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UN G7 PARA UN OCCIDENTE CONVULSIONADO

Roberto Mansilla Blanco*

Los líderes mundiales en la reunión del G7. Foto: AFP

Entre el 13 y 15 de junio se celebró en la región de la Apulia italiana, la 50º Cumbre del Grupo de los Siete (G7) Un foro de impacto y trascendencia a la hora de discutir y tomar decisiones sobre problemáticas globales, con particular incidencia para los intereses occidentales. Están ahí presentes la Unión Europea, EEUU, Canadá, Japón, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido pero también participan organismos como la OTAN y la Unión Africana y otras economías emergentes que no son miembros (Brasil, Argentina, India, Sudáfrica, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, entre otros) en gran medida alineados dentro de las esferas de intereses occidentales.

En el pasado, cuando las relaciones con Rusia no eran de la tensión permanente que observamos desde la invasión militar a Ucrania de 2022, este foro se llegó a denominar el G7+1, muy probablemente concebido de acuerdo con las expectativas occidentales de atraer a Moscú hacia sus esferas de influencia y, eventualmente, alejarla de cualquier asociación estratégica con China, el eterno «dolor de cabeza» occidental. Pero el momento 2024 indica otra realidad: la intransigencia occidental y «atlantista» vía sanciones y aislamiento hacia Moscú derivó precisamente en un reforzamiento ruso de sus alianzas euroasiáticas, especialmente con China. Así, la segunda economía mundial y una potencia llamada a liderar el siglo XXI, en este caso China, no está presente en el G7.

Esta edición de 2024 incluyó, entre otros temas, las crisis de Ucrania y Gaza, el desarrollo de África, el cambio climático, la migración, la seguridad económica en la región Indo-Pacífico, los retos de la inteligencia artificial y la energía. Con este panorama resultaba evidente que esta cumbre implicaría la adopción de una especie de «frente común» por parte del G7 occidentalizante para afrontar un convulsionado panorama internacional.

El cerco a Rusia y China

La presencia en Apulia del presidente ucraniano Volodymir Zelensky fue una confirmación de esta perspectiva y más cuando la misma se realizaba como antesala de la cumbre de la Paz para Ucrania en Suiza (15 y 16 de junio).

Una cumbre, la de la paz en Ucrania, en la que Rusia, parte integral del problema, no fue invitada, algo incomprensible si realmente se quiere llegar a una paz en ese conflicto. Y más aún cuando, con anterioridad, ese Occidente que se antojaba pacifista se volvió repentinamente belicista, despreciando otras iniciativas de paz como las de China, Brasil y Sudáfrica.

A pesar de los esfuerzos de la gira internacional de Zelensky y de sus apoyos occidentales, otros países con peso como China, India o Arabia Saudí, entre otros, declinaron asistir a ese encuentro en Suiza argumentando la falta de equidad de esta cumbre precisamente por la ausencia rusa. En total confirmaron su participación 92 países: 57 a través de jefes de Estado y de Gobierno y los otros 29 con embajadores y ministros.

Putin entró súbitamente en escena mientras finalizaba la cumbre del G7 y como antesala de la cumbre de paz de Ucrania. En Apulia se fortaleció el apoyo occidental a Ucrania con la dotación de 40.000 millones de euros vía activos rusos congelados por las sanciones y la renovación de las promesas por iniciar negociaciones de admisión ucraniana en la OTAN.

Consciente de que su ausencia condicionaba cualquier avance de la cumbre de Suiza, el presidente ruso quiso tomar la iniciativa reclamando protagonismo: respondió ofreciendo la posibilidad de un alto al fuego en el frente ucraniano a condición de que Kiev retirara sus fuerzas de las localidades de Zaporiyie, Jersón, Donetsk y Lugansk y anunciara su renuncia a ingresar en la OTAN. Washington se apresuró a rechazar estas peticiones rusas.

