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NI GUERRA NI PAZ EN EL MUNDO DEL SIGLO XXI

Alberto Hutschenreuter*

Alberto Hutschenreuter. Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 400 p.

Si tenemos que definir el actual estado del mundo en pocas palabras, “inquietud estratégica” serían sin duda las más apropiadas y pertinentes.

Hace ya un largo tiempo que el escenario internacional dejó de enviar señales que hicieran posible pensar “perfiles” o “imágenes” sobre un rumbo favorable de las relaciones entre los Estados en particular y, en un sentido más abarcador, de las relaciones internacionales en general.

Si hacemos un mínimo ejercicio de comparación entre el clima internacional que existía cuando finalizó la Guerra Fría, hace casi treinta años, y el que predomina hoy, las diferencias son notables. Entonces, el solo hecho relativo con un balance entre las conjeturas optimistas y las pesimistas decía por aquellos años que las posibilidades de cooperación entre Estados contaban con realidades suficientes como para considerar un nuevo orden “en puerta”.

En efecto, sin rivalidad bipolar, sin pugnas ideológicas ni geopolíticas, con sanción militar para aquel que desafiaba los principios del derecho internacional y con una centralizadora globalización que repartía oportunidades para el crecimiento e incluso el rápido desarrollo, el mundo parecía contar con robustas chances para afianzar un patrón de concordia.

Y, aunque había sombras que cubrían parte del clima esperanzador, la lógica pro-orden internacional se mantuvo; hasta que los sucesos ocurridos el 11-S-2001 pusieron fin al ciclo de la globalización e iniciaron una etapa de hegemonía militar estadounidense que absolutizó la soberanía de Estados Unidos y relativizó la de aquellos que opusieran reparos a la lucha contra el terrorismo global.

El crecimiento de China, el reordenamiento interno de Rusia, la convergencia de ambos con Estados Unidos en su lucha central por entonces, los buenos precios de las materias primas, el “arrastre” de la globalización, etc., implicaron el mantenimiento de una esperanza precaria. Pero el clima de los primeros años de los noventa ya había desaparecido.

A partir de la crisis financiera de 2008 el mundo comenzó a tomar una dirección que acabaría por extraviarlo. Desapareció cualquier posibilidad de volver a “anclar” las relaciones internacionales a una versión “2.0” de la globalización y la lógica de rivalidad entre Estados fue el patrón que se restableció. Aunque nunca había dejado de estar en el núcleo de la política entre Estados, algunos expertos, por caso, Sergei Karaganov o Walter Russell Mead, comenzaron a hablar del “retorno de la geopolítica”, sobre todo a partir de los sucesos de Ucrania-Crimea, un hecho que profundizó el estado de hostilidad entre Occidente y Rusia.

La relación entre esos dos actores se tensó, al igual que las relaciones entre China y Estados Unidos. En Oriente Medio, los sucesos en Siria dejaron ver un conflicto con múltiples anillos en los que estaban involucrados todos, los poderes locales, los regionales y los globales. Una verdadera “caja estratégica” en la que pugnaban régimen contra oposición, Estados contra actores no estatales, insurgentes contra insurgentes, Estados contra Estados.

Para fines de 2019, a las puertas de una pandemia de alcance global entonces insospechada, todas las placas geopolíticas principales del mundo se encontraban bajo estado de tensión o de ni guerra ni paz; el gasto militar en el mundo era el más elevado de la década; el multilateralismo experimentaba un estado de declinación sin precedentes; un extraño estado de “desglobalización” se había extendido, al tiempo que se reafirmaban posiciones estato-nacional-soberanas; el nacionalismo (incluso en su versión “biológica” en algunos casos) se ensanchaba aun en el territorio de la Unión Europea; Estados Unidos, Rusia, China, más una larga lista de potencias medias de reciente ascenso desarrollaban planes de contingencia militar; cayeron tratados clave en materia de armamentos estratégicos entre Estados Unidos y Rusia; una nueva “revolución en los asuntos militares” se había desplegado en los poderes preeminentes y algunos poderes medios…

Por entonces, las “imágenes” internacionales estaban dominadas por el pesimismo. No había lugar ni siquiera para una que anticipara un curso relativo o vagamente favorable. Desde las analogías con el período internacional pre-1914 y post-1929 hasta escenarios de cooperación declinante entre Estados Unidos y China y de casi ruptura entre Occidente y Rusia, pasando por proyecciones relativas con un mundo sin control sobre los robots, todas implicaban contextos de disrupción internacional.

En ese contexto, la pandemia, el primer virus global, provocó una especia de interrupción de las relaciones internacionales. Mientras pocos consideran que cuando la situación se modere, los países, conmocionados como sucedió tras la guerra de 1914-1918, dejarán de lado los intereses y se volcarán a la cooperación, otros muchos sostienen que poco cambiará en el mundo.

Aquí advertimos que no solo nada cambiará, sino que la pandemia fungirá como el hecho para que muchas de las realidades deletéreas continúen de modo más rápido, incluso aquellas situaciones donde predomina la hostilidad podrían experimentar un agravamiento como resultado del incremento de suspicacias. Por caso, es posible que las relaciones entre China y Estados Unidos, que se resintieron bastante antes de la llegada de la pandemia, se mantengan riesgosamente por debajo de la línea de mínima cooperación, según recientes análisis.

La situación es crítica, pues no existen siquiera indicios sobre una posible configuración internacional que implique estabilidad a partir de ciertas pautas pactadas y acatadas. Peor aún, aquellos poderes mayores sobre los que recae la responsabilidad de impulsar un orden o principio se encuentran en una situación de rivalidad e incluso hostilidad. Y más todavía, la rivalidad es prácticamente integral, es decir, todos los segmentos de sus relaciones están atravesados por conflictos.

En este entorno, resulta cada vez más difícil dar lugar a aquellos enfoques que tienden a considerar que la “Paz Larga” que existe desde 1945, es decir, la ausencia de una guerra entre potencias, está destinada a convertirse en una “regularidad”.

En un trabajo publicado en la entrega de noviembre de 2020 de la prestigiosa revista estadounidense Foreign Affairs, denominado “Coming Storms.The Return of Great Power”, su autor, Christopher Layne, nos advierte que “la historia demuestra que las limitaciones de guerra entre grandes potencias son más débiles de lo que suelen parecer”. Para este autor, la competencia que existe entre Estados Unidos y China tiene un alarmante paralelo con la que mantenían antes de 1914 Reino Unido y Alemania.

