cual la mayor congelación a bordo fue en desmedro de la producción industrial en plantas en tierra y la consecuente pérdida de empleo.

El bajo valor agregado de las exportaciones argentinas es el modelo que impera desde hace años en la pesca, en especial en estos años, por las mayores capturas de langostino, llevando a transferirle (regalarle) el trabajo argentino a los países reprocesadores y exportadores de Sudamérica y a los importadores europeos y asiáticos. Por ejemplo, a España a quien le exportamos por año unas 50 mil toneladas de langostino entero y 8 mil toneladas de cola de langostino, con una diferencia en la facturación del orden de los 1.500 US$ la tonelada. Y ello, no es un dato menor en materia de pérdida de trabajo argentino, porque el langostino ha pasado de tener una participación del orden del 5% en 2005 al 61% en 2018.

Respecto al consumo interno de pescado se mantiene estacionado en los 6 kg per cápita por año, cuando el promedio mundial anual asciende a los 20 kg. Es decir que los argentinos, consumen menos que los países pobres y los ricos, con efectos muy negativos, no solo por el bajo valor agregado de las materias primas comercializadas, sino también, porque se pierden de consumir un producto que, por su alta calidad proteica y de sus grasas insaturadas, es solo comparable a la leche materna y, por lo tanto, es un alimento insustituible en el desarrollo y mantenimiento de la salud.

Dice el artículo que la pesca no tiene un déficit pesquero (exportación-importación) y ello se debe —como ya he dicho— que tiene un bajísimo consumo interno. Si triplicase el consumo, manteniéndose aún por debajo del promedio mundial, no tendría saldos exportables. Aquello es un defecto y no una virtud. Francia tiene € 1.700 millones de déficit, a pesar de capturar similares números que Argentina y se debe a que los franceses consumen una dieta sana de 34 kg/per cápita/anual de pescados y mariscos, es decir, 28 kilos más que los argentinos. La generación de valor, de empleo y la radicación industrial se duplicarían —al menos— si eso ocurriese.

Por cierto, mientras las empresas argentinas desembarcan —según información oficial— unas 800 mil toneladas anuales capturadas en la Zona Económica Exclusiva Argentina (dentro de las 200 millas de la costa), en la Alta Mar, entre 350 y 500 buques extranjeros con o sin licencia británica se llevan anualmente un millón de toneladas de recursos migratorios argentinos. Para ello sus embarcaciones deben trasladarse más de 12 mil millas y nuestros buques pesqueros deberían recorrer solo 200 millas. ¿Porque no lo hacen?, porque los gobiernos de turno nunca llevaron adelante una política de incentivos que promueva la pesca nacional en la Alta Mar y les permita competir con la extracción ilegal extranjera, provocando la gran revolución pesquera en Argentina. La misma que provocaron los pioneros de la actividad cuando trocaron de los barcos costeros, a los buques de altura.

Es poco serio referirse a que el sector tuvo mayor crecimiento que el agrícola, ganadero y minero; ello, sería desconocer la política extractiva iniciada en la década del 90 y es imposible que la pesca, que es un recurso renovable, pero agotable, pueda competir con la ganadería que tiene, no solo un alto consumo interno (55kg per cápita/año) al que hay que agregar, que las exportaciones argentinas de carne vacuna acumuladas de abril de 2019 a marzo de 2020 alcanzaron a las 868 mil toneladas por un valor cercano a US$ 3.192 millones (IPCVA, abril 2020); por su parte, el 37,4% del total de las exportaciones argentinas de 2019 se debió al complejo sojero, maicero y triguero, materias primas que se exportaron por un monto de US$ 24.310 millones, obviamente muy superior a los U$S 1.864 millones de la pesca.

Estos números no desvalorizan la importancia del sector pesquero, pero, referirse a que tenga el mayor crecimiento por sobre otros sectores muy importantes no se ajusta a la realidad y desinforma a funcionarios y lectores desprevenidos. La pesca no es inagotable y si bien puede lograrse un crecimiento, no será posible hacerlo a través de incrementar las capturas en la Zona Económica Exclusiva Argentina, sino mediante una mejor administración del recurso; la eliminación de los descartes; el agregado de valor a las materias primas y, sobre todo, acordar e ir a capturar más allá de las 200 millas.

Finalmente habría que agregar, que siendo en sus orígenes una actividad 100% nacional, hoy siete de las diez primeras exportadoras pesqueras son extranjeras; capitales chinos, estadounidenses, españoles, etc. cuyas casas centrales se hacen de las materias primas argentinas que compiten en el mercado internacional con las empresas nacionales.

