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¡SALUD!

 Iris Speroni (gab: https://gab.com/Iris_Speroni)

¿Qué tenemos ahora? Un sistema de salud disgregado y sin política general, excepto la anomia.

Invito a ver o a rever la película “12 monos”.

No ya con la mirada fija en los aspectos de ciencia ficción, sino en el derrumbe de una sociedad otrora organizada, los edificios decrépitos luego de años sin mantenimiento, la suciedad en las calles y el aspecto general de decadencia luego de que se rompiera un sistema interno de funcionamiento en la sociedad.

Y por casa, ¿Cómo andamos?

Hermosos edificios públicos construidos 100 años atrás se ven con paredes descascaradas, persianas oxidadas y puertas sin barniz, escalones de mármol rajados o con un trozo faltante, vitrales reparados de cualquier manera, con vidrios transparentes, cañerías obstruidas. Lo vemos en todos los órdenes: defensa, seguridad, justicia, educación y salud.

Vivimos en un “12 monos” que se fue gestando lentamente. La socialdemocracia que sufrimos desde 1983 a la fecha ha abandonado todas sus obligaciones públicas y ha escatimado fondos al mantenimiento de activos fijos y a la calidad de la prestación de servicios. Paradójicamente, estos “servicios” que nos presta (que no nos presta) el Estado, nos cuestan el doble que hace 40 años atrás. En efecto, hoy el Estado nos sale entre el 46% y el 50% del PBI (según el año), mientras todo lo que existe se hizo y se mantenía con el 25% del PBI.

La gran diferencia son los inútiles que nos gobiernan. Caros, ineptos, ladrones. Pero sobre todas las cosas desprecian a “los negros de mierda” a los que deberían educar(nos) y sanar(nos), evitar de que no les/(nos) entren a sus/(nuestras) casas para robar y brindarles/(nos) justicia, ya sea de un problema de medianera o la custodia de un hijo. No lo hacen. Total, para que ocuparse y gastar plata en “esos negros de mierda” (o sea, nosotros). Como dije en varias oportunidades, nuestra casta política nos desprecia.

El sistema de salud

¿Qué tenemos ahora? Un sistema de salud disgregado y sin política general, excepto la anomia. El gobierno de Menem lo provincializó. A todas luces, luego de 20 años, un error que pagamos día a día.

El actual sistema abandonó la prevención y detección temprana de enfermedades. Sólo se ocupa —mal y caro— de curar. Es decir, de lo que las autoridades llaman la salud asistencial. Llegar cuando ya es tarde. Tiene varias ventajas: es caro, lo que autoriza a gastar dinero en insumos. Permite varios quioscos, muchos de ellos con socios proveedores, ya sea las farmacéuticas, ya sea de los otros insumos.

Actualmente tenemos un sistema pseudocompartimentado, con varios vasos comunicantes.

Por un lado las obras sociales sindicales.

Como la formalidad laboral cae en picada en forma sostenida desde el 2002 a la fecha, sólo la mitad de los trabajadores cuentan con esta cobertura. He escrito en varias oportunidades mi disgusto por el trabajo precario, que el presidente de la Nación, Alberto Fernández tanto defiende y quiere acrecentar[1]. El trabajo informal, tan defendido por Fernández et al, deja al trabajador a la intemperie. Con todos los defectos de las obras sociales sindicales, siendo el primero la falta de homogeneidad en la calidad de prestaciones entre los diferentes sindicatos; con todos sus defectos, brinda un servicio inestimable a los trabajadores. Éstas se apoyan en las prestaciones privadas (clínicas) a las que contrata, un punto débil del subsistema.

El otro sector que presta servicios es la salud privada o prepagas. Una deformación de las viejas mutuales de hace 100 años atrás. Es caro y no siempre entrega lo que promete. Es un dolor para la clase media, que desconfía del hospital público. Es un sector social totalmente agredido por las políticas públicas de la socialdemocracia, ya que no cuenta con buenos servicios públicos por lo que debe compensar a su costo. Gran parte de los ingresos de este sector de la sociedad se va en pagar la “prepaga”, el colegio privado de los chicos y las expensas del departamento. Deja poco lugar para el ahorro y la compra de bienes durables; con el agravante de que cuando una persona pierde su trabajo, se queda sin cobertura médica o sin dinero para la prepaga. Una pesadilla.

La paradoja de la socialdemocracia argentina, a diferencia de la europea, es la ausencia de bienes públicos. Europa da hospitales públicos y colegios públicos de más o menos buena calidad. Nosotros tenemos malos servicios, como en Perú, Colombia, Bolivia, México o Sudáfrica. Con la diferencia que esos países tienen un sistema que cuesta el 22% del PBI y acá no. Tenemos costos de país socialdemócrata y servicios de países normales. Lo peor de ambos mundos.

Por último el servicio público de salud. Parte está en manos provinciales y una pequeña fracción en las nacionales, como los hospitales Garrahan y Posadas, las campañas nacionales de vacunación (las ordinarias anuales), los transplantes y pocas cosas más. En las localidades pequeñas sólo hay hospitales públicos o salas de primera atención, ya que la ubicación de clínicas sería antieconómica. Luego está el PAMI, un sistema supuestamente público de administración de salud, pero que subcontrata todas las prestaciones que brinda. El presupuesto nacional de salud también se gasta en subsidios a las OOSS y a las prepagas.

