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ANALIZAR PARA DECIDIR: LA DIMENSIÓN ÉTICA

Fernando Velasco Fernández*

Imagen de John Hain en Pixabay

Es el pensador Juan Buridán el que nos plantea el problema del asno que lleva su nombre, cuando nos cuenta que “un asno que tuviese ante sí, y exactamente a la misma distancia, dos haces de heno exactamente iguales, no podría manifestar preferencia por uno más que por otro y, por lo tanto, moriría de hambre”. El asno se moriría por ser incapaz de decidir. La pregunta es: ¿y nosotros los humanos? ¿Nos cruzamos también de brazos porque no sabemos qué decidir ni qué dirección tomar en muchas situaciones de nuestra vida?

La dimensión antropológica de la toma de decisiones

Estamos en este mundo, entre otras cosas, determinados por la supervivencia. Este objetivo de sobrevivir y de adaptarnos es el que nos ha llevado a ir tomando decisiones desde las más elementales a las más complejas a través del acierto y del error. Nuestra vida se basa en tomar continua y constantemente decisiones: grandes o pequeñas, divertidas o aburridas, interesantes o rutinarias, etc. Toda nuestra vida es decisión. Desde decidir levantarnos, ir o no ir al mercado, dar un paseo o cómo educar a nuestros hijos, pasando por decisiones políticas, laborales, económicas o de seguridad. Decidir es inherente al ser humano. Decidir sobre qué decimos y qué no decimos, sobre qué hacemos y qué no hacemos… es algo consustancial a la naturaleza humana. Paradójicamente, siendo algo natural, fácil y en muchas ocasiones espontáneo, resulta extraordinariamente difícil la mayor parte de las veces. El tener que decidir, implica elegir. No podemos ir por dos caminos a la vez. De ahí que la primera decisión que debemos tomar es qué queremos decidir y a través de qué medio.

La toma de decisiones es una de las obligaciones a las que está “condenado” el género humano. Si solo tuviéramos una posibilidad para elegir no tendríamos ningún problema. El conflicto surge cuando nos enfrentamos al conjunto de opciones posibles para elegir a la hora de decidir. Este es nuestro “drama”. De ahí que el ser humano se sienta más cómodo en la seguridad, en la certidumbre. El abanico de posibilidades que se nos presentan nos produce inestabilidad e incertidumbre porque conlleva riesgo de equivocación. Esto es, que la decisión tomada no sea la acertada. Nos encontramos más seguros (o con cierta seguridad) en la certidumbre. Las posibilidades que se nos abren normalmente, tanto en la vida personal como profesional, nos afectan como amenaza o como posibilidad. Toda decisión implica una elección y toda elección marca la dirección de los acontecimientos futuros con sus correspondientes consecuencias. Las decisiones que vamos tomando a lo largo de la vida modelan nuestro carácter y personalidad, como también lo modelan el hacer y la cultura de las instituciones y las organizaciones en las que trabajamos. Ante esta situación descrita el ser humano necesita valentía. La decisión necesita coraje. Se trata de la valentía interior necesaria para decidir entre varias posibilidades.

Por último, no queremos dejar de señalar que no sólo de racionalidad vive el ser humano. En la toma de decisiones que le es inherente por naturaleza no sólo cuenta como valor absoluto y único factor determinante la racionalidad. El ser humano no es algo que se pueda abstraer y aislar de la infinidad de sentimientos y de emociones que tiene. No venimos al mundo diseñados únicamente con racionalidad. A la hora de tomar decisiones no sólo cuenta el dato frío. En el análisis riguroso también influyen las pasiones, las emociones y los sentimientos. Muchas veces lo que influye en el ser humano para tomar una decisión no es prioritariamente el dato objetivo o la información rigurosa, sino los principios, los valores y sentimientos de esa persona. De ahí que siempre tengamos que tener en cuenta no sólo la cabeza sino también el corazón. Como no sólo de racionalidad vive el ser humano, necesitamos a la hora de decidir de un análisis tanto de la dimensión racional (datos, hechos, información…), como del factor emocional (valores, principios, sentimientos…). En consecuencia, optar únicamente por una de las dos partes es tomar una decisión “incompleta”. Ni el puro análisis ni las puras emociones son buenas consejeras para decidir. 

