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SONÁMBULOS EN 1914, APACIGUADORES ANTES DE 1939, INSENSATOS EN 2022

Alberto Hutschenreuter*

En 1914 y en 1939 las relaciones internacionales sufrieron una disrupción mayor. Si bien antes hubo guerras prolongadas y totales, pensemos en la Guerra de los Treinta Años o en la Guerra Civil norteamericana, las confrontaciones que se iniciaron aquellos años fueron no sólo extensas y totales, sino que también fueron a escala mundial y el descenso de la seguridad humana se midió en millones de muertes, heridos y desaparecidos. Sólo basta considerar que en 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, la URSS y China habían sufrido 38 millones de muertos.

Esta última conflagración implicó no sólo el despliegue de medios terrestres navales y aéreos de modo masivo, sino que el carácter de exterminio que asumió la guerra entre algunos actores, por caso, Japón y China o Alemania y la URSS, implicó que sólo la rendición incondicional pondría fin a la contienda. En el caso de Japón, Estados Unidos consideró y decidió necesario utilizar su poder atómico (capacidad letal sin precedente en materia de guerras) para lograr la rendición, si bien es cierto que también hubo otros fines.

Las dos grandes rupturas en el siglo XX, que tuvieron enormes consecuencias, posiblemente pudieron haberse evitado. Puede que no tenga sentido plantearlo, pero ello es pertinente al menos por dos situaciones: por un lado, porque nos muestran que, a veces, los estados preeminentes adoptan decisiones equivocadas o apresuradas que terminan resultando catastróficas; por otro, a la luz de los hechos, pareciera que cuesta considerar el valor de la experiencia, sobre todo atendiendo los hechos que suceden hoy.

En relación con 1914, Henry Kissinger sostiene que llama la atención que la confrontación no hubiera comenzado antes, pues la situación en los Balcanes era más tensa que cuando se produjo el atentado en Sarajevo, a fines de junio de 1914, el hecho que activó una bomba de la que nadie tuvo idea de lo que implicaría cuando finalmente detonara.

Por ello, el historiador Christopher Clark ha calificado a los hombres que tomaban decisiones antes del 28 de julio de 1914, cuando comenzó la guerra, como “sonámbulos”: “[…] no valoraban las consecuencias de las acciones. Lo que para ellos parecía razonable acabó produciendo resultados irracionales”.

Ese estado explica que las potencias preeminentes no salvaguardaran sus relaciones que, más allá de las alianzas y tensiones que había entre ellas, no estaban atravesadas por situaciones irreductibles que solo podían resolverse por medio de las armas. Por ello, con notable precisión, en su excelente obra “Diplomacia”, Kissinger sostiene que “Lo paradójico de julio de 1914 fue que los países que tenían razones políticas para ir a la guerra no estaban sujetos a rígidos programas de movilización, mientras que las naciones con rígidos de movilización, como Alemania y Rusia, no tenían ninguna razón para ir a la guerra”.

En cuanto a la guerra total que comenzó en 1939, hay enfoques, como el del historiador británico Alan J. P. Taylor, que consideran que las responsabilidades están repartidas, pues la diplomacia de apaciguamiento practicada por las potencias occidentales permitió que la concepción geopolítica revolucionaria de la Alemania nazi lograra, “lonja tras lonja”, como decía el general francés André Beaufre, obtener (mientras todavía no estaba en condiciones de desafiar militarmente a aquellas potencias) resultados cada vez más osados, hasta que fue muy tarde para detenerla.

El 24 de febrero de 2022 Rusia puso en marcha lo que denominó “operación militar especial”, una intervención militar en Ucrania en varias direcciones. Posiblemente, el propósito fue tomar rápidamente la capital y capturar al gobierno.

La pregunta aquí es: ¿se trató de una medida propia de un actor con instintos geopolíticos agresivos perpetuos, se debió a una rivalidad ruso-occidental casi protohistórica, o fue consecuencia de la insensatez geopolítica occidental?

Seguramente las respuestas estarán repartidas. Desde los hechos y desde la experiencia, que es lo único que verdaderamente importa, lo que sucedió en febrero de 2022 se debió a la ruptura de códigos geopolíticos que necesariamente deben ser observados por los “actores estratégicos de orden internacional”, es decir, aquellos que deben trabajar por el equilibrio y la estabilidad interestatal, las mayores ausencias en el mundo del siglo XXI.

