ESTADOS UNIDOS, RUSIA Y CHINA. LA NUEVA ESTRATEGIA DE TENSIÓN.

Giancarlo Elia Valori*

En la noche del 17 de marzo, la diplomacia occidental y analistas políticos de todo el mundo seguían cuestionando las verdaderas razones del brutal ataque verbal del presidente Joe Biden contra su homólogo ruso Vladimir Putin (“un asesino…”), cuando en Anchorage, Alaska, la diplomacia estadounidense arremetió frontalmente contra una delegación china de alto nivel durante lo que se suponía que sería la primera gran cumbre entre Estados Unidos y China desde que la nueva administración asumió el cargo en Washington. presidencial.

Aquellos que habían imaginado que con el fin de la era Trump, las relaciones internacionales de Estados Unidos volverían a las fronteras elegantes de la diplomacia y el “multilateralismo” rápidamente tuvieron que ser informados.

Joe Biden hizo su debut internacional ordenando el bombardeo de una aldea iraquí que albergaría a milicianos chiítas respaldados por Irán.

Entre 22 y 27 personas han muerto como resultado de la acción, no se sabe si fueron guerrilleros o víctimas colaterales. El hecho es que un presidente que ha ordenado fríamente una acción de guerra necesariamente sangrienta, llevada a cabo en el territorio de un Estado soberano, llama a su colega ruso “un asesino” y al mismo tiempo declara que China es un “enemigo estratégico” de los Estados Unidos.

Esta nueva línea de agresión insospechada del nuevo inquilino de la Casa Blanca fue de hecho fuertemente compartida por el nuevo secretario de Estado, Antony Blinken (que era el número 2 de Hillary Clinton cuando se concibió la deshonrada operación de “acercamiento” a las milicias libias, que costó, en 2012, la vida del embajador Chris Stevens), quien en la noche del 17 de marzo abrió la cumbre con los chinos, acusando a Beijing en términos inequívocos de reprimir a la minoría musulmana uigur en Xinjiang, de acciones antidemocráticas en Hong Kong y de “ataques cibernéticos contra Estados Unidos”.

La respuesta de Jang Jei Chi, jefe de relaciones exteriores del Partido Comunista Chino, a su vez se salió de los rieles de la cortesía diplomática: “Estados Unidos —respondió el diplomático chino— utilizó su fuerza militar y hegemonía financiera para aplastar a otros países… abusan de la llamada doctrina de seguridad nacional para obstaculizar el comercio e incitar a otros estados a atacar a China… Tienen que abandonar esta mentalidad de la Guerra Fría. Esta no es la manera de tratar con nuestro país, la cooperación puede beneficiar a ambas partes, pero debemos seguir el protocolo diplomático”.

La cumbre terminó con un vago acuerdo preliminar sobre la lucha contra el cambio climático, no sin otra “desviación” de los cánones de la diplomacia, cuando Blinken canceló abruptamente la cena con la delegación china en un gesto que los invitados encontraron innecesariamente grosero e irrepetible.

La cumbre de Anchorage, sin sentido, también afectará negativamente el problema de las relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte.

La red tejida por Donald Trump para convencer a los líderes norcoreanos de iniciar un proceso de desnuclearización real del país se ha vuelto cada vez más evanescente desde que el presidente estadounidense, a mitad de su mandato, demostró que estaba más interesado en su reelección que en las relaciones internacionales, hasta el punto de que su secretario de Estado, Mike Pompeo, regresó de un papelón en Roma donde no había sido recibido por el Papa Francisco, evidentemente irritado por la injerencia estadounidense en las relaciones entre el Vaticano y China, también hizo una innecesaria antesala en Pyongyang, cuando el líder norcoreano Kim Jong Un se negó a recibirlo.

Aquellos que esperaban un cambio de música con la nueva administración presidencial, tuvieron que cambiar de opinión.

Si el problema de una Corea del Norte equipada con armas nucleares y portaaviones modernos se considera un problema real, entonces Foggy Bottom debe reconocer que su solución pasa por Beijing, porque sin sólidas garantías chinas, Kim Jong Un difícilmente abandonará su estrategia de autodefensa atómica.

Por tanto, parece muy difícil para el nuevo Secretario de Estado reabrir el canal de diálogo con Corea del Norte, insultando duramente a un invitado de la delegación china en territorio estadounidense, mientras Estados Unidos —en el silencio de la nueva administración— es atravesado por una ola de protestas por la violencia que sufren los estadounidenses de origen asiático.

