Omar Tejada Pérez*
Foto: Omar Tejada
En el año 2010 tuve la oportunidad de visitar Bogotá como parte del viaje de instrucción del Curso de Comando y EEMM Conjunto de las Fuerzas Armadas del Perú. El viaje fue muy enriquecedor y, aparte de todas las visitas e interacciones con nuestros hermanos en armas colombianos hubo algo que siempre se quedó en mi mente; la recomendación de un Señor Almirante el cual, al final de su disertación sobre guerra no convencional realizada en las instalaciones de la Universidad Militar de Nueva Granada, nos invitaba a leer el libro “La utilidad de la Fuerza” del General Rupert Smith. Así que apenas regresé a Perú, me dediqué a buscarlo y felizmente pude conseguirlo.
No había terminado de leer el libro y ya sentía que un entendimiento nuevo del conflicto había calado fuerte en mi mente. Sin embargo, no era algo totalmente nuevo para mí ya que en la práctica yo había estado lidiando con este tipo de situaciones durante mis años como Infante de Marina. Y es que el autor del libro escribía sobre conceptos tales como paz, guerra y gestión del conflicto en épocas actuales, todo esto basado en su propia experiencia en los múltiples puestos en los que él había servido en el Ejército Británico, en la OTAN y también como Comandante de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas en Bosnia.
Para resumir, el General Smith hablaba en su libro de una nueva forma de ver el conflicto en nuestros tiempos, algo que él llamaba “la guerra entre las gentes”, y advertía que para lograr entender este nuevo concepto era necesario romper viejos paradigmas, que había que transformar nuestro pensamiento convencional (un sello basado en las teorías del conflicto inter-estatal que llevamos la mayoría de militares del planeta y que nos hace entender el conflicto de una manera para la cual nos forman nuestras escuelas militares) en uno no-convencional (mucho más flexible y amplio), y había que hacer un giro de 180 grados en el entendimiento de la evolución del conflicto y el tratamiento y gestión de este.
Hoy podemos ver que, si bien es cierto que las guerras irregulares son mucho más antiguas de lo que algunos promulgan, la firma de los tratados de Westfalia en 1648 nos impuso un paradigma que luego de la caída del muro de Berlín fue desmoronándose como si de un castillo de naipes se tratara, haciéndonos recordar que lo irregular no es más una excepción, sino que se ha convertido en una norma, situación con la que muchas fuerzas armadas del mundo se han visto abrumadas en su intento por adaptarse a los cambios tan bruscos que se han venido dando en poco más de 30 años de cambios geopolíticos, tecnológicos y doctrinarios en los que el enemigo normalmente ya no usa un uniforme o una bandera y en el que un avión de pasajeros puede convertirse en el misil más letal de su arsenal, con efectos devastadores a nivel global.
A esto es a lo que nuestros cascos azules se enfrentan todos los días en el terreno. Esto es en lo que se ha convertido el mundo de hoy, donde los conflictos entre los estados han pasado a ceder espacios a los conflictos que se originan dentro de estos por muchas razones étnicas, sociales, culturales o de índole mucho más diversa e incluso banal.
En este sentido, es importante señalar que en su “Atlas mundial de los flujos ilícitos” publicado el 2018, el Centro Noruego de Análisis Global nos muestra un estudio detallado de cómo el conflicto de hoy en muchas partes del mundo, incluido en lugares donde se han establecido algunas de las misiones de paz más peligrosas de la actualidad como MINUSMA (Mali), MONUSCO (República Democrática del Congo) y MINUSCA (República Centroafricana), está íntimamente relacionado a la dinámica de la evolución del crimen organizado, al control de las rutas de abastecimiento de productos ilegales y de tráfico de personas, a las zonas de producción de recursos naturales de origen ilegal, al terrorismo transnacional y a los aparatos de corrupción que son capaces de controlar incluso estructuras estatales de países enteros.
Atrás quedaron los días en que los cascos azules solo verificaban la separación de fuerzas militares convencionales como en las misiones tradicionales establecidas antes del final de la Guerra Fría y en las que llevar un casco azul y el distintivo de la ONU daba cierta protección y salvaguarda ante las acciones de las partes beligerantes.
