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ESTADOS UNIDOS: SISTEMA POLÍTICO Y PODER DISCURSIVO EN TIEMPOS DE ELECCIONES Y CRISIS

Gleydis Sanamé Chávez*

Imagen de Prawny en Pixabay

Por años los estudios teóricos de la comunicación han confirmado, tras el constante devenir de corrientes y escuelas, la importancia de los medios de comunicación masiva en el engranaje de los sistemas políticos de los estados, e incluso, más allá de las fronteras de los mismos.

Estados Unidos de América (EE.UU) exhibe una larga, sólida y hasta elogiada historia; representa una nación de trascendentales hitos políticos: colonización, racismo, esclavitud, sangre, dinero, chantajes, ilegalidad, gloria, éxito, libertad, etc.; sin embargo, la mayoría constituye el resultado de profundos y bien meditados trabajos de convencimiento.

No debe olvidarse cómo ya desde temprana edad nacional, hacia 1828, Andrew Jackson, el séptimo presidente de dicho país, experimentó, como aspirante, la articulación por vez primera de una campaña electoral (Sánchez-Parodi, 2014: 43), donde los resultados exhibieron un aumento al doble, del número de votantes de años anteriores.

Una consecuencia de dichas acciones de Jackson fue la conformación, sin antecedentes, de partidos políticos en el país, pero también, y no debe ser obviado, la conformación embrionaria de pequeños medios de comunicación a disposición de los intereses de las diversas posiciones, lo cual tejió el fundamento de lo que sería la actual y monstruosa maquinaria de discursos en función de alianzas.

La guerra mediática entre Pulitzer y Teodore Herlz a fines del siglo XIX; las campañas de convencimiento popular para la entrada de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial; los mensajes lanzados para justificar los ataques a Pearl Harbor en 1941; la propaganda antisoviética; la entronización del Macartismo; la justificación ante la opinión pública de hechos como la guerra en Vietnam, el golfo Pérsico, Afganistán, Iraq, Libia o Siria; y hasta las exorbitantes inversiones económicas sobre intereses partidistas, son ejemplos de lo que devino de aquel experimento político.

Tratándose de un fenómeno transversal y complejo en dicha realidad nacional, vale la pena disertar sobre el mismo; por ello, teniendo en cuenta el importante papel instrumental de los Medios de Comunicación Masiva en el alcance de objetivos políticos, el presente estudio intentará dilucidar cómo se manifiesta la relación medios de comunicación – opinión pública – poder político en los Estados Unidos.

Discurso mediático: arte de supervivencia

Michel Foucault (1992) en una intervención académica en el Collége de France, dijo que “el discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él, revelan muy pronto… su vinculación con el deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso —el psicoanálisis nos lo ha mostrado— no es simplemente lo que manifiesta el deseo; es también lo que es el objeto del deseo; y ya que —esto la historia no cesa de enseñárnoslo— el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse” (Foucault, 1992: 6).

A través de los siglos, los medios de comunicación han conquistado un puesto medular en la gestión y consolidación del poder en los distintos estadios sociales y para las clases en regencia. En el mismo sentido en que la Iglesia Católica de Roma, durante el Medioevo, hizo de los periódicos y anuncios un mecanismo de proliferación de fe y reafirmación de ésta en la conciencia social, o la Revolución Francesa trajo con el jacobinismo las gacetillas de inspiración revolucionaria y sentimiento de clase (burguesa), hoy hasta la publicación que se dice más neutral y objetiva es transversalizada por una cosmovisión, esparcida desde una ideología que busca afianzar un estatus.

El mecanismo más cimentado en el juego de los discursos, como legitimadores de una razón, es aludir a que el mensaje expresado es lo verdadero y el del contrario, lo falso. A propósito Foucault (1970) acota que “esta voluntad de verdad, como los otros sistemas de exclusión, se apoya en un soporte institucional… reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas como la pedagogía, como el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, como las sociedades de sabios de antaño, los laboratorios actuales. Pero es acompañada también… por la forma que tiene el saber de ponerse en práctica en una sociedad, en la que es valorizado, distribuido, repartido y en cierta forma atribuido” (Foucault, 1970: 10).

Con esta percepción “foucaultneana” de la parcialidad y mercantilidad del conocimiento, cabe destacar que la relación entre medios de comunicación y receptores es dialéctica, donde estos últimos no son entes pasivos sino que también tributan a la conformación de agendas.

La función primordial de dar a conocer, de los medios y del ejercicio del periodismo, se sostiene en la creciente necesidad por los destinatarios de la comprensión de los hechos que definen su existencia, de ahí la prestancia de un diseño claro para escoger los acontecimientos de interés para el público y la coincidencia de los deseos de este con los de los emisores.

Hernando Cuadrado plantea que “los hechos existen porque los publican los medios de comunicación” (Cuadrado, 2002: 262); afirmación a raíz de la cual la periodista Jessica Rivero en su Trabajo de Diploma inserta que “aunque algunos sucesos no cumplen los requisitos necesarios para ser de interés público, se convierten en noticia al ser seleccionados por los medios”. (Rivero, 2014:17)

A propósito, dicha autora agrega que los mismos “son un negocio, principalmente en sociedades de modelo económico capitalista, por lo tanto, se tienen que regir por variables del mercado. Deben priorizar algunos temas o acontecimientos por sobre otros. En esta jerarquización priman motivaciones inherentes a los partidos o gobiernos a los que responden, y no siempre cuestiones relacionadas con lo que realmente interesa a los destinatarios”. (Rivero, 2014:17)

Entonces, no escapa de ese mundo mostrado en noticias lo transversal de las percepciones del propio periodista, quien se convierte en constructor de una realidad que se pretende objetiva, cuando no es más que objetivada.

En igual sentido, Lorenzo Gomis concuerda que “en la gama de percepciones que se dan en la vida cotidiana hay que acotar la percepción periodística del entorno, pues lo que los medios escogen y montan es lo que laboriosamente forma la imagen periodística de la realidad que ellos ofrecen: su imagen del presente social”. (Gomis, 1991: 14)

Los medios de comunicación pueden llamarse articuladores de lo entendido como actualidad, desde el mismo momento donde se escoge qué noticias publicar y cómo, se incide en la caracterización de circunstancias.

Al fenómeno de conocimiento articulado entre los destinatarios se le conoce como opinión pública, definido por Elisabeth Noelle Neumann como “la opinión dominante que obliga a la conformidad de actitud y comportamiento, en la medida en que amenaza con el aislamiento al individuo disconforme o con la pérdida de apoyo popular al hombre político”. (Neumann, 1974: 44)

Mientras, para el filósofo italiano Antonio Gramsci: “La opinión pública es el contenido político de la voluntad política pública que podría ser discordante: por eso existe la lucha por el monopolio de los órganos de la opinión pública; periódicos, partidos, parlamento, de modo que una sola fuerza modele la opinión y con ello la voluntad política nacional, convirtiendo a los disidentes en un polvillo individual e inorgánico.” (Gramsci, 1976: 196)

Por ello, en todo el entramado de estudios de la comunicación se ha establecido una relación prácticamente inmutable: la del discurso mediático con la ideología y el poder político.

