Marcelo Javier de los Reyes*
El miedo sólo sirve para perderlo todo
Manuel Belgrano
El 20 de junio se conmemora la creación de la Bandera Argentina pero en verdad esa fecha rememora el día del fallecimiento de su creador, Manuel Belgrano, el máximo prócer de nuestra Historia Nacional.
Este año se cumplen doscientos cincuenta años de su nacimiento, ocurrido el 3 de junio de 1770, y doscientos de su fallecimiento en la pobreza.
La declaración del 20 de junio como Día de la Bandera se remonta al 8 de junio de 1938, cuando el Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina, reunidos en Congreso, sancionaron con fuerza de ley: “Declárese Día de la Bandera, el 20 de junio, que será feriado en todo el territorio de la República”. De este modo entró en vigencia la Ley N° 12.361.
La bandera actual, ¿es la bandera creada por Belgrano?
Se sabe que la bandera creada por nuestro prócer a principios de 1812 era celeste y blanca, pero se desconoce la intensidad del color celeste y si tenía dos o tres franjas, si eran verticales u horizontales. La elección de los colores también es una cuestión que no está clara. Algunos consideran que se deben a los reyes de la casa de Borbón en España, para su presea o condecoración más significativa otorgada en aquel tiempo, la Orden de Carlos III. Esos colores fueron los adoptados durante las Invasiones Inglesas para la escarapela y para el penacho del Cuerpo de Patricios en Buenos Aires. Otros sugieren que esos colores fueron tomados del margen de la Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, de quien Belgrano era devoto.
En 1883, en una capilla de Titiri, Macha —un poblado cercano a Potosí—, en la actual Bolivia, fueron encontradas dos banderas que se cree que acompañaron a Manuel Belgrano en la campaña del Norte y que han sido motivo de debate por parte de los historiadores. Algunos creen que una de ellas fue la primera bandera que izó a orillas del Paraná, mientras que otros consideran que la documentación con que se cuenta es insuficiente para determinar si esa es la que su creador izó en ese lugar.
Bandera de Macha
Una tiene tres franjas, una superior blanca, una celeste central y una inferior blanca. Mide 2,25 m por 1,60 m. En la actualidad se encuentra en la ciudad boliviana de Sucre, en el Museo Casa de la Libertad. Fue restaurada por un equipo de profesionales argentinos y bolivianos en 2016.
La otra es de seda con tres franjas de igual ancho, una superior celeste, una blanca central sin sol y una inferior celeste. Mide aproximadamente 2,32 m de largo por 1,53 m de alto. Se la llama “Bandera de Ayohuma” ya que toma su nombre de la batalla de Ayohuma, en la que Belgrano fue derrotado por las fuerzas realistas al mando del general Joaquín de la Pezuela. Ambas banderas forman parte del patrimonio del Museo Histórico Nacional desde 1896.
Belgrano izó la bandera por primera vez el 27 de febrero de 1812, a orillas del río Paraná.
Con certeza se sabe que Belgrano, a la sazón comandante de las tropas destacadas en Rosario, solicitó al Primer Triunvirato —el 13 de febrero de 1812— que se estableciera una escarapela para identificar a las tropas patriotas para distinguirlas de las realistas, dado que por esa época ambas partes combatientes utilizaban la cucarda encarnada —de color rojo—, de los soldados españoles. Cinco días después el gobierno accedió a lo peticionado por Belgrano e instituyó la escarapela “blanca y azul celeste”.
El Congreso de Tucumán adoptó como símbolo patrio de las Provincias Unidas del Río de la Plata —mediante la ley del 26 de julio de 1816— la bandera de en tres franjas horizontales de igual tamaño, de color celeste la superior e inferior y de color blanco la central, a la que se le agregó el Sol de Mayo, instituido por la ley del 25 de febrero de 1818.
Su creador y su época
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en una casa de la ciudad de Buenos Aires, ubicada en la actual avenida Belgrano 430, próxima al Convento de Santo Domingo y Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en donde hoy descansan sus restos mortales.
Estudió derecho y tan solo con veinte años fue presidente de la academia de derecho romano, política forense y economía política de la Universidad de Salamanca. Lector de las obras de Jean-Jacques Rousseau, de Charles Louis de Secondat barón Montesquieu y de Gaetano Filangieri, asumió como propias las ideas del Iluminismo y de la Ilustración, caracterizadas por la división de poderes, la periodicidad de los cargos públicos, la libertad y la igualdad.