La característica principal de todos los subsistemas es que brindan medicina asistencial y han abandonado en su totalidad la prevención, con la excepción del plan de vacunación de infantes y adolescentes.

Otro gran retroceso ha sido la suspensión del servicio militar donde todos los años se revisaba al 50% de los individuos de 18 años, con lo que se tenía el pulso de la situación sanitaria de la población. No sólo en enfermedades, sino datos nutricionales (altura, peso). Toda esa información hoy no los tenemos.

La característica general de la salud pública (excepto en algunas provincias y excepto en algunas localidades pequeñas) es la falta de respeto al ciudadano. Horas de cola para ser atendido, profesionales mal pagos, situación de huelga permanente en algunos casos, como provincia de Buenos Aires, que hace que los casos caigan en las guardias y no sean seguidos por los consultorios externos. Falta de atención en las internaciones (sábanas limpias, comida saludable, medicación, cociente enfermeros/paciente). Lo de siempre.

Esto sucede por varias razones. La primera es el desprecio total y absoluto de los gobernantes por los gobernados. Por más que el discurso que emiten diga todo lo contrario. Lo importante son las acciones. El desprecio se ve en el estado de los edificios, en los sueldos que le pagan a los profesionales de la salud y en la organización del servicio (horas de espera para —con suerte— ser atendido). La segunda razón: el robo. El Estado gasta fortunas en comprar medicamentos y otros insumos[2]. Un gran negocio entre proveedores del Estado y funcionarios corruptos. Una pena que no gasten (aunque roben) en brindar prevención y buenos servicios asistenciales. Dentro de esta lógica se inscribe la destrucción del sistema de salud mental[3]. Compra de fármacos, derivaciones al sistema privado (en los casos en que se le pueda sacar plata a las familias) y posibilidad de negociados inmobiliarios en los predios donde había hospitales neuropsiquiátricos. En su infinito desprecio a la población fueron incapaces de subirle los sueldos al personal de salud en el 2020, al punto de verse forzados a hacer marchas para que les den unos pesos. Ni con la pandemia rectificaron el rumbo de subfinanciación o mala administración del sistema.

Por esa razón digo que no es sólo peculado, sino desprecio también[4]. O más.

Por el bienestar del Pueblo y el engrandecimiento de la Nación

Nosotros no gobernamos. Nosotros = los que amamos a nuestro pueblo y nuestra Patria. Nosotros = los que no somos socialdemócratas. Socialdemócratas = gente que desprecia a su pueblo, gente sin Patria y sin Dios.

Nosotros no gobernamos. Ni tenemos expectativas de hacerlo a la brevedad. Eso no implica que no debamos pensar qué es lo que hay que hacer.

La salud de la población es una prioridad. Necesitamos un pueblo sano en todos los órdenes, para fortalecer al país, para eliminar cualquier factor de vulnerabilidad, para aumentar nuestras chances de supervivencia, tanto individuales como colectivas.

 

Propuestas

Prevención. El primer paso es la nutrición. No es sólo una cuestión de dinero sino de saber cocinar. Entender cuál es la mejor composición de carbohidratos, lípidos, proteínas, vitaminas y agua. Saber hacer comidas nutritivas y baratas. Hoy miles de familias humildes le dan de comer a sus hijos hamburguesas y salchichas compradas, cuando el kilo de hamburguesa elaborada cuesta más que un kilo de cuadril de la mejor calidad. Generar acceso a formas de cocción alternativas (hornos de barro y cocinas económicas). Los comedores colectivos (merenderos y otros) han hecho un gigantesco daño cultural que habrá que revertir[5]; la mejor manera es que los sueldos sean superiores a US$ 230 y que todos tengan trabajo formal. Agrego que un gobierno nacional debe controlar las porquerías que agregan a los alimentos las plantas elaboradoras y que causan graves daños a la salud de la población, si bien es un envenenamiento lento.

El segundo es la educación física. Volver a tener esa disciplina en las escuelas (hoy hacen que hacen). Conocer el cuerpo. Enseñar destrezas. Generar el hábito que acompañe a nuestra población toda la vida.

El tercero es la higiene. Volver a las campañas públicas (hervir agua y alimentos), la calidad de las bebidas, no abusar de las gaseosas azucaradas. Enseñar todas las enfermedades infectocontagiosas y como prevenirlas (materia obligatoria en la primaria cuando yo era chica). Generar conocimiento del medio a las personas para que sepan defenderse (awareness). Combatir la suciedad a través de campañas masivas. Tanto del propio cuerpo como del barrio.

El cuarto es la prevención con detección temprana. Los niños examen completo, incluido auditivo y oftamológico, para detectar falencias y subsanarlas desde el principio para obtener buenos resultados escolares. Control anual a toda la población. Controles ginecológicos y de próstata para los varones adultos. Todas las mujeres deberían hacerse pap y mamografías a partir de determinada edad. Combatir la obesidad, el alcoholismo y el abuso de drogas como factores de riesgo de la población. La persona es “libre”, pero luego la factura la pagamos nosotros.

Quinto. Volver a imponer el servicio militar, ahora para ambos sexos. Tiene varias ventajas. Una es la revisión de la totalidad de la población nacida en Argentina a los 18 años. Luego enseñar —para el que se olvidó de lo que le enseñaron en la escuela— higiene sanitaria, prevención de enfermedades y técnicas de primeros auxilios, entre otros conocimientos de preservación propia y cuidado de la comunidad.

