La Patagonia, territorio donde existen las más grandes reservas hidrográficas del mundo y también pesqueras y forestales. De lo que en el Sur de América se trata es de crear un país aparte, en el paralelo 40, una zona independiente en el sur de la Patagonia y de la cual la Laguna del Desierto, con Viedma en su vecindad, llegaría a ser la capital de un próspero centro, con las más grandes riquezas y habitado por otras gentes que argentinos y chilenos.
Ya Alfonsín se adelantó al proponer el traslado de la capital de Argentina a Viedma.
Las FFAA están únicamente para defender a la Patria, sus fronteras y la integridad de su sagrado territorio, por encima de intereses entreguistas. Si no cumplen con esta misión, han perdido su razón de ser, transformándose en ejército de opereta.
Miguel Serrano
A pesar de la exitosa campaña al desierto efectuada por Juan Manuel de Rosas en 1833, y de los arreglos de éste con los indios, los malones indígenas constituyeron un problema permanente durante todo el período rosista, el cual se potenció tras la caída del Restaurador de las Leyes en 1852. Una estimación señala que entre 1820 y 1870 los indios robaron 11 millones de cabezas de ganado, 2 millones de caballos y 2 millones de ovejas; asesinaron o capturaron a 50.000 personas, y robaron bienes por valor de 20 millones de pesos. Con su acción, los indios habían puesto límites al uso de las tierras y a la colonización.
Junto con la Campaña del Desierto emprendida por Roca, cabe mencionar también durante la gestión de Nicolás Avellaneda las actividades de exploración del hombre de ciencia Francisco P. Moreno. Este fue comisionado en 1879 para explorar nuevamente la Patagonia -lo había realizado durante el primer año de gestión de Sarmiento- con el objetivo de examinar las riquezas de la región y entrever la posibilidad de incorporar a los indígenas que la ocupaban a la vida civilizada.
En síntesis, el saldo de la campaña de Roca fue de 15.000 indios tomados prisioneros, 1.313 muertos y 15.000 leguas cuadradas incorporadas al territorio argentino. No obstante, el problema no estaba completamente resuelto. Entre 1881 y 1883 debieron ser organizadas nuevas operaciones contra los indios para estabilizar la frontera sur.
Entonces, atento a los números expuestos, no pueden volver a vendernos el mismo cuento de “la juventud romántica e idealista” versión “pueblos originarios”. “No fue magia”, estaban haciendo estragos en los bienes y la población.
En los últimos años, las corrientes progresistas e indigenistas han conseguido instalar, con llamativo éxito, la tesis que sostiene que la Campaña del Desierto organizada y comandada en 1879 por el entonces ministro de Guerra, coronel Julio Argentino Roca, habría constituido en realidad un «genocidio» o «etnicidio» perpetrado por el Estado Nacional Argentino. Incluso se ha llegado a aplicar categorías extemporáneas tales como «crímenes de lesa humanidad» y similares. Sus promotores sostienen que la acción de las fuerzas regulares argentinas habría conculcado derechos legítimos de los indígenas sobre territorios ocupados por sus ancestros.
En contraposición, la posición oficial del Estado Nacional ha sostenido que la Campaña Desierto significó una guerra legítima orientada a recuperar el control y hacer efectiva la soberanía y poner fin a las reiteradas matanzas, saqueos, secuestros y destrucciones materiales provocadas hasta entonces por los malones.
Estos malones eran verdaderas empresas comerciales que permitían que las tribus se apropiaran de ganado, que luego era vendido en el mercado trasandino, y de cautivos, por los que exigían altos montos para restituirlos a sus familias.
Quedaría analizar, tomando en cuenta la línea de pensamiento utilizada por tales organizaciones y el código penal, que penas le corresponderían a estos pobres originarios por los delitos de cuatrerismo, destrucción de la propiedad privada, secuestro, violencia de género, violación, homicidio y femicidio, entre otros.
A principios de 1872 tuvo lugar la denominada Invasión Grande a la provincia de Buenos Aires, iniciada por el mapuche Calfucurá, con un ejército de 6.000 combatientes. El ataque sobre las poblaciones de General Alvear, 25 de Mayo y 9 de Julio causó la muerte de alrededor de 300 criollos, otros 500 resultaron cautivos y fueron robadas 200.000 cabezas de ganado. El botín sería luego comercializado en el mercado trasandino por hacendados chilenos que se habían establecido sobre el río Neuquén.
Se está viendo a lo largo y ancho del país, pero particularmente con fuerza en la Patagonia “mapuche” que una fracción de la sociedad, reclama el dominio sobre tierras públicas fundamentada en una Constitución que reconoce derechos previos a la existencia del Estado.
La ocupación por parte de grupos autodenominados mapuches de terrenos bajo control del ejército argentino -y la posterior orden de las autoridades federales de no confrontar con los usurpadores- es una claudicación ante los principios que sostienen la misma existencia del Estado, por cuanto se rompe la cadena de autoridad que garantiza la primacía de un conjunto de leyes que garanticen la convivencia.
Por esas ironías de la vida, la escuela de alta montaña que funciona en Bariloche -y cuyas tierras fueron usurpadas- lleva el nombre de Juan Domingo Perón.
Lo que otrora fuera sagrado para la nación Argentina fue vulnerado bajo el apañamiento de los que dicen ser sus herederos. Vaya paradoja de un Estado que ya no puede hacer frente ni a los más básicos de los supuestos que fundamentan y justifican su existencia.
Javier Boher
Lo tragicómico de la situación es que recurren al Estado, (que no reconocen como tal), para que defienda “sus derechos”, sostienen que los mapuches tienen derecho a defender su territorio y el derecho a recuperarla y que está reconocido hasta por la Constitución Argentina. Todo esto orquestado por The Mapuche Nation, una organización que está asentada en Bristol, Inglaterra. «El día 11 de mayo de 1996, un grupo de mapuches y europeos comprometidos con el destino de los pueblos y naciones indígenas de las Américas, y en particular con el pueblo mapuche de Chile y Argentina, lanzaron la Mapuche International Link (MIL) en Bristol, United Kingdom», explican las autoridades de esta organización; a saber, Edward James (Relaciones Públicas), Colette Linehan (administradora), Madeline Stanley (coordinadora de Voluntarios), Fiona Waters (a cargo del equipo de Derechos Humanos), entre otros. (Como se puede observar a simple vista, todos apellidos originarios… de Inglaterra).
Sostienen que «the Mapuche Nation está situada en lo que se conoce como el Cono Sur de Sudamérica, en el área actualmente ocupada (sic) por los Estados argentino y chileno».
El territorio ancestral mapuche, según la organización con sede en Bristol, abarca todo lo que está al sur del Bío-bío (Chile) y al sur del Salado y del Colorado (Argentina). Y eso no es todo. Para los miembros británicos de la nación mapuche, el territorio ancestral abarca también las islas Malvinas y la Antártida.
En el mismo documento, fijan el año 1860 como el de la «Gran Asamblea Constituyente» en la cual «los más notables representantes del pueblo mapuche» fundaron «un gobierno monárquico constitucional». Y agregan que, «tras la ocupación del territorio del estado mapuche (sic), la Casa Real de dicho gobierno se estableció en el exilio en Francia, desde donde viene operando de manera ininterrumpida desde entonces».
Curiosamente, a la vez que hacen reivindicación de sus derechos ancestrales y su condición «originaria», los mapuches reconocen una dinastía francesa fundada por la ocurrencia de Orélie Antoine de Tounens (1825-1878), un abogado francés y masón que desembarcó en Chile en 1858 y se autoproclamó Rey de la Araucanía y de la Patagonia.
«Tanto el gobierno monárquico como el pueblo mapuche en su conjunto jamás han renunciado ni a sus derechos soberanos ni a la restitución de su territorio ancestral», afirman.
Con la creación del Estado Mapuche perderíamos, no sólo el territorio y los minerales, que de hecho ya lo estamos perdiendo, sino el agua potable de los glaciares, las vertientes que nacen en las altas cumbres, y que en el futuro tendríamos que comprarles el agua que ahora es nuestra. El uso del término “Mapuche” y las falsas reivindicaciones de estos, son maniobras disolventes y disgregantes hacia el Estado Argentino, porque todos los aborígenes tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones que cualquier habitante de la Nación Argentina.”
