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EL JUEGO DE PODER DE LAS GRANDES POTENCIAS EN EL CONFLICTO ARMENIO-AZERÍ

Cristian Beltrán*

Monasterio de Geghard, Kotayk, Armenia (siglo IV), según la tradición fundado por San Gregorio (el Iluminador).

Enero de 2020. Eran las 20:30 cuando el tren Tbilisi-Bakú se puso en marcha, de forma lenta y cansina. A través de la única ventana que tenía el camarote, observé los últimos vestigios de Tbilisi, capital de Georgia, país que aspira desde hace una década, a pertenecer al exclusivo club de la Unión Europea. Mientras el tren travesaba los arrabales de la vieja capital, nos sumergimos en un laberinto de viejos edificios de monoblocks seguido de casas bajas y viejas fábricas de cuyas chimeneas emanaba un humo oscuro y pesado. La frontera no estaba muy lejos, por lo que antes de medianoche llegué al último puesto fronterizo de Georgia antes de entrar a Azerbaiyán.

Atravesamos los escarpados montes georgianos donde apenas se podía ver el escenario, cada tanto, algún conjunto de luces me anunciaba la existencia de una aldea de pastores. Me dirigía hacia el sur del Cáucaso, hacia las costas del mar Caspio al este y que divide Asia Central con la última frontera de Europa, al norte, Rusia, al oeste Turquía y Armenia. El mar Caspio y los campos petrolíferos de Bakú, defendidos por el ejército soviético, fueron la obsesión de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, cuando las tropas alemanas atacaron territorio ruso; hacia allá me dirigía. Rustavi era la última ciudad en importancia de Georgia. Una hora después de haber salido de la estación de Tbilisi el tren arribó a la frontera con Azerbaiyán. El puesto fronterizo azerbaiyano era una vieja casa de ladrillos iluminada por faroles viejos, la bandera nacional ondeaba suavemente sobre la plataforma, debajo de un alero; un perro negro bostezaba mientras se acomodaba sobre una vieja colcha, a su lado, dos policías fronterizos, jóvenes, fumaban mientras se movían para mitigar el frío de la noche caucásica.

El tren se detuvo cuando dos policías fronterizos lo abordaron, mi camarote estaba ubicado en el vagón número 5 por lo que los policías tardaron unos pocos minutos en llegar. Mientras observaba la inmensidad de la noche, la azafata, una mujer de unos 50 años, rubia y baja, golpeó la puerta.

“Passport, Passport!!!” – me indicó mientras se apresuraba a golpear los otros camarotes.

Prepare nuestros papeles y en menos de 5 minutos un policía con gesto parco y cara de pocos amigos me pidió los papeles.

“¿Estuvo en Armenia, de allá?”- preguntó secamente mientras revisaba mi pasaporte.

“¿Tiene alojamiento, cuantos días se queda?”-. Volvió a preguntar mientras le mostraba la documentación que probaba que tenía adonde quedarme. El breve diálogo entre el guardia y yo marcaba la situación que se estaba viviendo en el Cáucaso sur desde hacía un tiempo; en la región la paz es frágil, sólo basta una chispa para encender el polvorín, cosa que sucedería en los meses subsiguientes a mi llegada.

La enemistad entre armenios y azeríes, como se denomina al pueblo de Azerbaiyán, tiene raíces profundas, no obstante haber estado ambos dentro de ese Estado multinacional que fue la Unión Soviética, durante gran parte del siglo XX. Hubo paz al amparo del poder soviético que no toleraría ningún enfrentamiento en sus fronteras del sur. La histórica región del Cáucaso ha sido objeto por décadas de interés geopolítico para rusos y turcos. Con la caída de los imperios al final de la Primera Guerra Mundial, las repúblicas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán se pensaron independientes. Pero el manto de la recién creada Unión Soviética los cobijó represivamente con el guiño de la nueva nación de Turquía. En 1921, un líder soviético tomó una decisión que desafió la historia: cederle Nagorno-Karabaj, a la entonces República Soviética de Azerbaiyán[1].

Este verdadero caldero siempre en ebullición se mantuvo calmo por setenta años, hasta que la caída de la URSS abrió la caja de pandora, los armenios se apropiaron rápidamente de un territorio que consideran suyo, Nagorno-Karabaj, dentro de los límites de Azerbaiyán, desatando una guerra que terminó con la victoria de Armenia y la ocupación de una porción occidental de territorio azerbaiyano[2].

