Archivo de la etiqueta: Estados Unidos

VENEZUELA MÁS ALLÁ DE UNA PREMIO NOBEL

Roberto Mansilla Blanco*

El Premio Nobel 2025 que este 10 de diciembre se otorga a la líder opositora venezolana María Corina Machado, en un contexto de tensiones militares y geopolíticas entre EEUU y Venezuela, supone un momento propicio para ofrecer algunas pinceladas a modo de interpretación retrospectiva sobre lo que ha sido Venezuela en su breve historia republicana iniciada en 1830 hasta nuestros días.

  1. Caudillismo y militarismo antes que democracia

Entre 1830 y 1958 predominó en el poder en Venezuela el caudillismo a través de líderes militares que habían tenido un papel importante en la guerra de independencia. Al mismo tiempo se crearon oligarquías básicamente terratenientes con influencia en el poder político.  

Las tensiones políticas entre liberales y conservadores no estuvieron exentas (Guerra Federal entre 1861 y1865) combinado con períodos que cabe catalogar de «despotismo ilustrado» durante la etapa de gobierno de Antonio Guzmán Blanco (1870-1880) Este predominio de caudillos militares, la mayor parte de ellos provenientes de las regiones andinas venezolanas, durante el período 1899-1958 fortaleció el peso del militarismo en la política venezolana, determinado por la creación en 1911 de la Fuerza Armada Venezolana como ente profesional.

Tras la prolongada dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935) el país experimentó una incipiente apertura entre 1936 y 1948, que dio paso a la creación de diversos partidos políticos (Acción Democrática, COPEI, URD, Partido Comunista de Venezuela, entre otros) que definieron la vida política nacional hacia la segunda mitad del siglo XX. Gobiernos militares aperturistas (Isaías Medina Angarita) dieron paso a la primera experiencia democrática con el denominado trienio «adeco» (1945-1948) con Acción Democrática en el poder y la breve presidencia del célebre escritor Rómulo Gallegos, autor de la novela «Doña Bárbara», quien posteriormente fue depuesto por la Junta Militar (1948-1958), principalmente dirigida a partir de 1952 por Marcos Pérez Jiménez.

La caída de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958 permitió el retorno de las experiencias aperturistas y democráticas en una transición dirigida por el Almirante Wolfgang Larrazábal hasta la asunción de la denominada democracia pactada por las elites políticas a través del Pacto de Punto Fijo entre 1958 y 1961. No obstante, durante la década de 1960, Venezuela también experimentó episodios de violencia golpista y de insurgencia guerrillera de carácter guevarista, inspirada en la Revolución Cubana.

El Pacto de Punto Fijo amparó un sistema de Democracia «consensuada» básicamente de carácter bipartidista entre AD y COPEI y cuya vigencia perduró hasta 1998. El denominado «puntofijismo» sirvió de referencia para los Pactos de La Moncloa en España que llevaron a la transición a partir 1977. Este bipartidismo «puntofjiista» determinó durante casi tres décadas (1961-1999) un sistema de notable estabilidad política amparada en riqueza petrolera

1.1. El «chavismo» como simbiosis de un modelo «populista-militarista»

La inercia del sistema bipartidista excesivamente atado a la evolución de los precios del petróleo y las crisis financieras («Viernes Negro» de 1983) implicó un quiebre de confianza entre el Estado y la Sociedad que se verificó con el levantamiento popular («Caracazo») a partir de 1989. El país entra en una espiral de inestabilidad política determinados por dos intentos insurrección militar (1992), el primero de ellos dirigido por el entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías; y la remoción del cargo presidencial de Carlos Andrés Pérez en 1993 por corrupción administrativa.

De este modo, las bases que en su momento fortalecieron la solidez del bipartidismo «puntofijista» comenzaron a resquebrajarse. El momento clave fueron las elecciones presidenciales de 1998, en las que triunfó (56% de los votos) la vía alternativa y rupturista con el modelo del «puntofijismo» y del bipartidismo contenida en la opción electoral de Hugo Chávez bajo el Movimiento V República. Su propuesta implicaba una pretensión constituyente original que dio paso a la refundación de los poderes públicos vía nueva Constitución (1999) elegida democráticamente y que, entre otras modalidades, cambió el nombre oficial del país por el de República Bolivariana de Venezuela, haciendo honor así al líder de la independencia venezolana, Simón Bolívar.

Bajo un inédito modelo de «democracia popular» con referencias ideológicas «bolivarianas» y de izquierdas («Socialismo del Siglo XXI» a partir de 2005) con la pretensión de crear un Estado Comunal, Chávez y su sucesor Nicolás Maduro han procreado un giro autoritario a la política venezolana. El «chavismo» ha tenido un fuerte arraigo en las clases populares, aspecto que le ha permitido mantenerse en el poder por diversas convocatorias electorales, si bien algunas de ellas denunciadas por la oposición como presuntamente ilegítimas.

