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LA BANDERA NACIONAL, SU CREADOR Y SU TIEMPO

Marcelo Javier de los Reyes*

El miedo sólo sirve para perderlo todo

Manuel Belgrano

 

El 20 de junio se conmemora la creación de la Bandera Argentina pero en verdad esa fecha rememora el día del fallecimiento de su creador, Manuel Belgrano, el máximo prócer de nuestra Historia Nacional.

Este año se cumplen doscientos cincuenta años de su nacimiento, ocurrido el 3 de junio de 1770, y doscientos de su fallecimiento en la pobreza.

La declaración del 20 de junio como Día de la Bandera se remonta al 8 de junio de 1938, cuando el Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina, reunidos en Congreso, sancionaron con fuerza de ley: “Declárese Día de la Bandera, el 20 de junio, que será feriado en todo el territorio de la República”. De este modo entró en vigencia la Ley N° 12.361.

La bandera actual, ¿es la bandera creada por Belgrano?

Se sabe que la bandera creada por nuestro prócer a principios de 1812 era celeste y blanca, pero se desconoce la intensidad del color celeste y si tenía dos o tres franjas, si eran verticales u horizontales. La elección de los colores también es una cuestión que no está clara. Algunos consideran que se deben a los reyes de la casa de Borbón en España, para su presea o condecoración más significativa otorgada en aquel tiempo, la Orden de Carlos III. Esos colores fueron los adoptados durante las Invasiones Inglesas para la escarapela y para el penacho del Cuerpo de Patricios en Buenos Aires. Otros sugieren que esos colores fueron tomados del margen de la Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, de quien Belgrano era devoto.

En 1883, en una capilla de Titiri, Macha —un poblado cercano a Potosí—, en la actual Bolivia, fueron encontradas dos banderas que se cree que acompañaron a Manuel Belgrano en la campaña del Norte y que han sido motivo de debate por parte de los historiadores. Algunos creen que una de ellas fue la primera bandera que izó a orillas del Paraná, mientras que otros consideran que la documentación con que se cuenta es insuficiente para determinar si esa es la que su creador izó en ese lugar.

Bandera de Macha

Una tiene tres franjas, una superior blanca, una celeste central y una inferior blanca. Mide 2,25 m por 1,60 m. En la actualidad se encuentra en la ciudad boliviana de Sucre, en el Museo Casa de la Libertad. Fue restaurada por un equipo de profesionales argentinos y bolivianos en 2016.

La otra es de seda con tres franjas de igual ancho, una superior celeste, una blanca central sin sol y una inferior celeste. Mide aproximadamente 2,32 m de largo por 1,53 m de alto. Se la llama “Bandera de Ayohuma” ya que toma su nombre de la batalla de Ayohuma, en la que Belgrano fue derrotado por las fuerzas realistas al mando del general Joaquín de la Pezuela. Ambas banderas forman parte del patrimonio del Museo Histórico Nacional desde 1896.

Belgrano izó la bandera por primera vez el 27 de febrero de 1812, a orillas del río Paraná.

Con certeza se sabe que Belgrano, a la sazón comandante de las tropas destacadas en Rosario, solicitó al Primer Triunvirato —el 13 de febrero de 1812— que se estableciera una escarapela para identificar a las tropas patriotas para distinguirlas de las realistas, dado que por esa época ambas partes combatientes utilizaban la cucarda encarnada —de color rojo—, de los soldados españoles. Cinco días después el gobierno accedió a lo peticionado por Belgrano e instituyó la escarapela “blanca y azul celeste”.

El Congreso de Tucumán adoptó como símbolo patrio de las Provincias Unidas del Río de la Plata —mediante la ley del 26 de julio de 1816— la bandera de en tres franjas horizontales de igual tamaño, de color celeste la superior e inferior y de color blanco la central, a la que se le agregó el Sol de Mayo, instituido por la ley del 25 de febrero de 1818.

Su creador y su época

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en una casa de la ciudad de Buenos Aires, ubicada en la actual avenida Belgrano 430, próxima al Convento de Santo Domingo y Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en donde hoy descansan sus restos mortales.

Estudió derecho y tan solo con veinte años fue presidente de la academia de derecho romano, política forense y economía política de la Universidad de Salamanca. Lector de las obras de Jean-Jacques Rousseau, de Charles Louis de Secondat barón Montesquieu y de Gaetano Filangieri, asumió como propias las ideas del Iluminismo y de la Ilustración, caracterizadas por la división de poderes, la periodicidad de los cargos públicos, la libertad y la igualdad.

Bien pronto se percató de que la economía era una herramienta fundamental para el desarrollo de los pueblos.