Sexto. Volver a un sistema nacional. Con foco en la prevención y que garantice homogeneidad en la calidad de servicios en todo el territorio. Brindar servicios mejores que los privados para que la clase media vuelva al hospital y se le alivianen los presupuestos familiares. Buenos sueldos para los profesionales. Auditorías en las compras de insumos y licitaciones transparentes. Brindar servicios de salud en las zonas rurales como forma de seducción para que se mude la población de la ciudad a las localidades más pequeñas. Construir tres o cuatro “garrahans” en el interior del país. Derogar la ley de salud mental y volver a tener a nuestros locos bajo cuidado; ellos y el grupo familiar. Tener una política activa de contención y si es posible, recuperación de alcohólicos y drogadictos. Tenerlos durmiendo en las recovas de Leandro N. Alem y Paseo Colón no es, ciertamente, la solución.

Séptimo. Amar a la Patria y a su Pueblo.

* Licenciada de Economía (UBA), Master en Finanzas (UCEMA), Posgrado Agronegocios, Agronomía (UBA).

 

Referencias

[1] Como Alberto Fernández lo ha expuesto en su discurso inaugural el 10 de diciembre de 2019 y repetido las dos veces que habló frente a la Asamblea Legislativa el 1º de marzo del 2020 y del 2021, los “movimientos sociales” son un ariete político contra los sindicatos, la formalidad laboral y en definitiva, el pueblo argentino, ya que los desviste de una organización que mal, regular o bien, los protege.

[2] Los transplantes son un negocio gigantesco, con gastos millonarios en fármacos. De ahí la presión para la ley Justina. El otro punto es gran parte de la “recolección” de los órganos se hace en hospitales públicos, en particular en zonas pobres, como Florencio Varela. Los destinatarios, en su gran mayoría, son tratados en clínicas privadas. Ver los datos públicos del ministerio de salud.

[3] Nota sobre la Ley de Salud Mental de Claudia Peiro.

“La rara Ley de Salud Mental argentina que recela de la psiquiatría y la niega como ciencia médica”, https://www.infobae.com/sociedad/2020/10/25/la-rara-ley-de-salud-mental-argentina-que-recela-de-la-psiquiatria-y-la-niega-como-ciencia-medica/

[4] Un caso claro fue la discusión del aborto. Más allá de la discusión ideológica de Kissinger vs. General Perón, está la cantidad de compras masivas de misoprostol. Los capitostes del radicalismo emitieron un videoclip, integrado en su totalidad por varones sexagenarios u older, donde afirmaban que el aborto era una cuestión de salud, para prevenir la muerte de las mujeres. Es del 2018. Ese mismo año fallecieron 19 mujeres por abortos (sumados los practicados en hospitales públicos y los clandestinos privados). Todos los años fallecen miles de mujeres por cáncer de mama y cáncer de útero. Todos los años mueren casi 300 mujeres por parte, en general por problemas previos no tratados (obesidad, hipertensión, diabetes, Chagas). Nunca, desde 1983, los políticos se ocuparon de la salud de las mujeres, lo que hace el argumento utilizado a favor del aborto lo que es: falso. La UCR gobernó o cogobernó desde 1983 11 años y medio (5,5 Alfonsín, 2 de la Rúa, 4 Macri). Nunca se ocuparon —tampoco lo hicieron Menem, Duhalde, Kirchner, Cristina Fernández o Alberto Fernández— de prevenir enfermedades ginecológicas. Cristina Fernández hizo una campaña contra el HPV, que tenía por fin comprar vacunas. Les hacían análisis de HPV a las jujeñas de la Puna, pero no un pap, o análisis de tuberculosis o Chagas. Lo de siempre, hacer que se hace. Nunca “cuidar” con sinceridad al pueblo.

[5] Si bien han brindado grandes ayudas en tiempos de colapso.

 

Publicado originalmente por Restaurar.org, http://restaurarg.blogspot.com/2021/08/salud.html

 

LÍBANO COLAPSA, PERO HEZBOLÁ RESISTE Y SE RELANZA. EL PAÍS DE LOS CEDROS PODRÍA EXPLOTAR DESESTABILIZANDO TODO EL CUADRANTE

Marco Crabu*

Ahora está en alerta roja, El Líbano está en colapso social, político y económico. Si no se hace algo a tiempo, la situación podría estallar y desestabilizar todo el cuadrante de Oriente Próximo.

Desde el punto de vista de la seguridad interna, los disturbios y la violencia se producen a diario en las calles, gracias al aumento del estado de pobreza y penurias sociales, así como a la corrupción rampante que cada vez se afianza más en el maravilloso “País de los Cedros”.

Y mientras tanto, las milicias terroristas de Hezbolá, fortalecidas sobre todo por el apoyo logístico y financiero de Irán, afirman su influencia sobre el frágil Estado libanés, continuando sin ser molestadas en su tráfico de drogas, armas y bienes de diversos tipos, sin dejar de atacar directamente a las tropas regulares libanesas.

Francia y Estados Unidos están considerando enviar un portaaviones a las aguas frente al país de Medio Oriente lo antes posible y posiblemente intervenir cuando la situación lo haga inevitable, o para evitar que El Líbano termine de una vez por todas en manos de Hezbolá (e Irán) o de la franja yihadista.

