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LA OTAN Y SUS NUEVOS FANTASMAS

F. Javier Blasco Robledo*

Es bien sabido que OTAN son las siglas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Organización que consiste en una Alianza político-militar creada durante la Guerra Fría en 1949 y que se fundamenta en el mutuo apoyo militar entre los países miembros en caso de agresión por parte de terceros. Es básicamente una Alianza entre Europa y Norteamérica nacida con el exclusivo fin de garantizar la libertad y la seguridad de los países miembros a través de medios políticos y militares y hacer frente a las amenazas que provenían desde la extinta Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS).

De entre los anteriores medios, los políticos se basan en la exaltación y el exhaustivo empleo de los valores democráticos mediante la habilitación a sus miembros para que libremente puedan consultarse y cooperar de igual a igual y por consenso en asuntos relacionados con la defensa y la seguridad con especial dedicación a la resolución de los conflictos, la construcción de la confianza entre sus miembros, extender valores democráticos individuales o colectivos y en analizar y prevenir las implicaciones en los potenciales futuros conflictos tanto dentro, como fuera de su área de interés o influencia.

La mayoría de las alianzas, por no decir todas ellas, suelen tener un periodo variable de vigencia y existencia a lo largo del cual atraviesan diferentes fases que podríamos definir como: creación, expansión, afianzamiento, máximo esplendor, adaptación a nuevos objetivos y misiones, progresivo decaimiento y la definitiva disolución o desaparición voluntaria o forzada por acontecimientos de diversa índole y motivo u origen.

Pues bien, la OTAN, como cualquier alianza político-militar y máxime desde que su principal acicate o enemigo desapareció de la faz de la tierra, la URSS, para mantener su supervivencia e interés, ha ido pasando por casi todos los estadíos y ha tenido que irse adaptando a nuevas amenazas, misiones y procedimientos; lo que ha supuesto una serie de cambios francamente importantes en su orientación, empleo, estructuras y misión.

Por otro lado, las nuevas exigencias, el natural desgaste en las relaciones entre los aliados por los inevitables choques políticos, económicos o sociales; las rehencillas que aparecen por motivos comerciales o de liderazgo e inevitables roces entre países vecinos; así como, el tener que paliar diferentes puntos de vista sobre la cambiante misión y situación de la alianza e incluso, las propias consecuencias de determinadas evoluciones internas en la forma de entender la orientación actual o futura de la propia Organización o de cada uno de los países; así como, los inevitables nuevos enfoques en las relaciones exteriores individuales y colectivas de los mismos, hacen que cualquier fundamento político, por muy granítico que fuese en su día, empiece a tambalearse, resquebrajarse e incluso se pueda llegar a destruir.

A la vista de lo expuesto anteriormente y de los profundos cambios, tensiones y exigencias aparecidas o creadas en las últimas cumbres de la Alianza, así como, las discrepancias entre aliados europeos derivadas de un Brexit, que no augura un feliz final, y otras actuaciones individuales de algunos de los dirigentes de sus miembros más importantes, sería posible que la OTAN pudiera estar atravesando la penúltima o incluso la última de las mencionadas fases.

Las constantes, insistentes y estridentes exigencias de Trump sobre el grado de participación, compromiso y aportación económica real de los aliados en gastos de defensa, sobre todo, de aquellos como España, que se encuentran francamente alejados de cumplir los acuerdos de inversión para la defensa colectiva, adoptados por todos ellos hace ya demasiado tiempo en la Cumbre de Gales (2014); ciertas diferencias sobre la necesidad, eficacia y rendimiento de los despliegues de fuerzas norteamericanas en Europa y su posible redespliegue o repatriación; las discrepancias sobre la idea de la defensa común del solar europeo tras un duro Brexit; el recientemente buscado, aunque nada fácil, protagonismo a jugar por la UE —impulsado principalmente por Francia y secundado por Alemania— en dicha tarea y los diferentes y muy peligrosos escarceos y amagos de Putin con algunos de los viejos países miembros o satélites de la URSS que de forma directa o indirecta, siguen ligados a Rusia aunque la mayoría de sus habitantes preferirían mirar hacia el bando completamente contrario, son grandes piedras en un camino cada vez más difícil de recorrer a la vieja usanza, al unísono y sin discrepancias.