Qué implica y qué supone decidir

Como hemos venido apuntando, tomar decisiones, al ser algo consustancial a la naturaleza humana, es relativamente fácil. Tomar decisiones acertadas y éticas es lo difícil. Si nos fijamos en las decisiones que tomamos a lo largo del día de forma consciente o inconsciente, ¿cuántas decisiones son inevitables, cuántas son arbitrarias, cuántas son acertadas y que aporten valor y den sentido? ¿Con qué amplitud de miras nos va a dejar la decisión que tomamos?; ¿con qué consecuencias tanto hacia el presente como hacia el futuro?; ¿qué aporte va a realizar nuestra decisión? etc… Somos conscientes de que hay decisiones que restringen nuestras posibilidades y son tóxicas y existen otras decisiones que abren posibilidades y son liberadoras; hay decisiones que potencian la riqueza de percepción y otras que las restringen… Sólo se puede decidir si se comprende lo que significa decidir: ganar independencia, conseguir seguridad, lograr mejores certezas y siempre reducir las incertidumbres. El poder de la decisión es su capacidad de cambiar y de ser útil. Una pequeña decisión puede cambiar radicalmente el aspecto y la trayectoria de un asunto, de un problema o de una situación. Seguir una decisión solo requiere obediencia y cierta voluntad. Pero decidir es otra cosa. Es tomar posesión de algo y eso es algo más profundo. Al decidir, el objeto y el objetivo se convierten en tu responsabilidad y su futuro queda en tus manos.

De igual forma que las opiniones pueden ser honestas o hipócritas y los juicios verdaderos o falsos, las decisiones pueden también ser erróneas o acertadas. Es muy importante tomar conciencia de que el fracaso forma parte del proceso de decisión, aunque no sea lo más deseable. Como el jugador de ajedrez, las mejores decisiones son aquellas capaces de calcular muchas jugadas anticipadamente sin perder de vista la situación inmediata. Mantienen el equilibrio entre el detalle y el conjunto. Tomar decisiones, buenas decisiones es también un “arte” que no se improvisa. De ahí que las decisiones nacidas de la ignorancia o las decisiones poco maduras son siempre endebles, cuando no inútiles o perjudiciales. No hay nada peor que la consecuencia nítida de una decisión confusa.

En definitiva, la toma de decisiones la forja la seguridad y la certeza. Y ambas se construyen desde el conocimiento, desde la experiencia y desde el análisis. Lo contrario es la decisión arrogante que surge cuando solo se escucha uno a sí mismo, lo que a la larga, solo produce aislamiento y conlleva malas decisiones. 

Inteligencia y toma de decisiones: la importancia del análisis

El ser humano es alguien que necesita entender para orientarse, que necesita analizar para comprender y así analizar para decidir. Al ser humano le agobia la decisión y esta le inquieta por las posibilidades que se le abren al tener que escoger. Para el ser humano estar en el mundo significa estar decidiendo y, por lo tanto, estar entendiendo (analizando) y comprendiendo para poder orientarse y decidir. Cuando no sucede así, el tener que decidir se convierte en desconcierto. El ser humano necesita para decidir (para decidir bien) observar y comprender la realidad. Necesita la capacidad de analizar para comparar las distintas posibilidades que tiene ante sí. Muy pocas cosas tienen una sola perspectiva, una visión unidireccional. Ante el abanico de posibilidades que se le presentan al ser humano, el análisis ayuda a decidir y a escoger en cada momento, ofreciendo una comprensión mucho mejor de la realidad y de los problemas a los que se enfrenta. El proceso analítico no está pensado para complicar la toma de decisiones sino todo lo contrario: sirve para aportar claridad y reducir incertidumbre.

Durante mucho tiempo se ha pensado que la intuición del decisor y su “olfato” eran garantía suficiente para una buena decisión. Hoy estamos muy lejos de esa actitud, ya que estamos rodeados de información y de datos y el principal objetivo del análisis es darle sentido. La información puede estar en cualquier sitio pero la inteligencia y la decisión solo están en la mente de la persona, modelada con las herramientas oportunas y plasmadas en un buen análisis.