En 1776 fue creado el Virreinato del Río de la Plata por orden de Carlos III —al principio de manera provisional y desde 1778 en forma definitiva—, el cual extendió su jurisdicción hacia los actuales territorios de Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay, partes del sur de Brasil y del norte de Chile, así como hacia el Atlántico Sur, sobre las islas Malvinas, ya abandonadas por los británicos en 1774. Además la autoridad del Virreinato llegaba hasta África: incluyó las islas africanas de Fernando Poo (hoy Bioko) y Annobón en la actual Guinea Ecuatorial, cedidas por Portugal a España en 1777 mediante el Tratado de San Ildefonso.

Buenos Aires, gracias al intercambio marítimo se convirtió en un puerto importante del Atlántico Sur, si bien estaba sobre el Río de la Plata, lo que le permitió alcanzar una población de 45.000 habitantes en 1810.

En su Autobiografía, Belgrano escribió:

Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido.[1]

En 1794, a los veinticuatro años, fue designado Secretario del Consulado de Buenos Aires pero bien pronto se convertiría en militar y en uno de los padres fundadores de la Nación. Era un gran defensor de la educación. “Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos”, expresó Belgrano. Como consecuencia de esta convicción creó las Escuelas de Comercio, de Dibujo y de Náutica. Esta experiencia solo duró tres años pero contribuyó a que los jóvenes que recibieron instrucción pudieran conducir embarcaciones a diferentes lugares de América y Europa. Su propuesta fue cancelada por la Corte de Madrid que consideró que se trataba de un lujo para la colonia y ordenó cerrar esas escuelas.

Sus ideas eran de vanguardia para su época. En 1798 redactó el primer proyecto de enseñanza estatal, ya que a su juicio, era imposible mejorar las costumbres sin educación. Belgrano promovía las escuelas gratuitas, la educación para mujeres y niños de ambos sexos, así como clases de agricultura destinadas a los campesinos. Junto a la educación ponía en valor el trabajo, como un elemento fundamental del comercio y del desarrollo, así como un medio para superar la pobreza.

Pocos años después la ciudad fue el escenario de las invasiones británicas de 1806 y 1807, las que introdujeron al virreinato del Río de la Plata en el conflicto mundial. En 1806 mil quinientos soldados que días antes habían conquistado a los holandeses el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África, se desplazaron sin instrucciones de Londres a través del Atlántico Sur a las órdenes del comodoro Popham y del brigadier general Beresford para dominar la capital del virreinato español. El 8 de junio los invasores estaban frente al cabo de Santa María, en la costa de la Banda Oriental, y el 25 desembarcaron en Quilmes, a pocos kilómetros de Buenos Aires.

Belgrano asistió a esos hechos y vio con indignación como las corporaciones urbanas se apresuraron a prestar adhesión al “nuevo orden británico”[2]. La resistencia quedó a cargo del Cabildo y del héroe de esa gesta, el francés Santiago de Liniers. Se procedió a la formación de las milicias urbanas y así Belgrano fue uno de los jefes del Cuerpo de Patricios de Buenos Aires.

Vencidos los británicos, nuevos desafíos, nuevos horizontes y nuevas motivaciones atrajeron a los hombres del virreinato tras la Revolución de Mayo de 1810. Sin éxito, Belgrano había promovido la emancipación de Hispanoamérica respecto de España en apoyo a las aspiraciones de la princesa Carlota Joaquina —infanta de España por nacimiento y reina consorte de Portugal y emperatriz titular de Brasil a través de su matrimonio con Juan VI de Portugal— en la región.

Belgrano se sumó a las fuerzas por la independencia y marchó a Paraguay y al Alto Perú. El 30 de diciembre de 1810, en el campamento de Tacuarí, redactó las bases del primer proyecto constitucional del Río de la Plata, el Reglamento para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 Pueblos de las Misiones, el cual, en 1853, fue incorporado por Juan Bautista Alberdi como una de las bases de la Constitución Nacional.

En el artículo 13º mostró nuevamente su interés en la educación: “El fondo que se ha de formar según los artículos 8º y 9º no ha de tener otro objeto que el establecimiento de escuelas de primeras letras, artes y oficios…”. Era respetuoso de los idiomas nativos, pero consideraba que era preciso alcanzar una “fácil comunicación para el mejor orden”, por lo que los individuos que fueran a integrar los Cabildos debían hablar el castellano “y particularmente el corregidor, el alcalde de primer voto, el síndico procurador y un secretario que haya de extender las actas en lengua castellana” (Art. 19º).

