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EL OBJETIVO FINAL

F. Javier Blasco*

Todo aquel que estudia, define, trabaja o aplica cualquier tipo de estrategia, sabe que en todas ellas siempre deben aparecer, claramente marcados y definidos, una serie de objetivos, esfuerzos, el punto decisivo también conocido como el centro de gravedad porque su dominio declina la balanza a su favor, derrumba las previsiones del adversario y da pie para, desde el mismo, se puedan lanzar los esfuerzos hacia el conocido como objetivo final con el que una vez tomado, con toda probabilidad, se pueda lograr la situación final deseada; objetivo este, que sin duda alguna marca, lo que se pretende lograr. Objetivo al que generalmente se llega ocupando y asegurando otros intermedios de menor trascendencia. Es de tal importancia que, aunque para el estratega esté bien claro desde el principio, puede presentarse a los demás bajo la apariencia de ser demasiado simple o contrariamente, demasiado complejo o recóndito. Inicialmente, muchas veces, no está bien definido como parte de una estratagema o porque, dado su interés, se trata de ocultar al adversario a base de añagazas, puras mentiras o disfrazando a otros objetivos, secundarios o menos importantes, como si fueran el perseguido, y así distraer y dispersar los esfuerzos del adversario por mantener su statu quo inicial o posición de ventaja.

La experiencia nos muestra muchas veces, que los buenos y mayormente, los intrépidos estrategas, consiguen tales objetivos mediante el devaneo y el ardid, negando clara y públicamente sus verdaderas intenciones para distraer o engañar al contrario y, al mismo tiempo, calmar las tensiones internas entre los integrantes de sus propias fuerzas que ven la maniobra como muy arriesgada o inalcanzable por ser muy costosa en esfuerzos o por estar fuera de lugar o de cualquier tipo de lógica.

Si echamos la vista atrás no hace muchos años, pudimos ver a un candidato Sánchez que negaba repetidas veces que nunca pactaría con Bildu, una persona que aseguraba no poder dormir por las noches si se aliaba con el líder de Podemos para formar gobierno, que prometía traer a España a los golpistas fugados y un endurecimiento de las penas por sedición para evitar todo tipo de golpismo en España.

Dichas cosas, francamente importantes y muy trascendentales como buen cebo, eran necesarias para ocultar sus verdaderas intenciones; sabía que no se podía presentar a la reelección enarbolando otro tipo de banderas, ninguna de ellas por mucho que tratara de justificar a priori; sería su perdición porque ya la simple sospecha de ello, previamente, le costó que se le expulsara de su partido político, cuando al PSOE, aún le quedaba un mínimo de dignidad y unas pocas cabezas allí encuadradas, que pensaban solo en España.

Mientras mentía a propios y extraños, ya estaba urdiendo sus rastreros y deleznables tejemanejes con todos aquellos personajillos para, juntos en un día no muy lejano, cuando calmara a sus huestes, engañara plenamente a la oposición y sus generales de campo cayeran en su trampa, poder llevar a efecto su asalto al objetivo final, que no era otro más que lograr el tremendo debilitamiento o la propia destrucción del Estado.

Sabía y conocía de sobra la perversidad de los pensamientos, ideas e intenciones de cada uno de dichos “socios”. No albergaba ni una sola duda de lo que serían capaces y de que sus grandes exigencias se las irían presentando poco a poco, a medida que fuera necesitando sus fétidos y podridos apoyos para seguir “gobernando” un barco al que él quiere llevar a la deriva en una mar enrabietada o a encallar en un macizo de rocas del que nunca se le pueda rescatar.

Solo había que urdir la forma para poder adormecer a una sociedad, la española, cada vez más alejada de sus sentimientos, de su propia forma de ser y de entender lo que ha sido, es y debe seguir siendo España, enarbolando una democracia incipiente basada en una decente Constitución a la que hay que defender a toda costa y salvarla de todo tipo de embates adversos que pretendan debilitarla, mancillarla y llevarla a la irrelevancia de un país bananero, sin principios, con las libertades básicas recortadas y donde ni siquiera la libertad de opinión y de prensa sea reconocidas y defendidas con energía y decisión cómo valores o principios fundamentales de nuestra convivencia.