“Los araucanos hoy denominados ‘mapuches’, empezaron a llegar desde Chile en el siglo XVII, este proceso se conoce como Araucanización de la Pampa, fue una invasión cultural, acompañada de una invasión armada. En 1830 llega desde Chile el cacique Calfucurá, quien pidió una gran reunión de todos los caciques y pueblos indígenas de la región, la mayoría aceptaron, cuando esta se lleva a cabo, ¡Calfucurá los embriaga y los asesina a todos!, llegando casi al exterminio de nuestros puelches, tehuelches, ranqueles, pampas y demás pueblos, quedando dueño absoluto de toda la región. Por todas estas artimañas se lo denominó “el Zorro del Desierto”. Los araucanos contaban con fusiles Rémington que los ingleses les vendían del otro lado de la cordillera a cambio de yeguarizos, vacas y todas las cosas de valor que en sus malones podían robar. Ni Rosas, ni Roca, ni ningún historiador o autor clásico como Estanislao Zeballos, Lucio Mansilla y Manuel Prado, “¡jamás mencionaron al pueblo mapuche!”, tampoco está escrito en los libros de historia de las provincias donde ellos azotaban, por lo tanto no son un pueblo originario de la Argentina”.
“¿Entonces por qué a los araucanos y demás pueblos indígenas, se lo quiere denominar mapuche? La razón es que quieren englobar a todos los pueblos aborígenes en uno solo, “los mapuches”, así poder abarcar más territorio para la supuesta nueva Nación Mapuche. Esta es la historia del peligroso malón británico que actúa en las sombras, es un verdadero “British Malon”, un malón que nos quiere desintegrar y robar parte de nuestra Patria creando un estado dentro del Estado Argentino. ¿Cómo lo quieren crear? Presionando, extorsionando, comprando a nuestros gobernantes, nacionales y provinciales y a toda persona que se oponga a este siniestro plan.
Este plan es que se viole constantemente la Constitución Nacional hasta que está ya no tenga validez, destrucción de las fuerzas armadas para cuando ellos invadan no haya ningún foco de resistencia, fomentar la droga hasta que la delincuencia sea incontrolable, corrupción y caos generalizado, entonces será para ellos el momento oportuno para invadir nuestro país, por parte de la O.N.U u otra fuerza, para pacificar, ordenar, y así poder crear el Estado Mapuche, que será en realidad un Estado Inglés”.
Indudablemente estamos en presencia de un plan que huele a rapiña británica y masonería. Por cierto, debemos recordar que, como explica Dieter Schwarz:
“En 1723 y 1725 encontramos ya nombres judíos en las logias inglesas. En 1732 una logia traslada su «tenida» del sábado al domingo, a fin de hacer posibles a los «hermanos» hebreos la participación en el trabajo de la logia. La judaización parece haber sido ya en aquella época bastante grande, ya que en 1732 el orador callejero Henley anunciaba un discurso contra los «masones judaicos». Los Ancient Masons que aparecieron a mediados del siglo XVIII, poseían una oración particular para las logias judías”.
Ya vivimos la pérdida de Picton, Lennox y Nueva por la entrega al Estado chileno de parte del benemérito integrante de la Trilateral Interamericana Raúl Alfonsín, perdiendo con ello el paso bioceánico, parte de Tierra del Fuego y del Territorio Antártico. Se ha terminado con la zona de frontera que nos protegía de la compra de tierras por parte de extranjeros en una franja de varios kilómetros desde toda frontera. Hoy en la Patagonia ondean banderas que no son la Nacional. Muchos han puesto sus ojos en esta zona millonaria en recursos, los usurpadores históricos de Oriente Medio la recorren para tomar notas para su desembarco que haga cumplir el Plan Andinia.
¡Basta ya de latrocinio!
¡Basta ya de mancillamiento de nuestro Ser Nacional!
¡Basta ya de ceder territorios y derechos!
¡Por una Argentina para los Argentinos!
DyPoM
Por Der Landsmann para Saeeg
Notas:
Miguel Serrano. La entrega de la Patagonia Mágica (2003)
Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina
Alberto Lettieri. «La Campaña del Desierto de 1879 a la luz de la mirada histórica». La Prensa, 17.12.2017.
Javier Boher. «Perón contra los mapuches: se abolió el credo del Estado». Diario Alfil, 09/20/2020, <www.diarioalfil.com.ar/2020/10/09>.
«‘The Mapuche Nation’, la organización que desde Gran Bretaña defiende la violencia». Diario El Chubut, 10/08/2017, <https://www.elchubut.com.ar/nota/2017-8-9-23-47-0–the-mapuche-nation-la-organizacion-que-desde-gran-bretana-defiende-la-violencia>.
«La maniobra británica para dividir la Patagonia». Corrientes al día, 21/11/2017, <http://www.corrientesaldia.info/184297>.
“Si, con relación a esto, me dijerais: Te absolvemos, pero con esta condición: que dejes esos diálogos examinatorios y ese filosofar; si eres sorprendido practicando eso todavía, morirás. Yo os respondería: Os estimo, atenienses, pero obedeceré a los dioses antes que a vosotros y mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope. Pues eso es lo que ordenan los dioses. Atenienses, tened presente que yo no puedo obrar de otro modo, ni, aunque se me impongan mil penas de muerte. Absolvedme o no me absolváis”
Trataremos de hacer en una breve síntesis de cómo se desarrolla el pensamiento filosófico occidental desde la antigüedad hasta la fecha, por supuesto al ser sintético no desarrollaremos las teorías de los numerosos y diversos pensadores, si no, solamente los principios básicos de sus postulados, dejando al lector la libertad, si así lo quiere y su curiosidad lo impulsa, de consultar las fuentes.
Limitados al espacio de este artículo, solo nombraremos algunos pensadores de la filosofía, los que consideramos más significativos para la formación y el estudio de la comprensión que el ser humano tiene del universo que lo rodea. Aquellos filósofos que discurrieron sobre la forma en que conoce el hombre, es decir los que estudiaron al ser humano y sus circunstancias, desde el punto de vista antropológico.
Como antecedente de nuestra cultura debemos mencionar a los sumerios que construyeron nada menos que la piedra basal de lo que conocemos como civilización sobre este planeta. A finales del cuarto milenio a.C. crearon la escritura como un sistema de pictogramas al principio que, con el tiempo, se simplificaron y se hicieron más abstractas, dando lugar a lo que se conoce como escritura cuneiforme.
La escritura cuneiforme a partir de 2600 a.C. adquirió un carácter poético notable, preservada en tabletas de arcilla, la mayoría de las cuales pertenece a ejercicios escolares, pero aún los escribas administrativos eran educados en el aprendizaje de la poesía tradicional [1]. Actualmente existen unas 5 mil tabletas y fragmentos sumerios y sólo un tercio de ellos ha sido publicado. En ellas se conservan al menos unos 20 mitos y creencias sumerios. Dan cuenta de la creación y organización del universo, del nacimiento de los dioses, de la creación del hombre, la inundación y del enigma y misterio de la muerte.
En el segundo milenio antes de Cristo, en un conjunto de pueblos, principalmente en la isla de Creta, al sur del mar Egeo y en Micenas en el Peloponeso, se desarrollaron los dos principales focos de una cultura que pasará a denominarse Civilización Egea y que fue el origen de la civilización helénica, la civilización de las ciudades Estado griegas y el nacimiento del pensamiento filosófico organizado. Se extendió por la Península Balcánica, las islas del mar Egeo y las costas de la península de Anatolia, en la actual Turquía, constituyendo la llamada Hélade.
Los pensadores del primer período de la filosofía griega o helénica, fueron llamados presocráticos, por ser anteriores al filósofo Sócrates (470 a. C. – ib., 399 a. C.) son Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito, Diógenes de Apolonia, Jenófanes, Pitágoras, Parmenides y sus discípulos de Elea, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito. Los filósofos presocráticos desarrollaron la cosmología explicada a partir de la naturaleza (physis) y el cosmos.
Los presocráticos compartieron la preocupación por la búsqueda de los elementos que como principios constituían particularmente la realidad material. Algunos hablaron de un solo elemento, por ejemplo Anaxímenes (588-535 a. C.), quien planteó que el aire era la causa primera, debido a que tomaba forma de espíritu que infundía vida, movimiento y pensamiento.
Empédocles, que vivió alrededor del 450 a. C. en Sicilia, desarrolló una explicación del universo en la que todo es considerado como resultado de la mezcla de los cuatro principios o elementos: agua, fuego, aire y tierra. Todo lo que ocurría era una continua colocación y dislocación de los elementos subyacentes.
En la misma línea de preocupación podemos citar a Heráclito de Éfeso (aproximadamente 540 a. C.), a Tales de Mileto (637-548 a. C.), a Leucipo (540-440 a. C.) y a Demócrito (460-370 a. C.). Los dos últimos sostuvieron la llamada “teoría atomista” predecesora de la teoría atómica de la materia. Demócrito pensaba que los átomos se habían desplazado en el vacío desde la eternidad; no propugnaba ninguna causa primera.