Para garantizar la seguridad interior como la exterior “se hace indispensable que se levante un cuerpo de milicias, que se titulará Milicia Patriótica de Misiones, en que indistintamente serán oficiales así los naturales como los españoles que vinieren a vivir en los pueblos, siempre que su conducta y circunstancias los hagan acreedores a tan alta distinción (Art. 24º).

Para evitar los excesos de la explotación, prohibió “que se pueda cortar árbol alguno de la hierba so la pena de diez pesos por cada uno que se cortare, a beneficio la mitad del denunciante y para el fondo de la escuela la otra” (Art. 27º).

Belgrano comprendió también el significado del desarrollo marítimo y a esto se abocó también durante los dieciséis años que formó parte del Consulado. Fomentó la Marina Mercante, para lo cual creó la Escuela de Náutica y esbozó el proyecto de creación de una compañía de Seguros Marítimos[3]. Fue el primero en reconocer la magnitud de nuestras riquezas marítimas, las que dio a conocer a sus compatriotas. Escribió sobre la pesca, los cetáceos, pinnípedos y otros animales del mar[4].

Las derrotas y las victorias lo acompañaron como civil y como militar. En Tucumán, tras la batalla homónima, fue nombrado “Padre de la Patria” pero esos mismos que lo encumbraron lo meterían preso y engrillaron, como se haría con cualquier reo.

Su alto nivel intelectual no estaba acorde con el ámbito en el que intentaba desplegar sus conocimientos e ideas. La metrópoli estaba en decadencia y la colonia debía emprender un rumbo propio, para lo cual la Revolución requería la acción militar. Belgrano fue un hombre de ideas pero también un hombre de acción, lo que queda demostrado al ponerse un uniforme y empuñar las armas.

Murió el 20 de junio de 1820 en la pobreza y en la tristeza. Sus últimas palabras fueron: “¡Ay, Patria mía!”

Belgrano nos dejó muchas enseñanzas pero los argentinos no hemos sido buenos alumnos. En una de sus frases dijo:

El estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y por venir.

Precisamente aquí encontramos que los argentinos hemos pecado por omisión. Somos un pueblo que no recurrimos al pasado para tomar enseñanzas y, en el peor de los casos, vivimos revisando el pasado para modificarlo y amoldarlo a nuestro presente.

El aria “Alta en el cielo”, perteneciente a la ópera Aurora (del compositor Héctor Panizza) es la canción oficial de la República Argentina para su Bandera Nacional. Se suele entonar en actos públicos el 20 de junio, cuando se celebra el Día de la Bandera.

Doscientos años después los argentinos podemos apreciar que hemos recorrido el camino inverso al que Belgrano nos proponía y que sus principios y su propuesta de igualdad nos parecen ajenos, se nos presenta como una tarea pendiente.

Belgrano fue un verdadero estadista, algo de lo que la Argentina de fines del siglo XX y de la de principios del XXI carece, motivo por el cual lleva décadas transitando el camino de su autodestrucción. Somos incapaces de seguir el ejemplo de Belgrano, incapaces de reinventarnos —como él— en las diversas circunstancias que nos tocan vivir con el objetivo de contribuir a la prosperidad de la Patria. Belgrano supo responder a los desafíos de la Patria y supo darle respuestas en los momentos más críticos.

Como ciudadanos estamos en deuda con nuestro prócer, al que recordamos un 20 de junio pero no durante todo el año para internalizar sus enseñanzas, entre ellas, la que hace al amor a la Patria. Su bandera fue tomada como modelo por numerosos países del continente, en buena medida cuando el corsario Hipólito Bouchard la llevó en su vuelta al mundo amando de la Fragata “La Argentina”.

En estas horas aciagas por las que atraviesa la República hago propio un sentimiento de nuestro gran prócer:

Me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la Patria.

 

* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz.

 

Referencias

[1] Citado en: José Carlos Chiaramonte. La Ilustración en el Río de la Plata: Cultura eclesiástica y cultura laica. Buenos Aires: Sudamericana, 2007, 384 p.

[2] Tulio Halperín Donghi. Historia Argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980, p. 23-24.

[3] Laurio H. Destefani Belgrano y el mar. Buenos Aires: Fundación Argentina de Estudios Marítimos, 1979, p. 45 y 46.

[4] Ídem.

 

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LA ESTRATEGIA Y SU COMPLEJIDAD

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay

La estrategia es complicada, aunque muchos repiten la palabra y el concepto se ha popularizado. Vale la pena recordar una vez más que como término derivado de la palabra griega estrategos (general), el término estrategia, cuando se popularizó su uso fue visto en su sentido estricto y al principio como el “arte de lo generales”. Con el tiempo el concepto se amplió considerablemente. Hoy hay estrategia y estrategias en ámbitos políticos, empresariales, comerciales, etc. Hasta se puede afirmar la existencia de una “estrategia personal” de cada cual que le sirve para guiar su vida.