La presencia de Zelensky en la cumbre del G7 implicaba la necesidad de mostrar, cuando menos formalmente, el compromiso de ayuda occidental al aliado ucraniano, mismo volviendo a mencionarse la posibilidad de un ingreso express de Ucrania en la OTAN. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (quien debía dejar este cargo el año pasado pero aún no existe consenso sobre su sustituto) propuso un paquete de ayuda de € 100.000 millones para Kiev hasta 2029; precisamente coincidiendo con el período de legislación del próximo Parlamento Europeo salido de las elecciones del pasado 9 de junio (9J) e, igualmente, con la mayor parte del actual período presidencial de Putin hasta 2030.

El mensaje es claro: Occidente no abandonará a Ucrania, cuando menos no durante los próximos cinco años. Pero hay matices: el compromiso con Zelensky quedó en € 40.000 millones para este 2024 pero aún debe avanzarse en ese consenso, que tampoco es total entre los miembros del G7, de la OTAN y de la UE.

Sigamos con el contexto global en el que se celebran estas cumbres del G7 y de la Paz en Ucrania y que pueden ofrecer pistas importantes sobre las decisiones que se tomen ahí.

Con estos encuentros en marcha la fragata rusa Gorshkov, con submarino nuclear incluido, se acercó al puerto de La Habana, lo que es decir a escasas millas de las costas estadounidenses. Toda vez la maquinaria mediática se puso en marcha, comprometida con el sensacionalismo y la espectacularidad de la noticia comparándola con hechos históricos como fue la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, desde Washington se apresuraron a restar importancia al asunto porque esta aproximación de la fragata rusa «no constituye una amenaza».

Desde Moscú, Putin argumentó «compromisos militares» con su aliado cubano. Mirando el trasfondo, con el foco en las repercusiones globales de la guerra ucraniana, el peligro de una escalada nuclear siempre está presente entre Washington (6.800 armas nucleares) y Moscú (7.000), algo que conocen muy bien desde hace décadas.

Seguimos con el peligro nuclear. Estos días aparecieron noticias sobre la renovación de las tensiones fronterizas entre tres potencias nucleares, China (270 armas nucleares), India (130) y Pakistán (140). Recordemos que en la cumbre del G7, el tema de la seguridad en la región del Indo-Pacífico es unos de los temas estratégicos. China, y con menor intensidad India, son aliados rusos, más firme en el caso de Beijing, en la guerra ucraniana; además estos tres países son miembros de un BRICS en ascenso.

Pakistán es un aliado importante chino precisamente para contrarrestar el peso geopolítico de una India que viene de reelegir como presidente al nacionalista radical Narendra Modi. India juega complejos equilibrios entre Occidente, China y Rusia además de manejar sus propios intereses, particularmente imperativos en las disputas fronterizas con Pakistán (región de Cachemira) y China (Tíbet). Y aquí se enmarcan algunos de los objetivos occidentales «atlantistas» relativos a intentar implosionar el eje sino-ruso, desde Ucrania hasta o Indo-Pacífico, sin desestimar Taiwán.

Miremos ahora al Cáucaso, donde el presidente armenio Nikol Pashinyan, de orientación prooccidental, anunció precisamente esta semana la salida de Armenia de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), organismo defensivo constantemente comparado con la OTAN pero impulsado por Rusia en el entorno euroasiático.

Armenia, fuertemente dependiente de la energía rusa y ruta de tránsito de oleoductos y gasoductos desde el mar Caspio, se ve igualmente convulsionada en protestas contra Pashinyan por sus cesiones territoriales a la vecina Azerbaiyán tras la «guerra relámpago» de finales de 2023 en torno al enclave (ahora ex armenio) de Nagorno Karabaj, hoy prácticamente en manos azeríes. El mandatario armenio acusa a Moscú y a la OTSC de inclinarse a favor de los intereses azeríes en detrimento de los armenios. Pero tras la caída de Nagorno Karabaj llegaron a Armenia millares de refugiados descontentos con Pashinyan.

Como en la vecina Georgia con la aprobación de la «Ley Rusa» contra agentes extranjeros, en Armenia se libra un pulso geopolítico entre Rusia y Occidente que puede explicar la eventual ampliación de un «frente de guerra» de Ucrania hasta o Cáucaso.

