Archivo de la etiqueta: Historia

VOLVER A LA HISTORIA

Nicolás Lewkowicz*

El “momento unipolar,” creado a partir de la disolución del bloque comunista a finales de la década de los 80’, le otorgó a la potencia dominante la posibilidad de crear un sistema de intercambio global basado en normas que sirvieran a promover sus intereses geoeconómicos y geopolíticos.

La justificación que se daba para establecer un sistema político internacional basado en normas comunes (rules-based international order) era que “la historia había terminado”. Según Francis Fukuyama, luego de la caída del comunismo no se podía concebir una mejor forma de organización que la democracia liberal y el sistema de intercambio capitalista.

La era de la globalización creó una división cada vez más estricta entre

1) las naciones que son sujeto pasivo de la historia (como los países de América Latina y Europa);

2) las naciones que imponen reglas de conducta comunes para el mundo globalizado y

3) los países revisionistas, que tratan de reducir la influencia de los países hegemónicos sobre su espacio interno.

Los países no-hegemónicos que se unen al mundo globalizado no pueden ser sujetos activos de la historia. A los sujetos pasivos de la historia les está vedado incidir en la manera en las cuales se configuran las reglas de conducta común. A estas naciones también les cuesta rechazar los valores culturales que son parte integral del proceso de expansión geopolítica de la potencia hegemónica. Acatar la norma impuesta por la potencia imperante implica renunciar a tener poder y autonomía en cuestiones de política exterior.

Tanto Europa como América Latina viven, cada cual a su manera, dentro del modelo economicista que les impone la idea del “fin de la historia” y la pertenencia al área geoestratégica comandada por los Estados Unidos.

Europa teme regresar a la historia por el recuerdo todavía fresco de las dos conflagraciones devastadoras del siglo veinte. Por otra parte, le es difícil a Europa salir de la jaula geopolítica impuesta por Estados Unidos, establecida luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. La potencia dominante necesita tener una presencia militar importante en Europa para no perder control de la “Isla-Mundo” y los puntos de navegación que son vitales para el comercio internacional, como el Estrecho de Gibraltar y el Estrecho de Suez. Los altos niveles de prosperidad de los cuales goza la población europea, hacen que la falta de poder de las naciones del Viejo Continente no sea sentida de manera tan pronunciada.

En el caso de América Latina, vemos un espacio post-histórico en el cual la mayoría de las naciones del continente no pelean entre sí y buscan unirse al sistema de intercambio promovido por los sujetos activos de la historia. A diferencia de Europa, la pobreza en la cual se encuentra sumida el continente hace que se note mucha más la falta de poder y los efectos negativos que implica la falta de autonomía en las decisiones políticas que afectan al espacio interno y a la relación con otros países.

En las próximas décadas, podríamos ver una creciente fragmentación de la capacidad de la potencia dominante de comandar su área de influencia estratégica en Europa y América Latina.

Existen varias razones para aducir que en las próximas décadas viviremos en un mundo con una globalización más fragmentada y un sistema internacional mucho más anárquico, pero con mucha más libertad de acción para los países que hoy no son sujetos activos de la historia.

Primero: existe una interferencia cada vez mayor de potencias revisionistas como China y Rusia en Europa y América Latina. Esta situación hace que se cuestione el alcance que deben tener las normas que emanan de la potencia hegemónica, sobre todo si estas no producen un efecto económico positivo.

Segundo: la capacidad de acción de la potencia dominante está condicionada a las necesidades de las corporaciones transnacionales, las cuales precisan de la musculatura geopolítica de los Estados Unidos, pero que operan de acuerdo a un principio de utilidad económica que redunda cada vez menos en beneficio de la población estadounidense. La posible falta de reconciliación de los intereses del sector público y privado podría erosionar la legitimidad de la acción geopolítica de los Estados Unidos de manera cada vez más pronunciada.