En definitiva, la estrategia consiste en usar de la mejor manera los medios disponibles con el fin de alcanzar un “x” objetivo. La “Gran Estrategia” contiene el objetivo supremo y a ella deben ceñirse las estrategias menores. Las secuencias cortas de la estrategia son sus partes tácticas. La táctica es al albañil lo que la estrategia es al arquitecto.

Desde el siglo XIX se generaron mayores complejidades. El concepto estratégico se amplió pero siempre dependiendo de la gran estrategia. Si Karl von Clausewitz definió a la guerra como la continuación de la política por otros medios, era obvio entonces y ahora que todo está (estaba) supeditado al objetivo político. En un enfrentamiento, en una elección o en esquemas de marketing, las victorias no tendrán valor salvo que contribuyan para llegar al objetivo máximo, o permitan alcanzar objetivos intermedios de naturaleza aceptable.

Ya en 1979 difundí las cuatro dimensiones de la estrategia: operacional, social, tecnológica y logística. Cada una adquiere mayor o menor relevancia según el contexto en que deba aplicarse. Deben agregarse las “3C”: comando, control y comunicaciones. Las interacciones posibles de las tres C son vitales y se acomodarán a cada plan estratégico. La logística es de vida o muerte y la tecnología igual. Ni Alejandro el Magno ni Napoleón hubieran obtenido triunfos sin comida para la tropa o sin vituallas y equipos. Isabel la Católica fue una gran logística; por eso se aceleró la reconquista de la península ibérica en 1492 tras 700 años en manos sarracenas. Napoleón pudo ganar en Waterloo de contar con el globo aerostático para observar de lo alto el movimiento de tropas. Un factor tecnológico disponible y voluntariamente no usado precipitó su mayor derrota. Poco antes, el emperador había disuelto (por “inútil”) el cuerpo de globos de los hermanos Montgolfier…

Exagerar una de las dimensiones puede confundir. En la guerra de secesión estadounidense la dimensión operacional sureña era óptima pero el potencial industrial del norte prevaleció. Robert Lee fue mejor general que Ulises Grant pero éste tenía mayores recursos. Por último, recuérdese que en el más alto nivel política y estrategia son una sola cosa.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

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EL CONFLICTO DEL ATLÁNTICO SUR (PARTE 1). DE LA HISTORIA DE LAS MALVINAS A LOS ANTECEDENTES DEL CONFLICTO DE 1982.

Marcelo Javier de los Reyes*

Uno de los cuatro mapas de las islas Malvinas del siglo XVIII, previas a la ocupación británica, pertenecientes a la colección Pedro de Ángelis de la Biblioteca Nacional de Brasilia, que fueron entregados por la Cancillería de Brasil a la Argentina en 2012.

La guerra de Malvinas fue el conflicto bélico en el que se enfrentaron la Argentina y el Reino Unido por el control de las islas Malvinas entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982. Para la Argentina se trata de un territorio usurpado por una potencia colonial.

Como el conflicto involucró un espacio geográfico mayor al de esas islas, ya que se extendió a las islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur, sería más apropiado hablar del Conflicto del Atlántico Sur.

Comparado con el océano Pacífico, el Atlántico Norte así como con otros espacios marítimos, la zona austral del océano Atlántico puede ser considerada virtualmente un área ausente de conflictos bélicos, a excepción de las batallas navales de la Primera y Segunda Guerras Mundiales y del Conflicto del Atlántico Sur.

Treinta y siete años después de terminada la Segunda Guerra se produjo este enfrentamiento armado que sería el único que se centró en el Atlántico Sur en el siglo XX. Esta guerra se enmarcó indirectamente en un conflicto mayor, la Guerra Fría, por lo cual fue sobredimensionada por los países centrales, llegándose incluso a considerar —hacia el final de ese conflicto—, que una vez derrotadas las fuerzas armadas argentinas por parte del Reino Unido estaría el peligro de que “los militares argentinos dieran un giro prosoviético o que un contragolpe interno cambiara su férreo anticomunismo”[1].

El Conflicto del Atlántico Sur produjo una gran movilización de recursos bélicos por parte del Reino Unido, la mayor luego de la Segunda Guerra Mundial, y contó con el apoyo de los Estados Unidos y del resto de los Estados miembros de la OTAN.