Hoy la realidad es otra y se ha transformado tanto, que nuestros hombres y mujeres soldados de la paz de la ONU tienen que lidiar con situaciones mucho más complejas para poder ayudar a las comunidades en las zonas de conflicto y en donde llevar puesto un casco azul los ha convertido muchas veces en blanco de las partes beligerantes que atentan contra la presencia de las tropas de paz por mil y un razones e intereses mundanos.
Los oficiales Omar Tejada (Marina de Guerra del Perú) y Fabricio Tejada Yúdica (Fuerza Aérea Argentina) luego de ser condecorados por la ONU por los servicios prestados a la paz Mundial. Nueva York, 2017 Foto: Omar Tejada
Ante esta situación, es necesario que los líderes militares de hoy sepan entender las causas de los conflictos de manera profunda y detallada. Un líder militar en una misión de paz no solo debe de formarse en tácticas, armamento y estrategia, sino que debe de complementar su bagaje profesional teniendo un conocimiento básico en materias tales como sociología, antropología, psicología, lenguas, historia, todas ellas enfocadas al área de operaciones donde él o ella van a ser desplegados y donde van a tener que ganarse el corazón y las mentes de la población. Hoy en día, el famoso “cultural awareness” o “entendimiento cultural” no es más un pequeño curso de inducción antes de empezar una misión, sino que se ha convertido en un pilar fundamental si queremos tener éxito en el cumplimiento de la misión al final de nuestro despliegue. Igualmente, el líder militar de hoy, tiene que ser experto teórico y práctico en Derechos Humanos, Derecho Internacional Humanitario (DIH), Protección de Civiles, Igualdad de Género, entre otros conceptos que busquen promover y defender la igualdad, la justicia y la reducción de vulnerabilidades de las poblaciones expuestas al conflicto.
En resumen, el liderazgo de hoy, no solo se basa en conocer a nuestras tropas y explotar lo mejor de ellas, sino que este debe tener un conocimiento cabal de la situación mucho más allá del ambiente operacional donde se va a actuar. Y es que, al igual que el conocimiento necesario desborda las fronteras operacionales, el accionar de un líder debe de traspasar los muros del cuartel. El líder militar de hoy tiene que serlo tanto para sus tropas como para la población a la cual protege.
Si hace un momento hablábamos de que a muchas de las fuerzas armadas del mundo les costaba adaptarse a las formas no convencionales de conflicto en la actualidad y a seguir el paso de los cambios desatados en muchos aspectos luego del fin de la Guerra Fría, podemos imaginarnos también que, a entidades como la Organización de las Naciones Unidas, les debería de costar igual o más esa adaptación. Y es que estos cambios han traído consigo retos operacionales y logísticos nada fáciles de enfrentar.
Tomemos en cuenta que, por ejemplo, hasta antes de la caída del muro de Berlín, la ONU había desplegado solo 18 misiones en 42 años desde que se implementó la primera misión en Jerusalén en 1948; el famoso “Organismo de las Naciones Unidas para la Vigilancia de la Tregua” (UNTSO). Sin embargo, desde 1990 a la fecha, la ONU estableció 53 misiones de paz en solo 30 años, casi el triple de las misiones que se establecieron durante el periodo de la Guerra Fría. Esto, indudablemente, es un indicador de la inestabilidad generada en países con estructuras políticas débiles y que enfrentan a su vez la convergencia de otros factores desestabilizadores como los mencionados anteriormente.
Este escenario pinta perfectamente la pintura del mundo de hoy, y nos pone frente a retos que afectan el liderazgo de las misiones de paz. En ese sentido, el General brasilero Carlos Alberto Dos Santos Cruz, quien fuera Comandante de las Fuerzas de las Naciones Unidas en MINUSTAH y luego en MONUSCO, publicó a fines del 2017, y a pedido de la ONU, un informe en el que indica que, si no hay un cambio de actitud en el liderazgo de las misiones de paz a todo nivel, el número de cascos azules fallecidos seguirá en aumento. Dicha apreciación va ligada a una invocación a dejar atrás lo que él llama el “síndrome del capítulo VI”, el cual bajo su entendimiento obliga a mantener una postura operacional pasiva y netamente defensiva y, en cambio, hace un llamado a los líderes a demostrar iniciativa, compromiso y determinación para adaptarse a los cambios que los nuevos conflictos nos plantean.
