Archivo de la etiqueta: Atlantismo

LOS BRICS Y EURASIA DEJAN SU HUELLA

Roberto Mansilla Blanco*

Los últimos acontecimientos en la polarizada Europa y el convulsionado Oriente Próximo están descifrando algunas de las claves geopolíticas que observaremos con mayor intensidad en los próximos años. Entre ellas destaca el cambio estructural de poder que se va definiendo cada vez más a favor de Asia y el corredor euroasiático.

Bajo un contexto simultáneo de tensiones militares con la ofensiva ucraniana en Kursk y de los avances rusos en el Donbás, India y China impulsaron sendas iniciativas de negociación tendientes a buscar una salida al estancado conflicto ucraniano. Con la mirada igualmente puesta en las elecciones presidenciales estadounidenses, en agosto pasado el presidente indio Narendra Modi visitó Kiev toda vez el primer ministro chino Li Qiang estuvo en Moscú.

Resulta significativo que sean dos miembros de los BRICS como India y China (al mismo tiempo dos potencias nucleares que mantienen rivalidades geopolíticas y militares con reclamaciones fronterizas incluidas) los únicos con capacidad para impulsar iniciativas de negociación en la guerra ruso-ucraniana. Una expectativa de negociación que no se observa ni en Washington ni por parte de sus aliados «atlantistas» en la OTAN y en la UE, mucho más enfocados en «solucionar» el conflicto por la vía militar, pasando éste por asestar una derrota «humillante» para Rusia que, a todas luces, se ve claramente incierta a estas alturas.

Incluso este «atlantismo-europeísta» observa reveses electorales derivados de su intransigente política pro-ucraniana, tal y como se verificó con el histórico avance de la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) en los recientes comicios regionales en Turingia y Sajonia. Por cierto, el presidente Joseph Biden y el canciller alemán Olaf Schölz habrían acordado para 2025 el despliegue de armamento nuclear en territorio alemán, una medida claramente disuasiva contra Rusia que rompe por completo el equilibrio nuclear desde el final de la II Guerra Mundial.

Toda vez que EEUU está casi absolutamente concentrado en sus elecciones presidenciales de noviembre próximo, es patente la falta de iniciativa de Washington para intentar reconducir los conflictos globales. El pulso electoral Trump-Harris gana en decibelios toda vez la escalada de tensiones militares entre Israel e Irán en Oriente Próximo alcanza ahora al Líbano, con los ataques israelíes contra posiciones del grupo islamista Hizbulá.

Como coletazo de última hora determinado por las expectativas electorales de apuntalar el camino de Harris hacia la Casa Blanca, la administración Biden anunció un ultimátum a Israel y Hamás para alcanzar un alto al fuego que, en ningún momento, implica sanción alguna contra la masacre en directo que lleva a cabo en Gaza un Netanyahu que vuelve a observar protestas internas pidiendo un alto al fuego con Hamás. A comienzos de agosto, en clara maniobra disuasiva contra Teherán, Biden anunció el envío al Golfo Pérsico de buques de guerra y portaaviones. Paralelamente, la OTAN abrió la veda para el envío a Ucrania de los F-16 con la expectativa (por cierto poco realista) de quebrar la superioridad militar aérea rusa.

Volviendo a los BRICS, este organismo multilateral que cobró un inesperado impulso con la guerra de Ucrania avanza en el diseño de una nueva arquitectura financiera que implique el final del predominio del dólar. Rusia, uno de los principales productores en materias primas como petróleo, gas natural y minerales, busca fortalecer sus lazos vía BRICS con la perspectiva de mantener una especie de salvavidas financiero ante cualquier eventualidad dentro de las tensiones permanentes con Occidente.

Los BRICS, que comenzó 2024 con una audaz ampliación de miembros como Arabia Saudí, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía, recibe ahora una nueva solicitud de admisión por parte de otra potencia euroasiática, Turquía, estratégico miembro de la OTAN pero que debe navegar toda serie de equilibrios mientras adopta una política autónoma que se aleja de los imperativos geopolíticos occidentales.