Volvemos a Ucrania. En Kiev los servicios de seguridad se felicitaron porque las armas de la OTAN prometidas para las fuerzas armadas ucranianas ya están teniendo efecto en ataques dentro del territorio de la Federación rusa. Lo que es lo mismo; ya comienza a evidenciarse en Ucrania una guerra directa a cámara lenta entre la OTAN y Rusia. No obstante, en Kiev y Bruselas son conscientes del desequilibrio militar con  respecto a Rusia, de los avances de la contraofensiva militar rusa (Járkov), de los problemas de Zelensky para reclutar efectivos y de la necesidad imperiosa de una ayuda occidental que no se traduzca únicamente en armamento y dinero sino también en tropas especializadas. Cuando menos si atendemos las declaraciones de algunos de sus líderes, Europa ya observa casi como inevitable este conflicto con Rusia.

Ante la pretendida «amenaza rusa», Alemania ensaya retornar al servicio militar obligatorio; Polonia lleva tiempo acelerando la instrucción militar entre la población civil. También comienzan a tener incidencia mediática y política nuevos escenarios conflictivos que se vislumbran en los países bálticos; Polonia; Moldavia-Transnistria.

Una UE cada vez menos «europeísta»

Finalmente, la UE vive la resaca del ascenso de los populismos, de la ultraderecha y de los partidos euroescépticos en las recientes elecciones parlamentarias del pasado 9 de junio. Se estima que estos partidos ocuparían casi el 25% del próximo Parlamento europeo hasta 2029.

El momento político en la UE no es sencillo para sus élites y menos para algunos de sus presidentes, como es el caso del francés Emmanuel Macron, quien debió convocar a elecciones legislativas anticipadas, muy golpeado por el ascenso de la ultraderecha de Marine Le Pen. De hecho, figuras de la derecha francesa comienzan a acercarse a Le Pen con algunas consecuencias políticas, como fue la expulsión de Éric Ciotti como líder del conservador Los Republicanos. Las divisiones en la derecha tradicional y la izquierda francesas abren las expectativas de una posible abrumadora victoria de Le Pen en las próximas legislativas.

Tampoco le va bien al canciller alemán Olaf Schölz, que ve el ascenso de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), partido acusado desde diversos círculos políticos y mediáticos de presuntamente tener vínculos con el Kremlin. Macron y Schölz, presentes en el G7, ven condicionado y golpeado el histórico eje París-Berlín que siempre manejó el europeísmo da UE.

El horizonte electoral es preocupante para ellos: Alemania (2026) y Francia (2027) tendrán elecciones generales en un contexto de guerra en Ucrania, quien sabe si guerra directa con Rusia y ascenso de la ultraderecha y de los populismos euroescépticos. Si bien no está en la UE desde el Brexit, el primer ministro británico Rishi Sunak, también presente en la cumbre de Savelletri, se juega su cargo en las elecciones generales convocadas para el próximo 4 de julio. Por su parte la presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, busca consolidar un nuevo mandato hasta 2029 pactando si es necesario con la ultraderecha en ascenso.

Mientras se habla con normalidad de una escalada bélica como si fuera de una Champions League militar, la «amenaza rusa» es el «enemigo conveniente» para un Occidente «atlantista» que intenta reconstruirse pero que se observa trastornado por el hecho de que precisamente Rusia resiste y sigue en pie; y porque los recientes resultados electorales en Europa no son los esperados por Bruselas mientras Moscú juega también con fuerza en este escenario.

Antecediendo a la cumbre del G7 se celebró en San Petersburgo un Foro Económico Internacional (5-7 de junio) con exitosas alianzas para Rusia con países asiáticos, africanos y latinoamericanos. Moscú maneja con China un nuevo eje Sur-Sur que también tiene incidencia dentro de los BRICS: Turquía, miembro de la OTAN, anunció su interés en ingresar en ese organismo, que puede tener su antesala en la próxima cumbre de los BRICS a celebrarse en noviembre en la localidad rusa de Kazán. Manteniendo igualmente sus equilibrios geopolíticos, Turquía comienza cada vez más a apostar por un ascendente eje euroasiático sino-ruso «despidiéndose» discretamente de Occidente.

