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¿EL OSO REGRESA AL DESIERTO? RUSIA ANTE EL NUEVO CONTEXTO GEOPOLÍTICO EN ORIENTE PRÓXIMO

Roberto Mansilla Blanco*

Foto: SANA

 

Los últimos movimientos entre Rusia y los países miembros de Oriente Próximo advierten la posibilidad de que el Kremlin esté reconfigurando sus prioridades geopolíticas en la región en un momento de difíciles equilibrios regionales para sus intereses geopolíticos. Entre estos equilibrios destacan el súbito retorno de EEUU como actor clave en la región y las dificultades existentes ante la expectativa rusa de concretar un foro con el mundo árabe que le permita recuperar iniciativas y capacidad de interlocución.

En septiembre pasado, la localidad rusa de Sochi acogió una cumbre entre el ministro ruso de Exteriores Serguéi Lavrov y miembros de la Organización de Cooperación del Golfo (OCG) adoptando un enfoque multilateral. Un mes después, el presidente Vladimir Putin recibió en Moscú al nuevo mandatario sirio Ahmed al Shara’a, abriendo así una nueva era en las relaciones ruso-sirias particularmente significativa tras la caída del régimen de Bashar al Asad en diciembre pasado. Exiliado desde entonces en la capital rusa, Bashar al Asad se erigía junto a Irán en el principal aliado ruso en Oriente Próximo.

La cumbre de Sochi y la visita de al Shara’a a Moscú podrían interpretar las aspiraciones del Kremlin por reacomodar sus intereses en la región ante los nuevos equilibrios geopolíticos y militares tras la incierta (y varias veces alterada) tregua en Gaza acordada en la cumbre de Egipto bajo la iniciativa del presidente estadounidense Donald Trump a mediados de octubre. De acuerdo con fuentes del Ministerio ruso de Exteriores, Moscú recibió de Egipto la invitación a esta cumbre con plazos muy ajustados, lo cual imposibilitó que finalmente Rusia pudiera estar presente.

 

El laberinto sirio

Siendo Gaza el catalizador de nuevas iniciativas de seguridad regional, el contexto sirio tras las elecciones parlamentarias de comienzos de octubre también define un nuevo modus operandi entre Rusia y los países árabes.

La caída del régimen de Bashar al Asad supuso un notorio revés geopolítico para Moscú, tomando en cuenta que está en juego el futuro de sus dos bases militares en Siria (Tartus y Jmeimim). Por tanto, la visita a Moscú de al Shara’a resultaba determinante para Putin a la hora de asegurar el control de estas bases militares, esenciales para monitorear los intereses rusos en el Mediterráneo, Oriente Próximo e incluso el Sahel, donde Rusia tiene fuertes lazos de cooperación económica, política e incluso de seguridad con países como Burkina Faso, Níger y Malí.

Por otro lado, la visita de al Shara’a también supone para el Kremlin asegurar equilibrios geopolíticos toda vez que el controvertido presidente sirio (no debemos olvidar su pasado yihadista vinculado a Al Qaeda) está siendo cortejado por Occidente y la comunidad internacional, tal y como se observó en mayo pasado durante su reunión en Riad con Trump y posteriormente en septiembre con su intervención ante la Asamblea General de la ONU. Así, Putin busca resetear la relación con Damasco manejar todo tipo de equilibrios políticos ante lo que pueda suceder en la nueva Siria post-Asad, tomando en cuenta que el exilio moscovita de Bashar al Asad le podría propiciar un rol relevante en una Siria donde miembros del antiguo régimen siguen teniendo peso político.

El contexto post-Asad en Siria implica otra variable estratégica para Moscú: Irán. El acuerdo estratégico por 20 años alcanzado entre Rusia e Irán en diciembre pasado aborda un nuevo equilibrio de fuerzas en un momento en que la administración Trump ha decidido recuperar el papel clave de Washington en la reconfiguración geopolítica de Oriente Próximo.

Teherán es un suministrador clave de drones y misiles para las fuerzas rusas en Ucrania mientras Rusia, junto con China y Corea del Norte, han sido importantes baluartes a la hora de cooperar con el programa nuclear iraní así como para crear mecanismos financieros y económicos que le permitan a la República Islámica sortear las sanciones occidentales. Si bien es cierto que Moscú mantuvo una posición notoriamente distante ante la breve guerra de doce días escenificada en junio pasado entre Israel e Irán, los lazos militares y geopolíticos siguen estando presentes, más aún ante el fortalecimiento del eje EEUU-Israel con Trump en la Casa Blanca.

Un ejemplo podríamos identificarlo en la utilización por parte iraní de misiles hipersónicos durante los bombardeos a Tel Aviv y otras ciudades israelíes en esa breve confrontación directa. Estos misiles iraníes son muy similares al misil Oreshnik ensayado oficialmente hace casi un año en el frente ucraniano durante un ataque ruso a una fábrica de armamentos en la ciudad de Dnipró.

Rusia debe igualmente nivelar sus expectativas ante la influencia creciente de otro actor con intereses en Siria como es la vecina Turquía. Ankara acrecienta su influencia ante las nuevas autoridades en Damasco incluso en el plano militar.

Miembro de la OTAN, Turquía también mantiene una agenda propia para convertirse en un actor de peso regional. Debe manejar igualmente toda seria de equilibrios y rivalidades regionales con interlocutores como Israel, Irán, Arabia Saudita y Qatar y actores exógenos como Rusia, China, EEUU y Europa. Moscú es consciente de que un acercamiento a al Shara’a implicará igualmente equilibrar sus relaciones con Ankara, con frecuencia intermitentes en cuanto a períodos de sintonía y roces.