El verdadero cambio en la forma de enfocar el pensamiento devino con Sócrates, quien se erigió como el pilar fundamental de la filosofía occidental por una simple razón: fue el primero que dio a la filosofía su función principal, la búsqueda interior del ser humano, y su “Mayéutica”, siendo el mismo hijo de una partera, (mujeres que se enfocaban en el arte de hacer parir o “arte de partear”). Sócrates la focalizó en “el arte de ayudar a parir conocimientos”.
El estilo socrático consiste en que, a base de preguntas, el interlocutor medite y encuentre las respuestas él mismo. Conocemos en parte sus ideas desde los testimonios de sus discípulos: Platón, Jenofonte, Aristipo y Antístenes. No escribió ninguna obra porque creía que “cada uno debía desarrollar sus propias ideas”.
Creyó sinceramente que podíamos comprender objetivamente los conceptos de justicia, amor y virtud, defendiendo la idea de que todo ser humano debía y podía conocerse a sí mismo. Según Sócrates, el hombre es un compuesto entre cuerpo y alma. El alma es algo que existe dentro de nosotros, pero que no se capta por los sentidos. El alma es sinónimo de alma racional, de inteligencia. Además, el alma tiene una vertiente práctica, relacionada con lo que nos permite decidir nuestra conducta. Ésta función ética es la más importante para Sócrates.
La influencia de Sócrates modificó con profundidad el pensamiento filosófico occidental, pues su enseñanza estaba dirigida a orientar a las personas en la búsqueda del bien y de la justicia convencido de que la virtud puede enseñarse. Identificaba la virtud con el conocimiento. No se puede hacer lo justo si no se lo conoce, pero también es imposible dejar de hacer lo justo una vez que se toma conocimiento del mismo. Según esto, se alcanza la felicidad si se es virtuoso, para lo cual es necesario enseñar en que consiste la virtud verdadera.
Con sus frases, de profundo significado moral, ético y científicamente filosófico, “Solo sé que nada se” y “conócete a ti mismo”, exalta su concepto de la virtud y en su concepción filosófica, la práctica de la virtud es lo más útil para el hombre porque es el medio de alcanzar el mayor bien, que es la felicidad. Para Sócrates la virtud es bella, buena y útil para todos.
Alrededor del año 387 a.C., en los jardines de Academo en Atenas, Platón uno de los discípulos de Sócrates, fundó la escuela filosófica llamada Academia. Platón es el creador del llamado idealismo genético donde el ser humano es un alma racional encadenada a un cuerpo material y sensible, que busca salir de él para retornar a un estado original de perfección a través de una continua lucha por el logro de mayores y más perfectos conocimientos y evitando caer en los apetitos de su ser sensible y material.
Para realizar una alegoría sobre la realidad de nuestro conocimiento, Platón creó la parábola o “mito de la caverna” tratando de mostrar en sentido figurativo que nos encontramos “encadenados” desde que nacemos, a sombras que vemos reflejadas y que consideramos reales. En su postulado idealista, el hombre solo percibe reflejos de una realidad que se desarrolla en el mundo de las ideas.
El mito de la caverna es un diálogo escrito por Platón, en el que su maestro Sócrates y su hermano Glaucón hablan sobre cómo afecta el conocimiento y la educación filosófica a la sociedad y los individuos.
En este diálogo, Sócrates pide a Glaucón que imagine a un grupo de prisioneros que se encuentran encadenados desde su infancia detrás de un muro, dentro de una caverna. Allí, un fuego ilumina al otro lado del muro y los prisioneros ven las sombras proyectadas por objetos que se encuentran sobre este muro, los cuales son manipulados por otras personas que pasan por detrás.
Sócrates dice a Glaucón que los prisioneros creen que aquello que observan es el mundo real, sin darse cuenta de que son solo las apariencias de las sombras de esos objetos. Más adelante, uno de los prisioneros consigue liberarse de sus cadenas y comienza a ascender. Este observa la luz del fuego más allá del muro, cuyo resplandor le ciega y casi le hace volver a la oscuridad.
Poco a poco, el hombre liberado se acostumbra a la luz del fuego y, con cierta dificultad, decide avanzar. Sócrates propone que éste es un primer paso en la adquisición de conocimiento. Después, el hombre sale al exterior, en donde observa primero los reflejos y sombras de las cosas y las personas, para luego verlas directamente.
Finalmente, el hombre observa a las estrellas, a la luna y al sol. Sócrates sugiere que el hombre aquí razona de forma tal que concibe a ese mundo exterior (mundo de las ideas), como un mundo superior. El hombre, entonces, regresa para compartir esto con los prisioneros en la caverna, ya que siente que debe ayudarles a ascender al mundo real.
Cuando regresa a la caverna por los otros prisioneros, el hombre no puede ver bien, porque se ha acostumbrado a la luz exterior. Los prisioneros piensan que el viaje le ha dañado y no desean acompañarle fuera. Platón, a través de Sócrates, afirma que estos prisioneros harían lo posible por evitar dicha travesía, llegando a matar incluso a quien se atreviera a intentar liberarlos.
En una de sus obras más leídas y discutidas, Platón[2] dice que como la sociedad debe existir para satisfacer las necesidades de los hombres, y que éstos no son independientes unos de otros ni autosuficientes para abastecerse, el primer fin que debe garantizar toda sociedad es un fin económico.
Los hombres tienen diferentes capacidades y habilidades, siendo preferible que cada uno desarrolle las que posee por naturaleza. En una ciudad (Estado o República) ideal deberán existir, por lo tanto, todo tipo de trabajadores: granjeros, carpinteros, labradores, herreros, etc., de modo que todas las necesidades básicas queden garantizadas, porque en una ciudad ideal no puede faltar de nada.
Esta propuesta política que realiza Sócrates, como personaje de los diálogos que escribió Platón, define una sociedad que si sólo atendiera las necesidades materiales básicas sería una sociedad demasiado dura, pues el hombre necesita también satisfacer otras tendencias de su naturaleza relacionadas con el arte, la poesía, la diversión en general.
El fin de la Republica, que comienza siendo estrictamente económico, no se limita a la producción de bienes, sino que se encamina más bien a hacer posible una vida feliz para el hombre dimensionándolo en todos sus aspectos.
Platón decía que las sociedades debieran tener tres clases de personas y las diferenciaba comparándolas con las tareas que debían realizar los hombres, las cuales respondían a una estructura según el apetito, el espíritu y la razón del alma de cada individuo. Donde artesanos o labradores correspondían a la parte de “apetito” del alma. Eran los únicos que tenían derecho a poseer bienes materiales, a ser propietarios.
La clase de los guerreros o auxiliares, formaban el “espíritu” del alma, por el contrario, no puede tener acceso la riqueza, para evitar la tentación de defender sus intereses privados en lugar de los intereses colectivos y terminar utilizando la fuerza contra los ciudadanos, estarán desprovistos de propiedad privada, y tampoco tendrán familia.
Debiendo vivir en unos barracones en los que tengan todo lo necesario para realizar sus actividades, en los que vivirán de forma comunitaria, compartiéndolo todo, hombres y mujeres, pues no hay ninguna razón para excluir a las mujeres de ningún tipo de actividad, ya que tanto en el hombre como en la mujer se encuentran similares dones o cualidades naturales, igualmente útiles para la ciudad.
La clase de los verdaderos guardianes o gobernantes, estos formaban la “razón” del alma, debido a su responsabilidad y a las elevadas tareas que les encomienda la sociedad, (el buen gobierno y el consiguiente beneficio del conjunto), tampoco tendrá acceso a la propiedad privada ni a la familia, debiendo velar únicamente por el buen gobierno de la ciudad; deberán centrarse en el estudio a fin de conocer lo bueno para gobernar adecuadamente la ciudad, por lo que su vida estará alejada de todas las comodidades innecesarias para cumplir su función.
La propuesta política de Platón se intentó poner en práctica en Siracusa la principal ciudad de Sicilia, en dos oportunidades, donde Dionisio, tirano, pidió su ayuda y su consejo. Platón viajó, fracasó en el primer intento y regresó accidentadamente a Atenas[3] para volver a ser convocado por Dionisio II, fracasando el proyecto.
La existencia de este viaje, sobrepasa el dato meramente biográfico o histórico. Ilustra la tesis del propio Platón; la experiencia general de la inutilidad de los filósofos en este mundo equivale, en realidad, a una declaración de que el mundo está en quiebra y no dice nada en contra de la propia filosofía.
Tras los fracasos del primer y segundo viaje, Platón aceptó volver de nuevo en el año 361 a.C.; más que la invitación obligada del tirano, estaban los requerimientos de sus amigos y alumnos de la Academia, entre ellos Aristóteles. Posiblemente, resultara más importante el hecho de que Platón fuera el responsable de los lazos políticos entre Tarento y Siracusa y temiera peligrar esos lazos si no acudía a la llamada de Dionisio II.