No obstante, el «chavismo» ha retrotraído a la política venezolana dos factores permanentes durante el siglo XXI: el caudillismo y el militarismo, ahora amparado por la apertura de canales de participación política y popular. Los militares han regresado a la política venezolana permitiendo no sólo su participación electoral sino también política. Ello determinó igualmente una evidente verticalidad del poder con escaso aprecio por los contrapesos institucionales, lo cual ha generado una constante polarización sociopolítica y, en ocasiones, de crisis permanente de representatividad política.

Con el chavismo, Venezuela asumió una experiencia de carácter populista-militarista que ya habían experimentado otros países latinoamericanos (Perón en Argentina; Perú con Velasco Alvarado; Panamá con Omar Torrijos) En el marco del análisis político, el «chavismo» ha sido académicamente definido dentro de la categoría de «regímenes iliberales» (Fareed Zakaria, Marina Ottaway).

Por otro lado, Chávez ha mostrado una vocación internacionalista y de influencia geopolítica con la pretensión de impulsar cambios en los tradicionales equilibrios geopolíticos venezolanos. Se pasó así de una relación estratégica con EEUU a la concreción de bloques rupturistas a través de alianzas con Cuba, China, Rusia, Irán, movimientos islamistas, indigenistas, izquierdistas, antiglobalización, altermundialistas, progresistas, entre otros.

  1. Petróleo y poder en Venezuela

Gracias al petróleo, Venezuela pasó a ser un país periférico durante el siglo XIX y bien entrado el siglo XX a lograr insertarse en los mercados internacionales con un determinado peso geoestratégico. Esta condición se vio especialmente definida a partir de 1942, cuando Venezuela comenzó a emerger como un actor energético de importancia y un surtidor petrolero vital para el esfuerzo bélico de EEUU y los aliados en la II Guerra Mundial.

Definida así una orientación geopolítica «atlantista» cabe destacar la neutralidad diplomática venezolana que le ha permitido convertirse en un actor versátil en diversos foros internacionales independientemente de su condición ideológica y política. Así lo ha sido en sus actuaciones desde mediados del siglo XX a través del Movimiento de los No Alineados, la visión del «tercermundismo» y su vocación de integración hemisférica.

2.1. La «Venezuela saudita»: un «Estado mágico» lastrado por las crisis

Como se mencionó al principio, Venezuela experimentó entre 1830 y 1940 la transición de una economía agropecuaria, principalmente basada en la producción de café y cacao, a una economía rentista petrolera. En 1926, por primera vez las exportaciones de petróleo superaron a las de café y cacao.

Hasta la asunción del petróleo como motor del desarrollo, Venezuela mantuvo la condición de economía periférica dentro de la puja de poder por parte de las grandes potencias industriales (EEUU, Europa) por controlar mercados de materias primas. De este modo, Venezuela no tenía un modelo de desarrollo propio similar al de países como México, Brasil o Argentina, con industrias más desarrolladas conectadas a los grandes mercados internacionales.

En un período muy breve de tiempo (1940-1970), Venezuela se transformó de un país agrario y rural a uno urbano y petrolero, lo cual generó desajustes y disparidad de desarrollo socioeconómico urbano-rural ante el éxodo hacia las ciudades. Esto provocó un sobredimensionamiento urbano, dificultades en la planificación de viviendas y marginalización social que progresivamente fue procreando niveles de inseguridad ciudadana.

Venezuela fue, junto con Arabia Saudita, miembro fundador en 1960 de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Esta condición verificó el enorme peso que tiene el sector petrolero en la economía venezolana: a pesar de las recientes crisis económicas y de la caída en la producción en los últimos años, para abril de 2025, el sector petrolero representaba aproximadamente el 15% del PIB venezolano.

Aunque esta cifra ha fluctuado históricamente el petróleo sigue siendo el principal generador de divisas para el país, contribuyendo con alrededor del 95% de los ingresos, entre los que destacan igualmente otros sectores derivados como petroquímica y el gas natural, además de la minería. Las exportaciones petroleras constituyen alrededor del 80% de las exportaciones totales de Venezuela. El petróleo financia aproximadamente el 49% del presupuesto nacional.