Había que enturbiar la mente de un pueblo ávido de “soluciones simples y limpias” para lo que nada mejor que enfurecerle con el certero y no totalmente cierto engaño de la corrupción llevada a cabo recientemente por despóticos políticos que se habían enriquecido a costa de la confianza depositada en ellos por los escaldados españoles cuando estaban hartos de ver tanta corruptela, desvaríos y desgobierno en etapas previas.

La mejor manera para ello, era presentarse como el adalid de la limpieza o la pureza política y aquel que llevará a cabo todo tipo de medidas para atacar y desterrar lo sucio para siempre. Para ello, era preciso contar con manos libres y ofrecer al mismo tiempo plenas garantías de que todo aquello negro y despreciable que ya empezaba a barruntar sobre el horizonte, era pura mentira, elucubraciones y que nunca iba a suceder.

Los pasos iniciales deberían ser cautos y casi secretos para no alertar a nadie, mientras las podridas alianzas iban avanzando a paso firme, había que enfurecer y degradar a la oposición para presentarla como el ejemplo negacionista que nunca facilitaría la labor de limpieza que necesitaba España y por lo tanto, debido a la debilidad numérica en escaños del partido del gobierno, no tenía más remedio que tomar la “obligada” senda de una especie de pactos que se iniciaron con un ignominioso abrazo y que, a estas fechas, todos sabemos hasta donde han llegado, aunque mucho me temo, que no es el final de esta triste historia, sino, que estamos en un paso intermedio, ya que pronto conoceremos que habrá más.

La sed de aberrantes peticiones rocambolescas —a modo de objetivos intermedios— por parte de los partidos claramente declarados enemigos de España, para que Sánchez se mantenga en su desprestigiada poltrona, es inagotable. Los escándalos que su concesión provocan, son rápidamente aplacados por otros escándalos más grandes si cabe. Es muy difícil mantener un guion de protesta y denuncia porque son tantos los embrollos y aparecen tan rápidamente, que ni el ciudadano ni el político que se sienta en la bancada opuesta es capaz de asimilar, estudiar y desmenuzar adecuadamente.

Es tanta la rapidez en legislar de forma exprés e “inusual en condiciones normales”, que los errores de bulto que se están ocasionando ya empiezan a ser grandes, notorios y muy difíciles o imposibles de arreglar; pero la aparente debilidad de los oponentes, la separación de ideario e intereses entre ellos y el claro afán por sobrevivir de todos a solas, sin ser catalogados cómo lacayos o mamporreros del principal partido de la oposición, hace que los esfuerzos por denunciarlos a la opinión pública sean fútiles o banales y no lleguen a todo aquel español de buena cepa a los que deberían llegar. Los españoles están confundidos y despistados, no hay otra forma de explicar la situación que vivimos.

Entre otros muchos e importantes objetivos intermedios logrados se encuentran: el dominio de los principales medios de comunicación estatales o no; el favoritismo de la prensa con dadivas o subvenciones a base de contratos propagandísticos y otro tipo de apoyos o subvenciones; provocar la división entre los partidos de la oposición; el ataque y toma de los escalones o actores principales del Poder Judicial (Fiscalía General, Abogacía del Estado, Consejo de Estado, una ya larga serie de tribunales nacionales o regionales y el ostracismo al que se tiene sometido durante años tanto al Consejo del Poder General y al propio Tribunal Constitucional); expulsar a la Guardia Civil de Navarra sin pestañear y, por último, llenar —sin escatimar en nada— al pueblo español de todo tipo de regalías de pequeña monta, que no sirven de mucho, pero que les convence y alegra cómo si fueran niños a los que se les regalan caramelos a las puertas del colegio.