La preocupación fundamental de Platón fue la de encontrar una forma de vida feliz para los hombres, tanto en su vida individual, como en la social, totalmente unidas para el pensador. Platón supo pronto que, La moral y el Estado, necesitan de forma previa una teoría del hombre y del universo, a eso los pensadores lo llaman metafísica. Pero también es necesario investigar en que consiste el saber, si es posible el conocimiento y enfrentarse con nuestras propias dudas.
Si para Platón el mundo verdadero reside por encima del mundo sensible y lo que percibimos es reflejo de la realidad, la del mundo de las ideas, para su discípulo Aristóteles, el mundo verdadero es el sensible, y la esencia de las cosas reside en ellas mismas, en su materia y su forma, impulsando el concepto de “realismo genético”.
Si Platón hablaba de la existencia de dos dimensiones distintas de la realidad, el mundo sensible y el mundo inteligible, de las ideas, Aristóteles apostó por la idea de que el mundo es solamente uno, sin compartimentos. La crítica a la teoría platónica de las ideas será un punto clave de su filosofía.
Para Aristóteles somos alma, cuerpo y razón. En la “Metafísica” denominada por él “primera filosofía”, es en la que enuncia una de sus teorías más famosas y que tantísima influencia posterior tendrá: el hilomorfismo[4], que establece que la sustancia es un compuesto de materia (el principio indeterminado) y forma (la esencia de la sustancia, que determina que sea lo que es).
Esta teoría también la aplicará a la antropología, sosteniendo que todo cuerpo está constituido por materia y forma, que componen un todo único. Así, el ser humano es un compuesto de alma con forma de cuerpo, cuya principal característica es la razón.
Dice el Estagirita que todo aquello que se mueve es movido a su vez por una causa, y así sucesivamente. Estableciendo el principio de causa y efecto, por tanto, ha de existir algún tipo de motor en el inicio, algo que no sea movido por nadie y que sea lo que desencadene el proceso. Este primer “motor inmóvil” es lo que él relaciona con algún tipo de ser divino, responsable, además, de la unidad del mundo y del orden y las reglas que lo rigen.
En lo referente a la física, Aristóteles explicó el movimiento, característico de los seres naturales, en términos de acto y potencia. Acto será el cumplimiento, realización y pleno desarrollo de las potencialidades de una sustancia, mientras que potencia, la posibilidad de llegar a ser algo que todavía no se es (por ejemplo, una semilla: semilla en acto, pero árbol en potencia).
En el pensamiento de Aristóteles, la piedra angular del conocimiento es la experiencia y la información que nos llega por los sentidos. Información que, más tarde, nuestra razón se encarga de abstraer y analizar. Se trata, por tanto, de un aprendizaje inductivo. Mediante la observación de reglas particulares, podemos llegar a tener una premisa universal. Siendo este el enfoque del conocimiento, el primer paso hacia el método científico tal y como lo conocemos.
También se debe a Aristóteles una de las más grandes aportaciones al mundo científico como lo fue la invención de la Lógica, que se constituye en la primera investigación sistemática acerca de los principios que ha de tener un razonamiento para ser válido y correcto y su impactó resultó vital para la historia del pensamiento[5].
La ética de Aristóteles es teleológica, es decir, que identifica el bien con un fin. El filósofo defiende esta idea porque entiende que cuando los hombres actúan es porque buscan alcanzar un objetivo concreto, principalmente, la felicidad en la vida, identificando la felicidad con las virtudes[6].
Divide las virtudes en dos ramas, las éticas, que son aquellas que están destinadas a dominar la parte irracional de nuestra alma y las dianoéticas, que se corresponden con la naturaleza racional del ser humano. Entre las primeras encontramos la fortaleza, la templanza y la justicia, mientras que en el segundo grupo estarían la prudencia y la inteligencia.
Esta ética desemboca en la política y en ella sostiene la idea de que el hombre, como ser racional que es, desarrolla sus fines dentro de la comunidad, es un ser social. Existen tres formas de gobierno puras y sujetas a la virtud, mientras que existen también tres formas desvirtuadas de las mismas.
Entre las primeras, estarían la monarquía (el gobierno de los reyes), la aristocracia (el gobierno de unos pocos considerados los mejores) y la democracia (el gobierno de la mayoría) Las formas puras se desvirtúan; la monarquía en tiranía, la aristocracia, en oligarquía y la democracia en demagogia.
Para Aristóteles, la elección de cada uno de estos sistemas se debe hacer de acuerdo con las circunstancias de cada país. Aun cuando para el estagirita el mejor gobierno sería la monarquía, pero adolece de un gran problema, es el sistema más difícil de alcanzar y el que está sujeto a la peor degradación, la tiranía.
Con el advenimiento del cristianismo, comienza a través de la patrística a emerger una síntesis filosófico-religiosa entre los filósofos griegos, principalmente, Platón y Aristóteles y los denominados Padres de la Iglesia Cristiana. Estos son un grupo de escritores cuyas enseñanzas tuvieron gran peso en el desarrollo del pensamiento y la teología cristiana según su interpretación de la Biblia, la incorporación de la Tradición y la consolidación de la Liturgia, por lo que fueron dejando una doctrina en conjunto.
A menudo los Padres de la Iglesia tuvieron que dar respuesta a cuestiones y dificultades emergentes, planteadas por la moral, la filosofía y la política vinculada a la teología, en medio de un ambiente convulsionado por persecuciones externas y conflictos internos producidos por herejías y cismas de la Iglesia pos apostólica.
Los cuatro Padres de la Iglesia griegos son: San Atanasio de Alejandría, San Basilio el Grande, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo. Y los cuatro Padres de la Iglesia latinos son: San Ambrosio de Milán, San Jerónimo de Estridon, San Agustín de Hipona, San Gregorio Magno.
Dentro de los nombres que se escriben con grandes letras en el pensamiento cristiano está el de Agustín de Hipona. La obra de San Agustín, (354 – 430) primer doctor de la Iglesia, fue la primera que puso en contacto la filosofía griega con la dogmática cristiana, ambas piedras angulares de la civilización occidental, constituyéndose en el pensador más importante desde la Antigüedad hasta bien entrada la Edad Media.
Por un lado Dios, y por el otro, el alma. Dos grandes conceptos que fue capaz de enlazar con las enseñanzas de los neoplatónicos Plotino y Porfirio, hasta darle a sus teorías un enfoque nuevo, que seguirá vigente hasta el Medievo. La filosofía fue para él el amor y esfuerzo del alma entera hacia la sabiduría y hacia la verdad. La verdad era para San Agustín el ideal supremo al que se entregó con pasión.
Las ideas platónicas tuvieron una enorme influencia en el pensamiento de San Agustín, cree que la totalidad de la existencia tiene un origen divino. Ambos. Platón y él se acogerán a la existencia de un “mundo de las ideas”, pero San Agustín lo contemplará de un modo diferente relacionándolo con la creación divina. Dios creó todas las cosas que existen previamente en su espíritu y las ideas son los modelos pensados por Dios para dar forma a dichas cosas.
Para él, el descubrimiento de las llamadas “verdades eternas” es más un proceso de iluminación interior que una reminiscencia, (como defendía Platón). Para el griego el alma tiene en sí misma todas las verdades y por ello el hombre puede acceder a ese conocimiento innato. San Agustín defenderá algo parecido, pero en este caso ese conocimiento llega de Dios, al que podemos acceder a través del alma, la parte de la divinidad que habita en nuestro interior[7].
Hace un análisis del mal, que ha de ser entendido ontológicamente (la ontología es la rama de la metafísica centrada en el estudio del ser) y a partir de estos conceptos, donde del mismo modo que lo más alejado del Ser es el No-Ser, el mal ha de ser entendido no como una creación divina, sino como la ausencia del bien.
Es, por tanto, dependiente de la libertad humana. De esta manera, consiguió infiltrar el pensamiento platónico dentro de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, dando paso a una filosofía que estaría vigente durante siglos, hasta la llegada de la escolástica.
En el desarrollo post agustiniano del pensamiento, donde todavía encontramos ideas del estoicismo integradas junto al desarrollo de un naciente escolasticismo, aparece el filósofo romano Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio, (480 – 524 d.C.), conocido simplemente como Boecio.
En lo esencial, la doctrina de Boecio dice que no es la sola razón humana lo que hace al hombre libre, sino su fin, que es Dios como ser eternamente presente a los procesos necesarios y contingentes del universo.
El mensaje principal de Boecio es: “Es necesario que tengas la posibilidad de equivocarte en tus decisiones y elegir el mal, para que te des cuenta de sus terribles consecuencias y así comprender que el único camino final para todos es optar por el bien. Cuando sean otros los que actúen mal contigo, mantén siempre tu libre decisión de asumir con tranquilidad lo que te ocurra, sabiendo que el mal nunca vencerá de manera definitiva”[8].
