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EL CONSEJO FEDERAL PESQUERO ES INCOMPETENTE PARA AUTORIZAR LA INVESTIGACIÓN EN AGUAS ARGENTINAS DEL BUQUE BRITÁNICO JAMES COOK

César Augusto Lerena*

Quienes seguimos de cerca las cuestiones que ocurren en el Atlántico Suroccidental nos sorprendimos con una supuesta autorización del Consejo Federal Pesquero (CFP) para operar en aguas argentinas por más de 30 días el buque de investigación RRS James Cook. Este barco que fue botado en 2006 y tiene una eslora de casi 90 metros es de propiedad del Reino Unido, quien ocupa en forma prepotente 1.639.900 Km2 de territorio marítimo e insular argentino. Pero, NO. Ese Consejo no tiene competencia para autorizar a investigar ―en las materias que se solicita― y, si las investigaciones fuesen relativas a la pesca ese Cuerpo estaría incumpliendo el artículo 27º bis de la Ley 24.922 que entre otras cuestiones refiere a tener o no relación jurídica, económica o de beneficio con personas físicas o jurídicas, propietarios y/o armadoras, de buques pesqueros que realicen operaciones de pesca dentro de las aguas bajo jurisdicción de la República Argentina sin el correspondiente permiso de pesca emitido por la Autoridad de Aplicación Argentina”. Obviamente, el Reino Unido viola esa Ley cuando pesca u otorga permisos ilegales a buques extranjeros en las aguas argentinas de Malvinas y ambos ―los funcionarios argentinos y el Reino Unido― podrían violar la Ley 26.659 si se autorizase a “llevar a cabo investigaciones oceanográficas, químicas y físicas” en la plataforma continental argentina.

En esta situación de excepcionalidad que vive la Argentina con gran parte de su territorio marítimo ocupado por el Reino Unido, un permiso de esta naturaleza solo podría ser autorizado por el Congreso de la Nación, en el caso que se interpretase que no viola la Disposición Transitoria Primera de la Constitución, cuestión que nosotros entendemos que sí, porque favorece la presencia británica en el Atlántico Suroccidental.

Empecemos por decir, que la Embajada del Reino Unido solicitó autorización para que el buque James Cook realice actividades de investigación científica marina en aguas jurisdiccionales argentinas y lleve adelante dos proyectos, uno sobre la toma de datos en determinados recorridos y otro, sobre la comprensión de los océanos por debajo de las capas superficiales en una región de intercambio entre cuencas oceánicas del Atlántico Suroccidental” no vinculados a la actividad pesquera y, por lo tanto, el Consejo Federal Pesquero ni la Subsecretaria de Pesca tienen atribución alguna para autorizar investigaciones que no sean de pesca conforme lo establecido en los artículos 5º; 7º (las investigaciones científicas y técnicas de los recursos pesqueros), 9º (Establecer la política de investigación pesquera), 11º (investigaciones referidas a los recursos vivos marinos), 14º y 15º (La pesca experimental requerirá autorización) y 23º (autorización de pesca para fines de investigación científica o técnica) de la Ley 24.922.

El Consejo Federal Pesquero en el Acta 23/24 del 28/11/24 «analizó las actuaciones» y manifestó «mayoritariamente» que, «en los aspectos relativos a su competencia, no tiene objeciones que formular para que se autorice al buque RRS JAMES COOK a llevar a cabo actividades de investigación científica marina en espacios marítimos sujetos a la soberanía y jurisdicción nacionales» y vale la pena destacar “falta de objeciones” la formularon solo seis miembros, con el voto del Subsecretario López Cazorla y los representantes de Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego y en ausencia de los dos representantes del Poder Ejecutivo Nacional. Semejante decisión estratégica, en manos seis personas que tienen limitada su función de fijar la política pesquera.