Con estas cartas en la mesa, India y China trazan iniciativas paralelas para posicionarse como los actores geopolíticos que marcan la línea de este siglo. Pero esto no es sólo en perceptible Ucrania y Oriente Próximo. Otro de los miembros principales de los BRICS, Brasil, impulsa junto a México y Colombia una mediación para solucionar una crisis postelectoral en Venezuela que amenaza con aumentar las tensiones internas y regionales y cuyas expectativas de éxito son escasamente previsibles tomando en cuenta el reforzamiento del autoritarismo y la represión por parte del presidente Nicolás Maduro. En 2023, otro miembro de los BRICS, Sudáfrica, casi en conjunto con su socio brasileño, impulsó una iniciativa de negociación en Ucrania que, pese al beneplácito de Beijing y Moscú, fue claramente neutralizada por Washington y el eje atlantista.

La revitalización del eje euroasiático y de los BRICS implica para un Occidente cada vez menos hegemónico la necesidad de quebrar internamente su cohesión, atizando las rivalidades sino-indias que comienzan también a verificarse ante las recientes tensiones militares en el espacio aéreo entre China y Japón, todo esto sin desestimar la creciente cooperación militar entre India y Japón que obviamente implica a Beijing y abre un nuevo equilibrio de poder en Asia. Con anterioridad, Occidente propició esas expectativas de quiebra interna dentro de los BRICS alentando al presidente argentino Javier Milei a no ingresar en ese organismo, asegurando así el regreso argentino al eje atlantista-occidental ampliado con las simpatías del propio Milei con Israel.

Paralelamente, Beijing remodela su iniciativa geopolítica de las Rutas de la Seda que, como señala el analista Emir Sader en un reciente artículo, reivindica ese peso histórico que Eurasia tuvo antes de la aparición de un hegemón occidental que hoy apuesta claramente por el militarismo a ultranza por encima de la negociación y el diálogo.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue publicado en versión original en idioma gallego en https://www.novasdoeixoatlantico.com/os-brics-e-eurasia-marcan-a-sua-pegada-roberto-mansilla-blanco/

LA «GLAMUROSA» DECADENCIA DE OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Xinhua/Li Xueren.

 

Son muchos los ensayos que en los últimos meses observamos en la producción editorial para analizar el declive de Occidente. Desde Emmanuel Todd hasta Amin Malouf, las estanterías de las librerías muestran una oferta prolífica de estudios que intentan descifrar porqué ese Occidente democrático, capitalista, liberal y plural que hasta ahora conocíamos como aparentemente insuperable está experimentando una cada vez más evidente e inocultable decadencia de poder. Un reflejo que también se ve en la industria del entretenimiento: una serie estadounidense, «Civil War» en la plataforma de pago Netflix adelanta un escenario distópico de ficción sobre la decadencia de EEUU.

Esta perspectiva de declive se aprecia en los esfuerzos que cada quien hace para «arreglar» los conflictos actuales. Mientras el presidente estadounidense Joseph Biden anunciaba una ayuda militar «histórica» para Ucrania previo a la Cumbre de la OTAN de Washington (11-12 de julio) que entronizará al holandés Mark Rutte como el nuevo secretario general de esta organización, el mandatario húngaro Viktor Orbán, en calidad de presidente rotativo de la UE, regresaba de una gira por Kiev, Moscú y Beijing con la finalidad de intentar acercar posturas para concretar un posible cese al fuego y una salida negociada de una guerra, la ucraniana, tan estancada como preocupante debido al riesgo de pulso nuclear. Una guerra que Occidente sabe que Ucrania no tiene posibilidad de ganar, a pesar de los millares de dólares y armamento invertidos para apuntalar en el poder a un Zelensky cada vez más contestado e impopular en su país.

Por otro lado está la imagen de los «grandes» líderes occidentales. Encontramos a un Biden senil, incapaz de articular con garantías un debate presidencial con su rival Donald Trump. Dentro del Partido Demócrata crecen las cábalas de un posible reemplazo electoral aún incierto mientras el entorno de Biden asegura que irá «hasta el final».

Una imagen más contrastada la dan los líderes euroasiáticos, rivales del Occidente «atlantista». Previo a la cumbre de la OTAN en Washington, el presidente chino Xi Jinping y su homólogo ruso Vladímir Putin volvieron a escenificar su sintonía estratégica en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) celebrado la semana pasada en Kazajistán.

Tras el fracaso de la Cumbre de la Paz para Ucrania celebrada en Suiza, Washington y sus aliados europeos apuestan por la continuidad de la guerra «hasta el último ucraniano» (Biden dixit). Por su parte, Beijing, con el beneplácito de su aliado ruso, impulsa iniciativas de negociación que, cuando menos, resultan más coherentes y efectivas, fortaleciendo al mismo tiempo las expectativas chinas de reconducir un sistema internacional cada vez más anárquico.