Todas tienen en común, lo que sí precisa el citado diario, sufren altos impuestos internos, derechos a las exportaciones, falta de financiación a tasas adecuadas para la renovación de la flota en el país, moras en la reposición de reintegros e IVA, altos impuestos al combustible, etc. Y es verdad también que las empresas exportadoras pesqueras están certificadas en su calidad y sanidad por los organismos técnicos competentes más exigentes del mundo (FDA, Comisión Veterinaria UE, etc.) y aplican Planes HACCP de autocontrol de seguridad alimentaria desde hace más de 20 años.

Si no se Sudamericaniza el Atlántico Sur, no se controla el mar con las fuerzas armadas y de seguridad, no se nacionaliza el flete, no se acuerda y desactivan los puertos uruguayos a las flotas pesqueras ajenas al MERCOSUR, no se combate la pesca ilegal de los recursos migratorios, no se cancelan los vuelos de Malvinas a Chile y Brasil, no se eliminan impuestos a los buques nacionales en Alta Mar, no se declara la emergencia pesquera en Malvinas y no se incrementa el consumo nacional, NO ES POSIBLE ESPERAR EL CRECIMIENTO DEL SECTOR PESQUERO Y LA RECUPERACIÓN DE MALVINAS.

Los profundos cambios que se requieren, para desalentar el avance creciente de los buques extranjeros pesqueros a distancia, que vienen por nuestros recursos, no pueden limitarse a colocar multas a los buques piratas (que además no se capturan ni hay medios para hacerlo), sino que debe aplicarse un nuevo modelo que vaya hacia la captura de todos los recursos del Atlántico Sur y efectúe una administración adecuada para lograr un crecimiento sostenible y sustentable económica, ambiental y social. Está todo por hacerse.

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado, ex Secretario de Bienestar Social (Provincia de Corrientes). Ex Profesor Universidad UNNE y FASTA. Asesor en el Senado de la Nación. Doctor en Ciencias. Consultor, Escritor, autor de 24 libros (entre ellos “Malvinas. Biografía de Entrega”) y articulista de la especialidad.

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POLONIA. A 40 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DEL MOVIMIENTO SOLIDARIDAD.

Marcelo Javier de los Reyes*

Lech Wałęsa y el Movimiento Solidaridad

Introducción

Se suele considerar que el fin de la Guerra Fría se produjo cuando los alemanes derrumbaron el Muro de Berlín en 1989 o con la implosión de la Unión Soviética entre 1991 y 1992. Varios hechos previos fueron llevando hacia ese proceso, entre ellos la fundación del movimiento sindical Solidaridad en Polonia, responsable en buena medida de la crisis del sistema en el bloque socialista, crisis que ya acumulaba serias dificultades económicas. Por ese entonces, la suerte de Polonia estaba atada al destino de la Unión Soviética.

Las reformas iniciadas por Yuri Andropov

Moshe Lewin dice que cuando Yuri Andropov —quien fuera jefe de la KGB entre 1967 y 1982— asumió, en noviembre de 1982, tenía la convicción de que “la brecha entre las necesidades crecientes y medios en constante disminución (incluidos los recursos intelectuales de los dirigentes) no hacía más que agrandarse” tanto en términos económicos como políticos[1]. Según Lewin, Yuri Andropov y Alexis Kosyguin sabían que el sistema estaba enfermo pero se precisaba que los dirigentes se convencieran de ello. Habían heredado una Unión Soviética sometida a un serio estancamiento y superada en casi todos los sectores por los Estados Unidos. También imperaba la corrupción que involucraba a altos dirigentes del Partido Comunista.

Andropov consideraba la necesidad de implementar reformas radicales para reconstruir el sistema y dotarlo de vitalidad. Su intención era restaurar la disciplina en el ámbito laboral y reeducar a las elites. Para ello se formaron comisiones, se realizaron purgas en el aparato del partido, procuró mejorar la situación de las ciencias sociales, acelerar el progreso científico y técnico y que las fábricas trabajasen “sobre la base de un completo autofinanciamiento”.