Llegué a Bakú al amanecer, la producción petrolera transformó a la ciudad en lo que se conoce como la “Dubai del Cáucaso”, la guerra me estaría pisando los talones.

Dejé Bakú para trasladarme a Ereván, la capital de Armenia, el primer reino cristiano de la historia, a través de la frontera con Georgia, desde Azerbaiyán a Armenia el paso fronterizo está cerrado. Llegué a Ereván a las 5 de la tarde, casi en el ocaso del día, la nieve se desparramaba a cada lado de las calles, sobre la avenida principal; fui testigo de un desfile en la que participaban veteranos de la guerra contra Azerbaiyán en los años ‘90, las banderas armenias ondeaban en los mástiles y en las columnas de las farolas que iluminaban el centro de la ciudad. Permanecí en esta antigua república del Cáucaso algunos días, pero no percibí ningún aire beligerante en comparación con lo que había visto en Azerbaiyán para comienzos de 2020. Gracias a la exportación de petróleo, el gobierno azerbaiyano rearmó el ejército a gran escala.

Esta breve reseña de viaje pretende servir de preludio a lo que sucedería finalmente pocos meses después de mi viaje por tierras caucásicas. A fines de 2020, desde el 27 de setiembre al 10 de noviembre, el Cáucaso sur se sacudió nuevamente cuando tropas azerbaiyanas y armenias se enfrentaron en el enclave de Nagorno-Karabaj en la llamada “Segunda Guerra de Nagorno-Karabaj”. El resultado del breve enfrentamiento se zanjó a favor del ejército azerbaiyano, superior en armas y tecnología que recuperó gran parte de Nagorno-Karabaj a expensas de la población civil armenia, pero más allá del histórico enfrentamiento entre armenios y azeríes el factor determinante esta vez fue la intervención de las potencias vecinas, Turquía y Rusia, tradicionalmente aliados a uno u otro bando[3].

La intervención de Moscú y Ankara propició un alto al fuego sobre la derrota militar armenia a manos de las fuerzas azeríes. La firma del acuerdo, a instancias de Rusia, fue un claro triunfo para Azerbaiyán que recupera gran parte del territorio del Karabaj y una derrota humillante para Armenia, al mismo tiempo que realza la influencia turca en su frontera oriental como antiguo aliado de Bakú. Nikol Pasinian, Primer Ministro armenio, dio la primera pista sobre el acuerdo de paz, al decir que la firma del acuerdo “era la única opción en un panorama en el que las fuerzas azerbaiyanas estaban a las puertas de conquistar Stepanakert, considerada la capital del Alto Karabaj”[4].

Con el rediseño del mapa, según los términos del acuerdo, que además marca un calendario de plazos, Azerbaiyán controlará algunas áreas fuera del Alto Karabaj, como el distrito oriental de Agdam; también la zona de Kelbajar. Bakú dominará también la región de Lachin y la carretera principal que va del enclave a Armenia (conocida como corredor de Lachin) que estará custodiada por soldados de paz rusos. También consolida el control que Azerbaiyán ha logrado en esta escalada sobre la ciudad estratégica de Shushá (Shushi para los armenios), la segunda más grande de la región y a solo 11 kilómetros de Stepanakert, capital de facto de Nagorno Karabaj, que permanecerá bajo dominio de los armenios[5].

El acuerdo de paz celebrado a fines de 2020 puso de manifiesto la reafirmación de la influencia rusa y turca en la región a expensas de Estados Unidos y la Unión Europea que, salvo en el caso georgiano, ha manifestado poco interés en una región que por sus recursos naturales, es de vital importancia geopolítica.

El acuerdo de paz supone un nuevo de balance de poder en la región y la reaparición de Moscú como gran jugador en el tablero geopolítico en el Cáucaso sur. Por primera vez, desde la desaparición de la Unión Soviética, Rusia tiene tropas estacionadas en las tres repúblicas caucásicas, Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Además de Rusia, Turquía, Irán y un jugador inesperado, Israel, apuestan sus fichas en la región. Este último ha firmado importantes acuerdos  de ayuda militar con el gobierno de Bakú mientras que Irán ve con recelos la creciente influencia israelí en la región. En este contexto, los Estados Unidos y la Unión Europea están cada vez más relegados y Georgia aparece como la única cabeza de puente viable para que Occidente se inserte geopolíticamente en el Cáucaso.