Con todo ello en pleno vigor y efervescencia, el éxito está más que asegurado; sobre todo, si la oposición ha estado jugando como “niñatos” tanto entre ellos, como también internamente con protagonismos fuera de lugar y sin una clara línea de acción.

Estamos, como ya dije antes, ante una situación insostenible, pero el papel, la propaganda intencionada y la mentira bien explicada o justificada con argumentos falaces lo aguantan todo. Cualquier cosa se presenta como un hecho consumado y que, además, es totalmente necesario por el bien general de España, mientras la oposición va a su bola, sin entrar a matar de forma eficaz en aquellos puntos o decisiones fundamentales para la seguridad del Estado.

Dada la escasa reacción del pueblo llano y de los partidos políticos —que de verdad deben pensar en España— a tanto desmán legislativo reciente o a punto de llegar como la Ley del “Si es si”, la abolición del delito de Sedición o que la Malversación sea una cosa a la carta dependiendo de quien la ponga en práctica y todo ello con una clara razón por mantener el trasero del presidente sentado en su sillón.

Ante esta apabullante y creciente situación de desvergüenza, me arriesgo a decir que los siguientes pasos a dar serán la desaparición del delito de Rebelión y que, de una forma u otra, se suprima o modifique el contenido y aplicación del Artículo 155 de nuestra Constitución, últimos bastiones en los que todavía se basa la defensa del Estado.

Cuando esto ocurra, si es que ocurre y no lo remediamos ANTES con nuestro voto unido y potente, se habrá alcanzado el enunciado objetivo final, tan buscado por Sánchez como por todos sus secuaces, asesores y colaboradores.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

DE LA ESPADA DE BOLÍVAR A LA DE SAN MARTÍN

Iris Speroni* (El Manifiesto**)

El 11 de agosto EL MANIFIESTO publicó “La Espada” de Sertorio, autor por quien siento admiración y respeto. Sin embargo, mi visión sobre el proceso que nosotros los americanos, denominamos “La Independencia” y que los españoles peninsulares ven, con justa razón, como el desmoronamiento de un Imperio, necesariamente discrepa.

Debo aclarar que mi opinión es la mayoritaria, con matices, entre todos los historiadores profesionales y aficionados argentinos. Aquellos que añoran el dominio español son pocos y no muy bien vistos. En general, estamos muy orgullosos de nuestra gesta emancipadora del tirano Borbón.

Discrepo en la importancia dada a la injerencia inglesa en general y la influencia que pudo llegar a tener la Leyenda Negra en particular. Se denomina así a la propaganda creada por Inglaterra y Holanda, mayormente para uso interno, con poco asidero fáctico. Resultaba poco creíble para quienes vivían en América a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, quienes sí tenían bien en claro cómo eran las relaciones con indígenas, negros, mulatos, mestizos y zainos en esos tiempos. Gente pragmática que jamás compraría fantasías insustanciales. Esta fábula, como todo lo whig, fue retomada por el marxismo, el cual nunca se caracterizó en ser apegado a los hechos. En Argentina, la Leyenda Negra entró en circulación a partir de la segunda mitad del siglo XX de la mano de intelectuales universitarios de izquierdas. La acompañan con una Segunda Leyenda Negra sobre la Conquista de la Patagonia (Conquista del Desierto). 

La Guerra por la Independencia fue una guerra civil. De español contra español. La divisoria de aguas era si se renovaba la lealtad al monarca o no, luego de la vergonzosa abdicación ante Napoleón. Los sustentos ideológicos principales fueron la teoría de la reversión de la soberanía al pueblo del padre jesuita Francisco Suárez y los iluministas franceses. Recomiendo la obra de José Carlos Chiaramonte, “Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846)”, Editorial Ariel, Buenos Aires, 1997. 

¿Por qué nos quisimos divorciar de los Borbones?