Incluso los rusos, tras el frío ataque lanzado por televisión por Biden contra Putin, reaccionaron con una firmeza indiferente: el embajador en Washington fue llamado a Moscú —una medida apenas menos grave que la ruptura de las relaciones diplomáticas— y Putin se contentó con ironizar sobre la salud y estado mental de su colega estadounidense, mientras que su canciller, Sergey Lavrov, absteniéndose de comentar las acusaciones del presidente estadounidense, prefirió ir a Beijing el 21 de marzo para consultas con el presidente Xi Jinping.

En resumen, frente a una administración estadounidense que quiere parecer decididamente más agresiva que la de Trump, que al final de su mandato ha logrado actuar como catalizador de las nuevas relaciones entre Israel y el mundo árabe, Rusia y China están fortaleciendo los lazos y la cooperación, con la creación de un eje que pueda trasladar al este el verdadero centro de gravedad de las relaciones internacionales, sin descuidar la atención geoestratégica que tanto Moscú como Beijing dedican al Mediterráneo.

Mientras que los rusos, de hecho, están firmemente presentes en Siria, donde tienen su sede en el puerto de Latakia y son los principales socios de Damasco en la reconstrucción del país de las ruinas de la guerra civil, los chinos, que tienen la flota comercial más grande del mundo, después de haber dedicado energía e inversiones al teatro africano, han pasado por el Mediterráneo realizando fuertes inversiones en Grecia (se dice que después de haber “conquistado” El Pireo miran cuidadosamente a Palermo y Trieste) y un sólido inicio de contactos con Israel para el uso del puerto de Haifa.

China, como Israel, de hecho ha salido de la crisis pandémica del Covid 19 y parece inteligentemente orientada a favorecer el renacimiento de la economía internacional después del colapso posterior a la emergencia sanitaria.

En esta situación, en la que los países más avanzados del mundo deberían tratar de implementar esfuerzos conjuntos y sinérgicos para reactivar la economía a nivel mundial, superando viejas y obsoletas vallas ideológicas, Estados Unidos incluso piensa en trasladar la atención de la OTAN hacia el Este, con miras a la confrontación con Rusia y China que parece querer revivir el clima más sombrío y fatal de la Guerra Fría.

Una estrategia de tensión, la inaugurada por el presidente Biden y su secretario de Estado Blinken, a la que Europa mira con evidente vergüenza, a sabiendas de que sólo un enfoque innovador de las relaciones comerciales, financieras y políticas a nivel mundial será capaz de sacar a nuestro mundo de la crisis más grave del siglo.

Una estrategia de tensión que parece miope e injustificada y que no tiene en cuenta el antiguo dicho de que “donde pasan los bienes, los soldados no pasan”.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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CHINA, POLÍTICA EXTERIOR Y CAMBIO CLIMÁTICO

Isabel Stanganelli*

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La cuestión del cambio climático ha obrado como uno de los disparadores más sólidos a favor de la búsqueda de energías alternativas desde la década de 1980. Numerosas reuniones procuraron alcanzar un acuerdo global sobre el régimen climático posterior a 2012, año de vencimiento del Protocolo de Kyoto mediante el cual los países industrializados se comprometieron a reducir —para el período 2008-2012— sus emisiones colectivas de gases que causan el efecto de invernadero en un 5,2%, respecto a 1990.

El acuerdo fue suscrito en la ciudad japonesa de Kioto el 10 de diciembre de 1997 por 34 países industrializados. Para que el protocolo entrara en vigor, tenía que ser ratificado por los países industrializados causantes del 55% de las emisiones de estos gases pero cuatro de ellos no lo hicieron: Estados Unidos (responsable por el 36,1% de las emisiones entre los países industrializados en 1990), Australia (2,1%), Liechtenstein (0,001%) y Mónaco (0,001%).

Los Estados Unidos argumentaron que esa firma no solo dañaba su desarrollo económico al obligarlos a destinar presupuesto a innovaciones tecnológicas sino que aducía que existían países menos obligados por ser subdesarrollados que contaminaban más. Se refería a Brasil, China, India, México, entre otros. Obviamente Washington no participó del encuentro de la ONU en Japón.

Independientemente de la importancia del tema para la supervivencia de la vida en el planeta, esta cuestión presenta aristas personales. Fui seleccionada con seis meses de anticipación para asesorar a la delegación argentina en Kioto. Las carpetas coincidían con la posición común de nuestros vecinos de América del Sur. Entonces se apersonó la Sra. María Julia Alsogaray como portavoz del entonces presidente e indicó que Argentina firmaría en consonancia con los Estados Unidos. O sea: no firmó. Impotencia de la delegación y obviamente también mía.

