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EE.UU.-CHINA. ¿UN ENFRENTAMIENTO NECESARIO?

Giancarlo Elia Valori*

En el año que acaba de terminar, la opinión pública mundial estaba justa y comprensiblemente distraída por la tragedia de la pandemia Covid 19.

Por esta razón muchos acontecimientos de gran importancia geopolítica que en otros tiempos habrían polarizado la atención de los medios de comunicación, analistas y al público han pasado casi desapercibidos, cubiertos como lo han sido por el gran alboroto mediático sobre infecciones y vacunas.

Entre estos acontecimientos algo “subestimados”, el histórico acuerdo político-diplomático entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Omán y Sudán es sin duda el más significativo.

Gracias a la mediación activa de un Trump al final de su mandato y al príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman, un muro de hostilidad y enemistad durante 70 años entre Israel y una parte importante del mundo árabe-musulmán se ha agrietado parcialmente, sentando las bases para una paz duradera en la región más crítica de Medio Oriente o al menos para el lanzamiento de políticas de ajedrez más pragmáticas y pacíficas.

El deshielo en las relaciones entre una parte significativa del mundo árabe y lo que hasta hace unos meses se refería despectivamente como “la entidad sionista”.

El paso hacia la paz en Medio Oriente claramente no fue considerado de particular importancia en Washington por la nueva administración Biden.

Lejos de confirmar el enfoque algo pacifista y conciliador mostrado durante la campaña electoral contra el “duro” Donald Trump, el nuevo presidente estadounidense optó inmediatamente por mostrar al mundo que prefiere el enfrentamiento a la confrontación.

Después de debutar en la escena de Medio Oriente con un repentino bombardeo en Irak contra posiciones de milicias supuestamente pro-iraníes, Joe Biden dirigió su atención a China, conocida como un enemigo estratégico contra el que reunir a todas las fuerzas del Occidente democrático.

En resumen, el nuevo inquilino de la Casa Blanca parece creer que cuando finalmente gracias a la vacunación masiva el mundo ha superado la crisis de salud, en lugar de dedicarse a la reconstrucción de las economías seriamente afectadas por los efectos del virus, las potencias mundiales deberían volver sobre los viejos pasos de la era de la Guerra Fría para lograr una “superioridad estratégica” que reafirme el papel de Estados Unidos como la potencia líder mundial.

Para dar forma concreta a este proyecto y enviar una clara señal de enemistad y hostilidad a Pekín, Biden ha ordenado al Pentágono que proceda con la planificación del plan de Trump de instalar una red de misiles de 27.400 millones de dólares que se desplegará, según la agencia NIKKEI ASIA, en países que representan un cinturón estratégico alrededor de China, Taiwán, Japón, Okinawa, Filipinas, una red de misiles de corto y medio alcance considerados adecuados para que China sienta el peso militar de la presencia estadounidense en el Lejano Oriente.

El mensaje de Biden, claramente destinado a intimidar a Pekín incluso militarmente, fue recibido con superficialidad desarmadora por el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, quien, olvidando los objetivos institucionales de la Alianza Atlántica, dijo ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York que “la OTAN tendrá que lidiar con China, adaptando su enfoque estratégico a una relación más estrecha con Japón, Australia e India”.

Es lamentable que incluso en nuestro país comentaristas autorizados de importantes periódicos se hayan dedicado a señalar a los lectores, en tonos que recuerdan a los utilizados contra el Pacto de Varsovia en los años 60 y 70 del siglo pasado, el “peligro chino”, en una alineación poco crítica con posiciones estadounidenses que, además, no se reflejan ni en la política china ni en las relaciones entre la Unión Europea y el gobierno chino.

China, de hecho, parece decididamente orientada más que a abrir una nueva carrera armamentista, a tomar medidas concretas para elevar su economía y hacer a su población más “moderadamente rica”.

El 26 de octubre del año pasado, después de la primera ola epidémica de Covid 19, se inauguró en Pekín la quinta sesión plenaria del 19º Comité Central del Partido Comunista de China, con el ambicioso objetivo de definir, tras meses de preparación y en cuatro días de debate a puerta cerrada, las líneas estratégicas del 14º plan quinquenal del país, lanzado —a diferencia del resto del mundo— prácticamente libre de la pandemia Covid 19.