Visto en perspectiva, Occidente está perdiendo su capacidad de soft power para propiciar la resolución de conflictos mientras China tiene capacidad para alcanzar acuerdos, reforzando así su posición de poder emergente.

Más allá del poder político, el tratamiento de los mass media occidentales a la gira de Orbán raya en lo patético. Critican al controvertido líder húngaro, fortalecido tras las recientes elecciones parlamentarias europeas, como una especie de «títere» de Putin y Xi. Un tratamiento menos benévolo que la posición light que Biden tiene con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuya injustificada masacre en Gaza comienza a observar una situación similar a la ucraniana: un frente militar atascado y sin avances mientras la sociedad israelí comienza a registrar malestar y protestas contra la guerra, pero no exactamente a favor de una causa palestina que, cuando menos, también comienza a registrar solidaridad en Occidente.

Pero no es únicamente Biden el protagonista de esta «decadencia» occidental. El presidente francés Emmanuel Macron debió confeccionar a última hora una especie de Frente Popular circunstancial para salvar un envite electoral desastroso por el avance de la ultraderecha de Marine Le Pen en las recientes legislativas francesas. Macron apuesta por una cohabitación donde la izquierda de Jean-Luc Mélenchon puede ganar peso; pero al mismo tiempo abre un compás de incertidumbres sobre el futuro de la política francesa de cara a las presidenciales de 2027, tomando en cuenta que el ascenso de Le Pen no es perceptible únicamente en París sino también en Bruselas.

En la UE tampoco están para experimentos. La cohabitación vía cordón sanitario contra una ultraderecha políticamente dividida también se impone por obra y gracia de la todopoderosa recién reelecta presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen. El establishment europeísta conservador-socialdemócrata precisa frenar también dentro de las instituciones europeas al multiforme «frentismo» de la ultraderecha en la que Orbán, Le Pen y la primera ministra italiana Giorgia Meloni no terminan de coincidir.

Porque VOX ya decidió integrarse en la plataforma «ultra» de Orbán (Patriotas por Europa) en el nuevo Parlamento Europeo que legislará hasta 2029, junto con otros partidos austríacos y checos. La movida de fichas de VOX vía Orbán puede acercarlo indirectamente a Moscú, toda vez Meloni (pro-OTAN y pro-Ucrania) deberá reacomodarse en este nuevo escenario donde Orbán y Le Pen parecen acordar estrategias comunes. Y todos ellos mirando también para Washington pero no a Biden sino a la posibilidad de un retorno de Trump a la Casa Blanca.

En Londres, las elecciones generales de 4 de julio pusieron fin a 14 años de gobiernos conservadores con un contundente retorno de los laboristas al poder, ahora en manos de Keir Starmer. Esto no parece, a priori, influir en algún tipo de cambio sustancial de la política británica con respecto a la OTAN y la ayuda a Ucrania pero sí que puede anunciar un «reseteo» del Brexit, para complacencia de von der Leyen y de las élites de Bruselas.

No olvidamos tampoco Irán, que eligió nuevo presidente en la figura Masoud Pezechkian (69 años) considerado un reformista pero con escasa capacidad de maniobra en un régimen teocrático profundamente conservador. De origen kurdo-azerí, la elección de Pezechkian puede revelar un estratégico cambio político para evitar malestar entre el poder central en Teherán y estas comunidades étnicas. Tras ganar las elecciones, Pezechkian habló inmediatamente con Putin para reforzar una alianza geopolítica que tiene puntos de concreción, desde Ucrania hasta el propio programa nuclear iraní. El giro euroasiático iraní mira más hacia Beijing y Moscú que a Washington y Bruselas.

En definitiva, los bloques «atlantista-europeísta» y el euroasiático sino-ruso conforman hoy la nueva «guerra fría» del siglo XXI. Tras visitar Corea del Norte y Vietnam y poco después de la cumbre de la OCS y de recibir a Orbán en Moscú, Putin visitó también la India afianzando acuerdos militares que refuerzan al complejo militar-industrial ruso. El eje Moscú-Nueva Delhi consolida las bases de este eje euroasiático en ascenso, sin desestimar las rivalidades geopolíticas entre India y China, ambos miembros de los BRICS junto con Rusia y Brasil, y que EEUU intenta fomentar para crear desestabilización en ese eje geopolítico.