Igual que la capacidad de decidir, la capacidad de analizar es inherente al ser humano. A lo largo de la historia las personas han inventado numerosos tipos de análisis: político, económico, social, internacional, de inteligencia, de la seguridad, etc., cada uno de los cuales ha moldeado la manera de estar y de entender el mundo, así como nuestras relaciones en él. Por tanto, analizar nuestros pensamientos, actos, sentimientos, decisiones, problemas, etc., ha sido y es algo consustancial a la naturaleza humana. Y como ya apuntamos con la capacidad de decidir, siendo algo natural, resulta extraordinariamente difícil hacerlo bien. En la sociedad actual, esta necesidad del decisor a favor de buenos análisis alcanza el nivel de necesidad. Hay que primar lo importante sobre lo urgente, poniendo el énfasis en el análisis elaborado frente a la precipitación. El decisor debe saber que una cosa es analizar y otra tener ocurrencias. Casi nadie duda de que analizar es bueno. Pero esto es solo el 50 por ciento de la verdad. La otra parte es analizar bien; es analizar en el momento oportuno, con los datos imprescindibles, con las preguntas adecuadas…

Si como hemos venido señalando nuestro mundo se caracteriza por la incertidumbre, por la imperfección, por la ingente cantidad de información, etc., en este contexto, ¿qué decisión es la deseable? ¿Qué decisión es la posible? ¿Cuáles son las dificultades? ¿Es la decisión tomada la más satisfactoria? ¿Para quién? ¿Qué consecuencias acarrea?… El análisis debería ayudar a responder a estas cuestiones y a comprender que no existe la decisión óptima. Tenemos que aprender a gestionar lo imperfecto y a decidir en este contexto. Nunca se da la certeza al cien por cien y es cierto que tener toda la información puede llevar a paralizar la decisión. Es aquí donde el análisis juega un papel clave pues es el que nos tiene que decir qué es lo que nos hace falta saber para decidir. Decidir entre varias posibilidades exige analizar; y analizar exige jerarquizar, priorizar y establecer cuál es el elemento que aglutina el máximo de mejoras para nuestro objetivo.

La mayoría de los errores que se producen en la toma de decisiones son fallos de análisis: por ver solo una parte del problema; por colocar el problema en un contexto inadecuado; por sacar unas conclusiones demasiado rápidas; por no considerar lo suficiente el factor humano (lo emocional)… De igual forma, existe el peligro que produce un análisis que paraliza, donde el analista se obsesiona tanto con analizar que nunca llega a terminar el proceso. En definitiva, el analista puede convertirse en un referente, por la reflexión y la calidad del análisis que realiza. Y desde esta actitud se gana la confianza de quienes le rodean. Sus análisis sirven para tratar de extraer certidumbre en la incertidumbre y está en su mano elegir qué tipo de análisis y herramientas utiliza para su trabajo. La forma en que analizamos marca las decisiones que tomamos.

Con todo ello sobre la mesa, y exigiendo buenos análisis, tenemos por delante el reto de superar la disyuntiva entre ser un decisor cínico o ser un decisor ingenuo; ser un decisor que da libertad y crea oportunidades, o ser el que las hace imposibles. 

Ética y decisiones: por qué debería importar a la inteligencia

Se suele decir que la política es la política, o la economía es la economía, o la seguridad nacional es la seguridad nacional, o los servicios de inteligencia son los servicios de inteligencia, como queriendo dar a entender que el aspecto ético no es ni debe ser en estos ámbitos el más relevante. Cuando uno pregunta por la ética, por ejemplo, en inteligencia, el resultado suele ser una sonrisa burlona como queriendo decir: decídanse por una cosa o por la otra. Sin embargo, si nos fijamos, existe el hecho innegable de que toda decisión en los ámbitos indicados trata de disfrazarse siempre de ética.

Como hemos venido apuntando, al ser humano a lo largo de su vida se le abren muchas posibilidades respecto a qué decidir y qué hacer. Y como tiene muchas posibilidades tiene que analizar para decidir; y decidir para elegir, pero para ello necesita dotarse de criterio. Tenemos que elegir con algún criterio. No podemos dejarlo todo a la suerte o al azar. Es aquí donde entra la ética como la encargada de los criterios de valoración y de elección. La ética analiza los criterios sobre los cuales valoramos y justificamos las decisiones que tomamos. La ética es el proceso racional que nos ayuda a tratar de descubrir qué es lo que se debe decidir y qué es lo que se debe hacer. La pregunta es: ¿qué quiero yo realmente decidir? No se trata solo de saber lo que está bien, se trata de elegirlo y ponerlo en práctica, sabiendo que las decisiones pueden ser acertadas o erróneas y las acciones buenas o malas. Lo cual implica que las cosas siempre pueden ser distintas de como son.

