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EL DISEÑO GEOESTRATÉGICO QUE AFLORA EN UCRANIA

François Soulard*

Las últimas maniobras en la guerra ruso-ucraniana han evidenciado el diseño geoestratégico subyacente a la invasión de Rusia a Ucrania. Para Moscú no se trata de un mero reflejo defensivo destinado a frenar militarmente la expansión de la OTAN hacia el este. En el fondo, el proyecto ofensivo de Rusia tiene que ver con reconfigurar la seguridad de Europa oriental, buscando controlar a Kiev, Bielorrusia, Georgia y Moldavia, actuando paralelamente en otros escenarios geopolíticos y en la geoeconomía para proyectar un rol mucho más protagónico en la creciente bipolaridad actual. Esta gran estrategia, mal percibida en la intensa batalla de percepciones que envuelve el conflicto, refleja la trama geoestratégica contemporánea.

La narrativa rusa fundada en la expansión efectiva de la OTAN

Desde febrero 2022, la narrativa rusa para legitimar la invasión de Ucrania ha sido fundada en la expansión de la OTAN hacia el este. La ampliación otaniana es un hecho y se enmarca, como lo sugirió Zbigniew Brzezinski en 1997, en una ofensiva más extensa de los Estados Unidos para reducir el perímetro de influencia soviética hacia las fronteras de Rusia en el periodo posterior a la Guerra Fría. La revolución naranja y la “diplomacia transformadora”, exitosamente desplegada desde Washington en Ucrania entre los años 2000 y 2014, fueron partes de esta ambición.

Fundamentalmente, es a inicios de este periodo que una parte de las élites rusas van a asociar progresivamente el derrumbe de la Unión Soviética a la matriz de influencia occidental, la percepción de haber sido corrido por la OTAN y la inercia de la propia burocracia rusa. Esta percepción, cristalizada al interior de Rusia por la impronta de Vladímir Putin, encuentra un eco a una larga obsesión estratégica del imperio ruso en mantener una cintura protectora en su flanco occidental. La hubris del “nuevo siglo americano”, impulsado por los neoconservadores norteamericanos a partir de 1997, acentuará esta polarización a la luz de las injerencias que realiza Washington en el derecho internacional en los escenarios de Irak y Libia.

El desarrollo de la OTAN va a orientar inclusive las etapas de integración de nuevos países a la Unión Europea, en contraste manifiesto con la ausencia de voluntad del bloque europeo para formar una arquitectura genuina de defensa.

La ausencia de defensa colectiva en Europa

Es importante subrayar este contraste de la capacidad de defensa europea con la de la OTAN que ha sido palmariamente ilustrado por sus varios episodios de crisis y que fue correctamente mapeado por los tanques de pensamiento rusos antes de 2022[1]. Entre 1986 y 2000, ninguna coordinación fue posible entre países europeos para responder a la guerra yugoslava, obligando a los Estados Unidos a intervenir militarmente en Kosovo. En 2016, Donald Trump cuestiona la escasa contribución financiera de los integrantes europeos (sólo siete estados respetan la regla de contribución del 2% en materia de presupuesto militar). En 2019, los Estados Unidos y Turquía deciden actuar en Siria sin consultar a sus aliados de la OTAN, creando así una nueva tensión que deriva luego en un cruce greco-turco en el Mediterráneo. En 2021 el desborde migratorio generado por Bielorrusia y Turquía genera otra tensión interna.

En diciembre 2022 la primera ministra finlandesa bien resumió lo que todos sabían sobre esta contradicción en materia de seguridad al momento de firmar el ingreso de Finlandia a la alianza atlántica: “nos sumamos a la OTAN porque estaríamos en problema sin el apoyo de los Estados Unidos”. Vale recordar que el presupuesto militar de la OTAN era de 950.000 millones de dólares anuales en 2018, los Estados Unidos aportando un 70% del total, con 66.000 millones de dólares para el presupuesto militar de Rusia.

A pesar de su volumen económico, la defensa europea es fragmentada y da un trágico reflejo de la ausencia de voluntad para construir un estatus de potencia y recubrir mayor niveles de soberanía.

El ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN fisura la narrativa principal

En abril de 2022, el ingreso de Finlandia a la OTAN a pedido de su gobierno (la de Suecia está en camino), creando una larga línea de contacto entre Rusia y la alianza militar (1300 km de frontera finlandesa), no genera reacciones diplomáticas o militares particulares de Moscú, más allá de algunos gestos retóricos. Mientras Vladímir Putin afirmaba en 2021 que había una línea roja no transable para la relación de Ucrania con la alianza atlántica, el mismo declaraba en mayo de 2022 que no veía al ingreso de Helsinki y Estocolmo como una amenaza real mientras no hayan consecuencias significativas en término de infraestructuras militares.

Al final, se evidenciaba que Finlandia no constituía un espacio de carácter estratégico para Moscú, comparativamente a Ucrania. Por ese mismo motivo, el argumento de describir a la OTAN como una amenaza existencial reveló su falta de idoneidad. Apareció más nítidamente que el eje principal de Moscú era Kiev y su no adhesión a la OTAN. Para entender más a fondo esta perspectiva hay que revisitar por un lado el derrotero de las relaciones con la OTAN y la matriz conflictiva que desarrolló Rusia desde el año 2014 en Ucrania y a nivel global.

Breve repaso de la relación OTAN-Rusia

Al momento de la caída de la Unión soviética, los occidentales empiezan rápidamente a trabajar en la sombra para debilitar a la economía rusa (con la participación de la oligarquía rusa) y acelerar la transición político-cultural en los ex-países soviéticos. Esta transición cultural corresponde a un movimiento genuino en los ex-países soviéticos desde el final de la Primera Guerra Mundial. Pero se amplifica y se instrumentaliza para inclinar a los regímenes políticos del lado atlántico. Ancladas en el activismo de la sociedad civil, varias revoluciones de colores se implementan en Serbia (2000), Georgia (2003), Ucrania (2004 y 2014), Kirguistán (2005, sin dar resultados), con el apoyo constante del ecosistema de influencia de Washington.

En la superficie, la política imperial estadounidense está envuelta en una actitud respetuosa al recalcar la “necesidad de preservación de la Unión Soviética” como lo expresaba textualmente el presidente George H.W. Bush[2] en 1991. En 1990, Mijaíl Gorbachov y el secretario de Estado estadounidense, James Baker, acuerdan explícitamente un no avance de la OTAN circunscrito a Alemania del Este, acuerdo que será codificado en el tratado de Moscú (“4+2”) sobre la cuestión alemana. Se cumple la no instalación de fuerza extranjera e infraestructura de la OTAN en el territorio de los nuevos länders alemanes. Este consenso no hace alusión a la idea de nuevos miembros y de la no expansión otaniana hacia los ex-países del Pacto de Varsovia. Lo recordará el mismo Mijaíl Gorbachov en 2014[3].

En 1993, la crisis en Yugoslavia modifican las percepciones. Moscú incentivó el separatismo en una parte de Moldavia en 1992 (Transnistria). Más adelante, impondrá su predominio mediante la fuerza militar en Chechenia en 1999, mientras ocupará una parte de Georgia (Osetia y Abjasia) en 2008. Alemania y Estados Unidos empiezan a contemplar la integración de países del este europeo a la alianza con el telón de fondo de la permanente prudencia en no desatar alarmas en Moscú. En 1997 los miembros de la alianza vuelven a asegurar que la OTAN no desplegará armas nucleares ni fuerzas de combate substanciales en el territorio de los nuevos países miembros. En 2008, luego de la integración de una decena de nuevos países en la Organización del Atlántico Norte, George W. Bush empieza a agitar la idea de incorporación de Ucrania, encontrando de pronto la oposición de Francia y Alemania hasta el año 2022. En febrero de 2022, en vísperas de la invasión de Ucrania y ante el ultimátum planteado por Vladímir Putin, el canciller alemán Olaf Scholz no duda en reiterar que Kiev no será miembro de la organización antes de por lo menos 30 años.

La guerra irregular en Ucrania, el capítulo Crimea

El año 2014 es el punto de inflexión de una contraofensiva de Rusia dirigida hacia Ucrania en sintonía con otras maniobras. Kiev ha ratificado su salida política de la órbita rusa, como exitoso resultado de la revolución de color incentivada desde hace quince años. Las masas del Euromaidan han rechazado al presidente pro-ruso Víktor Yanukóvich y colocan a Kiev del lado euro-atlántico. Precipitado caóticamente por un episodio violento en la plaza Maidan, el cambio es sinónimo de golpe de Estado para Moscú, orquestado directamente desde el mundo occidental con la complicidad de grupos ultranacionalistas y neonazis ucranianos (Bandera).