Casi 20 años después, la crisis ucraniana de 2014 fue testigo de profundos cambios en los patrones energéticos mundiales. La politización de conflictos previos por el gas natural que importaba desde la Federación de Rusia y en gran parte transportaba hacia Europa occidental, significó arduas negociaciones y finalmente descartó el proyecto de gasoducto South Stream, el 1º de diciembre de ese año, destinado a abastecer a clientes europeos.

Ante esta situación se incrementaron los esfuerzos europeos de búsqueda de otros proveedores. Cabe acotar que estas fuentes solamente podrían sustituir parte de los hidrocarburos necesarios y que luego del accidente nuclear de Fukushima I, Japón, en marzo 2011, esa fuente resultaba controversial.

Por otra parte, rigen sanciones contra las exportaciones e inversiones en tecnologías de vanguardia aplicadas a la exploración y explotación de petróleo ruso que se suman a la violenta caída del precio del petróleo en los mercados internacionales. Esta situación guarda relación con el ingreso de Estados Unidos como país exportador, políticas de la OPEP y reducción de la demanda mundial —notoriamente de China—, entre otras causas.

Los acontecimientos originados en 2014 pusieron en marcha procesos cuya evolución está produciendo cambios en las actividades de producción de energía, en los hábitos de consumo y en las decisiones políticas en el mundo. Han sido muchos los esfuerzos internacionales para intentar revertir el calentamiento planetario. Una de las más importantes iniciativas guardó relación con la sustitución de los hidrocarburos y combustibles fósiles por otras fuentes alternativas de energía. Se han realizado inversiones notorias en fuentes solares, eólicas, mareomotrices, undimotrices y otras. Al mismo tiempo, se enunciaron objetivos para reducir la emisión de contaminantes, tanto en el mundo desarrollado como en el que no lo está. Todos estos objetivos encontraron obstáculos y desacuerdos. En la Cumbre Renovables 2005, realizada en Alemania, así como en las realizadas con posterioridad, tampoco se lograron acuerdos rotundos. En aquel caso se propuso que el 14% de la energía producida en el mundo proviniera de fuentes alternativas. Estados como Brasil y China, en su condición de países subdesarrollados, superaban entonces ese porcentaje en su matriz energética. Se puede destacar la posición de India, que destacó que cumpliría con todos los objetivos establecidos pero que no firmaría ningún acuerdo, pues no deseaba verse obligada por un documento internacional. Estos tres casos se destacan pues en su calidad de países subdesarrollados, los plazos para lograr los objetivos establecidos en Cumbres previas eran más largos y podían contar con ayuda internacional para alcanzarlos. Hemos visto que esta normativa fue cuestionada por Estados Unidos para no adherir a los acuerdos. Los argumentos de Estados Unidos para evitar compromisos fueron emulados por otros Estados.

El hecho es que a pesar de los años trascurridos, la reducción del precio internacional del barril de petróleo vuelve cada vez más costoso el desarrollo de fuentes convencionales y alternativas de producción energética en función de la ecuación costo-beneficios. Solo las mayores petroleras podrían sostenerse diversificándose contando con su capacidad de adaptarse a las nuevas normas del mercado, a la competencia resultante y al respaldo económico que les otorga más tiempo que a otras empresas de menor envergadura.

Mientras Rusia y China adoptaron desde 2014 medidas de cooperación energética, Estados Unidos se aseguró el primer lugar como país exportador de petróleo extra OPEP y varios países europeos están retornando al uso del carbón, si bien en condiciones ambientales menos contaminantes que las históricas.

En estas circunstancias, en 2020, China anunció planes para lograr cero emisiones para 2060. Junto con la exportación de su vacuna Covid-19 constituyen dos manifestaciones de soft power. Volviendo al cambio climático, el Presidente Xi Jinping en la cumbre del Día de la Tierra —22 de abril 2021— del presidente estadounidense Joe Biden, Xi señaló la estrategia esbozada en el 14º Plan Quinquenal de China para limitar el crecimiento del consumo de carbón y lograr la neutralidad del carbono para 2060.

El 20 de abril, Xi se había comunicado con el príncipe saudí Mohammad bin Salman apoyando las propuestas y medidas de Arabia Saudí a respecto. Una semana antes, Xi se reunió con la canciller Angela Merkel y el presidente Emmanuel Macron y acordaron trabajar más estrechamente en el cambio climático. No debería considerarse un gesto geopolítico… pero la diplomacia con Occidente es más que evidente.