En materia de hechos, es casi indiscutible que la extensión de la OTAN a los países de Europa central, esto es, Polonia, República Checa y Hungría, era un hecho esperable, más allá de que Estados Unidos había asegurado a Gorbachov que la Alianza no se extendería. Se trataba de una “renta” por la victoria en la Guerra Fría. También más allá, los Estados del Báltico. Pero no limitar la extensión hacia zonas rojas rusas implicaba rebasar los términos de la victoria, algo que Clausewitz habría desaconsejado de plano.

En otros términos, Occidente, y aquí la Unión Europea corre con responsabilidades por no considerar sus intereses y mantenerse invariablemente en su “strategic comfort zone”, nunca reparó (incluso hoy) que la seguridad interestatal exige equilibrios geopolíticos, pues lograr ganancias de seguridad en detrimento de la seguridad de otro siempre tendrá consecuencias, sobre todo si ese otro es un actor de alta sensibilidad territorial.

Aquí es pertinente otro interrogante: ¿era necesario crearle a Ucrania la ilusión de que podría convertirse en miembro de la OTAN? Ello hizo que Kiev descartada cualquier otra alternativa en materia de política exterior y de seguridad. Lo que hemos denominado “doctrina Zelensky” implicó “en la OTAN o nada”. Y fue la invasión y la guerra.

En materia de experiencia, cada vez que los poderes preeminentes pusieron por encima del equilibrio geopolítico y la indivisibilidad de la seguridad los intereses de un actor menor ubicado en zonas geopolíticas de fragmentación, sobrevino la disrupción.

En otros términos, la posibilidad de un orden internacional nunca podrá basarse en intentos relativos con excluir a un actor preeminente o en llevar adelante políticas dirigidas a disminuir su seguridad cercándolo en sus mismas fronteras.

En la primera mitad del siglo XX ocurrieron dos cataclismos internacionales con consecuencias que se extendieron por décadas. En gran medida, las guerras mundiales ocurrieron porque no solo fracasó la diplomacia, sino porque hubo ausencia de firmeza militar cuando los hechos la requirieron, por caso, cuando en 1936 Alemania ocupó la zona desmilitarizada de Renania. En febrero de 2022 se produjo un hecho que derivó en una guerra que está por cumplir un año y que posiblemente ya causó más de 180.000 muertos. Además, no se ven perspectivas de acuerdo, pues las posiciones de las partes se volvieron casi irreductibles, y los “valedores” de Ucrania solo consideran incrementar la asistencia, es decir, mantener lateralizada la diplomacia.

A menos que una ofensiva contundente llevada adelante por alguna de las partes provoque el derrumbe de la otra, la guerra será larga y hasta tendría semejanzas, por la situación estática, con la guerra de trincheras de 1914 -1918. También podría suceder que un incidente o el suministro de armas que le permitan a Ucrania golpear en la profundidad de la retaguardia rusa (de hecho, ello podría suceder con el ya aprobado suministro a Kiev de misiles de máxima precisión GLSDB, con un alcance de 150 kilómetros) suscite una reacción rusa que deje la guerra ad portas de una guerra mundial.

Semejante escenario implicaría otra calamidad mayor para la humanidad, una catástrofe que se podría haberse evitado si no hubiera predominado la insensatez geopolítica sobre el necesario equilibrio geopolítico, y no se hubiera desdeñado la experiencia histórica, la herramienta más valiosa para intentar evitar futuros a los que nunca se hubiera querido llegar.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

 

Artículo publicado originalmente el 09/02/2023 en Abordajes, https://abordajes.blogspot.com/2023/02/sonambulos-en-1914-apaciguadores-antes.html?m=1

GUAYANA ESEQUIBA: TÍTULOS PERFECTOS CON DERECHO PRIMARIO Y EXCLUSIVO

Abraham Gómez R.*

Siempre hemos poseído un inmenso acervo probatorio desde el punto de vista jurídico, cartográfico e histórico, para desmontar —en caso de que lleguemos propiamente al juicio— el contenido de la decisión redactada y aprobada con añagaza y trampa, el 3 de octubre de 1899.

En bastantes horas de trabajo individual y colectivo, hemos analizado en detalles este asunto litigioso —con sentido autocrítico— y llegamos a una invariable conclusión, que nos agrada compartir con ustedes en los siguientes términos: toda la probanza —examinada hasta ahora— favorece a Venezuela, por lo que, nos resultará fácil, con la verdadera narrativa de los hechos constitutivos y fundamentales (fase postulatoria y sucesivas) destejer al írrito “laudo” arbitral de París, urdido hace más de cien años, adefesio con el que nos arrebataron una séptima parte de nuestra geografía nacional.