A un año de la terrible explosión del puerto de Beirut, la situación en El Líbano se ha vuelto inmanejable. En varias partes del país, las protestas están a la orden del día e inevitablemente resultan en bloqueos de carreteras que paralizan la movilidad de personas y mercancías. Los precios están en constante aumento, incluidas las necesidades básicas, y la búsqueda espasmódica de combustible y medicamentos está empezando a ser degradante. La electricidad está racionada y son frecuentes los apagones prolongados y duraderos que hacen que la situación sea inaceptable, especialmente para los hospitales. Incluso la conectividad de la red celular (4G y Wi-Fi) sufre contratiempos y dificulta todas las comunicaciones.

Los analistas internacionales afirman que la deuda pública de El Líbano ha alcanzado cifras asombrosas, muy por encima de los 750.000 millones de libras, y que alguien ya había especulado sobre ella muchos años antes. Según algunos, de hecho, este epílogo lento y desafortunado se debe a una desafortunada operación financiera del gobierno en 1994, cuando entonces había autorizado préstamos desproporcionados en moneda extranjera para apoyar la deuda pública, vinculando la lira libanesa al dólar estadounidense. Esta maniobra financiera, al límite de la estafa estatal según los cánones del llamado “Esquema Ponzi”, también había recibido el Ok de la Cámara de Representantes, a pesar de saber que en caso de un aumento de divisas los libaneses nunca serían capaces de hacerle frente. Y así fue. Uno tras otro, El Líbano ya no ha podido pagar el importe cada vez mayor de los intereses acumulados por las divisas sobre su ya gigantesca deuda pública, con evidentes repercusiones en el mercado interior y en la vida de sus ciudadanos.

Michel Aoun y Sa’ad Hariri
Y la política está en un vergonzoso estancamiento

Los distintos líderes siguen peleándose entre sí y no pueden encontrar un punto de encuentro para luego proceder a la formación de un nuevo gobierno que permita que el país llegue a 2022, cuando se convocarán nuevas elecciones generales democráticas.

Sa’ad Hariri en octubre del año pasado, tras la dimisión de Mustapha Adib en septiembre (que a su vez había ocupado el lugar de Hassan Diab, tras los acontecimientos de Beirut), fue nombrado por el Presidente Michel Aoun para formar un nuevo gobierno. Hariri ya había sido primer ministro tres veces, pero había dejado el cargo debido a las violentas protestas antigubernamentales que estallaron en 2019. Su nombramiento se produce en un momento de actualidad para el Líbano, tanto por la actual pandemia como por la grave crisis social y económica que ha azotado al país, agravada aún más por los hechos relacionados con la explosión de Beirut el 4 de agosto del año pasado, y cuya investigación y las responsabilidades relacionadas aún no se han revelado por completo a las familias de las víctimas y a todo el público, mientras que las autoridades estatales siguen prevaricando escondiéndose detrás de la inmunidad parlamentaria. Se dice que Hariri tenía preparada la lista de los nombres de sus ministros, pero que por alguna “oscura razón” no estaba de acuerdo con el presidente Aoun. Las dos oficinas del Estado siguieron encontrando pretextos para no avanzar. El último episodio de fricción hace unos días, cuando estaba programada una reunión entre ambos, que el nuevo primer ministro canceló en respuesta a un odioso twitter de la primera oficina estatal pocas horas después de la reunión.

Y es noticia hace unas horas que Hariri ha renunciado definitivamente al cargo de primer ministro, se dice que por la continua interferencia del presidente Michel Aoun, quien pidió ajustes fundamentales en su propuesta de gobierno.

Hezbolá empuja al Líbano al colapso

Trazar un paralelismo y similitudes entre Hezbolá en El Líbano y los talibanes en Afganistán es una gran apuesta, pero encontramos que, de alguna manera, ambos se declaran no interesados en la conquista del poder político de ninguna manera, cada uno en su propio país. Pero lo que estamos presenciando hoy es una realidad completamente diferente y llena de contradicciones tanto en escenarios como por parte de los propios actores.

Recientemente se ha publicado un informe completo por parte de un think tank inglés, Chatham House, donde se analiza en profundidad la situación en el Líbano y el peligro que correría el país de los cedros si Hezbolá conquistara el poder.

El grupo terrorista Hezbolá, encabezado por Hasan Nasrallah, su líder indiscutible, ha imbuido tanto al tejido social y político libanés de su esencia que, al parecer, ni siquiera necesitaría acceder al poder tradicional. Es bien sabido que existe un “control híbrido” sobre todas las estructuras políticas, sin asumir la plena responsabilidad de sus acciones tanto hacia el Estado libanés como hacia sus ciudadanos.

Hezbollah opera sin ser molestado por el tráfico ilícito que goza de la colaboración y el encubrimiento de funcionarios corruptos de la política y las instituciones. Las milicias en la frontera siria son leales a él y esto ha permitido el paso de drogas y bienes y, por supuesto, de armas enviadas desde Teherán. De algunos rumores filtrados parece que a menudo la organización logística de Hezbollah obtiene documentos falsos emitidos directamente por el Ministerio de Agricultura para ingresar, al otro lado de la frontera, cargas de drogas haciéndolas pasar por semillas y similares. Además, las mismas fuentes informan de que las milicias chiítas tienen libre acceso, con la complacencia de directores generales corruptos, a los fondos ministeriales también asignados a las ONG afiliadas, pudiendo así utilizarlos sin necesidad de más procedimientos de autorización por parte de los ministros.