Tras la patrística, una corriente teológica filosófica nació en Europa en el año 1100 y se extendió hasta el 1700. Se apoya en la filosofía platónica y aristotélica, que complementan con la verdad de la revelación cristiana, es decir, con las enseñanzas y escrituras de los Padres de Iglesia. La filosofía escolástica.
Se puede definir como “perteneciente a la escuela” y es la corriente que domina en el pensamiento medieval, e intenta ser una combinación entre fe y razón, aunque siempre subordinando la segunda a la primera, subordinando la razón a la fe. La escolástica, hace su análisis en el fenómeno del cristianismo, pero hace más énfasis en la razón, fundamentándose en las teorías de Platón y Aristóteles.
El tema central de la filosofía escolástica es Dios y el problema de la relación entre razón y fe, entre filosofía y teología. Esta relación, sería de dependencia; la filosofía puede ayudar a la teología a comprender las verdades de la revelación, pero nunca suplantarlas, ya que la razón, siempre estará sometida a la fe.
Como consecuencia de este análisis escolástico, se pueden observar tres posturas diferentes, la denominada dialéctica, que defiende que las verdades de la fe han de apoyarse siempre en la razón, representada principalmente por Escoto Erigena[9].
La antidialectica que sostiene que todo conocimiento proviene de la Fe y la razón humana no puede llegar a alcanzarla. Uno de sus principales representantes es San Pedro Damiano[10] y la tercera intermedia, de Santo Tomas de Aquino[11].
Santo Tomás afirma que la fe y la razón son dos vías distintas para llegar a la verdad, ya que las dos vienen de Dios, y si están bien argumentadas, las conclusiones de la filosofía, no pueden contradecir a las de la teología. Además, desde la Filosofía se puede demostrar la existencia de Dios o la inmortalidad del alma, es decir, ciertas verdades de fe. La Teología, por su parte, puede a través de la Revelación, proporcionar un mayor conocimiento de Dios.
Santo Tomás como pensador cristiano y teólogo considera que Dios es el Bien Supremo, por ello la ética y la vida humana tienen como referencia última a Dios, que es el mayor Bien, por encima de los bienes particulares de este mundo el hombre puede encaminar su vida hacia la virtud y hacia Dios, obrando bien; pero también puede obrar mal (desde un punto de vista moral) porque tiene libertad o libre albedrío.
De acuerdo con las líneas generales de su pensamiento sobre el ser humano, el mundo y Dios, intenta conjugar los planteamientos filosóficos propios y de Aristóteles, con sus creencias religiosas y el contenido de la teología cristiana, para dar una visión de cómo debe ser la vida humana para alcanzar el bien y llevar una vida virtuosa.
Santo Tomás considera que en todo ser humano está la disposición y la capacidad de conocer y entender los principios morales con los que debe dirigir su conducta para obrar bien y realizar acciones buenas. El ser humano es capaz de conocer la ley natural con la que debe guiar su vida, es decir que tiene conciencia moral.
Siguiendo a Aristóteles da una importancia fundamental a las virtudes entendidas como hábitos adquiridos, modos de actuar encaminados a obrar bien dirigidos por la razón y la inteligencia, buscando un justo medio y evitando los extremos. Como Aristóteles, diferencia entre virtudes intelectuales y morales.
Pero a diferencia de aquel a las morales les llama cardinales y se fija fundamentalmente en la prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Sigue considerando a la justicia como virtud clave, por la repercusión que tiene en las demás personas.
Hay en Tomás de Aquino una honda preocupación por la dimensión social del ser humano, por la justicia, por el bien común, por las formas de gobierno que pueden conseguirlas. Trata de responder al problema de las relaciones entre Estado e Iglesia, especificar las funciones autónomas de cada uno de ellos.
Justificar la primacía de la Iglesia y el poder religioso en los asuntos relativos al fin sobrenatural del hombre y a la organización de la vida en torno a su destino definitivo, más allá de la vida terrenal, en Dios.
Dios gobierna y organiza el mundo con la ley eterna, dictada desde siempre para todos los seres. Su reflejo en la naturaleza y en los seres naturales es la ley natural, que dirige el funcionamiento de los seres, las plantas, los animales y el ser humano, único capaz de conocerla a través de la razón. Los humanos crean leyes para organizar su vida terrenal, son las leyes positivas. Estas leyes humanas solo serán justas si están de acuerdo con la ley natural racional.
Santo Tomás distingue, como Aristóteles, diversas formas de gobierno, pero propone la monarquía como la mejor, porque garantiza más el orden unitario de la sociedad y por su semejanza con el gobierno ideal que Dios tiene con respecto del mundo. El fin de la sociedad y del Estado es el bien común, la justicia. El gobernante o el rey no pueden actuar de forma caprichosa o arbitraria. El hecho de tener el poder no justifica sus comportamientos injustos.
El Estado, el gobierno civil o humano, tiene como asuntos de su competencia la organización social de los hombres en aquellos campos propios de la vida en este mundo, pero en aquellos que hacen relación a la dimensión religiosa, al Bien Supremo divino, la competencia pertenece a Dios y sus representantes en la tierra.
Estado e Iglesia son independientes. Sin embargo, hay una subordinación de lo civil a lo religioso, puesto que lo humano tiene como fin último sobrenatural a lo divino. Existe por tanto una primacía de la Iglesia sobre el Estado en aquellos asuntos humanos en que ambas interactúan. Volvemos a encontrar la visión general que Santo Tomás tiene de la organización y gobierno del mundo por Dios y el lugar que ocupan el ser humano y la sociedad.
* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.
Referencias
[1] El poema de amor más antiguo del mundo. Eso, al menos, dicen de él en el Museo Arqueológico de Estambul, donde se expone la placa de arcilla en que fue plasmado, en escritura cuneiforme y lengua sumeria, hace unos cuatro mil años. El eminente sumeriólogo Samuel Noah Kramer nos cuenta cómo lo descubrió en 1951. El poema dice:
[3] Accidentado el intento de Platón, al regresar después de haber sido apresado por unos piratas, esclavizado y finalmente rescatado. Fue reconocido en el mercado de esclavos de Egina por Aníceris de Cirene, filósofo amigo que lo reconoció, pagó su rescate y volvió a Atenas.
[4] Hilomorfismo: doctrina aristotélica seguida por la mayoría de los escolásticos según la cual los cuerpos se hallan constituidos por materia y forma; la materia es lo informe, la sustancia amorfa, mientras que la forma es la determinación de la materia.
[5] Los enunciados de lógica de Aristóteles son recogidos en “Órganon”, que es un conjunto de obras de lógica escritas por Aristóteles y compiladas por Andrónico de Rodas siglos más tarde. Recibió su nombre en la Edad Media.
[6] La Ética a Nicómaco comienza afirmando que toda acción humana se realiza en vistas a un fin, y el fin de la acción es el bien que se busca.
[7] San Agustín escribió La Ciudad de Dios (De civitate Dei), un libro apologético (defendiendo racional e históricamente los dogmas cristianos) que se convertiría en la primera obra de filosofía de la historia, pues hace de la misma, la historia, el escenario de la libertad humana en su lucha continua del bien con el mal, o como explica en el texto, de la lucha entre el reino de Dios y el reino terrenal.
[8] Boecio en el último año de su vida, cuando estaba en la cárcel a la espera de que se ejecutara la condena a morir torturado y decapitado, escribió un libro que se ha convertido en un clásico, y que lleva por título La consolación de la filosofía. El libro contiene un diálogo entre el propio Boecio y Filosofía, que es un personaje que se le aparece para aclararle sus dudas sobre el sentido de la vida, el destino y la lucha entre el bien y el mal.
[9] Juan Escoto Erigena (815-877). Filósofo medieval; irlandés de origen, vivió en Francia. Basándose en el neoplatonismo, fundó su doctrina.
[10] San Pedro Damiano(Ravena 1007–Faenza 1072), santo y doctor de la Iglesia, fue un cardenal benedictino de la Iglesia católica y reformador del siglo XI.
[11] Santo Tomás de Aquino, durante los últimos años de su vida escribió un tratado, La Suma teológica (escrita en latín entre 1265 y 1274), cuyo título en latín es Summa Theologiae, a veces llamada simplemente la Summa. En ella desarrolla las Quinque viae (lit. en latín, Las cinco vías) son cinco argumentaciones a favor de la existencia de Dios incluidos en la cuestión 2ª de la Suma teológica (Summa Theologiae).