Así como Raymond Aron encontraba en la Gran Guerra el equivalente a la Guerra del Peloponeso, es decir, el temor de los poderes occidentales al poder de Alemania fue el que llevó a la confrontación (como el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas los arrastró a la guerra), Layne considera que el crecimiento de China en el siglo XXI plantea un desafío al poder estadounidense (como el que Alemania planteó al del Reino Unido). Un desafío que se funda en la necesidad china de ser reconocida por Estados Unidos como su igual. No sabemos cuál podría ser el desenlace.

Las referencias anteriores son por demás importantes, no solamente por la reputación de los autores, sino porque debemos pensar en un mundo posible, es decir, un mundo sobre la base de las realidades y las experiencias, no sobre las pretensiones y creencias. En las relaciones entre los Estados, la esperanza con base en las creencias construidas desde aspiraciones jamás será una alternativa ante la prudencia con base en certidumbres sustentadas en la experiencia.

Y la realidad nos dice que la anarquía entre las unidades políticas continúa siendo, más allá de las interdependencias y la conectividad internacional, la principal característica de las relaciones interestatales e internacionales. No implica caos la anarquía, pero sí descentralización, es decir, ausencia de un gobierno central.

Asimismo, los Estados continúan siendo los sujetos centrales en esas relaciones, y la defensa (y a veces promoción y proyección) de sus intereses y la autoayuda continúan prevaleciendo sobre cualquier otra situación, aun considerando el más extenso alcance que puedan llegar a lograr las compañías multinacionales, las organizaciones intergubernamentales y todo ascendente del multilateralismo.

Por su parte, la experiencia nos dice que los tiempos internacionales desprovistos de configuración u orden alguno se vuelven cada vez más inestables, pues los Estados afirman su autopercepción nacional como consecuencia del aumento de la desconfianza o de la incertidumbre de las intenciones frente a los demás.

La gran incertidumbre del siglo XXI se encuentra en el hecho relativo con que no podemos saber si llegaremos a una nueva configuración internacional de un modo “suave”, esto es, a través de crecientes niveles de cooperación entre los poderes preeminentes, que necesariamente implicarán pactos realistas, es decir, nada que se parezca al Pacto Kellog-Briand (firmado en 1928, por el que sus 15 signatarios se comprometían a no usar la guerra como mecanismo para resolver sus disputas), por tomar un caso categórico, al que apropiadamente el polemólogo Gaston Bouthoul calificó como un “pacto de renuncia a las enfermedades”; o si lo haremos a través de un acontecimiento “acelerador de la historia”, es decir, una nueva prueba de fuerza interestatal.

Si es por medio de la cooperación, la que necesariamente deberá fundarse en determinados propósitos comunes por parte de los actores mayores, por vez primera los Estados habrán logrado pasar, sin descender a la violencia, de un creciente desorden internacional a un estado de concordia como posible umbral de un orden que proporcione estabilidad. Si es por medio de la violencia, se habrá repetido una conocida regularidad interestatal, aunque casi absolutamente desconocido será el grado de una nueva barbarie entre Estados como así sus secuelas.

También ello implicará otra regularidad en las relaciones entre Estados: la relativa con que la última guerra siempre es la próxima guerra.

El mundo es lo que hacen de él, suelen señalar aquellos enfoques no basados en el realismo. En rigor, el mundo es (y seguirá siendo) lo que siempre han hecho de él.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

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“COVID-19” Y EL FUTURO DE LA DIPLOMACIA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Salam Al Rabadi*

En primer lugar, al dar una visión general de los diferentes marcos conceptuales para la diplomacia, se debe hacer una distinción entre la diplomacia y los diplomáticos. Para poder enmarcar los problemas a nivel de las relaciones internacionales, es posible que haya diplomacia sin diplomáticos, lo que significa que los diplomáticos están ausentes de participar en la formulación de políticas y las decisiones diplomáticas y políticas, además de su exposición a la marginación al elaborar, trazar e implementar planes estratégicos. Por lo tanto, esto inevitablemente requiere una distinción entre la diplomacia como decisión estratégica y los diplomáticos como actores influyentes.

En el mismo contexto, debemos tener en cuenta la existencia de nuevos patrones complejos a nivel económico, ambiental, tecnológico y de salud, que dieron lugar a la creciente influencia de algunos nuevos actores en el ámbito mundial, por lo que el campo internacional no permaneció monopolizado sólo en las actividades del Estado. En consecuencia, dependiendo de la influencia de los nuevos actores, lo que está en juego en las relaciones internacionales se relacionó más estrechamente con las cuestiones humanitarias. En consecuencia, existen nuevos y diferentes métodos de trabajo diplomático, como la diplomacia científica, la diplomacia ambiental, la diplomacia tecnológica, la diplomacia demográfica, la diplomacia de la salud, etc.

En este marco, hay muchas pruebas que demuestran que la diplomacia tradicional de los países por sí sola ya no es capaz de definir las relaciones internacionales, ya que es posible ir a las reuniones de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y ver cuán eficaz es la diplomacia de estos nuevos actores. Además, las conferencias sobre el desarrollo sostenible en su conjunto reflejan el alcance de este impacto, así como la mayoría de los acuerdos mundiales no podrían haber existido sin esa diplomacia, como los acuerdos para reducir y cancelar las deudas de los países pobres, sin mencionar el Tratado de Prohibición de minas (Tratado de Ottawa), el Convenio sobre la Diversidad Biológica y todos los acuerdos ambientales, etcétera.

Además, si seguimos todos los acontecimientos relacionados con el papel y la eficacia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) a nivel de la crisis pandémica “Covid-19” en el año 2020, podemos decir que reflejan en algunos aspectos la problemática del cambio en la esencia del trabajo diplomático, por no hablar de la problemática de la calidad de los diplomáticos y cómo elegirlas y que es más eficaz en la lucha contra la pandemia: ¿diplomático tecnócrata o diplomático político o diplomático técnico? En consecuencia, a la luz de la tensión de la realidad mundial como resultado de la crisis “Covid-19” y sobre la base de los complejos marcos diplomáticos que a granel vienen a expresar la dialéctica de la fuente de las estrategias políticas globales y el destino de la diplomacia tradicional, se hizo necesario que nos preguntáramos:

1-     La crisis de salud “Covid-19” ¿Refleja las fallas de las estrategias políticas o las capacidades diplomáticas?