Voy a hablar únicamente por el Virreinato del Río de la Plata. Mi conocimiento de Bolívar es mínimo por lo que me limitaré a lo que me apasiona que es la historia de mi Patria. Nosotros, quienes admiramos a los Generales Don José de San Martín, Martín Miguel de Güemes y al Almirante Guillermo Brown miramos con cortesía y cierta condescendencia al prócer de Colombia y Venezuela. Prosigo.

El final de la Casa de los Austrias fue trágico para América. Las reformas que implementó Carlos III —que, convengamos, fue el mejor de todos los Borbones— fueron devastadoras para los españoles en América. Enumeraré los errores principales: 

  1. Apoyo a la Independencia de los Estados Unidos. Fue costoso para los reinos de Francia y España. Para Francia, significó la bancarrota y finalmente la pérdida del trono. Para España, una sangría de dinero que solventó América, reforma impositiva mediante. 
  2. El decreto real que diferencia a los españoles nacidos en América y en la Península. Durante los Austrias, los súbditos nacidos en América tenían la misma jerarquía que los nacidos en Europa. Era razonable. Los servidores reales desarrollaban una carrera burocrática en diferentes ciudades del Imperio. Ejemplo: cuatro años en Manila, cuatro en El Callao, cuatro en Cartagena de Indias y así. Eran hombres casados cuyos niños nacían en el camino. Muchos, de adultos, entraban al servicio del Rey como sus padres. La incomprensible decisión de Carlos III dejaba fuera de la carrera profesional a decenas de miles nacidos a donde el Rey había enviado a sus padres. En términos modernos equivaldría a negarle a los hijos de un ejecutivo de una multinacional nacido azarosamente en Singapur poder ingresar a una universidad de la Ivy League y luego hacer carrera en Wall Street. 
  3. La expulsión de los jesuitas. Creo que ésta es la más fuerte de todas. Los jesuitas formaron a la mayoría de las élites españolas en América. Pusieron el cuerpo en la colonización de enormes áreas, los peores lugares a donde el resto no quería ir. Si el Rey le dio la espalda a quien le fue tan fiel (según ojos americanos), ¿por qué no lo haría con el resto de sus fieles súbditos? Más aún cuando, se supuso, fue una decisión tomada por pedido del Borbón francés.
El Virreinato del Río de la Plata 

La historia nuestra es particular, respecto a otros virreinatos. Para empezar, éramos pobres —comparados con Manila, Nueva España o Perú—. 

Parte del territorio del Virreinato estaba bajo la administración de los jesuitas sin perjuicio de las concesiones a muchas otras órdenes religiosas y a particulares. Especial mención las Misiones Jesuíticas Guaraníticas, al Noreste de la hoy Argentina. Eran una barrera de contención contra los intentos imperiales de Portugal. Al punto que el Rey dio dispensa legal para armar y entrenar a los indios guaraníes —cosa prohibida—, quienes derrotaron una voluminosa expedición portuguesa (Guerra Guaranítica 1754-1756). Así mismo administraban amplias extensiones en Córdoba y Salta, colegios secundarios y universidades en Córdoba y en el Alto Perú.

La expulsión de los jesuitas fue avisada con antelación al rey de Portugal quien preparó una invasión luego de que la decisión real fuera efectiva. El Imperio de Brasil se apoderó de kilómetros cuadrados que hoy integran el sur de ese país (actualmente Río Grande del Sur), además de apresar miles de guaraníes como esclavos y matar otros tantos. Dicho de otra forma: el rey abandonó a sus súbditos a manos de un imperio extranjero. Porque antes, cuando los Austrias, los guaraníes eran súbditos que merecían la protección real (remito al testamento de Isabel la Católica).