Bien pronto se percató de que la economía era una herramienta fundamental para el desarrollo de los pueblos.
En 1776 fue creado el Virreinato del Río de la Plata por orden de Carlos III —al principio de manera provisional y desde 1778 en forma definitiva—, el cual extendió su jurisdicción hacia los actuales territorios de Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay, partes del sur de Brasil y del norte de Chile, así como hacia el Atlántico Sur, sobre las islas Malvinas, ya abandonadas por los británicos en 1774. Además la autoridad del Virreinato llegaba hasta África: incluyó las islas africanas de Fernando Poo (hoy Bioko) y Annobón en la actual Guinea Ecuatorial, cedidas por Portugal a España en 1777 mediante el Tratado de San Ildefonso.
Buenos Aires, gracias al intercambio marítimo se convirtió en un puerto importante del Atlántico Sur, si bien estaba sobre el Río de la Plata, lo que le permitió alcanzar una población de 45.000 habitantes en 1810.
En su Autobiografía, Belgrano escribió:
Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido.[1]
En 1794, a los veinticuatro años, fue designado Secretario del Consulado de Buenos Aires pero bien pronto se convertiría en militar y en uno de los padres fundadores de la Nación. Era un gran defensor de la educación. “Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos”, expresó Belgrano. Como consecuencia de esta convicción creó las Escuelas de Comercio, de Dibujo y de Náutica. Esta experiencia solo duró tres años pero contribuyó a que los jóvenes que recibieron instrucción pudieran conducir embarcaciones a diferentes lugares de América y Europa. Su propuesta fue cancelada por la Corte de Madrid que consideró que se trataba de un lujo para la colonia y ordenó cerrar esas escuelas.
Sus ideas eran de vanguardia para su época. En 1798 redactó el primer proyecto de enseñanza estatal, ya que a su juicio, era imposible mejorar las costumbres sin educación. Belgrano promovía las escuelas gratuitas, la educación para mujeres y niños de ambos sexos, así como clases de agricultura destinadas a los campesinos. Junto a la educación ponía en valor el trabajo, como un elemento fundamental del comercio y del desarrollo, así como un medio para superar la pobreza.
Pocos años después la ciudad fue el escenario de las invasiones británicas de 1806 y 1807, las que introdujeron al virreinato del Río de la Plata en el conflicto mundial. En 1806 mil quinientos soldados que días antes habían conquistado a los holandeses el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África, se desplazaron sin instrucciones de Londres a través del Atlántico Sur a las órdenes del comodoro Popham y del brigadier general Beresford para dominar la capital del virreinato español. El 8 de junio los invasores estaban frente al cabo de Santa María, en la costa de la Banda Oriental, y el 25 desembarcaron en Quilmes, a pocos kilómetros de Buenos Aires.
Belgrano asistió a esos hechos y vio con indignación como las corporaciones urbanas se apresuraron a prestar adhesión al “nuevo orden británico”[2]. La resistencia quedó a cargo del Cabildo y del héroe de esa gesta, el francés Santiago de Liniers. Se procedió a la formación de las milicias urbanas y así Belgrano fue uno de los jefes del Cuerpo de Patricios de Buenos Aires.
Vencidos los británicos, nuevos desafíos, nuevos horizontes y nuevas motivaciones atrajeron a los hombres del virreinato tras la Revolución de Mayo de 1810. Sin éxito, Belgrano había promovido la emancipación de Hispanoamérica respecto de España en apoyo a las aspiraciones de la princesa Carlota Joaquina —infanta de España por nacimiento y reina consorte de Portugal y emperatriz titular de Brasil a través de su matrimonio con Juan VI de Portugal— en la región.
Belgrano se sumó a las fuerzas por la independencia y marchó a Paraguay y al Alto Perú. El 30 de diciembre de 1810, en el campamento de Tacuarí, redactó las bases del primer proyecto constitucional del Río de la Plata, el Reglamento para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 Pueblos de las Misiones, el cual, en 1853, fue incorporado por Juan Bautista Alberdi como una de las bases de la Constitución Nacional.
En el artículo 13º mostró nuevamente su interés en la educación: “El fondo que se ha de formar según los artículos 8º y 9º no ha de tener otro objeto que el establecimiento de escuelas de primeras letras, artes y oficios…”. Era respetuoso de los idiomas nativos, pero consideraba que era preciso alcanzar una “fácil comunicación para el mejor orden”, por lo que los individuos que fueran a integrar los Cabildos debían hablar el castellano “y particularmente el corregidor, el alcalde de primer voto, el síndico procurador y un secretario que haya de extender las actas en lengua castellana” (Art. 19º).