2-     ¿Requieren las apuestas emergentes separación entre diplomacia y diplomáticos?

3-     ¿Necesita la diplomacia una nueva dirección estratégica? ¿o las estrategias deben revitalizar el papel de la diplomacia?

Lo que aumenta la gravedad y el peso de estas cuestiones es el hecho de que la gran mayoría de los conflictos políticos y armados se están produciendo actualmente dentro de los países, lo que afecta el margen de movimiento disponible para la diplomacia tradicional, ya que es natural retroceder su papel e importancia, partiendo del principio y la regla de la falta de jurisdicción. Además, el papel de la diplomacia tradicional (que ha existido desde los acontecimientos del 11 de septiembre sobre las dimensiones de seguridad) ha cambiado con las lecciones aprendidas de las contradicciones de las estrategias mundiales debido a las implicaciones de la crisis de salud resultantes del “Covid-19”.

Como esta crisis se produjo como un golpe repentino al papel de la diplomacia tradicional, como evidencia concluimos en la importancia de abrir amplias perspectivas para nuevos tipos de diplomacia.

Brevemente, en el caso de que todos estos hechos estén vinculados a demandas actuales y repetidas que piden la creación de una representación oficial de la sociedad civil mundial dentro de las organizaciones internacionales (que ya está teniendo lugar), y que puede llegar a la etapa de exigir el derecho al voto, entonces se hace lógico tomar muy en serio todas estas cuestiones relacionadas con la diplomacia y su futuro.

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. 

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LA GLOBALIZACIÓN, CONCEPTUALIZACIÓN DEL FENÓMENO Y SUS EFECTOS EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Héctor Martínez*

Imagen de Pete Linforth en Pixabay 
Introducción

La “globalización” concepto que está en boca de todos desde hace dos décadas, es interpretado por algunos como un fetiche mágico que da solución a todos los problemas, indispensable para la felicidad presente y futura, y para otros la causa de la infelicidad que padecen. Es evidente que este fenómeno, que sí tiene una característica compartida por casi todos, su irreversibilidad, posee una profundidad que no se visualiza a simple vista.

La globalización, divide en la misma medida que une, según Zygmunt Bauman[1]. En su estudio de las consecuencias humanas de la globalización, sostiene que ésta pone en marcha un proceso “localizador” de fijación de espacios. Esos procesos, sostiene, producen una tajante línea divisoria, entre las condiciones existentes de poblaciones enteras, por un lado y diversos segmentos de cada una de ellas por otro. Para unos aparece como globalización, para otros como localización. Para unos una nueva libertad, para otros un destino cruel e inesperado. Algunos son “globales”, otros quedan detenidos en su “localidad”, una situación poco agradable, donde los “globales” imponen las reglas. Ser “local” es un signo de penuria y degradación social.

En este proceso de globalización, los centros de producción de “significados y valores”, son extraterritoriales, están emancipados de las restricciones locales. Son muchas las dimensiones que este nuevo orden abarca y las polaridades que aborda: ricos y pobres; nómades y sedentarios; lo normal y lo anormal; lo que está fuera o dentro de la ley, constituyen estas nuevas dimensiones de la polaridad, siendo éste, otro de los factores que afecta la globalización.

Es evidente que en las últimas décadas, las transformaciones globalizadoras se puede enfocar con la siguiente dualidad: para bien, cuando se enfoca desde la integración del mundo en algunos campos, sobre todo en el comunicacional, para mal, si se enfoca en el ahondamiento de las desigualdades e inseguridades y la fragmentación.

La globalización y la revolución informática también pasó a ser la palabra de moda, la idea símbolo para explicar muchas políticas impopulares de los gobiernos, la articulación de protestas por motivo de nacionalismos, disputas sociales, étnicas o religiosas.

Este fenómeno, la globalización, o la nueva globalización, para los que creen que existe desde hace mucho tiempo, ha tomado más protagonismo en las últimas décadas del siglo XX, en el contexto de los grandes cambios producidos a partir de la crisis capitalista de los años 70, el derrumbe del socialismo estatista, la emergencia ecológica mundial y el enorme desorden mundial que siguió al orden bipolar y por último, la Guerra del Golfo, el atentado a las torres gemelas y las operaciones iniciadas por EEUU y algunos de sus aliados en el marco de la guerra contra el terrorismo. Fueron los hechos que marcaron el avance y la consolidación de esta nueva globalización, con nuevas características que se introdujeron a la sociedad mundial, donde además de la consolidación del capitalismo, ha creado un nuevo antagonismo dentro de ese bloque, han florecido muchas tensiones que estaban controladas durante la guerra fría.

La globalización, como fenómeno central de esta época, se puede definir como el menos complejo y delimitado de los temas actuales. Para algunos autores la globalización es una tendencia actual, un fenómeno futuro, un proyecto hegemónico, un mito, una etapa histórica concreta, varias cosas juntas. Para las ciencias sociales, globalización es más una noción (conocimiento elemental) que un concepto (científico), cuya consecuencia es la novedad y la complejidad del fenómeno.

Esta dificultad para conceptualizar el fenómeno, ha hecho que la interpretación de distintos autores, si es un fenómeno nuevo o viejo o las características sobre el alcance y efectos del fenómeno, sea muy diverso y contradictorio, más aún cuando el mismo no está cerrado, tiene todavía un final abierto.

Existe un lenguaje metafórico para denominar este fenómeno: aldea global, sociedad amébica (en continuo movimiento), tercera ola, nuevo Babel, shopping center global, nuevo imperio, etc.

El objetivo de este trabajo es tratar de indagar los enfoques que distintos autores dan sobre el fenómeno de la globalización en desarrollo, los efectos del mismo y los impactos, y tratar de ver similitudes y diferencias con los sistemas de dominación que se conocieron históricamente, como el imperio, el imperialismo y el neocolonialismo.

Precondiciones históricas de la globalización

Para analizar este tema, partiré de la idea que la globalización más allá de ser un fenómeno nuevo o viejo, en las últimas décadas del siglo XX y en lo que hemos transitado del XXI, ha adquirido características particulares que lo hacen diferente y a esto podría denominarse nueva globalización.