A todo lo anterior se suma la existencia de estrategias discursivas, las cuales se emplean para lograr en la opinión pública la influencia anhelada con los mensajes. ¿Modos de llevarlas a cabo?:

  • Los temas (macroestructuras semánticas) organizan globalmente el significado del discurso. Las proposiciones relevantes serán colocadas en una posición más alta, en la jerarquía del modelo, que las proposiciones menos importantes.
  • Los esquemas discursivos (superestructuras, esquemas textuales) organizan primariamente las categorías convencionales que definen la entera «forma» canónica de un discurso, y por tanto parecen menos relevantes para la construcción de modelos. (Titulares y conclusiones, por ejemplo)
  • El estilo. Las estructuras léxicas y sintácticas de superficie son susceptibles de variar en función del contexto.
  • Los recursos retóricos como los símiles, las metáforas, los eufemismos, etc., al igual que los esquemas globales, no influencian directamente el significado. Más bien lo hacen resaltar o lo difuminan, y con ello también la importancia de los acontecimientos en un modelo. (Van Dijk, 1997: 32)

A propósito de dicha correspondencia entre los mensajes y los intereses políticos, Louis Althusser[1], heredero de la filosofía marxista, en su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado (1969), establece que la ideología es esparcida por el Estado a través de lo concebido como Aparatos Ideológicos del Estado, que incluye: sistema de las distintas iglesias; sistema de escuelas públicas y privadas; familia; sistema jurídico; sistema político – formado por los diversos partidos-; sindicatos; medios de comunicación; sistema cultural (literatura, artes, deportes, etc.)

El concepto de ideología que este autor instaura se vincula con la noción gramsciana de hegemonía. La definió como “el terreno de la lucha por el control de los significados (…) el campo de la lucha por la conquista de la hegemonía en el terreno de las representaciones simbólicas.”

A todo ello se vinculan las nociones de sistema político, legitimación y consenso, así como una gran resultante: la estructura de medios como un subsistema dentro del político.

Para el reconocido historiador e investigador cubano Dr. Ernesto Domínguez López “el sistema político, el económico, el simbólico y la estructura sociodemográfica son subsistemas de la sociedad en su conjunto, del complexus cultural”; sobre el sistema político específicamente apunta que es “complejo, dinámico, adaptativo y abierto. Es el subsistema formado por las relaciones específicamente políticas, la gestión del poder, y se interpenetra con sus homólogos económico, jerárquico y simbólico[2].

Igualmente, agrega que “el sistema político está abierto a las influencias del medio en el cual existe, y está integrado por una amplísima y diversa red multidimensional de relaciones entrecruzadas e implicadas, de la cual participa una gran diversidad de agentes, con posiciones relativas diferentes dentro de un amplio ordenamiento jerárquico[3].

Vale aclarar que dentro de los agentes activos dentro del ordenamiento jerárquico están incluidos los medios de comunicación, incluso como actores definitorios en la reproducción del propio sistema político.

En relación con ello, Domínguez López puntualiza quela incorporación de sectores crecientes de las poblaciones en las procesos políticos… hicieron necesario reforzar los mecanismos de legitimación de los regímenes políticos, incluyendo la resignificación e implementación de la representación[4].

Y es precisamente en ese proceso de legitimación y representación donde juegan papel los Medios de Comunicación; a propósito, en el año 1993, en su libro Ideología y Cultura Moderna, el estudioso británico John B. Thompson definió la legitimación como  “la acción de  manejar el discurso en el sentido que logre legitimar las relaciones de dominación existentes, busca la manera en que todo parezca normal y socialmente aceptado.” (Thompson, 1993: 30)

Dentro de esa voluntad emisora  de hacer coincidir puntos de vista en los receptores se impulsa intencionadamente la creación de un consenso, cuyo punto más elevado es el estado de normalidad perceptiva, donde la retórica y los puntos de narrativización crean una representación mental de la realidad social que propicia, a través de intereses y con el paso de los años, el fortalecimiento del sistema político.

Estados Unidos: medios y sistema político

Estados Unidos de América es una nación con gran número de emisores: periódicos, revistas, canales radiales, televisión, páginas webs, blogs o usuarios de redes sociales, que constantemente crean un inmenso número de contenidos; unos, cercanos a líneas políticas gubernamentales, otros, contrarios a estos, y algunos en puntos medios, ni conservadores, ni liberales.

En el ámbito de los estudios teóricos comunicológicos existe una disciplina nombrada Economía Política de la Comunicación que se encarga de investigar sobre los nexos entre medios de comunicación y empresas o emporios económicos, los niveles de concentración de aquellos en función de beneficios de privados, así como su conversión en actores políticos no formales al ser portavoces de intereses con prioridad para determinados poderes.

Acorde con los apuntes previos a este epígrafe, Bernadette Califano, de la Revista Mexicana de Opinión Publica afirma que “más allá de su lugar como intermediarios entre los hechos y las audiencias, los medios de comunicación son actores políticos con intereses particulares que se mueven en un campo atravesado por relaciones de poder… poseen un papel activo no sólo en la formación de la opinión pública, sino también en el desarrollo del proceso político. En este sentido… es posible rastrear algunas estrategias políticas trazadas por las empresas de medios de comunicación a partir del análisis de la selección, inclusión o exclusión de los acontecimientos en sus agendas mediáticas, y de la jerarquización y el tratamiento periodístico que reciben.” (Califano, 2015: 63)

Para demostrar esta tesis y llegar a una respuesta para el problema general de este escrito se impone la necesidad de exponer de manera general algunos datos sobre la relación en cuestión.

Primeramente, podemos decir en sentido general que, dentro el país más poderoso del mundo, la élite económica cada vez se imbrica más con la élite política; los sectores privados se agencian cada año llevar adelante el control de los órganos gubernamentales (ya sea a nivel estadual o federal), eslabón que significa un paso de avanzada, pues tributa a la garantía de control o actividad sobre la jurisdicción que pudiera otorgar ventajas corporativas[5].

Y, cíclicamente, al tomar cierta influencia sobre determinadas esferas de interés, se unen al apoyo financiero a determinados medios de comunicaciones que sean capaces primero de llevar mensajes de convencimiento sobre temas actuales “de interés”, y, segundo, en tiempos de comicios, preparar la opinión publica en función de determinado candidato por el cual dichas élites económico políticas se inclinan.

Teniendo siempre en cuenta que en Estados Unidos una campaña política no es nada sin una fuerte maquinaria mediática, y por consiguiente, una sólida financiación, Ana Isabel Segovia agrega que no podemos dejar de lado otras dos importantes formas de presión sobre el poder ejecutivo y legislativo: los lobbies y las contribuciones a las campañas de candidatos y partidos políticos. Por ejemplo, los datos de los que disponemos de las elecciones presidenciales de 1996 hablan de una donación de dos billones de dólares por parte de las corporaciones. En este sentido es interesante revisar la lista de los 400 contribuyentes más importantes que anualmente realiza la revista Mother Jones (desde el año 1996)[6].

Y continúa:En ella se dan cita empresarios, industriales y financieros de todos los sectores de la vida económica estadounidense, frecuentemente repetidos año tras año, aunque intercambiando sus posiciones[7]. Dos cosas llaman la atención a primera vista: la mayoría de las donaciones personales no se hacen a un solo partido, sino a ambos (aunque existan contribuciones únicamente a demócratas o republicanos), lo que pone de manifiesto no sólo cómo se «cubren las espaldas» salga quien salga elegido, sino también que esperan más o menos los mismos favores de marcos ideológicos supuestamente distintos.”

En la realidad especifica de los Estados Unidos, los medios con gran concentración de bienes, alcance, influencia discursiva y legitimidad social, son más que simples creadores y emisores de contenido intencionado, pasan a ser actores políticos; primero, por crear representaciones sobre el poder, y, segundo,  por el simple hecho de impactar en la agenda política a través del respaldo social otorgado a sus publicaciones, las cuales pueden convertirse en suntuosas proposiciones a debate.