La recuperación de Crimea en febrero 2014 es la primera contrarreacción de Rusia. La península alberga a 15.000 soldados ucranianos y es conquistada en una semana, casi sin combates. La anexión militar de la península se disfraza hábilmente de fuerzas especiales rusas fusionadas con los grupos separatistas locales y luego con un referéndum de autodeterminación (marzo 2014). Al violar el derecho internacional, la anexión genera naturalmente un fuego enemigo con las primeras condenas políticas, junto con sanciones económico-diplomáticas.

Enfrentamiento irregular en el Donbás

En un segundo tiempo y hasta febrero de 2022, Rusia emprende una guerra por debajo del umbral de confrontación abierta con múltiples frentes en el norte, en el Donbás y en el frente interno a escala de toda Ucrania. Por un lado, grandes ejercicios militares están organizados en la frontera ruso-ucraniana (con un total de cerca de 100.000 hombres movilizados). Por otro lado, se empuja a un movimiento insurreccional, al principio difuso, en el sector del Donbás. Los grupos separatistas son apoyados y militarizados con mercenarios despachados desde Moscú.

En el frente, varios batallones de ucranianos nacionalistas se militarizan también, mientras Kiev moviliza a fuerzas regulares en el marco de una operación “anti-terrorista” que va lograr equilibrar temporariamente la correlación de fuerza. Rápidamente, el aumento de la ofensiva militar rusa termina quebrando el frente ucraniano a fines de 2014 y principios de 2015, obligando Kiev a firmar sucesivamente los acuerdos de Minsk y Minsk II. Ni Ucrania, ni las repúblicas separatistas del Donbás, ni Rusia respetarán estos acuerdos.

Con otras partes del ejército ucraniano fijadas en las zonas de maniobra fronteriza, Ucrania se encuentra estratégicamente paralizada, sin que ambos campos se hayan oficialmente declarado la guerra.

Guerra informacional y political warfare

En el teatro informacional, Rusia busca alterar las percepciones y los resortes motivacionales de sus adversarios. La ofensiva se centra en cuatro ejes: 1. demonizar a Ucrania e instalar leitmotivs justificadores (grupos ultranacionalistas, laboratorios de guerra bacteriológica, decadencia de sus élites, etc.); 2. ocultar la participación directa de las fuerzas rusas en el Donbás e incentivar un movimiento insurreccional separatista; 3. desmoralizar y fragmentar la sociedad ucraniana; 4. cuestionar el arco occidental, subvertir su estructura de percepción y dividir a las opiniones públicas (revolución de color, intervencionismo en Irak, Afganistán, Libia, expansión de la OTAN, etc.). Esta ofensiva incluye también a la sociedad rusa donde 50% de los rusos consideraban a principios de 2022 que la OTAN y Occidente en general son responsables de la tensión con Ucrania.

Recordamos que el canal RT y Sputnik fueron creados en el año 2005, luego de los sublevamientos fomentados en Georgia (2003) y Kiev (2004) como herramienta de influencia a nivel internacional, en sintonía con un ecosistema de medios que levantan sus contenidos.

Otra vía de influencia tiene que ver con los canales diplomáticos secretos entre las inteligencias estadounidenses y rusas y la activación de un campo social favorable a la posición de la pacificación. Se confirma en julio de 2023 que existían permanentes conversaciones diplomáticas secretas[4] entre antiguos altos funcionarios de seguridad nacional de los Estados Unidos y altos cargos del Kremlin. La vía de pacificación consiste en fomentar un sector de opinión proclive a la no confrontación con Rusia, particularmente vigente al interior de los Estados Unidos y Europa.

“Hay que evitar humillar a Rusia”, “no hay que entregar Moscú a los brazos de Pekín”, “se debe evitar sí o sí el caos vinculado a un posible derrumbe de Rusia”, “los occidentales no creen en el éxito de la contraofensiva” son varias de las expresiones sintetizando los métodos de chantaje por el caos, por la amenaza o el poderío autocrático que se fueron asimilando al interior del mundo occidental. La CIA[5] inclusive participó en este papel de relativización y de negación de la realidad conflictiva[6], lo cual agregó elementos favorables a Moscú para plantear un ultimátum a la OTAN a fines de 2021 y luego invadir a Ucrania.