La crisis del capitalismo en la década del 70, la caída del muro de Berlín, el derrumbe de los socialismos, la crisis ecológica mundial, el fin del orden bipolar, fueron los hechos que marcaron los cambios y dieron inicio a las crisis que se enmarcan en este nuevo fenómeno. En estas décadas se ve con mayor nitidez como confluyen procesos viejos y nuevos. Alejandro Dabat[2] señala que los procesos viejos son el desarrollo de la tecnología electrónica de comunicaciones que Dabat relaciona al progreso en la microelectrónica (fenómeno tecnológico) enmarcado en una nueva revolución productiva[3]. Esta transformación se dio luego del agotamiento del patrón fordista – keynesiano de acumulación, dando vía libre a la automatización flexible de los procesos productivos, con la introducción de las computadoras y de las redes, la revolución de las comunicaciones y la llamada economía del conocimiento, que no es otra cosa que la aplicación de la informática tanto a la producción como a las comunicaciones.

El impacto de la informatización y la revolución de las comunicaciones impactaron más allá de la esfera de lo económico, impacto sobre las relaciones sociales y sobre los patrones culturales.

Esta situación produjo cambios en dos dimensiones, uno de tipo cuantitativo, el referido a la extensión mundial del capitalismo, el cual  penetró con fuerza en lo que se denominaba 2º y 3º Mundo. Otro podría considerarse la expansión de las redes de comunicación y transporte. La unificación tecno-económica tiende a la unificación política y ejerce fuerzas tendientes a la homogenización social cultural, con sus consecuencias contradictorias y de profunda desigualdad. El otro es el aspecto cualitativo que da lugar a tres grandes procesos de transformación: revolución informática de las comunicaciones, avances tecnológicos que fueron puntos de inflexión que transformaron fuerzas productivas y modos de vida, como patrones de consumo o aspectos económicos, modificación de lógicas de acumulación. También produjo alteraciones sociales culturales y geopolíticas, como la descomposición de la ex URSS con sus conocidas consecuencias, la ampliación de la brecha tecnológica o la precarización del trabajo etc.

Otro proceso, fue lo que se dio a llamar reestructuración posfordista y de mercado del capitalismo. En lo que hace a la primera, debemos recordar que la misma se basaba en una automatización rígida, en una especialización del trabajo en torno a la cadena de montaje, con un control burocrático. Los cambios se dan por una automatización más flexible y de gestión computarizada, la nueva organización del trabajo se da a partir de círculos de autocontrol de calidad y el fraccionamiento de los procesos productivos que posibilita la relocalización parcial de parte de los mismos. Se producen aceleraciones en el flujo de información que permiten un control a distancia, se sustituyen grandes series estandarizadas por pequeñas series reprogramables que facilitan la descentralización.

La empresa capitalista, con las nuevas condiciones de la competencia global, el nuevo sistema financiero y la nueva división internacional del trabajo, ha cambiado en su organización y funcionamiento. De la corporación multinacional verticalmente integrada, se ha pasado a la empresa trasnacional versátil y mundialmente omnipresente (empresa red de alcance global) instalada con distintos segmentos productivos donde cuente con mejores ventajas competitivas. Se extienden mundialmente con una red de filiales, empresas asociadas, contratistas, distribuidores o franquiciatarios, distintas alianzas estratégicas temporales con empresas competidoras, todo esto afectando a la pequeña y mediana empresa que quedará cada vez mas incluida en esas redes ínter empresariales de carácter mundial.

En lo que se refiere a la segunda, es decir la reestructuración del mercado de capitalismo, una de las características del cambio efectuado es el pasaje del crédito bancario a la emisión de bonos y acciones, a la informatización de las operaciones, la creación de nuevos instrumentos para la intermediación como son los fondos mutuales y de protección, sociedades y bancas de inversión, fondos de pensión, compañías de seguros, etc. Todo esto con la consiguiente laxidad de los controles por parte de los organismos del Estado, la desregulación, parte integrante de lo que se dio en llamar “Globalización financiera”. Este sistema se impuso sobre el anterior que consistía en créditos bancarios fuertemente regulados por la banca central, con bajo costo financiero y agilidad operativa, dando lugar a éste nuevo, altamente volátil y relativamente desvinculado de la esfera productiva.

Todos estos aspectos dieron lugar a la conformación de un nuevo patrón de acumulación, basado en la producción de bienes y servicios intensivos en conocimientos, liderados por el sector electrónico informático y el sector científico educativo; paralelamente se desarrolló una esfera crediticia transformada por la tecnología informática. Pero estos cambios requerirán siempre de marcos regulatorios y pactos sociales que den sustentabilidad política y social al sistema. Este es el principal problema que no ha sido resuelto en su totalidad, creando las divergencias y antagonismos que conocemos.

Estas transformaciones que he descrito y las consecuencias que las mismas han incorporado a la situación política y social del mundo, son variadas y se producen en distintos campos, siendo en el campo del desarrollo donde más se notan las características excluyentes, en los países preindustriales, también vemos exclusión en territorios subnacionales y a diario una fragmentación hasta en las propias ciudades, creando el concepto de ciudades duales[4]. Estas reflexiones nos llevan a plantear la importancia que en este mundo globalizado adquiere el territorio, aquel que muchos autores se apresuraron en declararle su muerte. Sergio Boisier[5] lo describe en uno de sus escritos y además afirma que con la globalización el concepto de territorio se revaloriza. Señala que el hombre es ante todo un “animal territorial” y luego es un “animal político” y agrega que “la globalización lleva la amenaza de romper los lazos de identidad territorial, pasando a un mundo corporativo funcional, donde sería más importante ser ciudadano de la Coca Cola, que chileno o argentino, no obstante esto jamás ocurrirá. La globalización genera una dialéctica de identidad, cuando mayor es el peligro de alineación, mayor es la tendencia de las personas a reforzar la dimensión territorial”.

Hasta aquí algunas precisiones y conceptos sobre las precondiciones e impactos de la globalización en el período actual, como vemos la misma influye sobre todos los campos de la interacción de los países, regiones y hasta en el desarrollo de cada individuo, esto hace que la visión sobre este fenómeno sea disímil, entre distintos pensadores e investigadores, trataremos a continuación de analizar someramente las principales posturas.