Hezbollah sin duda podría tomar el control del país por la fuerza, tiene la capacidad militar, pero evidentemente está esperando el momento propicio.

Los milicianos chiítas no parecen culpar a la crisis como fuerte del apoyo iraní y muchos libaneses están cada vez más convencidos de cambiar de rango. Pero el líder Nasrallah está asumiendo riesgos. Sabe perfectamente que el descontento popular podría volcarse en su contra, porque cualquier control del poder por su parte privaría al Líbano de la ayuda internacional de la que depende.

Los gobiernos occidentales, Francia y los Estados Unidos en primer lugar, están tratando a través de sanciones de contener en la medida de lo posible el poder imperturbable de Hezbollah Pero estas medidas son claramente insuficientes mientras la organización política en El Líbano permanezca inalterada. Sin duda, será necesario que el cambio para el país de los cedros comience desde dentro de sí mismo con el apoyo adecuado de la comunidad internacional.

¿Cómo pueden los gobiernos occidentales ayudar al Líbano?

Francia y Estados Unidos están buscando todas las vías para apoyar la devastada economía del Líbano y están presionando para un compromiso financiero y político directo de Arabia Saudita.

Pero Riad es por el momento recalcitrante ante la idea de apoyar al Líbano, un país —entonces liderado por Hariri— con el que rompieron relaciones desde 2017. Arabia Saudita ya no tiene ningún interés económico y mucho menos inversiones activas en El Líbano. Como mínimo, el reino saudí podría aceptar apoyar sectores específicos como la salud, la educación y el ejército.

… mientras Israel evalúa otras opciones,

Jerusalén está firmemente convencida de que no hay una solución lista y disponible para salvar al Líbano. La única alternativa es la participación de un Alto Comisionado de las Naciones Unidas para tomar las riendas del país a la espera de nuevas elecciones, y esto antes de que El Líbano se hunda en una crisis humanitaria sin precedentes. El Alto Comisionado contará con un fuerte apoyo económico y financiero de la comunidad internacional, y una de sus principales tareas será desarmar a todas las milicias, incluido Hezbollah, pero solo podrá hacerlo con la participación de una presencia militar internacional sobre el terreno.

Sin embargo, debemos actuar con rapidez, y es posible que el Líbano no disponga de más tiempo.

 

* Licenciado en Ciencias Sociológicas, Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia. Especialista en Seguridad, Geopolítica y Defensa.

Artículo publicado originalmente el 16/07/2021 en OFCS.Report – Osservatorio – Focus per la Cultura della Sicurezza, Roma, Italia, https://www.ofcs.it/internazionale/libano-al-collasso-ma-hezbollah-resiste-e-rilancia/#gsc.tab=0

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor.

 

 

LAS REFORMAS NO REFORMISTAS DE ANDRÉ GORZ

Mark Engler* y Paul Engler**

Traducción: Valentín Huarte

André Gorz hablando durante una entrevista en el documental de Marian Handwerker, 1990.

Los militantes debaten hace más de un siglo si los cambios sistémicos surgen de la reforma o de la revolución. Los estrategas —especialmente de la tradición socialista— nunca se pusieron de acuerdo: ¿el desarrollo de una serie de medidas graduales basta para plantear una nueva sociedad, o se necesita una ruptura definitiva con el orden social y económico actual?

 

Durante los años 1960, época dorada de la nueva izquierda, André Gorz, teórico austrofrancés, intentó superar la alternativa binaria que separa a la reforma de la revolución y proponer otro camino. Argumentó que los movimientos sociales, sirviéndose de «reformas no reformistas», podían obtener conquistas inmediatas y acumular, al mismo tiempo, fuerzas para una lucha más general, que eventualmente llevaría a una transformación revolucionaria. En otras palabras, sostenía que hay un cierto tipo de reforma capaz de actuar como heraldo de las grandes transformaciones.

Los orígenes de la reforma no reformista

Nacido en 1923 en Viena bajo el nombre Gerhard Hirsch, Gorz migró a Francia, donde desarrolló una rica vida intelectual. Allí se comprometió con los movimientos populares, convirtiéndose en una voz influyente y muchas veces provocadora, respetada por muchas generaciones de militantes ambientalistas, socialistas y sindicalistas. En 1950 fue compañero intelectual y amigo de Jean-Paul Sartre y propugnó la veta de marxismo existencialista asociada a la célebre revista Les Temps Modernes, en la que se desempeñó como miembro del comité editorial. En los años 1960, bajo la influencia de las ideas del pedagogo radical Iván Illich, Gorz cofundó una publicación propia: Le Nouvel Observateur.

Algunas de sus obras lo convirtieron en pionero de la política ecológica y escribió Carta a D., su último libro, a los ochenta años. Éxito de ventas inesperado, esta obra es una larga carta de amor a quien fue su esposa durante sesenta años y en ese momento padecía una enfermedad neurológica degenerativa. Ambos se suicidaron en 2007 mediante una inyección letal, pues decidieron que ninguno quería vivir sin el otro.

Gorz presentó su idea de reformas no reformistas en uno de sus primeros libros, titulado Estrategia obrera y neocapitalismo —publicado en francés en 1964, en inglés en 1967 y en español en 1969—, y en una serie de ensayos de la misma época. La orientación que proponía a los movimientos sociales difería de la que pregonaba la socialdemocracia, según la cual era posible solucionar los males del capitalismo mediante buenas negociaciones y una política electoral adecuada. Pero también criticaba a los militantes más radicalizados que predicaban incesantemente una revolución que no se planteaba en el horizonte.