Esta atmosfera, dibujando una suerte de contexto de Munich donde las potencias esquivan la confrontación, fue evaluada como tal por Moscú. A fines de 2021 se decidió generar dos propuestas de acuerdos de seguridad, apuntando a obtener garantías de parte de los Estados Unidos y de la OTAN. Los textos solicitaban explícitamente una “renuncia a cualquier ampliación de la OTAN, el fin de la cooperación militar con los países post-soviéticos, la retirada de las armas nucleares estadounidenses de Europa y el regreso de las fuerzas armadas de la OTAN a las fronteras de 1997”, junto con la no navegación en los mares Negro, Báltico, Barents, Ojotsk, sin que se haga alusión en contrapartida a la ocupación rusa en Abjasia, Osetia del Sur, Crimea o en el Donbás. En otras palabras, se trataba de borrar del mapa a la OTAN y apagar la presencia de los Estados Unidos en Europa.

Kiev y la respuesta atlántica

La derrota del plan relámpago para tomar a Kiev en febrero 2022 no impide a los amos del Kremlin de seguir trabajando en este terreno de la influencia para voltear a la administración de Kiev. Con las dudas frecuentes expresadas por los aliados occidentales y su inercia para la entrega de material bélico, los dirigentes rusos piensan haber convencido a Kiev de renunciar a cualquier victoria. Así, Moscú fortalece su esfuerzo para desmotivar a su rival, sumando las nuevas dudas vinculadas al alcance de la contraofensiva iniciada en junio de 2023, junto con la idea de que una negociación de paz se está realizando a espaldas[7] de Ucrania entre Washington y Moscú.

Simétricamente, la esfera atlántica articuló varios frentes informacionales para alimentar la percepción de amenaza rusa y contrarrestar sus ofensivas. Ya desde 2005, la vuelta de la potencia rusa había generado una estigmatización de Rusia en los Estados Unidos y Europa. Permitió mantener un norte movilizador para los países miembros de la OTAN cuyas prioridades en seguridad se han ido dispersando. La ruptura con Rusia en 2022 permitió reactivar la vigencia de la alianza atlántica e instalar nuevamente a Washington como el gran defensor de la soberanía y la libertad luego de las derrotas políticas de Washington en el Medio Oriente. Todo el ecosistema ideológico de la OTAN está reactivado y trabaja en polarizar las percepciones. En Kiev, Volodímir Zelenski desempeñó un papel muy relevante para poner a los países occidentales frente a sus “deberes” y contrarrestar internamente la influencia rusa.

De forma general, todo este choque de maniobras informacionales ha precipitado una lectura muy maniquea de la guerra ruso-ucraniana, polarizada entre ambos campos.

Guerra geoeconómica en el sector energético y agroalimentario

Una ofensiva geoeconómica acompaña este escenario. Bien antes de febrero de 2022, Rusia se ha asegurado el respaldo de China e incentivó por un lado la dependencia energética de Europa y por otro un acercamiento económico con China y Asia. En 2013 y 2014, se firman varios acuerdos energéticos con China, entre ellos la construcción de gasoductos, mientras en 2019 Rusia se vuelve el mayor proveedor de petróleo para China. La invasión de febrero de 2022 es seguida de un recorte de 75% de la exportación de gas a Europa, dependiendo un 40% del gas ruso que transita principalmente por los dos gasoductos Nordstream en el mar Báltico. Alemania está en el nudo gordiano de esta dependencia. En septiembre de 2022 el sabotaje de estos últimos, asociado sesgadamente a los Estados Unidos (mediante la investigación de Seymour Hersh por ejemplo) pero en realidad operado por Rusia según las últimas pruebas[8], termina de sellar un nuevo panorama energético. Los Estados Unidos, claramente favorecidos por este pedido europeo, son capaces de proveer 25% de la demanda, pero no pueden reemplazar la fuente rusa en el corto plazo, dejando a Europa en situación de austeridad energética.