El imaginario social y cultural venezolano le ha otorgado al petróleo, coloquialmente identificado como el «oro negro», un carácter mítico y mágico como herramienta de progreso y desarrollo, una especie de «El Dorado» de desarrollo que anuncia un futuro esperanzador. Esa idealización de la «Venezuela saudita» ha estado presente en diversos momentos de la realidad política y socioeconómica venezolana, aunque las crisis económicas y la polarización sociopolítica de las últimas décadas ha condicionado esta visión idealista.

Si bien no se debe descartar que otros factores como las sanciones económicas de EEUU y la Unión Europea desde 2014 y la salida de algunas empresas petroleras han afectado la producción, la recuperación económica del país sigue ligada a este sector.  Pero esta realidad no ha escapado a las alteraciones no sólo del mercado sino de la evolución productiva venezolana: En 1999, Venezuela producía 3,5 millones barriles diarios (b/d). Para 2025, esta cifra está en 900.000 b/d. Esto supone un colapso del 74% de su producción, un factor que se puede explicar a priori por errores de planificación estratégica, escasez de inversiones en infraestructuras, corrupción administrativa y sanciones exteriores.

La Plataforma Deltana, unos 233 km esparcidos en el Delta del río Orinoco, otorga a Venezuela la condición de ser el país con mayores reservas de petróleo probadas a nivel mundial (304.000 millones de barriles) Una tabla comparativa de reservas realizada por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) indica que Venezuela lidera esta clasificación con 925 años de reserva de crudo, muy por encima de otros grandes productores como Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Libia y Nigeria, entre otros.

La excesiva dependencia del petróleo ha generado una escasa diversificación de la productividad económica en Venezuela.  A esto debe sumarse la crónica preponderancia de las importaciones, principalmente bienes de lujo, lo cual suele crear desajustes en la balanza de pagos y frecuentes devaluaciones monetarias. En las últimas décadas, la economía venezolana ha experimentado índices de hiperinflación que denotan la atrofia de un Estado sobredimensionado por el gasto público, lo cual ha motivado a que una antaño sólida clase media con notable poder adquisitivo experimentara un progresivo declive ante las constantes crisis económicas.

El desaparecido académico venezolano Fernando Coronil formuló la noción del «Estado mágico», como mirada desde la cual aproximarse a desentrañar los procesos mediante los cuales se ha construido un modelo de Estado en Venezuela «como agente trascendente y unificador de la nación». La aparición del petróleo en Venezuela crea una especie de cosmogonía: la riqueza petrolera tuvo la fuerza de un mito, gracias al petróleo era posible pasar rápidamente del retraso a un desarrollo espectacular. En estas condiciones se constituye un Estado «providencial» que «no tiene nada que ver con nuestra realidad», sino que, por el contrario, se saca del sombrero de un prestidigitador. El Estado «petrolero» como brujo magnánimo capaz de lograr el milagro del progreso

Con la Revolución Bolivariana, Venezuela ha reforzado esta condición de Estado rentista petrolero. El Estado recuperó su sitial en el centro de la escena nacional. Este, con su renta petrolera –según el discurso oficial–, tendrá nuevamente la capacidad de llevar a la sociedad venezolana hacia el progreso y la abundancia. A estas relaciones ya tradicionales entre «Petro-Estado» y sociedad se añade ahora un nuevo y esencial componente. En ausencia de un debate crítico sobre la experiencia del socialismo del siglo XX, se declara como meta del proceso bolivariano el «socialismo del siglo XXI», y se postula la necesidad de un partido único de la revolución. Con esto, a pesar del contenido de la Constitución, tiende a asociarse socialismo con más Estado. Las empresas estatizadas pasan, por ese solo hecho, a ser denominadas «empresas socialistas». El «Petro-Estado» se convierte así en la vanguardia que dirige la transformación social y su fortalecimiento deviene en expresión del avance de la «transición hacia el socialismo».

El «chavismo» ha recreado la aspiración de redistribución de la riqueza petrolera entre las clases populares, reforzando la naturaleza del «Petro-Estado» rentista y asistencialista que genera riqueza y ascenso social gracias al petróleo. Esto ha profundizado aún más prácticas de poder cada vez más estructurales como el clientelismo.

  1. De recibir inmigrantes a procrear emigrantes

Desde 1950, el acelerado crecimiento económico y la modernización urbana de Venezuela atrajo a una prolífica inmigración, principalmente europea pero también latinoamericana, asiática y africana, un factor que ha redibujado el mosaico étnico, racial y cultural venezolano.

No obstante, las crisis políticas y económicas a partir de 2000 han configurado una nueva realidad: de ser un país receptor de inmigrantes, Venezuela fue progresivamente convirtiéndose en un país emisor de emigrantes.