La ética representa lo que siempre está en nuestras manos y nadie puede sustituir. Nadie puede decidir por nosotros a no ser que renunciemos a nuestra dignidad. Toda decisión ética es siempre una decisión en relación con las consecuencias y con el otro. Desde estos planteamientos, nos preguntamos: ¿por qué debería importar la ética a la inteligencia? ¿Y a la toma de decisiones? ¿Se pueden tomar decisiones éticas? ¿No resulta inverosímil, incluso hipócrita, plantear estas cuestiones? ¿Cualquier decisión que se tome en nombre de “nuestro interés” o el “interés público” se vuelve aceptable por el mero hecho de considerarse necesaria? ¿Por qué no voy a decidir aunque no sea lo “correcto” si resulta ventajoso para mis intereses? Para contextualizar estas y otras posibles cuestiones, consideramos que podemos hacerlo a través, entre otros, de los siguientes “modelos”.

  • Las decisiones desde la ética del éxito: considera buena toda decisión que santifica los medios en función de los fines y sacraliza unos fines que justifican los medios. La máxima sería “gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones”.
  • Las decisiones desde la ética de la mera intención: se interesan por una motivación puramente interna de la decisión eliminando cualquier preocupación por las consecuencias. Lo que realmente cuenta son las intenciones.
  • Las decisiones desde la ética de la responsabilidad: se pregunta de forma realista por las consecuencias de las decisiones que toma y asume su propia responsabilidad. No es solo desde dónde decides sino adónde nos lleva lo que se decide. La cuestión no es tanto si una decisión es buena, sino más bien, si sus consecuencias son buenas para el momento que le toca vivir.
  • Las decisiones desde la ética de la convicción: son aquellas que se mueven solo por principios con independencia de los resultados derivados de su actuación. La autenticidad y la verdad están por encima de consideraciones de cualquier tipo.

Todo este panorama nos lleva a tener que decir que la verdadera ética de la decisión nos lleva y nos obliga a tener en cuenta por igual tanto los resultados y las consecuencias (las decisiones desde la ética de la responsabilidad) como las intenciones que las motivan y los principios que las respaldan (las decisiones desde la ética de la convicción). Una verdadera ética de la decisión quiere que nuestras decisiones respondan no sólo de nuestros valores y de nuestros principios, sino también de las consecuencias de nuestras decisiones. Cuando se toman decisiones basadas únicamente en el puro pragmatismo, los principios y los valores (ética) tienden a contarse entre las primeras bajas. De igual forma, es cierto que decisiones con las mejores intenciones del mundo y los principios y las virtudes más puras, cuando se dan junto con la ingenuidad o desde la irresponsabilidad, pueden producir los peores efectos.