En el plano agroalimentario, Moscú ha neutralizado rápidamente varios terminales de grano ucranianos en febrero de 2022, junto con el bloqueo de exportaciones de alimentos críticos. La crisis alimentaria es utilizada para culpar a las sanciones occidentales y erosionar el apoyo europeo a Ucrania. Se instrumentaliza esta desestabilización para diseminar en el Sur Global la narrativa rusa de que las sanciones occidentales son fuente del alza de precios y jugar con la dependencia de la importación de granos.

El Bismarck de hoy es ruso

Dos conclusiones principales son para destacar. La primera es que el espectro ofensivo desplegado hasta la fecha por Moscú en Ucrania ilustra magistralmente la trama geoestratégica contemporánea. No hay acción militar sin movimientos en el terreno geoeconómico, informacional y geopolítico susceptibles de aumentar las condiciones de una victoria política. Preparada aguas arriba por un cerco geoeconómico, una guerra irregular en el Donbás, un conjunto de ofensivas informacionales y diplomáticas, junto la promoción de una “quinta columna” en un mundo occidental muy desfasado con la naturaleza de las hostilidades, la confrontación irregular de 2014 y la invasión de febrero 2022 se articularon con un flujo inmaterial agresivo dirigido hacia el noumen de las sociedades adversas.

Su objetivo es quebrar las voluntades, hacer admitir a toda costa la inviabilidad de la resistencia de Ucrania, la traición posible de la potencia norteamericana y el peligro del oso ruso, en la perspectiva de desgastar el régimen de Kiev. Por ahora, esta guerra de influencia librada contra el orden europeo, incluyendo la instrumentalización de las materias primas, las operaciones cibernéticas e híbridas, la guerra informacional, el chantaje nuclear, las oleadas migratorias y las turbulencias políticas, ha tenido efectos notables pero no los frutos esperados. Es mal conocida y mapeada por el mundo académico, inclusive dentro de los tanques de pensamiento de la OTAN.

La segunda conclusión tiene que ver con la proyección que Moscú está queriendo diseñar en el mundo de hoy. Vladímir Putin se lanzó en Ucrania para restaurar la preeminencia rusa en un momento de reflujo del arco euro-atlántico y de un mejor posicionamiento de su poder en varias regiones (América Latina, África del Norte, Medio Oriente, Asia). Al igual que Bismarck en la Europa de ayer, intenta reconfigurar la seguridad europea fragmentada, mediante el sometimiento de Kiev y la unión con Bielorrusia, Georgia y Transnistria. El acercamiento a China configura una alianza inmediata necesaria para esquivar las sanciones occidentales y estabilizar la potencia rusa. En el largo plazo, expresa la voluntad de arrimarse al polo global alternativo chino que cuestiona el orden internacional y trabaja para frenar la proyección estadounidense a nivel global.

Al iniciar un enfrentamiento a gran escala contra Ucrania, Rusia intensifica indirectamente este conflicto sistémico entre ambos polos de poder global, buscando un mejor posicionamiento y la cosecha de beneficios propios. Ahí también, este rumbo no está realmente entendido en el mundo occidental y en otras latitudes.

No obstante, el freno a la invasión militar en Ucrania ha sido un obstáculo mayor para Rusia, ampliamente subestimado por la rigidez del aparato estatal. La subyugación relámpago de Kiev fue derrotada (batalla del aeropuerto de Hostómel y ofensiva de Kiev) y obligó a un plan alternativo en tres grandes frentes periféricos. Reavivó un nacionalismo ucraniano que ya no podrá volver a formar parte de la órbita rusa. La extensión de la movilización interna en Rusia muestra nuevamente esta dificultad y los preparativos para un largo enfrentamiento.

El dilema actual

La contraofensiva ucraniana, iniciada en junio de 2023 a raíz del respaldo material obtenido por sus aliados, obtiene resultados no tajantes, pero tangibles y perturbadores. Ilustra nuevamente la capacidad de adaptación de Kiev y su partición táctica todavía mal entendida por sus aliados. En el terreno militar, las fuerzas ucranianas han cambiado de temporalidad, apostando a un desgaste progresivo de las defensas rusas, lo cual generó divergencias en los aliados cercanos (Polonia). La reciente visita del líder ucraniano a Washington es todo un símbolo de estos dilemas: mantener la permanencia del apoyo más allá de las grandes fechas electorales y acompañar el diseño ofensivo ucraniano.