 

El Kremlin, entre sus intereses y la «pax americana» de Trump

La reunión en Sochi con miembros de la OCG podría interpretar otro interés para el Kremlin: aprovisionarse de nuevos socios militares para la industria militar rusa, muy condicionada por la dinámica del esfuerzo bélico en el frente ucraniano, así como a la hora de afianzar estrategias de cooperación económica ante la viabilidad de proyectos energéticos relevantes que le permitan a Moscú sortear las sanciones occidentales.

Con respecto al Golfo Pérsico, Rusia ha preferido apostar por una visión integral global con Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, tomando en cuenta su peso energético, diplomático y cada vez más militar. A pesar del histrionismo de Trump con respecto al plan de paz en Gaza, fueron más bien Arabia Saudita y Qatar los actores decisivos en las negociaciones con Hamás para alcanzar la tregua. Putin entiende a la perfección el papel estratégico que ocupan Riad y Doha en los nuevos equilibrios regionales.

Ampliando horizontes más allá del Golfo Pérsico, Rusia mantiene fluidas relaciones con Sudán que han permitido la apertura de una base militar y logística en Port Sudán. Con ello, Moscú ejerce un radio de influencia en el Golfo de Adén, Cuerno de África, el Mar Rojo y el Canal de Suez, estratégico para el comercio mundial por el paso de mercancías desde Asia pero también delicado en cuanto a la seguridad internacional por los conflictos armados (Sudán del Sur, Yemen, Somalia), crisis humanitaria y la presencia de una importante actividad de piratería marítima contra las embarcaciones rusas y occidentales. Desde 2022 Rusia mantiene ejercicios navales con China e Irán para repeler la actividad de la piratería.

Ya ubicados en África Oriental y en el océano Índico, la reciente crisis política en Madagascar tras el golpe militar contra el presidente Andry Rajoelina el pasado 12 de octubre, implicó una inmediata reacción desde Moscú llamando a la moderación hacia las nuevas autoridades militares advirtiendo a sus ciudadanos a no viajar a este país. El interés ruso en Madagascar está enfocado por los contactos existentes para abrir una base militar y logística similar a la de Port Sudán y al Centro Logístico abierto en la vecina Eritrea. El contexto post-golpe podría dejar en el aire esta posibilidad.

Por otro lado, y volviendo a Oriente Próximo, Moscú ha apostado por aplicar un enfoque menos integral y homogéneo en sus relaciones con varios países de Oriente Próximo, adoptando más bien una posición pragmática con tendencia a focalizar en aspectos concretos de carácter bilateral con cada uno de los actores de la región.

Un ejemplo de ello es la cuestión palestina. Si bien oficialmente ha defendido la tesis de los «dos Estados» reconociendo la legitimidad del Estado de Palestina, Putin ha hecho juego de un notable pragmatismo ante los delicados equilibrios regionales. Tres semanas después de los ataques de Hamás contra Israel del 7 de octubre de 2023, el Kremlin recibió a una delegación del movimiento islamista palestino, lo cual provocó la previsible protesta israelí, cuya posición ha sido de neutralidad en el conflicto ucraniano y ante las sanciones occidentales. En agosto pasado mantuvo conversaciones telefónicas con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Esta recepción a Hamás en Moscú puede igualmente interpretarse como una toma de contacto por parte del Kremlin con el objetivo de convertirse en un interlocutor eficaz ante las tensiones crecientes en Gaza así como para intentar repeler cualquier reactivación de células yihadistas dentro de Rusia adoptando un enfoque más proactivo vía movimientos islamistas.

Si bien es cierto que, más allá de la situación en Palestina, la conversación telefónica entre Putin y Netanyahu muy probablemente se concentró en propiciar una toma de contacto con la intención de reducir las tensiones entre Israel e Irán, aliado ruso, el Kremlin no deja pasar el hecho de que en Israel existe una numerosa comunidad judía de origen ruso.

Se estima que en Israel, 1,3 millones de personas hablan ruso, constituyendo aproximadamente el 15% de la población total israelí. Incluso en la década de 1990, estos judíos rusos crearon en Israel un partido político sionista y nacionalista de derechas, B’Aliya. Pero también existen importantes comunidades de judíos ucranianos en Israel, estimada en unas 170.000 personas, un 3% de la población israelí.

Más alejado geográficamente, el Magreb constituye para Moscú un escenario de creciente interés por su proximidad mediterránea, clave para los intereses de seguridad rusos.

Un caso relevante ha sido el tema saharaui. La abstención rusa en la reciente votación en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el nuevo plan para el Sáhara Occidental impulsado por Marruecos, el cual otorga una autodeterminación bajo soberanía de Rabat, provocó un vuelco histórico en el tema saharaui que favorece los intereses marroquíes y de aliados como EEUU y Francia.

Se esperaba que Rusia utilizara su poder de veto en el Consejo de Seguridad para bloquear esta votación, toda vez que Argelia, histórico aliado saharaui pero también socio militar y energético ruso, decidió no votar a pesar de ser miembro rotativo del Consejo de Seguridad, con voto pero sin veto. Con todo, Rusia ha expresado sus fuertes reservas sobre el proyecto de resolución redactado por EEUU y aprobado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para prorrogar el mandato de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), calificando el texto de la resolución de “desequilibrado” y constitutivo de una desviación de las prácticas establecidas.

A pesar de estas críticas, la abstención rusa en el tema saharaui puede igualmente interpretarse ante los reacomodos de equilibrios geopolíticos desde el Magreb hasta Oriente Próximo probablemente tendentes a reducir las tensiones con Occidente (y particularmente con EEUU) tomando distancia de un conflicto, el saharaui, que no resulta excesivamente prioritario para Moscú.