Por ejemplo, como afirma Ana Isabel Segovia: “Cuanto más poder detente una empresa de medios de difusión tanto más tendrá que preocuparse el jefe de gobierno que llegue a disgustarla. Sus lobbies más importantes son la American Newspapers Publishers Association y la National Association of Broadcasters. Siguiendo esta regla, los resultados obtenidos son impresionantes: los periódicos han conseguido ser eximidos de leyes que regulan el trabajo infantil, o pagar aranceles a la importación de papel e impuestos favorablemente bajos; y los radiodifusores fueron capaces de detener la difusión del cable durante más de diez años y de obtener (como veremos) la progresiva desregulación del sector.” (Segovia, 2001: 89)

Otro ejemplo de influencia de las corporaciones mediáticas como actores políticos quedó expuesto en 1969 cuando Richard Nixon recibió de Hearst Corporation y otras seis compañías un trato donde le ofrecían darle apoyo a través de sus cadenas de transmisión si era capaz de eximirlos de la ley anti- monopolio; Nixon aceptó el acuerdo y la Ley de Protección de Prensa fue aprobada ese mismo año, lo cual le valió un extraordinario apoyo en la elecciones de 1972, a pesar del escándalo Watergate[8].

Otra realidad palpable del nivel de intromisión de los consorcios mediáticos en la actividad política lo constituye el alto número de proyectos de ley (sin aprobar) para reducir los costes de publicidad en campañas electorales.

Por ejemplo, en 1998 Clinton intentó llevar la propuesta a la Federal Communications Commission, tras hacer alusión en el Discurso sobre el Estado de la Nación, sin embargo, nada fructificó, la National Association of Broadcasters (NAB) acusó de anticonstitucional dicha aspiración por no estar a tono con la Primera Enmienda de la Constitución, cuyo texto hace referencia a la libertad de prensa[9].

A propósito, un momento cumbre, relativo al financiamiento de las campañas electorales, lo tuvo Barack Obama hacia 2008. Recordemos que el entonces candidato a presidente materializó con gran éxito, por vez primera, el empleo en campaña de las redes sociales digitales; para junio de dicho año su equipo comunicó no aceptar el dinero de los fondos federales equivalentes de acuerdo con lo establecido en la Ley Bipartidista de Reforma de Campaña (Electoral); según expertos dicho paso podría haber afectado los gastos directos de sus agentes a una cuantía de 170 millones de dólares, la idea para ellos era recaudar 500 millones, e incluso fue elevado a 750 millones. (Sánchez- Parodi, 2014: 177)

Pero las ambiciones de Obama implicaban poner las estrategias de las Redes Sociales en el centro de su campaña. Ya no sería un uso más de las mismas, sino un proyecto a través de ellas; no por cualquier cosa contrató al joven Chris Hughes[10], cofundador de Facebook, acto que demuestra como las grandes corporaciones mediáticas se unen a candidatos políticos y pasan a ser patrocinadores e ideólogos de proyectos discursivos con el objetivo explícito de impulsarlos al poder, cuyo logro implica recibir de vuelta el favor.

Esta campaña de Barack Obama puso de manifiesto las ventajas que involucra el buen manejo del llamado Marketing Político y Electoral[11], el cual ha tenido varias etapas en la historia de los Estados Unidos, la primera de ellas entre 1952 y 1960, que “se caracterizó por ser la primera vez que los dos principales partidos en disputa destinan presupuesto en la comunicación política, además de hacer uso de medios como la televisión, también implementaron conceptos del marketing comercial. Por ejemplo, John F. Kennedy fue uno de los primeros en aceptar aprendizaje de ciertas técnicas de actuación para desenvolverse de una manera adecuada en televisión, lo que se convirtió en una ventaja en su famoso debate televisado por Richard Nixon. Por otra parte, en 1956 se crearon los “spots negativos” los cuales se refieren a la idea de presentar el candidato contrario de forma negativa.” (Yanquen, 2017: 21)

Por su parte, tampoco debe asombrar, para los momentos actuales, el inesperado ascenso al poder en 2016 de Donald Trump, teniendo en cuenta que ha sido un hombre de shows televisivos, con gran número de seguidores y años de experiencia, con una imagen pública cultivada, cuyo éxito de campaña no solo se le debe a los temas que llevó a debate y a los eslóganes de los cuales se apropió, sino también al personaje mediático que ya era y al trabajo que, behind curtains, le propiciaron otros conglomerados de la información.

Donald Trump, el coronavirus y la guerra discursiva

Todas las administraciones de los Estados Unidos, independientemente de los denominadores comunes, han portado su sello distintivo. Unas más diplomáticas, otras más agresivas; unas con presidentes excelsos, otras donde los excelsos eran los Secretarios de Estado (como Kissinger) o los Vicepresidentes (como Dick Cheeney); unas dentro de conflictos magnánimos (como la de Roosevelt), otras inmersas en crisis mundiales donde el fuego no fue protagonista (como la de Kennedy).

Sin embargo, aunque tiene sus hechos característicos, la presidencia de Donald Trump ha llegado para destacar, como nunca antes, el papel de los medios de comunicación en la conformación de una imagen pública, de la idea de un discurso nacional, de la existencia de uno o varios enemigos, o de la inoperancia de los organismos internacionales; en esencia, en la consolidación de una percepción de un orden mundial como contrario a los intereses administrativos, cuando en realidad es una materialización de los mismos.

Desde las primeras campañas de Trump, mucho antes de ser presidente, habían comenzado los estudios al fenómeno discursivo que protagonizaba; desde entonces hacia acá, son numerosas las cuartillas que sobre el mismo han sido escritas. No obstante, varios teóricos de la comunicación han asociado y reconocen la consolidación de dos herramientas fundamentales con el arribo de este personaje a la Oficina Oval: las fake news o noticias falsas y la posverdad.

Ambos fenómenos no surgieron en los comicios que llevarían a un nuevo gobierno a la Casa Blanca, pero sí alcanzaron, junto a las campañas para el proceso del Brexit, características notables como en ningún otro momento: la falta de credibilidad en los medios oficiales y otros tipos de instituciones, el protagonismo cada vez mayor de las redes sociales y su asunción como vías de acceso a la información, y el descrédito constante de figuras políticas y sus gestiones gubernamentales.

La posverdad constituye la estrategia por la cual el discurso político se ampara en las sensibilidades populares y los sentimientos, trata de decir lo que el electorado quiere escuchar, apela a las decepciones como alternativa única y de desmontaje del discurso tradicionalista; es antigua, pero tomó mayor auge a raíz de la creciente crisis sistémica y sus afluentes, como la no gobernanza y la no representación.

El estudioso George Lakoff (2004) en su libro “No pienses en un elefante”, a decir de la investigadora Priscilla Muñoz Sanhueza (2017: 16): “explica que la ciudadanía más allá de votar por lo que se relaciona con sus intereses, lo hace por la identidad y los valores con los que se identifica, ya que se activa un determinado modelo de comprensión de la política. Según explica, los marcos son el modo desde el cual se ve el mundo y por lo tanto para que la verdad sea aceptada debe encajar con estos marcos, sino los hechos son desechados.”

Mientras, el Diccionario de Oxford, asume que el término posverdad se refiere a “pertenecer a un tiempo en el cual el concepto especificado se ha vuelto insignificante o irrelevante”; algo así como que la verdad no es el centro de interés. (Muñoz Sanhueza, 2017: 17)

Entendiendo desde una relación teórico-práctica lo anteriormente expuesto, ¿Cómo no relacionar a la figura de Donald Trump con las falsas informaciones, el relativismo o las acusaciones y opiniones infundadas?

Desde sus inicios de campaña, y mucho antes —recordemos las acusaciones contra Barack Obama sobre su lugar de nacimiento—, este insólito Jefe de Estado (cuyo financiamiento de campaña devino en gran parte de su propio bolsillo) apeló a acusaciones sin pruebas de todo tipo: los inmigrantes como culpables de los problemas económicos internos de los Estados Unidos; el cambio climático como falso diagnóstico científico; China como el enemigo más grande que enfrenta el planeta; el Acuerdo Nuclear firmado con Irán (JCPOA, por sus siglas en inglés) como el peor convenio jamás logrado —valorado por analistas como un éxito diplomático—; el Estado Islámico como una creación de Hillary Clinton y Barack Obama; los gobiernos de Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte y Cuba como las dictaduras más crueles; entre otros muchos.