Conclusiones

  • Hay dos clases de decisores: los que deciden teniendo en cuenta las consecuencias globales; y los que deciden a favor de sí mismos.
  • Están los decisores convencidos de que buscar la mejor decisión siempre es junto con otros; y los que están convencidos de que ya la tienen.
  • La ignorancia y la falta de análisis en el decisor genera desconfianza, y por lo general suele acarrear burocracia.
  • Es una irresponsabilidad tomar decisiones sin ser consciente de las razones y los motivos que nos han llevado a ello. Es un error tratar de justificar a posteriori una decisión adoptada.
  • Las decisiones deben ajustarse a los análisis en lugar de obligar a los análisis a decir y justificar lo que el decisor quiere que diga. En este punto es muy ilustrativo analizar los relatos y justificaciones que los decisores adoptan de las decisiones que toman.
  • Toda decisión restringida estrictamente a lo pragmático es estrictamente incompleta.
  • Es un error que los decisores busquen pruebas para confirmar lo que ya piensan, más que información que les aporte una visión más consciente de la realidad y con ello, una mejor decisión.
  • La responsabilidad del decisor implica que se deja claro, por un lado, sobre qué quiere decidir y por otro, sobre qué se necesita decidir. Aunque esto último no sea lo que más le apetezca, es clave para marcar los objetivos de la inteligencia.
  • El decisor tiene la responsabilidad de explicar el proceso de toma de decisiones y el papel que juega en ese proceso la Inteligencia. La cuestión clave en este punto, es si se utiliza y se tiene en cuenta la Inteligencia o sólo es tenida en consideración cuando confirma nuestras decisiones previas o avala nuestros intereses.
  • El decisor no sólo tiene que tener la Inteligencia que necesita, también debe utilizarla. Tan irresponsable es utilizarla mal como no utilizarla. De igual forma es responsabilidad del decisor pedirle a la Inteligencia lo que ésta debe darle y no pedirle cosas que aunque pudiera hacer, no son de su competencia.
  • Es determinante tener claro que entiende el decisor por un error de decisión: ¿qué no se cumplen sus intereses? O ¿qué se produzcan consecuencias no deseadas para las personas y sus derechos, los intereses nacionales, internacionales, etc.? Debe y puede haber equilibrio entre ambas posturas, pero si no es así, ¿cuál prima?
  • Es importante saber si una vez tomada la decisión, el decisor tiene en cuenta sus consecuencias únicamente a corto plazo o se tiene también una visión estratégica a más largo plazo, aunque el ya no sea entonces el decisor.
  • El decisor debe responder de las decisiones que le competen. En un mundo como el actual, tan tecnológico y conectado, el decisor debe ser consciente de que las responsabilidades tienden a diluirse. Así, la responsabilidad de las consecuencias de lo decidido no las tiene la “máquina”, el “sistema”, la “coyuntura”, los “otros”, la “seguridad”, etc.
  • Un decisor con conciencia de Estado necesita Inteligencia estratégica. Debe ir más allá de la petición constante e “histérica” de la información puntual. Esa Inteligencia estratégica va más allá del periodo de tiempo que ocupa el decisor concreto. Se justifican muchas decisiones o se legitiman desde un cortoplacismo exasperante. La obsesión por el resultado inmediato nos impide hacer Inteligencia estratégica.
  • Es obligación y responsabilidad del decisor la retroalimentación. En Inteligencia, la información y el análisis no debe “morir” con la entrega. El decisor debe dar su valoración, debe orientar y dirigir.
  • En la toma de decisiones existe un factor que resulta determinante: el tiempo. Existe la necesidad imperiosa de decidir en tiempo.

* Licenciado en Filosofía y Ciencias Morales. Doctor en Filosofía. Director de la Cátedra de Servicios de Inteligencia y Sistemas Democráticos de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Editor de “International Journal of Intelligence, Security and Public Affairs”.

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EL ATLÁNTICO SUR ARGENTINO OCUPADO POR BRITANIA, ESPAÑA Y CHINA

César Augusto Lerena*

Reconquista de Buenos Aires por las fuerzas regulares e irregulares comandadas por Santiago de Liniers. Rendición del comandante británico William Carr Beresford, 12 de agosto de 1806.

El 2 de febrero de 1825, se firmó el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” entre el Reino Unido y las Provincias Unidas del Río de la Plata que, luego repitió Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela, transfiriendo la conducción económica y financiera a los británicos. En ese Tratado se estableció una “Perpetua Amistad” —ello no frenó a la pérfida falange de Albión— para que, en forma oscura y traidora, invadiera Las Malvinas en 1833 y se establecieron privilegios, como transformar en inembargables sus posesiones, la libre navegación en mares y ríos, la aplicación de la “cláusula de Nación más favorecida” en todos los negocios, incluso, más de las que podrían recibir las argentinas.

Cuando el 12 de agosto de 1806 orientales y españoles echaron a los ingleses de Buenos Aires, comenzó un largo y silencioso derrotero de ocupación inglesa, con la complicidad de gobernantes y la tolerancia o el interés de los ciudadanos influyentes.

Ello se ratificó en 1933 con el Tratado Roca-Runciman y en las Declaraciones Conjuntas de 1989 en París, convertidas luego, en el Tratado del 14/15 de febrero de 1990, comúnmente llamado Acuerdo de Madrid (sin ratificación del Congreso) y, en el Tratado de “Promoción y Protección de Inversiones” de 1990, complementario del anterior, convalidado por la Ley 24.184.