Por si faltaba poco, el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero informó que “no participaría un observador del instituto en la campaña, pero ha sugerido un contacto de referencia de la institución para la recepción de datos”, lo cual ratifica aún más sobre la incompetencia del CFP. Por su parte, y verdaderamente llamativa su intervención, “la Representante de la Cancillería informa que se ha acordado la participación de un Observador de la Armada Argentina en el crucero de investigación y la participación de investigadores de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para observar la fauna en general y los mamíferos marinos y colaborar con los protocolos de mamíferos marinos, asociados al uso de acústica oceánica”. No tenemos certeza con qué objeto la Cancillería introduce a la Armada ―que debe encargarse de la Defensa― en esta investigación británica ni tampoco a la UBA. Todo pareciera destinarse a procurar la competencia del Consejo Federal Pesquero; pero, en cualquier caso, tratándose de interés del Ministerio de Relaciones Exteriores estas participaciones podrían enmarcarse en dar ejecución a los pactos Foradori-Duncan (2016) o Mondino-Lammy (2024), ambos de cooperación unilateral argentina en favor del Reino Unido.

Lo cierto, que el buque británico, que lleva el nombre del Capitán de la Marina Real Británica James Cook “uno de los colonizadores más destacados del Pacífico” y que calificó a las islas Sándwich del Sur “el lugar más horrible del mundo”, no ha sido hasta hoy formalmente autorizado a operar en aguas argentinas, porque el Consejo Federal Pesquero se ha limitado a indicar que «en los aspectos relativos a su competencia, no tiene objeciones que formular», competencia que como dijimos no tiene y, que, incluso, hasta la fecha el Presidente del Consejo no ha firmado Resolución al respecto, pese a que ―llamativamente― el buque James Cook ya partió con destino a Buenos Aires sin tener la debida autorización para investigar en la Zona Económica Exclusiva Argentina.

Para agregar más absurdo a la falta de objeciones del Consejo Federal Pesquero éste ignoró la opinión del representante de la Provincia del Chubut, que expresó no estar de acuerdo con el crucero de investigación “toda vez que las actividades científicas a realizarse implican la utilización de cañones sísmicos que podrían tener un impacto negativo en la ballena franca austral, cuya ruta migratoria coincide con el área geográfica donde se pretende realizar el estudio científico”; cuestión, a la que adhirió la representación de la Provincia de Buenos Aires. Opiniones que parecen calificadas, cuando se trata de las dos provincias que mayor captura, industria y comercio pesquero realizan. Y esta cuestión de conservar las especies, si era de su competencia, por lo que debió tenerse en cuenta más allá de las simples mayorías, además de estar previsto en el artículo 5º de la Ley 24.922.

Nos queda claro que, aún incompetentes, los consejeros en el Acta 23/24 no escribieron una sola línea referida a la apropiación británica de 250 mil toneladas anuales de recursos pesqueros argentinos en las aguas de Malvinas y los espacios marinos argentinos ocupados en forma prepotente por el Reino Unido y, no parece que la Argentina deba cooperar en tareas de ninguna naturaleza.

“Cuando en el reinado existen más facilidades para hacer la corte que para cumplir con el deber, todo está perdido” (Montesquieu); aunque hay quienes no creemos que debemos aceptar un destino impuesto.   

   

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado. Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana (CESPEL). www.cesarlerena.com.ar

NO ES LA ECONOMÍA, ES LA JUSTICIA

Marcelo Javier de los Reyes*

Los que ya tenemos varias décadas conocimos otra Argentina, muy diferente a la actual, por lo que cuando hablamos con los jóvenes y les contamos acerca se esa Argentina que nosotros conocimos cuando éramos chicos o jóvenes parecería que estamos hablando de un país de fantasía, de una ficción.

Hasta mediados de la década de 1970 la Argentina tenía una tasa de desempleo menor al 3%, el trabajo formal era la norma y los argentinos podían pensar en un país que tenía un horizonte prometedor más allá del contexto político nacional.

Recuerdo que la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, así como el sur y el oeste de la Provincia de Buenos Aires, eran zonas industriales y de mucha actividad.

La clase media y la educación pública, en la que nos enseñaban a respetar los Símbolos Patrios y a amar la Patria, eran lo que podríamos considerar dos virtudes. Esa educación pública nos había puesto en un lugar de privilegio y causaba admiración en el exterior.

La deuda externa no llegaba a los US$ 8.000 millones, si no me equivoco sería menos del 2% de la deuda externa actual. Éste no es un dato menor.