Todo esto gravitaba en torno al G7. Le tocaba a Italia realizar esta cumbre por su presidencia rotativa en el organismo. La anfitriona Giorgia Meloni, exultante por sus buenos resultados electorales del 9J, hizo del encuentro un espacio de relajación estilo Dolce Vita para preparar un segundo semestre de 2024 que se apremia convulso y difícil. Porque el ojo de Bruselas está en Washington, en esas presidenciales en EEUU entre Trump y Biden, cada quien apremiado, directa o indirectamente, por escándalos con la justicia. Un Biden que busca la reelección pero atenazado en dos guerras en las que manifiesta o su «doble rasero»: mientras arma a Ucrania pide el cese al fuego en Gaza.

En la Apulia estuvieron también presentes el presidente brasileño Lula da Silva, un crítico con la ayuda a Ucrania y muy próximo al eje sino-ruso vía BRICS, y el polémico y extravagante mandatario argentino Javier Milei, aliado de Meloni y nueva «superstar» de la ultraderecha populista y liberal transatlántica. Mientras desmantela el Estado, Argentina está viviendo protestas por el programa de shock de Milei y el aumento de los índices de pobreza, calculado en un 55% de acuerdo con algunas investigaciones. En esta cumbre del G7, Meloni busca también su escaparate internacional para potenciar una agenda «ultra» y «antiprogresista», cada vez más afianzada a nivel global.

Por cierto, este 14 de junio comenzó en Alemania la Euro 2024. Y la próxima semana  vendrá la Copa América. Un mes completo de fútbol de alto nivel, con Messi, Mbappé, CR7, Bellingham….en el centro de atención. Y ya sabe, fútbol, pan y circo para el pueblo mientras el mundo se desliza hacia el escenario más peligroso y convulso desde la II Guerra Mundial.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/un-g7-para-un-occidente-convulsionado-roberto-mansilla-blanco/.

TURQUÍA Y LOS BRICS

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: News.Az (Azerbaiyán)

El ministro turco de Exteriores, Hakan Fidan, anunció este 4 de junio la intención de Turquía de ingresar en los BRICS. La declaración fue bien recibida en Moscú. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, felicitó a Ankara por su decisión asegurando que esta petición se estudiará con atención en la próxima cumbre del organismo a celebrase en la ciudad rusa de Kazán en octubre. Antes, a mediados de junio, se celebrará en Nizhny Nóvgorod una reunión ministerial de los BRICS, donde muy probablemente la petición turca tendrá una aceptación de carácter más formal.

Fidan indicó que los BRICS podrían constituir para Turquía una «buena alternativa» a la Unión Europea, organismo al cual Ankara lleva décadas pidiendo su admisión ante el notorio retraso de Bruselas y el rechazo de varios países europeos. Visto entre líneas, esta declaración de Fidan podría constituir un definitivo portazo turco a sus históricas aspiraciones de ingreso en la UE, cuyas relaciones con Ankara se han visto mermadas desde la llegada al poder en 2003 del actual presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

De este modo, un Erdogan que aparentemente observa cierto declive político decidiría instalar a Turquía, miembro de la OTAN, en un nuevo mecanismo de integración, en este caso los BRICS, que le permita equilibrar los altibajos en sus relaciones con Occidente. Este eventual ingreso turco mide así el pulso dentro de los BRICS en un momento clave para la reconfiguración de los equilibrios de poder a nivel global. El pasado 1º de enero ingresaron en ese organismo Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, siendo todos ellos aceptados como miembros en la cumbre realizada en Johannesburgo en julio de 2023. Tailandia, Indonesia, Kazajstán y Venezuela, entre otros, también presentaron solicitudes de membresía.