En tiempos de pandemia —una fase de estricta prueba para su desempeño como político y para el sistema capitalista en general— el polémico Comandante en Jefe ha sido fructífero en la conformación de una imagen pública sobre la amenaza sanitaria.

Si ya no bastaba la guerra económica contra Beijing, las acusaciones por robo de tecnología, las advertencias por “amenaza” imperialista desde Pekín, etcétera, la situación en Wuhan de finales de 2019 se comportó como anillo para un dedo del magnate en aras de redireccionar la propaganda belicista contra el Gigante Asiático.

La primera y más contundente acusación fue responsabilizar a China por la enfermedad. Dicha posición se ha mantenido hasta la actualidad independientemente de que especialistas sanitarios han declarado que pudo haber surgido en cualquier otra nación, lo han asociado a un hecho de transmisión de animales a personas.

Otra “gran” perspectiva del presidente fue asociar los números de víctimas mortales por coronavirus a la insignificancia. Por ejemplo, sobre los meses de marzo y abril declaró públicamente que si en Estados Unidos la tasa de muertos rondaba las 100 mil o 200 mil significaría la muestra de un buen trabajo de su gobierno; afirmación no poco díscola y que no supera la barbárica exhortación a las inyecciones “inmunizadoras” con desinfectantes.

Igualmente, como muestra de los intereses que representa, anunció la apertura precoz de la economía en tiempos de cuarentena, advirtiendo que la población norteamericana debería prepararse para tener más muertos ante la “impostergable necesidad” de comercialización.

Además, como materialización genuina de desinformación y apego a las fake news, su Secretario de Estado, Mike Pompeo, ha arremetido contra el personal médico cubano, asociando su humilde y humana actividad con esclavitud y subyugación ante el gobierno cubano.

Uno de los sociólogos británicos más importantes, John B. Thompson, incorporó una nueva forma de análisis de la relación ideología – contexto – medios de comunicación en los estudios comunicológicos bajo el modelo de la Hermenéutica Profunda.

Dentro de los modos (estrategias) que Thompson asume para la ideología en los discursos se encuentra la simulación, la cual define como: manejos de la mentira y el fingimiento sobre la realidad de las relaciones existentes de dominación para desviar la atención de las personas y lograr así la permanencia del estatus (Sanamé, 2018: 37). Dicho fenómeno discursivo tomó cuerpo en el nuevo intento de invasión a inicios del mes de abril a la República Bolivariana de Venezuela, bajo las crudas realidades traídas por la crisis pandémica, como un hecho que intentó desvirtuar el desastre sanitario interno de Estados Unidos, ya para esa época como epicentro del coronavirus con más de 50 mil muertos. También, no como estrategia aislada, se ha percibido la técnica autopresentación positiva de nosotros y la presentación negativa de los otros, recalcada por el ineludible Teun Van Dijk, la cual consiste en favorecer los intereses propios mediante la exposición de los hechos.

Habría que sumar además los constantes ataques verbales contra el gobierno de Irán o el recrudecimiento de sanciones hacia dicho país y también hacia Venezuela, actos que demuestran como lo importante va más allá de las necesidades de los pueblos; en tiempos de crisis los intereses son intocables. 

Conclusiones

El sistema político de los Estados Unidos, desde su fundación, ha permitido en su engranaje y funcionamiento la consolidación de relaciones de intereses entre élites del poder político y los medios de comunicación. Dicho binomio no ha gozado de igual fuerza en todas las épocas de la historia de la nación. Durante el siglo XIX, los esfuerzos mediáticos se concentraban más en el apoyo a campañas de partidos que no tenían el nivel de gastos que a partir del siglo XX comenzaron a ostentar.

Pero en la cosmovisión del poder estadounidense, tener el control económico es poseer el poder político, sin embargo, el primer paso viene desde el impulso dado por el control de medios; ahí es donde radica la maquiavélica relación.

El nexo trabaja en función de reproducir un establishment, una alegoría del pasado, una metáfora del futuro, un espejismo de la realidad; la constante acción propagandística y publicista posee la misión de asegurar en los destinatarios la visión de un país triunfador; donde la administración en turno se ocupa de criticar la anterior sin materializar verdaderos cambios; donde la historia nacional no es contada con todos sus matices; donde las guerras en el exterior no son vistas como provocadas por intereses económicos, sino como lucha contra el terrorismo; donde los filmes, las series, la McDonald, Mickey Mouse, el show de Oprah o cualquier otro, son más importantes que entender lo que realmente vive la infancia en Yemen o los verdaderos actos del gobierno de Tel Aviv en Cisjordania. Donde los números de muertes por pandemias son más asociadas a las enfermedades en sí mismas que a la inoperancia de los sistemas de salud.

Tales desatinos no son hijos de la casualidad. Responden a una élite que cada año garantiza la concentración de más emisores de información que sean capaces, desde su configuración como plataformas, de generar contenidos que reporten ganancia intelectual y también económica, cuyos fines no son otros, como un incansable ciclo, que el financiamiento de movimientos políticos, campañas y partidos, capaces de continuar legitimando y alimentando el ya bicentenario sistema que les da vida.

* Investigadora del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) de Cuba, en el Departamento de África y Medio Oriente. Licenciada en Periodismo (2018). Maestrante en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales en Universidad de La Habana.

 

Bibliografía

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———————- (1970): El orden del discurso. Barcelona. Editorial Fábula Tusquets.

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Rivero Rodríguez, J. (2014): Chávez somos todos. Tesis de Diploma en opción al título de Licenciada en Periodismo. Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana.

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Sánchez- Parodi, Ramón (2014): El espectáculo electoral más costoso del mundo. Editorial Ciencias Sociales.

Segovia Alonso, Ana Isabel (2001): La estructura de los medios de comunicación en Estados Unidos: análisis crítico del proceso de concentración de los multimedia. Tesis de Doctorado. Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias de la Información. ISBN: 84-669-2229-6

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Referencias

[1] Para profundizar consultar: Althusser, L.: Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Freud y Lacan. p.24. Disponible en: www.philosophia.cl/EscueladefilosofíaUniversidadARCIS  

[2] Para profundizar consultar: Domínguez López, Dr. Ernesto y Barrera Rodríguez, Seida: Estados Unidos en transición. Cambios resistencias y realineamientos. Pág. 8. Versión Digital.

[3] Ídem, p. 9.

[4] Ídem

[5] Consultar en: Segovia Alonso, Ana Isabel (2001): La estructura de los medios de comunicación en Estados Unidos: análisis crítico del proceso de concentración de los multimedia. Tesis de Doctorado. Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias de la Información. Pág. 73. ISBN: 84-669-2229-6

[6] Idem: Pág. 76

[7] En 1998 los 10 primeros contribuyentes fueron: Richard y Helen DeVos (Armway Corp.), Peter Buttenwieser, Bernard e Irene Schwartz (Loral Space & Communications), Carl y Edyth Lindner (Chiquita Brands International), John Childs (finanzas), Daniel Abraham (Slim-Fast, Thompson Medical), Alan Solomon y Susan Lewis (sanidad), Julian y Josephine Robertson (Tiger Management), Orin Kramer (Kramer Spellman), David y Sylvia Steiner (negocios inmobiliarios). Información procedente de www.motherjones.com.

[8] Idem.

[9] Para más información consultar la Constitución de los Estados Unidos de América.

[10] Ver en: López Paredes, Marco y Cabrera Silva, Tatiana: Campaña política a través de redes sociales. Revista ComHumanitas. Vol. 5. No. 1 Año 5 · Págs.: 69

[11] Según  Herreros (1989: 197):  El marketing político, en general, debe entenderse como el conjunto de técnicas empleadas para influir en las actitudes y en las conductas ciudadanas en favor de ideas, programas y actuaciones de organismos o personas determinadas que detentan el poder, intentan mantenerlo y consolidarlo, o aspiran a conseguirlo. El marketing electoral se refiere con exclusividad al planteamiento, realización y difusión de unos determinados mensajes con ocasión de la puesta en marcha de procesos electorales, para designar el gobierno de una determinada comunidad política; se trata, por tanto, de una variante específica del marketing político.

