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GUAYANA ESEQUIBA VENEZOLANIDAD REFORZADA ANTE LA DISYUNCIÓN EN LA CIJ

Abraham Gómez R.*

Sin lugar a dudas que tenemos una seria amenaza en ciernes. Hay sospechas de que la Corte Internacional de Justicia (CIJ), este viernes 18 de diciembre del 2020, al parecer va a sentenciar —declararse con Jurisdicción y Competencia—, aunque nuestro país no se haga presente en el juicio, en el asunto litigioso suficientemente conocido.

A cada instante y en todas partes nos preguntan que si con la decisión que pueda tomar la Corte perderemos, de manera definitiva, la Zona en Reclamación. Diremos que son bastantes inquietudes que afloran; y que estamos, en la medida de nuestras posibilidades, impelidos a dar respuestas para concienciar, como siempre, a la opinión pública nacional, sobre este álgido caso de Derecho Internacional.

Primero, dejamos sentado que no le estamos quitando nada a nadie. La Guayana Esequiba histórica y jurídicamente siempre nos ha pertenecido.

Venezuela tiene los Justos Títulos traslaticios, que confieren carácter posesorio sobre los disputados 159.500 km2 y su proyección atlántica, desde el 8 de septiembre de 1777, con la Cédula Real de Carlos III, al crearse la Capitanía General de Venezuela; donde quedaron integradas las provincias de Caracas, Maracaibo, Nueva Andalucía (Cumaná), Guayana hasta el río Esequibo, Margarita y Trinidad.

Los gobiernos que ha tenido Guyana, de cualquier signo político, ya sea del partido Indoguyanés el Partido del Progreso Popular (PPP), de Cheddi Jagan o el afroguyanés, el Congreso Nacional Popular (CNP), de Forbes Burnham o el actual en el gobierno de Irfaan Ali; aunque se antagonizan entre ellos para muchas cosas, pero coinciden en el desacato al contenido y aplicación del Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966; por cierto, el único instrumento jurídico que tenemos donde queda plasmado el reconocimiento del ardid tramposo en nuestra contra con el Laudo Arbitral de París de 1899.

Los ingleses en su momento y los guyaneses ahora insisten en el error histórico de desconocimiento de la propiedad que tuvo España en el inmenso territorio delimitado en la margen izquierda del río Esequibo.

Los ingleses perpetraron vulgares actos de Ocupación (que no Posesión), para crear asentamientos poblacionales en la Guayana Esequiba con migraciones forzosas traídas por ellos desde África, Asia y varias partes del mundo, para ocupar, hacerse de eso a la fuerza.

Explicamos que todo acto de Posesión lleva implícitos factores característicos; los cuales confieren a tal hecho especificidades, que son condicionantes exigibles que se describen de la siguiente manera: la Posesión debe ser pacífica, evento público del conocimiento generalizado, de buena fe para argumentar e improtestada. Que nadie vea lesionado su patrimonio.

Si se actúa así, la Posesión queda protegida jurídicamente y genera la posibilidad para invocar el Principio de Adquisición por Prescripción. Los ingleses no hicieron Posesión sino Ocupación.

De tal manera, que no debemos tener ningún temor; porque poseemos todos los elementos probatorios: socio-históricos, cartográficos, políticos y jurídicos, los cuales nos avalan, asisten y respaldan satisfactoriamente; y conforman un legajo de Títulos importantes para exponerlos cuando corresponda.

Heredad de la cual nos enorgullecemos; por cuanto, la alcanzamos en cruentas batallas por la Independencia de Venezuela. Son nuestros registros materiales para exponerlos en una mesa de discusión ante los pares guyaneses. Nuestros documentos soportan, además, cualquier discernimiento y propician el desmontaje de la vileza de la cual fuimos objeto.  Documentos Iuris et de Iure. Es decir, no admiten pruebas en contrario.