La Argentina contaba con unas Fuerzas Armadas con un poder regional considerable y era un país respetado y bien considerado dentro de la comunidad internacional a pesar de que ya había entrado en un período de decadencia.

Sin embargo, el gobierno militar que asumió en 1976 impuso una política liberal de la mano del ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, quien retomó algunas imposiciones que se hacían desde el exterior, como

    • la desindustrialización,
    • el cierre de ramales ferroviarios, lo que respondía al denominado «Plan Larkin» diseñado en EEUU para desarticular el sistema ferroviario argentino, plan que le fue presentado al entonces presidente Arturo Frondizi, quien no pudo llevarlo a cabo pero que sí fue trágicamente implementado por el presidente Menem y
    • el sometimiento de la Argentina mediante el endeudamiento externo, lo que incremento la deuda de manera feroz e innecesaria. Fue así que para 1983, cuando los militares entregaron el poder, la deuda externa superó los US$ 45.000 millones.

Los militares argentinos fueron presos por otras razones, pero a Martínez de Hoz la justicia nacional no lo tocó.

La sociedad argentina depositó una gran esperanza cuando la democracia retornó en 1983, una esperanza que ha sido defraudada durante estos 40 años de una «partidocracia» en la que muchos políticos llevan décadas viviendo del Estado mientras lo destruyen.

Aquí quiero hacer una digresión para aclarar la diferencia entre «Estado» y «Gobierno» más aún cuando estamos nuevamente con un gobierno radicalizado cuyo presidente siente orgullo de destruir el Estado, al que representa y del que recibe su sueldo.

El Estado está formado por todos los argentinos, así como la Iglesia está constituida por todos los feligreses. No se concibe una Nación sin el Estado. Todo Estado Nación está conformado por un territorio claramente delimitado, una población y un gobierno. De tal manera que se trata de una organización política y humana.

El Estado es como un consorcio de copropietarios y el gobierno es como el administrador de ese consorcio. Si el administrador lo hace mal, no es el Estado el que lo hace mal y si la población eligió un mal administrador esa mala elección será responsabilidad de la población. Resulta ridículo que el administrador se proponga destruir al consorcio de copropietarios porque sería dejar sin sus bienes a quienes lo eligieron para que los administre. Desaparecidos los bienes, desapareció el consorcio de copropietarios y su razón de ser. ¿Podrían los copropietarios aplaudir y elogiar a ese administrador? No. Sorprende que un número considerable de argentinos elogie y se ponga contento porque un presidente se proponga destruir la razón de ser de la Argentina.

Volvamos a la historia reciente.

Es por todos conocida la famosa frase «¡Es la economía, estúpido!» una frase de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton, que éste utilizó en la exitosa campaña de 1992.

En la Argentina le han llevado a buena parte de la población a creer que el problema es económico y siempre serán los economistas los que vendrán a salvarnos de nuestra caminata hacia el abismo pero en realidad ellos nos ayudan a apurar el paso hacia ese destino.

No quisiera generalizar pero los máximos exponentes que siempre están cerca de la dirigencia política, los que llegan a los cargos con poder de decisión en materia económica, demuestran que tienen dos grandes problemas:

    1. creen que su especialidad forma parte de las ciencias exactas y
    2. carecen totalmente de empatía.

Entonces vamos a aclarar estos puntos. La Economía no es una ciencia exacta sino una Ciencia Social. La palabra «economía» deriva del griego y hace referencia a la «administración del hogar».

Todos los economistas, quiero creer, que han leído el libro Economía de Paul Samuelson, quien en su introducción se pregunta «¿Ciencia o arte?» y aclara precisamente eso: «La economía no es una ciencia exacta». Afirma que es más que un arte pero cuyas predicciones pueden ser tan exactas como el pronóstico meteorológico. Claro está, como agrega Samuelson, que un banco o una empresa no recurrirán a un astrólogo sino a un economista.

Pero los economistas no pueden reducir todo a que «les cierren los números», que «no haya déficit fiscal», aunque siempre lo incrementan con las medidas que toman, las que más de una vez hasta los que provenimos de las humanidades percibimos que nos hundirán más que favorecernos.