UN MUNDO COMPLICADO DESPUÉS DEL COVID-19

Agustín Saavedra Weise*

Imagen: Viacheslav Lopatin, Shutterstock 

El mundo será complicado una vez pase la pandemia, nada volverá a ser igual. Cada uno imagina escenarios diferentes para los días que vendrán, habrá cambios y serán muchos, desde la forma de saludarnos y de funcionar como grupos sociales hasta alteraciones geopolíticas de envergadura, ello sin contar las consecuencias de una catástrofe económica que ya afecta a todo el orbe y deberá solucionarse para evitar hambrunas o conflictos sociales.

China, EEUU y la UE, quedarán dañados en la etapa post Covid-19. El dragón del oriente por haber sido donde se originó el drama, por no haber avisado oportunamente y porque aún rondan sospechas en torno a cómo y de qué manera se originó el virus. En el caso de Estados Unidos, es un hecho que no se supo prever la magnitud del virus ni sus consecuencias, lo que ha creado situaciones internas delicadas, máxime en un año de elecciones presidenciales. Pero lo más triste es que Washington perdió capacidad de liderazgo; debió ser el ejemplo del mundo occidental ante el advenimiento de la pandemia; no supo manejarse internamente y tampoco brindó una guía a quienes la esperaban. En lo que hace a la Unión Europea, su cacareado multilateralismo continental se fue al tacho. La UE terminó sacándose el velo de la hipocresía europeísta para volver al más crudo nacionalismo; cada cual defendió su frontera y sus intereses, olvidándose por completo de la solidaridad que tanto pregonaban.

El amigo y compatriota José Luis Lupo, en una nota publicada en La Nación de Buenos Aires se refiere a un “cambio de época” y además, resume varios puntos interesantes para mitigar a futuro los efectos de la pandemia. Por otro lado, la crisis del Coronavirus ha creado pautas de autoritarismo estatal a nivel planetario, las que será difícil revertir, al menos en el corto y mediano plazo pero deberá hacerse, ya que caso contrario el individuo quedaría inerme frente al poder de los aparatos estatales, algo comprensible durante una pandemia y que de ninguna manera será aceptable para la vida cotidiana en democracia. Lo del cambio de época de Lupo coincide con mi nota anterior acerca de la visión de los siglos de Eric Hobsbawm, tomados éstos no en forma cuantitativa del uno al cien sino en función cualitativa de hechos espectaculares que estremecieron al mundo. Es más; si Hobsbawm viviera nos diría que estamos terminando un muy breve siglo XXI y entrando al XXII; el siglo XXI se habría agotado entre 1991 y 2020, siguiendo la lógica del historiador inglés.

A estos cambios fundamentales se agregarán otros en los planos militares, económicos y políticos, agregando el auge de actores no estatales en las relaciones internacionales, entre ellos desde multimillonarios al estilo Bill Gates, grandes empresas farmacéuticas y conglomerados tecnológicos tipo Apple o Google, incluyendo también grupos ecologistas y hasta esos actores siniestros que son los terroristas. Entre la trilogía de potencias nucleares (EEUU, China, Rusia) habrá acomodos y reacomodos, con la salvedad de que no creo surjan conflictos más allá de amenazas mutuas y temas comerciales. Como ya lo expresé tiempo atrás, los vínculos económicos entre China y EEUU son demasiado fuertes; ellos por sí mismos amortiguarán cualquier tipo de crisis que lleve a una escalada, algo que no ocurría con la ex URSS en épocas de la Guerra Fría por el escaso intercambio comercial entre EEUU y la Unión Soviética.

Seguirán los pronósticos con respecto al porvenir, en estas modestas líneas hemos delineado lo básico. Cambiaremos, no hay duda, lo importante será cambiar para el bien de la humanidad y del propio planeta. 

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/180564_un-mundo-complicado-despues-del-covid-19

 

CAMBIO E INSTITUCIONALIZACIÓN EN LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA LATINOAMERICANOS: BREVE REPASO

Fabricio Rauber Lema*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Introducción

En noviembre de 2015, una serie de ataques terroristas perpetrados en París dejaron más de 120 muertos y centenares de heridos. Según reportes policiales, sujetos armados con fusiles de asalto y explosivos generaron tiroteos “en los distritos 10 y 11 de la capital, además de provocar varias detonaciones cerca del Estadio de Francia”[1]. El punto más grave donde el ataque tuvo lugar fue en la sala de conciertos Bataclan, en la que murieron más de 80 personas. François Hollande, entonces Presidente de Francia, declaró el estado de emergencia en toda la República y el cierre de fronteras.

Meses después, una comisión estatal encargada de investigar el ataque y la respuesta que dieron los organismos estatales al mismo —de la que formaron parte los diputados Georges Fenech y Sébastien Pietrasanta—, afirmó que hubo “varios fallos en la gestión global de la amenaza terrorista (…) destacando la ausencia de preparación de Francia frente a este tipo de acciones”[2]. Del informe presentado se derivaba como parte primordial la reforma del servicio de inteligencia francés; entre las 39 propuestas emitidas para luchar contra el terrorismo —asunto sobre el que se centró la atención del debate político y público—, cuenta Fernández), estaba la creación de una agencia nacional de inteligencia y la fusión de tres entidades de élite (GIGN, RAID y BRI)[3]. A la falta de coordinación entre entidades del ramo y la presunta incapacidad para detectar la amenaza y su naturaleza, se le atribuyó una directa denominación como fallo de inteligencia.

La no articulación entre miembros de un determinado sistema de Inteligencia o la no identificación de una amenaza a tiempo supone serias consecuencias que, como en el caso descrito y uno de los escenarios más catastróficos, puede incluso costar vidas de ciudadanos y ciudadanas. Lejos de la idealización de la actividad de inteligencia y contrainteligencia implantada por el séptimo arte, donde los agentes transitan entre país y país, a bordo de lujosos automóviles y accionando sofisticadas armas que podrían fácilmente encajar en la ciencia ficción, la actividad de inteligencia y contrainteligencia supone tareas mucho más profundas de operaciones y análisis para la obtención de datos e información en busca de seguridad y oportunidades para el Estado y su ciudadanía. Es una actividad que, como otras, ha mutado a fin de ajustarse a las características y necesidades que la sociedad actual demanda y que, para el caso de los países latinoamericanos, supuso un encuadre dentro de conflictos ajenos que causaron serias heridas sociales y desconfianza colectiva. Hoy, sin haber superado aún tal bache por completo, se tienen en frente amenazas para la región que son objeto de una intervención colectiva y estratégica. 

Primeras prácticas

Luis Darío Buitrago explica que la inteligencia es una actividad cuya práctica se remonta a siglos atrás y ha fungido como una herramienta para el “desarrollo de los pueblos”[4]. Relata que en China se tienen los primeros registros sobre el empleo de espías. En el siglo XIX a.C., el rey Shao-K’ang envío a un colaborador para que vigile al asesino de su padre, mientras él reunía lo necesario para implantar la dinastía Xia. Tiempo después, Yi Yin, el que sería el primer espía reconocido, trabajó como agente encubierto para la dinastía Shang, y tuvo un papel preponderante en las campañas para derrotar a los Xia[5]. Yi Yin pasó como consejero del emperador Chieh y, gracias a su trabajo y jornadas junto a la autoridad, hizo un perfil sobre cómo era éste, lo que permitió, según cuenta Buitrago, realizar operaciones psicológicas sobre él.