Diferentes interpretaciones sobre la globalización

Para iniciar este tema, lo haré analizando los principales conceptos vistos en la cátedra, es decir sobre la base de las opiniones de Michael Hardt y Antonio Negri, en su obra “Imperio”[6].

Estos autores desarrollan la hipótesis que la globalización ha transformado la soberanía en algo nuevo, dominada por organismos nacionales y supra nacionales unidos por una lógica de dominio, a esta nueva forma global de soberanía le llaman “imperio”. Consideran a este imperio como un nuevo sujeto político que regula los intercambios globales, son el nuevo poder que gobierna el mundo. Esto trae como consecuencia la decadencia de la soberanía política y una mayor autonomía del mercado, también se produce un cierre de canales para la participación de ciudadanos y trabajadores.

Sostienen en principio que lo que hoy entendemos por imperio es algo diferente al imperialismo. En la era moderna, en Europa, la soberanía de los Estado Nación fueron la piedra angular de los imperialismos, estos fueron una extensión de esa soberanía más allá de sus propias fronteras.

La declinación de la soberanía de los Estados Nación y su incapacidad para regular los intercambios económicos y culturales, muestran, según señalan los autores, uno de los síntomas de ese “imperio” que comienza a emerger. El imperio comienza a florecer a partir del ocaso de la soberanía moderna. Los autores entienden por soberanía moderna a la soberanía capitalista, una forma de mandato que sobredetermina la relación entre la individualidad y la universalidad como una función del desarrollo del capital. En virtud de las labores de la maquinaria de la soberanía, la multitud[7], nuevo sujeto de la política, se convierte permanentemente en una totalidad ordenada. También señalan que la soberanía es un poder de policía, un poder que debe tender permanentemente a incluir las singularidades en la totalidad, es decir tender a la homogeneidad.

Haciendo un análisis de la dislocación de la dinámica organizacional del Estado, del pasaje de la jerarquía medieval al de la disciplina moderna y de la transformación del paradigma de la soberanía, basado inicialmente en la trascendencia del punto único de mando situado por encima del campo social, Negri y Hardt conciben el cambio como un tránsito dentro de la noción de soberanía. Afirman también que esta soberanía moderna da nacimiento al biopoder[8].

A medida que la modernidad declina, aparece una nueva etapa, donde se ve nuevamente la dramática antítesis que ya estaba en la base de la modernidad. La síntesis entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de dominación, que tan bien había teorizado Weber, aparece con una relación precaria e improbable. Los deseos de las multitudes y su antagonismo respecto de toda forma de dominación las llevan a desligarse una vez más de los procesos de legitimación que respaldan al poder soberano.

Desarrollados los principales conceptos, sobre la globalización, enfocada como un nuevo poder del imperio, los autores penetran en la articulación de la naturaleza de la soberanía imperial. Lo hacen analizando el impacto que la revolución estadounidense y la aparición de una nueva “ciencia política”, proclamadas por los autores de “The Federalist”, aplicaron sobre la tradición existente en la soberanía moderna. Mientras antes el trascendentalismo de la soberanía era presentado con las formas enunciadas en las teorías de Hobbes o Rousseau, lo que surge en EEUU la transforma en una nueva soberanía, que surge de la formación constitucional, donde fijan límites y contrapesos, frenos y equilibrios que, además de constituir el poder central, contiene el poder de las multitudes, se da una suerte de interacción democrática de las fuerzas, vinculadas entre sí en redes.

Sostienen estos autores que después de la guerra fría y del debilitamiento y decadencia de las viejas potencias, surgió la iniciativa estadounidense de constituir un orden imperial. Este proyecto imperial, hegemónico, es un proyecto de poder en red, que define una nueva fase de la historia constitucional de EEUU. De ella surge la responsabilidad de ejercer un poder de policía internacional que recayó en este Estado y que se vio en la “Guerra del Golfo” inicialmente y luego en Irak. En ella se vio claramente cómo se presentó a EEUU como la única potencia capaz de aplicar la justicia internacional en nombre del derecho global. La fuerza policíaca mundial de los EEUU obra, no con un interés imperialista, sino con un interés imperial.

No obstante, la legitimación del orden imperial no puede basarse solamente en la mera efectividad de la sanción legal ni en el poderío militar. Debe apoyarse además en normas legales internacionales. Para esto se crearon una serie de organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas (ONU), que constituyeron una autoridad central, un motor supranacional legítimo de acción jurídica. Terminada la Guerra Fría, EEUU fue llamado a ser el garante de todo este derecho supranacional. Los autores equiparan esto a lo ocurrido en el siglo I de la era cristiana cuando, por el bien público, los senadores romanos le pidieron al emperador Augusto que asumiera los poderes imperiales de la administración.

Esta obligatoriedad en responder a las demandas de paz y de orden, quizás sea una de las características esenciales del imperio, su desarrollo se basa en un contexto mundial que permanentemente reclama su existencia.

Otro aspecto que analizan los autores, es el relativo a la Constitución de Estados Unidos, a la misma la tipifican como imperial y no como imperialista. “Esta Constitución se construyó sobre el modelo que procura rearticular un espacio abierto y reinventar incesantemente relaciones diversas y singulares en red a lo largo y a lo ancho de un territorio sin fronteras”. Este proyecto constitucional y la expansión global del mismo dan forma a la idea contemporánea de imperio. Señalan: “Estamos viviendo una primera etapa de la transformación de la frontera global en un espacio abierto de soberanía imperial”.

Finalmente podemos resumir que estos autores interpretan la globalización como el fin del imperialismo, la crisis de soberanía del Estado Nación, la consolidación globalizada del trabajo inmaterial, el ocaso de la dialéctica, el surgimiento de un imperio sin territorio y sin centro pero que está en todas partes, la aparición del biopoder y el surgimiento de la multitud como sujeto político que enfrentará al imperio.

Otro autor que analiza el fenómeno de la globalización es Aldo Ferrer, quien lo hace en varias de sus obras[9]. No considera este fenómeno como algo nuevo aunque lo divide en varias etapas de lo que llama el orden mundial. Describe la primera etapa a partir del siglo XV, con el descubrimiento de América, etapa que la viabiliza con la superioridad naval de las potencias atlánticas, que posibilita ampliar el comercio por todo el mundo. Esta etapa es legitimada en lo material por un acendrado mercantilismo y en lo espiritual por una fuerte acción del catolicismo.