A diferencia de la sintonía euroasiática, igualmente determinada por las circunstancias de los complejos equilibrios de poder del actual sistema internacional, las inquietudes y la incertidumbre políticas inundan las plazas de poder occidentales. Todo ello sin percatarse que ese declive está en marcha, con una percepción de final de «belle époque» que retrata un «glamour» cada vez más insostenible. Un siglo después, la predicción de Oswald Spengler sobre la «decadencia de Occidente» comienza a verificarse con mayor nitidez.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/a-glamurosa-decadencia-de-occidente-roberto-mansilla-blanco/.

EUROPA: ELECCIONES BAJO CONVULSIÓN

Roberto Mansilla Blanco*

La Unión Europea se juega su futuro con las elecciones parlamentarias previstas para el próximo 9 de junio. En estos comicios se elegirán 720 diputados para el período 2024-2029, cuyas decisiones tendrán repercusiones para las 450 millones de personas que habitan dentro del espacio comunitario.

No obstante, el clima previo a estos comicios muestra síntomas de violencia política, en gran medida determinados por la dinámica del conflicto ucraniano, la creciente polarización política interna y las consecuencias de la recomposición de las alianzas geopolíticas estratégicas a nivel global, particularmente ante la consolidación del eje euroasiático sino-ruso y la dependencia europea de los imperativos «atlantistas» vía OTAN.

Este clima de violencia política llevó a un inesperado intento de asesinato del presidente de gobierno eslovaco Robert Fico el pasado 15 de mayo. Con anterioridad el presidente serbio Aleksandr Vucic también sufrió una tentativa similar. En el caso del mandatario eslovaco, las autoridades sospechan de un militante de extrema derecha considerado «prorruso», un perfil similar al de su víctima, a quién los mass media vinculan presuntamente con el Kremlin por sus críticas y reticencias a la hora de secundar la ayuda militar y económica para Ucrania. Así, los intentos de asesinato contra Fico y Vucic pueden verificar una pista de «rusofobia» en aumento en Europa.

La pista «rusa» parece redimensionarse hacia otros escenarios, particularmente la guerra en Ucrania. La visita sorpresa a Kiev del secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken fue un «espaldarazo» para su anfitrión Volodymir Zelenski, actualmente en horas bajas. La visita de Blinken da a entender los temores occidentales ante la efectividad de la ofensiva militar rusa hacia la estratégica localidad de Járkov, que ampliaría el control militar del Kremlin en el este y centro ucranianos. Toda vez la superioridad militar rusa contrasta con los problemas de reclutamiento de efectivos que tiene Zelenski. Estas preocupaciones muy probablemente influyeron para que el presidente ucraniano suspendiera a última hora una gira prevista por España y Portugal.

Esto nos lleva directamente a Moscú, el nuevo «imperio del mal» para Europa. Un Vladimir Putin que oficialmente entronizó un nuevo mandato el pasado 6 de mayo también dio un volantazo político estratégico: destituir a su ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, por un civil, Andréi Belousov, un tecnócrata con demostrada eficacia en la gestión económica.

Este inesperado giro político en el Kremlin que afecta al poderoso estamento militar deja varias claves en la mesa: reestructuración de las altas esferas de poder, juegos de equilibrios entre los clanes políticos, posible purga encubierta y redefinición de las prioridades a favor de una ‘economía de guerra’ con capacidad para mantener el esfuerzo bélico a largo plazo. Todo esto afectará no sólo en el frente ucraniano sino también en la cada vez más evidente «guerra silenciosa» entre Rusia y la OTAN. Y, por supuesto, en las decisiones que tome el próximo Parlamento Europeo.

Por otra parte, Putin viajó a Beijing (16-17 de mayo) para reforzar la alianza estratégica con su homólogo chino Xi Jinping. La puesta en escena confirma la solidez del eje euroasiático sino-ruso antes las presiones occidentales. Xi venía de realizar una gira por Europa tras cinco años de ausencia por Francia, Serbia y Hungría, en este último país donde anunció junto a su aliado y anfitrión Viktor Orbán la apertura de una fábrica de coches eléctricos en el país centroeuropeo.

En esa gira europea, Xi consolidó las alianzas euroasiáticas sino-rusas con Serbia (aspirante al ingreso en la UE) y Hungría (miembro de la UE y de la OTAN) toda vez envió un sutil mensaje a Francia sobre los nuevos reacomodos geopolíticos globales.