Estos Tratados terminaron con la Argentina soberana, industrial, tecnológica, científica y dueña de sus recursos naturales y servicios públicos y la devolvieron a sus orígenes de proveedor de granos, transgénica, semilla-dependiente y química-fumigada. La Argentina del monocultivo, con los servicios y los recursos naturales privatizados y el Atlántico Sur Argentino ocupado por la Britania, España y China.

En mi artículo anterior “Los extranjeros invaden el Atlántico Sur y la Patagonia Argentina” dije: “Los británicos ocupan 1.639.900 millones de km2 de territorio marítimo argentino, equivalente a toda la Patagonia y a las provincias de La Pampa, San Luis, Mendoza, Jujuy y Formosa. ¿Es necesario darle más énfasis a esta deshonrosa pérdida de soberanía nacional?

Dije también que desde hace más de 50 años y, con más intensidad desde 1976 los gobiernos argentinos han tolerado la pesca ilegal de un promedio anual de 300 buques extranjeros que se llevaron 44 millones de toneladas por un valor comercial final del orden de los 770 mil millones de dólares, aunque, días atrás la Directora ilegítima de Recursos Naturales de Malvinas Dra. Andrea Clausen, le explicó al Penguin News que “generalmente hay un número grande de poteros y arrastreros, unos 400 de origen chino operando en el Atlántico sur” y, entre ellos, no ha sumado los más de 100 buques españoles y otros que pescan con licencia ilegal británica. ¿Es necesario resaltar que mediante esta pesca ilegal se han llevado unas tres deudas externas argentinas? ¿Esta entrega económica no ha sido exagerada como hipotético pago a la guerra perdida en 1982? ¿Es tal vez una compensación económica a las compras chinas de granos como ocurrió en su momento con la URSS o, como se dijo que ocurrió con Japón, cuando donó a la Argentina el INIDEP?

La misma Dra. Clausen nos “relata” que “todas estas capturas ilegales son muy al norte de la ZEE de Falklands. Y si bien la captura del calamar Illex pertenece a la misma biomasa, la verdad es que las Falklands han tenido una zafra razonablemente positiva con un volumen total por encima de las 60 mil toneladas”. ¡Que notable casualidad! Ni soviéticos ni búlgaros se acercaron a pescar en la zona arbitraria de exclusión británica de Malvinas en oportunidad de los “Acuerdos Marco” y ahora, tampoco los chinos (¿?). Y el Estado Argentino desde hace 40 años tolera que todos estos barcos subsidiados pesquen nuestros recursos pesqueros, los depreden y compitan con los empresarios argentinos con esta materia prima argentina, ingresando sin aranceles en el mercado internacional.

¿Y porque la Argentina nunca ha reclamado sobre la captura de los recursos migratorios argentinos? y no ha hecho cumplir las observaciones explicitadas en el Artículo 2º de la Ley 24.543 (CONVEMAR). Una renuncia vergonzosa a nuestros derechos.

Los hechos recientes que terminaron con la captura de un buque chino y otro portugués, dieron motivo a una auspiciante reunión interministerial presidida por el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero, donde participaron además el Jefe de la Armada y el Prefecto Nacional Naval y, si bien es necesario coordinar las acciones de vigilancia y control (léase la acción de la Armada y la Prefectura), lo importante es definitivamente evitar la pesca clandestina y detener —con los elementos que sean necesarios— los buques que pescan los recursos nacionales (y en estos incluyo, a los migratorios), ya que es una vergüenza que estos últimos 40 años solo se hayan capturado 80 buques y multados por un valor de 25 millones de dólares. Para ser más preciso: solo 2 buques capturados por año cuando en la región pescan 300 buques (según la representante británica en Malvinas 400) por año que no solo ingresan a la ZEE Argentina, sino que capturan nuestros recursos migratorios (calamar, merluza, etc.) y, además respecto a las multas citadas me gustaría saber cuánto efectivamente cobró el Estado Argentino y, aún cobradas, igualmente resultarían insignificantes en atención a los valores de las capturas que efectúan estos barcos.