Antes de la llegada de Javier Milei a la presidencia, Argentina también estaba en la lista de ingreso tras esa cumbre en Sudáfrica. Pero el propio Milei ya declaró durante la campaña electoral que, en caso de ganar, no aceptaría el ingreso argentino a los BRICS, como finalmente ocurrió. La razón principalmente argumentada desde Buenos Aires es que los BRICS alberga «regímenes autoritarios» como los de Rusia, China e Irán. Por tanto, la posibilidad del ingreso de Turquía en los BRICS serviría para este organismo para suplir esa negativa de Milei.

Durante este año también se especuló con el presunto interés mexicano por ingresar en los BRICS, finalmente negado por las actuales autoridades de ese país. No obstante, está por ver si con la nueva presidencia de Claudia Sheinbaum termine apostando por acercarse a este organismo multipolar y multilateral. México es uno de los principales socios comerciales de China además de mantener una relación de normalidad con Rusia, a pesar de la guerra en Ucrania.

Por tanto, el momento de los BRICS luce relevante aunque no menos condicionado por las actuales crisis internacionales. La cumbre de 2023 aceleró los mecanismos de «desdolarización» de  la economía mundial, reforzando con ello los imperativos geopolíticos del eje euroasiático sino-ruso, muy cohesionado desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Un eje geopolítico y geoeconómico al que también están asociados, con diversos grados de intensidad, países emergentes como Turquía, Irán e India. La cumbre de Johannesburgo también aceleró las bases de una nueva arquitectura del poder global de perfil multipolar, que permita establecer equilibrios para estas potencias emergentes ante la preponderancia de organismos globales como el G7, el G20 y la ONU.

El 2024 también ha sido estratégicamente electoral para los miembros de los BRICS, confirmando con ello la continuidad en el poder de algunos de sus líderes. Han sido los casos del ruso Vladimir Putin, reelecto en marzo pasado para un nuevo período hasta 2030; y recientemente el indio Narendra Modi, quien acaba de ganar las elecciones en su país aunque con un margen más ajustado de lo previsto.

Mientras el presidente chino Xi Jinping y su homólogo brasileño Lula da Silva siguen en el poder sin aparentes atisbos de afrontar crisis políticas internas, la muerte en mayo pasado por accidente aéreo del presidente iraní Ibrahim Raïsi empaña ese momento clave para el relanzamiento de los BRICS. Por otro lado, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa perdió a comienzos de junio las elecciones legislativas, poniendo fin a tres décadas de poder del Congreso Nacional Africano, partido fundado por Nelson Mandela. Irán y Sudáfrica deberán ahora definir nuevos liderazgos que, a priori, no afectarían sus respectivas membresías ni tampoco su peso geopolítico dentro del BRICS.

Es indudable que la geopolítica es un activo clave para los BRICS. En este sentido comienzan a evidenciarse los movimientos tectónicos de las nuevas alianzas globales al calor de las transformaciones suscitadas por las guerras en Ucrania y Gaza. El presidente ucraniano Volodymir Zelensky realizó una sorprendente visita a Filipinas, un país con frecuentes tensiones con China por reclamaciones marítimas, para «agradecer» su apoyo a Kiev. Para mediados de junio está prevista en Suiza una conferencia de paz sobre Ucrania organizada por el gobierno suizo.

Esta visita ha generado suspicacias en un momento en que el eje «atlantista» EEUU-OTAN-UE refuerza su apoyo a Zelensky ante la ofensiva militar rusa toda vez se observa un dinamismo cada vez mayor dentro del sureste asiático en torno al AUKUS, alianza impulsada en 2021 por EEUU, Gran Bretaña y Australia y que comienza a ampliar sus esferas de influencia hacia Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y precisamente Filipinas.

Volviendo a la aspiración turca de ingresar en los BRICS, todo dependerá de la agilización de los mecanismos de admisión de cara a la cumbre de Kazán. La economía turca atraviesa un período de crisis y estancamiento, con elevada inflación y depreciación de su moneda, la lira turca. Con este panorama, y más allá de los intereses geopolíticos y geoeconómicos, ingresar en la arquitectura financiera de los BRICS podría suponer para Ankara una especie de salvavidas económico ante la posibilidad de acceder a una cartera de créditos y fondos que le permitan garantizar la estabilidad económica en estos tiempos convulsos.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. 