Más allá de la influencia rusa, Turquía y Azerbaiyán han firmado en junio de 2020 un acuerdo, “Acuerdo de Shusha”, tendiente a fortalecer la cooperación económico-militar entre ambos países, lo que refuerza la presencia turca en la región. El acuerdo prevé la construcción de un corredor terrestre a través de una vía férrea que una Nagorno-Karabakh con la provincia turca de Kars, lo que permitiría al gobierno turco tener un acceso directo al mar Caspio. De todos modos, las políticas de las potencias regionales encuentran obstáculos en cuanto a la actitud que podrían tener los líderes armenios y azeríes, En este sentido, el presidente Ilham Aliyev no es demasiado optimista y no muestra estar dispuesto a una paz duradera y a restablecer canales de cooperación con Armenia, expresando que “aceptando los resultados de la Segunda Guerra de Karabaj, Armenia también puede aumentar su papel en el marco regional” y que «hablando de vecinos, por supuesto, nunca incluí a Armenia en esta categoría de países, todavía hoy no la incluyo»[6]. Pero los intereses de los grandes jugadores de la región están por encima de los más pequeños, ¿por qué Rusia ha decidido apostar fuertemente a la situación política de su frontera sur? Hasta el comienzo de la guerra, Azerbaiyán no representaba un gran interés para el gobierno de Putin, territorio por el cual los azerbaiyanos exportan petróleo y gas, vía Georgia, a Europa. El enfrentamiento armenio-azerí permite a Rusia establecer, como garante de paz, un pie en la región y poner bajo su esfera de influencia a la región caucásica en su conjunto pero sobre todo, controlar más de cerca las vastas riquezas naturales, gas y petróleo del mar Caspio.

En este contexto, Putin apunta a la creación del “Grupo 3+3”, es decir Rusia, Turquía e Irán más Georgia, Armenia y Azerbaiyán, como medio para establecer un canal de negociaciones y resolución de conflictos a expensas de la influencia occidental. La victoria rusa ha sido, como señalamos anteriormente, a expensas de la UE y Estados Unidos, apartados de la mesa de negociaciones, incapaces por ahora, y tal vez por decisión propia, de intervenir en los asuntos caucásicos. Desde ésta perspectiva, Rusia no está dispuesta a soltar la mano a una región geoestratégicamente tan importante no solo en lo que a seguridad en su frontera sur representa sino también desde el aspecto comercial y de recursos naturales. Turquía, en consonancia con Rusia, apostará a mantener su influencia sobre Azerbaiyán, Estado musulmán, y asegurar sus fronteras orientales y contrapesar la influencia de Moscú.

Está claro que para las potencias regionales, un conflicto entre jugadores menores no es conveniente, en momentos en que la economía mundial está en crisis y cualquier factor de desestabilización puede generar más caos. En paralelo, la política también juega un rol fundamental, quedando claro en este sentido que en el conflictivo Cáucaso sur, Occidente está perdiendo su batalla.

 

* Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador free lance sobre asuntos balcánicos y del Cáucaso. Adscrito a la Cátedra de Historia Contemporánea (2011-2012) en la Escuela de Historia de la misma facultad. Docente dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Miembro de la SAEEG.

 

Bibliografía Consultada

Clayton, Austin. “Turkey Solidifies Role in South Caucasus with ‘Shusha Declaration’”. ICR Center, 22/06/2022, https://icrcenter.org/turkey-solidifies-role-in-south-caucasus-with-shusha-declaration/.

Gabuev, Alexander. “Nagorno Karabaj: cómo Rusia y Turquía se convirtieron en los ganadores del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán”. BBC, 12/11/2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-54913027.

Ismailov, Famil. “Nagorno Karabaj: cómo Rusia ayudó al acuerdo en el conflicto entre Armenia y Azerbayán y asumió ‘control total sobre el terreno”. BBC, 11/11/2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-54903249.

Meister, Stefan. “Shifting Geopolitical Realities in the South Caucasus”. SCEEUS (Reports on Human Rights and Security in Eastern Europe No. 8), https://www.ui.se/forskning/centrum-for-osteuropastudier/sceeus-report/shifting-geopolitical-realities-in-the-south-caucasus/.

Sahuquillo, María R. “El ‘doloroso’ acuerdo de paz para el Alto Karabaj con Bakú desencadena protestas en Armenia”. El País, 10/11/2020, https://elpais.com/internacional/2020-11-10/el-doloroso-acuerdo-de-paz-para-el-alto-karabaj-con-baku-desencadena-protestas-en-armenia.html.

Shmite, Stella Maris. “El juego estratégico de Rusia en el Cáucaso Sur: Sochi 2014”. Redalyc, 13/02/2015, https://www.redalyc.org/jatsRepo/176/17646281012/html/index.html.