Segundo, este es un asunto que va mucho más allá de los gobiernos.

Hay que seguirle dando tratamiento de Política de Estado. En consecuencia, se han practicado todas las diligencias en su debido tiempo y oportunidad, por la reivindicación en Base Legis.

La delegación de nuestra Cancillería entregó, en su debida oportunidad, el Memorial de Contestación de la demanda que nos ha incoado la excolonia británica. Se consignó por ante la presidencia de la Corte Internacional de Justicia, el documento contentivo de la posición nuestra sobre el particular. Allí quedó sentado, que escogimos la vía de la No Comparecencia.

Me explico, nuestro país no reconoce la Jurisdicción y menos la Competencia de la Corte Internacional de Justicia para discernir y sentenciar en este pleito, que provocó, unilateralmente la delegación guyanesa, contrariando el Estatuto de la propia Corte.

No estamos rehuyendo la confrontación jurídica en el Alto Tribunal de La Haya.

Nos hemos limitado a invocar la No Comparecencia, el cual es un acto jurídico, legítimamente consagrado en el Derecho Internacional Público; mediante éste, un Estado no acepta ni Jurisdicción ni Competencia de la CIJ.

En nuestro caso, no admitimos —respetuosamente— como buena y propia esa Corte, porque no somos firmantes del Pacto de Bogotá de 1948. Tampoco fuimos consultados, como debió hacerse, por la contraparte en este asunto litigioso, para llevar esta controversia hasta allá.

La Parte guyanesa violentó la sucesividad que contempla el artículo (33) de la Carta de las Naciones Unidas, para la solución de pleitos entre Estados que pueda poner en peligro la paz de ambos y de la región.

La sucesividad significa que deben irse agotando las siguientes fases: la negociación, la investigación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección. Ellos se fueron directamente, al arreglo judicial, sin utilizar la figura del arbitraje, que es posible todavía darle vigencia; o regresar a la negociación directa; como también, apelar a un nuevo Buen Oficiante.

Un tercer elemento a considerar, lo podemos sintetizar como sigue: a pesar de que Guyana, en la Pretensión Procesal ante la Corte pide que se declare Cosa juzgada el asunto de la Guayana Esequiba, luego del Laudo Arbitral, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha considerado, prioritario y necesario, que ese Tribunal debe estar informado de todos los motivos de hecho y de derecho, en el que las partes se basan en lo que atañe a su competencia y jurisdicción en este específico caso.

Exactamente, tal será lo que dirimirá, este viernes en horas de la tarde, el jurado sentenciador en Los Países Bajos.

Ellos revisarán, a la luz de los artículos 36 y 37 de la normativa que los rige si poseen Jurisdicción y Competencia para conocer, en esencia, el contenido del Recurso interpuesto por Guyana contra Venezuela; así también, examinarán y darán su veredicto si Guyana hizo una correcta formulación de la demanda.

Venezuela debe saber que nos encontramos ante dos posibles escenarios: que la Corte se declare con Jurisdicción y la consecuente Competencia. Entonces, continúa el proceso. El Alto Tribunal invitará a la delegación venezolana a hacerse Parte del juicio.

Caso contrario, si la Corte da por buena sus predeterminaciones y escruta en estricta juridicidad la narrativa de los hechos y los fundamentos de derecho que entregó la delegación nuestra, no caben dudas que la Corte se declarará sin Competencia y sin Jurisdicción; y procederá a reenviar el caso al Secretario General de la ONU, para que llame a las Partes y alcancen otro mecanismo de solución de esta centenaria controversia.

Por encima de las circunstanciales (y estructurales) separaciones ideológicas, este caso debemos encararlo unidos. Primero que todo está nuestra venezolanidad

Otra advertencia sobre el particular, me permite señalar que, si los propósitos en la Política Exterior de Venezuela apuntan con seriedad, a sistematizar el reclamo por el vil despojo del cual fuimos objeto, entonces no debemos dejar a un costado a ese inmenso conglomerado, diseminado por todos los lugares del país, que está dispuesto a aportar sus opiniones y conjeturas, con legítima razón y natural derecho.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Miembro del Instituto de Estudios de la Frontera Venezolana (IDEFV).