 

* Autor de “Una nueva era de confrontación informacional en América Latina” (2023). Coordinador de la plataforma de comunicación Dunia. Miembro e investigador de la SAEEG. francois@rio20.net

 

Referencias

[1] La OTAN es considerada por algunos círculos estratégicos como un “tigre de papel”. Citando a la agenda RIA Novosti: “Los atlantistas, a pesar de todas sus apetencias, no entrarán en conflicto abierto con Rusia. No lo quieren y les da miedo. Incluso los estrategas angloamericanos razonables entienden que Occidente no tiene la fuerza para mantener a Ucrania en su órbita por mucho tiempo. Las leyes de la historia rusa (como las leyes de la geopolítica) siempre funcionarán”. Disponible en https://ria.ru/20211217/nato-1764307285.html.

[2] En agosto de 1991 el presidente George H.W. Bush intima a los ucranianos a renunciar a la independencia y a satisfacerse de la libertad política que regirá en la futura Rusia.

[3] Ver la entrevista de Mijaíl Gorbachov por el canal alemán ZDF en 2014. Disponible en https://www.zdf.de/politik/kontext/videos/kontext-interview-gorbatschow-russland-100.html, con subtítulos en inglés : https://twitter.com/splendid_pete/status/1650735533826375680. Ver también Mikhail Gorbachev: I am against all walls disponible en https://www.rbth.com/international/2014/10/16/mikhail_gorbachev_i_am_against_all_walls_40673.html

[4] Former U.S. Official Shares Details of Secret ‘Track 1.5’ Diplomacy With Moscow. Disponible en https://www.themoscowtimes.com/2023/07/26/us-official-shares-details-of-secret-track-15-diplomacy-with-moscow-a81972

[5] Exclusive: The CIA’s Blind Spot about the Ukraine War. Disponible en  https://www.newsweek.com/2023/07/21/exclusive-cias-blind-spot-about-ukraine-war-1810355.html

[6] The Second Front. Disponible en https://en.desk-russie.eu/2023/09/06/the-second-front.html

[7] Naryshkin afirmó que la SVR y la CIA mantenían consultas raras pero regulares. Disponible en https://ria.ru/20230927/vyezd-1898953086.html

[8] En abril de 2023 el Ministerio de Defensa danés confirma distintas investigaciones sobre el ataque al gasoducto NordStream. Hay 112 fotos de barcos rusos en el lugar, tomadas por la Marina danesa cuatro días antes de las explosiones. Disponible en https://www.information.dk/indland/2023/04/forsvaret-bekraefter-rusland-specialfartoej-naer-nord-streams-spraengningspunkt?kupon=eyJpYXQiOjE2ODI2MTc4NzksInN1YiI6IjM3OTczMDo3OTEwMzIifQ.0jny5boMNqfm8wy90bFhog
Investigaciones:

Russische Schiffe am Nord-Stream-Tatort. Disponible en https://www.t-online.de/nachrichten/ausland/internationale-politik/id_100160712/explosionen-am-nord-stream-russland-schickte-schiffe-zum-tatort.html

OSINT Analysis: Six Russian Ships Active Near Nord Stream Sabotage Site According to Intelligence Source. Disponible en https://oalexanderdk.substack.com/p/osint-analysis-six-russian-ships

Otras notas de interés: https://www.businessinsider.com/russian-navy-ship-nord-stream-pipelines-days-explosions-2023-4?op=1

https://www.themoscowtimes.com/2023/04/28/russian-anti-torture-group-members-homes-raided-a80973

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¿GUERRA DE DISPAROS ENTRE ESTADOS PREEMINENTES EN EL SIGLO XXI?

Alberto Hutschenreuter*

Recientemente, el presidente estadounidense Joseph Biden sostuvo que “los ciberataques podrían conducir a una verdadera guerra de disparos”. Sin eufemismos, sea una querella acotada en violencia y geografía o una crisis mayor, se trata de una advertencia (principalmente a Rusia) que implica un paso más hacia una posible confrontación armada, en un contexto entre Estados preeminentes que (hace tiempo) no es ni de guerra ni de paz.

Por tanto, no sorprenden las palabras del mandatario estadounidense, menos todavía viniendo de un demócrata; pues cada vez que hubo un presidente de ese partido en Estados Unidos, el enfoque hacia Rusia se fundó en alguna forma de embestida a este país.