A la difícil situación anterior, como capítulo específico y francamente importante, habría que añadir los problemas derivados de la Turquía de Erdogan por sus encontronazos y acciones individuales o en relación con más de un aliado por diversos motivos como las grandes diferencias de criterio en la compra de materiales antiaéreos entre EEUU y Turquía por culpa de la adquisición turca de los misiles S-400 a Rusia y el veto norteamericano a la compra de los pretendidos F-35 como consecuencia de lo anterior o los constantes, cada vez más frecuentes y crecientes encontronazos entre Turquía y Grecia por la explotación de recursos energéticos bajo las aguas griegas o chipriotas en el Mediterráneo son problemas que han superado en mucho las tradicionales y enquistadas disputas entre ambos países. Los cambios en la orientación política interna y externa, cada vez menos democrática en Turquía que se manifiestan en el insaciable afán de expansionismo e intervención de Erdogan —en una cada vez más aparente y patente búsqueda de la reconstrucción del viejo Imperio Otomano— en la mayor parte de los conflictos cercanos a sus fronteras o más allá de las mismas en Siria y Libia principalmente y, últimamente, en Nagorno Karabaj ponen en peligro el inestable equilibrio con Rusia, sin olvidar su elevado grado de fijación con el exterminio de los kurdos y los arriesgados y peligrosos acercamientos a Irán lo que pone muy nerviosos a EEUU, Israel y Arabia Saudí.

Como importante y peligrosa patata caliente para los europeos hay que referirse a la existencia de más de dos millones de refugiados en territorio turco esperando saltar a Europa y que son contenidos allí gracias a importantes y millonarias subvenciones de la UE para evitar que esto suceda. Avalancha humana que Erdogan periódicamente amenaza con su suelta y darle vía libre si se le molesta en sus sucias actuaciones y felonías nacionales e internacionales.

Todos los asuntos referidos son ingredientes más que suficientes y demasiado fuertes cada uno, para que la picante ensalada de la Alianza resulte poco atractiva y prácticamente incomible, y hasta puedan llegar a ser el origen o la causa para que se puedan romper por más de un punto o motivo sus viejas y ya muy remendadas costuras.

Ciertamente, Turquía viene desarrollando de forma progresiva, y mucho más patente e intensa desde su autogolpe de Estado de 2016, una política absolutista y claramente antidemocrática y dictatorial. Erdogan viene sometiendo a su pueblo a una fuerte tiranía aunque aparentemente mantiene en el país un régimen “democrático”; ha cambiado la estructura de gobierno y el alcance del poder presidencial concentrando, poco a poco, el control de todos los poderes del Estado en su persona e incluso, ha anulado el signo laico del Estado con una conversión de culto del islam, llegando a derogar el “inamovible” legado de Atatürk (el padre de la patria turca) y en reconvertir en mezquita la antigua basílica ortodoxa de Santa Sofía, a pesar de ser monumento Patrimonio de la Humanidad.

Es el segundo país de la OTAN en aportación de fuerzas a la misma; ocupa su flanco oriental y cierra, por su privilegiada posición estratégica, el libre paso de Rusia hacia el Mediterráneo; cuenta con numerosas y potentes fuerzas armadas y sirve de base a importantes unidades norteamericanas de aviones de combate, cazabombarderos y armas nucleares. Es quizá por ello, por lo que su pérdida traería consecuencias incalculables para la seguridad, efectividad, equilibrio y el despliegue de las fuerzas restantes ya que quedarían con su más importante y peligroso flanco al descubierto.

Erdogan conoce bien la importancia de su terreno y la necesidad de la Alianza de su capacidad militar y quizá, sea por ello, por lo que juega con la paciencia de sus aliados a sabiendas de que haga lo que haga, no se le corrige aunque desde hace mucho tiempo, es merecedor de ello. La situación de deterioro en sus relaciones individuales y colectivas va en aumento; sus demostraciones y retos antidemocráticos han roto todos los cánones permitidos y se ha convertido en un aliado muy voluble y cada vez menos fiable, lo que unido a los otros temas enunciados podría dar origen a una ruptura o a la transformación profunda de la Alianza en otro tipo de organización, más reducida o con pretensiones menos ambiciosas. 