Venezuela alberga 28,1 millones de habitantes (2024). Cifras de ACNUR y del Observatorio de la Diáspora Venezolana estiman que entre 7.9 y 9.1 millones de venezolanos han emigrado de Venezuela en los últimos años, buscando protección y mejores condiciones de vida. La mayoría de estos emigrantes venezolanos se han instalado en Colombia, Brasil, España, Portugal, Italia y EEUU.

La emigración venezolana alcanza aproximadamente el 28% de la población total venezolana, una franja etaria entre los 18 y 55 años. De este modo, la emigración venezolana se ha convertido en uno de los problemas humanitarios más acuciantes a nivel mundial, incluso comparado en magnitud con otras crisis provocadas por conflictos bélicos como son los casos de los refugiados sirios (2015) y ucranianos (desde 2022)

Al mismo tiempo, la emigración ha definido la configuración de una diáspora venezolana en todos los continentes, con redes de asociaciones en el exterior. Toda vez su naturaleza define una determinada posición política, principalmente contraria al «chavismo», la diáspora venezolana se asume igualmente como un activo importante con capacidad de interlocución para el desarrollo socioeconómico y el futuro del país.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Bibliografía recomendada

Arturo Uslar Pietri. «Sembrar el petróleo», editorial en el diario Ahora, 14 de julio de 1936.

Fernando Coronil. El Estado mágico: naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela (1989)

John V. Lombardi. Venezuela: la búsqueda del orden; el sueño del progreso, Editorial Crítica, 1982.

Rómulo Betancourt. Venezuela. Política y Petróleo (1948).

©2025-saeeg®

LA GEOPOLÍTICA DE LA SOJA: LA TRAMPA DE LA ALINEACIÓN ARGENTINA CON EE. UU. Y EL IMPACTO DE LA INJERENCIA FINANCIERA EN LA POLÍTICA INTERNA

Introducción: la soja como tablero geopolítico

La soja se ha transformado en mucho más que un cultivo o un commodity agrícola: constituye un factor estratégico de poder en la geopolítica mundial. En este escenario, Argentina, Brasil, Estados Unidos y China se posicionan como los principales actores, disputando influencia económica y control de mercados. No obstante, las recientes decisiones políticas y financieras adoptadas por el gobierno argentino muestran una creciente dependencia hacia los Estados Unidos, lo que podría estar debilitando su posición competitiva en el mercado asiático y afectando el ingreso de divisas genuinas al país[1].

La competencia por el mercado chino

De acuerdo con el informe «Cadenas de Valor Oleaginosas: Soja» elaborado por la Secretaría de Gobierno de Agroindustria, Argentina y Brasil concentraban más del 80% de las exportaciones de poroto y derivados de soja hacia China. Este liderazgo se consolidó durante la guerra comercial entre Estados Unidos y China (2018–2020), cuando las restricciones arancelarias impuestas por Washington impulsaron a Pekín a diversificar sus fuentes de aprovisionamiento, favoreciendo a los países sudamericanos.

Sin embargo, Bloomberg Línea[2] advirtió que la recuperación de Estados Unidos como actor clave en la exportación de soja a China amenaza el espacio conquistado por las economías del Cono Sur. Mientras Argentina y Brasil intentan sostener su participación en el mercado, la reactivación de los acuerdos bilaterales entre Washington y Pekín está modificando el equilibrio comercial regional.

El nuevo acuerdo entre EE. UU. y China: un golpe al Cono Sur

El reciente anuncio de que Estados Unidos exportará 12 millones de toneladas de soja a China, resultado de la reunión entre Donald Trump y Xi Jinping en Corea del Sur, marca un punto de inflexión geopolítico y económico[3] (3). Este acuerdo restablece las exportaciones agrícolas norteamericanas que habían sido suspendidas durante la guerra comercial y reduce el espacio de maniobra de los exportadores argentinos.

La reactivación de la relación comercial sino-estadounidense implica que China reasigne parte de su demanda hacia Estados Unidos, desplazando a proveedores alternativos como Argentina. Esta dinámica conlleva una probable contracción en la entrada de divisas al país, con impacto directo en las reservas internacionales y en la estabilidad macroeconómica.

La trampa de la alineación con Washington

En el plano político y financiero, esta tendencia revela una dependencia creciente de la Argentina respecto del poder económico estadounidense. La influencia de entidades como JP Morgan, que participan activamente en la estructuración de la deuda pública y en la orientación de la política económica argentina, limita la soberanía nacional en materia de decisiones estratégicas.

Esta injerencia financiera tiene consecuencias prácticas en el sector agroexportador: la volatilidad cambiaria, el encarecimiento del crédito y la falta de estímulos fiscales afectan la competitividad del complejo sojero argentino. Al alinearse con Washington, el país pierde capacidad de negociación frente a China, su principal comprador, y se expone a un escenario de dependencia estructural.