En otro ámbito, continúa Buitrago, el primer desertor reconocido en la historia china fue Tai Kung, quien había sido espía para los Shang y se puso a servicio de la dinastía Zhou, a quienes informó sobre la organización, poderío militar, debilidades y fortalezas de los primeros. Con los datos entre manos, los Zhou pudieron “sorprender a los Shang en la batalla decisiva que terminó por derrocarlos”[6] (Sanz 2012, 05).

Durante la segunda guerra púnica, añade Buitrago, los comandantes romanos empleaban espías, colaboradores, embajadores y otros recursos para obtener datos e información que les permitiera conocer acerca de las actividades de los pueblos y combatientes cartagineses. Durante la Segunda Guerra Púnica, tales datos fueron fundamentales para interceptar dos ejércitos al mando de Asdrúbal Barca.

Así como se tenían actividades para la obtención de datos en el terreno, otras tareas como la recolección de imágenes resultaban estratégicas para conocer las capacidades y distribución del oponente. De acuerdo con la raíz misma de la actividad de inteligencia, en el seno militar se desarrollaron medios tecnológicos para obtener dichos datos que apoyaban la planificación de operaciones.

La primera vez que se utilizan medios aéreos para la obtención de imágenes estratégicas es en la batalla de Fleurus, en 1794, donde el Cuerpo Aerostático Francés de la Primera República usó un globo retenido por cuerdas, l’Entreprenant, para ganar un punto de observación que sería determinante en el transcurso de la batalla.[7]

Desde sus inicios, la inteligencia y la contrainteligencia vieron en su naturaleza el empleo militar fundamentalmente. Sin embargo, explica Andrew Rathmell, dicha actividad tuvo un proceso de evolución tardío, como “profesión y proceso moderno” [8] respecto del momento histórico en el que la sociedad se ubicaba. En el periodo temprano de la llamada modernidad, la inteligencia era un asunto militar y diplomático ad hoc. En dicha época, los servicios de inteligencia eran informales y, en muchos pasajes, una tarea personal. La actividad se fue formalizando tras el establecimiento de embajadas desde el siglo XVII y la evolución de las relaciones internacionales. La inteligencia militar inició un proceso de estructuración moderna “durante la era napoleónica a medida que en que la naturaleza de la guerra cambiaba y los requerimientos para información de uso militar útil se incrementaron”[9] [10].

A finales del siglo XIX, en medio de latentes conflictos bélicos y una habitual coyuntura beligerante, las potencias de entonces comenzaron a integrar la inteligencia y la contrainteligencia en las funciones del mundo militar, y la acreditación de agregados se normalizó. Conforme al avance de la tecnología, tanto desde lo industrial cuyas aplicaciones se dirigían a la cotidianidad ciudadana y empresarial, y a aquella de fines militares, fungieron como una oportunidad para que la inteligencia tomara un rol más sólido, en el marco de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, esa necesidad y papel relevante que tomó, dio paso para que los medios técnicos y tecnológicos también experimentasen un avance para la recolección de datos y su difusión. Por un lado, la inteligencia y la contrainteligencia se ubicaron como actividades fundamentales para el conocimiento del entorno y de la naturaleza del oponente y también se cimentaron las bases de ésta como una entidad estructurada, organizativa y con procesos propios.

El periodo entreguerras, continúa Rathmell, detuvo la institucionalización en marcha. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo un enorme avance debido a la escalada mundial de las necesidades de datos e información y el alcance de las operaciones. Allí, los consumidores de inteligencia y de contrainteligencia ya no fueron solamente las instancias militares —a las que naturalmente correspondía— sino también a las políticas. En otra instancia, y quizá no como un objetivo primigenio, la coalición contra Alemania y Japón dio como producto una comunidad de inteligencia, anclada en la estructura del Reino Unido y de los Estados Unidos.

Las estructuras de inteligencia de la Guerra Fría que surgieron en las décadas de 1940 y 1950 profundizaron y ampliaron esta institucionalización de la inteligencia. Por primera vez, la inteligencia desarrolló las características de un proceso y una profesión verdaderamente modernos. Curiosamente, el surgimiento de la inteligencia “moderna” tuvo lugar en una era en que la modernidad misma comenzaba a ser desafiada en las esferas artística e intelectual.[11]

Luego del cese de las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad de inteligencia conformada había implementado una estructura burocrática permanente, con responsabilidades determinadas y procesos de producción establecidos. Las nuevas necesidades de información, esta vez en el marco de la Guerra Fría, ya no tenían que ver con un conflicto abierto, sino en la confrontación de dos bloques ideológicamente opuestos y que planteaban ordenamientos sociales divergentes. Tres características de la Guerra Fría proporcionaron a los servicios de inteligencia su modelo de funcionamiento y objetivos, según Andrew Rathmell:

    1. Escalada de la amenaza percibida: ideología y aniquilación nuclear.
    2. Naturaleza militarizada del objetivo: recolección de indicadores técnicos, científicos y económicos sobre el oponente.
    3. Previsibilidad del contexto geopolítico: el enfoque de las tareas apuntaba al monitoreo de las actividades militares y estratégicas de la Unión Soviética.

Dentro de tal escenario, la inteligencia y la contrainteligencia operaban con blancos específicos cuyo tratamiento obligaba, en la mayoría de ocasiones, al empleo de técnicas clandestinas que profundizaron la separación entre el servicio, la sociedad y los intereses de ésta.

Nuevo sentido

El fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética supusieron el posicionamiento de un modelo económico con claros roles para el Estado y el sector privado, de donde derivaban percepciones de mundo y organización social, la preponderancia de una ideología hegemónica y, entre otras cosas, la superación de anteriores objetivos para las actividades de inteligencia. Frente a la ausencia del bloque antagónico y la amenaza que implicaba, apunta nuevamente Rathmell, surgieron múltiples críticas que demandaban la reforma de los servicios de inteligencia y los blancos de tratamiento sobre los que ubicaban su atención, sobre todo en un momento donde la revolución de la información dotaba de necesidades y herramientas nuevas y se avizoraba el surgimiento de amenazas transnacionales.

Sherman Kent, analista de Inteligencia y director de la Office of National Estimates (ONE), una prestigiosa dependencia de la CIA, fue quien tras publicar su célebre texto Strategic Intelligence for American World Policy, inauguró una novedosa visión de la inteligencia donde ésta se vuelve estratégica para el análisis de los fenómenos, riesgos y amenazas.

El inicio de una era de información ha permitido cambios dramáticos que abarcan el fin del comunismo, el inicio del «estado de mercado», con las transformaciones que lo acompañan en los roles del Gobierno y de actores privados, el surgimiento de Estados emergentes y la proliferación de actores no estatales. La inteligencia ahora tiene muchos objetivos, no uno; muchos consumidores, no sólo unos pocos; y vastas cantidades de información que es en gran medida poco confiable, no una escasez de información que proviene principalmente de satélites o espías y, por lo tanto, se considera precisa.[12]

El nuevo estadio de la inteligencia, denominada estratégica, no se ceñía a la identificación de aquellos posibles factores que constituyen lo antagónico, sino a un estudio y análisis del fenómeno donde se ubican los objetivos planteados, sus amenazas y las oportunidades que se pueden desprender de él. Es una tarea que busca minorar el aspecto reactivo y profundizar lo prospectivo. Don Macdowell[13], explica que para que la inteligencia estratégica tenga el éxito deseado, está sujeta a dos aspectos:

    1. Convencimiento al aparado directivo sobre la necesidad de un buen análisis para una alcanzar una buena planificación.
    2. Capacitación adecuada y amplia a los responsables de realizar el análisis, para que comprendan lo que implica la aplicación de sus habilidades y conocimientos en cuestiones estratégicas.