«Al menos durante treinta años», escribió Gorz, «el movimiento comunista propagó un catastrofismo profético respecto al derrumbamiento inevitable del capitalismo. En los países capitalistas, su política fue el “atentismo revolucionario”. Se suponía que las contradicciones internas irían agudizándose y la situación de las masas trabajadoras empeorando. El levantamiento revolucionario se consideraba inevitable».

Sin embargo, nada de esto sucedió (al menos no de la forma esperada). En cambio, en los años 1960, el mundo capitalista avanzado gozó de un momento de gran crecimiento económico —Les Trente Glorieuses, o las tres décadas gloriosas—, que en el caso de Francia coincidió con la situación que dejó la posguerra. Gorz escribió que el capitalismo era incapaz de curarse a sí mismo de las «crisis y las irracionalidades», pero había «aprendido a evitar que se agudicen de forma explosiva». En otra parte, a propósito de una época anterior, marcada por la pobreza, observó que la desposesión de los proletarios y los campesinos «los proletarios y los campesinos desposeídos no necesitaron tener un modelo de sociedad futura en mente para rebelarse contra el orden existente: su aquí y ahora era lo peor; no tenían nada que perder. Pero, desde entonces, las condiciones cambiaron. Hoy, en las sociedades más ricas, no está claro que el statu quo represente el peor de los mundos posibles».

Gorz sabía que todavía existían la miseria y la pobreza, pero afectaban solo a una porción de la población, tal vez a un quinto del total. A su vez, los más afectados no constituían un proletariado industrial listo para fusionarse en una fuerza homogénea. En cambio, eran un conjunto diverso y dividido de personas, que incluía desempleados, pequeños agricultores y ancianos afectados por la falta de seguridad económica.

Aquellos tiempos cambiantes, creía Gorz, planteaban la necesidad de que los movimientos sociales adoptaran una nueva estrategia, específicamente, una estrategia centrada en conquistas concretas que sirvieran como escalones transicionales hacia la revolución. «No es necesario seguir razonando como si el socialismo fuese una necesidad autoevidente», escribió. «Esta necesidad no será reconocida a menos que el movimiento socialista especifique qué socialismo puede construir, qué problemas es capaz de resolver y cómo. Hoy más que nunca, no solo es necesario presentar una alternativa general, sino también los “objetivos intermedios” (mediaciones) que conducen a ella y que la anuncian en el presente».

Según este enfoque, la transformación llegaría «a través de una acción consciente de largo plazo, que empieza con la aplicación gradual de un programa de reformas coherente». Las luchas por estas reformas funcionarían como «pruebas de fuerza». Las pequeñas conquistas permitirían que los movimientos acumularan poder y sentaran bases más firmes para luchas en el futuro. «De esta manera», argumentaba Gorz, la lucha sería capaz de avanzar mientras «cada batalla refuerza las posiciones de fuerza, las armas y también los motivos que llevan a los trabajadores a resistir a los ataques de las fuerzas conservadoras».

Gorz no descartaba la posibilidad —o incluso la necesidad— de una confrontación final entre los trabajadores y el capital. Pero criticaba a los izquierdistas de Francia que se negaban a buscar mejoras inmediatas por temor a que debilitaran el deseo revolucionario de los trabajadores. «Estos dirigentes temen que una mejora tangible en las condiciones de vida de los trabajadores, o una victoria parcial en el contexto del capitalismo, refuercen el sistema y lo vuelvan más soportable», escribió Gorz. Sin embargo, argumentaba:

«Estos miedos […] reflejan un pensamiento fosilizado, una falta de estrategia y de reflexión teórica. Al asumir que las victorias parciales al interior del sistema serán inevitablemente absorbidas por él, se erige una barrera impenetrable entre las luchas presentes y la futura solución socialista. Se corta el camino que lleva de las unas a la otra […]. El movimiento se comporta como si la cuestión del poder estuviese resuelta: “Cuando tomemos el poder…”. Pero justamente se trata de saber cómo llegar hasta ahí, de crear los medios y la voluntad capaces de llevarnos hasta ese punto».

Cambios estructurales

Entonces, ¿qué hace que una reforma sea «no reformista» o «estructural»?

La formulación más simple de Gorz es que estas reformas son cambios que no están hechos a medida del sistema actual. «[Una] reforma no necesariamente reformista no se concibe en términos de lo que es posible dentro del marco de un sistema y un gobierno dados, sino en función de lo que debería ser posible en términos de las necesidades y las demandas humanas», escribe. «Una reforma no reformista no se determina en función de lo que puede ser, sino de lo que debería ser».

Más allá de esto, a veces Gorz es ambiguo y es difícil encontrar en su obra una medida precisa para determinar lo que sería una demanda ideal. Aun así, brinda algunas indicaciones fundamentales.

En primer lugar, una demanda individual debería ser considerada solo como un paso hacia algo más amplio. Las reformas, escribe, «deben ser concebidas como medios, no como fines, como fases dinámicas en un proceso de lucha, no como fases de reposo». Deben servir para «educar y unir» a la gente mediante la apertura de «una nueva dirección para el desarrollo económico y social». Cada reforma debería remitir a una visión del cambio más general. 