Consecuencias económicas y geopolíticas
  1. Pérdida de divisas: la reducción del volumen exportado a China disminuye el ingreso de dólares genuinos, acentuando la escasez de divisas y la presión sobre la balanza de pagos.
  2. Desplazamiento regional: Estados Unidos recupera terreno en el mercado asiático, reduciendo la participación de Argentina en aproximadamente entre 15 y un 20 % según estimaciones de organismos técnicos.
  3. Dependencia financiera: la subordinación de la política económica nacional a actores financieros extranjeros erosiona la autonomía del Estado argentino.
  4. Erosión de soberanía: la alineación con Washington restringe la posibilidad de implementar una política exterior comercial autónoma y equilibrada.
Conclusión: entre la soberanía económica y la dependencia financiera

La geopolítica de la soja ilustra la tensión entre soberanía económica y dependencia financiera. Si bien Argentina posee ventajas comparativas notables en la producción oleaginosa, su alineación con los intereses geoestratégicos de Estados Unidos y la influencia de bancos de inversión como JP Morgan en la política económica interna amenazan con desplazar al país de su rol estratégico en el comercio mundial de soja.

El desafío radica en reconstruir una política de inserción internacional autónoma, que priorice los intereses nacionales, fomente la diversificación de mercados y fortalezca el vínculo con los socios comerciales de Asia, especialmente China. En caso contrario, la «trampa» de la alineación con Estados Unidos podría traducirse no solo en la pérdida del mercado chino, sino también en la renuncia silenciosa a la soberanía económica argentina.

 

* Licenciado en Seguridad. Especialista en Análisis de Inteligencia y Maestrando en Inteligencia Estratégica Nacional, con experiencia en estrategia, geopolítica, tasalopolítica, producción de información, así como en Seguridad y Protección de Infraestructuras Críticas.

 

Referencias

[1] Secretaría de Gobierno de Agroindustria. (2019). Cadenas de Valor Oleaginosas: Soja (Informe de septiembre 2019). Buenos Aires: Ministerio de Producción y Trabajo, https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sspmicro_cadenas_de_valor_soja.pdf

[2] «Brasil y Argentina ganan terreno como exportadores de soja a China mientras EE.UU. retrocede». Bloomberg Línea, 12/06/2024, https://www.bloomberglinea.com/mundo/estados-unidos/brasil-y-argentina-ganan-terreno-como-exportadores-de-soja-a-china-mientras-eeuu-retrocede/.

[3] «Estados Unidos enviará 12 millones de toneladas de soja a China en un acuerdo que redefine el comercio agrícola». Infobae, 30/10/2025, https://www.infobae.com/america/mundo/2025/10/30/estados-unidos-enviara-12-millones-de-toneladas-de-soja-a-china-en-un-acuerdo-que-redefine-el-comercio-agricola/.

 

©2025-saeeg®

 

MADURO, TRUMP Y UNA «BAHÍA DE COCHINOS 2.0»

Roberto Mansilla Blanco*

Meses de táctica intimidatoria, presiones y ambigüedades dialécticas por parte de Donald Trump mientras aumentaba acciones militares «antinarcóticos» en el Mar Caribe que progresivamente se han instrumentalizado en acciones operativas orientadas a un eventual cambio de régimen en Venezuela, dan a entender que la crisis que actualmente se está llevando a cabo entre Washington y Caracas parece encaminarse hacia un escenario de colisión, a priori, inmediato e irreversible.

El pasado 22 de noviembre, aerolíneas estadounidenses y europeas anunciaron la preventiva suspensión de vuelos directos a Venezuela ante el aumento de la presencia militar estadounidense en el Caribe. Recomendaciones similares de cautela giró Washington con respecto a su personal diplomático y profesional establecido en Venezuela.

Con anterioridad, Trump autorizó a la CIA realizar operaciones encubiertas contra el presidente venezolano Nicolás Maduro, lo cual confirma su pretensión de conocer el terreno con mayor exactitud vía trabajo de inteligencia. Por otro lado, medios estadounidenses filtraron informaciones sobre una posible oferta de Maduro a Trump para dejar el poder y exiliarse en Turquía, rechazada oficialmente por la Casa Blanca.

A pesar de la escalada militar, Trump ha anunciado que no descarta la vía de negociación con Maduro, un escenario que implica una negociación entre varios actores, dentro y fuera de Venezuela que, eventualmente, podría arrojar pistas en torno a una posible transición pactada de poder en Caracas, buscando evitar contextos conflictivos.