La actividad en Sudamérica

La inteligencia y contrainteligencia en nuestra región ha estado ligada en el imaginario social, y con justa razón, a tareas clandestinas, encubiertas y, principalmente, de persecución. En su germen, los servicios apuntaban hacia el tratado de objetivos a nivel interno, que luego se alinearon a la lucha contra una ideología determinada durante la Guerra Fría. Gómez de la Torre Rotta explica que el inicio formal de la actividad en América del Sur se ubica en mediados de los años cuarenta[14]. Entonces, Argentina creó la Coordinadora de Informaciones del Estado (CIDE) y Brasil, de su lado, el Servicio Nacional de Informaciones y Contra-informaciones (SFICI). En 1947, el PRI crea en México la Dirección Federal de Seguridad (DFS). El ejercicio de dichas entidades les alineó más a una verdadera policía política.

Ya en medio de la Guerra Fría, en Colombia se creó, en 1953, el SIC-DAS. En 1960, durante el gobierno de Manuel Prado, en Perú nació el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).

La revolución cubana, como principal evento de la región, se ancló en el mapa mundial del enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. En países de Sudamérica la disputa entre ambos bloques se alineó a la Doctrina de Seguridad Nacional, promovida por el país del norte, y que buscaba combatir la diseminación y avance del comunismo. A la luz de los hechos surgen —o se reforma—, por ejemplo, en Brasil el Servicio Nacional de Informaciones (1964); en Venezuela, la Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención (1969); la Dirección de Inteligencia Nacional y la Central Nacional de Informaciones, en Chile; la Dirección Nacional de Inteligencia, en Ecuador o la Agencia Nacional de Servicios Especiales, de El Salvador.

En el otro frente, entidades inspiradas en la doctrina y tareas de inteligencia de la URSS tuvieron su germen en instituciones como la Dirección General de Inteligencia cubana, y luego, con apoyo de la isla, la Dirección General de Seguridad del Estado en Nicaragua.

Durante dicha época, la inteligencia y la contrainteligencia en los países de la región estaba orientada hacia la seguridad interna, donde se buscaba un enemigo ideológico, los mecanismos para contrarrestarle y sus posibles efectos subversivos que se deriven, dentro de un campo de acción caracterizado por la falta de control y límites a las operaciones. José Manuel Ugarte afirma que en aquel momento las características de la inteligencia estaban alineadas a la “doctrina de seguridad continental y fronteras ideológicas de contrainsurgencia (…)”.

La actividad de inteligencia de la época tuvo caracteres comunes, aplicables en menor grado al caso costarricense: competencias muy amplias, orientadas fundamentalmente al ámbito interno, derivadas de conceptos de seguridad de gran amplitud (…) analizaba la propia sociedad, buscando allí al enemigo ideológico (…).  El objeto fundamental de tal actividad era el de detectar en la propia sociedad el enemigo u oponente de carácter subversivo, para lo cual se entendía necesario, como se sostenía a la época, conocer el acontecer de toda la sociedad. Esa orientación hacia la propia sociedad, sin límites de ninguna naturaleza, constituyó –con algunas excepciones- la característica más saliente de la actividad de inteligencia latinoamericana durante la Guerra Fría, que influiría en cierto grado en las características de tal actividad durante épocas posteriores.[15]

El fin del conflicto Este-Oeste, así como generó debate acerca de los objetivos sobre los que debería enfocarse la inteligencia en los Estados Unidos, acarreó análoga reflexión para los servicios en el sur del continente. El interés político que conllevaba el control y manejo de los servicios, capitalizado por la experiencia dejada sobre la población, fue uno de los primeros motores que llevaron a la democratización de éstos, como apunta Gómez de la Torre Rotta[16], y encuadrarlo en el estado de derecho. El proceso de institucionalización de la inteligencia y contrainteligencia en la región inició a través de la expedición de normativas que buscaban definir la actividad, y fijarle límites y contrapesos. Años después, tales cambios se acrecentaron frente a la proliferación de nuevas amenazas y a los cambios geopolíticos mundiales que afectaron, en la medida correspondiente, a la región[17]. En este sentido, se pueden mencionar los siguientes ejemplos:

País[18]

Año Normativa Detalle
Argentina 1991 Ley N°24.059, de Seguridad Interior Instauró el primer órgano de control legislativo para inteligencia y de seguridad interior en Latinoamérica. Creó una Comisión Bicameral de Fiscalización de Seguridad Interior e Inteligencia. La Ley fue modificada por la N° 25.520 (2001) y la N° 27.126 (2015).
Brasil 1999 Ley N°9.883 Creó el Sistema Brasileño de Inteligencia (SISBIN) y de la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN).
Venezuela 2000 Ley del Sistema Nacional de Inteligencia Junto a la de 2000, en 2008 la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia fue el segundo intento por aprobar un marco normativo en dicha materia. Según críticos de la época, el proyecto incluía aspectos que menoscababan los derechos individuales.

En 2010, el Decreto N° 7.453 convirtió a la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) en el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), bajo control del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores y Justicia.

Perú 2001 Ley N° 27.479 Sustituida por la ley N° 28.664 (2006) y luego modificada por el Decreto Legislativo N° 1141 (2012).
Chile 2004 Ley N° 19.974 Fue creada la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), y reemplazó a la Dirección de Seguridad Pública e Informaciones.
México 2005 Ley de Seguridad Nacional Dentro del marco normativo de incluyeron aspectos sobre Inteligencia.
Guatemala 2005 Ley 71 y Ley 18 Sobre la Dirección Nacional de Inteligencia Civil  (71) y el Marco del Sistema Nacional de Seguridad, donde se abordan normas para la función de inteligencia.
Ecuador 2009 Ley de Seguridad Pública y del Estado Creó la Secretaría Nacional de Inteligencia (SENAIN). En diciembre de 2018, el Decreto Ejecutivo N° 526 eliminó la entidad tras ser ésta objeto de críticas y reparos a las acciones que llevó a cabo, y dio paso al Centro de Inteligencia Estratégica.
Nicaragua 2010 Ley N° 750, Ley de Seguridad Democrática de la República de Nicaragua Creó el Sistema Nacional de Seguridad Democrática, donde a la Dirección de Información para la Defensa se le dio funciones de Secretaría Ejecutiva. Fue reemplazada, en 2015, por la N° 919, la Ley de Seguridad Soberana de la República de Nicaragua.
Bolivia 2010 Varios proyectos legislativos acerca de Defensa y Seguridad Algunos de las propuestas trataban sobre el Sistema de Inteligencia del Estado Plurinacional, donde se planteaba la creación de la Dirección de Inteligencia del Estado Plurinacional, que estaría fiscalizada por una comisión en la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Colombia 2011 Ley Estatuaria N° 1.621 En 2011 se suprimió, mediante Decreto N° 4.057, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) tras serios cuestionamientos sobre sus actividades, asimismo, se creó la Dirección Nacional de Inteligencia, a través del Decreto N° 4.179.
Paraguay 2014 Ley N° 5.241 Creó el Sistema Nacional de Inteligencia y la Secretaría Nacional de Inteligencia. Depende directamente del Presidente de la República.

Pese a que los marcos normativos, que suponen un avance no menor para la institucionalización de la inteligencia y de la contrainteligencia en la región, el proceso ha trascurrido —quizá— no a la brevedad esperada, y en medio de cuestionamientos y críticas hacia algunos servicios por alejarse de su misión esperada y convertirse en herramientas coyunturales con determinados fines políticos. Por la naturaleza de la actividad, y el poder que conlleva su manejo frente a la capacidad de los sistemas para estudiar el entorno social y sus componentes, resulta imperioso claros márgenes normativos para sus acciones.