Artículo publicado originalmente el 14/12/2020 en Disenso Fértil https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/

NI GUERRA NI PAZ EN EL MUNDO DEL SIGLO XXI

Alberto Hutschenreuter*

Alberto Hutschenreuter. Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 400 p.

Si tenemos que definir el actual estado del mundo en pocas palabras, “inquietud estratégica” serían sin duda las más apropiadas y pertinentes.

Hace ya un largo tiempo que el escenario internacional dejó de enviar señales que hicieran posible pensar “perfiles” o “imágenes” sobre un rumbo favorable de las relaciones entre los Estados en particular y, en un sentido más abarcador, de las relaciones internacionales en general.

Si hacemos un mínimo ejercicio de comparación entre el clima internacional que existía cuando finalizó la Guerra Fría, hace casi treinta años, y el que predomina hoy, las diferencias son notables. Entonces, el solo hecho relativo con un balance entre las conjeturas optimistas y las pesimistas decía por aquellos años que las posibilidades de cooperación entre Estados contaban con realidades suficientes como para considerar un nuevo orden “en puerta”.

En efecto, sin rivalidad bipolar, sin pugnas ideológicas ni geopolíticas, con sanción militar para aquel que desafiaba los principios del derecho internacional y con una centralizadora globalización que repartía oportunidades para el crecimiento e incluso el rápido desarrollo, el mundo parecía contar con robustas chances para afianzar un patrón de concordia.

Y, aunque había sombras que cubrían parte del clima esperanzador, la lógica pro-orden internacional se mantuvo; hasta que los sucesos ocurridos el 11-S-2001 pusieron fin al ciclo de la globalización e iniciaron una etapa de hegemonía militar estadounidense que absolutizó la soberanía de Estados Unidos y relativizó la de aquellos que opusieran reparos a la lucha contra el terrorismo global.

El crecimiento de China, el reordenamiento interno de Rusia, la convergencia de ambos con Estados Unidos en su lucha central por entonces, los buenos precios de las materias primas, el “arrastre” de la globalización, etc., implicaron el mantenimiento de una esperanza precaria. Pero el clima de los primeros años de los noventa ya había desaparecido.

A partir de la crisis financiera de 2008 el mundo comenzó a tomar una dirección que acabaría por extraviarlo. Desapareció cualquier posibilidad de volver a “anclar” las relaciones internacionales a una versión “2.0” de la globalización y la lógica de rivalidad entre Estados fue el patrón que se restableció. Aunque nunca había dejado de estar en el núcleo de la política entre Estados, algunos expertos, por caso, Sergei Karaganov o Walter Russell Mead, comenzaron a hablar del “retorno de la geopolítica”, sobre todo a partir de los sucesos de Ucrania-Crimea, un hecho que profundizó el estado de hostilidad entre Occidente y Rusia.

La relación entre esos dos actores se tensó, al igual que las relaciones entre China y Estados Unidos. En Oriente Medio, los sucesos en Siria dejaron ver un conflicto con múltiples anillos en los que estaban involucrados todos, los poderes locales, los regionales y los globales. Una verdadera “caja estratégica” en la que pugnaban régimen contra oposición, Estados contra actores no estatales, insurgentes contra insurgentes, Estados contra Estados.