El plan, destinado a cubrir el período quinquenal 2021-2025, tiene el título, lleno de significados, “Visión 2035”, un título destinado a destacar su potencial impacto a mediano plazo en la economía china y sus relaciones internacionales. La agencia económica estadounidense Bloomberg calificó el plan como un “disparo de advertencia”, un “disparo de advertencia de cinco años a Estados Unidos”.

Un “disparo de advertencia” que claramente tiene como objetivo desafiar a los Estados Unidos no a una nueva carrera militar a los que más amenazan, sino más bien a poner en marcha, incluso con nuevos modelos de cooperación internacional, recursos frescos y creativos para elevar la economía mundial, tratando también de activar políticas de recuperación ambiental.

Es sobre la base de estos objetivos que el Presidente Xi Jinping ha dictado las directrices del nuevo plan quinquenal cuyo enfoque central es el de la “doble circulación”, una estrategia que tiene como objetivo aumentar simultáneamente la demanda interna y la inversión extranjera en bienes de consumo y tecnología, con un enfoque “dual” y coordinado de gran impacto potencial en las condiciones de vida de la población china y en las relaciones internacionales de Pekín.

Europa, por supuesto, todavía no parece querer seguir sin críticas las ideas belicosas de Washington sobre China.

El 30 de diciembre de 2020 se anunció la noticia del acuerdo entre China y la Unión Europea sobre inversiones. Después de siete años de negociaciones, durante una conferencia telefónica entre el presidente chino Xi Jinping y Ursula Von Der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, flanqueada por el presidente francés Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, se aprobó el Acuerdo Global sobre Inversiones (CAI).

Se trata de un acuerdo histórico que abre una nueva “Ruta de la Seda” entre el Viejo Continente y el inmenso mercado chino.

Los principios básicos del CAI están dirigidos a un reequilibrio sustancial del comercio entre Europa y China, ya que este último ha mostrado hasta ahora poco abierto a los europeos.

Con este acuerdo, Pekín se abre a Europa en muchos sectores significativos, en particular en lo que respecta a las manufacturas y los servicios.

En estos ámbitos, China se ha comprometido a eliminar las normas que hasta ahora han discriminado fuertemente a las empresas europeas, garantizando la seguridad jurídica de quienes pretenden producir en China, alineando a las empresas europeas y chinas en términos reglamentarios y favoreciendo el establecimiento de empresas conjuntas y la celebración de acuerdos comerciales y de producción.

En lo que respecta a los servicios, China fomentará la inversión europea en servicios “en la nube”, servicios financieros, servicios privados de salud, transporte aéreo y marítimo.

Es la primera vez en su historia que China se abre a empresas e inversiones extranjeras.

China y Europa parecen haber entendido que en el mundo postpandémico no tendrá que haber espacio para “Juegos Olímpicos geopolíticos” que establezcan quién gana la medalla de “primera superpotencia”, sino que habrá una necesidad de un nuevo y creativo multilateralismo económico que vea al Este y al Oeste del mundo trabajando juntos para sentar las bases concretas para el renacimiento del planeta.

Todos esperamos que los Estados Unidos estén en juego, tal vez tomando como ejemplo el realismo de Israel y de aquellos Estados árabes que parecen haber entendido que con los conflictos son todos más pobres.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Porhibida su reproducción.

 

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REFORMA AGRARIA

Iris Speroni @SperoniIris

En lo que va del SXXI hubo una silenciosa “reforma agraria” en varios países de occidente.

Nota original de Restaurar https://restaurarg.blogspot.com/2021/03/la-estrategia-del-consejo-nacional-de_18.html

 

El 1º de marzo de este año, 2021, el presidente de la Nación propuso en su discurso de apertura de sesiones ordinarias del HCN como iniciativa:

“La solución de los problemas de infraestructura y regulatorios que impiden la explotación de tierras aptas para el cultivo en distintas zonas del país,…”.

Los que conocemos a los “progres”, socialdemócratas, o cualquier otro nombre que se pongan, aprendimos a desconfiar de la palabra de esta gente.

Tenemos innumerables ejemplos de que estas personas presentan una idea benévola y conveniente para la población, la cual termina como un ancla atada a nuestro cuello.