No salimos del espacio euroasiático. Tras varios días de violentas protestas y represión policial, el Parlamento georgiano aprobó (15 de mayo) una polémica Ley contra Agentes Extranjeros, coloquialmente denominada «Ley rusa» por su similitud con la que impera en Rusia desde 2022. Con esta ley, activistas y ONGs locales que reciban un mínimo de 20% de financiación exterior serán sometidos a una vigilancia extrema y posible expulsión del país caucásico.

La «Ley rusa» condiciona un pulso geopolítico entre Rusia y Occidente por controlar esferas de influencia en el Cáucaso, una región estratégica para la seguridad nacional rusa, ruta de paso de proyectos energéticos desde el mar Caspio y entrada geográfica al volátil y convulso Oriente Próximo.

Como había sucedido con el «Maidán» en Kiev en 2014, altos cargos europeos, en este caso de los gobiernos de Islandia, Estonia y Lituania, viajaron a la capital georgiana Tbilisi para manifestar su apoyo a las protestas populares contra la «Ley rusa» argumentando que aleja a Georgia de sus negociaciones de ingreso en la UE, abiertas oficialmente en diciembre pasado. Si bien la presidenta georgiana Salomé Zubarishvilii vetó la ley, el Parlamento muy probablemente volverá a ratificarla.

Luego está Oriente Próximo. Israel aprovechó una coyuntura relevante (polémica en Eurovisión; Día Nacional y Nakba palestina del 15 de mayo; votación en la ONU para ampliar los derechos palestinos como Estado miembro) para lanzar su ofensiva militar en Rafah, paso previo para una expulsión definitiva de los palestinos de Gaza. Con todo, el gobierno de Benjamín Netanyahu ve afectada su imagen internacional por el genocidio en Gaza, lo cual repercute en un aislamiento diplomático en el que incluso su aliado irrestricto estadounidense comienza a marcar ciertas distancias.

Netanyahu está perdiendo la batalla de la narrativa ante la opinión pública internacional e incluso interna, con fuertes cuestionamientos de los ciudadanos israelíes sobre el costo de una ofensiva militar que no termina de dar completamente sus frutos ni de derrotar a un Hamás, aparentemente más consolidado como movimiento de resistencia palestino.

Por otra parte, el inesperado fallecimiento del presidente iraní Ibrahim Raisi y varios de sus ministros en un accidente aéreo este 19 de mayo implica directas consecuencias en temas relevantes para la seguridad internacional como el futuro del programa nuclear iraní (en el que Europa tiene voz en la negociación con Teherán) y el pulso regional entre Irán e Israel. Todo esto sin desestimar las claves internas en el propio país persa, que pueden anunciar cambios políticos.

Volvemos a Europa. Ante este convulsionado contexto exterior los visos de preocupación y cierta desesperación se notan en los círculos de poder en Bruselas ante el avance de las opciones «euroescépticas», de populismos extremistas críticos con Bruselas e incluso de opciones consideradas como «prorrusas».

La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ya habla abiertamente de constituir un frente parlamentario de derechas incluso amparando el blanqueamiento y normalización de apoyos de esos partidos extremistas y «euroescépticos» o «antieuropeístas». Incluso existen expectativas «apocalípticas» para el proyecto europeísta: algunas encuestas advierten que hasta un 25% del próximo Parlamento Europeo estaría dominado por este espectro político extremista y crítico con las élites europeístas.

Por otro lado, la polémica visita a Madrid (17-19 de mayo) del presidente argentino Javier Milei para asistir a un acto de su aliado VOX donde también participaron líderes críticos con Bruselas como Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Viktor Orbán también da a entender que esta especie de «frente anti-UE» está surcando incluso los límites atlánticos y quiere tener incidencia en los próximos comicios parlamentarios.

Todas estas variables explican la posible existencia de fuerzas centrípetas dentro de la UE que presionan por cambiar su ethos de espacio de pacificación y de cohesión social hacia una vertiente cada vez más confrontativa y militarista. En medio de este contexto convulso, Europa vive momentos de zozobra y de aparente incapacidad para reconducir una crisis cada vez más estructural.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

                                             

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en: https://www.novasdoeixoatlantico.com/europa-eleccions-baixo-convulsion-roberto-mansilla-blanco/.