Por si fueran pocos los problemas enunciados, en el flanco opuesto nos encontramos con España, otro país que últimamente y sobre todo, desde que cuenta con un gobierno social-comunista —siendo los comunistas de corte e inspiración bolivariana (Venezuela) y muy amigos de Irán— tampoco está poniendo fáciles las relaciones con la Comunidad Internacional. El presidente Sánchez, a pesar de gozar de una gran capacidad de disimulo y de aparentar que no se entera de los problemas u objeciones que los demás le plantean, ha sido objeto de varias reprimendas públicas y notorias por parte de Trump en las últimas Cumbres por todo lo anterior y al ser de entre los medianos, el que menos y con gran diferencia, invierte en defensa.

España es un país que en el aspecto de la acumulación de poder presidencial, incluso en detrimento de la figura del Jefe del Estado y en el control o dominio sobre los poderes del Estado, viene practicando una especie de turquización (aunque algo más light) que recientemente vuelve a encender las luces rojas en el seno de la UE, por lo que indudablemente, también inquietará en la OTAN.

Está sumida en la peor y más profunda situación en ambas crisis sanitaria y económica del mundo y con tales credenciales y movimientos telúricos en lo político y lo social, probablemente será incapaz durante más de un lustro de salir del hoyo en el que el gobierno la ha sumergido por su mala gestión y falta de previsión. Es muy posible que aumenten las agitaciones sociales cuando se compruebe la mucha necesidad y la poca eficacia de los apoyos económicos que puedan llegar de la UE, que llegarán —si llegan— tarde, con cuenta gotas y a lo largo de un periodo de tres largos años; sobre todo, si no se encuentra un pronto remedio a la pandemia y la sociedad civil consiga encarrilar la economía aún a costa de soportar las grandes cargas impositivas que soterradamente y contra todo consejo, se vienen anunciando en estas fechas. Tiene sin solventar el grano de Gibraltar tras el Brexit sin acuerdo y mantiene una muy dudosa y voluble política con respecto al futuro político en Venezuela, lo que molesta a muchos aliados en Europa y en la OTAN.

A todo lo anterior, hay que añadir que Marruecos, el eterno enemigo a la espalda, ha percibido el olor de la sangre y a carne putrefacta y, como tradicionalmente suele hacer, ha comenzado a lanzar sus aspiraciones territoriales sobre aguas y espacios, que en este caso incluyen las islas Canarias y, al mismo tiempo, se encuentra en un franco y efectivo proceso de importantes programas de reame de sus fuerzas armadas con adquisiciones de material moderno a proveedores de un variopinto abanico que va desde Francia y EEUU hasta Rusia. Situación altamente preocupante y nada nimia tanto para la OTAN en general, por ser Marruecos un especial aliado de varios de sus integrantes, como para España, a no ser que dejemos de pertenecer a Alianza y se rompieran los lazos con ella.

No debemos olvidar que las constantemente decrecientes fuerzas armadas españolas, poco o mal pagadas, cada vez peor instruidas y adiestradas por falta de suficientes presupuestos para ello, bastante envejecidas y escasamente dotadas con materiales modernos o de última generación, se encuentran además mayormente dedicadas a todo tipo de menesteres o misiones de tipo protección civil por la necesidad de contar con mano de obra barata o gratis en la lucha contra la pandemia del COVID y, por lo tanto, se están volviendo incapaces de ser un elemento de peso en el potencial de la OTAN. Además, a la vista de las pocas expectativas de salir de la macro crisis económica, es más que previsible que la aportación española real en gastos en defensa no llegará en lustros a las mencionadas cotas otrora establecidas, lo que las relega a convertirse un aliado sin importancia, sino una rémora o un lastre, lo que podría cuestionar a los demás el mantener su pertenencia a la Alianza.