Suárez Jaramillo, Andrés. “¿Hay un responsable histórico del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj?” France 24, 08/10/2020, https://www.france24.com/es/20201007-historia-conflicto-armenia-azerbaiyán-cáucaso-urss.

Teslova, Elena. “Russia suggests 3+3 format with Turkey, Iran, Azerbaijan, Armenia, Georgia in Caucasus”. Andolu Agency, 06/10/2021, https://www.aa.com.tr/en/politics/russia-suggests-3-3-format-with-turkey-iran-azerbaijan-armenia-georgia-in-caucasus/2384679

Tiliç, Dogan y Topper, Ilya U.. “Rusia toma el control en el Cáucaso y deja fuera de juego a Turquía”. La Vanguardia, 10/11/2020, https://www.lavanguardia.com/politica/20201110/49387858048/rusia-toma-el-control-en-el-caucaso-y-deja-fuera-de-juego-a-turquia.html.

 

Referencias

[1] Andrés Suárez Jaramillo “¿Hay un responsable histórico del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj?” France 24, 08/10/2020, https://www.france24.com/es/20201007-historia-conflicto-armenia-azerbaiyán-cáucaso-urss.

[2] La llamada “Primera Guerra de Nagorno-Karabaj” se extendió entre 1988 y 1994 cuando la recientemente independizada República de Azerbaiyán anuló la autonomía del enclave armenio lo que aceleró el proceso independentista y la creación de la República Arsaj”. La guerra terminó en 1994 con la victoria armenia.

[3] Turquía ha sido tradicionalmente aliada de Azerbaiyán, por afinidad religiosa, mientras que Rusia hizo lo propio con Armenia.

[4] María R. Sahuquillo. “El ‘doloroso’ acuerdo de paz para el Alto Karabaj con Bakú desencadena protestas en Armenia”. El País, 10/11/2020, https://elpais.com/internacional/2020-11-10/el-doloroso-acuerdo-de-paz-para-el-alto-karabaj-con-baku-desencadena-protestas-en-armenia.html.

[5] Ídem.

[6] “Ilham Aliyev: ‘Espero que un día se establezcan relaciones de vecindad con Armenia’”. AZERTAC, 01/01/2022, https://azertag.az/es/xeber/Ilham_Aliyev__quotEspero_que_un_da_se_establezcan_relaciones_de_vecindad_con_Armenia_quot-1966380.

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UNA NUEVA GRAN MEDIA LUNA ISLÁMICA: EL EJE TURQUÍA-QATAR DESDE EL CÁUCASO HASTA LIBIA

Giancarlo Elia Valori*

“Turquía tiene profundos lazos de amistad y fraternidad con Qatar y las relaciones entre los dos países han mejorado rápidamente en todos los campos… Ambos países están cooperando activamente en la solución de los problemas regionales”.

Con estas palabras, el sitio web oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores de Turquía describe brevemente el estado de las relaciones entre Qatar y Turquía. Estas relaciones han influido y seguirán influyendo profundamente en la evolución (o involución) de las relaciones internacionales en una amplia región que va más allá de las fronteras clásicas del Medio Oriente geopolítico y se extiende desde Libia hasta el Cáucaso, pasando por Chipre y la cuenca mediterránea oriental.

“Amigos de tiempos difíciles”: así es como el presidente turco, Tayyp Recep Erdogan, y el emir de Qatar, Tamin bin Hamad al-Thani, de 40 años, se definen a sí mismos.

De hecho, deben ser buenos amigos, teniendo en cuenta que en 2018 el presidente turco aceptó, sin pestañear, el don “personal” de un avión privado valorado en 400 millones de dólares generosamente proporcionado por su joven y muy rico aliado, con quien ha mantenido relaciones muy estrechas durante la última década, con reuniones cara a cara mensuales si no semanales.

El enlace entre Turquía y Qatar tiene dos fechas de referencia muy precisas: diciembre de 2010 y junio de 2017.

Después de los disturbios iniciales y limitados que estallaron en Túnez por la ola de protestas contra el aumento del costo de la vida y por una mayor democracia, también gracias a la sofisticada e incesante estrategia de información (y desinformación) de la estación de televisión Al Jazeera, propiedad del emir de Qatar, las protestas se extendieron rápidamente a Libia, Egipto y Siria produciendo disturbios y perturbaciones que aún persisten.