La formación de las naciones que constituyen nuestro continente no fue producto de accidentes y de la arbitrariedad. Se formaron a lo largo de un proceso histórico que comenzó durante la dominación española y en ella fueron adquiriendo los trazos peculiares que conformarían después las características que las distinguieron. Los virreinatos y las capitanías generales no fueron agrupaciones territoriales de origen burocrático-administrativo; eran regiones económicas, sociales y aun raciales específicas. En el seno de las instituciones virreinales crecieron los elementos que darían nacimiento a nuestras naciones.
II
Puede que, visto en la perspectiva histórica, algún desgarramiento territorial se nos revela ahora como absurdo o injustificado. Pero lo que entonces pudo ser una separación territorial sin sentido, ahora es una realidad nacional inobjetable. El idioma común y la religión, fundamentos esenciales de la colonización española mantenidos invariables durante toda nuestra historia, no fueron ni son suficientes para borrar las particularidades específicamente nacionales que no diferencian y distinguen una naciones de otras, de la misma manera que una misma religión y un mismo idioma no esfuman las profundas diferencias que distinguen a Inglaterra de los Estados Unidos.
III
Por eso, el panamericanisimo —como en otro tiempo el paneslavismo o en los últimos años el panarabismo— no pudo pasar nunca de ciertos límites, que terminaban siempre en las mismas expresiones líricas acerca de un origen común y un destino común, mientras en la realidad nuestras naciones iban profundizando los rasgos que las distinguían. El panamericansmo tuvo dos vertientes: una, que nacía en los altos círculos dirigentes de las clases dominantes vinculadas a los Estados Unidos; otra, nacida en las filas del movimiento estudiantil universitario, de tendencia esencialmente anti yanqui. Aquella tenía que enfrentar y desplazar el predominio de la influencia económica y cultural de Europa en el continente (especialmente de Inglaterra en lo económico y de Francia en lo cultural); ésta, a enfrentar los movimientos populares contra el avance arrollador del nuevo imperialismo norteamericano. El panamericanismo de la primera vertiente se fue transformando paulatina y sucesivamente en una serie de instituciones de carácter continental (Organización de Estados Americanos —OEA—, Junta Interamericana de Defensa, etc.) que han dado origen a lo que se llama comúnmente “sistema interamericano”, “panamericano” o “continental”, articulado a lo largo de una serie de conferencias y de acuerdos. El segundo desapareció a los pocos años y los movimientos que lo constituían se transformaron en movimientos de carácter nacional (APRA). Hace años pareció querer rebrotar en otra forma, en la forma de un gran movimiento de guerrillas inspirado y dirigido desde Cuba, idea que sólo ha arraigado en sectores muy minoritarios del estudiantado.
IV
De cualquier manera, el panamericanismo que estamos describiendo era de orden exclusivamente político; sus acuerdos eran de carácter político y las invocaciones al “sistema» también lo eran. Pero la OEA, la Junta Interamericana de Defensa, la Unión Panamericana, se han convertido en grandes organismos burocráticos, alejados de cada una de las naciones que envían sus representantes, con sede en Washington. En la medida en que ya no expresan los objetivos políticos que le dieron nacimiento, esas instituciones han entrado en crisis, a veces muy grave, como la que ha sufrido la OEA en los últimos meses. Entraban en crisis, a nuestro juicio, porque las motivaciones que las movían eran de un orden “continental” muy difuso, que no alcanzaba a interpretar las necesidades reales de cada uno de nuestros países. Muchos de sus acuerdos (Río de Janeiro, Bogotá, etc.) fueron resistidos no sólo por los pueblos, sino también por los parlamentos y hasta por los gobiernos que los habían suscripto. El sistema no alcanzó a superar tampoco los conflictos que dividían las relaciones entre los estados; no pudo evitar la guerra entre Paraguay y Bolivia; no pudo hallar una fórmula de acuerdo entre Perú y Ecuador; tampoco solucionar el conflicto entre Bolivia y Chile sobre fronteras y salida al mar; debe tolerar realidades tan dolorosas como la de Haití, etc. De modo que el origen común y el destino común se reducen a frases que se introducen en los discursos de ocasión.
V
El único rasgo que identifica a todas nuestras naciones, excluidos los Estados Unidos, es su condición de subdesarrolladas. En una situación de dependencia más acentuada en unas que en otras, con mayores o menores niveles de vida, con un ingreso por habitante muy diferenciado, todas ellas presentan, sin embargo, ese rasgo común que distingue a las naciones subdesarrolladas. Y este problema, que es el más acuciante y el más grave de nuestro continente, ha sido sistemáticamente desvirtuado por las conferencias y resoluciones emanadas del llamado “sistema interamericano”.
VI
Este problema se hace presente con gran dramatismo en los últimos meses de la segunda guerra mundial y en la inmediata posguerra. En América Latina, como en todo el mundo subdesarrolado, eclosionaron movimientos nacionales de amplia base popular, con participación muy activa y a veces con dirigentes de las fuerzas armadas, con una muy fuerte incidencia de la Iglesia. Estos movimientos reivindican la nacionalidad, aspiran a la plena independencia y se proponen planes o programas tendientes a transformar las estructuras heredadas del pasado. Ellos miran con profundo recelo al sistema interamericano y a sus instituciones y a veces llegan a sabotear sus decisiones y a no refrendar en los parlamentos sus acuerdos. Su nacionalismo no es agresivo, es más bien democrático por su origen popular y por surgir de las mayorías populares, pero lógicamente desconfía de los organismos supranacionales que dictan resoluciones obligatorias. A un panamericanismo difuso sucedió un nacionalismo popular que vino a rescatar la idea de nación, un tanto velada por el liberalismo clásico. El elemento social, vale decir, el movimiento de las clases trabajadoras, confiere a ese nacionalismo —en el poder o en el llano— un carácter muy acusado de reivindicación social, de justicia social. Señalamos, sin embargo, que en lo que hace a los pasos a recorrer para alcanzar la plena independencia económica, estos movimientos o gobiernos nacionales no llegan a articular programas ajustados a las distintas realidades que quieren transformar; a veces el acento recae en lo social, a veces en lo agrario, a veces, en fin, en el rescate de los servicios públicos en manos del capital extranjero.
VII
Es entonces cuando aparecen ideas e instituciones que vienen a canalizar o a orientar esa eclosión del sentimiento y del movimiento nacional. La literatura sobre desarrollo y subdesarrollo y los trabajos de esas instituciones forman bibliotecas. Poco a poco se va conformando lo que llamaríamos una ideología del desarrollo latinoamericano . Sus basamentos principales son: a) una reforma del régimen de tenencia de la tierra o reforma agraria; b) una integración o complementación —o ambas cosas a la vez— de las economías en agrupaciones regionales, hasta llegar a la constitución de un mercado común latinoamericano . Tal es la ideología de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), una comisión regional de las Naciones Unidas. La CEPAL, a su vez, ha sido la matriz que ha dado decenas y decenas de especialistas que han pasado a formar parte de una vasta burocracia, asentada en los organismos regionales que se han ido formando con el tiempo. Se trata de una burocracia con una ideología y con intereses propios de toda burocracia cristalizada
VIII
¿Cuáles son los pilares básicos de la integración regional? No es, desde luego, la conciencia de la ulterior integración de la economía mundial, resultado del proceso de concentración y centralización que se está operando tanto en los marcos del sistema capitalista como en el socialista, de la caída de las barreras ideológicas que fraccionan el mercado mundial y por tanto de la aceleración de los intercambios. Este componente histórico no entra en los cálculos de las ideologías de la integración. Sus pilares básicos pueden reducirse a dos, uno apenas esbozado, otro abiertamente expresado y explicitado: a) una nueva división internacional del trabajo, dentro de la cual cada país, zona o región se ha de especializar en una rama de la producción; b) un criterio de economicidad, según el cual los distintos países han de producir aquello para lo cual tienen mayores aptitudes históricas, v. gr., en la Argentina la ganadería; en Bolivia, la minería del estaño; en Brasil, el hierro; en Chile, el cobre, y así con el resto de los países. La economicidad implica, a la vez, el criterio de complementación: la Argentina no tendría necesidad de producir hierro, carbón y cobre, pues ya los produce Chile; Chile, a su vez, no tendría que alentar la producción agropecuaria, pues a cambio de sus minerales la Argentina podría darle carne y cereales en abundancia.
IX
Los pasos previos a la integración y complementación de las economías han sido (en los casos de la ALALC y del Mercado Común Centro Americano) la eliminación progresiva de los recargos aduaneros para los productos que se incluyen en una llamada “lista común”; en el caso de la ALALC el objetivo era alcanzar la plena liberación de los aforos hacia los primeros años de 1970. Pero ya en estos pasos previos se contienen todos los elementos de una distorsión de nuestras economías, de anulación del proceso de desarrollo.
