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GESTACIÓN HISTÓRICA DE DOS PRINCIPIOS INTERNACIONALES

Agustín Saavedra Weise*

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Es común considerar a los factores históricos como un “dato”. Pero analizar las relaciones internacionales (RRII) sin mirar al pasado no tiene mucha utilidad. El sistema de ideas pretérito puede servir para construir nuevas teorías o para imaginativas síntesis de lo añejo y lo nuevo. Sin pretender agotar la temática, basta con apreciar la cosmología en materia de RRII en la Grecia antigua, cuna de la civilización occidental. El pensamiento político heleno giró en torno a la ciudad-estado y a las relaciones entre ellas. El sistema “internacional” entre dichas ciudades–estado declinó durante el siglo IV AC al caer los helenos bajo la dominación de Macedonia y luego de Roma. Recién cuando estuvieron en ese nivel decadente los griegos se esforzaron en construir la base de una cosmología capaz de proporcionar explicaciones que vayan más allá de los meros confines de las ciudades-estado. El centro de ese pensamiento fue el estoicismo, entendido como principio unificador destinado a restaurar algo de coherencia en un mundo helénico que se derrumbaba. La teoría estoica mantuvo que la distorsión subsiguiente había pervertido los dos principios naturales que sostenían a la sociedad griega: universalidad e igualdad. Ante el colapso heleno, estos principios presentaban la única base de un posible renacimiento. El mundo estoico era una unidad de la cual se extraía un conjunto de normas. La preocupación esencial estoica era por los valores enfrentados a los hechos empíricos. El mismo conflicto (o dilema) entre norma ideal y realismo, ha permanecido a lo largo de la historia de las RRII hasta nuestros días.

La armonía entre los estados era el ideal estoico; podía concretarse si todos se unían en un sistema de valores universales basados en principios de igualdad. Para cada ser humano habían dos normas de observación: aquellas de la ciudad-estado (producto humano) y las de la ciudad mundial, productos de la justicia natural. Con el auge del poder romano el jus naturale —sistema de pensamiento de los estoicos— vino a suavizar al propio y primitivo jus civile (la ley de la ciudad de Roma y sus alrededores) a medida que el dominio romano se expandió por el mundo conocido en ese entonces. Luego el rústico jus civile se transformó en el cosmopolita jus gentium, la ley común a toda la población imperial romana. Es el fundamento histórico del Derecho Internacional Público.

En la Edad Media se desarrolló el estoicismo cristiano mediante San Agustín y los Padres Escolásticos. Tras ello, las Cruzadas, el surgimiento del Islam y la transformación posterior de Europa, hicieron aún más compleja la cosmología estoica. Empero, los dos principios, universalidad e igualdad, han permanecido como elementales y a su vez, como dilema de las relaciones internacionales. ¿De qué manera conjugamos la libertad del individuo con la noción de un universo pre-ordenado? ¿Quién o quiénes sientan las bases del universalismo? Antiguamente, eran la nación, la religión o el imperio dominante. Hoy en 2021 en medio de una pandemia nada está claro, aunque ciertamente Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia siguen ejerciendo enorme influencia, pero todavía estamos lejos de un planeta plenamente unificado.

Ante los esbozos de una comunidad mundial primeramente delineada mediante la Sociedad de Naciones y desde 1945 en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la humanidad ha continuado procurando compatibilizar los dos añejos principios: universalidad e igualdad. Así, pues, las aparentes ideas “novedosas” acerca de la igualdad de los pueblos, derechos humanos, autodeterminación, etcétera, no son fruto del pasado siglo XX. Se trata del eterno retorno —con las naturales complejidades del presente— de la búsqueda de valores permanentes en la añeja filosofía de las RRII.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/opinion/gestacion-historica-de-dos-principios-internacionales_221563

«COVID 19» Y EL PROBLEMA DE LA RELACIÓN ENTRE LA CIENCIA Y LA POLÍTICA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Salam Al Rabadi*

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Es lógico destacar la relatividad de la ciencia, ya que la posición sobre la teleología (y la finalidad) de la ciencia y el conocimiento se caracteriza por la sospecha y el relativismo, especialmente a la luz de este nuevo patrón global a nivel de corrupción política y económica. Esta realidad abre la puerta a la controversia sobre los problemas relacionados con la objetividad de muchos enfoques académicos, la fiabilidad de los números y las controversias científicas asociadas con la pandemia “Covid 19”.

En consecuencia, a pesar de las complejidades a las que se enfrenta el desarrollo de la ciencia, la teoría del escepticismo seguirá estando sujeta a rotación y, sobre la base de ello, a nivel de las relaciones internacionales hay una cuestión muy importante sobre el determinismo científico:

¿Se permite que la ciencia se desarrolle tanto como pueda, independientemente de las posibles consecuencias que tendrá en las sociedades y el destino de la humanidad?