Es una práctica generalizada en todo Occidente, y Occidente, en este caso, incluye a Francia y a Venezuela.

Va desde “vamos a modernizar la educación”, y la destruyen hasta que el pedazo más grande que queda es de un centímetro cúbico; “vamos a mejorar las jubilaciones”, y anulan el ajuste por inflación; “vamos a cuidar la mesa de los argentinos” y obligan a malvender el trigo de los productores a 10 empresas molineras que lo revenden a precios internacionales; “vamos a reducir el presupuesto militar” y  dejan a nuestras FFAA con material obsoleto (*) que se traduce en la muerte de decenas de pilotos porque los aviones se caen y en la indefensión mientras Chile y Brasil se pertrechan hasta los dientes y los españoles en connivencia con los ingleses se llevan nuestra pesca.

Hay cientos de ejemplos en las últimas décadas. “Vení, te va a gustar”, para terminar vejados.

Años atrás propuse en un artículo en La Prensa y luego en una charla en el INFIP que había que hacer una segunda conquista del desierto (**). Las razones son claras a mis ojos: dos tercios de la superficie continental argentina es árida. Regarla permitiría —al menos— duplicar el área explotada.

Por eso, cuando leí el discurso, mi primera reacción fue de alegría: ¡finalmente el gobierno intentará extender la frontera agrícola!

Una segunda lectura, menos apasionada, demuestra que nada de eso dijo el presidente. ¿Qué tierras aptas para el cultivo no se pueden explotar en la Argentina? Los Parques Nacionales, los campos en poder de las FFAA (y tampoco, porque la ley que se las otorga permite su explotación con el beneficio de los arriendos para el tesoro de las fuerzas). Todo el resto sí se puede explotar. ¿Necesita infraestructura de transporte? Ciertamente. Todo el flete es un desastre en nuestro país.

¿Qué problemas regulatorios existen en Argentina excepto la prohibición de tocar los Parques Nacionales? Ah, la compra de campos por extranjeros (límite bastante laxo, por cierto).

Las cuentas del productor agropecuario

¿Por qué no se riegan las tierras áridas y se convierten a tierras arables?

Una aclaración previa: en los últimos años ha habido un progresivo incremento de la superficie sujeta a riego, al abaratarse la infraestructura necesaria. Segunda aclaración: no todas las tierras pueden recuperarse; algunas por salinas, otras por exceso de otros minerales.

Pero hay otras tierras que sí sirven, sin embargo los privados no instalan riego y las explotan. ¿Por qué? (***).

Los productores agropecuarios argentinos no cobran la totalidad del precio de lo que producen. Una parte (la del león) se la queda el BCRA al pagarles $ 90 por dólar en lugar de $ 155. Luego, sobre lo que les queda, tienen que pagar derechos de exportación (DEX) que van desde 33% a 5%; impuesto al cheque (1,2%). 

55% del costo de flete terrestre (combustible, camiones, cubiertas) son impuestos. Sufren la inexistencia de transporte fluvial y la escasez del ferroviario (40% en EEUU, 10% acá del volumen total de cargas). El costo del flete en Argentina promedia el 20% del precio de venta del producto vs. el 8%/12% en Canadá, EEUU o la Unión Europea (para comparar grandes extensiones).

Por todo esto, la rentabilidad de muchas explotaciones agropecuarias argentinas trabajan en situación de equilibrio, a pérdida, o con un leve superávit que jamás remunera el capital inmovilizado.

En una explotación en la pampa húmeda, la crème de la crème de la fertilidad mundial, el rendimiento es del 0% al 2% sobre capital.

Con la vaca en brazos que resulta el estado argentino y los “amigos” que alimenta, ¿a quién le puede interesar regar hectáreas y hectáreas?

Una vuelta de tuerca

La respuesta es: a gente a las que las cuentas le tiene sin cuidado. Con el agravante de que detrás de la “iniciativa” puede estar la intención de que el Estado argentino los subsidie y les otorgue exenciones impositivas, bajo la excusa de que “harán productivas y aptas” tierras hoy dormidas.

¿Y por qué no? Subsidios y exenciones impositivas a fondos de inversión o gobiernos extranjeros o “empresas” que recibirán tierras fiscales gratis o a precio vil, las cuales posteriormente harán inversiones de riego financiados por el BID, el BM o el CFI (con garantía del estado nacional); fondos de inversión que son solamente fachadas (“frontings”) de … los políticos.