Entre sus objetivos estaba cambiar la “designación” por una verdadera “elección” dentro de las estructuras partidarias y esto conmocionó a los dirigentes. Andropov, que estaba muy enfermo, no tuvo tiempo para las reformas porque murió en 1984 y su sucesor, Constantin Chernenko, comprometido con el viejo esquema no continuó con ellas. Chernenko gobernó durante trece meses y a su muerte fue elegido Mikahil Gorbachov. Pero la situación en Polonia comenzó a tomar otro rumbo el mismo año en que falleció Alexis Kosyguin, quien debió retirarse de su cargo de Presidente del Consejo de Ministros por cuestiones de salud dos meses antes de su fallecimiento, el 18 de diciembre de 1980.

El movimiento Solidaridad emergió en el contexto de la crisis soviética

Cuando Kruschev abandonó el poder en 1964 lo sucedió el ingeniero Leonid Breznev quien estuvo en su cargo hasta su muerte en 1982. Con respecto a la política exterior favoreció la distensión con Occidente y el desarme nuclear. Paralelamente se desarrolló una expansión del imperio soviético, lo que precisó de un incremento del presupuesto de defensa a partir de 1965, permitiéndole a la URSS alcanzar el rango de potencia global, es decir, de poder desplazar su marina de guerra a cualquier parte del planeta. Ya hacia mediados de la década de 1960 el bloque socialista comenzaba a mostrar algunos obstáculos económicos y debía enfrentar dos grandes problemas a vencer: aumentar el número de productos y mejorar su calidad Eso motivó que se pusieran en práctica algunas reformas[2].

Hacia el final de la era Breznev los gastos militares se incrementaron con motivo de la ocupación de Afganistán, lo que implicó un mayor deterioro en una economía estancada, generando hacia 1982 que, por primera vez desde la guerra, los ingresos reales de la población dejaran de aumentar y se paralizara el desarrollo. Esta situación también influyó sobre la moral de la población.

Lo que está claro es que en la Unión Soviética hubo informes de la crisis por la que atravesaba el país, los cuales no trascendieron fuera de sus fronteras y por eso es que la implosión en 1991/92 sorprendió al mundo.

A principios de la década del 70, Polonia (siendo primer secretario del Partido Obrero Unificado Polaco – POUP, Edward Gierek, crítico con la fracción más cercana a Moscú del partido en el gobierno) vivía un período de “prosperidad” gracias a que los créditos extranjeros —más precisamente de Occidente— permitieron que las tiendas estuvieran llenas de mercaderías, se crearan nuevas industrias y que el nivel de vida de los polacos subiera, pero el 25 de junio de 1976 se produjo la primera crisis con los motines en Radom y Ursus, una ola de huelgas y manifestaciones callejeras en las que alrededor de 70.000 u 80.000 personas protestaron en, al menos, 90 lugares de trabajo en 24 provincias polacas. En la víspera el primer ministro Piotr Jaroszewicz había anunciado un aumento drástico en los precios de muchos productos alimenticios —incluyendo carne y pescado en un 69%, un 64% en los lácteos, un 150% el arroz y un 90% el azúcar. El primer ministro introdujo el aumento como un proyecto pero la gente sabía que esto no era así y que la consulta pública anunciada era una ficción[3]. De tal modo que la época próspera llegaba a su fin, la deuda externa crecía, se produjo una caída de los ingresos reales de la población, la que además estaba siendo afectada por un desabastecimiento.

Como producto de esta crisis se incrementaron las huelgas y las protestas de los trabajadores y se creó el Comité de Defensa de los Obreros, (KOR) y otras organizaciones opositoras ilegales y la Iglesia comenzaron a tomar cierto protagonismo canalizando las necesidades sociales más acuciantes. Las protestas se multiplicaron hasta llegar a la huelga general cerrando de esta manera el período de Edward Gierek, quien intentó realizar un cambio potenciando el consumo con el lema de “Construyamos la Segunda Polonia”.

En 1980 se produjo una nueva subida de precios que provocó una fuerte reacción de los trabajadores. Fue el momento en que en Gdansk los obreros crearon un Comité de Huelga Interempresarial pero que no fue respondido por la fuerza desde el gobierno como en los casos anteriores. De esta coyuntura emergió una organización sindical independiente: NSZZ Solidarność (“Solidaridad”), encabezada por Lech Wałęsa. Edward Gierek fue obligado a dimitir y reemplazado primero por Stanislaw Kania y luego, a partir del octubre de 1981, por el general Wojciech Jaruzelski. Cabe recordar que en 1978 el Cardenal de Cracovia, Karol Wojtyla, había sido elegido Papa y que en 1979 realizó su viaje-peregrinación a Polonia como Juan Pablo II, lo que insufló un nuevo aliento a los movimientos de oposición, en especial para “Solidaridad”. La visita de Juan Pablo II fue relevante en dos sentidos: en la renovación religiosa y en el reforzamiento de la conciencia ciudadana de los polacos.