Por otro lado, los estratégicos acuerdos de defensa y seguridad adoptados por Trump con el príncipe heredero saudita Mohammed bin Salmán en mayo pasado implican un nuevo equilibrio de fuerzas que Rusia debe observar con atención no sólo dentro del contexto regional en Oriente Próximo sino igualmente hacia el Cáucaso y Asia Central, tradicionales esferas de influencia rusas que ahora observa un nuevo equilibrio de alianzas desde Oriente Próximo hasta el Cáucaso y Asia Central ante la pax americana de Trump.

El reciente acuerdo de paz suscrito en Washington entre Armenia y Azerbaiyán para solucionar el conflicto en el enclave de Nagorno Karabaj fue obviamente vendido por Trump como un triunfo diplomático cuyas repercusiones alcanzan al Kremlin, hasta ahora el histórico árbitro de resolución de controversias en la región.

De este modo, Washington estaría buscando desplazar a Rusia de su tradicional esfera de influencia caucásica muy probablemente vía Azerbaiyán, el visible ganador del conflicto en Nagorno Karabaj. En los últimos tiempos se han observado roces entre el presidente azerí Ilham Aliyev y Putin, toda vez que Bakú, un importante productor de petróleo y gas natural con importantes conexiones de oleoductos y gasoductos en la región, es también un aliado estratégico para Arabia Saudita.

En cuanto a Armenia, su presidente Nikol Pashinyan ha mantenido una posición pro-occidental tendiente a alejarse de la órbita de influencia rusa, abriendo negociaciones con Bruselas para una eventual admisión en la UE sin menoscabar sus acuerdos de cooperación con la OTAN. En marzo de 2025, el Parlamento armenio autorizó el inicio de negociaciones de admisión con la UE.

En junio de 2024 Armenia anunció su decisión de retirarse de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTCS), comúnmente señalada como la «OTAN rusa» en el espacio euroasiático ex soviético. No obstante, Armenia sigue siendo miembro de la Unión Económica Euroasiática (UEE), otro organismo dirigido desde Moscú.

Para desnivelar estos giros geopolíticos que afectan sus intereses, Moscú ha reforzado aún más sus relaciones con un gobierno en Georgia más afecto a sus prioridades geopolíticas, ayudando incluso a abortar cualquier repetición de las «rebeliones de colores» que desde hace dos décadas han estado presentes en varios países ex soviéticos.

A pesar de la alianza histórica con Israel, Trump ha optado por balancear este eje unilateral colocando a Arabia Saudita como un interlocutor estratégico ante el «nuevo juego» en Oriente Próximo que le permita establecer una especie de «cordón sanitario» contra Irán. En un cálculo estratégico similar, Putin también ha apostado por la misma ecuación de equilibrios, que pasan no sólo por reforzar las relaciones con Riad sino también con Qatar, buscando con ello desviar las inquietudes regionales en el mundo árabe por su alianza con Irán, el principal rival regional de Israel.

Este retorno ruso a Oriente Próximo acontece en un momento de máxima tensión entre Rusia y Occidente, particularmente en torno a la dinámica del conflicto en Ucrania con las escaramuzas de vuelos aéreos y de drones entre Rusia y la OTAN en los países bálticos, Polonia y Rumanía, la súbita suspensión de la cumbre de Budapest que debía reunir a Trump y Putin así como otros escenarios más alejados de este radio geopolítico como la presión militar estadounidense en el mar Caribe, que afecta a un aliado ruso como Venezuela, y la breve confrontación militar entre Pakistán y Afganistán, países donde Rusia y China poseen intereses.

En este contexto de tensiones y de conflictos abiertos muy próximos a sus esferas de influencia, en Kremlin ha apostado por el pragmatismo, a veces disuasivo, en sus relaciones con los países de Oriente Próximo. El objetivo ruso es evitar verse arrastrada a una especie de «segundo frente bélico» con Occidente más allá de Ucrania, en este caso Oriente Próximo y el Cáucaso, el histórico «extranjero contiguo» de la geopolítica rusa. El delicado rompecabezas regional implica serios problemas de seguridad para Rusia, muy condicionada por su esfuerzo bélico y diplomático en Ucrania y las tensiones con la OTAN.

Con todo, la incierta pax trumpiana en Oriente Próximo ha abierto para el Kremlin nuevas expectativas de implicación geopolítica, aunque su capacidad de iniciativa se haya visto condicionada, incluso de manera reactiva, por las expectativas de Washington de regresar como actor decisivo en la región.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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RUSIA ANTE LA GUERRA ISRAEL-IRÁN: ¿EXISTE UNA «TRAMPA ATLANTISTA» PARA ABRIR UN «SEGUNDO FRENTE» TRAS UCRANIA?

Roberto Mansilla Blanco*

En diciembre de 2024, pocos días después de la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria y previo al regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, Rusia e Irán, los dos principales aliados del extinto régimen sirio, firmaron un acuerdo de asociación estratégica defensiva por 20 años que profundiza el elevado nivel de relaciones geopolíticas y de seguridad entre Moscú y Teherán.

La reciente escalada del conflicto directo entre Israel e Irán iniciada por Tel Aviv el pasado 13 de junio implica para Rusia un delicado escenario a tenor de su estratégica alianza con Teherán. El pulso para Moscú es netamente estratégico: tras la caída de Bashar al Asad, el Kremlin no puede permitirse observar impávido otro revés geopolítico en Oriente Próximo. Si bien los informes sobre la inevitable ofensiva israelí contra Irán eran cada vez más frecuentes semanas atrás, debe recordarse que Washington y Teherán negociaban en Omán los términos sobre el programa nuclear iraní, abruptamente paralizados días antes de los bombardeos israelíes.