Para fines de 2019, a las puertas de una pandemia de alcance global entonces insospechada, todas las placas geopolíticas principales del mundo se encontraban bajo estado de tensión o de ni guerra ni paz; el gasto militar en el mundo era el más elevado de la década; el multilateralismo experimentaba un estado de declinación sin precedentes; un extraño estado de “desglobalización” se había extendido, al tiempo que se reafirmaban posiciones estato-nacional-soberanas; el nacionalismo (incluso en su versión “biológica” en algunos casos) se ensanchaba aun en el territorio de la Unión Europea; Estados Unidos, Rusia, China, más una larga lista de potencias medias de reciente ascenso desarrollaban planes de contingencia militar; cayeron tratados clave en materia de armamentos estratégicos entre Estados Unidos y Rusia; una nueva “revolución en los asuntos militares” se había desplegado en los poderes preeminentes y algunos poderes medios…

Por entonces, las “imágenes” internacionales estaban dominadas por el pesimismo. No había lugar ni siquiera para una que anticipara un curso relativo o vagamente favorable. Desde las analogías con el período internacional pre-1914 y post-1929 hasta escenarios de cooperación declinante entre Estados Unidos y China y de casi ruptura entre Occidente y Rusia, pasando por proyecciones relativas con un mundo sin control sobre los robots, todas implicaban contextos de disrupción internacional.

En ese contexto, la pandemia, el primer virus global, provocó una especia de interrupción de las relaciones internacionales. Mientras pocos consideran que cuando la situación se modere, los países, conmocionados como sucedió tras la guerra de 1914-1918, dejarán de lado los intereses y se volcarán a la cooperación, otros muchos sostienen que poco cambiará en el mundo.

Aquí advertimos que no solo nada cambiará, sino que la pandemia fungirá como el hecho para que muchas de las realidades deletéreas continúen de modo más rápido, incluso aquellas situaciones donde predomina la hostilidad podrían experimentar un agravamiento como resultado del incremento de suspicacias. Por caso, es posible que las relaciones entre China y Estados Unidos, que se resintieron bastante antes de la llegada de la pandemia, se mantengan riesgosamente por debajo de la línea de mínima cooperación, según recientes análisis.

La situación es crítica, pues no existen siquiera indicios sobre una posible configuración internacional que implique estabilidad a partir de ciertas pautas pactadas y acatadas. Peor aún, aquellos poderes mayores sobre los que recae la responsabilidad de impulsar un orden o principio se encuentran en una situación de rivalidad e incluso hostilidad. Y más todavía, la rivalidad es prácticamente integral, es decir, todos los segmentos de sus relaciones están atravesados por conflictos.

En este entorno, resulta cada vez más difícil dar lugar a aquellos enfoques que tienden a considerar que la “Paz Larga” que existe desde 1945, es decir, la ausencia de una guerra entre potencias, está destinada a convertirse en una “regularidad”.

En un trabajo publicado en la entrega de noviembre de 2020 de la prestigiosa revista estadounidense Foreign Affairs, denominado “Coming Storms.The Return of Great Power”, su autor, Christopher Layne, nos advierte que “la historia demuestra que las limitaciones de guerra entre grandes potencias son más débiles de lo que suelen parecer”. Para este autor, la competencia que existe entre Estados Unidos y China tiene un alarmante paralelo con la que mantenían antes de 1914 Reino Unido y Alemania.

Así como Raymond Aron encontraba en la Gran Guerra el equivalente a la Guerra del Peloponeso, es decir, el temor de los poderes occidentales al poder de Alemania fue el que llevó a la confrontación (como el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas los arrastró a la guerra), Layne considera que el crecimiento de China en el siglo XXI plantea un desafío al poder estadounidense (como el que Alemania planteó al del Reino Unido). Un desafío que se funda en la necesidad china de ser reconocida por Estados Unidos como su igual. No sabemos cuál podría ser el desenlace.

Las referencias anteriores son por demás importantes, no solamente por la reputación de los autores, sino porque debemos pensar en un mundo posible, es decir, un mundo sobre la base de las realidades y las experiencias, no sobre las pretensiones y creencias. En las relaciones entre los Estados, la esperanza con base en las creencias construidas desde aspiraciones jamás será una alternativa ante la prudencia con base en certidumbres sustentadas en la experiencia.