En palabras de Gorz, «las luchas parciales por empleo y salarios, por la valoración adecuada de los recursos naturales y humanos, por el control de las condiciones de trabajo y por la satisfacción social de las necesidades sociales creadas por la civilización industrial no pueden triunfar a menos que estén guiadas por un modelo social alternativo […] que brinda una perspectiva abarcadora capaz de subsumir todas estas luchas parciales». Las reformas no reformistas deberían servir para alumbrar un camino que avance en ese sentido. Un programa socialista, subraya Gorz, no debería «excluir ni los acuerdos ni los objetivos parciales, siempre y cuando estos vayan en la misma dirección y esa dirección esté clara». 

En la práctica, Gorz pensaba que los socialistas podían aliarse a veces con socialdemócratas moderados y liberales progresistas, que tienden a considerar las reformas a corto plazo como un fin en sí mismo. Pero esto implica que las tendencias más radicalizadas aclaren sus objetivos a largo plazo. «El hecho de que los dirigentes socialdemócratas y las fuerzas socialistas se pongan de acuerdo sobre la necesidad de ciertas reformas nunca debe llevar a que se confunda la diferencia básica que separa las perspectivas y los objetivos de cada uno», escribe. «Si se pretende generar una estrategia de reformas, no debe ocultarse esa diferencia básica […]. Por el contrario, debe estar en el centro del debate político». 

En segundo lugar, Gorz argumenta que la forma en la que se conquista una reivindicación es tan importante como la reivindicación en sí misma. Las reivindicaciones deben ser una «crítica viva» de las relaciones sociales existentes, no solo por su contenido, «sino también por la forma en la que se intenta conquistarlas». Por ejemplo, un aumento de 1 dólar por hora de trabajo logrado gracias a una huelga es muy distinto de un aumento arbitrariamente aplicado por un patrón o por un funcionario gubernamental. Gorz escribe: «En el caso de ser simplemente decretada por la fuerza gubernamental y administrada por el control burocrático, i. e., reducida a una “cosa”, cualquier reforma —incluyendo el control obrero— puede vaciarse de su significado revolucionario y ser reabsorbida por el capitalismo». 

La investigadora Ammar Akbar, en una precisa lectura de Gorz, explica que las reformas no reformistas «no se tratan de encontrar una respuesta a un problema de gestión: se tratan fundamentalmente de un ejercicio de poder de la población sobre sus condiciones de vida». Es decir, se trata de lo que Gorz denominaba «un experimento con las posibilidades de su propia emancipación». 

Algunos críticos argumentan que la cuestión de la forma en que se desarrolla una lucha es tan importante, que centrarse en el contenido de cualquier reivindicación de corto plazo lleva a que se pierda de vista lo fundamental. Afirman que, sin importar si una reforma es más o menos beneficiosa, la idea de reformas que son «balas de plata», es decir, que tienen un potencial radical inherente, se basa en una concepción errónea. Las reformas en sí mismas no son transformadoras. Solo las luchas son importantes.

Los defensores del concepto de Gorz contestan explicitando un tercer rasgo que define a las reformas estructurales: Las reformas no reformistas son cambios que, una vez implementados, sirven de impulso al poder popular en desmedro de los grupos dominantes. Como escribe Gorz, estas reformas «asumen la modificación de las relaciones de poder; asumen que los trabajadores incrementarán su poder o reafirmarán su fuerza […] a tal punto que serán capaces de establecer, mantener y expandir esas tendencias al interior del sistema para debilitar al capitalismo y sacudir sus cimientos». 

Para Gorz, la reforma no reformista por antonomasia es la que aumenta el control obrero sobre el proceso productivo en un lugar de trabajo o en una industria. Es decir que las reformas no reformistas buscan socavar el orden establecido. «Las reformas estructurales no deben ser concebidas como medidas de compromiso negociadas con el Estado burgués que dejan su poder intacto. Más bien deben ser consideradas como quiebres del sistema generados por ataques que apuntan contra sus puntos débiles», escribe. Una estrategia de reformas no reformistas «busca, por medio de las conquistas parciales, debilitar profundamente el equilibrio del sistema, agudizar sus contradicciones, intensificar sus crisis, y, luego de una sucesión de ataques y contrataques, elevar la lucha de clases a niveles cada vez más intensos».

El arte del compromiso radical

La clave para llevar las reformas no reformistas a la práctica es balancear dos realidades complejas: primero, que los compromisos pueden incluir trampas para los movimientos sociales y, por lo tanto, deben ser evaluados con precaución; segundo, que rechazar las reformas de corto plazo también plantea problemas, pues en última instancia lleva a un callejón sin salida. Los movimientos que practican las reformas estructurales deben caminar sobre la línea precaria que se extiende sobre estas dos verdades.

Cuando se trata de los problemas que plantea cualquier tipo de compromiso, los militantes más radicales, que en general se oponen a los acuerdos, suelen enfatizar los peligros de la cooptación y de la legitimación del sistema. Aunque a veces exageran estos peligros, su advertencia está bien fundada. La larga experiencia de los movimientos sociales muestra que los compromisos reformistas, aun si a veces conllevan beneficios reales, tienen un costo: cuando se conquista una medida gradual, muchos activistas comprometidos suelen desmovilizarse y en algunos casos no retoman la actividad política.