Detrás de los números hay personas y muchas de ellas, los más necesitados, terminan siendo perjudicados por sus medidas.

No, no es la economía. Es la Justicia. Y no agregaré lo de «estúpido» porque quienes ejercemos la docencia jamás le diríamos a un alumno «estúpido», porque estamos para formar, para ayudar en la comprensión de determinadas cuestiones.

El problema fundamental de la Argentina es la falta de Justicia o la carencia de moral de buena parte de los jueces que responden al Poder Ejecutivo de turno, tanto por beneficiarse en su carrera profesional como por obtener beneficios económicos.

Aquí entramos en otro problema, el que nos lleva a comprender que, sin una verdadera división de poderes, no hay democracia, porque no hay un control de un poder sobre el otro. No hablaré del Poder Legislativo, cuyos exponentes no son dignos de considerarse representantes ni del Pueblo ni de sus Provincias, tanto sean diputados como senadores. Y los economistas que forman parte de los gobiernos parecen gozar de inmunidad porque, cuando en el mejor de los casos son investigados judicialmente por las medidas que toman como funcionarios públicos, terminan sobreseídos. A pesar de que a ellos no les cierre el blanco de sus respectivos patrimonios que, en general tienen el exterior, dicen que sus políticas están destinadas a traer inversiones a la Argentina. Curioso, ¿no?

Estimo que la mayoría de los argentinos queremos que en nuestro país se desarrolle la industria, que el campo produzca, que la producción se incremente, que la Argentina aumente considerablemente sus exportaciones. Porque la Argentina crecerá y se desarrollará cuando sus sectores productivos trabajen a pleno y no por contraer innecesarias deudas como consecuencia de malas administraciones, de negociados o de intereses externos que sólo aspiran a mantener a la Argentina de rodillas.

Para salir de este laberinto necesitamos de una Justicia independiente que condene a los funcionarios que traicionan a la Patria, los que la endeudan y la empobrecen. La Justicia debe constituirse en la columna vertebral para reorganizar y sanear la Argentina. Para eso se necesitan jueces probos y un sistema judicial ágil. Quizás podríamos pensar en una elección de jueces por parte del pueblo y no por parte del poder ejecutivo para garantizar esa independencia. Es sólo una propuesta.

Por otro lado, los argentinos tenemos que dejar de lado las divisiones, las que son instigadas por los mismos que se benefician de ellas: los miembros de la corporación política y los de la corporación económica y de medios, quienes se han aliado en el presente gobierno.

Precisamos tener en claro los Intereses Nacionales y que nada nos aparte de ese rumbo. El rumbo que debemos tomar es relevante y hay que definirlo clara y de manera urgente porque, como dice Paul Samuelson, «el futuro es más largo que el presente». Y en ese futuro están los jóvenes, nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros sobrinos.

En tal sentido, entonces, creo que hay que dar ciertos pasos:

    • terminar con las divisiones, lo que no supone suprimir el debate sino trabajar juntos pensando en el futuro y no en el pasado;
    • delinear el rumbo y la estrategia para desarrollar la Argentina en función de los Intereses Nacionales;
    • diseñar nuestro propio modelo de desarrollo;
    • recuperar una de las que fuera la característica de la sociedad argentina: «la movilidad social»;
    • lograr la emergencia de una nueva clase dirigente, libre de los vicios de esa dirigencia que nos ha traído a esta angustiante situación;
    • recuperar los valores de la sociedad.

Todo esto requiere de comenzar una «contra revolución cultural» para enfrentar a esa revolución cultural que nos sumergió en la desesperanza, en el desaliento y en una baja autoestima.

Debemos buscar nuevos caminos, nuevas opciones, pensar en el futuro, apelar al pensamiento estratégico para considerar los recursos actuales y los recursos potenciales de los que la Argentina pueda echar mano para recuperarse.

Como ya lo he escrito en un artículo anterior, la sociedad debe ponerse «en camino», como en una peregrinación hacia la Tierra Prometida, que no es otra que la Patria misma. Y en este sentido los argentinos hemos sido privilegiados por esta tierra.