La segunda etapa la ubica entre el 1800 hasta 1914, es coincidente con la revolución industrial y la consolidación de los imperialismos, especialmente el inglés, que fue la potencia que más desarrolló este tipo de dominación. Los avances tecnológicos contribuyeron a consolidar esta etapa que se caracterizó por la necesidad de materias primas para satisfacer las demandas de los países industrializados, el libre comercio fue el paradigma económico de esta etapa.

Durante los años de 1920 a 1935, se dio una especie de desglobalización, como consecuencia de las crisis financiera mundial y la II Guerra Mundial.

Luego de esta conflagración, surgió nuevamente otra etapa de la globalización, un nuevo orden mundial, caracterizado por la nueva relación de fuerzas y el bipolarismo, la aparición de nuevas tecnologías que acortaron los espacios y transformaron el comercio y las finanzas, en los últimos años la informatización aceleró estos procesos.

Dice Ferrer que la globalización plantea interrogantes fundamentales de cuya resolución depende el desarrollo e integración de Latinoamérica. Hay buenas respuestas como podría ser la conformación de bloques, que dan más fuerza a los países que lo integran, o respuestas malas que solo traen desintegración y miseria a las regiones. También expresa que hay que distinguir entre hechos reales y ficciones de la globalización.

El ya mencionado Alejandro Dabat[10] sostiene que la globalización no es más que una nueva configuración espacial de la economía y sociedad mundial, bajo las condiciones del nuevo capitalismo informático global. Este autor analiza la nueva configuración espacial del mundo globalizado desde varios planos. El primero es el alcance territorial (extensión) del sistema capitalista en relación a otros; sostiene que el capitalismo transitó varias etapas, el capitalismo liberal del siglo XIX, el capitalismo monopolista – financiero de las últimas décadas del siglo XIX, el capitalismo fordista mixto, hasta llegar actualmente al capitalismo informático global. Es en esta etapa donde adquiere su carácter mundial en relación con su extensión territorial, con características como su movilidad, su papel integrador de los segmentos más avanzados de la producción, su papel trascendente en la toma de decisiones y regulador de las transacciones en el mercado. El segundo plano es el de los niveles de articulación tecnológicos, tecno-económico, socio económico, social, cultural o demográfico. El tercer plano es el de los niveles de integración territorial, comprenden las instituciones propiamente espaciales del capitalismo, ciudad, región, Estado nacional, orden mundial. Por último las articulaciones en torno a la síntesis histórica sistémica.

Es interesante para interpretar la hipótesis que sostiene este autor, ver la conceptualización que hace de varios términos, como por ejemplo: Internacionalización, como una extensión absoluta y relativa de las relaciones entre el Estado, entidades e individuos de distintas naciones. Transnacionalización, o extensión a través de las naciones de actividades funcionalmente integradas, no necesariamente dependientes de alguna nación particular. Se incluirían en esto, redes de comunicación, nuevo tipo de empresas transnacionales, etc. Mundialización, alcance mundial de las relaciones internacionales, transnacionales o supranacionales. Supranacionalización, creación y extensión de instituciones multinacionales o mundiales que implican, cesión formal de soberanía de los Estados, participantes de una entidad superior, por ejemplo Unión Europea.

Por último, este autor que interpreta la globalización con un enfoque espacial, comparte con otros como Sergio Boisier[11], que este fenómeno ha llevado a la conformación simultánea de un espacio único y múltiples territorios. Ellos diferencian espacio de territorio en que en el primero, más ligado a la globalidad, se tiende a una homogeneidad, mientras que en el segundo se dirige a la heterogeneidad, es un lugar con significado, valores e historia.

Con un criterio diferente analiza la globalización Octavio Ianni[12]. Para él este fenómeno no fortifica las particularidades del territorio. En la “Sociedad Global”, donde prioriza una sociedad supranacional, consecuencia de que las naciones se vieron demasiadas pequeñas como unidades de comercio y demasiado grandes como unidades de administración. Ianni no desestima el Estado Nación pero afirma que cualquier proyecto nacional será factible si se adecua o está en consonancia con la plataforma de los movimientos que hegemonizan la sociedad global. Por otra parte esa sociedad global, influye en las condiciones de vida, trabajo, sentir, etc. de individuos, grupos, minorías, clases sociales y continentes. Este autor muestra a la sociedad global como una verdadera estructura de enajenación. Por último podemos decir que interpreta a lo nacional como un eslabón para la cadena global y al Estado Nación como una institución que debe, en todas las dimensiones, compartir y tensionar sus políticas con otros actores.

También con criterio diferente ha analizado la globalización Ohmae Kenichi[13], que fue más allá de lo analizado por Ianni, y pronosticó la desaparición del Estado Nación. En su análisis sostiene que la función de intermediación del Estado Nación ha cesado y los mercados mundiales funcionan por su cuenta. Que aquellos en la actualidad solo estorban el funcionamiento de la economía global y propone la conformación de “Estados Región”, los cuales desconocerían las fronteras, las soberanías nacionales, constituyendo verdaderas unidades operativas de las economías mundiales. En definitiva, su teoría sostiene que el Estado Nación, obstruye la uniformidad que requiere la actual globalización y por lo tanto hay que eliminarlo.

Con respecto a su propuesta de Estados región, define a éstos como verdaderas unidades operativas en la economía mundial actual. No los define la ubicación de sus fronteras políticas sino su tamaño y la escala adecuada. En este mundo sin fronteras que menciona el autor, serían Estados región, las unidades geográficas como el norte de Italia; el alto Rin (Baden-Wütemberg); Gales, Hong Kong en China meridional; Silicon Valley en San Francisco California; la región Ródano-Alpes de Francia centrada en Lyon, con estrechos lazos mercantiles y culturales con Italia; la región de Languedoc- Rosellón centrada en Toulouse, que tiene estrechos vínculos con Cataluña; el nuevo “Gran Triangulo del Crecimiento”, presentado en 1992, en el estrecho de Malaca, que conecta Penang, Medan (ciudad indonesia de Sumatra) y Phuket en Tailandia. Estas unidades operativas que constituyen Estados región como vemos, pueden o no encontrarse dentro de una nación determinada, dice Ohmae. En términos prácticos no tiene ninguna importancia. Lo importante es que tengan capacidad autónoma para aprovechar las cuatro “íes” de la economía mundial: la capacidad de inversión, no sometida a limitaciones geográficas o políticas; la industria sería la segunda “i”, no condicionada por razones de Estado, sino por la necesidad de atender mercados atractivos allá donde se encuentren; la tercera “i” es la tecnología de la información, que permite que las alianzas estratégicas transfronterizas se hayan reducido; ya no es necesario trasladar a un ejército de expertos ni un ejército de trabajadores, la capacidad está en la red y puede estar a disposición en cualquier lugar y cuando haga falta y la última “i” son los individuos consumidores. Finalmente, los Estados región serían puntos de entrada eficaces para la economía mundial, porque las características que los define están conformadas por las exigencias de esa economía.