Para garantizar la seguridad interior como la exterior “se hace indispensable que se levante un cuerpo de milicias, que se titulará Milicia Patriótica de Misiones, en que indistintamente serán oficiales así los naturales como los españoles que vinieren a vivir en los pueblos, siempre que su conducta y circunstancias los hagan acreedores a tan alta distinción (Art. 24º).
Para evitar los excesos de la explotación, prohibió “que se pueda cortar árbol alguno de la hierba so la pena de diez pesos por cada uno que se cortare, a beneficio la mitad del denunciante y para el fondo de la escuela la otra” (Art. 27º).
Belgrano comprendió también el significado del desarrollo marítimo y a esto se abocó también durante los dieciséis años que formó parte del Consulado. Fomentó la Marina Mercante, para lo cual creó la Escuela de Náutica y esbozó el proyecto de creación de una compañía de Seguros Marítimos[3]. Fue el primero en reconocer la magnitud de nuestras riquezas marítimas, las que dio a conocer a sus compatriotas. Escribió sobre la pesca, los cetáceos, pinnípedos y otros animales del mar[4].
Las derrotas y las victorias lo acompañaron como civil y como militar. En Tucumán, tras la batalla homónima, fue nombrado “Padre de la Patria” pero esos mismos que lo encumbraron lo meterían preso y engrillaron, como se haría con cualquier reo.
Su alto nivel intelectual no estaba acorde con el ámbito en el que intentaba desplegar sus conocimientos e ideas. La metrópoli estaba en decadencia y la colonia debía emprender un rumbo propio, para lo cual la Revolución requería la acción militar. Belgrano fue un hombre de ideas pero también un hombre de acción, lo que queda demostrado al ponerse un uniforme y empuñar las armas.
Murió el 20 de junio de 1820 en la pobreza y en la tristeza. Sus últimas palabras fueron: “¡Ay, Patria mía!”
Belgrano nos dejó muchas enseñanzas pero los argentinos no hemos sido buenos alumnos. En una de sus frases dijo:
El estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y por venir.
Precisamente aquí encontramos que los argentinos hemos pecado por omisión. Somos un pueblo que no recurrimos al pasado para tomar enseñanzas y, en el peor de los casos, vivimos revisando el pasado para modificarlo y amoldarlo a nuestro presente.
El aria “Alta en el cielo”, perteneciente a la ópera Aurora (del compositor Héctor Panizza) es la canción oficial de la República Argentina para su Bandera Nacional. Se suele entonar en actos públicos el 20 de junio, cuando se celebra el Día de la Bandera.
Doscientos años después los argentinos podemos apreciar que hemos recorrido el camino inverso al que Belgrano nos proponía y que sus principios y su propuesta de igualdad nos parecen ajenos, se nos presenta como una tarea pendiente.
Belgrano fue un verdadero estadista, algo de lo que la Argentina de fines del siglo XX y de la de principios del XXI carece, motivo por el cual lleva décadas transitando el camino de su autodestrucción. Somos incapaces de seguir el ejemplo de Belgrano, incapaces de reinventarnos —como él— en las diversas circunstancias que nos tocan vivir con el objetivo de contribuir a la prosperidad de la Patria. Belgrano supo responder a los desafíos de la Patria y supo darle respuestas en los momentos más críticos.
Como ciudadanos estamos en deuda con nuestro prócer, al que recordamos un 20 de junio pero no durante todo el año para internalizar sus enseñanzas, entre ellas, la que hace al amor a la Patria. Su bandera fue tomada como modelo por numerosos países del continente, en buena medida cuando el corsario Hipólito Bouchard la llevó en su vuelta al mundo amando de la Fragata “La Argentina”.
En estas horas aciagas por las que atraviesa la República hago propio un sentimiento de nuestro gran prócer:
Me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la Patria.
* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz.
Referencias
[1] Citado en: José Carlos Chiaramonte. La Ilustración en el Río de la Plata: Cultura eclesiástica y cultura laica. Buenos Aires: Sudamericana, 2007, 384 p.
[2] Tulio Halperín Donghi. Historia Argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980, p. 23-24.
[3] Laurio H. Destefani Belgrano y el mar. Buenos Aires: Fundación Argentina de Estudios Marítimos, 1979, p. 45 y 46.
[4] Ídem.
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