No obstante, la tensión se ha elevado ante el anuncio este 24 de noviembre por parte de Washington de etiquetar oficialmente de «terroristas» a Maduro y al controvertido Cártel de los Soles, una directriz que parece definir una nueva fase en la estrategia de Trump, ahora bajo la denominación oficial de «Lanza del Sur», pero hasta ahora condicionada por los vaivenes de una escalada de tensiones que, en el fondo, revela interrogantes e incluso incongruencias sobre cuál es la verdadera estrategia de Washington con respecto a Venezuela.

El papel de Marco Rubio y la crisis del MAGA

En la escalada de tensiones entre Trump y Maduro destaca igualmente el papel del secretario de Estado Marco Rubio, cuyo objetivo estratégico es romper el eje Cuba-Venezuela. El medio estadounidense Político asegura que Rubio encabeza la campaña de presión de Trump para forzar la salida de Maduro en la que se incluirían ataques aéreos selectivos, buques de guerra y hasta 15.000 tropas estadounidenses posicionadas cerca de la región bajo la narrativa de una «guerra contra los cárteles».

El verdadero objetivo sería un cambio de régimen en Venezuela que, visto en términos políticos e incluso hasta electorales a mediano plazo, buscarían mejorar la imagen de Trump, muy golpeada recientemente en las encuestas, así como también del propio Rubio, especialmente entre la comunidad de exiliados venezolanos y cubanos en Florida. El primer test electoral del «trumpismo 2.0» instalado en la Casa Blanca serán las elecciones del mid-term en noviembre de 2026, donde se renovarán el Congreso y un tercio del Senado.

Estos intereses políticos en torno a la crisis con Venezuela ocurre igualmente en un contexto de divisiones dentro del «movimiento MAGA» de Trump en EEUU, lastrada por la polarización interna tras la defección de Marjorie Taylor Greene, una de las principales bazas de apoyo a Trump. Existen aristas ideológicas y de movilización de liderazgos que comienzan a distanciarse del propio presidente estadounidense. Por otro lado, no existe un consenso político entre republicanos y demócratas sobre la necesidad de intervención militar en Venezuela.

Esta crisis interna del «MAGA» observa una estrategia poco esclarecedora sobre cómo afrontar el «tema Venezuela». Un fracaso o un desenlace caótico de la crisis con Venezuela pondría en riesgo esta base política, especialmente entre votantes aislacionistas del movimiento MAGA, colocando en una difícil posición a una presidencia de Trump que comienza a observar un tímido resurgir de la oposición, especialmente tras la reciente victoria electoral de Zohran Mamdani en la Alcaldía de Nueva York.

Del mismo modo, si la campaña punitiva contra Maduro se vuelve estéril y Trump apuesta por negociar con él una especie de transición pactada de salida de poder y exilio toda vez que Washington se asegura el retorno firme de las multinacionales estadounidenses al mercado energético venezolano, la posición de Rubio se vería igualmente en riesgo al no poder explicar por qué este amplio despliegue militar no produjo resultados políticos tangibles y deseosos para varios sectores de la «línea dura» tanto del MAGA como del Partido Republicano, ansiosos de por desalojar a Maduro del poder.

¿Sobrevivirá Maduro a una «Bahía de Cochinos 2.0»?

La oficialmente denominada operación antinarcóticos en el Mar Caribe impulsada por Washington supone la mayor movilización militar en el Caribe probablemente desde la crisis de los misiles de Cuba de 1962.

Continuando con las comparaciones históricas, este escenario podría igualmente amparar la posibilidad de reproducción de una especie de «Bahía de Cochinos 2.0», realizando una comparativa con la operación llevada a cabo contra Cuba en 1961 por exiliados cubanos y la CIA apoyados por la administración Kennedy.

Ante este intrigante escenario no se debe descartar que sus consecuencias podrían implicar efectos contraproducentes para la estrategia de Washington. Por un lado, y al igual que sucedió en 1961 con el recién instaurado régimen socialista en Cuba, el eventual fracaso de una operación «Bahía de Cochinos 2.0» de 2025 contra Venezuela podría significar una perspectiva de consolidación del poder de Maduro, ahora instrumentalizada en términos de relato «soberanista y revolucionario» que le permita consolidar un sello personal y político dentro del «chavismo».

El uso punitivo de la fuerza por parte de Washington busca otra salida: la puesta en marcha de una transición pactada entre las elites del poder en Caracas y los actores exteriores con peso decisivo en los asuntos venezolanos, principalmente en los casos de EEUU, Rusia y China y, en menor medida, Brasil y Colombia.