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EUROPA: ELECCIONES BAJO CONVULSIÓN

Roberto Mansilla Blanco*

La Unión Europea se juega su futuro con las elecciones parlamentarias previstas para el próximo 9 de junio. En estos comicios se elegirán 720 diputados para el período 2024-2029, cuyas decisiones tendrán repercusiones para las 450 millones de personas que habitan dentro del espacio comunitario.

No obstante, el clima previo a estos comicios muestra síntomas de violencia política, en gran medida determinados por la dinámica del conflicto ucraniano, la creciente polarización política interna y las consecuencias de la recomposición de las alianzas geopolíticas estratégicas a nivel global, particularmente ante la consolidación del eje euroasiático sino-ruso y la dependencia europea de los imperativos «atlantistas» vía OTAN.

Este clima de violencia política llevó a un inesperado intento de asesinato del presidente de gobierno eslovaco Robert Fico el pasado 15 de mayo. Con anterioridad el presidente serbio Aleksandr Vucic también sufrió una tentativa similar. En el caso del mandatario eslovaco, las autoridades sospechan de un militante de extrema derecha considerado «prorruso», un perfil similar al de su víctima, a quién los mass media vinculan presuntamente con el Kremlin por sus críticas y reticencias a la hora de secundar la ayuda militar y económica para Ucrania. Así, los intentos de asesinato contra Fico y Vucic pueden verificar una pista de «rusofobia» en aumento en Europa.

La pista «rusa» parece redimensionarse hacia otros escenarios, particularmente la guerra en Ucrania. La visita sorpresa a Kiev del secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken fue un «espaldarazo» para su anfitrión Volodymir Zelenski, actualmente en horas bajas. La visita de Blinken da a entender los temores occidentales ante la efectividad de la ofensiva militar rusa hacia la estratégica localidad de Járkov, que ampliaría el control militar del Kremlin en el este y centro ucranianos. Toda vez la superioridad militar rusa contrasta con los problemas de reclutamiento de efectivos que tiene Zelenski. Estas preocupaciones muy probablemente influyeron para que el presidente ucraniano suspendiera a última hora una gira prevista por España y Portugal.

Esto nos lleva directamente a Moscú, el nuevo «imperio del mal» para Europa. Un Vladimir Putin que oficialmente entronizó un nuevo mandato el pasado 6 de mayo también dio un volantazo político estratégico: destituir a su ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, por un civil, Andréi Belousov, un tecnócrata con demostrada eficacia en la gestión económica.

Este inesperado giro político en el Kremlin que afecta al poderoso estamento militar deja varias claves en la mesa: reestructuración de las altas esferas de poder, juegos de equilibrios entre los clanes políticos, posible purga encubierta y redefinición de las prioridades a favor de una ‘economía de guerra’ con capacidad para mantener el esfuerzo bélico a largo plazo. Todo esto afectará no sólo en el frente ucraniano sino también en la cada vez más evidente «guerra silenciosa» entre Rusia y la OTAN. Y, por supuesto, en las decisiones que tome el próximo Parlamento Europeo.

Por otra parte, Putin viajó a Beijing (16-17 de mayo) para reforzar la alianza estratégica con su homólogo chino Xi Jinping. La puesta en escena confirma la solidez del eje euroasiático sino-ruso antes las presiones occidentales. Xi venía de realizar una gira por Europa tras cinco años de ausencia por Francia, Serbia y Hungría, en este último país donde anunció junto a su aliado y anfitrión Viktor Orbán la apertura de una fábrica de coches eléctricos en el país centroeuropeo.

En esa gira europea, Xi consolidó las alianzas euroasiáticas sino-rusas con Serbia (aspirante al ingreso en la UE) y Hungría (miembro de la UE y de la OTAN) toda vez envió un sutil mensaje a Francia sobre los nuevos reacomodos geopolíticos globales.