Antecedentes

Las islas Malvinas formaron parte de España conforme a lo dispuesto por los primeros instrumentos internacionales que delimitaron el “Nuevo Mundo”, tras la llegada de los europeos al continente americano en 1492. Estos instrumentos son las Bulas Pontificias y el Tratado de Tordesillas de 1494, acordes con el derecho internacional de la época.

Durante la mayor parte del siglo XVI, sólo navegantes al servicio de España surcaron las rutas marítimas próximas a la costa de América del Sur, en su búsqueda del paso interoceánico. En esa exploración fueron descubiertas las islas Malvinas por integrantes de la expedición de Magallanes en el año 1520 y, a partir de ese momento, toda la región austral de América, incluidas sus costas, mares e islas, quedaron dentro de la jurisdicción de España, lo que fue razón suficiente para que la corona española formulara una protesta cuando marinos de otras naciones se aventuraban en los territorios bajo su soberanía.

En 1655 el Reino Unido ocupó Jamaica (1655) durante el protectorado de Oliver Cromwell, en el marco de la política que se denominó Western Design (“Designio Occidental”), por la que procuraba arrebatarle a España sus posesiones en América, para poder apropiarse de sus riquezas y fortalecer y expandir el protestantismo en detrimento del catolicismo, representado por la corona española. Esta política desencadenó la guerra anglo-española entre los años 1655 y 1660. Jamaica no fue restituida a España y fue utilizada para operar contra las posesiones y navíos españoles.

Durante todo el siglo XVII, España e Inglaterra firmaron varios tratados destinados a reducir la tensión entre ambas potencias: el Tratado de Londres, Tratado de Paz, Alianza y Comercio (1604); Tratado de Madrid, Tratado de Paz, Confederación y Comercio entre España e Inglaterra (1630); Tratado Secreto entre Carlos Estuardo y Felipe IV (1656); Tratado de Paz y Comercio entre las coronas de España e Inglaterra (1665); Tratado de Renovación de Paz y Alianza y Comercio entre las coronas de España y de Gran Bretaña (1667); Tratado para Restablecer la Amistad y Buena Correspondencia en América entre la Corona de España y de Gran Bretaña (1670), también conocido como “Tratado de Godolphin” (por el diplomático británico); Tratado de Unión y Alianza Defensiva entre las coronas española e inglesa (1680).

Al finalizar la guerra de Sucesión Española, en 1713, fue firmado el Tratado de Utrecht —también conocido como Paz de Utrecht—, constituido por un conjunto de tratados celebrados entre las potencias que se enfrentaron en ese conflicto. A través de uno de ellos el Reino Unido reconoció los dominios de España, salvo Gibraltar y Menorca que fueron tomados durante el conflicto. 

Tratado de Utrecht, 1713

En lo que respecta estrictamente al Atlántico Sur, debe señalarse que las islas Malvinas habían sido exploradas en 1690 por el marino británico John Strong, bautizando con el nombre del Falkland al pasaje que las separa y que es denominado estrecho de San Carlos por la Argentina. Los británicos habían considerado ocupar las islas pero ese proyecto fue abandonado debido a las protestas de España.

En 1764 el navegante francés Louis Antoine de Bouganville tomó posesión de las islas en nombre del rey de Francia y en 1765, las cuales ya eran conocidas por los navegantes y comerciantes de Saint Maló, en la región de Bretaña, Francia, de donde deriva el nombre de Malvinas ya que ellos las denominaron Malouines en homenaje a su ciudad.

Por su parte, el Comodoro Byron hizo lo propio en nombre de Su Majestad británica fundando Puerto Egmont.

En 1766 el rey de Francia reconoció la soberanía española sobre las islas y en 1767 Bouganville se las entregó al primer gobernador español, Felipe Ruiz Puente. Por su parte los británicos se retiraron definitivamente en 1774.

Luego de la independencia argentina, el 6 de noviembre de 1820, el marino y corsario estadounidense David Jewett, al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tomó posesión de las islas Malvinas al mando de la fragata Heroína. Además de afianzar la Soberanía Nacional en las islas, la posesión tenía por objetivo evitar la destrucción de las fuentes de recursos necesarios para los buques que, de paso o recalada forzada, arribaran a las islas para que pudieran aprovisionarse con el mínimo de gastos y molestias, como lo notifica el capitán Jewett a través de una circular.

El 6 de noviembre de 1820, el marino y corsario estadounidense David Jewett, al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tomó posesión de las islas Malvinas al mando de la fragata Heroína.

En 1826 el gobernador argentino Luis Vernet se estableció en Puerto Soledad. En 1831 arribó la goleta estadounidense Lexington que saqueó la colonia argentina provocando un conflicto diplomático con los Estados Unidos.