Comparaciones de las distintas interpretaciones sobre el fenómeno de globalización y conclusiones finales.

Hemos visto hasta ahora varias interpretaciones del fenómeno de globalización, que se podrían agrupar en aquellas que analizan al mismo con mayor énfasis en lo político, sin descartar otras esferas; las que enfatizan en lo espacial y las que lo enfocan desde el punto de vista del mercado exclusivamente. Desde ya, estos enfoques al dar prioridad a un componente, no descartan ni dejan de analizar los otros, es así que el que enfoca el fenómeno, desde el punto de vista político, poniendo el énfasis en las relaciones de poder, como lo hace la obra de Hardt y de Negri, quienes también consideran los aspectos económicos y espaciales del fenómeno. El análisis de Ferrer, además de lo político y económico le agrega su interpretación de globalización como un viejo fenómeno que se adecuó en etapas a la realidad de la época. El enfoque espacial visto en este trabajo, en la postura de Dabat y Boisier tampoco deja de considerar que la nueva configuración espacial abarca lo económico y social y por lo tanto analiza las incidencias que esta nueva configuración espacial ejerce sobre las esferas política, social y económica. El último enfoque que analizamos, el que se centra en aspectos del mercado —como el de Ianni y Ohmae—,en su visión economicista de la globalización no dejan de subordinar aspectos políticos y sociales a los objetivos del mercado.

A estos diferentes conceptos de la globalización, sus autores también proponen ideas de cómo contrarrestarlos o apoyarlos. En el caso de Hardt y Negri, que consideran a la globalización como el nuevo proyecto de dominación del imperio, proponen un fuerte accionar desde lo que ellos llaman “multitud”, nuevo sujeto político, que intentará separarse del axioma de orden que impone la soberanía moderna y tratará de crear un contra imperio con una nueva democracia, donde se elimine el concepto de soberanía.

No son pocos los que criticaron la teoría sustentada en “Imperio” y luego en “Multitud”; uno fue el politólogo Atilio Borón[14], quien comienza marcando el desacuerdo en el tema. Lo que critica Borón es que Negri trate a los que se inclinan por la opción nacional, como reaccionarios. Según Borón esta lucha se debe dar combinando ambas opciones. Tampoco concuerda con el “globalismo abstracto” que plantean los autores de “Imperio”. Otro punto de crítica es el tema de la defunción del Estado Nación que plantean los autores y la escasa importancia que le asignan a cualquier lucha planteada y resuelta a través de la toma del poder en ese ámbito.

Otro de los críticos a las teorías de Hardt y Negri es James Petras[15], que los acusa de no entender la historia de los EEUU y anunciar el epitafio del imperialismo mientras este país libra varias guerras coloniales: EEUU es un imperio que se basa en el imperialismo. Por otra parte también critica el intento de disolver la estructura y los movimientos de clase en una “multitud” amorfa, mientras en varios lugares del mundo y en especial en Latinoamérica se producen levantamientos de clase.

También afirma que casi el 75% de las quinientas empresas multinacionales más grandes son de propiedad y tienen sede en EEUU y Europa, donde el Estado lucha para abrir mercados e impone condiciones favorables para la inversión y toma las decisiones estratégicas sobre ubicación, tecnología e investigación. Es por eso que no comparte la idea de un mundo de empresas multinacionales sin Estado. Además por medio de la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el FMI, etc. los gobiernos estadounidense y europeos formulan todas las formas posibles, las reglas y las estructuras que favorecen la posición de sus multinacionales.

Con respecto a la postura de la nueva configuración espacial de la globalización, sostenida por Boisier y Dabat, la misma se basa en los conceptos de espacio y territorio, homogeneidad y heterogeneidad, entre otros. No desecha el Estado Nación, solamente sostiene que el nuevo Estado sufre una serie de cambios que lo adaptan a la nueva realidad, alejada del concepto estadocéntrico que imperaba en épocas pasadas, para pasar a interactuar con organizaciones supranacionales y subnacionales, hablan de un Estado que debe compartir poder, sin perder su rol de coordinador principal de todos los intereses en juego y defensor de los intereses generales de sus representados.

Con respecto a la homogeneidad, es decir la uniformidad, principio que sostienen Ianni y Ohmae, el primero cuando dice que la uniformidad lleva a la desterritorialización, y el segundo cuando manifiesta que el Estado obstruye la uniformidad y por lo tanto hay que destruirlo. Otro que también parte de la uniformidad que impone el imperio es Negri. Hay otros como Dabat y Boisier, que rescatan la heterogeneidad que surge a partir de la revalorización del territorio y la proyectan hacia un aprovechamiento positivo del fenómeno de globalización. Ellos hablan de espacio único y múltiples territorios. También desechan la idea de la desaparición del Estado Nación pero, por el contrario, sostienen que el Estado se revaloriza con otras características diferentes a las que conocíamos hasta la aceleración de este nuevo fenómeno de globalización, es decir un Estado que debe ampliar el alcance de la política ya que ésta no es patrimonio exclusivo del Estado Nación. Sostienen que nosotros no solo somos ciudadanos de un Estado nación, sino que fundamentalmente somos ciudadanos de una ciudad, de una región, etc. por lo tanto no hay desarrollo nacional sin desarrollo subnacional y supranacional.

Por último, mi conclusión personal sobre el fenómeno y la interpretación que los diferentes autores tratados hacen sobre el tema es que, este fenómeno que vivimos en la actualidad y que hasta el presente tiene un final abierto, posee aspectos importantes de los enfoques tratados, los enfoques político, espacial y económico. Como todos los fenómenos anteriores, el imperio, el imperialismo o el neocolonialismo, el actual, la globalización es un nuevo intento de dominación de los más poderosos hacia los más débiles.