Las conquistas alcanzadas mediante la cooperación con autoridades electas —que inevitablemente ponen la cara en las ceremonias oficiales— refuerzan la narrativa dominante de que los que fomentan el cambio social son los que están en el poder. Los movimientos «invitados» a supervisar o gestionar las reformas pueden desperdiciar un talento muy necesario en el juego burocrático. Como consecuencia, se debilita su capacidad de generar más presión desde fuera. El profesionalismo empieza a colarse en las filas militantes y los activistas más destacados se transforman en cómodos funcionarios. Como suele decirse, los movimientos mueren en el parlamento.

Una de las fortalezas del análisis de Gorz es que no niega estas dificultades. En cambio, alienta a que los movimientos las enfrenten. El sistema, argumenta Gorz, tiene el poder tremendo de debilitar y cooptar reivindicaciones, silenciando su potencial de plantear una confrontación revolucionaria. «Si, tan pronto como se manifiesta el equilibrio alcanzado, no se emprenden nuevas ofensivas, no existe ninguna institución anticapitalista ni conquista que en el largo plazo no puedan ser eliminadas, desnaturalizadas, absorbidas y vaciadas de toda o de una buena parte de su contenido», escribe. 

Y, sin embargo, aunque la posibilidad de la cooptación sea real, el resultado nunca es inevitable. «Debemos correr el riesgo», dice Gorz, «pues no queda otra opción».

Gorz se mantuvo firme en esta posición porque estaba seguro de que la consecuencia de evitar toda lucha reformista era el autoaislamiento. Era crítico de los «maximalistas», los utópicos y los sectarios dogmáticos, cuya insistencia en la pureza los mantenía a distancia de las luchas reales. Reconocía que el armado de un programa de corto plazo no podía contentarse con proponer las reivindicaciones más radicales posibles. Quienes buscan implementar reformas estructurales, argumentaba, no pueden «apuntar a la realización inmediata de reformas anticapitalistas, directamente incompatibles con la supervivencia del sistema, como la nacionalización de las empresas industriales». Las reformas que eliminarían el capitalismo de un plumazo bien pueden ser deseables, pero la cuestión es precisamente que los trabajadores no tienen suficiente poder como para concretar ese tipo de cambios. «Si la revolución socialista no es inmediatamente posible, tampoco será posible realizar inmediatamente reformas que destruirían al capitalismo», escribe.

Sabiendo que no satisfarán sus deseos más radicales, los militantes deben preguntarse qué pasos intermedios están dispuestos a seguir. Utilizando el ejemplo del conflicto entre un sindicato y un patrón, Gorz escribe que «ganar no conllevará la abolición del capitalismo. La victoria solo llevará a nuevas batallas, a la posibilidad de nuevas victorias parciales. Y en cada una de estas etapas, sobre todo en la primera fase, la lucha terminará con un compromiso. El camino está lleno de trampas». En este proceso, «El sindicato tendrá que “ensuciarse las manos” y arriesgarse a legitimar el poder del patrón. 

No debemos ocultar ni minimizar estos hechos», insiste Gorz. Pero aun así la lucha conlleva beneficios: «Pues en el curso de la lucha, se habrá elevado el nivel de consciencia de los trabajadores; ellos saben perfectamente que no se satisficieron todas sus reivindicaciones, y están listos para emprender nuevas batallas. Experimentaron su poder; las medidas que impusieron a la gestión avanzan en el sentido de sus reivindicaciones finales […]. Al llegar a un compromiso, los trabajadores no renuncian a su objetivo; por el contrario, se acercan a él».

No siempre está claro cuáles son los acuerdos que valen la pena, y Gorz argumenta que el carácter reformista o no reformista de una reforma depende siempre del contexto. Una reivindicación por el acceso a la vivienda puede sonar bastante bien, pero como vimos muchas veces, en Estados Unidos los acuerdos con los que se responde a esta problemática suelen implicar subsidios públicos destinados a inmobiliarias privadas, cuya definición de «accesibilidad» excluye a todo aquel que esté por debajo de la clase profesional. Entre otros factores, piensa Gorz, «Uno debería decidir primero si el programa de viviendas propuesto implicará la expropiación de los terrenos necesarios, y si la construcción será un servicio público socializado, todo lo cual contribuiría a destruir uno de los centros de acumulación del capital privado […]. Dependiendo del caso, la propuesta de 500 000 viviendas será neocapitalista o anticapitalista». 

Estas ambigüedades generan dilemas difíciles para los movimientos sociales y toda una serie de preguntas a las que no es posible responder en términos abstractos, fuera de las condiciones de lucha del mundo real. La gran virtud de la teoría de Gorz no es que brinde respuestas fáciles, sino que provee un marco a través del cual podemos sopesar los costos y los beneficios de plantear una reivindicación determinada o de aceptar un compromiso dado. Esto crea una orientación hacia la acción que nos fuerza a equilibrar nuestras perspectivas revolucionarias con una evaluación concienzuda de las condiciones concretas.

En otras palabras, adoptar el concepto de reforma no reformista no nos libera de los debates estratégicos, lo que, por cierto, no sería deseable ni realista. En cambio, nos permite plantear otros mejores.

 

* Mark Engler es escritor, miembro del comité editorial de la revista Dissent y coautor de This Is an Uprising

** Paul Engler es miembro fundador y director del Center for the Working Poor de Los Ángeles, cofundador de Momentum Training y el coautor de This Is an Uprising.

 

Nota publicada originalmente el 25 de abril de 2021 en Jacobin América Latina https://jacobinlat.com/2021/07/25/las-reformas-no-reformistas-de-andre-gorz/ y reproducida por SAEEG con autorización de sus autores.