Y la realidad nos dice que la anarquía entre las unidades políticas continúa siendo, más allá de las interdependencias y la conectividad internacional, la principal característica de las relaciones interestatales e internacionales. No implica caos la anarquía, pero sí descentralización, es decir, ausencia de un gobierno central.

Asimismo, los Estados continúan siendo los sujetos centrales en esas relaciones, y la defensa (y a veces promoción y proyección) de sus intereses y la autoayuda continúan prevaleciendo sobre cualquier otra situación, aun considerando el más extenso alcance que puedan llegar a lograr las compañías multinacionales, las organizaciones intergubernamentales y todo ascendente del multilateralismo.

Por su parte, la experiencia nos dice que los tiempos internacionales desprovistos de configuración u orden alguno se vuelven cada vez más inestables, pues los Estados afirman su autopercepción nacional como consecuencia del aumento de la desconfianza o de la incertidumbre de las intenciones frente a los demás.

La gran incertidumbre del siglo XXI se encuentra en el hecho relativo con que no podemos saber si llegaremos a una nueva configuración internacional de un modo “suave”, esto es, a través de crecientes niveles de cooperación entre los poderes preeminentes, que necesariamente implicarán pactos realistas, es decir, nada que se parezca al Pacto Kellog-Briand (firmado en 1928, por el que sus 15 signatarios se comprometían a no usar la guerra como mecanismo para resolver sus disputas), por tomar un caso categórico, al que apropiadamente el polemólogo Gaston Bouthoul calificó como un “pacto de renuncia a las enfermedades”; o si lo haremos a través de un acontecimiento “acelerador de la historia”, es decir, una nueva prueba de fuerza interestatal.

Si es por medio de la cooperación, la que necesariamente deberá fundarse en determinados propósitos comunes por parte de los actores mayores, por vez primera los Estados habrán logrado pasar, sin descender a la violencia, de un creciente desorden internacional a un estado de concordia como posible umbral de un orden que proporcione estabilidad. Si es por medio de la violencia, se habrá repetido una conocida regularidad interestatal, aunque casi absolutamente desconocido será el grado de una nueva barbarie entre Estados como así sus secuelas.

También ello implicará otra regularidad en las relaciones entre Estados: la relativa con que la última guerra siempre es la próxima guerra.

El mundo es lo que hacen de él, suelen señalar aquellos enfoques no basados en el realismo. En rigor, el mundo es (y seguirá siendo) lo que siempre han hecho de él.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

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EL ESTRECHO DE MALACA: CHINA ENTRE SINGAPUR Y LOS ESTADOS UNIDOS

Giancarlo Elia Valori*

Según los datos de la Administración de Información Energética de los Estados Unidos, más del 30% del comercio marítimo de petróleo crudo pasa por el mar de China Meridional. Más del 90% del petróleo crudo que llega a ese mar pasa por el estrecho de Malaca, es decir, la ruta marítima más corta entre los proveedores de África y el golfo Pérsico y los mercados de Asia, lo que lo convierte en uno de los principales centros geográficos de oro negro del mundo.

El factor clave es que muchas materias primas y materiales para el desarrollo de la energía deben pasar a través de este Estrecho. En la actualidad, el transporte de mercancías entre los países de Asia oriental, Europa y África debe usar el estrecho de Malaca, controlado por Singapur, como una ruta —siempre que sea rápido.

El 24 de septiembre de 2019, Singapur y los Estados Unidos firmaron el Protocolo por el que se modifica el Memorándum de Entendimiento de 1990 sobre el uso de las instalaciones en Singapur.

Singapur había propuesto utilizar buques de guerra estadounidenses, convirtiéndose así en la mayor base militar estadounidense de Asia. La 7ª Flota de los Estados Unidos y sus buques, incluidos los portaaviones y otros buques grandes, proporcionan servicios logísticos y de mantenimiento y amplían en gran medida el control militar.