Peregrinar es alejarse, tomar distancia del punto en el que estamos, es caminar, ponerse en marcha, en silencio ―es decir, dejando de lado la confrontación estéril para pasar al intercambio de ideas―.

Sólo de esa manera podremos lograr nuestro objetivo común: llegar a la Patria que tanto amamos.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro «Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones», Buenos Aires: Editorial Almaluz, 1ª edición 2019, 2da edición 2024.

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España. ORCID 0000-0003-0411-4630.

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12 DE AGOSTO CONMEMORACIÓN DE LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES

Marcelo Javier de los Reyes*

 

12 de agosto de 1806. Rendición del brigadier general William Carr Beresford ante Santiago de Liniers.

En 1806 y en 1807 la ciudad de Buenos Aires sufrió sendas invasiones por parte de las fuerzas británicas, las que han pasado a la historia como las «Invasiones Inglesas» que, cabe aclarar, no fueron las únicas en nuestra historia.

No se trató de un hecho imprevisto ya que durante la Gobernación de Buenos Aires y, posteriormente, durante el Virreinato del Río de la Plata las autoridades españolas habían tenido que actuar contra los británicos que merodeaban en la región, quienes junto a los portugueses llevaron a cabo el ataque a Colonia del Sacramento en enero de 1763 pero fracasaron en el intento. Las fuerzas del gobernador Cevallos obtuvieron la victoria. Las autoridades españolas también tuvieron que desalojar a los británicos de las islas Malvinas, las que ocuparon en 1765.

Del mismo modo, las autoridades de Buenos Aires temían que los británicos desembarcaran en la Patagonia, por entonces desértica, por lo que intentaron avanzar hacia el sur con el propósito de llegar al río Negro y llevar a cabo estudios para fundar establecimientos en la costa patagónica, para defenderse de la política expansionista británica.

The Attack of Nova Colonia in the River Plate in 1763, bajo el comando del capitán John Macnamara. Óleo sobre lienzo (1791) de William Elliott.

Como bien narra el historiador Tulio Halperin Donghi, son «las dos incursiones llevadas a cabo por fuerzas británicas en 1806 y 1807 las que introducen bruscamente al Río de la Plata en el conflicto mundial», el conflicto que el Reino Unido mantenía con la Francia imperial y sus aliados[1]. El 21 de octubre de 1805 tuvo lugar la batalla de Trafalgar en la que la marina británica se impuso sobre las flotas de Francia y España, ocasionándole a la segunda una pérdida de control de las provincias americanas, además de debilitar su poder comercial y militar. Las comunicaciones entre América y España quedaron de esa manera expuestas al ataque de los británicos y el Reino Unido ya no estaba forzado a mantener sus principales fuerzas en las costas europeas lo que le permitió aventurarse en otros territorios pertenecientes a los aliados de Napoleón Bonaparte[2].

La Marina Real despachó una flota a África del Sur para apoderarse de la Ciudad del Cabo que pertenecía a los aliados holandeses de Napoleón. Mediante un ardid atrajeron al puerto de esa ciudad a un barco francés cargado de prisioneros de guerra británicos por lo que sumaron más hombres al contingente militar, habida cuenta de que la operación en el sur de África fue rápida y sencilla[3]. Sin embargo se vieron afectados por la escasez de víveres. En función de ello, el comodoro Sir Home Popham decidió dirigirse a las costas de América del Sur para abastecerse de harina y de otros víveres.

El historiador canadiense Ferns describe a Popham como

uno de los jefes más capaces, más imaginativos y más exitosos de la Armada. Sus hazañas de navegación, sus aportes al mejoramiento de las señales y su dominio de las operaciones conjuntas justificaban tanto su ascenso a su alto grado como su incorporación a la Real Sociedad. Pero era además un político y un diplomático. […] Había realizado negociaciones con príncipes árabes y con el zar de Rusia, y estaba vinculado con el gabinete británico y con los círculos comerciales londinenses.[4]

Popham convenció al comandante de las fuerzas terrestres de Ciudad del Cabo de que le facilitara el 71° Regimiento de Infantería, alguno de artillería y dragones desmontados para emprender su aventura americana. Al llegar a la isla de Santa Elena sumó más hombres y se lanzó al Río de la Plata.