Tercero: a la potencia hegemónica le será cada vez mas difícil expandir valores que emanan de un espacio social en el cual cohabitan distintos conceptos de justicia.  El proceso de expansión geopolítica de los Estados Unidos convirtió al país cada vez más en imperio y cada menos en nación. No esta garantizado que las distintas versiones del concepto de justica puedan ser reconciliadas. La falta de cohesión en el espacio domestico tendrá una influencia importante en la manera en la cual la potencia hegemónica buscará ordenar el sistema internacional en el futuro próximo.

En las próximas décadas, el gradual declive geopolítico de los Estados Unidos obligará a la Argentina a regresar a la historia. Para ello, urge crear una pedagogía basada en la idea de que sin la capacidad de ejercer poder en forma autónoma no habrá crecimiento económico sostenido ni un Estado que pueda monopolizar el uso de la fuerza y proteger al país de amenazas internas y externas.

Los planteamientos economicistas, centrados en la inserción del país en un sistema político internacional basado en normas comunes, nos han dejado sin poder y sin economía. Por ello, es de esperar que un futuro no muy lejano comience la lenta pero inevitable vuelta del país a la historia.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020.

©2021-saeeg®

BOLCHETOS

Juan José Santander*

Las últimas campanas han doblado, respondiendo a Hemingway, por la paz —no la del mundo, deteriorada en varios puntos—, sino por La Paz, el bar —o la confitería,  como se estilaba allá por su inauguración en 1944—, en la esquina de Corrientes y Montevideo en Buenos Aires, apenas un año tras el segundo golpe militar —soslayemos los pronunciamientos— que desde el ‘30 marcaron por décadas el compás a lo D’Arienzo de nuestras vidas el siglo pasado: 30, 43, 55, 66, 76.

Como nací al año siguiente que el bar y en Santa Fe, lo conocí después del tercer golpe, y lo frecuenté hacia las postrimerías del cuarto. Era un ambiente bohemio y contestatario y una época en la cual para perjudicarte te tildaban de puto o comunista (‘bolche’), marbetes ambos no carentes de peligrosidad real, como el quinto y su previa demostraron —u ocultaron— brutalmente.

Luego fue decayendo de a poco como boxeador que pierde el ánimo. Ánimo que tal vez alentaba ese ambiente libertario de protesta y la gente que lo sustentaba, mucha se alejó, se exilió o desapareció, alguna por haberse perdido a sí misma. Y como dice el evangelio, ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

Ahora, como habría dicho Shakespeare, el resto es silencio. Y puertas cerradas.

De aquellas rebeldías de los ‘bolches’ que se amuchaban en La Paz entonces, quedan nostálgicos del ambiente que impregnaba el quinto de nuestros golpes —tan reconocido que lo hemos incluido en efemérides y es feriado nacional—, tan perdidos de nostalgia de juventud perdida como para conmemorar esa fecha, que pretenden dirigir nuestros destinos parafraseando nuevamente a Shakespeare: una historia de horror contada por un borracho en una tormenta.

La Paz no tiene culpa. Fue el aula de muchos sueños y alucinaciones. Las ilusiones erradas y sus derrotas son las formas más insidiosas, por ello peligrosas, del engaño, porque nos viene de adentro, donde, y volvemos al evangelio, surge la impureza, que no reside afuera ni nos llega de ahí: está en nosotros y de nosotros depende.

Pero aquellos nostálgicos que hoy mandan no viven ya en pensiones ni en piezas de estudiantes ni en los barrios, sino en Puerto Madero, nacido por la época que el área de La Paz iba deteriorándose, lugar ‘cheto’ de Buenos Aires si los hay —con perdón de La Recoleta y Barrio Parque—.

De ahí el título que, perfilando esa transmutación, aspira a conjurar sus consecuencias.

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG.