En 1806 una flota militar británica toma Ciudad del Cabo al sur de África luego de una batalla encarnizada en la cual miles de Boers perecieron. Luego de aprovisionarse zarpa para la desembocadura del Río de la Plata. El virrey abandonó la ciudad con el fin de proteger el tesoro (no está mal). La tropa real era escasa y no pudo defender la plaza la cual cayó rápidamente ante el invasor. El comportamiento inglés fue nefasto. Pillaje en conventos, iglesias, comercios y casas de familia, violaciones de mujeres, vejación de monjas de clausura. Lo usual. Tras 47 días de violencia y abusos, tropas venidas del interior junto a civiles armados retomaron la ciudad con un alto costo en sangre. Lo llamamos La Reconquista. Las banderas apoderadas al 71º Regimiento de Highlanders son exhibidas desde entonces hasta la actualidad en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, de la orden dominica, en Buenos Aires.

Existe una segunda invasión en 1807, El lapso entre ambas expediciones fue empleado por los porteños para entrenar milicias civiles y pertrecharse. La rendición de los ingleses tras el segundo desembarco fue inmediata.

Estos hechos aunados conforman en la población la convicción de que al rey no le importa la protección de sus súbditos, única obligación de un monarca absoluto.

La invasión de la Península por el ejército napoleónico

¿Qué puede esperar un pueblo de un rey que deja ingresar a su territorio a un ejército extranjero y de tal forma poner el patrimonio y la vida de sus súbditos y la virtud de sus súbditas a riesgo? ¿Qué clase de persona es? ¿Por qué alguien querría ser vasallo de un monstruo traidor semejante?

El gobierno de Cádiz a partir de 1808 más la resistencia que duró seis años fueron financiados desde América, en particular desde el Perú. Uno a uno los virreinatos decidieron autogobernarse mientras el Rey estuviera en Valençay, con excepción de Perú que respondía a la Junta de Cádiz.

Fernando VII, reinstaurado al trono por potencias extranjeras, se negó a jurar la Constitución de 1812. Ordenó fusilar a quienes se lo pedían, a pesar de haber cuidado el reino en su nombre y resistido al invasor, cosa que él no hizo. Mandó ejércitos a América a recuperar su territorio. Resistimos, cual aldea de Astérix, las Provincias Unidas del Río de la Plata con sede en Buenos Aires. También Asunción (la cual se había emancipado en 1810). Hasta Montevideo había caído.

La Independencia de las Provincias del Río de la Plata se declara en 1816. Fue luego de largas negociaciones entre nuestra máxima autoridad Don Juan Martín de Pueyrredón y el embajador del rey. Nuestra única exigencia para renovar la lealtad era que Fernando VII aceptara la Constitución de Cádiz. Meses se demoró la Declaración de la Independencia a la espera de estas tratativas. El rey no dio el brazo a torcer. Nosotros nos divorciamos el 9 de julio de 1816 de la Corona Española y diez días después de toda potencia extranjera.

Nos peleamos con el ejército realista durante diez años. En la frontera norte, en el Río de la Plata (Batalla de Montevideo). El Ejército de los Andes liberó Chile y Perú. Guerreamos contra los portugueses (a quienes les ganamos en Ituzaingó y Carmen de Patagones), rechazamos invasiones francesas e inglesas que bloquearon el Río de la Plata intermitentemente durante dos décadas.

Estamos orgullosos de nuestra herencia católica, de nuestro idioma y de nuestro acervo todo. Nuestra constitución reza: “Artículo 2º.- El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Su preámbulo “….invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia…”. Y no hace falta enumerar las contribuciones argentinas a la lengua castellana en los últimos doscientos años.

Nos hemos peleado con los ingleses todas las veces que fue necesario y lo volveremos hacer hasta recuperar nuestras Islas Malvinas.

Creo que los historiadores modernos españoles recargan las tintas sobre los ingleses porque es autoexculpatorio. Es fácil echarles la culpa de todos los pesares a los ingleses y hacer la vista gorda a los errores propios. “El imperio no se desmoronó por los Borbones, sino porque Gran Bretaña es mala”. Muy fácil.