Mientras tanto, en América había una escasez de fuerzas españolas, unos dos mil hombres para custodiar unos millones de kilómetros cuadrados[5]. El virrey, el marqués de Sobremonte, estaba alertado de una amenaza británica a su territorio pero esperaba la invasión en Montevideo. Los británicos sabían que desde Buenos Aires partía la plata y el oro de Perú hacia la metrópoli.

El 8 de junio de 1806 la flota se apareció en el Río de la Plata y luego dejar de lado Montevideo se lanzó hacia Buenos Aires y el 25 de junio las tropas al mando del brigadier general William Carr Beresford desembarcaron en Quilmes.

El virrey improvisó una resistencia con blandengues y milicianos urbanos. Las fuerzas resultaron escasas e ineficaces y se vieron sorprendidas por las explosiones de las granadas, armas que a las que nunca se habían enfrentado. La línea de resistencia establecida en el Riachuelo se quiebra y Beresford ingresa a Buenos Aires. El virrey se había ido con buena parte de los fondos y desde el 27 de julio se había establecido en Luján a la espera de refuerzos. Las corporaciones urbanas prestan rápida adhesión al nuevo orden y le piden al virrey que entregue los fondos públicos a los británicos a los efectos de salvaguardar sus bienes privados, ya que Beresford había amenazado con que les confiscaría sus fortunas.

Halperin Donghi destaca el papel de Manuel Belgrano, a la sazón secretario del consulado, quien se indignó «ante el poco decoroso espectáculo brindado por ese cuerpo, hasta entonces fortaleza de la más intransigente lealtad castellana»[6].

Pronto, la aparente adhesión de los residentes creó en el invasor una sensación de seguridad. Beresford aseguró la propiedad privada, mantuvo a los magistrados en sus cargos, confirmó que los esclavos se debían a sus amos y el 4 de agosto implantó el libre comercio con bajas tasas aduaneras.

Debe recordarse que por más que Beresford solicitó obediencia al rey Jorge III la invasión de Buenos Aires fue una iniciativa personal que hasta ese momento no contaba con la anuencia de la corona británica.

Mientras tanto, la resistencia se encontraba operando para doblegar al invasor. Encabezada por el alcalde Martín de Álzaga, quien puso a disposición de ese objetivo su fortuna personal, se rodeó de otros conspiradores como Anselmo Sáenz Valiente y Juan Martín de Pueyrredón, poderosos comerciantes como él.

Bien pronto comenzaron a excavar túneles y construir un sistema de galerías debajo del centro de la ciudad y el propio alcalde se ocupó de conseguir armas ―mediante el contrabando― debido a que Beresford ordenó el secuestro de las armas que poseía la población. Del mismo modo, estableció talleres para la reparación de aquellas que estuvieran deterioradas.

Tal como cuenta el historiador Ferns, Santiago de Liniers, Martín de Álzaga y Juan Martín de Pueyrredón

en aquel momento actuaron con autonomía, sin órdenes del virrey, o contrariándolas, y procedieron a movilizar a toda la comunidad para la lucha. Su actividad dirigente sólo tiene parangón en el celo e inventiva de la población. Por ejemplo, un catalán, José Fornaguera, propuso el día siguiente de la capitulación organizar una banda secreta de hombres diestros en el manejo del cuchillo que diesen muerte a los ingleses dondequiera que los encontrasen. Se puso en práctica un plan para traer refuerzos de Montevideo en barcos pequeños capaces de navegar por el río fuera del alcance de los buques ingleses de gran calado. Se movilizó a los gauchos y a los indios para que colaborasen, y así las cosas se hicieron con presteza, a menudo desordenada pero siempre enérgicamente.[7]

La organización contra los invasores estuvo a cargo del capitán francés Santiago de Liniers y Bremond, quien se encontraba al servicio de España desde 1775 y en noviembre de 1776 se embarcó en Cádiz en la expedición comandada por Pedro de Cevallos, participó en la toma de la isla portuguesa de Santa Catarina y en la rendición de la Colonia de Sacramento el 5 de junio de 1777. En agosto de 1778 Santiago se encontraba nuevamente en Cádiz y entre 1779 y 1782 participó en la guerra contra Inglaterra[8]. En 1788 fue destinado nuevamente al Río de la Plata, al apostadero de Montevideo, a donde arribó en diciembre de ese año.