También debo ser muy responsable en dejar sentado que la posible comparecencia de nuestra delegación por ante la Corte —en el supuesto de que esa Sala Jurisdicente admita la demanda— depende del Jefe de Estado venezolano; por cuanto, conforme a su atribución constitucional tiene La determinación o última palabra para que la representación de nuestra Cancillería comparezca en las próximas vistas procesales en La Haya.

Debo reafirmar, explícitamente, que nos encontramos en una importante disyuntiva.

Aunque ya lo he explicado en reflexiones anteriores, me permito insistir—en resumen— que hay dos probabilidades sentenciales —esperadas en las próximas semanas— para la Excepción Preliminar que introdujimos como cuestión incidental, el 07 de junio del año pasado y ratificamos en las Audiencias Públicas en noviembre 2022.

Veamos. En un primer supuesto, la Corte desestima la acción interpuesta por Guyana contra Venezuela, y reenvía el asunto controvertido al Secretario General de la ONU, para que explore otras alternativas de solución, contempladas en el artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas: negociación, mediación, conciliación y arbitraje. Quedó descartado el arreglo judicial.

No obstante, para que estemos advertidos y claros. Se puede presentar la otra probabilidad consistente en que la Corte admita la demanda. Siendo así, comenzaría —consecuencialmente— el juicio como tal. Dígase: ratificación de la pretensión procesal, contestación de la demanda, reconvención, etc.

De encontrarnos en la segunda suposición arriba expresada, entonces, se traba la litis y se inicia el Proceso, para conocer el fondo de la causa: validez o invalidez del Laudo. Precisamente, constituiría el instante para que el Jefe de Estado determine la asistencia para hacernos parte del juicio o no comparecencia de nuestra delegación.

Aprovecho aquí para responder las inquietudes y preguntas que me han hecho, en las conferencias y por todos los medios. Explico: con nosotros presentes —siendo parte del Proceso— o en nuestra ausencia, el juicio, que se inició hace dos años, no se va a paralizar; porque, la Corte continuará con las etapas subsiguientes; y puede llegar incluso a cumplir la función jurisdiccional decisoria y emisión del fallo, así no esté representada Venezuela.

Tal Sentencia la tomaría ese Alto Tribunal basado en el artículo 53 de su propio Estatuto.

Cabe la pregunta: ¿Poseemos los suficientes elementos jurídicos, para argumentar —procesalmente— la inexistencia del “laudo”, oponible a nada, y menos como causa de pedir de la contraparte guyanesa; dado que la mencionada decisión arbitral quedó invalidada e ineficaz al suscribirse el Acuerdo de Ginebra, ¿el 17 de febrero de 1966?

Según la lectura detallada y del análisis minucioso que hemos hecho a la solicitud de interposición de acciones de Guyana, en nuestra contra, del 29 de marzo de 2018 ( y ratificada en las audiencias posteriores),  me permito colegir que hay toda una sarta de falsedades, desaciertos, mentiras e impropiedades que  constituyen un fraude procesal; porque, subyace desde el inicio maquinaciones y artificios destinados– mediante el engaño– a impedir la eficaz administración de justicia, en su propio beneficio.

La contraparte con esa añagaza y disposiciones tramposas ha incurrido en Temeridad procesal.

¿Cómo se les ocurre afirmar —en procura de acreditación de la Sala Juzgadora—que el inefable “laudo” es cosa juzgada y debe configurarse (y aceptarse) como válido y vinculante para nosotros?

Con esa patraña no nos ganarán jamás, en justo derecho.

Los reclamos que hemos intentado por vías diplomáticas, políticas y jurídicas no están sustentados en caprichos chauvinistas, reacciones intemperantes, desproporcionadas o injustas. Hemos explicado en las instancias internacionales correspondientes las razones y argumentos sociohistóricos y jurídicos que nos asisten.

Permanentemente sostenemos —donde haya que ir— que ese laudo fue una tratativa perversa; un arreglo político-diplomático (jamás jurídico, ni arbitral de buena fe) que nos perpetró un vulgar arrebato de nuestra extensión territorial; heredada, con justos títulos traslaticios, que adquirieron la condición de títulos perfectos primarios y exclusivos.