En resumen, aunque no se quiere decir claramente, nos encontramos ante una OTAN semi paralizada porque aparte de sufrir problemas de identidad en su núcleo duro, aún tiene que encajar los inconvenientes derivados de un más que posible Brexit duro y sin acuerdo y el papel a jugar por la UE en la defensa europea, si es que alguna vez es realmente capaz de pasar de las palabras a los hechos; además, se encuentra con sus dos flancos con problemas de conveniencia e incluso de permanencia, en manos de regímenes bastante conflictivos por sus tendencias, procedencias o por los intereses o agendas, ya no tan ocultas, de los que integran o dirigen sus respectivos gobiernos.

Veremos si alguien está dispuesto o es capaz, de lidiar tanto toro Victorino o de poner los necesarios cascabeles a los incansables gatos; que sucederá cuando se sepa el nombre del nuevo inquilino de la Casa Blanca y cuál será su postura con respecto al futuro y el papel de la Alianza; hasta donde llegará la UE en lo referente a sus “ambiciosas aspiraciones” en la defensa europea de forma semi independiente; como quedan las relaciones entre el continente y la islas británicas tras un Brexit duro y seguramente muy conflictivo y cuál será la orientación de la Unión cuando Merkel —ya que Macron está perdiendo fuelle y fuerza— deje de llevar las riendas de la misma y sobre todo, si se complican los particulares peligros que podrían venir desde cualquiera de sus  flancos en el Mediterráneo.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Reserva) de España.  Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.                      

 

Artículo publicado en https://sites.google.com/site/articulosfjavierblasco/la-otan-y-sus-nuevos-fantasmas

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EL MUNDO QUE PODEMOS VER MÁS ALLÁ DEL ENVENENAMIENTO DE ALEKSÉI NAVALNY

Alberto Hutschenreuter*

Alekséi Navalny. Foto: REUTERS.

El 20 de agosto, a bordo de un avión en vuelo hacia Siberia, el político opositor ruso Alekséi Navalny se sintió descompuesto, por lo que la nave debió bajar en Omsk, donde recibió las primeras atenciones médicas, para ser posteriormente trasladado a un hospital de Berlín. Allí, tras consultas con profesionales del ejército alemán, se determinó que Navalny fue envenenado con una sustancia química prohibida conocida como novichok, un poderoso agente tóxico (superior al gas sarín o GB) desarrollado por el ejército ruso como parte del programa de armas químicas binarias, esto es, componentes que en forma separada no se manifiestan, pero una vez que se mezclan producen un agente letal.

Un hecho sin duda lamentable para el político ruso, y un hecho que implica una “regularidad” en materia de asesinatos en Rusia, si bien la historia del mundo está repleta de prácticas relacionadas con la eliminación de personas a través de agentes tóxicos. Pero la secuencia de asesinatos y ataques químico-biológicos dentro y fuera de Rusia perpetrados por agentes rusos durante este siglo se ha vuelto un “clásico macabro”.

La cuestión relativa con la responsabilidad del ataque a Navalny una vez más ha vuelto a colocar al gobierno ruso en el centro de las sospechas, si bien, también una vez más, hay una pluralidad de posibles responsables: desde personas que han sido denunciadas por Navalny en el pasado hasta ajustes de cuentas entre ex espías rusos, pasando por “agentes patrióticos”, todo puede ser posible, aunque prácticamente improbable. Si para Churchill Rusia era “un misterio dentro de un enigma envuelto en la niebla”, los casos de envenenamiento dentro de territorio de Rusia, se podría decir que implican, en término de causas y responsables de los mismos, todo eso, pero dentro de un arca que ha sido cerrado bajo múltiples combinaciones y casi todos sus diseñadores se hallan desaparecidos.

Pero el caso Navalny nos permite observar un poco más allá, en dirección de realidades y del posible mundo venidero, pues dicho caso comporta varios “anillos” de análisis.

En primer lugar, la relación Alemania-Rusia, un vínculo que, salvo durante las guerras mundiales, ha sido históricamente favorable para los intereses de ambos. Para Berlín, el mantenimiento de una relación con Moscú en el segmento energético y de la seguridad energética es clave. El suministro de gas ruso “de territorio a territorio”, pues el gasoducto alemán-ruso (en el que se llevan invertidos más de 12.000 millones de dólares) se extiende a través del Mar Báltico evitando el tránsito por potenciales perturbadores, es una ganancia de cuño geopolítico y geoeconómico que ningún otro actor podría ofrecer a la poderosa locomotora de Europa.