Si bien es cierto que tiene algunas semejanzas con el concepto de Imperio, que en la actualidad se podría comparar a los conceptos que se tratan de imponer con el “eje del mal” o las “guerras preventivas” inscriptas en la estrategia norteamericana. Pero también visualizo una falta de homogeneidad que profundiza la brecha en Occidente, brecha que amenaza la unidad del mundo occidental.

Pienso que el fin de la guerra fría, profundizó las diferencias entre EEUU y Europa. Por un lado el primero abandonó su estrategia de contención y el segundo dejó de depender de la protección del “paraguas atómico” norteamericano. Pero además la diferencia que se profundiza es la de valores. Hay dos visiones diferentes de Estado, sociedad y del mundo. En el mundo bipolar de la guerra fría, nunca el mundo occidental cuestionó las acciones e intervenciones directas o indirectas de EEUU, los miembros de la Alianza Atlántica nunca cuestionaron la legitimidad de esa hegemonía norteamericana dentro de Occidente que derivaba de la estructura bipolar del mundo. Actualmente Europa y en particular Francia y Alemania cuestionan la política internacional de EEUU[16]. Estos Estados de la Unión Europea, se opusieron a la invasión a Irak y son principales referentes de esa Unión. En definitiva parecería que el escenario que actualmente presenta la globalización está alejándose de la hegemonía de un poder único; visualizo una fuerte lucha por quebrar esa hegemonía americana, no solo por parte de Europa, sino también por algunas potencias asiáticas.

Con respecto a cómo enfrentar este fenómeno, posiblemente las grandes potencias lo harán con estrategias proactivas y los más débiles con estrategias reactivas. Creo que lo interesante es determinar si la globalización es impuesta desde afuera o es aceptada y aprovechada con decisión propia. Con este último criterio me inclino por la postura sostenida por los autores que interpretan el fenómeno desde la nueva configuración espacial, especialmente cuando revalorizan el territorio como un elemento diferenciador de la homogeneización que impone la globalización.

También rescato la fortificación y adaptación del Estado Nación, como elemento esencial del territorio en este nuevo mundo globalizado.

* Profesor de Grado Universitario y Licenciado en Ciencia Política graduado en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Coronel (R) del Ejército Argentino.

 

Citas bibliográficas y notas

[1] Zygmunt Bauman. La globalización: consecuencias humanas. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1999.

[2] Dabat, A. Globalización: Capitalismo Informático- Global y Nueva Configuración espacial del mundo. Mimeo 2000, Universidad Nacional Autónoma de México.

[3] El autor utiliza el concepto de Revolución Productiva, en el sentido de revolución “industrial” de Marx, diferente al concepto de revolución tecnológica, ya que involucra la transformación de la producción y la vida social.

[4] Jordi, Borja y Manuel Castells. Lo Local y Global. La Gestión de Las Ciudades en la Era de la Informatización. México: Taurus, 1997, p. 59. “El aspecto relativamente nuevo es que los procesos de exclusión social más profundos se manifiestan en una dualidad intrametropolitana, particularmente en las grandes ciudades de casi todos los países, siendo así que en distintos espacios del mismo sistema metropolitano existen sin articularse y a veces sin verse, las funciones más valorizadas y las más degradadas, los grupos sociales productores de información y detentadores  de riqueza en contraste con los grupos sociales excluidos y las personas en condiciones de marginación”.

[5] Boisier, Sergio. “Globalización, Geografía Política y Fronteras”, Documento Preparado para el Congreso Nacional de Ciencia Política (“Entre la Soberanía y la Globalización: La Ciencia Política Frente al Milenio”), Santiago de Chile, mayo del 2002.

[6] Hardt Michael, Negri Antonio. Imperio. Buenos Aires: Paidós, 2002.

[7] Hardt, Michael y Negri, T.- Multitud, Guerra y Democracia en la Era del Imperio, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2004. Los autores piensan la “Multitud” como un lugar donde conviven armoniosamente todas las diferencias, ellos hablan de hacer multitud, es decir construir un momento, un dispositivo, un proyecto que comprenda todos los aspectos, minorías del mundo y singularidades.

[8] Estos autores en su libro “Multitud, Guerra y Democracia en la Era del Imperio” definen el biopoder como un poder casi absoluto, que amenaza no solo a un Estado, sino a la humanidad misma,  como consecuencia de las armas de destrucción masiva. Señalan que este tipo de armas, rompió con la lógica que la guerra tenía durante la modernidad. Esta era tomada como una dialéctica, donde existía un momento negativo y un momento positivo, que era la reconstrucción y modificación de la sociedad afectada por el hecho bélico.

La aparición de las armas de destrucción masiva, corto con esta lógica, con esta dialéctica que persistió durante tanto tiempo y aparece el tema del biopoder, es decir el poder que da la posibilidad de acabar con la raza humana.

[9] Ferrer, Aldo. Historia de la Globalización. Tomo 1 y2. México: Fondo de Cultura Económica, 1996 y 2000.

[10] Dabat, Alejandro. Op. cit.

[11] Boisier, Sergio. La globalización: una emergencia sistémica. Santiago de Chile: Universidad Complutense, 1996.

[12] Ianni, Octavio. La Sociedad Global. Buenos Aires: Siglo XXI, 1998.

[13] Ohmae, Kenichi. El Despliegue de las Economías Regionales. Bilbao: Ed. Deusto, 1995.

[14] Borón, Atilio. Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri. Buenos Aires: CLACSO, 2000.

[15] James Petras, Sociólogo Doctorado en la Universidad de California Berkeley, ex asesor de S. Allende, el MST Brasilero, columnista de la “La Jornada” México. Autor de El nuevo Orden criminal.

[16] Juan Archivaldo, en un artículo del diario La Nación de fecha 27/4/2005, expresa: “Lo que los europeos temen, no es que los EEUU, quieran controlarlos, sino que han perdido el control de los EEUU y en consecuencia la dirección de los asuntos mundiales. Europa en definitiva vive un sistema que rechaza la fuerza. La regla de derecho reemplaza el juego de poder y la moral sostenida por EEUU. Europa es laica, la visión del presidente Busch es religiosa.”

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