Es evidente que ya no existe una confianza absoluta en la ciencia moderna a la luz del principio fundamental sobre el que se encuentra el posmodernismo, que es el principio de duda en el conocimiento científico. La paradoja aquí es que cuestionar la ciencia y sus resultados ya no es una cuestión filosófica, sino más bien práctica. Donde parece clara e inequívoca que la realidad del conocimiento, el poder y la libertad académica a la luz de la pandemia “Covid 19”, es un reflejo preciso de las tensiones teóricas y prácticas asociadas con la problemática de la relación entre la ciencia y la política en las relaciones internacionales.

Esta realidad plantea muchas controversias sobre la posibilidad y eficacia de establecer controles éticos a nivel de la ciencia, ya que parece que el desarrollo de la producción científica y sus implicaciones y sus complejidades entrelazadas vienen mucho más rápido que el desarrollo de controles éticos.

 

Partiendo de esto, y en medio de la provocativa incertidumbre, y con la presencia de muchas tendencias radicales asociadas con la dualidad de la relación entre la ciencia y la política, hay una necesidad de encontrar algo fijo en algún lugar. Tal como la etapa en la que los estados estaban tratando de abordar los problemas científicos mediante el establecimiento de comités técnicos tradicionales que reúnen a académicos y especialistas, resultó ser ineficaz.

Por lo tanto, ha llegado el momento de iniciar una era que se ocupe de establecer leyes y tratados claros e inequívocos sobre los problemas del desarrollo científico, especialmente a nivel del derecho penal internacional. Donde, al rastrear el desarrollo del derecho penal internacional en un nivel teórico y práctico, queda claro que no se mantiene al día con los nuevos patrones globales y sus implicaciones para la seguridad humana global. Esto requiere ciertamente modificar el Estatuto de Roma y ampliar los poderes de la Corte Penal Internacional para incluir los crímenes relacionados con la revolución biotécnica, la ingeniería climática, la inteligencia artificial, la modificación de virus y la guerra biológica, etc.

Al final, hay que subrayar que la ciencia es sólo una forma de pensamiento desarrollada por el hombre y no es necesariamente la mejor forma, y que sólo es superior a los ojos de los creyentes en el mito del determinismo de la ideología científica. Por ejemplo, la creencia era que la confianza en los modelos matemáticos eliminaría el sesgo humano, pero en la práctica esos algoritmos (modelos) comenzaron a ejercer sus propios sesgos con respecto a cómo funcionan, hasta el punto de que el concepto de Justicia Algorítmica comenzó a circular y a exigir la Destrucción de las Armas de las Matemáticas. Y esto confirma que la era científica asociada con la tecnología no está garantizada para producir resultados positivos cuando la humanidad está pasando por momentos difíciles.

Este determinismo científico plantea muchas preguntas… ¿Está la ciencia jugando actualmente el papel de la religión en la sociedad moderna? En consecuencia, ¿hay necesidad de un proceso de separación entre la ciencia y el Estado (es decir, la política), como fue el proceso de separar la religión y el Estado o la política?

La respuesta lógica a estas preguntas puede estar en la pregunta del inicio sobre si existe la posibilidad de trazar límites máximos del progreso científico antes de pensar en separarlo de la política.

 

En resumen, si el siglo XXI ha reconsiderado las certezas en todo lo relacionado con el hombre y la política, y si es el laicismo trató de ser una alternativa a la ética de las religiones, ¿será el desarrollo de la ciencia (que no se puede detener) factor decisivo e inesperado, que colocará a las relaciones internacionales en el siglo XXI frente a nuevos patrones, a los que no será fácil encontrar un enfoque teórico y práctico?

 

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. Prohibida su reproducción.

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ANNO DOMINI 2020: NO SOLO COVID 19

Giancarlo Elia Valori*

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En poco menos de dos semanas, el annus horribilis 2020 (¡finalmente!) llegará a su fin. Un año que ha visto a todo el mundo devastado por una pandemia de gripe que ha causado no sólo cientos de miles de víctimas en todo el mundo, sino también efectos económicos desastrosos cuyas consecuencias pesarán no sólo para todos nosotros, sino también sobre nuestros hijos y nietos.

También debido a una campaña masiva en los medios de comunicación mundiales, la atención del público de todo el mundo se ha centrado en Covid 19 y el desastre de la salud que ha afectado no sólo a los países menos adelantados, sino también a las naciones más ricas y avanzadas, empezando por los Estados Unidos, que ha registrado tasas de mortalidad más altas que Brasil.

Sin embargo, si bien la pandemia ha llegado a los titulares y ha sido el tema principal reportado en todas las noticias de televisión durante casi un año, 2020 deja muchos expedientes muy sensibles abiertos a los debates sobre relaciones internacionales. Si bien no se analizan y abordan con racionalidad y pragmatismo, estos expedientes podrían tener consecuencias importantes en los equilibrios geopolíticos de las regiones más delicadas del mundo.