A fines de 1832 el gobierno de Buenos Aires destinó a las islas la goleta Sarandí al mando del capitán Pinedo.

Orígenes del conflicto

La disputa por la soberanía de las islas Malvinas tiene su origen en la usurpación de las mismas llevadas a cabo por el Reino Unido en 1833, cuando la corbeta inglesa Clio desalojó a los pobladores y a la guarnición argentina, en el marco de su política de dominar los mares. De este modo estableció dominios en puntos clave del planeta, algunos de los cuales continúan bajo soberanía de la corona británica y constituyen enclaves estratégicos:

  • Peñón de Gibraltar. Tras la guerra de Sucesión española se firmó el Tratado de Utrecht por el cual “El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillos de Gibraltar” (artículo X del tratado).
  • Diego García. Luego de la derrota de Napoleón, en 1815, la isla pasó a manos del Reino Unido,
  • Malta. En 1815, el Congreso de Viena consagró la soberanía británica sobre esta isla desde la cual los británicos, sumado al peñón de Gibraltar, podían dominar el mar Mediterráneo.
  • Hong Kong. En 1842 obtuvo la “cesión a perpetuidad” de la isla luego de atacar a China en la primera Guerra del Opio. En 1997 el Reino Unido transfirió el territorio nuevamente a la soberanía de China.
  • Santa Helena. Esta isla del Atlántico Sur tiene una ubicación geoestratégica entre África y América. Sus instalaciones militares fueron utilizadas durante el Conflicto del Atlántico Sur. Bajo la jurisdicción de las autoridades británicas de Santa Helena también se encuentra la isla Ascensión otro grupo de islas de la cual se destaca Tristán da Cunha.
  • Honduras Británicas (actual Belice). Si bien desde 1763 España le permitió a los ciudadanos británicos iniciar la explotación de la riqueza maderera, recién en 1862 las Honduras Británicas se convirtieron en colonia del Reino Unido.

El Conflicto del Atlántico Sur tiene su origen con anterioridad a la recuperación de las islas Malvinas por parte de la Argentina el 2 de abril de 1982. La Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades en el Conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS) (1988), en su Informe Final, más conocido como Informe Rattenbach, expresa:

El incidente de las Islas Georgias del Sur se originó al desembarcar personal argentino en la Isla San Pedro, izar el pabellón nacional —por propia iniciativa— y no cumplimentar requisitos de inmigración exigidos por las autoridades británicas.

Este hecho se transformó en el elemento desencadenante del conflicto del Atlántico Sur, al producir una reacción británica considerada exagerada, y precipitar la decisión de la Junta Militar de adelantar la operación “Azul”.[2]

El personal al que se refiere el informe pertenecía a la empresa Islas Georgias del Sur S.A. El incidente de las islas Georgias del Sur se desencadenó a partir de una operación comercial privada llevada a cabo por el comerciante argentino Constantino Davidoff, quien firmó un contrato con la compañía escocesa Salvensen Limited en septiembre de 1979 y que caducaba en marzo de 1983.

La operación comercial consistía en el desguace de los puestos balleneros pertenecientes a una empresa británica ubicados en la isla San Pedro.

Las tramitaciones correspondientes se realizaron en el marco del Convenio sobre Comunicaciones de 1971 que permitía los viajes entre las Malvinas y Argentina pero que no incluía a las islas Georgias del Sur[3].

Davidoff visitó Puerto Leith en diciembre de 1981 transportado por el buque ARA Almirante Irizar a los efectos de inspeccionar las instalaciones que había adquirido como chatarra. A su regreso a Buenos Aires Davidoff, quien había viajado con autorización de la embajada británica en Buenos Aires, fue citado por el embajador británico Williams para advertirle que debió haberse presentado en Grytviken antes de dirigirse a Leith para obtener su correspondiente permiso.

En una entrevista que Davidoff brindó a la BBC en 2010, Davidoff dijo que a fines de 1981 visitó al embajador británico en Buenos Aires, habló con las autoridades de las islas Malvinas y firmó un contrato por US$ 270.000 con los propietarios escoceses de la estación ballenera abandonada[4]. Posteriormente, conversó nuevamente con el embajador británico para asegurarse de que ya no había nada más que él debiera hacer. El artículo de la BBC informa que la versión del empresario “está certificada por el informe del Comité Franks, de 1983, llevado a cabo por las autoridades británicas para explicar los sucesos que condujeron al conflicto”.

A fines de febrero de 1982 Transportes Navales informó a la empresa Islas Georgias del Sur S.A. que el personal sería embarcado el día 11 de marzo de 1982 en el buque Bahía Buen Suceso para trasladarlo a Puerto Leith.