El contexto geopolítico y de seguridad tras la transición siria persuade al Kremlin a concretar pactos con otros socios mientras busca reacomodar el futuro de sus bases militares en Siria (Tartús y Khemeimin). En este sentido, en marzo pasado, Rusia alcanzó un acuerdo con Sudán para abrir una base militar que tendría un radio de operatividad sumamente estratégico, ampliando la posibilidad de alcanzar para Rusia nuevas esferas de influencia entre el canal de Suez, el mar Rojo, el Cuerno de África, el golfo de Adén y el océano Índico, espacios por donde transita aproximadamente el 12% del comercio mundial.

Además de Sudán, el Kremlin está negociando acuerdos con Libia y Chad para abrir también bases militares en esos países, con lo cual conformaría un triángulo estratégico en torno al Mediterráneo, África Central y el Sahel, donde Moscú tiene importantes aliados en Burkina Faso, Mali y Níger. En este triángulo, específicamente en Sudán y Chad, Irán también juega sus cartas geopolíticas, a menudo con cierta sintonía con Moscú.

En el conflicto directo israelo-iraní, Rusia comienza a apostar por la mediación diplomática consciente de la necesidad de mantener en pie a su aliado iraní ante una ofensiva israelí que cuenta con el apoyo estadounidense, según fuentes iraníes. Con todo, Trump también avala esta posible mediación rusa pero observando con atención hasta qué punto la ofensiva israelí puede debilitar (e incluso hipotéticamente derribar) al régimen iraní, un diagnóstico que hasta ahora resulta prematuro evaluar.

Cómo Occidente aspira llevar a Rusia a un “segundo frente bélico” (e Israel le puede ayudar)

Ante el atasco que se observa en el frente ucraniano y la desilusión occidental por los avances militares rusos y la consolidación de sus posiciones, el eje «atlantista» vía OTAN parece intentar abrir un «segundo frente» bélico para Rusia, en este caso en su flanco sur. En este sentido, Irán puede ser el escenario clave a tenor de su reciente acuerdo estratégico con Rusia.

Pero antes existieron tácticos intentos por parte del «atlantismo» para arrastrar a Rusia hacia ese «segundo frente». Primero lo intentó con Armenia, cuyo presidente prooccidental Nikol Pashinyán inició negociaciones de admisión en la UE en diciembre de 2023 para, posteriormente, oficializar la salida armenia de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en agosto pasado. Coloquialmente denominada como la «OTAN rusa», la OTCS es un mecanismo de seguridad euroasiático dirigido desde Moscú.

Pashinyán argumentó las razones de la salida armenia ante la escasa efectividad de la OTSC para atender sus demandas ante el breve conflicto con Azerbaiyán en Nagorno Karabaj (2023) y que llevó a la caída de este enclave armenio en manos azeríes. Con destreza diplomática, el presidente ruso Vladimir Putin aceptó la salida armenia de la OTSC en una táctica orientada a reducir tensiones para evitar una intromisión exterior.

Sin salir del Cáucaso, la perspectiva «atlantista» de abrir este «segundo frente» continuó en Georgia, donde las elecciones parlamentarias de octubre pasado registraron la posibilidad de recrear un nuevo «Maidán» en el Cáucaso que finalmente resultó infructuoso: el nuevo gobierno georgiano dirigido por Mijaíl Kavelashvilii está alineado con Moscú y ha congelado las negociaciones de admisión de Tbilisi con la UE y la OTAN.

El tercer intento fue la caída de Bashar al Asad en Siria en diciembre pasado, un revés geopolítico que Rusia ha sabido gestionar con destreza, sin caer en la trampa del «segundo frente» que el eje atlantista que domina buena parte de las decisiones en Occidente le había tendido. La gira de Trump por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos le llevó a una fugaz reunión con el nuevo jefe de gobierno sirio, Ahmed al Shara’a, a quien le instó a «reconocer el Estado de Israel».

Asegurada cierta reorientación prooccidental en una Siria donde Turquía, Arabia Saudita e Israel juegan sus cartas geopolíticas, ya con Rusia e Irán fuera de actuación de facto, la guerra entre Israel e Irán parece arrojar un nuevo contexto para este imperativo geopolítico «atlantista» de abrir un «segundo frente» contra Rusia. El Kremlin se erige como interlocutor de mediación en este conflicto con la intención de ganar tiempo a favor de su aliado iraní y ante el riesgo de una escalada regional del conflicto entre Tel Aviv y Teherán.

¿Una «receta siria» para Irán?

Occidente e Israel buscan reproducir en Irán el «ejemplo sirio» determinado por la caída de Bashar al Asad. Golpear a un aliado clave del eje euroasiático sino-ruso es un imperativo geopolítico para Netanyahu y Trump pero tanto su operatividad como sus consecuencias se observan igualmente imprevisibles.

Con velada intención propagandística para crear una matriz de opinión en Occidente, son cada vez mayores los análisis en think tanks estadounidenses e israelíes sobre «el momento que se abre para desmantelar al régimen iraní» como aparente objetivo principal de esta ofensiva israelí, conscientes de que esta posibilidad asestaría un nuevo revés geopolítico para Rusia en Oriente Próximo.