 

©2021-saeeg®

 

PARADOJA: MEDIANTE LA GUERRA SE ALCANZA LA PAZ

Agustín Saavedra Weise*

Sin duda alguna, la guerra es una de las grandes fuerzas de la historia. La raza humana es guerrera y como tal, la más cruel del planeta. En el período de “paz”, que va desde 1945 a 2021, perecieron 50 millones en diversos conflictos y más de 50 millones de individuos se encuentran desplazados o refugiados. La opinión pública se olvida de esto o directamente no quiere saber nada; cada cual se queda en su espacio, salvo los actores indirectos, quienes por detrás inducen acciones violentas vendiendo armas y/o prometiendo cosas imposibles de lograr.

Se habla también desde hace siglos de guerras justas y guerras injustas. Largo sería analizar el tema. Sí interesa un hecho clave: muchas guerras ayudan a resolver conflictos y otras —en lugar de apagar el fuego— dejan involuntariamente una mecha prendida; el incendio consiguiente será solo cuestión de tiempo. Todo dependerá de la inteligencia y capacidad de previsión que tengan los negociadores de turno, tanto vencidos como victoriosos.

Una verdad desagradable, a menudo olvidada, es que —reitero— aunque la guerra es un mal, tiene una virtud: puede resolver conflictos y lograr la paz. Esto ocurre cuando todos los beligerantes se agotan o cuando uno de ellos gana de manera decisiva. La clave es que la lucha debe continuar hasta alcanzar una resolución. Las esperanzas de éxito militar deben desvanecerse cuando el procurar arreglos sea más atractivo que seguir combatiendo. Este razonamiento hizo que el imperio alemán solicite un armisticio en noviembre 1918 a sus contrarios, básicamente Francia, Gran Bretaña y EEUU. Como es sabido, las condiciones finales impuestas fueron duras para Berlín; provocaron resentimientos diversos, falsas ideas acerca del “puñal por la espalda” e incubaron el totalitarismo de Adolf Hitler, que incendió al mundo entre 1939 y 1945. Un mal acuerdo de paz generó motivos para una guerra aún mayor y más terrible. Hay otros ejemplos, lo que nos habilita para expresar que los “acuerdos de paz” o los llamados “entendimientos previos” muchas veces fracasan y hasta se convierten en fuentes de potenciales luchas recurrentes.

La pregunta del millón: ¿Cómo acabar para siempre con un conflicto? La historia nos demuestra que hay una sola manera: la rendición incondicional del enemigo. Si en 1945 no se hubieran dado estos procesos en Alemania y Japón, ambos países seguirían siendo problemáticos. Ahora no lo son; más bien prosperan, han recuperado plenamente soberanía y economía, sus pueblos son felices y parte activa de la comunidad mundial. La mala voluntad alemana y japonesa hacia las democracias occidentales se disipó rápidamente gracias a la amarga píldora de sus catastróficas derrotas en la Segunda Guerra Mundial.

Una victoria militar contundente pone fin a las guerras. La Pax Romana —un período pacífico de 200 años— comenzó cuando Augusto derrotó a Marco Antonio en la batalla naval de Actium. El Norte venció al Sur en la guerra de secesión estadounidense e hizo que un conflicto que se cobró 750.000 vidas se desvaneciera. El Sur derrotado nunca volvió a causar problemas. Europa pudo reorganizarse recién cuando Napoleón fue definitivamente derrotado en 1814 y se reinstaló el tradicional equilibrio de poder en el viejo continente.

La sabiduría convencional nos dice que las pugnas se resuelven mejor mediante la negociación y el compromiso, pero la realidad nos demuestra que eso no siempre es cierto. Para solucionar conflictos en forma definitiva debe haber una derrota absoluta previa que le impida al vencido volver a intentar golpear y de esa manera, lograr de mutuo acuerdo condiciones que generen una paz estable a largo plazo. Así de simple, así de realista.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

Nota original publicada en El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/paradoja-mediante-la-guerra-se-alcanza-la-paz_237710