Imagen: Deutsche Welle.

Aunque el proyecto “Nord Stream” se inició y terminó en tiempos en que las relaciones ruso germanas eran otras (y que hoy casi se completa con el “Nord Stream 2”), si Berlín no logra calibrar con sentido estratégico los componentes de la ecuación que combina valores e intereses (hoy más escorada hacia los valores), no solo no habrá resuelto a su favor una cuestión mayor, sino que, en un mundo incierto, bajo afirmación del “poder nacional primero” y multilateralismos en caída libre, Alemania y sus socios padecerán consecuencias si consideran que solamente con lo institucional y el derecho podrán influir en él. La historia no ofrece ningún registro sobre “potencias institucionales”.

La canciller Angela Merkel y quien la suceda en el cargo no harían nada mal en echar una mirada a la historia y recordar algunas de las claves de bóvedas formuladas por el canciller Bismarck en relación con el vínculo con Moscú. Quizá no tengan que ir tan lejos: el desaparecido Helmut Kohl y Gerhard Schröder (hoy presidente de la junta directiva de Nord Stream 2) podrían ser muy útiles en cuestiones de pragmatismo en la política exterior.

Un segundo anillo es la Unión Europea, pues no todos mantienen idéntica percepción en relación con castigar indefinidamente a Rusia. Si bien la UE participa del régimen de sanciones por los hechos de Crimea, hay países como la misma Alemania, Italia, Grecia (donde es vital el vínculo ortodoxo), etc., que vieron bastante afectada la relación comercial con Moscú. Solo basta tener presente que antes de Crimea la relación comercial ruso-alemana llegó a superar los 100.000 millones de dólares.

Por otra parte, es bastante claro que la configuración internacional del siglo XXI, que según Henry Kissinger se dará bastante entrada la centuria, implicará un dinamismo integral en el gran territorio euroasiático; por tanto, la UE está llamada a desempeñar un papel gravitacional en él, es decir, deberá, de cualquier manera, desplegar una geopolítica propia, decisión que no implica disrupción con el socio atlántico, pero sí priorizar sus intereses y estar preparada para soportar posibles coacciones del “pacificador americano” en el continente, para utilizar el concepto de John Mearsheimer.

Por su parte, Rusia, otro anillo clave, podría afianzar su enfoque en relación con una orientación exterior hacia la Gran Eurasia. De este modo, como sostienen algunos de sus autorizados analistas, por caso, Andrey Kortunov, ello podría replantear su relación con Europa desde un conjunto de actores preeminentes (China, India, etc.), no desde una relación directa Rusia-Europa. Claro que, como advierten, en ese escenario Rusia tendrá que ofrecer algo más que su presencia política, es decir, una mayor fortaleza económica. De este modo, Rusia podría llegar a “sustraer” a Europa de la influencia atlántica sin tener que recurrir a medios pro-fragmentación que siempre acaban por colocarla en el banquillo de los acusados.

Por último, el caso Navalny es un hecho funcional para Estados Unidos en su política orientada a “mantener vigilada” a Rusia (algo así como una “contención activa” en el siglo XXI, para distinguirla de la “contención pasiva” del siglo XX); pues, de no hacerlo, tarde o temprano, surgirá allí (según el oeste) un empuje geopolítico revisionista ruso que someterá otra vez a Europa del centro (una aprensión geopolítica palpable en la cada vez más militarizada Polonia). Por otro lado, también es funcional en relación con sus propósitos geo-energéticos: el de ser principal suministrador de recursos a Europa.