Para fortalecer esta perspectiva de debilidad iraní y un posible colapso del régimen de los ayatolás comienzan a aparecer en los principales mass media informaciones sobre el aparente descontento en la población iraní ante la presunta indefensión por parte de sus autoridades a la hora de asistir a las víctimas civiles de los ataques israelíes, intentando con ello procrear un tono rayando en el desconcierto y la confusión.

Por el contrario, los medios occidentales, mayoritariamente alineados con los intereses israelíes y estadounidenses y que se han esforzado en «victimizar» las bajas israelíes por encima de las iraníes, dilatan cualquier información que implique observar la posibilidad de que ese descontento pueda también acontecer dentro de la sociedad israelí, muy probablemente desgastada tras casi dos años de guerra en Gaza con resultados a grandes rasgos infructuosos. Destaca así el hecho de que Hamás, sin bien eliminada su cúpula dirigente, sigue en pie con rehenes israelíes en su poder mientras la imagen internacional de Israel se ha deteriorado. Así mismo, los ataques iraníes han golpeado fuertemente la capacidad de resistencia de la famosa Cúpula de Hierro israelí, creando así confusión sobre el mito de la invencibilidad militar israelí.

En un análisis sobre cómo la guerra entre Israel e Irán afecta a los intereses rusos en la región, especialmente ante la posibilidad de un cambio de régimen en Teherán, el experto en temas iraníes Rajab Safranov expone lo siguiente:

«Si Irán se vuelve prooccidental, los problemas que surgirán serán tan enormes, tan graves para Rusia, que tendrá que concentrarse únicamente en resolverlos y dedicar miles de millones de dólares a ello, en lugar de desarrollar su economía, su industria, resolver cuestiones internacionales y participar en la política global. Tendrá que emplear todas sus fuerzas para protegerse de estas consecuencias negativas».

Visto en perspectiva geopolítica, este escenario supondría para Rusia un enorme desgaste de recursos y atención que se añaden a lo que está sucediendo en el frente ucraniano. Previo a los ataques israelíes en territorio iraní, Moscú ordenó la salida inmediata de su personal diplomático y civil en Teherán, cerrando momentáneamente su consulado en la capital iraní.

Más allá del intercambio de bombardeos con misiles aéreos y de la puesta a prueba de sus respectivos escudos de defensa, ¿es posible una confrontación directa entre Israel e Irán en términos convencionales de combate terrestre? Salvo que este escenario implique una intervención directa de la OTAN y EEUU para asistir a su aliado israelí, resulta poco probable que acontezca esta confrontación bélica tomando en cuenta las capacidades militares de ambos contendientes (capacitados para una destrucción mutua) y la expectativa de estar abriendo una nueva guerra regional cuyas consecuencias son impredecibles en materia militar y geopolítica.

Una guerra a gran escala entre Israel e Irán involucrará directa o indirectamente a los actores regionales en Oriente Próximo, así como a EEUU, Rusia y China en aras de preservar sus respectivas esferas de influencia.

¿Caerá el régimen de los ayatolás iraníes como sucedió con el de Bashar al Asad en Siria? Otro escenario hipotético a priori de escasa probabilidad tomando en cuenta que la población iraní y sus aliados regionales interpretan el contexto como una «agresión israelí» que aumenta la impunidad de Netanyahu, ya suficientemente inflamada con el genocidio en Gaza.

El intercambio de bombardeos entre Israel e Irán confirma cierto equilibrio militar entre fuerzas que, aunado a sus apoyos exteriores (EEUU, Europa y la OTAN en el caso israelí, Rusia y China en el de Irán) y sus aliados regionales en cuanto esferas de influencia (Hizbulá en Líbano; chiíes de Irak, Siria y Bahréin, hutíes de Yemen) permite considerar que una guerra a gran escala, o bien un intento abrupto de cambio de régimen en Teherán, implica grandes e inciertos riesgos para todos estos actores.

No obstante, los riesgos de esta posible escalada podrían alentar a EEUU e Israel, probablemente con el apoyo de otros actores regionales rivales de Irán (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos), a propiciar un cambio de régimen en Teherán más inclinado a los intereses prooccidentales.

En el pasado, Washington ha alentado a grupos opositores iraníes exiliados en EEUU y Europa, factor que podría cobrar peso en el contexto actual de la guerra israelo-iraní incluso vía grupos armados dentro de Irán. No obstante, no existe una plataforma unitaria entre estos grupos opositores, donde las divisiones son notorias. El principal de todos ellos es el Consejo Nacional de Resistencia de Irán, básicamente monárquico, así como la Organización de Muyahidines del Pueblo de Irán. Otros son comunistas, anarquistas, sindicalistas, liberales, socialistas, republicanos, yihadistas, paniranistas y partidos nacionalistas árabes, azeríes, baluchíes y kurdos.

Si bien interpreta la situación con un tono quizás excesivamente catastrofista, vale la pena atender el análisis del politólogo ruso Serguéi Markov, ex diputado, fundador y director del Instituto de Investigaciones Políticas, muy cercano a Putin. Markov considera que, a través de la escalada militar entre Israel e Irán, los países occidentales están fomentando el colapso del régimen iraní. De este modo, pronostica que:

«En primer lugar, se producirán intercambios de misiles durante varias semanas.

A continuación, se acordará una tregua.

Irán aceptará un acuerdo nuclear basado en el modelo propuesto por Estados Unidos. Las líneas generales de este acuerdo nuclear serán sugeridas por Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudí. Según los términos de este acuerdo, Irán deberá renunciar al enriquecimiento de uranio, a cambio de lo cual Estados Unidos levantará las sanciones contra Irán.

El combustible nuclear enriquecido destinado a Irán se producirá y almacenará en Rusia, en caso de que Occidente se retire del acuerdo nuclear, como ha hecho en el pasado.