No hay detalles de esta iniciativa presidencial en el presupuesto nacional 2021; ni planes exhibidos por los ministerios de Producción o Medio Ambiente o Agricultura. Cuando se haga público veremos si es como el proyecto chino de los cerdos (traer instalaciones sin pagar arancel de importación, con dólar a $ 90, más beneficios impositivos, y soja o maíz a precio internacional x $ 90 x {1- DEX}). Y capaz que pensaban exportar carne de cerdo sin DEX. Total, son importaciones temporarias.

Veremos si esto no es Cerdos Chinos II: dar tierras a China o a Qatar o al Fondo de Inversiones X o a algún organismo multinacional o multilateral o multialgo con los siguientes privilegios:

– eximición de impuestos a la importación de equipos de riego (con dólar a $ 90),

– eximición de todo impuesto nacional y provincial (inmobiliario, IIBB, Bs. Personales, impuesto al cheque, IVA, Ganancias). 

– créditos del BM garantizados por el estado argentino.

– eximición de derechos de exportación para el producido.

Así que estemos atentos.

Universos alternativos

Algún día seremos gobierno. Como muchas veces hablamos con @TodosGronchos, tiene que haber un proyecto nacional de aguas, donde éstas sean retenidas al inicio, en lugar de “acelerar” su descarga al océano o al Paraná. Esto último ha sido la propuesta, siempre fracasada, de los últimos gobiernos. El agua dulce no debe llegar al mar, o llegar lo menos posible.

Requiere una red de represas, reservorios, bombas para “subir” el agua, control de caudales de ríos, acueductos, canales —navegables o no—, interconexión de ríos que hoy corren paralelos. Una obra de ingeniería que nos tendrá ocupados décadas.

Esta es una parte.

La otra parte es utilizar el agua en la Patagonia y en el oeste del país. Ya sea que se retenga agua de lluvia, se suba agua de napas o se construyan acueductos este-oeste (contraintuitivos) con algún sistema de bombas, sifones o combinado.

Permitirá fertilizar nuestra diagonal árida para: 1) incrementar nuestra área de ganadería y agricultura; 2) plantar árboles, crear bosques, practicar la silvoganadería.

Si destináramos el 50% de la tierra nueva a bosques, podríamos reponer parcialmente el desmonte de la selva amazónica. Con esto conseguiríamos financiamiento internacional (no imprescindible), con las siguiente consecuencias favorables: mantener la propiedad de la tierra en los actuales dueños o permitirles la venta en parcelas menores con créditos para pequeños y medianos productores, tejer una red de pueblos y pequeñas ciudades en zonas actualmente deshabitadas, fortalecer soberanía sobre estos bosques artificiales (en lugar de una “gobernanza global”). Permitir a familias a huir del conurbano.

Implicaría:

– obra en infraestructura masiva,

– trabajo en la obra y en las explotaciones futuras,

– dar nuevas oportunidades a miles de familias,

– aumentar las exportaciones,

– aumentar la demanda interna en bienes de inversión (alambradas, molinos, maquinaria agrícola, materiales de construcción, etc.),

– recuperar los FFCC,

– llenar de vegetación nuestro país,

– ocupar el territorio.

Como dije, un universo paralelo.

* * *

Otro sí digo: En lo que va del SXXI hubo una silenciosa “reforma agraria” en varios países de occidente. Como explica Christophe Guilluy, el 20% de las tierras francesas pasó de manos de pequeños agricultores (la columna vertebral de los intereses agrarios de Francia) a compañías multinacionales, fondos de inversión o directamente al gobierno chino. 

Actualmente está en discusión en EEUU las tierras compradas por empresas, fondos de inversión, magnates (el amigo Bill Gates compró miles de hectáreas) y, nuevamente, el gobierno chino, que ha comprado sostenidamente propiedades desde el 2010 a la fecha. En algunos estados hay libertad absoluta para comprar tierras (Ohio, Texas) y en otros sufren restricciones (Iowa).