Siempre conforme al Informe Rattenbach, el día 3 de marzo de 1982 y luego de tomar conocimiento de los cables procedentes de la embajada británica en Buenos Aires, la Primera Ministra Margaret Thatcher ordenó preparar “planes de contingencia” y consultó al ministro de Defensa acerca de cuánto tiempo le insumiría a los buques de la flota llegar a las islas Malvinas, en caso de ser necesario.

Paralelamente las Fuerzas Armadas argentinas fueron siguiendo la evolución de los acontecimientos y tomando una postura de negociación poco flexible. No obstante dejaron de lado la operación “Alfa” que consistía en aprovechar la operación comercial de Davidoff para realizar el asentamiento de un grupo científico en la isla San Pedro, siguiendo el modelo llevado a cabo en las islas Sandwichs del Sur en 1976[5].

El Grupo “Alfa” se compondría de 15 hombres al mando del teniente de navío Alfredo Astiz y debía permanecer en Tierra del Fuego afectado a la Campaña Antártica en tarea de adiestramiento hasta ser trasladado a Puerto Leith.

El personal de la empresa desembarcó el 19 de marzo en Puerto Leith y según las versiones británicas procedieron a izar la bandera argentina aunque las declaraciones de Davidoff desmienten el hecho y afirma que la bandera ya se encontraba en el lugar. No obstante la bandera fue arriada inmediatamente.

Los operarios de la empresa de Davidoff en las Georgias

En la mencionada entrevista que Davidoff mantuvo con la BBC, afirmó que no había militares entre sus trabajadores, que no izaron la bandera ni cantaron el Himno Nacional. Sostiene que era un acuerdo comercial y, enfáticamente, expresó: “Habría tenido que estar loco para permitir que me lo arruinaran[6]. Todo lo que hacía falta era una llamada de la embajada británica y habría retirado a mis trabajadores, habría cancelado mi contrato”. Agrega que “se podría haber evitado una guerra”. Davidoff insiste en que el Reino Unido dio inicio a la guerra al enviar un contingente militar a enfrentar lo que era un asunto civil[7].

Cuando el personal de Davidoff se encontraba en Puerto Leith, miembros de la British Antartic Survery (BAS) de Grytviken observaron el desembarco e informaron al gobernador Rex Hunt en las islas Malvinas “que un grupo de civiles y militares argentinos había invadido la isla San Pedro”.

Siguiendo instrucciones del Foreign Office el embajador británico en Buenos Aires expresó a la Cancillería Argentina que había recibido órdenes de Londres de presentar un mensaje conteniendo los siguientes puntos: los obreros debían abandonar Puerto Leith y presentarse en Grytviken; se debía arriar la bandera; no se debía interferir en las instalaciones de la B.A.S.; no se debían alterar las señales; no se debía permitir desembarcar personal militar ni se debía permitir llevar armas a tierra.

A ello agregó que el incidente era considerado como “muy serio” por las autoridades de Londres.

La Cancillería respondió que el buque Bahía Buen Suceso no era un buque de guerra sino de transporte y de características comerciales, que saldría de las Georgias el día 21 de marzo, una vez finalizado el desembarco de material, que no había desembarcado personal militar ni se habían llevado armas de guerra, contrariamente a lo informado por la B.A.S.

Del mismo modo informó que las autoridades británicas estaban en conocimiento del viaje del empresario Davidoff ya que el mismo había comunicado sus actividades ante la embajada del Reino Unido en Buenos Aires.

No obstante la Cancillería Argentina intentó restar importancia al hecho y a considerar que las informaciones emanadas desde la B.A.S. en las islas Georgias “habían contribuido innecesariamente a aumentar el tono del incidente”.

La situación tomó un giro preocupante cuando el día 21 de marzo zarpó de Puerto Stanley (Puerto Argentino) el HMS Endurance con la misión de dirigirse a Puerto Leith a evacuar a los trabajadores argentinos, si ello era necesario, a pesar de que el Foreign Office le informó al Encargado de Negocios de la República Argentina en Londres, Atilio Molteni, que “su gobierno estaba satisfecho con las explicaciones recibidas y que confiaba en que el Bahía Buen Suceso dejara las islas el día 22 con el grupo desembarcado, esperando que estos hechos no se repitiesen y aclarando que el Reino Unido no haría, de este incidente, una cuestión mayor”.

Ese mismo día el representante del gobierno argentino en Puerto Stanley (Puerto Argentino) informó que en horas de la noche las oficinas de LADE habían sido violentadas por desconocidos y que en el interior se había colocado una bandera británica sobre una argentina y la inscripción “Tip for Tap, Buggers” (“Ojo por ojo, ladrones”).