Entonces comenzarán los preparativos para derrocar el poder de los mulás en Irán, en los que participarán Estados Unidos, Europa, Israel y los países árabes

Se producirá un golpe de Estado en Irán, que contará con el apoyo tanto de los liberales en las esferas del poder como de los opositores al régimen en el exilio.

No habrá una invasión terrestre de Irán sino disturbios internos y enfrentamientos

Después de eso, Irán quedará dividido».

De momento, Rusia y EEUU comienzan a apostar por la negociación y la tregua mientras Israel e Irán siguen en la escalada de intercambio de bombardeos aéreos cuya finalidad será calibrar las capacidades militares y el nivel defensivo-ofensivo de cada contendiente. Las próximas semanas serán relevantes para conocer, en qué medida, la capacidad asertiva de la predicción de Markov puede convertirse en una realidad.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL JUEGO DE PODER DE LAS GRANDES POTENCIAS EN EL CONFLICTO ARMENIO-AZERÍ

Cristian Beltrán*

Monasterio de Geghard, Kotayk, Armenia (siglo IV), según la tradición fundado por San Gregorio (el Iluminador).

Enero de 2020. Eran las 20:30 cuando el tren Tbilisi-Bakú se puso en marcha, de forma lenta y cansina. A través de la única ventana que tenía el camarote, observé los últimos vestigios de Tbilisi, capital de Georgia, país que aspira desde hace una década, a pertenecer al exclusivo club de la Unión Europea. Mientras el tren travesaba los arrabales de la vieja capital, nos sumergimos en un laberinto de viejos edificios de monoblocks seguido de casas bajas y viejas fábricas de cuyas chimeneas emanaba un humo oscuro y pesado. La frontera no estaba muy lejos, por lo que antes de medianoche llegué al último puesto fronterizo de Georgia antes de entrar a Azerbaiyán.

Atravesamos los escarpados montes georgianos donde apenas se podía ver el escenario, cada tanto, algún conjunto de luces me anunciaba la existencia de una aldea de pastores. Me dirigía hacia el sur del Cáucaso, hacia las costas del mar Caspio al este y que divide Asia Central con la última frontera de Europa, al norte, Rusia, al oeste Turquía y Armenia. El mar Caspio y los campos petrolíferos de Bakú, defendidos por el ejército soviético, fueron la obsesión de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, cuando las tropas alemanas atacaron territorio ruso; hacia allá me dirigía. Rustavi era la última ciudad en importancia de Georgia. Una hora después de haber salido de la estación de Tbilisi el tren arribó a la frontera con Azerbaiyán. El puesto fronterizo azerbaiyano era una vieja casa de ladrillos iluminada por faroles viejos, la bandera nacional ondeaba suavemente sobre la plataforma, debajo de un alero; un perro negro bostezaba mientras se acomodaba sobre una vieja colcha, a su lado, dos policías fronterizos, jóvenes, fumaban mientras se movían para mitigar el frío de la noche caucásica.

El tren se detuvo cuando dos policías fronterizos lo abordaron, mi camarote estaba ubicado en el vagón número 5 por lo que los policías tardaron unos pocos minutos en llegar. Mientras observaba la inmensidad de la noche, la azafata, una mujer de unos 50 años, rubia y baja, golpeó la puerta.

“Passport, Passport!!!” – me indicó mientras se apresuraba a golpear los otros camarotes.

Prepare nuestros papeles y en menos de 5 minutos un policía con gesto parco y cara de pocos amigos me pidió los papeles.

“¿Estuvo en Armenia, de allá?”- preguntó secamente mientras revisaba mi pasaporte.

“¿Tiene alojamiento, cuantos días se queda?”-. Volvió a preguntar mientras le mostraba la documentación que probaba que tenía adonde quedarme. El breve diálogo entre el guardia y yo marcaba la situación que se estaba viviendo en el Cáucaso sur desde hacía un tiempo; en la región la paz es frágil, sólo basta una chispa para encender el polvorín, cosa que sucedería en los meses subsiguientes a mi llegada.

La enemistad entre armenios y azeríes, como se denomina al pueblo de Azerbaiyán, tiene raíces profundas, no obstante haber estado ambos dentro de ese Estado multinacional que fue la Unión Soviética, durante gran parte del siglo XX. Hubo paz al amparo del poder soviético que no toleraría ningún enfrentamiento en sus fronteras del sur. La histórica región del Cáucaso ha sido objeto por décadas de interés geopolítico para rusos y turcos. Con la caída de los imperios al final de la Primera Guerra Mundial, las repúblicas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán se pensaron independientes. Pero el manto de la recién creada Unión Soviética los cobijó represivamente con el guiño de la nueva nación de Turquía. En 1921, un líder soviético tomó una decisión que desafió la historia: cederle Nagorno-Karabaj, a la entonces República Soviética de Azerbaiyán[1].

Este verdadero caldero siempre en ebullición se mantuvo calmo por setenta años, hasta que la caída de la URSS abrió la caja de pandora, los armenios se apropiaron rápidamente de un territorio que consideran suyo, Nagorno-Karabaj, dentro de los límites de Azerbaiyán, desatando una guerra que terminó con la victoria de Armenia y la ocupación de una porción occidental de territorio azerbaiyano[2].

Llegué a Bakú al amanecer, la producción petrolera transformó a la ciudad en lo que se conoce como la “Dubai del Cáucaso”, la guerra me estaría pisando los talones.