Detrás de todo hay intereses económicos, políticos en echar a las personas de los campos, geopolíticos y posibilidad de negociados. Existe un proyecto de ley del partido demócrata para que el estado federal de EEUU compre tierras a privados, con el objetivo de repartirla a futuros colonos negros en concepto indemnizatorio por haber tenido algún antecesor esclavo hace 200 años atrás. Sea como sea, puede ser un negoción para quien haya apoyado a los demócratas y haga lobby para la sanción de la ley y tenga tierras para vender. Como Gates, reciente terrateniente.

Resultados de elecciones presidenciales de EEUU 2020 por condado. En rojo donde ganó Trump (áreas rurales), en azul donde ganó Biden (áreas urbanas).
En rojo hay grandes extensiones con pocos habitantes. Con «recolocar» pocas personas se puede mover el mapa electoral a azul.

En Venezuela gran parte de la propiedad de la tierra pasó de manos, de los antiguos dueños a los jerarcas del actual régimen.

Como fuere, el tema de la tenencia de la tierra va a ser un problema en las próximas décadas.

* * *

Otro sí digo 2: Voy a listar una serie de artículos (lamentablemente en inglés) y bibliografía en francés. Si pueden, dense una vuelta.

 

BIDEN SE CALZA EL TRAJE DE WILSON Y DE REAGAN FRENTE A RUSIA (Y EL MUNDO)

Alberto Hutschenreuter*

David Lienemann / Casa Blanca Oficial

Para aquellos que seguían los escritos del Joseph Biden desde bastante antes de que llegara a la presidencia de Estados Unidos, en modo alguno fueron sorprendidos cuando hace pocos días, ante la pregunta que le hizo su entrevistador de la cadena ABC en relación con si consideraba que el presidente Putin era un asesino, respondió afirmativamente; asimismo, agregó que “pagará las consecuencias” por interferir en las elecciones de 2020.

Aunque fue la primera vez que como mandatario realizó una afirmación tan extrema y categórica sobre su par ruso, efectivamente, en textos escritos en años anteriores se refirió a Rusia y a su régimen en términos muy críticos, llegando a calificar al sistema encabezado por Putin como cleptocrático con fines asociados con socavar a las democracias occidentales; por tanto (siempre en sus palabras), había que “erradicar las redes a través de las cuales se extendía la influencia maligna del Kremlin”.

Más allá del calificativo del que difícilmente podrá volver el presidente estadounidense, el dato que hay que tener presente es la visión centrada no solo en dividir en “buenos” y “malos” a los regímenes políticos, sino la absoluta convicción de que la calificación se realiza desde el lugar o territorio del “bien” o, para ser un poco menos tajante, desde un sistema de valores mayores o superiores a cualquier otro en la tierra. En estos términos, no podemos dejar de pensar en el gran jurista Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos entre 1913 y 1921 y creador de la Sociedad de las Naciones.

Existe sobre este mandatario demócrata una concepción tal vez algo simplificada en relación con sus ideas. Casi automáticamente se lo asocia con el idealismo en las relaciones internacionales, lo cual no deja de ser cierto. Básicamente, la corriente idealista o wilsonianismo plantea la primacía de la diplomacia y la seguridad colectiva como herramientas mayores frente a las rivalidades y disensos entre los Estados, a diferencia del realismo que, en un contexto de anarquía entre los Estados, antepone la primacía de los intereses, la seguridad y la capacidad de los mismos, por tanto, no queda excluida la guerra, el fenómeno social regular (no excepcional) en la historia, como sentenciaba Emery Reves.

Pero Wilson no hablaba desde una comunidad de valores internacionales: lo hacía desde los valores y normas estadounidenses. Es decir, si era posible un orden internacional, dicho orden debería reflejar y estar inextricablemente ligado a la urdimbre institucional-jurídica de génesis y desarrollo estadounidense. Para Wilson, sencillamente no existía otra opción. Y acaso lo más importante: su concepción implicaba una estrategia de coerción moral y jurídica, es decir, como lo advirtió Carl Schmitt, una situación prácticamente de hegemonía ideológica. Y cuando hablamos de hegemonía (o incluso de “imperialismo moral”) nos alejamos del idealismo, o bien tenemos que relativizarlo, pues tal condición implica disposición de ir a la guerra para preservarla.