La 7ª Flota puede cruzar el estrecho de Malaca, entrar en el océano Índico y el mar Arábigo y llegar a la región del Golfo en 24 horas. Los buques militares estadounidenses en todos los puertos del Estrecho se pueden utilizar sin previo aviso. A este respecto, los Estados Unidos también están cooperando activamente con Malasia, Filipinas, Brunei, Tailandia y otros países del Sudeste Asiático.

Estados Unidos ha desplegado armas y equipos más avanzados en Singapur. Mientras haya disputas militares en el este y el sudeste asiático, los Estados Unidos bloquearán inmediatamente el estrecho de Malaca y, por lo tanto, controlarán todo el sistema de transporte de petróleo crudo. En caso de conflicto, el estrecho de Malaca podría bloquearse fácilmente, lo que dejaría a China sin recursos energéticos cruciales.

Aunque las reservas estratégicas de petróleo chinas se envían desde países vecinos, es difícil continuar durante más de 60 días solo con reservas. Mientras tanto, Estados Unidos está utilizando el mercado financiero para aumentar drásticamente los precios de la energía y posiblemente iniciar una guerra económica.

Si el estrecho de Malaca está bloqueado, China no tiene suficientes suministros de energía almacenados y puede sostener la situación durante un lapso de tiempo muy corto. Hay que añadir que todas las operaciones militares se retrasarían.

Singapur es un país tradicionalmente amigable con los Estados Unidos. La razón es la misma que la de Japón, porque los Estados Unidos tienen intereses en el Lejano Oriente, mientras siguen rodeando a China, tratando así de romper “el collar de perlas”.

Los Estados Unidos apoyan a Singapur, que tiene cierta influencia en el sudeste asiático porque no tiene vecinos fuertes. Con vistas a la gestión del transporte marítimo, lo más importante es tener fuerzas armadas fuertes. Hasta que el país pueda ser conquistado por la fuerza, el modelo de desarrollo financiero y comercial conduce a una tasa de éxito muy alta.

Singapur tiene una superficie de solamente 721,5 kilómetros cuadrados, menos que la provincia de Lodi, Lombardía. Sin embargo, su gasto en defensa es tres veces superior al de la vecina Malasia y representa alrededor del 3,1% de su PIB, que es más o menos el mismo que el poder militar ruso (3,9%). Esta es la versión del sudeste asiático dirigida por el Reino Unido, un aliado tan cercano de los Estados Unidos para ser considerado la quincuagésima primera estrella en su bandera.

Si Singapur quiere controlar su propio poder en el estrecho de Malaca, debe contener y frenar a China. Sin el estrecho de Malaca, no habría centro marítimo que absorbiera las fuerzas comerciales y financieras circundantes. Mientras el puerto de aguas profundas —donde pueden atracar grandes flotas militares y comerciales— esté bien establecido, el lugar de entrega/paso de las materias primas en el sudeste asiático, desde Cercano y Medio Oriente, la UE y África, será inevitablemente Singapur.

Ésta es la razón por la que —aunque China también tiene un enorme mercado de exportación— muchos de los productos a granel estarán esperando en la fila para pasar por las “Horcas Caudinas” de Singapur.

Desde 2015 existe un plan que podría romper el equilibrio. La ruta comercial hacia el océano Índico a través del estrecho de Malaca tiene problemas con piratas, naufragios, nieblas, sedimentos y aguas poco profundas. Su peligrosidad es dos veces más alta que la del canal de Suez y cuatro veces más alta que la del canal de Panamá.