El mito de las “primaveras árabes” comenzó gracias a Al Jazeera y a la miopía política y la superficialidad analítica del Departamento de Estado de los Estados Unidos, dirigido en ese momento por la “vestal” políticamente correcta, Hillary Clinton.

Fue Al Jazeera quien inflamó las plazas, calles y mentes de todo el mundo árabe y musulmán, llamando a la rebelión contra los “déspotas” e inculcando en Occidente y en los medios de comunicación euroamericanos la idea de que detrás de la insurgencia había una demanda genuina de democracia.

Nos dimos cuenta (con dificultad) de que las cosas no eran como informó la emisora qatarí, después de una década de sangrientos enfrentamientos, guerras civiles y golpes de Estado autoritarios, todos los acontecimientos que mostraron que los “manantiales árabes” no eran más que el intento de la parte más retrógrada del Islam, reunido en torno a la “Hermandad Musulmana”, de finalmente tomar el poder derrocando regímenes seculares más o menos autoritarios, para sustituirlos por gobiernos basados exclusivamente en la Sharia, la ley islámica que exige el más estricto cumplimiento de los preceptos del Corán.

Fue en ese contexto que el enlace especial entre Erdogan y al-Thani se desarrolló y fortaleció. Ambos se dieron cuenta de que si lograban hacerse cargo del liderazgo político de la “Hermandad Musulmana” —lo que no le gustaba a los gobiernos árabes más moderados del Golfo Pérsico— podrían convertirse en los nuevos actores clave de la geopolítica de Medio Oriente.

Esa perspectiva llevó a Turquía y Qatar a apoyar el breve ascenso del “hermano musulmán”, Mohammed al-Morsi, a la presidencia de Egipto en 2012 y a intervenir fuertemente en la crisis siria, con ayuda económica y militar, así como el apoyo de propaganda (siempre con Al Jazeera en acción) contra las fuerzas rebeldes que se oponen al régimen de Assad que fueron rápidamente hegemonizadas y dominadas por los milicianos yihadistas sirios de Jabat Al Nusra y los asesinos iraquíes del “Califa” Al Baghdadi del Isis.

Turquía y Qatar apostaron por la caída de Assad y el giro de Siria hacia una República Islámica que podría apoyar el nuevo papel hegemónico de Turquía en la región, respaldada financieramente por el muy rico Qatar, un Estado que con sus 300.000 habitantes no pudo destacarse frente al país hegemónico del Golfo, a saber, Arabia Saudí.

Las cosas no fueron como deseaban los dos “amigos de tiempos difíciles”. En Egipto los sueños de Morsi y la “Hermandad Musulmana” se destrozaron en 2013, enfrentado a la reacción del ejército dirigido por el general al-Sisi, mientras que en Siria —gracias a la intervención de Rusia— Assad todavía “reinaba” aunque sólo fuera en las ruinas de un país destruido por una guerra civil sin sentido y feroz que causó cientos de miles de muertes entre civiles y la huida de más de un millón de refugiados.

El papel desempeñado por Turquía y Qatar en la agitación de Medio Oriente y las ambiciones de los dos aliados de tomar el liderazgo y sobresalir en la región más sensible del mundo, nos llevan a la segunda fecha significativa en las relaciones entre Erdogan y al-Thani, a saber, el 5 de junio de 2017. Fue el día en que Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto rompieron relaciones diplomáticas con Qatar. Unos días más tarde dieron un duro ultimátum a Qatar imponiendo minimizar las relaciones con la “Hermandad Musulmana” y cerrar la base militar de Tariq Bin Ziyad, ocupada desde 2014 por un contingente de fuerzas armadas turcas. De lo contrario, se impondrían sanciones muy duras.

Con el fin de reforzar la presión, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes enviaron tropas a la frontera con Qatar, detuvieron los vuelos y las comunicaciones terrestres, mientras que, por decisión del Parlamento turco, el contingente turco se fortaleció aún más.

Las sanciones contra Qatar eran muy duras y sólo un transporte aéreo turco podía evitar una grave crisis alimentaria para un pueblo rico pero impotente frente al asedio de sus vecinos.

El apoyo prestado por Erdogan a Qatar, durante lo que se llamó la “crisis del Golfo”, las relaciones marcadas negativa y definitivamente entre Turquía, Arabia Saudí y sus aliados del Golfo, con fuertes repercusiones en el comercio (se pidió un boicot general de los bienes turcos) y en la economía turca en general, que se vio afectada negativamente por la caída de las exportaciones en toda la región.