¿Quiso Inglaterra medrar con el Imperio Español? Seguro que sí. ¿Aprovechó las luchas civiles americanas? Sí. ¿Trató que América fuera su mercado luego de perder Estados Unidos? Sí. ¿Contribuyó a la Revolución francesa? Probablemente. Eso no quiere decir que hayan podido hacer mucho. No pusieron ni plata ni hombres ni dinero, excepto en situaciones marginales (Cochrane en Chile y con plata chilena). Sí tuvimos contribución por parte de oficiales napoleónicos en el exilio, pero eso es otra historia. La Independencia fue financiada por nosotros, bañada con nuestra sangre, por decisión nuestra. Porque creímos y creemos que cualquier suerte es mejor que estar bajo un Borbón.

Nos habrá ido bien, mal o regular, pero estamos orgullosos de nuestra costosa elección. Subo la apuesta: Argentina volverá a crecer y ser una nación orgullosa bajo la faz de la tierra. Seremos, una vez más, el refugio de todo cristiano, quienes serán perseguidos en Europa cuando ésta caiga indefectiblemente en el paganismo si continúa el actual derrotero.

Porque así, ahora como antes, seremos un lugar de resistencia, integrado por hombres y mujeres bravos.

En cuanto a España, no soy yo quien para decir qué está bien o mal. Pero a Fernando VII debieron decapitarlo cuando volvió. La Casa de Borbón ha sido la promotora de la disolución general, con la pérdida de Florida, Puerto Rico, Cuba y la disgregación actual de la Península. Cuanto antes se desentiendan de esa gente, mejor.

* Licenciada de Economía (UBA), Master en Finanzas (UCEMA), Posgrado Agronegocios, Agronomía (UBA).

 

** Artículo publicado originalmente el 28/08/2022, en El Manifiesto.com, https://elmanifiesto.com/identidad/418444338/De-la-espada-de-Bolivar-a-la-de-San-Martin.html

 

LA ESPADA

Sertorio (El Manifiesto*)

En la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia se hizo desfilar la espada de Bolívar. Y don Felipe no se levantó. Habría sido un miserable si lo hubiese hecho.

Uno de los inconvenientes del aggiornamento progre de la Casa Real española es que el participar en todos los aquelarres de la izquierda global, indigenista y separatista, sólo le va a servir para acumular insultos y para convertirse en una escupidera coronada. Por mucho que Felipe VI haya abandonado todo matiz tradicional en su imagen y se haya convertido en un reyecito escandinavo, hay cosas que a España no se le perdonan. Y don Felipe de Borbón no representa sólo, como a él le gustaría, a la España moderna y democrática, sumisa y ejemplar taifa sin historia de la Unión llamada “Europea”. Don Felipe encarna a su pesar, contra su voluntad, malgré lui, a la España histórica y a su legado. No es sólo cómo se ve él, es cómo le ven los demás.

Felipe VI se parece a Fernando el Católico, a Carlos V o a Felipe II como un huevo a una castaña. Lo mismo que la Monarquía Hispánica era algo muy distinto del vegetativo Estado de las Autonomías en el que nos hallamos tan mal arrejuntados como bien divididos. Sin embargo, el fantoche de la España clerical y conquistadora, origen de todos los males de “Latinoamérica”, es el mito central del liberalismo y de la izquierda revolucionaria en América, la justificación de las emancipaciones, cuyo padre fundador fue Bolívar. Por eso, España no puede tener nada bueno, su herencia nefasta ha condenado a las ya no tan jóvenes repúblicas americanas al subdesarrollo; las ha tarado de manera congénita, como si se tratara de una enfermedad hereditaria, de un pecado original. En definitiva, la mitología de la independencia se nutre de dosis colosales de Leyenda Negra, porque las secesiones americanas fueron, no hay que olvidarlo, una iniciativa británica, ejecutada contra la nación que en esos años era su mejor aliada y que se dejaba la sangre en los campos de batalla luchando contra Napoleón. La propaganda antiespañola ya llevaba dos siglos funcionando a pleno rendimiento: a los padres de las patrias americanas les dieron un producto muy eficaz; tanto que hoy sigue siendo más dogma de fe que nunca entre los políticos de aquellas latitudes.