Agreguemos allí que la nulidad absoluta del “laudo” acarrea las consecuencias más graves que puede sufrir un acto procesal. Una nulidad absoluta no surte ningún efecto jurídico.

La nulidad absoluta —ipso jure— en la sentencia arbitral ocurrió, desde el mismo momento cuando se omitieron los requisitos necesarios para lograr su objetivo. También acaeció cuando se nos colocó, en tanto parte interesada y concernida en una situación de indefensión, inclusive a partir del Tratado de Washington de 1897.

Ya hay algunas opiniones, a lo interno de la Corte Internacional de Justicia, que señalan el desacierto procesal de Guyana, por insistir con el “laudo”; asimismo dicen que con tales recursos argumentativos – en justo derecho— jamás ganarían este hipotético juicio.

No tienen la menor posibilidad jurídica para salir airosos; por eso la desesperación de los representantes de la cancillería guyanesa al ejercer presión a todos los niveles.

Nuestra independencia —y nuestra extensión territorial original— la logramos en campos de batallas, en sí mismo también comporta un título perfecto. Contrariamente a los relatos con los que Guyana pretende exhibirse en la comunidad internacional. La emancipación guyanesa se obtuvo como resultado de arreglos obligados de descolonización.

Con la intención de reforzar nuestra búsqueda libertaria, podemos añadir lo siguiente: si hubo, el 30 de marzo de 1845 un Título Traslaticio de conferimiento de la soberanía a la naciente República de Venezuela por parte de España, fue porque sesenta y ocho años antes se había consolidado la Capitanía General de Venezuela, a través de la Real Cédula de Carlos III, el 8 de septiembre de 1777 con la cual nos dimos a conocer ante el mundo como Nación. Dos Justos Títulos perfectos para esgrimir ante la Sala Juzgadora, de llegarse al juicio, propiamente.

Acaudalamos Justos Títulos para demostrar y probar, en la Corte Internacional de Justicia, que la Guayana Esequiba desde siempre ha sido nuestra.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.  Asesor de la Comisión de Defensa del Esequibo y la Soberanía Territorial. Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela (IDEFV). Asesor de la Fundación Venezuela Esequiba.

LA GNA Y EL “PROYECTO HUEMUL”

Revista GNA*

Ronald Richter fue un científico austríaco, nacionalizado argentino que se hizo famoso en 1951 con el “Proyecto Huemul”.

El plan consistía en un intento para generar energía barata mediante fusión nuclear en una “planta atómica”. El lugar elegido para llevarlo a cabo fue la isla Huemul, en el lago Nahuel Huapi (Río Negro). Era un lugar perfecto: con aire limpio para los aparatos, abundante agua como fuente energética y sobre todo aislada del mundo, lo que permitiría a Ronald Richter trabajar sin que nadie supiera cuál era su verdadero objetivo. El gobierno de la época había construido un mini pueblo con una docena de casas para técnicos, alcantarillado para desagües, una usina eléctrica, galpones, un laboratorio con enormes paredes de 2 metros de ancho, salones para conferencias. Todo estaba custodiado por un contingente de gendarmes que debía patrullar la isla y darle custodia personal al físico cada vez que viajaba a Bariloche. El jefe de ese personal cierta vez entre sonrisas relató, que Ronald Richter hacía detonar cargas de TNT cuyas explosiones eran claramente audibles en Bariloche que estaba a 8 Km. Al parecer su intención era que lo asociaran con sus experimentos atómicos.

De Buenos Aires llegaban trenes con muebles, ladrillos y equipos, Richter se sentía el rey de Bariloche y nadie podía contradecirlo porque gozaba de la protección del Gobierno.

Ronald Richter (1909 -1991)

En dicha ciudad había periodistas extranjeros y el mundo miraba a Argentina con asombro y preocupación porque para esos años se evidenciaba como una futura potencia. En sus primeros meses, el ingeniero decía que llevaba a cabo experimentos, además de construir grandes estructuras, pero tres años después surgieron las primeras dudas. Fue entonces que se descubrió que todo era una gran y millonaria farsa a tal punto que se supone que lo engañó hasta al mismo Perón prometiendo colocar al país delante de los EE.UU. que en los años de posguerra dedicaba esfuerzos a la investigación nuclear.

Desde hace 67 años el “Proyecto Huemul”, de un millonario costo son sólo escombros.

 

Artículo publicado originalmente en la Revista GNA 74, noviembre de 2022.

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