En este último caso, el presidente colombiano, el izquierdista Gustavo Petro, ha sido igualmente señalado por Trump dentro de esta campaña militarista «antinarcóticos» en el Caribe, aspecto que le habría obligado al mandatario colombiano adoptar una prudente distancia en lo relativo a su tradicional apoyo a Maduro y ante lo que pueda suceder en Venezuela. Por su parte, el presidente brasileño Lula da Silva ha mantenido su tradicional posición de rechazar la violencia y apostar por la negociación.

Así mismo, la tensión entre EEUU y Venezuela determina un respectivo pulso de legitimidades entre los actores involucrados. Toda vez que le favorece el giro hacia la derechización en América Latina por la vía electoral (Bolivia, Ecuador, Argentina, posiblemente Chile), Trump necesita consolidar un triunfo internacional que desvíe la atención de las tensiones internas en EEUU, ya anteriormente mencionadas.

En el caso venezolano, Maduro, simbólicamente entronizado como «el hijo de Chávez», su sucesor no sólo en el poder sino en el devenir del proceso revolucionario, busca hacer realidad el viejo sueño de su «padre político»: resistir el asedio del «Imperio del Mal» estadounidense, independientemente si la misma conlleva una acción militar. Un episodio que, si bien no es exactamente comparable con la histórica invasión de «Bahía de Cochinos», sería convenientemente aprovechado por Maduro para instrumentalizar una narrativa heroica propia que le permita fortalecer su imagen y la de su estructura de poder.

Entran en esta ecuación algunos aspectos que no se deben pasar por alto y que podrían beneficiar a Maduro. Si bien es cierto que existe un portentoso despliegue militar estadounidense, es evidente la disparidad en el equilibrio de fuerzas en relación con Venezuela, en este caso obviamente favorable a EEUU, son escasos los indicios que confirmen la posibilidad de que Trump tenga decidida una invasión terrestre para desalojar del poder a Maduro, bajo el argumento de la amenaza del narcotráfico, siguiendo un guion similar al de la invasión a Panamá de 1989.

Diversas fuentes estiman en 15.000 los marines establecidos en este despliegue militarista estadounidense en el Caribe, ampliados con una logística naval y comunicativa de alto nivel, con nueve buques de guerra. No obstante, es preciso resaltar que esta cifra es insuficiente para invadir un país, Venezuela, de casi un millón de kilómetros cuadrados, 3.000 kilómetros de costa con el Mar Caribe, aproximadamente 30 millones de habitantes y una Fuerza Armada que, si bien observa condiciones de cierta precariedad si lo comparamos con sus homólogos estadounidenses, cuenta con más de medio millón de efectivos y el apoyo logístico y de entrenamiento de potencias militares como Rusia, China e Irán.

Los rumores constantes y las idas y venidas de la estrategia diletante de Trump dan a entender que, más allá del hecho de que la invasión «esté sobre la mesa», no existe una estrategia definida y efectiva ni mucho menos una «quinta columna» dentro de Venezuela capacitada operativamente para apoyar esta invasión exterior que permita derrocar a Maduro. No se percibe quiebra ni en el Alto Mando de la FANB ni en los mandos medios, así como tampoco en las altas esferas del poder ni en los cuadros políticos y burocráticos del oficialismo. Lo que se observa es un «atrincheramiento» dentro del «chavismo-madurismo», en actitud expectante hacia lo que realmente pretende Trump.

Si bien es cierto que predomina una tensa calma y la consecuente incertidumbre y expectación hacia lo que puede ocurrir toda vez que se activan de manera disuasiva los mecanismos de seguridad oficiales, hoy en día las calles de Caracas distan notablemente de observar un clima de efervescencia política o de paranoia social ante una inminente invasión.

Por otro lado, la oposición venezolana está prácticamente desaparecida, por mucho que María Corina Machado, galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2025 que irónicamente apoya la intervención militar estadounidense en su país, se esfuerza hasta la saciedad desde la clandestinidad por hacer un llamado a la rebelión militar incluso anunciando un gobierno de transición donde ya ha sellado las claves de la nueva relación con Washington vía beneficios de inversiones petroleras y de otros recursos minerales estratégicos. Machado prometió generar US$ 1,7 billones en los próximos 15 años a través de la privatización de la industria petrolera.

Por otro lado está el eje Cuba-Venezuela que Rubio ansía desarticular en aras de procrear transiciones políticas en ambos países. De acuerdo con el economista cubano Pavel Vidal, la isla caribeña perdería el 7,7% del PIB si deja de recibir petróleo venezolano. No obstante, los expertos especulan con que la cúpula militar cubana difícilmente se encamine a destruir el sistema del que es la piedra angular, con riesgo incluso de desaparecer en caso de que esto suceda.