Si sumamos a estos cambios en el ambiente operacional de nuestras misiones la dificultad que implica trabajar en una organización multinacional, donde no solo el idioma, las diferencias culturales, doctrinarias, sino también nuestras limitaciones en entrenamiento, equipamiento e incluso algunas restricciones de índole político impuestas por nuestros propios países para efectuar ciertas operaciones en territorio de la misión, entonces nos vemos frente a un gran reto para poder alinear todos estos factores y poder operar de manera eficiente y coordinada con toda la organización. Para ello, es preciso echar mano de nuestros veteranos cascos azules a fin de buscar un asesoramiento adecuado dirigido a los elementos decisores en nuestros respectivos países y así minimizar esas fricciones que no hacen más que afectar el accionar de nuestros soldados en el terreno.
No podemos olvidar que nuestros cascos azules no solo representan a la ONU dondequiera que estos estén desplegados, sino, sobre todo, a nuestros países y sus Fuerzas Armadas, y en la medida en que les aliviemos desde casa algunas restricciones operativas innecesarias y otras tantas falencias logísticas estos realizarán mejor su trabajo e incluso les estaremos cuidando la vida en algunos casos. A fin de apoyar un liderazgo adecuado, las restricciones que tiene algún país en realizar ciertas operaciones deben ser expresadas claramente antes del despliegue y de manera formal al Departamento de Operaciones de Paz de la ONU y estas no deberían de salir a la luz en medio de las operaciones, convirtiéndose en un obstáculo para el cumplimiento de la misión. En cuanto a las falencias logísticas, estas deben ser corregidas a la brevedad posible a fin de evitar repercusiones que afecten el correcto desenvolvimiento de las tropas en el terreno.
Por otro lado, los países contribuyentes de tropas deben de asegurar que sus unidades cuenten con el mejor equipamiento posible y que estos cumplan con los estándares establecidos por la ONU. Lamentablemente, se ha visto que esto no es necesariamente lo que ocurre con todos los contingentes, lo cual definitivamente no solo afecta al liderazgo de la unidad, sino que puede poner en riesgo la integridad de sus miembros. Cosa muy parecida pasa con la instrucción y el entrenamiento del personal en algunos casos. Recordemos que las habilidades básicas militares no son más un requisito suficiente para poder desplegarnos a una misión de paz. El concepto de lo que yo llamo soldado-diplomático debe prevalecer a la hora de diseñar los planes de instrucción del personal próximo a desplegarse en una misión de paz. Este concepto envuelve la necesidad de instruir al soldado en temas que van más allá de la profesión militar clásica para imbuirlo de un entendimiento social del área de operaciones. No debemos de olvidar que hoy más que nunca, el error de un Soldado Raso tanto como el de un General que no entiendan la dinámica del conflicto donde estos operan, puede tener consecuencias estratégicas graves e irreversibles para la misión. Estas falencias, las de equipamiento e instrucción del personal, no se pueden seguir permitiendo, ya que la situación actual obliga a desplegar lo mejor de lo mejor de nuestras fuerzas armadas cuando se adquiere el compromiso de participar en una misión de paz, no solo por cuestiones de orgullo y reputación nacional sino sobre todo por la seguridad de nuestros soldados y de la población a la cual protegen. Es lo menos que podemos hacer si queremos rendir homenaje a los casi 4.000 cascos azules que han ofrendado su vida hasta la fecha, la gran mayoría de ellos luego de la caída del muro de Berlín, y también si no queremos seguir aumentando estos trágicos números.
* Oficial de la Marina de Guerra del Perú en situación de retiro. Es graduado con mérito de la Maestría de Seguridad Internacional en la Universidad de Leicester en el Reino Unido. Ha trabajado en la Organización de las Naciones Unidas como observador militar en Sudán, Comandante del Contingente peruano en Haiti y como Oficial de Asuntos de Operaciones de Paz en la sede principal de la ONU en Nueva York. Escritor de artículos profesionales y conferencista en temas de seguridad y defensa a nivel nacional e internacional.
** Disertación de cierre del curso de Oficial de Estado Mayor de las Naciones Unidas y Operaciones de Mantenimiento de Paz (UNS&PKO) del Instituto de Cooperación para la Seguridad del Hemisferio Occidental (WHINSEC) del año 2020.
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