(…) el proceso de institucionalización de inteligencia en América Latina tuvo un trasfondo marcado por la guerra fría, y hoy en día es característico que las estructuras tengan como eje de acción la seguridad interior y la defensa nacional. Además de los cambios de paradigma (…) aun [sic] siguen presentes las prácticas del enemigo interno (…).[19]

Consideraciones finales

El escenario actual que viven los países en el continente no precisa de una visión sobre los objetivos de inteligencia tradicionales. Las amenazas y conflictos híbridos, cuyas expresiones se pueden manifestar de forma simultánea en diversos ámbitos como el legal, cibernético, económico, político, comunicacional y mediático, y que en su naturaleza combinan elementos de diversos fenómenos con la participación de actores no estatales y en formas multimodales, según apunta Mariano Bartolomé[20], arrojan necesidades de análisis y tratamiento diversas para el estudio de los fenómenos, sus participantes, efectos e, incluso, las oportunidades para el Estado que puedan identificarse. Dichos fenómenos modifican las relaciones sociales entre ciudadanos y desde los sujetos hacia el Poder, y alteran conceptos clásicos como el monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado —planteado por Weber—, que moviliza la actividad a diferentes dimensiones y sujetas a respuestas transdisciplinares. Un ejemplo de ello es el narcotráfico.

La institucionalización de la Inteligencia y de la Contrainteligencia en Latinoamérica requiere de un fortalecimiento orgánico que permita tener entidades sólidas con claros márgenes de acción y de personal altamente calificado, no sólo en las áreas del conocimiento que les corresponde, sino en cuanto a ética, sentido de pertenencia y servicio a la ciudadanía, principal beneficiario de los logros que puedan alcanzarse. Por otro lado, y con un papel preponderante, es necesario fomentar la Cultura de Inteligencia en la población, de modo tal que permita superar los imaginarios negativos asociados al campo y que posicionen la necesidad e importancia de la Inteligencia fundamentalmente para la seguridad del Estado y su ciudadanía, pero también como un elemento adicional de desarrollo de las naciones.

 

Referencias

Bartolomé, Mariano. “Amenazas y conflictos híbridos: características distintivas, evolución en el tiempo y manifestaciones preponderantes”. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudio de Seguridad. No.25, 2019, p. 8-23.

Buitrago, Luis Darío. “El paradigma de la Inteligencia en el Estado democrático de Derecho”. Nuevos paradigmas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas, Instituto Latinoamericano de Altos Estudios (ILAE), Lima, Perú, 2013, p. 27-44.

Carlos Yárnoz. “Más de 120 muertos en los atentados de París”. El País (España), 14/11/2015, <https://elpais.com/internacional/2015/11/13/actualidad/1447449607_131675.html>.

Fernández, Sophie. “Fallos de inteligencia en los atentados de París”. La Voz de Galicia, 06/07/2016, <https://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/07/06/fallos-inteligencia-atentados-paris/0003_201607G6P19992.htm>.

García Pérez, Heiner. “Servicios de inteligencia en América Latina, una visión comparada de la inteligencia estratégica: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú”. Tesis. Bogotá: Universidad del Rosario, septiembre de 2018.

Gómez de la Torre Rotta, Andrés. “Servicios de Inteligencia y democracia en América del Sur: ¿Hacia una segunda generación de reformas normativas?” Agenda Internacional, 2009, p. 119-130.

Mcdowell, Don. Strategic Intelligence: A handbook for Practitioners, Managers, and Users. Maryland: The Scarecrow Press, 2009.

Rathmell, Andrew. «Towards postmodern Intelligence .» Intelligence and National Security, 2010, p. 87-104.

Sanz, Antonio. Historia de la inteligencia China: de Sun-tzu a la ciberguerra. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2012.

Treverton, Gregory. Reshaping national intelligence for an age of information. Cambridge: Cambridge University Press, 2004.

Ugarte, José. “Actividades de Inteligencia en América Latina: características, fortalezas, debilidadades, perspectivas de futuro”. Política y Estrategia. Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, 2016, p. 37-74.

Walburga, Wisheu. “Debate sobre la historicidad de la dinastía Xia y sus capitales: ¿fue Wangchenggang la capital de Yu?”. Estudios de Asia y de África, vol. 30, núm. 3 (98). Septiembre de 1995. https://estudiosdeasiayafrica.colmex.mx/index.php/eaa/article/view/1587/1587.

 

* Estudios en periodismo, Política Pública, por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO); e Inteligencia. Analista de política pública y temas relacionados a Inteligencia, Contrainteligencia y Seguridad.

Referencias

[1] Carlos Yárnoz. “Más de 120 muertos en los atentados de París”. El País (España), 14/11/2015,  <https://elpais.com/internacional/2015/11/13/actualidad/1447449607_131675.html>, [consulta: 16/02/2020].

[2] Fernández, Sophie. “Fallos de inteligencia en los atentados de París”. La Voz de Galicia, 06/07/2016. <https://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/07/06/fallos-inteligencia-atentados-paris/0003_201607G6P19992.htm>, [consulta: 16/02/2020].

[3] Ídem.

[4] Buitrago, Luis Darío. “El paradigma de la Inteligencia en el Estado democrático de Derecho”. Nuevos paradigmas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas, Instituto Latinoamericano de Altos Estudios (ILAE), Lima, Perú, 2013, p. 28.

[5] En algunos espacios también llamada Hsia, es la dinastía más antigua en la historia de China. Sobre ella, tan sólo existen referencias literarias aunque, como explica Wisheu Walburga (1995), los relatos sobre su origen, existencia, obras y demás fueron puestas en duda debido a la falta de evidencia arqueológica que la respalde. Para  Gu Jiegang  -añade Walburga- de acuerdo a la tesis de la estratificación, dicha época fue modelada según las necesidades políticas de periodos concretos. Algunos hallazgos, como el complejo Erlitou, dan cuenta de asentamientos organizados con divisiones administrativas pero, hasta el momento, no son concluyentes para esbozar un entramado de sucesión dinástica.

[6] Sanz, Antonio. Historia de la inteligencia China: de Sun-tzu a la ciberguerra. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2012, p. 5.

[7] Buitrago, Luis Darío. Op. cit., p. 30.

[8] Rathmell, Andrew. “Towards postmodern Intelligence”.  Intelligence and National Security, 2010, p. 90.

[9] Traducción del autor.

[10] Ídem.

[11] Rathmell, Andrew. Op. cit., p. 90, (traducción del autor).

[12] Treverton, Gregory. Reshaping national intelligence for an age of information. Cambridge: Cambridge University Press, 2004, p. 6 (traducción del autor).

[13] Mcdowell, Don. Strategic Intelligence: A handbook for Practitioners, Managers, and Users. Maryland: The Scarecrow Press, 2009.

[14] Gómez de la Torre Rotta, Andrés. “Servicios de Inteligencia y democracia en América del Sur: ¿Hacia una segunda generación de reformas normativas?” Agenda Internacional, 2009, p. 119-130.

[15] Ugarte, José. “Actividades de Inteligencia en América Latina: características, fortalezas, debilidadades, perspectivas de futuro”. Política y Estrategia. Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, 2016, p. 44.

[16] Gómez de la Torre Rotta, Andrés. Op. cit.

[17] Uno de los eventos más relevantes que dio paso al cambio de paradigma en la Inteligencia fue el ataque a las Torres Gemelas, en los EE.UU. A partir de ello, el fenómeno del terrorismo fue entendido como una amenaza diferente que conjugaba factores y motivaciones diversas y actores no estatales.

[18] Elaboración propia, con base a Ugarte (2016) y Gómez de la Torre Rotta (2009).

[19] García Pérez, Heiner. “Servicios de inteligencia en América Latina, una visión comparada de la inteligencia estratégica: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú”. Tesis. Bogotá: Universidad del Rosario, septiembre de 2018.

[20] Bartolomé, Mariano. “Amenazas y conflictos híbridos: características distintivas, evolución en el tiempo y manifestaciones preponderantes”. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudio de Seguridad. No.25, 2019, p. 8-23.