Biden sostuvo una continuidad con su predecesor Trump en cuanto a una competencia estratégica con China aunque no descartó cooperar con Beijing en cuestiones transnacionales que requieren una respuesta colectiva —como el cambio climático—. Este tema puede ser una oportunidad para relaciones más benignas entre los mayores poderes y al mismo tiempo cambiar la mirada de Occidente sobre China, apaciguando tanto a la audiencia nacional como a la internacional.

Además, la exportación de fuentes de energía alternativa “made in China” es un objetivo más de inversión china.

 

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas. 

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GUAYANA ESEQUIBA: SI NO ES EN LA CORTE, ENTONCES DÓNDE Y CÓMO

Abraham Gómez R.*

Cifras considerables —producto de análisis y registros creíbles— del Fondo Monetario Internacional revelan que Guyana obtuvo, en 2020, un crecimiento de su PIB, por el orden del 86%; incluso, se especula que sobrepasó en un 14 por ciento a la misma China, en su incremento de riquezas.

Nos enteramos que, en el primer trimestre de este año, han aumentado las operaciones de “exploración y las exportaciones petroleras de Guyana” (¿…?). Aprovechamiento de lo que no les pertenece.

La temeraria aseveración anterior la colocamos entre comillas adrede y con interrogantes dudosas; porque el Bloque Stabroek (donde se han activado los pozos Payara, Liza y Uaru) se encuentra en la proyección atlántica tanto de la Zona en Reclamación, como en la prolongación marítima correspondiente al Delta del Orinoco (que no entra y jamás ha estado involucrada en el presente litigio).

El Bloque Stabroek tiene (26.800) kilómetros cuadrados; con recursos recuperables descubiertos actualmente; cuya estimación alcanza a más de 8 mil millones de barriles de petróleo.

No hay el menor recato para dar a conocer, por parte de La ministra de Recursos Naturales de Guyana Vickram Bharrat, que el descubrimiento citado se suma a la consideración en cifras que ellos manejan de recursos de aproximadamente 9.000 millones de barriles de petróleo de reservas probables que se calculan para la zona. Área —precisamente— que la hemos puesto siempre en contención. Proyección atlántica aún por definirse, en lo que atañe a la Zona en reclamación.

Las autoridades guyanesas se ufanan que sus estimaciones proporcionan una perspectiva entre 700.000 y un millón de barriles diarios; pero —diremos nosotros— dentro del ámbito geográfico, que reivindicaremos, porque siempre ha sido nuestro. Además, añaden sin remilgos, que la excolonia británica puede llegar a ser el país con el mayor caudal financiero líquido disponible y de ingreso per-cápita. Tal vez, la nación en el mundo, con el mayor número de barriles de petróleo por habitante.

La Zona Esequiba (y su proyección marítima) donde están operando las citadas empresas nunca ha sido ni británica ni guyanesa; lo que ha habido es una descarada ocupación abusiva de las transnacionales, a partir de concesiones fraudulentas e ilegales que recibieron de los gobiernos guyaneses. Entregas impregnadas de añagaza económica; por cuanto, contrarían el espíritu, propósito y razón del Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966.

Pronunciemos —para que lo escuchen allá— una y muchas veces: los convenios suscritos, de buena fe, entre Estados son para ser cumplidos; tal como en efecto lo admite de suyo el principio Pacta Sunt Servanda.

Sin embargo, nos preguntamos: ¿hacia dónde apuntan las miradas de las autoridades de nuestra Cancillería?

Nos parece que ya es tiempo que quienes manejan la política exterior de Venezuela consignen las debidas denuncias —suficientemente documentadas— ante las instancias internacionales correspondientes, por la vileza cómo viene operando ese enjambre de empresas transnacionales, con la anuencia de los gobiernos guyaneses.

Cuando tuvimos la ocasión de recorrer el país —en casi todas sus universidades— dictando la conferencia, “Guayana Esequiba: litigio histórico y reivindicación en justicia”, nos agradó el inmenso interés que la mencionada controversia ha despertado y concitado en bastantes sectores de la población venezolana. Como nunca, debo decirlo con honestidad, la gente desea explicaciones sobre lo acaecido el 03 de octubre de 1899, y suscrito en la írrita y nula sentencia arbitral, denominada Laudo Arbitral de París.

Con objetividad y detenimiento, hacemos en cada exposición discursiva un análisis crítico del vil despojo del cual fuimos víctima, hace más de un siglo, mediante la citada tratativa perversa de talante político-diplomática.