X
En efecto, tal como ha ocurrido en los países del Mercado Común Europeo la política tarifaria no es suficiente para alcanzar una integración de las economías ni mucho menos para defender la región integrada de la acción de los monopolios apátridas. Por el contrario, liberada la zona de que se trate de todas las defensas del factor exterior, éste actuará en el espacio geográfico con mayor “libertad», en un «espacio económico» más amplio, más propicio a la expansión de los monopolios. Pues se ha de saber que el monopolio ya estaba instalado en la mayoría de las zonas que componen América Latina, frenando o expandiendo la producción a la medida de sus conveniencias. Pero el monopolio tropezaba aquí con las altas tarifas proteccionistas con que cada uno de nuestros países habían defendido sus producciones tradicionales o las ramas industriales en desarrollo; esa política proteccionista se había incrementado en la postguerra con el acceso al poder de los movimientos nacionalistas populares de que ya hemos hablado.
XI
Esa política proteccionista era condición sine qua non para que las débiles y precarias bases industriales se desarrollaran y conquistaran o crearan su propio mercado interno. Concretamente, la única forma de alentar la industria del automotor en la Argentina —teniendo en cuenta sus altos costos originarios— era establecer una protección suficientemente alta para desalentar toda posibilidad de competencia extranjera; protección que era necesario extender luego a la importación de “partes” o repuestos, que impidiera la constitución de una industria del armado semilegal. Esto, que era necesario para las nuevas y modernas industrias, era igualmente necesario para las industrias tradicionales, digamos, del vino y del tabaco, las cuales cubrían todas las necesidades internas. En los países donde aún no se habían instalado las industrias llamadas de “consumo durable”, especialmente la de artefactos para el hogar, la situación era idéntica en cuanto su implantación exigía, desde el comienzo, un sistema de protección que la pusiera al abrigo de la competencia extranjera. Hasta la aparición de los intentos “integradores” éste era el proceso que se estaba operando, en algunos lugares más aceleradamente (Argentina, Brasil, México, Chile), en otros más lentamente. El rasgo principal de este proceso industrial era que se operaba en la esfera de la industria liviana, la que satisface las necesidades inmediatas del consumo ciudadano. Pronto fue evidente que la industria liviana engendraba una nueva forma de dependencia exterior.
XII
Evidentemente, el desarrollo de esta industria demandaba cantidades crecientes de materias primas industriales, de maquinaria, de combustibles, de productos químicos. Los gobiernos nacionales comenzaron entonces a sentir la necesidad de instalar la industria pesada, a partir de la siderurgia y de la quimiurgia; más tarde, la instalación de la industria de automotores y de maquinaria agrícola. Esto tendía a impulsar la búsqueda de materias primas (hierro, carbón, petróleo, minerales no ferrosos). Este proceso no estaba programado ni planeado, no respondía ciertamente a un sistema de prioridades estructurado. Era una tendencia general que partiendo de las mismas necesidades que engendraba el desarrollo industrial iba a la búsqueda de sus bases autónomas.
XIII
Pero el paso de la industria liviana a la industria pesada exigía grandes inversiones que no podían ser satisfechas con el solo producto de las exportaciones. Pues se estaba operando al mismo tiempo un acelerado crecimiento demográfico —particularmente acusado en esta parte del continente— una concentración en las ciudades y un reclamo de mayores niveles de vida que iban absorbiendo los saldos exportables. El comercio exterior, la exportación, ya no era fuente de acumulación para las grandes inversiones que se requerían. A lo cual debe agregarse el fenómeno moderno permanente: el deterioro de los términos del intercambio. Los sectores nacionalistas populares más esclarecidos hallaron la salida de la dificultad planteando la posibilidad de hallar fuentes de financiación de estas grandes inversiones en la cooperación internacional.
XIV
Fue entonces, cuando ya se perfilaba una solución integral al gran problema de nuestro subdesarrollo, cuando arreciaron las tendencias “integradoras”. Los criterios de “complementación” y de “economicidad” fueron expuestos y explicitados en numerosos trabajos y conferencias continentales; tuvieron el apoyo caluroso de grupos reformistas y de grupos conservadores. Por último, las grandes potencias le prestaron calor y promesas de financiación para “proyectos comunes” o “conjuntos”; algunos bancos internacionales se transformaron en bancos para la integración, sus fondos derivaron cada día más hacia la financiación de estos proyectos. Si la Argentina hallaba grandes dificultades financieras (y políticas) para la explotación del mineral de hierro de Sierra Grande (Patagonia), allí estaba, a mitad de precio y con un alto porcentaje de ley, el mineral de Río Doce (Brasil) que podía entrar libremente en virtud de los acuerdos de complementación o de liberación de tarifas de la ALALC; si experimentaba iguales dificultades para la construcción del sistema hidroeléctrico de El Chocón-Cerros Colorados, podía en cambio satisfacer sus necesidades de energía eléctrica con la construcción de la represa de Salto Grande en común con Uruguay y Brasil.
XV
Es de suponer que, deliberadamente o no, la “integración” y la complementación venían a salir al cruce de lo que ya era una tendencia en marcha. Paralizaba los intentos integradores de carácter nacional en homenaje a una integración regional en perspectiva; desarmaba los dispositivos de defensa de la economía industrial en marcha y desviaba hacia otros objetivos los esfuerzos que ya estaban empellados. Prestaron su concurso a esta orientación no sólo la burocracia continental, sino también lo que denominaremos reformismo continental. Unos exigían como paso previo a todo, una reforma agraria, que consistiría en parcelar la tierra de tal forma que no quedara un solo trabajador agrícola sin su parcela; los otros postulaban una gran reforma educacional, pues la fuente de nuestros males estaría en el analfabetismo y en la incultura; los otros una reforma constitucional, pues nuestras constituciones eran ya arcaicas con respecto a las necesidades de modernización de nuestra sociedad; otros, en fin, una reforma religiosa y aun eclesiástica con el fin de acercar la Iglesia a los pobres y de que la Iglesia se incorporara al torrente reformista. Parecía que se trataba de atenazar o de envolver el proceso de desarrollo inevitable en una red de problemas que se le anticipaban o que lo postergaban.
XVI
Pero, sobre todo, se soslayaba el contenido histórico-político del desarrollo, a saber, la construcción de la Nación. Nuestros países, en efecto, no han completado aún el proceso de constitución nacional. La unidad nacional está en las leyes y en las constituciones; en la realidad, aparece fraccionada y las regiones aisladas entre sí. Junto a los grandes centros poblados se extienden vastas regiones que viven en el aislamiento; al lado de las conquistas de la civilización está el más profundo atraso. Estos fenómenos se dan en forma muy acusada en los países con gran población indígena, donde el idioma nacional es ignorado por la mayor parte de los pobladores. Pero se dan también en los países sin diferenciación racial y religiosa, como la Argentina, cuyos dos polos, el noroeste y la Patagonia, permanecen en el aislamiento y en al atraso y donde aún regiones relativamente pobladas y con producciones estimables caen en crisis por falta de vías de comunicación, como las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Misiones.
XVII
En tales condiciones, el desarrollo económico adquiría dimensión en profundidad, en cuanto se trataba de erigir las bases de una economía moderna, y en extensión, en cuanto se trataba de extender sus beneficios a todas las regiones, enlazándolas con un vasto sistema de comunicaciones. Se trataba y se trata de construir las bases materiales de la nacionalidad, sin las cuales —como está ya probado suficientemente— todos los factores de orden cultural y ético — la religión y la educación— o bien decaen, o bien se deforman en una suerte de barbarie moderna. El maestro o el misionero pueden llegar de manera suficiente, y cuando llegan no tienen en sus manos los elementos que le permitan incorporar esas poblaciones a la vida de relación. Es la experiencia de los misioneros en las regiones de indígenas.
XVIII
Lo que comúnmente se ha llamado “problema nacional” ha adquirido en los años de la posguerra una dimensión y una fuerza realmente inusitadas. En Europa, a causa de la larga ocupación por fuerzas extranjeras de la mayor parte de los países, viejas civilizaciones de un alto nivel cultural sometidas a una opresión oprobiosa. En Asia y África, fue la quiebra definitiva del colonialismo lo que ha dado origen al desarrollo del sentimiento nacional en las antiguas nacionalidades, y a la aparición explosiva de ese sentimiento en las nacionalidades que ahora se constituyen (especialmente en África). Esos pueblos reconstruyen su historia, recuperan sus religiones originarias y sus idiomas, hacen renacer el folklore; inmediatamente se dan planes o programas de desarrollo económico y social, quieren salir del atraso a que los condenó la potencia colonizadora. En la misma Europa del MCE aparecieron fenómenos como el “degaullismo” que no es otra cosa que el renacimiento del espíritu nacional francés excitado por la invasión alemana y la posterior pérdida de sus colonias y dominios. No es éste el lugar para abrir juicios de valor sobre este fenómeno, pero ignorarlo o menospreciarlo equivale a ignorar la trascendencia histórica permanente del concepto de nación.