No salimos del espacio euroasiático. Tras varios días de violentas protestas y represión policial, el Parlamento georgiano aprobó (15 de mayo) una polémica Ley contra Agentes Extranjeros, coloquialmente denominada «Ley rusa» por su similitud con la que impera en Rusia desde 2022. Con esta ley, activistas y ONGs locales que reciban un mínimo de 20% de financiación exterior serán sometidos a una vigilancia extrema y posible expulsión del país caucásico.

La «Ley rusa» condiciona un pulso geopolítico entre Rusia y Occidente por controlar esferas de influencia en el Cáucaso, una región estratégica para la seguridad nacional rusa, ruta de paso de proyectos energéticos desde el mar Caspio y entrada geográfica al volátil y convulso Oriente Próximo.

Como había sucedido con el «Maidán» en Kiev en 2014, altos cargos europeos, en este caso de los gobiernos de Islandia, Estonia y Lituania, viajaron a la capital georgiana Tbilisi para manifestar su apoyo a las protestas populares contra la «Ley rusa» argumentando que aleja a Georgia de sus negociaciones de ingreso en la UE, abiertas oficialmente en diciembre pasado. Si bien la presidenta georgiana Salomé Zubarishvilii vetó la ley, el Parlamento muy probablemente volverá a ratificarla.

Luego está Oriente Próximo. Israel aprovechó una coyuntura relevante (polémica en Eurovisión; Día Nacional y Nakba palestina del 15 de mayo; votación en la ONU para ampliar los derechos palestinos como Estado miembro) para lanzar su ofensiva militar en Rafah, paso previo para una expulsión definitiva de los palestinos de Gaza. Con todo, el gobierno de Benjamín Netanyahu ve afectada su imagen internacional por el genocidio en Gaza, lo cual repercute en un aislamiento diplomático en el que incluso su aliado irrestricto estadounidense comienza a marcar ciertas distancias.

Netanyahu está perdiendo la batalla de la narrativa ante la opinión pública internacional e incluso interna, con fuertes cuestionamientos de los ciudadanos israelíes sobre el costo de una ofensiva militar que no termina de dar completamente sus frutos ni de derrotar a un Hamás, aparentemente más consolidado como movimiento de resistencia palestino.

Por otra parte, el inesperado fallecimiento del presidente iraní Ibrahim Raisi y varios de sus ministros en un accidente aéreo este 19 de mayo implica directas consecuencias en temas relevantes para la seguridad internacional como el futuro del programa nuclear iraní (en el que Europa tiene voz en la negociación con Teherán) y el pulso regional entre Irán e Israel. Todo esto sin desestimar las claves internas en el propio país persa, que pueden anunciar cambios políticos.

Volvemos a Europa. Ante este convulsionado contexto exterior los visos de preocupación y cierta desesperación se notan en los círculos de poder en Bruselas ante el avance de las opciones «euroescépticas», de populismos extremistas críticos con Bruselas e incluso de opciones consideradas como «prorrusas».

La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ya habla abiertamente de constituir un frente parlamentario de derechas incluso amparando el blanqueamiento y normalización de apoyos de esos partidos extremistas y «euroescépticos» o «antieuropeístas». Incluso existen expectativas «apocalípticas» para el proyecto europeísta: algunas encuestas advierten que hasta un 25% del próximo Parlamento Europeo estaría dominado por este espectro político extremista y crítico con las élites europeístas.

Por otro lado, la polémica visita a Madrid (17-19 de mayo) del presidente argentino Javier Milei para asistir a un acto de su aliado VOX donde también participaron líderes críticos con Bruselas como Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Viktor Orbán también da a entender que esta especie de «frente anti-UE» está surcando incluso los límites atlánticos y quiere tener incidencia en los próximos comicios parlamentarios.

Todas estas variables explican la posible existencia de fuerzas centrípetas dentro de la UE que presionan por cambiar su ethos de espacio de pacificación y de cohesión social hacia una vertiente cada vez más confrontativa y militarista. En medio de este contexto convulso, Europa vive momentos de zozobra y de aparente incapacidad para reconducir una crisis cada vez más estructural.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

                                             

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en: https://www.novasdoeixoatlantico.com/europa-eleccions-baixo-convulsion-roberto-mansilla-blanco/.