Motivado a la pandemia, ahora los intercambios los llevamos a cabo vía zoom, en las redes sociales, por radio o televisión. Importante y lo que interesa es no quedarnos callados, ni dejar “adormecer” este asunto de inmensa repercusión nacional.

Reconocemos que han aflorado en todas las regiones aportes significativos para alcanzar pronto un arreglo “práctico y satisfactorio”, en este pleito. Esa alternativa pudo haber sido una solución, algunos años atrás. A mi modo de ver, ya está superada; porque el asunto controversial escaló a nivel de la Corte Internacional de Justicia; y en ese Tribunal no hacen “arreglo” de tal tipo; sino que aplican el derecho; y solo, excepcionalmente, por mutuo acuerdo de las partes, podría dar una solución ex aequo et bono.

Por las redes, nos hemos encontrado con todas las opiniones habidas y por haber. Conjeturas inimaginables, posiciones contradictorias; críticas bien fundamentadas hacia las autoridades de la cancillería, por la opacidad informativa en la aparente defensa de los intereses del Estado venezolano. Señalan los silencios cómplices, las declaraciones destempladas o extemporáneas, las elogiosas frases a la contraparte, en escenarios internacionales.

Estudiosos del litigio, que piden la palabra en las video-conferencias, para preguntar: ¿por qué tantas permisividades, de parte de Venezuela para con las empresas transnacionales, que están esquilmando nuestros recursos (de todo tipo) incalculables?

Afloran varias propuestas un poco desentonadas o desencajadas; pero, respetadas también por la forma, el fondo y la intención como son expuestas. Todas son oídas y analizadas.

Tenemos una reclamación centenaria que ahora se dirime en la Corte Internacional de Justicia.

Juicio que se lleva adelante; el cual no se paralizará por ausencia de alguna de las partes. Y que incluso, de acuerdo con el artículo 53 del Estatuto de la CIJ puede llegar a haber resolución sentencial, así alguna representación concernida no se haga presente.

Este Alto tribunal de la Haya —como ya se sabe— el 18 de diciembre del año pasado, admitió su jurisdicción y competencia para proceder a conocer forma y fondo en este pleito, conforme al recurso interpuesto por Guyana, cuya pretensión procesal (contenida en su petitorio) nos resultará fácilmente desmontable; por cuanto, no poseen el menor asidero histórico-jurídico de lo que en el escrito solicitan a la Sala juzgadora de la Organización de las Naciones Unidas.

Nuestra delegación fue citada, el 26 de febrero del 2021, para la primera audiencia oral (denominada vistas procesales); con la finalidad de exponer nuestros alegatos de los hechos, sustentados en el pleno derecho que poseemos sobre esas tierras; así también argumentar, a nuestro favor, con los elementos de probanza que tenemos —y que son bastantes—. Nuestros escritos no admiten prueba en contrario

¿Qué pasó en esa fecha? No asistimos al citado evento. Para entonces, hubo una decisión del Ejecutivo Nacional de no comparecer. Se prefirió provocar una “reunión de cortesía internacional” que, aunque válida en estos casos de controversias entre Estados, no surte mayores efectos jurisdiccionales.

Hay quienes se inclinan —como estrategia de recuperación— un enfrentamiento bélico. Sin embargo, mayor sensatez percibimos en quienes piensan que el desarrollo conjunto sería una opción valedera.

Mucha gente en Venezuela, cree que debemos denunciar (desaplicar contenido) el Acuerdo de Ginebra para buscar soluciones, con mayor libertad, no obligantemente según el artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas.

Escuchamos exposiciones que mencionan la venta de la Zona en Reclamación, y proceder a repartir el producto entre Venezuela y Guyana. Otros que prefieren que de darse una sentencia en la Corte Internacional de Justicia sea favorable a las 9 etnias que allí habitan. Hay quienes aportan como solución la conformación, en esa área, de una nueva nación, con población de Venezuela y Guyana.

Mi posición sigue invariable, y la he justificado en los siguientes términos: si poseemos suficientes elementos probatorios para exponer y alegar que la Guayana Esequiba siempre ha sido nuestra jurídica, cartográfica, demográfica e históricamente, no debemos rehuir el “combate” al que estamos convocados para el 08 de marzo del 2023. Debemos solicitar que se transmita para el mundo entero, el momento cuando hagamos la consignación por escrito de nuestro memorial de contestación de la demanda; la cual estará munida de argumentos irrebatibles.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Miembro de la Fundación Venezuela Esequiba. Miembro del Instituto de Estudios de la Frontera Venezolana (IDEFV).

 

Publicado originalmente en Disenso Fértil https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/