XIX
Pues en los planes de integración se ha avanzado ya bastante en torno de la articulación de una especie de gobierno supranacional. En efecto, los más eminentes expositores del pensamiento integrador han llegado a la conclusión de que las medidas y los organismos puestos en marcha hasta ahora no han sido suficientemente efectivos para llevar el proceso de integración hasta sus últimas consecuencias. Se impone, pues, según ellos, arbitrar otras medidas más enérgicas y más efectivas, para lo cual se requiere algo más que las meras reuniones de funcionarios autorizados. En una sesión especial, consagrada a la integración económica de América latina, celebrada en la ciudad de México en mayo de 1965, la CEPAL expuso un nuevo programa de cuatro puntos para acelerar el proceso de integración: los tres primeros eran de orden puramente económico y se referían a la progresiva supresión de barreras aduaneras, a la política de inversiones y al sistema de pagos para facilitar las transacciones entre los países miembros de la ALALC. El cuarto aconsejaba crear nuevas instituciones encargadas de coordinar el funcionamiento de los diferentes mecanismos. Era preciso crear de inmediato un Consejo que funcionara a nivel político, encargado de tomar todas las decisiones necesarias para el progreso de la integración. Este Consejo sería el órgano supremo de la comunidad y estaría formado por los ministros de relaciones exteriores de los países asociados y sus atribuciones serían las siguientes: decisiones en lo referente a reducciones tarifarias, aprobación de la política regional de inversiones, definición de la política financiera y monetaria de la zona, programación del desarrollo científico y técnico y, en general, la adopción de todas las medidas necesarias para el progreso de la organización regional. Las decisiones deberían ser adoptadas por unanimidad.
XX
Lógicamente, esta política debía tropezar al fin con obstáculos insalvables, pues el interés nacional puede declinarse hasta un límite dado, pasado el cual viene la sumisión a las decisiones e intereses supranacionales. Las conferencias de la ALALC, realizadas en Montevideo en 1965 y 1966, no lograron articular el sistema de nivel político aconsejado por la CEPAL y por los llamados “cuatro sabios” (los señores Raúl Prebisch, José Antonio Mayobre, Felipe Herrera y Carlos Sanz de Santa María) a quienes el presidente de Chile, Sr. Frei había solicitado un informe sobre el estado y las perspectivas de integración. Al reunirse, a fines de 1967, la comisión que debía elaborar las “listas comunes” de productos que deben ser liberados de derechos, al llegar al petróleo y al trigo, entró en crisis. Después de laboriosas gestiones, la comisión tuvo que trasladar la fecha de sus reuniones al mes de junio del corriente año.
XXI
Pero, a partir de esta crisis, se ha renovado la ofensiva “integradora”. Personajes de organismos financieros muy altamente colocados han declarado que tales o cuales bancos no darían en adelante otros créditos que no fuerano destinados a proyectos comunes de integración. Subvencionados por las mismas instituciones financieras se han constituido organismos para la propaganda de la tesis “integradora” y, en un simposio convocado en Arica, un expositor contrario a la corriente en boga, fue poco menos que agredido por los partidarios de la idea. Idea que se intenta disfrazar con una imagen que no corresponde a la esencia de la misma.
XXII
Conviene dedicar un párrafo a este nuevo enfoque del problema. La razón es obvia: se juega aquí con los sentimientos de la gente y hasta con el llamado sentido común. La integración vendría a ser algo así como un “frente” de los países en vías de desarrollo de América latina enfilado contra el imperialismo norteamericano; la complementación y la ayuda mutua los salvaría de tener que recurrir a la cooperación financiera internacional; un organismo supranacional, con poder de decisiones políticas, superaría las vacilaciones de los respectivos gobiernos. Pero el “imperialismo” les ha jugado una mala pasada a estos “integradores” de la izquierda; se sabe, por la experiencia europea, que la economía de los grandes espacios abiertos es la que mejor se acomoda a los intereses y designios de los grandes monopolios. Cuando se han levantado las defensas que protegen la incipiente producción de los países en vías de desarrollo, los que ganan el espacio no son los vecinos también en desarrollo, sino los monopolios que producen a bajo costo y que están en condiciones de ejercer incluso el dumping. Por otra parte, las conferencias de Ginebra (1964), de Argel (1967) y de Nueva Delhi (febrero-marzo 1968) han demostrado hasta el cansancio que esta especie de “frente” de los pobres contra los ricos no ha rendido frutos, sea cuando se ha usado el método de la persuasión sea cuando se ha utilizado el de la amenaza.
XXIII
Pero podría objetarse que este punto de vista que estamos exponiendo a grandes trazos es el de aquellas naciones del continente que mejores condiciones naturales reúnen para edificar una economía integrada dentro de sus fronteras o que disponen de un nivel económico que se acerca más al del pleno desarrollo; se justificarían, pues, sus aprehensiones hacia todo aquello que pudiera postergar o atenuar su proprio y rápido desarrollo. En cambio, ¿qué sucede con los países pequeños, con menos población, con una producción puramente agropecuaria o minera, con una industria de trasformación embrionaria? Nos referimos, es claro, a Bolivia, Paraguay, Ecuador. Para ellos, la integración tendría un significado distinto: el de un acceso más rápido a los niveles de producción de sus hermanos “mayores”, pues ni la liberación aduanera ni la complementación amenazarían sus bases de sustentación. En otras palabras, no se podría invadir el Paraguay con las carnes argentinas, pues este país las produce; ni Bolivia con los minerales chilenos. En cambio, Chile y Argentina necesitan, por ejemplo, de las maderas paraguayas.
Pero bien visto, este criterio se detiene en los niveles puramente comerciales del problema. Es, por otra parte, el criterio o uno de los criterios de los constructores ideológicos de la integración regional. En realidad, la integración estaría destinada a liberar y acelerar los intercambios comerciales. Pero se comercia lo que se tiene y no lo que se debiera tener dentro de lo que se estima como una economía moderna. El comercio puede ser liberado y acelerado sin que cambien las producciones que se venden o se compran. Y el desarrollo, bien entendido, no es el de los intercambios sino el de las producciones. Venezuela puede vender todo el petróleo que produce y aun mucho más, pero seguirá siendo así un país monoproductor y, por tanto, en vías de desarrollo, indistintamente de que la venta de su petróleo le produzca un ingreso per cápita superior al de cualquier otro país de América Latina. La liberación de derechos puede facilitar la colocación en masa de las magníficas maderas, de la yerba mate o del tanino paraguayo; pueden, así, aumentar sus ingresos y, por tanto, aumentar sus importaciones; pero este acontecer no alterará en nada su condición de productor de materias primas. Lo mismo dígase del estaño boliviano.
No se postula, desde luego, que esos países alcancen iguales niveles o grados de integración económica que los que pueden lograr Argentina, Brasil o México. Algunos carecen de condiciones naturales para una agricultura y una ganadería similares a las de Argentina; otros carecen de recursos minerales o de la riqueza de Brasil. Se aplicaría a estos países entonces el ejemplo de Italia, de Japón o de Suiza, que han alcanzado un alto grado de desarrollo industrial y agrario careciendo de recursos minerales y de tierras fértiles suficientes y vastas. Recorrerán este camino con mayor o menor ritmo, pero deberán recorrerlo. Si desde ahora se empeñan en alcanzar mayores niveles de vida confiando todo a la integración, retrasarán su desarrollo y acentuarán al de aquellas ramas que los caracterizan como países en vías de desarrollo.
XXIV
De cualquier manera, el aspecto puramente económico de la integración no era el objeto de estas líneas; más bien se trataba de explayar la permanencia histórica del concepto de nación, de la obligatoriedad de resguardar sus esencias espirituales, de la necesidad de construir sus bases materiales. Hemos partido de la conciencia de que la interdependencia de las naciones es insoslayable, de que estamos viviendo el proceso de integración del mercado mundial, que poco a poco las fórmulas de la convivencia y la negociación amigable están sustituyendo la agresividad y la guerra fría de ayer. Pero todo este proceso es un resultado no un requisito previo; el resultado del desarrollo de cada una de las nacionalidades de acuerdo con sus rasgos más específicos. Un acuerdo universal sobre los problemas que actualmente dividen al mundo será un acuerdo entre naciones soberanas, independientes, diferenciadas.
Las únicas categorías universales que se admiten sin discusión son las que informan las religiones, las filosofías, las llamadas ideologías. Pero, si bien se observa, la religión, por ejemplo, es uno de los elementos espirituales-culturales que constituyen el ser nacional en aquellos países que la han recibido desde su nacimiento.
* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.
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