Al momento de la invasión era comandante de puerto en Ensenada y gran conocedor del Río de la Plata por haberlo navegado por unos veinte años. Se trasladó a Colonia y de ahí a Montevideo para organizar la reconquista. Luego de convencer al gobernador militar español de que le confiara tropas con experiencia que habían sido enviada a esa ciudad por el virrey, el 3 de agosto se embarcó en Colonia con quinientos cincuenta soldados y cuatrocientos cincuenta milicianos. Entretanto, los hombres de Pueyrredón habían sido dispersados en las chacras de Perdriel. En la ciudad se improvisaron milicias y se creó el regimiento de Patricios.

El 10 de agosto, tras la toma de los corrales de Miserere y del Retiro, las fuerzas de Liniers controlaban los accesos de la ciudad por el oeste y por el norte. Los temporales de invierno mantenían a los buques británicos inmovilizados en el Río de la Plata y las lluvias y el barro anegaban las calles de Buenos Aires, en las cuales se combatía el día 12 contra los invasores, quienes también eran atacados desde los techos de las casas con piedras y tizones ardientes provocándoles bajas considerables. Ese mismo día de 1806, Beresford capituló mientras que una multitud rodeaba el fuerte de Buenos Aires. La bandera de España volvió a ser izada en el fuerte.

Ese 12 de agosto de 1806 ocurrió otro hecho relevante que merece ser destacado: el joven cadete del Fijo de Caballería, Martín Miguel de Güemes, al mando de un grupo de jinetes, tomó la fragata de bandera inglesa Justine, la que había quedado varada en el Río de la Plata como consecuencia de la bajante de las aguas. La toma de un buque militar por parte de la caballería constituye un hecho inédito en la historia militar.

El virrey Sobremonte fue la primera víctima tras la reconquista y el héroe fue Santiago de Liniers, a quien se le encargó el comando de las tropas porque la ciudad comenzó a preparar su defensa ante otra probable invasión británica.

Y así fue en 1807, en 1833, en 1845 y en 1982 luego de la recuperación de los archipiélagos del Atlántico Sur por las Fuerzas Armadas Argentinas.

El Reino Unido siempre ha sido un enemigo de España y de la Argentina y lo seguirá siendo como lo demuestra cotidianamente. Como he dicho otras veces, la guerra no terminó el 14 de junio de 1982 porque los británicos han continuado la guerra, avanzando sobre nuestro mar territorial, ambicionando nuestro sector antártico, otorgando ilegalmente licencias de pesca y derecho a explotar el petróleo como se lo han concedido a la empresa israelí Navitas Petroleum.

A eso sumemos el poder blando, la guerra cognitiva que ejerce sobre nuestra población a través de ONGs y fundaciones que dicen defender los derechos humanos, el indigenismo, el aborto y otros temas que conspiran contra nuestra integridad como Nación. A eso hay que sumarle la intromisión en otros países de la región para operar en contra de la Argentina y la propia dirigencia política y económica de nuestro país, en su mayoría verdaderos responsables de la entrega de la Patria.

Nos lo advirtió el coronel Mohamed Alí Seineldin: «Lo que aspira el imperialismo angloamericano es que paguemos la deuda con los territorios del paralelo 40 para abajo».

Aún estamos a tiempo de revertir la situación.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024).

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] Tulio Halperin Donghi. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, p. 22.

[2] H. S. Ferns. La Argentina. Buenos Aires: Sudamericana, p. 51.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Tulio Halperin Donghi. Op. cit., p. 22.

[6] Ibíd., p. 24.

[7] H. S. Ferns. Op. cit., p. 55-56.

[8] «Santiago de Liniers y Bremond». Real Academia de Historia, https://dbe.rah.es/biografias/12075/santiago-de-liniers-y-bremond, [consulta: 01/08/2024].

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