En breve, más allá de la tragedia sufrida por Alekséi Navalny, quien estaría saliendo del estado de gravedad en el hospital berlinés, el caso permite realizar una pluralidad de análisis sobre cuestiones que implican no solo reacomodamientos en las relaciones entre los estados, sino conjeturar sobre escenarios en los que, sin duda, estarán presentes las clásicas lógicas que habitan en dichas relaciones: concordia y discordia. No podemos asegurar cuál de ellas prevalecerá como antecámara de un orden nuevo.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

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VON MOLTKE: ARTÍFICE DEL ESTADO MAYOR GENERAL

Agustín Saavedra Weise*

El general alemán Karl Helmuth von Moltke, nació con el siglo XIX (1800) y falleció casi en sus postrimerías (1891). Su vida transcurrió por carriles normales. Se destacó como enviado en Turquía y escritor de prestigio. Así siguió su trayectoria, honorable y valorada, pero no mucho más que eso. Su trascendencia histórica no la alcanzaría hasta una edad muy madura: 61 años.

En 1857 se hizo cargo del Estado Mayor General prusiano, institución castrense en descrédito desde la época de las guerras napoleónicas y a la que nadie le daba importancia. Luego de profundos cambios internos que transformaron por completo a esa entidad, hace 140 años von Moltke inició una verdadera revolución, provocando avances cualitativos de enorme importancia en el desarrollo de las campañas militares. Sus acciones contra Dinamarca (1864) y luego las brillantes victorias contra Austria (1866) y Francia (1870), sellaron definitivamente su fama. Este favorable escenario bélico favoreció la creación del imperio alemán, el mismo año y en Versalles.

Cultivado intelectualmente desde su niñez, von Moltke era un dedicado estudioso de la estrategia. Desde su nombramiento en un cargo alicaído y sin prestigio, comenzó con sus radicales transformaciones. Se convirtió en el artífice de lo que son, hasta hoy, los estados mayores generales en todo el mundo: centros de planeamiento estratégico para el mejor resultado de las operaciones militares de ataque, defensa y prevención.

Von Moltke observó cuidadosamente los sucesos de la guerra de secesión norteamericana (1861-1865). Percibió que si bien tanto telégrafo como ferrocarriles ya fueron usados en las campañas de unionistas y confederados, el tal uso no fue muy eficiente. A partir de ahí inició su flamante plan, consistente en una verdadera maximización de la nueva tecnología y esta vez en suelo europeo. Diseñó un nuevo sistema de movimiento de tropas que alteró radicalmente el dogma —arraigado desde que lo impuso Napoleón— de la concentración en un lugar único y por líneas interiores. Von Moltke —con telégrafo y ferrocarriles como base de su seguimiento y control operacional—, optó por transportar grandes masas de soldados en forma separada, pero con la capacidad de agruparse en un punto decisivo, para golpear allí al desprevenido enemigo con la fuerza de un mortal.

Fue en su momento tan revolucionario el esquema de von Moltke que no se le dio total libertad de acción durante las acciones libradas en Dinamarca durante 1864. Aún así, Prusia se alzó con la victoria. En 1866 la historia fue diferente. Esta vez von Moltke contó con la total confianza del Káiser y del Canciller (Primer Ministro) Otto von Bismarck. En la corta guerra contra el imperio austriaco, les asestó un golpe definitivo a éstos en la batalla de Könitggrätz. Mientras el ejército de Austria se concentraba en un solo sitio, las columnas de von Moltke aparecían dispersas y aparentemente sin coherencia alguna; todo era parte de un minucioso diseño previo. Llegado el momento, todas las tropas convergieron sobre el punto de concentración del enemigo y lo sorprendieron por completo. Este crucial triunfo marcó el ascenso prusiano entre los pueblos germanos y disminuyó el de su tradicional contendiente —Austria— por la unidad de los alemanes bajo un solo Estado. A partir de ese momento, las guerras cambiaron, junto con la mentalidad y conducta de los oficiales a cargo de grandes unidades.

Von Moltke emitía “directivas” y dejaba amplio margen de autonomía a sus comandantes. Todo lo planificaba previamente, pero también dijo que una vez iniciadas las hostilidades lo planeado podía irse al “tacho”, por lo imprevisible de las situaciones.

El viejo soldado falleció siendo miembro del Parlamento (Reichstag) alemán, no sin antes pronosticar que las guerras europeas del inmediato futuro serían generalizadas, de matanzas terribles y de larga duración. Lo sucedido en el mundo en el pasado siglo XX, penosamente le otorgó la razón.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

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