El activismo sin escrúpulos del líder turco, el despilfarro económico para respaldar el transporte aéreo a Qatar y el compromiso militar en Siria pusieron en crisis la economía de Ankara mucho antes que el impacto económico de la pandemia de Covid-19 se sintiera en Turquía, con efectos devastadores en el nivel de vida de su pueblo.

Sin embargo, el boicot de los países del Golfo, las amenazas de sanciones de Europa y el aislamiento internacional sustancial aún no han limitado el aventurerismo del presidente turco que, como un ávido jugador, está elevando las apuestas en varias mesas con la esperanza de compensar sus pérdidas.

Desde Libia hasta Armenia, desde el Mediterráneo hasta el mar Negro, el líder turco sigue intentando desempeñar un papel destacado, con el apoyo de sus amigos en Doha.

En Libia envió a su propio Jabat Al Nusra soldados y milicianos sirios para luchar junto a las fuerzas leales al presidente al-Sarraj, obligando así a su oponente, el general Haftar, a detener la ofensiva de la primavera-verano pasada (septentrional) en Trípoli.

En Libia, la injerencia turca causó la dura reacción del presidente egipcio, al-Sisi, quien advirtió a los turcos y leales que no cruzaran la “línea roja” al oeste de Sirte, amenazando con enviar tropas terrestres.

En el Mediterráneo la crisis está abierta y lejos de una solución.

Los diseños de Turquía en las zonas económicas exclusivas de la parte turca de Chipre y las islas del Egeo oriental para la exploración y explotación de gas subacuático son duramente y formalmente disputados por Grecia y Francia, mientras que el Egipto de Al Sisi incluso ha involucrado a Israel en proyectos de exploración frente a la costa egipcia.

En el debate sobre las fronteras de las zonas de exploración y extracción de gas en la cuenca del Mediterráneo Meridional y Oriental, Italia no tiene una posición y un compromiso claros, a pesar de la presencia activa de la ENI en la zona, que se quedó sola en la difícil situación libia y mediterránea.

Si bien el dossier sobre la independencia de los kurdos sirios —fuertemente opuestos por Turquía pero apoyados por los Estados Unidos— sigue abierto, el único éxito estratégico parcial logrado por el activismo del presidente Erdogan ha sido en Nagorno-Karabaj, donde, con el apoyo militar turco, los musulmanes azerbaiyanos han derrotado a los armenios en el terreno, obligándolos así a entregar porciones de territorio habitadas por cristianos.

Sin embargo, el éxito turco-azerbaiyano no ha sido completo, ya que las tropas de la Federación de Rusia han sido desplegadas sobre el terreno, con el consentimiento de los beligerantes, para garantizar la tregua. De ahí una victoria pírrica, que todavía permite a Vladimir Putin controlar el territorio en disputa y seguir protegiendo a los armenios de Nagorno Karabaj no sólo con diplomacia, sino también con sus fuerzas armadas.

Con Israel en el fondo, políticamente fortalecido por la apertura de relaciones diplomáticas con Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, forjado bajo el ojo benévolo de Arabia Saudí, las relaciones de poder desde el mar Negro a Libia están tomando forma y ven a los dos “amigos de tiempos difíciles” volverse cada vez más agresivos, pero probablemente incluso más débiles.

Turquía importa el 60% del gas de Rusia a través de Azerbaiyán y, hasta que pueda explotar los depósitos de las costas turcas del mar Negro, no será capaz de presionar a Rusia, que hasta ahora no ha respondido duramente a las provocaciones turcas, pero sin duda ha demostrado con un Ministro de Asuntos Exteriores como Serguéi Lavrov, que cierra los ojos o inclina la cabeza frente a una nueva media luna islamista.

Con Estados Unidos distraído por el paradójico resultado de las elecciones presidenciales y Europa postrada por la salud, el impacto económico y social de la pandemia Covid-19, no es de extrañar que aventureros políticos internacionales como Erdogan y al-Thany —que no han dudado en apoyar a los peores representantes del extremismo islámico en Medio Oriente, el norte de África, el Cáucaso e incluso Europa— y el eje Qatar-Turquía han mantenido hasta ahora, a pesar de las muchas debacles de sus aliados, debido al frente común erigido por Arabia Saudí y los países del Golfo.

Lo sorprendente es que estos países se han quedado solos, con la excepción de Rusia, Francia, Egipto e Israel, para hacer frente a un eje islamista que esperaría seguir actuando sin perturbaciones en las fronteras meridionales de Europa e Italia.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Nota: traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. 

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