En distintos artículos hemos dado herramientas para terminar con este escarnio, me referiré solo a dos de ellas:

  • Poner toda la flota congeladora a pescar por fuera de las 200 millas, con el combustible libre de impuestos y todas las extracciones que se realicen en esa zona igualmente liberarlas de todo tipo de impuestos. Esta flota debería pescar con el apoyo militar de la Armada Argentina, tratándose de cuestiones que afectan a la soberanía nacional.
  • La Cancillería debería tomar urgente contacto con los países cuyos buques pescan en el Atlántico Sur, en especial con los españoles y chinos, para iniciar caminos de acuerdos empresarios, con la intervención necesaria del sector empresario nacional.

José Prego de Oliver escribió una Oda a la gloriosa jornada de Reconquista de la Ciudad de Buenos Aires el 12 de agosto de 1806: “La atroz muerte con mano descarnada, sus caballos, agita, y el carro estrepitoso precipita sobre una y otra gente encarnizada. Húndese el eje todo en cráneos, en escombros, en sangre, en lodo. Por puntos se ensangrienta la pelea; el español avanza, y horror, y confusión, y estrago lanza. La falange de Albion ya titubea; y a la diestra cuchilla cede por fin, y la cerviz humilla. La hermosa Capital encadenada por los crudos Britanos, viéndose libre, al cielo entre ambas levanta enternecida y prosternada: Sobre los muertos llora, y orna la sien del jefe, vencedora”.

A CASI 210 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO El ATLANTICO SUR ARGENTINO ESTÁ INVADIDO POR BRITÁNICOS, CHINOS Y ESPAÑOLES. ¿Ha quedado claro? La declaratoria de derechos y la administración de la crisis no alcanza. Argentinos de los dichos a los hechos.

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam.

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado, ex Secretario de Bienestar Social (Provin05cia de Corrientes). Ex Profesor Universidad UNNE y FASTA. Asesor en el Senado de la Nación. Doctor en Ciencias. Consultor, Escritor, autor de 24 libros (entre ellos “Malvinas. Biografía de Entrega”) y articulista de la especialidad.

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RETOMEMOS SEGUROS EL TRABAJO Y LA PRODUCCIÓN

César Augusto Lerena*

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Entiendo que es posible retornar al trabajo si se toman determinadas precauciones para evitar el contagio con CORONAVIRUS COVID-19.

Desde hace 45 años que controlo la calidad y sanidad de la alimentación en industrias urbanas con trabajadores que realizan tareas de gran esfuerzo y otras que operan a 4.500 metros del nivel del mar; centros de entrenamiento de deportistas de alto rendimiento y competencias internacionales de jóvenes atletas; buques pesqueros que navegan en altamar; complejos turísticos de adultos mayores, niños y personas vulnerables. Establecimientos donde se alimentan de 500 a 6.000 personas por servicio. Es decir, de 1.000 a 12.000 personas por día. Mi función ha sido garantizar que las personas que no se contaminen y sufran dolor de cabeza, dolor abdominal, vómitos, diarrea, e incluso se mueran por la ingestión de alimentos con agentes químicos, parásitos, hongos, virus, bacterias e incluso sus esporas tóxicas, ya que hay más de 300 enfermedades que se trasmiten a través de los alimentos.

Para asegurar que no se produzcan contaminaciones se aplican planes HACCP (Análisis de Peligros y Puntos Críticos de Control) y, sin entrar en mayores detalles, se le exige al personal el uso de barbijos, el lavado adecuado de manos y el mantenimiento, desinfección y cocción adecuada de los alimentos. El uso de barbijos y el lavado de mano y antebrazos es central para evitar que el operario que trabaja a pocos centímetros del alimento no lo contamine y tampoco las superficies de contacto en la que trabaja (mesadas, utensilios, envases, grifos, picaportes, etc.), de otro modo los accidentes alimentarios serían múltiples y en algunos casos de altísimo riesgo sanitario.

Dicho esto, relacionaré estas prácticas con la forma de evitar el contagio por COVID-19.

En primer lugar, hay que dar un giro de 360º la aplicación de la cuarentena. Las cuarentenas, no se usan para aislar personas ni animales sanos no sospechosos, puede utilizarse inicialmente en forma reactiva, pero luego debe destinarse solo para enfermos, portadores asintomáticos y sospechosos o, en este caso, para aislar personas de alto riesgo. A mi juicio, las personas habilitadas a circular y trabajar deberían ser testeadas reiteradamente (a cargo del empleador o del Estado según se trate) y, de resultar negativas, iniciar o continuar sus tareas y, si fueran positivas, disponer su inmediata aislación domiciliaria, salvo, si por su compromiso sanitario, debieran derivarse a un establecimiento hospitalario.