En respuesta a la puesta en escena militarista de Trump, Maduro ha hecho lo mismo en las calles venezolanas vía extensión de la Milicia Popular Bolivariana. El número de efectivos es lo de menos; lo importante es el mensaje en clave política. Y no es exactamente dirigido hacia Trump sino más bien ante cualquier posibilidad de disidencia política y militar dentro del régimen venezolano, y ante la posibilidad de acciones sediciosas opositoras aparentemente amparadas desde Washington.

Como imagen propagandística ante la sociedad venezolana y la comunidad internacional a la hora de reflejar quién «está al mando», Maduro está aprovechando la crisis en términos políticos, reorganizando las estructuras de poder vía consejos comunales populares y organizaciones sindicales y trabajadores. Con ello, Maduro busca recuperar la noción «chavista» del «pueblo armado en las calles», de la «revolución pacífica pero armada», del «poder popular vía Comuna» que tanto explayaba Chávez en sus discursos.

Tras varios años de cierto ostracismo, la Milicia Popular, formalizada como una especie de «guardia pretoriana» del chavismo, ha retomado su protagonismo en este 2025 de rumores de invasión estadounidense.

La realpolitik entra en escena

Mientras el despliegue militar estadounidense toma posiciones en el Mar Caribe muy cerca de las costas venezolanas se filtró la información de una negociación directa entre Trump y el presidente ruso Vladimir Putin para alcanzar un eventual plan de paz en Ucrania.

En esta ocasión aparentemente más receptivos, Europa y la OTAN no han desaprovechado la ocasión para mostrar su malestar e incluso incredulidad ante un pacto Trump-Putin en el cual quedan visiblemente fuera del centro de decisión.

Aquí vuelve a entrar en juego la realpolitik. El ultimátum de Trump al presidente ucraniano Volodymir Zelenski para aceptar este plan de 28 puntos que beneficia claramente a Rusia, evidencia la impaciencia de Washington, ansiosa de tener menos ataduras en el exterior para intentar definir una salida efectiva a la crisis con Venezuela, especialmente con la finalidad de neutralizar la posibilidad de una intervención rusa dada su alianza con Maduro. Es pertinente considerar que estos contactos informales entre Trump y Putin sobre Ucrania en medio de la crisis de EEUU y Venezuela definen equilibrios colaterales que muy probablemente influirán en lo que pueda suceder en Venezuela.

Si la escalada de tensiones aumenta, Trump podría ensayar en Venezuela lo que en 2017 hizo contra la Siria entonces gobernada por Bashar al Asad (hoy exiliado en Moscú) ordenando en este caso una serie de ataques quirúrgicos y concretos contra instalaciones militares venezolanas lanzadas desde portaaviones estadounidenses, en este caso en el Mar Caribe.

No deja de ser curioso que Trump acaba de recibir en la Casa Blanca al «sucesor» de Bashar al Asad en el poder en Siria; el ex yihadista Ahmed al Shara’a, un personaje por el que una vez Washington llegó a pedir una recompensa de US$ 10 millones por su captura «dead or alive». Una recompensa menor a los US$ 50 millones que ha pedido la Casa Blanca por Maduro con la intención de provocar una sedición militar y una rebelión popular en Caracas, hasta ahora inexistente, pero que se convierta en un bálsamo para «blanquear» las expectativas de intervención militar por parte de Washington.

Más allá de la escalada ruidosa de rumores y de la escasez de confirmaciones informativas, de salir airoso de esta crisis, una posibilidad que cobra fuerza mientras el tiempo pasa sin observarse novedades concretas, Maduro estaría por consolidar su poder incluso «legitimando» su presidencia, despejando así las acusaciones sobre el fraude electoral en las elecciones presidenciales de julio de 2024.

Por otro lado, un Trump acosado por la caída de popularidad, los rumores en torno al escándalo Epstein, el coste social y económico del cierre durante más de 40 días del gobierno federal y la crisis interna en el MAGA, se vería políticamente expuesto en caso de escenificarse una infructuosa aventura militar caribeña del que existe más ruido que certezas y que lleva ya cuatro meses de duración desde la puesta en marcha en agosto pasado de la operación «antinarcóticos».

Ante este escenario propio que podríamos denominar «Bahía de Cochinos 2.0», Maduro muy probablemente buscará imponer su sello personal y político especialmente dentro del «chavismo» que sigue comparándolo, en algunos casos con suspicacia, con el «Comandante Eterno» Hugo Chávez. Resistir, con concesiones o sin ellas, supone para «el Hijo de Chávez» ganar esta partida de póker con Trump y consolidar al «madurismo» como la estructura de poder absoluto en Venezuela.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

©2025-saeeg®