En ese sentido, se podrán decir muchas cosas del ex presidente Trump, menos que blandió espadas frente a Rusia, no así varias de las agencias de inteligencia, el complejo industrial y el Pentágono.

De acuerdo con las concepciones de seguridad estadounidense de 2017 y 2021, Rusia y China son considerados rivales por Estados Unidos; es decir, algo más que competidores. La competencia es el lugar común en las relaciones interestatales; la rivalidad en estas relaciones supone retos, intenciones desconocidas, estrategias para lograr ganancias de poder, etc.

No obstante aquel enfoque por parte de Washington, Rusia implica una rivalidad más peligrosa que China. Aunque este último poder amenaza la primacía estadounidense en varios segmentos de dominio, no tanto en el estratégico-militar, y cada vez más proyecta poder en el mundo, existe una profusa relación comercial entre ambos poderes (favorable a Pekín), y si bien China impulsa un colosal corredor geoeconómico que atravesará Asia central, su orientación geopolítica continúa siendo el Asia-Pacífico.

Este último dato es importante. No solo porque Estados Unidos es una potencia marítima que está por encima del poder naval chino, sino porque China no es un actor que ponga mayormente en riesgo la relación atlanto-occidental. Es verdad que ocurren situaciones en el segmento cibernético y también que la ruta asiática podría exigir en el futuro más definiciones a Europa. Pero aquí es Rusia el reto mayor, el actor que más daño podría ocasionar.

Rusia no es percibida por Estados Unidos como un poder con el que habría que compartir una “nueva bipolaridad” internacional. Con China sí existe esa perspectiva, pues la construcción de poder por parte del país asiático ha sido y es, a menos que suceda un gran “cisne negro” en el país, indetenible. De hecho, los escenarios estratégicos globales que se plantean en Occidente de aquí al 2030 no consideran mejoras mayores con China, pero prácticamente ninguno aprecia que Estados Unidos liderará solitariamente el mundo.

Si bien en Estados Unidos existen posiciones relativas con debilitar la relación entre Rusia y China, para lo cual, como recomienda Charles Kupchan, es necesario mejorar las relaciones con Rusia (como ocurrió en los años setenta, cuando se trabajó la relación con Pekín para debilitar el vínculo chino-soviético), los enfoques predominantes apuntan a incrementar la presión a Moscú con el fin de debilitarla y disuadirla de intentar dividir a Occidente a través de sus medios propios de guerra híbrida.

En este sentido, el especialista Michael McFaul advierte que Rusia no se encuentra fuerte, pero tampoco es la Rusia de los noventa; por tanto, gradualmente se deben profundizar sanciones en varias direcciones hasta neutralizar sus operaciones en el extranjero. Pero otros van más allá de una “contención reforzada” y, como propone Condace Rondeaux, plantean presiones que incluyan la denominada “opción nuclear”, esto es, fuertes sanciones que prohíban a las instituciones financieras occidentales comerciar bonos del gobierno ruso denominados en rublos. En esta línea, otra opción (“bastante nuclear” y que recientemente se dejó de lado) era convencer a Alemania para que abandonara el “Nord Stream 2”. No obstante, las medidas relativas con golpear en el principal activo de Rusia, la energía, se mantienen abiertas.

Se trata de escenarios de riesgo mayor. Occidente, es decir, Estados Unidos, se muestra dispuesto a proseguir rentabilizando su victoria en la guerra fría, y para ello es preciso negar toda posibilidad geopolítica, geoeconómica y geoenergética a Rusia. Como se pretendía en los noventa: que Rusia sea un actor débil y un mero aportante de materias primas. En otros términos, si hay finalmente un orden internacional en el mundo siglo XXI, Rusia será un actor en dicho orden, no un actor estratégico en el mismo.

Pero difícilmente Rusia, una superpotencia (y “Estado-continente”) en varios segmentos de poder, no solo en el estratégico-militar-nuclear, lo acepte. Por ello, la advertencia de Biden relativa con que los ciberataques podrían conducir a “una verdadera guerra de disparos” hay que tomarla muy en serio. No solo porque lo piense y diga un demócrata en un contexto que no es ni de guerra ni de paz, sino porque no existen razones categóricas para aseverar que porque no han ocurrido confrontaciones militares de escala en los últimos 70 años (algo que no es del todo cierto) las mismas ya no ocurrirán.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG. 

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