En segundo lugar, hay que preguntarse si lavarse las manos y usar barbijo son suficientes para evitar la contaminación el virus. En principio sí. Pero ello dependerá del tipo de barbijo y de la oportunidad, frecuencia y cómo se efectúa el lavado de manos. No es suficiente el uso de cualquier “tapa bocas” porque el virus mide unas 0,2 micras y además debe tapar la nariz. Por lo que toda persona en la calle o lugares de recreación o trabajo debiera usar un barbijo 3M o N95 o de doble capa (60g-40g). El precio final de estos últimos ronda en los $35 y deberían comprarse dos para rotar luego de su lavado diario. Las manos deben lavarse o desinfectarse con alcohol (70% alcohol y 30% de agua) o solución de lavandina (1 litro de agua y 20ml de lavandina: cloro 25g/l) previo al acceso y salida de un transporte o un local.

En tercer lugar, habría que preguntarse si es necesario realizar test y mantener una distancia de 1,5/2 metros. Esto último pudo encontrar algún justificativo cuando no se hacían test y solo se exigía el uso de barbijo al personal médico y afín, probablemente motivado la falta de este elemento, ya que, de haberse usado el barbijo, se hubiese evitado la transmisión de portadores asintomáticos y evitar la contaminación de los sanos. La realización de test es central para sacar de la calle a todo enfermo o asintomático. Ahora, si no se requiere distancia con el uso de barbijo, ello permitiría viajar sentados en el transporte a todos los trabajadores y ello habilitaría el traslado, especialmente desde el AMBA a CABA y viceversa. Los transportes deberían efectuar una desinfección general con solución de lavandina cada ronda.

En cuarto lugar, el acceso a los comercios en general, no tendrían inconveniente alguno, en tanto y en cuanto, los empleados y clientes usen barbijo y previo a su ingreso se desinfecten las manos, debiendo el personal, además, al menos cada dos horas lavarse las manos y antebrazos. En las industrias el personal tendría que usar barbijo y, además de la higiene de manos al ingreso, debería habilitarse un sector para la limpieza profunda de manos y antebrazos cada dos horas. Respecto a los restaurantes y cafés deberían instalar al ingreso un lavamos accionados a rodilla (sin manos) para que los clientes se laven las manos al ingreso y egreso y, el negocio, debería proveerles toallitas desinfectantes para limpiarse la cara. No deberían encontrarse en el local más que una mesa de 0,60m x 0,60m con dos sillas cada una en un radio de 2,25m2 o su equivalente en mesas más grandes. El personal tendría que usar barbijo y, además de higienizarse las manos al ingreso, deberían contar con un sector para la limpieza profunda de manos y antebrazos cada dos horas. Los baños/sanitarios para los clientes se mantendrían clausurados. Los locales de cualquier tipo deberían efectuar una desinfección general con solución de lavandina dos veces por turno, uno de ellos inmediatamente antes del servicio. La práctica de “lavarse las manos antes de comer” hay que llevarla a la práctica antes de entrar al local no en los baños, que generalmente carecen de higiene y es un foco de contaminación.

En quinto lugar, todo el personal que realice tareas diversas (plomeros, albañiles, electricistas, empleadas domésticas, etc.) debe estar provisto de barbijo y efectuar una limpieza de manos, antebrazos y cara antes de ingresar al lugar.

Accesoriamente a todo ello el gobierno debería proveer de guantes descartables, barbijos doble capa y lavandina (2g/litro) a las personas más vulnerables para que tengan acceso a su higiene domiciliaria y en la vía pública. Por supuesto, el gobierno deberá desalentar y penalizar a las personas que circulen o trabajen sin barbijo.

La consigna es salgamos a testear, a relevar la población activa, pongamos a todos los científicos a la búsqueda de tratamientos y vacunas y, a la gente a producir.

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado, ex Secretario de Bienestar Social (Provincia de Corrientes). Ex Profesor Universidad UNNE y FASTA. Asesor en el Senado de la Nación. Doctor en Ciencias. Consultor, Escritor, autor de 24 libros (entre ellos “Malvinas. Biografía de Entrega”) y articulista de la especialidad.

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