Debido a su proximidad geográfica al Viejo Continente, el expediente más reciente e importante son convulsas y turbulentas relaciones entre la Unión Europea y Turquía.

El activismo a menudo sin escrúpulos y agresivo del presidente Erdogan, desde la cuenca mediterránea hasta Libia y desde Siria hasta Nagorno Karabaj, ha llevado a Turquía a hacer más enemigos de los que la sabiduría debería sugerir.

La represión de las libertades civiles impuesta por el presidente Erdogan a su propio país después del golpe fallido “extraño” en 2016 —una represión que en noviembre pasado vio a más de 300 presuntos opositores al régimen (periodistas, abogados, militares, jueces, empresarios) ser condenados a cadena perpetua— ha creado más distancia con sus socios de la OTAN. También ha causado una reacción muy tímida —por el momento— de la diplomacia de la UE que, aunque distraída por las difíciles negociaciones del Brexit, ha logrado poner en el orden del día de la Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada los días 10 y 11 de diciembre, la cuestión de las posibles sanciones contra Turquía por violaciones de derechos humanos y comportamientos “inapropiados” de las fuerzas armadas turcas, cuyos buques patrullan sin ser molestados las aguas de Chipre y cuyas aeronaves violan sistemáticamente el espacio aéreo griego en el mar Egeo oriental.

La canciller Merkel ha utilizado inteligente y hábilmente la discusión sobre el historial de Turquía en materia de derechos humanos y las posibles sanciones para “advertir” a Polonia y Hungría y hacerles aceptar el Plan de Recuperación, después de que sus líderes amenazaran con sabotear el plan de apoyo a las economías europeas golpeadas por la pandemia. .

Se supone que las amenazas actuales de sanciones contra Turquía entrarán en vigor el próximo mes de marzo, pero el frío racionalismo de la canciller alemana podría evitar una ruptura completa de la UE con el gobierno turco.

Alemania tiene intereses “especiales” con respecto a Turquía: no sólo acoge a una enorme comunidad de inmigrantes turcos (más de 4 millones de personas) en su territorio, sino que es el primer socio comercial de Turquía y su principal proveedor de equipo militar (basta decir que los buques turcos que patrullan el Mediterráneo —provocando protestas de Grecia— son todas hechos en Alemania).

Italia también tiene fuertes intercambios comerciales con Turquía, a la que suministra grandes cantidades de municiones.

Frente a los halcones que desean una actitud más dura hacia Erdogan, a saber, Francia, Chipre, Grecia, Eslovaquia, Eslovenia y Austria, hay países más complacientes alineados con las posiciones “blandas” de Alemania, empezando por España y Malta, así como con Hungría e Italia.

La amenaza de las próximas sanciones contra Turquía —que ya ha sido castigada por Donald Trump por haber comprado sistemas de defensa antiaéreos S-400 a Rusia— podría en cualquier caso llevar al presidente Erdogan a ser más suave y seguir comportamientos más responsables, frente al peligro real de haber intentado jugar en demasiadas mesas de una manera aventurera y oportunista.

Además, sólo las negociaciones podrán reconocer ciertas razones turcas, que han sido eclipsadas por los comportamientos de su Presidente.

Como declaró el Embajador Carlo Marsili, ex Jefe de nuestra Representación en Turquía de 2004 a 2010, en una entrevista con ‘Formiche.net’, “la Unión Europea debería considerar la necesidad de no cerrar el diálogo sobre el proceso de adhesión de Turquía… Europa debe a Turquía una deuda de gratitud por haber bloqueado la apertura de los principales capítulos políticos de las negociaciones de adhesión con pretextos inverosímiles”.

Según el Embajador, debería adoptarse un enfoque de realpolitik similar a la espinosa cuestión de la plataforma continental turca realmente “ocupada” por las islas griegas que están cerca de la costa turca. El Embajador Marsili declaró: “Turquía tiene razón al negarse a aceptar lo que Francia, Grecia y Chipre quisieran imponer sobre las aguas territoriales y la zona económica exclusiva. Su medición debe partir de la plataforma continental y no de las islas griegas, a fin de evitar que un país con 1.700 kilómetros de costa como Turquía vea su acceso al mar prácticamente bloqueado. Esto no se trata de Erdogan; ningún gobierno turco podría aceptar la situación actual».

Las palabras del Embajador nos hacen reflexionar y sugerir que leamos entre líneas el expediente Europa-Turquía con un acercamiento más cercano al de Alemania que al de Francia.

Además, desde hace algunas semanas Turquía también parece haber suavizado el tono de una política exterior excesivamente agresiva y a menudo contraproducente, hasta el punto de haber reanudado cautelosamente las relaciones con Israel.