Doscientos años son un plazo más que razonable para enmendar la historia y salir de la dependencia y el subdesarrollo. Sobre todo cuando la malvada España hace centurias que nada pinta por esas pampas, sertones y llanos. Para hacernos una idea, según el informe Relaciones bilaterales España-Latinoamérica y Caribe (2021) de la Secretaría de Estado de Comercio (Subdirección General de Iberoamérica y América del Norte), el 73% de nuestras exportaciones están destinadas a Europa, mientras que a la América que habla latín se va sólo un 4,4%. En cuanto a las importaciones, el 61 % de lo que compramos viene de Eu-ropa, mientras que sólo el 4,7% llega del otro hemisferio. De nuestros treinta primeros socios comerciales, sólo dos: México y… Brasil están en la lista. Para la España actual, Portugal, Marruecos o los Países Bajos son socios de mucha mayor importancia que todas las naciones “hermanas” juntas. Es decir, las monsergas que se nos cuentan habitualmente sobre el papel de España como potencia neocolonial y demás paparruchas son mera retórica, flatus vocis, fuegos de artificio. Los lazos del idioma, de la sangre y de la cultura compartida son los únicos que mantienen la presencia de España en América, que es algo muy importante y a lo que no creo que se pueda llamar imperialismo, sino parentesco; pero precisamente la herencia de Bolívar consiste en cortar esas ligaduras. Y ahí es donde don Felipe, como siempre, se vio condenado a hacer un papelón.

En la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia se hizo desfilar la espada de Bolívar. Y don Felipe no se levantó. Hizo muy bien. Bolívar representa como muy pocos el odio a España, tanto que proclamó la guerra a muerte contra españoles y canarios y decretó el exterminio de hombres, mujeres y niños peninsulares. Algo en lo que sólo le igualó el Cura Hidalgo, al masacrar a todos los gachupines que tenían la desgracia de caer en sus manos.

Todavía hoy, el grito nacional de los mexicanos es “¡Mueran los gachupines!”. Es decir, nosotros. Posiblemente nadie haya odiado tanto a nuestro país como Simón Bolívar, con la patética, pueblerina e impotente excepción de Sabino Arana. Felipe VI habría sido un miserable si se hubiera levantado. Afortunadamente para el muy baqueteado honor de nuestra nación, se negó a hacerlo.

La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué pinta el rey de España en un acto en el que va a desfilar la espada de uno de los peores enemigos de España, uno de los hombres que con mayor intensidad odió no sólo a nuestra nación en abstracto, sino a sus naturales de carne y hueso, cuyo exterminio predicaba? ¿Para qué sirven los centenares, miles, de asesores del Gobierno? ¿Nadie se informó de la naturaleza de las ceremonias que se iban a celebrar? Quizás si los dirigentes españoles viajaran menos y no quisieran salir en todas las fotos, no sucederían estas cosas. ¿Hacía mucha falta llevar al rey a ese sarao? ¿Tan importante es España para Colombia como para mandar allí al Borbón? La catástrofe de imagen es grave, porque la leyenda dorada de Bolívar es casi una religión en algunas de esas repúblicas y se han levantado voces indignadas contra la actitud del rey, la única honorable para un español. Pero, aunque Felipe VI se hubiese levantado, los bolivaristas de toda América seguirían maldiciendo a España, la difamada nación que les dio lo poco que les une todavía: la lengua, la fe y el odio al padre.

No toda la culpa, sin embargo, es de los progres. También la tienen la estupidez y la incultura de los carcas

* Artículo publicado originalmente el 11/08/2022 en El Manifiesto.com, https://elmanifiesto.com/tribuna/501302474/La-espada-de-Bolivar-el-carnicero.html