Dejé Bakú para trasladarme a Ereván, la capital de Armenia, el primer reino cristiano de la historia, a través de la frontera con Georgia, desde Azerbaiyán a Armenia el paso fronterizo está cerrado. Llegué a Ereván a las 5 de la tarde, casi en el ocaso del día, la nieve se desparramaba a cada lado de las calles, sobre la avenida principal; fui testigo de un desfile en la que participaban veteranos de la guerra contra Azerbaiyán en los años ‘90, las banderas armenias ondeaban en los mástiles y en las columnas de las farolas que iluminaban el centro de la ciudad. Permanecí en esta antigua república del Cáucaso algunos días, pero no percibí ningún aire beligerante en comparación con lo que había visto en Azerbaiyán para comienzos de 2020. Gracias a la exportación de petróleo, el gobierno azerbaiyano rearmó el ejército a gran escala.

Esta breve reseña de viaje pretende servir de preludio a lo que sucedería finalmente pocos meses después de mi viaje por tierras caucásicas. A fines de 2020, desde el 27 de setiembre al 10 de noviembre, el Cáucaso sur se sacudió nuevamente cuando tropas azerbaiyanas y armenias se enfrentaron en el enclave de Nagorno-Karabaj en la llamada “Segunda Guerra de Nagorno-Karabaj”. El resultado del breve enfrentamiento se zanjó a favor del ejército azerbaiyano, superior en armas y tecnología que recuperó gran parte de Nagorno-Karabaj a expensas de la población civil armenia, pero más allá del histórico enfrentamiento entre armenios y azeríes el factor determinante esta vez fue la intervención de las potencias vecinas, Turquía y Rusia, tradicionalmente aliados a uno u otro bando[3].

La intervención de Moscú y Ankara propició un alto al fuego sobre la derrota militar armenia a manos de las fuerzas azeríes. La firma del acuerdo, a instancias de Rusia, fue un claro triunfo para Azerbaiyán que recupera gran parte del territorio del Karabaj y una derrota humillante para Armenia, al mismo tiempo que realza la influencia turca en su frontera oriental como antiguo aliado de Bakú. Nikol Pasinian, Primer Ministro armenio, dio la primera pista sobre el acuerdo de paz, al decir que la firma del acuerdo “era la única opción en un panorama en el que las fuerzas azerbaiyanas estaban a las puertas de conquistar Stepanakert, considerada la capital del Alto Karabaj”[4].

Con el rediseño del mapa, según los términos del acuerdo, que además marca un calendario de plazos, Azerbaiyán controlará algunas áreas fuera del Alto Karabaj, como el distrito oriental de Agdam; también la zona de Kelbajar. Bakú dominará también la región de Lachin y la carretera principal que va del enclave a Armenia (conocida como corredor de Lachin) que estará custodiada por soldados de paz rusos. También consolida el control que Azerbaiyán ha logrado en esta escalada sobre la ciudad estratégica de Shushá (Shushi para los armenios), la segunda más grande de la región y a solo 11 kilómetros de Stepanakert, capital de facto de Nagorno Karabaj, que permanecerá bajo dominio de los armenios[5].

El acuerdo de paz celebrado a fines de 2020 puso de manifiesto la reafirmación de la influencia rusa y turca en la región a expensas de Estados Unidos y la Unión Europea que, salvo en el caso georgiano, ha manifestado poco interés en una región que por sus recursos naturales, es de vital importancia geopolítica.

El acuerdo de paz supone un nuevo de balance de poder en la región y la reaparición de Moscú como gran jugador en el tablero geopolítico en el Cáucaso sur. Por primera vez, desde la desaparición de la Unión Soviética, Rusia tiene tropas estacionadas en las tres repúblicas caucásicas, Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Además de Rusia, Turquía, Irán y un jugador inesperado, Israel, apuestan sus fichas en la región. Este último ha firmado importantes acuerdos  de ayuda militar con el gobierno de Bakú mientras que Irán ve con recelos la creciente influencia israelí en la región. En este contexto, los Estados Unidos y la Unión Europea están cada vez más relegados y Georgia aparece como la única cabeza de puente viable para que Occidente se inserte geopolíticamente en el Cáucaso.

Más allá de la influencia rusa, Turquía y Azerbaiyán han firmado en junio de 2020 un acuerdo, “Acuerdo de Shusha”, tendiente a fortalecer la cooperación económico-militar entre ambos países, lo que refuerza la presencia turca en la región. El acuerdo prevé la construcción de un corredor terrestre a través de una vía férrea que una Nagorno-Karabakh con la provincia turca de Kars, lo que permitiría al gobierno turco tener un acceso directo al mar Caspio. De todos modos, las políticas de las potencias regionales encuentran obstáculos en cuanto a la actitud que podrían tener los líderes armenios y azeríes, En este sentido, el presidente Ilham Aliyev no es demasiado optimista y no muestra estar dispuesto a una paz duradera y a restablecer canales de cooperación con Armenia, expresando que “aceptando los resultados de la Segunda Guerra de Karabaj, Armenia también puede aumentar su papel en el marco regional” y que «hablando de vecinos, por supuesto, nunca incluí a Armenia en esta categoría de países, todavía hoy no la incluyo»[6]. Pero los intereses de los grandes jugadores de la región están por encima de los más pequeños, ¿por qué Rusia ha decidido apostar fuertemente a la situación política de su frontera sur? Hasta el comienzo de la guerra, Azerbaiyán no representaba un gran interés para el gobierno de Putin, territorio por el cual los azerbaiyanos exportan petróleo y gas, vía Georgia, a Europa. El enfrentamiento armenio-azerí permite a Rusia establecer, como garante de paz, un pie en la región y poner bajo su esfera de influencia a la región caucásica en su conjunto pero sobre todo, controlar más de cerca las vastas riquezas naturales, gas y petróleo del mar Caspio.