Mientras tanto el Foreign Office difundía que los trabajadores argentinos habían desembarcado en Puerto Leith sin la documentación correspondiente y los medios de comunicación británicos difundían en grandes titulares acerca de una “invasión argentina a las islas Georgias del Sur”, omitiendo mencionar el incidente acontecido en las oficinas de LADE en Malvinas.

Cuando el embajador británico Williams fue informado por la Cancillería Argentina de que un grupo de los trabajadores continuaba en las Georgias a pesar de que el Bahía Buen suceso había emprendido el viaje de retorno al continente, se incrementó el malestar en Londres y se produjeron emotivas sesiones en el Parlamento y en la Cámara de los Lores. Se le impartieron instrucciones al HMS Endurance para que prosiguiese su misión de evacuar a los argentinos de las Georgias.

El buque HMS Endurance amarrado en el puerto de Mar del Plata, en febrero de 1982, poco tiempo antes del conflicto.

El gobierno argentino decidió el día 23 de marzo llevar adelante la operación de toma de las islas Malvinas a la que se le dio el nombre de “Azul”, proseguir de forma indefinida las negociaciones con el embajador británico, proteger al personal argentino e interceptar al HMS Endurance para evitar que arribara a Puerto Leith a cumplir con su misión. Asimismo decidió que el buque A.R.A. Bahía Paraíso, que se encontraba en esos momentos en las islas Orcadas del Sur, pusiera proa a Puerto Leith.

A pesar de estas medidas y de la intención de ejecutar la operación “Azul” las autoridades argentinas impartieron instrucciones al A.R.A. Bahía Paraíso para que no diera lugar a un incidente bélico y para que no interceptara al buque HMS Endurance si ya había procedido a la evacuación.

Mientras que el embajador británico sostenía que los trabajadores debían trasladarse a Grytviken, la Cancillería Argentina se amparaba en que “no era necesario” por el Acuerdo de Comunicaciones de 1971.

La escalada diplomática y militar que se iba produciendo con el correr de las horas actuaba en detrimento de las negociaciones: el día 24 el gobierno británico instruyó que debían reforzarse las tropas en las Malvinas y para ello embarcó a “marines” en el buque RRS John Biscoe en Montevideo y ordenó que el RRS Bransfield, anclado en Punta Arenas, zapara el día 25 de marzo con destino a Puerto Stanley (Puerto Argentino).

El Reino Unido exageró el incidente de las Georgias y obró, con anterioridad al conflicto armado, utilizando a los medios para ejercer una manipulación sobre la sociedad británica y recurrió a las presiones diplomáticas y a la intimidación militar enviando a la zona a tres buques de guerra —el Endurance, el Briscoe y el Bransfield—, todo lo cual daría la posibilidad de considerar que la escalada del conflicto podría obedecer a un plan previamente delineado. A ello se agrega que el encargado de negocios en la embajada argentina en Londres, Señor Molteni, habría informado acerca del propósito del gobierno británico de prolongar las negociaciones a los efectos de ganar tiempo para preparar la defensa de las islas.

El gobierno militar tenía contemplada la denominada operación “Azul” desde diciembre de 1981 pero, ante la evolución de los acontecimientos, decidió llevarla adelante entre el 1° y el 3 de abril con la intención de ejercer una presión que favoreciera la dilatada negociación acerca de la soberanía pero la apreciación fue incorrecta pues no se contemplaba que el Reino Unido reaccionara militarmente.

* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz.

 

Referencias

[1] Ricardo Kirsschbaum, Oscar Raúl Cardoso, Eduardo van Der Kooy y Ana Baron. “Malvinas: las batallas secretas de la Guerra Fría Los documentos que agitaron el golpe prosoviético”. Clarín (31/03/2002) <http://old.clarin.com/suplementos/zona/2002/03/31/z-00215.htm> [consulta: 20/10/2003].

[2] Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades en el Conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS): Informe Final. Conocido también como Informe Rattenbach. Buenos Aires: Ediciones Espartaco, 1988.

[3] Ídem.

[4] Daniel Schweimler. “El vendedor de chatarra que provocó accidentalmente la guerra del Atlántico Sur”. BBC, 05/04/ 2010, <https://www.bbc.com/mundo/economia/2010/04/100405_1503_malvinas_falknads_chatarra_cr >, [consulta: 12/02/2011].

[5] Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades en el Conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS). Op. cit.

[6] Daniel Schweimler. Op. cit.

[7] Ídem.

 

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