“Solidaridad” se transformó rápidamente en un movimiento social que aglutinó a más de nueve millones de miembros, incluyendo un considerable número de afiliados al mismo partido comunista. Este movimiento sindical no tenía un objetivo político revolucionario, gozaba de un amplio apoyo de fuerzas políticas y sindicales de Occidente así como también de la Iglesia polaca y del Vaticano. Como movimiento social transformó la realidad política de Polonia y también provocó que se reflejaran en él otros movimientos de oposición del bloque comunista. En este contexto no habría sido casual que en 1980 le otorgaran el Premio Nobel de literatura a Czeslaw Milosz, un poeta polaco exiliado.

Por su parte la Unión Soviética presionaba para restablecer el orden en Polonia y como resultado de ello asumió el general Wojciech Jaruzelski quien declaró el estado de guerra (13 de diciembre de 1981) e impuso la ley marcial, que estuvo vigente hasta julio de 1983. El ejército utilizó la fuerza para poner fin a las huelgas, lo que provocó la muerte de varios mineros como consecuencia de la represión, mientras que otros activistas fueron encarcelados o tuvieron que emigrar. Sin embargo la crisis económica continuó y la resistencia social fue incrementándose. Juan Pablo II retornó a Polonia en 1983, en 1987 y en 1991 (en dos oportunidades). Durante su pontificado, Juan Pablo II realizó nueve visitas a Polonia, siendo la última en 2002. Cabe destacar que Lech Wałęsa, líder de “Solidaridad”, recibió el Premio Nobel de la Paz.

Pese a las presiones del gobierno, “Solidaridad” continuó con su lucha publicando boletines y hojas informativas con el respaldo de la Iglesia, logrando en 1988 iniciar las conversaciones con el gobierno y con los representantes del POUP. En el invierno de 1989, como resultado de las negociaciones denominadas de la “Mesa Redonda” se firmó un acuerdo que estableció las elecciones a la Cámara de los Diputados y al Senado.

Las elecciones del 4 de junio de 1989 dieron la victoria a “Solidaridad”. Aunque la Dieta eligió al general Jaruzelski como presidente, el 24 de agosto de 1989 asumió como primer ministro Tadeusz Mazowiecki, quien fue jefe del grupo de consejeros del Comité de Huelga en Gdansk en 1980. El 29 de diciembre de 1989 la Dieta cambió la Constitución y el nombre oficial del Estado. La “República Popular de Polonia” comenzó a denominarse “República de Polonia” conocida como la “III República”.

Año 2000. La bandera de la OTAN junto a la de Polonia en la sede del gobierno en Varsovia. Foto: Marcelo Javier de los Reyes.

Algunas reflexiones finales

Los hechos de Polonia son muy significativos porque fueron el inicio del proceso de desintegración del bloque comunista y el fin del orden impuesto en la conferencia de Yalta. Del mismo modo debe tenerse en cuenta que la transición hacia la democracia pudo realizarse en forma pacífica gracias a que en la Unión Soviética se había producido un cambio generacional en la dirigencia, la cual comenzó a trabajar en un programa de reformas que incluían una apertura política y económica hacia el resto del mundo.

Finalmente, debe destacarse que Solidaridad significó verdaderamente una revolución obrera, pues nació de un sindicato, a diferencia de la Revolución Bolchevique que se vistió con el ropaje de los trabajadores.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] Citado por Marcelo Javier de los Reyes. “De Gorbachov al espacio postsoviético”. Centro de Estudios Internacionales para el Desarrollo (CEID), 15/03/2010, <http://www.ceid.edu.ar/biblioteca/2010/de_los_reyes_marcelo_javier_de_gorbachov_al_espacio_postsovietico.pdf>. Moshe Lewin. Le siècle soviétique. Paris: Fayard, 2003, 526 p.

[2] Fikriat Tabeev et al. Planificación del socialismo. Barcelona: Oikos-Tau S.A. Ediciones, 1968, 216 p.

[3] Andrzej Wroński. “Czerwiec 1976 – Radom, Płock, Ursus”. Niezalezna (Polonia), 25/06/2016, <http://niezalezna.pl/82390-czerwiec-1976-radom-plock-ursus>, [consulta: 27/12/2017].

 

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