En este contexto, Putin apunta a la creación del “Grupo 3+3”, es decir Rusia, Turquía e Irán más Georgia, Armenia y Azerbaiyán, como medio para establecer un canal de negociaciones y resolución de conflictos a expensas de la influencia occidental. La victoria rusa ha sido, como señalamos anteriormente, a expensas de la UE y Estados Unidos, apartados de la mesa de negociaciones, incapaces por ahora, y tal vez por decisión propia, de intervenir en los asuntos caucásicos. Desde ésta perspectiva, Rusia no está dispuesta a soltar la mano a una región geoestratégicamente tan importante no solo en lo que a seguridad en su frontera sur representa sino también desde el aspecto comercial y de recursos naturales. Turquía, en consonancia con Rusia, apostará a mantener su influencia sobre Azerbaiyán, Estado musulmán, y asegurar sus fronteras orientales y contrapesar la influencia de Moscú.

Está claro que para las potencias regionales, un conflicto entre jugadores menores no es conveniente, en momentos en que la economía mundial está en crisis y cualquier factor de desestabilización puede generar más caos. En paralelo, la política también juega un rol fundamental, quedando claro en este sentido que en el conflictivo Cáucaso sur, Occidente está perdiendo su batalla.

 

* Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador free lance sobre asuntos balcánicos y del Cáucaso. Adscrito a la Cátedra de Historia Contemporánea (2011-2012) en la Escuela de Historia de la misma facultad. Docente dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Miembro de la SAEEG.

 

Bibliografía Consultada

Clayton, Austin. “Turkey Solidifies Role in South Caucasus with ‘Shusha Declaration’”. ICR Center, 22/06/2022, https://icrcenter.org/turkey-solidifies-role-in-south-caucasus-with-shusha-declaration/.

Gabuev, Alexander. “Nagorno Karabaj: cómo Rusia y Turquía se convirtieron en los ganadores del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán”. BBC, 12/11/2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-54913027.

Ismailov, Famil. “Nagorno Karabaj: cómo Rusia ayudó al acuerdo en el conflicto entre Armenia y Azerbayán y asumió ‘control total sobre el terreno”. BBC, 11/11/2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-54903249.

Meister, Stefan. “Shifting Geopolitical Realities in the South Caucasus”. SCEEUS (Reports on Human Rights and Security in Eastern Europe No. 8), https://www.ui.se/forskning/centrum-for-osteuropastudier/sceeus-report/shifting-geopolitical-realities-in-the-south-caucasus/.

Sahuquillo, María R. “El ‘doloroso’ acuerdo de paz para el Alto Karabaj con Bakú desencadena protestas en Armenia”. El País, 10/11/2020, https://elpais.com/internacional/2020-11-10/el-doloroso-acuerdo-de-paz-para-el-alto-karabaj-con-baku-desencadena-protestas-en-armenia.html.

Shmite, Stella Maris. “El juego estratégico de Rusia en el Cáucaso Sur: Sochi 2014”. Redalyc, 13/02/2015, https://www.redalyc.org/jatsRepo/176/17646281012/html/index.html.

Suárez Jaramillo, Andrés. “¿Hay un responsable histórico del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj?” France 24, 08/10/2020, https://www.france24.com/es/20201007-historia-conflicto-armenia-azerbaiyán-cáucaso-urss.

Teslova, Elena. “Russia suggests 3+3 format with Turkey, Iran, Azerbaijan, Armenia, Georgia in Caucasus”. Andolu Agency, 06/10/2021, https://www.aa.com.tr/en/politics/russia-suggests-3-3-format-with-turkey-iran-azerbaijan-armenia-georgia-in-caucasus/2384679

Tiliç, Dogan y Topper, Ilya U.. “Rusia toma el control en el Cáucaso y deja fuera de juego a Turquía”. La Vanguardia, 10/11/2020, https://www.lavanguardia.com/politica/20201110/49387858048/rusia-toma-el-control-en-el-caucaso-y-deja-fuera-de-juego-a-turquia.html.

 

Referencias

[1] Andrés Suárez Jaramillo “¿Hay un responsable histórico del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj?” France 24, 08/10/2020, https://www.france24.com/es/20201007-historia-conflicto-armenia-azerbaiyán-cáucaso-urss.

[2] La llamada “Primera Guerra de Nagorno-Karabaj” se extendió entre 1988 y 1994 cuando la recientemente independizada República de Azerbaiyán anuló la autonomía del enclave armenio lo que aceleró el proceso independentista y la creación de la República Arsaj”. La guerra terminó en 1994 con la victoria armenia.

[3] Turquía ha sido tradicionalmente aliada de Azerbaiyán, por afinidad religiosa, mientras que Rusia hizo lo propio con Armenia.

[4] María R. Sahuquillo. “El ‘doloroso’ acuerdo de paz para el Alto Karabaj con Bakú desencadena protestas en Armenia”. El País, 10/11/2020, https://elpais.com/internacional/2020-11-10/el-doloroso-acuerdo-de-paz-para-el-alto-karabaj-con-baku-desencadena-protestas-en-armenia.html.

[5] Ídem.

[6] “Ilham Aliyev: ‘Espero que un día se establezcan relaciones de vecindad con Armenia’”. AZERTAC, 01/01/2022, https://azertag.az/es/xeber/Ilham_Aliyev__quotEspero_que_un_da_se_establezcan_relaciones_de_vecindad_con_Armenia_quot-1966380.

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