Cabe recordar que Turquía fue el primer país musulmán, y durante muchos años el único, en reconocer al Estado de Israel, con el que ha mantenido relaciones diplomáticas desde 1949.

Las relaciones se deterioraron cuando en 2010 Erdogan (¡él otra vez!) envió una flotilla de barcos mercantes frente a las costas de Gaza en un intento de suministrar armas y alimentos al enclave palestino aislado por un bloqueo israelí. El intento resultó en un asalto de las fuerzas especiales israelíes contra el buque turco Mavi Marmara, que costó la vida de 10 ¡pasajeros” de un barco, incluidos los guerrilleros de Hamas traídos de vuelta a Gaza para reanudar la lucha contra la ocupación israelí.

Después de un intento parcial de reanudar el diálogo entre Israel y Turquía, las relaciones diplomáticas se rompieron de nuevo en 2018 durante otro enfrentamiento entre las fuerzas armadas israelíes y las milicias palestinas en la frontera de Gaza.

Ahora la situación está mejorando nuevamente: el 14 de diciembre fue asignado un nuevo Embajador turco en Israel.

Es Ufuk Ulutas de cuarenta años, un diplomático proactivo y dinámico que estudió ciencias políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén y habla hebreo con fluidez. Se le considera la persona más adecuada para armar los hilos de un diálogo muy importante para los equilibrios de Medio Oriente. Un diálogo que parece haber comenzado también a nivel de servicio de inteligencia.

Según ‘Al Monitor’, un sitio web geopolítico que está muy bien informado sobre lo que sucede entre bastidores en Oriente Medio, en la última semana de noviembre confiables fuentes gubernamentales turcas informaron que el Jefe del “Servicio Nacional de Inteligencia” turco (MIT) inició contactos altamente confidenciales con el Mossad israelí.

En las conversaciones secretas, Turquía fue supuestamente representada por Hakan Fidan, ya utilizado por el MIT para la “back bench diplomacy” con Israel, con el objetivo de discutir “intereses comunes” sobre “cuestiones de seguridad en Libia y Siria…”.

Es probable que Turquía se haya visto inducida a reanudar el diálogo con Israel para mejorar el legado de la Presidencia Trump en los equilibrios de Medio Oriente: hasta hace unos meses los únicos Estados árabes que reconocieron a Israel con los que tenían relaciones diplomáticas, eran Egipto y el Reino de Jordania. Con una serie de movimientos diplomáticos exitosos, Donald Trump, bajo la mirada benévola de Arabia Saudí, logró hacer que Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos y Sudán reconocieron a Israel. Fue un éxito estratégico sin precedentes.

Israel ya no está rodeado por un mar de enemistades árabes, sino que está comenzando a normalizar sus relaciones con los peones más importantes del tablero de ajedrez de Medio Oriente, con innegables potenciales repercusiones positivas (aunque no en el futuro inmediato) sobre el roto diálogo con la Autoridad Palestina que, privada de ciertos patrocinadores fundamentales del frente árabe, probablemente se verá obligada no solo a reconocer la existencia del Estado de Israel, hasta ahora definido como “entidad judía” en sus documentos, sino también a comprometerse con la búsqueda realista de la solución de los dos Estados, ya prevista también por el Plan de Partición de la ONU para Palestina de 1947, una partición que los palestinos, reforzados por un apoyo árabe que ahora comienza a menguar, nunca han aceptado plenamente.

Siguiendo los pasos de las naciones árabes que han abierto relaciones diplomáticas con Israel, Marruecos —gobernado por un descendiente directo del Profeta— también ha decidido iniciar un diálogo formal con Israel. Esta medida también ha sido alentada por una iniciativa de la Administración de Trump en las últimas semanas. Parece, de hecho, que el rey Mohammed VI ha decidido reconocer la existencia del Estado de Israel, después de que Estados Unidos —a su vez— reconociera la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, una zona en la frontera con Mauritania que ha sido objeto de disputas, incluidos enfrentamientos armados, durante más de treinta años.

Este es un paso importante, también porque proviene de un país, Marruecos, que siempre ha protegido la vida y los derechos de su comunidad judía, hasta el punto de que uno de los asesores más respetados del Rey es el Dr. Azoulai, un eminente descendiente de una rica dinastía de empresarios judíos marroquíes.

Europa, Turquía, Israel, el mundo árabe. Estos y muchos otros expedientes serán tratados al final de este annus horribilis. Un año al final del cual nos gustaría ver al menos un intento efectivo de resolver un expediente totalmente italiano, que parece estar eclipsado por las noticias pandémicas: el asunto de los 13 pescadores de Mazara del Vallo, secuestrados y encarcelados durante más de tres meses por las milicias del señor de la guerra libio Khalifa Haftar, sin ninguna iniciativa italiana visible y eficaz para traerlos de vuelta a casa.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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