Una ruta alternativa más corta es construir un canal en el istmo de Kra, Tailandia. Esto permitiría ahorrar tiempo y reducir los gastos de envío a medida que la ruta se acorta 1.000 kilómetros. Las empresas estales LiuGong Machinery Co. Ltd y XCMG, así como la compañía privada Sany Heavy Industry Co Ltd, han tomado la iniciativa de crear un grupo de estudio para la construcción del Canal Kra. La conexión artificial de 100 kilómetros con el océano Indico beneficiaría no sólo a China y la ASEAN, sino también al comercio de Japón y otros países, incluida la UE.

Tailandia se encuentra en el centro de la península de Indochina y conduce a la importante región del Mekong y el sur de Asia. Este canal artificial estaría a unos 100 kilómetros del mar de Andamán y el golfo de Tailandia, por lo que la zona comercial del Sudeste Asiático no debería pasar por el estrecho de Malaca.

Sin embargo, según una encuesta realizada hace cinco años, sólo el 30% de los tailandeses estaban a favor de la construcción del canal y al menos el 40% de ellos se oponían a él, por temor a que pudiera causar agitación política en Tailandia, incluidos los daños ambientales y la corrupción por parte del gobierno tailandés. Se estaba intentando transmitir la sensación de que el pueblo tailandés se oponía a tal iniciativa.

Es obvio que hay oponentes claros: el más grande es Singapur, por supuesto. En esa coyuntura, el comercio marítimo en Asia oriental y sudoriental abandonaría la polis, lo que perdería su importancia como baluarte marítimo e incluso podría perder la protección de los Estados Unidos. Sin embargo, el 16 de enero de 2020, la Cámara de Representantes de Tailandia decidió crear un comité para estudiar el proyecto del canal tailandés.

El Canal Kra sería muy rentable para China. Los países afectados, a saber, Camboya y Vietnam, siguen dudando. Tailandia quiere que China contribuya con dinero y equipo, pero teme el control indirecto de China.

El Canal Kra sería controlado por China. Tailandia puede no operar y ejecutarlo según lo planeado, pero cosecharía los mayores beneficios de ella. Por lo tanto, aunque los peajes del canal puedan ser mucho más bajos que el costo de desarrollo, China todavía estaría dispuesta a alentar a Tailandia a implementar el proyecto con miras a crear otra ruta que eluda el control estadounidense. China también está animando activamente a Myanmar a construir un oleoducto que conecte Yunnan con los puertos birmanos.

China está dispuesta a invertir significativamente y el objetivo es eludir el control de Estados Unidos, que ha bloqueado completamente a China desde las islas del Pacífico hasta el sudeste asiático.

China necesita energía y alimentos que no puede producir y los Estados Unidos están tratando de manejar estas dos debilidades “moviendo a Singapur en el tablero de ajedrez”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos son el ejemplo más llamativo de “comunidad vertical” y “continuidad horizontal”, a la que se aplica el principio de “ataque cercano y remoto”. Esto se refiere a la brecha de poder económico, no a kilómetros como vuela el cuervo. La estrategia de los Estados Unidos consiste en establecer un objetivo a largo plazo para evitar que los competidores produzcan y desarrollen.

Los países que tienen una gran brecha de poder económico frente a los Estados Unidos se definen como “muy lejanos”, mientras que los otros cercanos a los Estados Unidos en términos de poder económico y fuerza se definen como “cercanos”. Como resultado, el vecino siempre molesta y causa molestias en el mundo como es el caso cuando vive en un bloque de pisos.

La estrategia de Estados Unidos está diseñada para ayudar y apoyar al bando más débil en la guerra económica —no importa si es una dictadura o un régimen oscurantista y reaccionario— con el fin de luchar contra el bando fuerte y lograr la supremacía del poder. Este equilibrio puede prevenir efectivamente el surgimiento de una potencia hegemónica que representa directamente una amenaza económico-militar para los Estados Unidos. Apoyar a Singapur, Taiwán y Japón ciertamente no es un acto de humanismo y aferrarse a las petromonarquías “medievales” del Cercano Oriente no significa fortalecer la tan cacareada democracia.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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