De modo que Wilson, que en su formación había estudiado con atención las apreciaciones histórico-geopolíticas de Frederick Jackson Turner, identificaba la sustancia del orden entre Estados con el orden jurídico imperante en el territorio estadounidense. Dicho bien público internacional solo era posible desde una construcción institucional-jurídica concebida en ese país, un territorio inmunizado contra la guerra; por tanto, un territorio del “bien”, situándose el “mal” (es decir, las confrontaciones armadas casi permanentes) en el resto de la tierra.

Por otra parte, en ese orden basado en “la diplomacia primero” no podía haber lugar para otras propuestas igualmente de cuño universal, aunque totalmente diferentes al orden que propugnaba Wilson.

En este sentido, la revolución bolchevique implicó el despliegue de una diplomacia de nuevo cuño, donde la clásica relación Estado-Estado fue suplida por la relación Estado-clases trabajadoras con el fin de minar gobiernos burgueses y reemplazarlos por gobiernos de trabajadores. Había nacido un régimen basado en la subversión internacional, hecho que fue determinante para que Rusia, derrotada por el derrotado, Alemania, y en estado de guerra civil, no fuera invitada a la Conferencia de Paz.

Salvando diferencias, cuando Biden realiza consideraciones sobre el régimen de Rusia y sobre su mandatario, y no solo sobre el régimen de este país, lo está haciendo desde esa condición de excepcionalidad que supone Estados Unidos en el mundo. No se trata solamente del único país grande, rico y estratégico, sino del único dotado de valores políticos, jurídicos, institucionales, morales, etc., como para ser el “inmejorable” capaz de proporcionar al “resto del mundo” aquellos bienes públicos que supongan un orden internacional. En pocas palabras, una nación mundialmente redentora.

En este marco, desde la visión del mandatario demócrata, Rusia, más allá del régimen, continúa siendo un actor carente de modernización, es decir, no de modernización económica, sino de aquella modernidad político-institucional que la “habilite” para ser “reconocida” por los demás poderes (de Occidente, claro) como un actor confiable. En estos términos, una Rusia “homologada” por Occidente haría innecesario continuar exigiendo “pluralismo geopolítico” sobre este país, es decir, que sea un actor que respete la soberanía de los países vecinos y abjure de todo revisionismo geopolítico, que para Occidente pareciera se trata (este último) de una “regularidad” que trasciende a cualquier régimen, salvo aquel que suponga el menor riesgo para Occidente y sea el más dócil, por ejemplo, el encabezado por Yeltsin a principios de los años noventa.

Asimismo, como sucedió tras la toma del poder por los bolcheviques, cuando acaso se inició la misma Guerra Fría pues el “patrón bolchevique” implicó un reto ideológico en las relaciones internacionales, la Rusia bajo el mando de Putin supone, desde la visión occidental, un riesgo para las relaciones internacionales en el siglo XXI, aunque la misma no sea portadora de ideología o alternativa sociopolítica alguna, a menos que se considere que una autocracia basada en el capitalismo de Estado lo sea.

Por tanto, no solo es preciso defender a Occidente de la subversión rusa y erradicar la extensión de su influencia maligna (para expresarlo en las mismas palabras de Biden), sino debilitar a Rusia hasta el punto de reducir al mínimo su condición de gran poder, no superpotencia, porque Rusia es grande, rica pero no cabalmente estratégica.

El envenenamiento del líder opositor Alekséi Navalny, en agosto de 2020, fungió como el hecho que precipitó ese objetivo, si bien el origen de dicho propósito hay que rastrearlo tras el mismo final de la contienda bipolar, cuando Estados Unidos mantuvo, frente a una extraña y complaciente Rusia, un enfoque y manejo dirigido a erosionar las posibilidades de recuperación de Rusia, siendo sin duda la expansión de la OTAN la principal estrategia para contener y vigilar a este país, e incluso afectar el activo geopolítico ruso basado en la profundidad territorial. En otros términos, ir más allá de la victoria en la Guerra Fría, algo que Clausewitz nunca habría recomendado tras un triunfo militar.

Con Biden desde la presidencia, muy difícilmente se alcancen acuerdos con Rusia en relación con la situación de “ni guerra ni paz” que existe entre ambos países, no solo ya por la OTAN “ad portas” de Rusia, sino por otros múltiples temas que van desde el suministro de gas ruso a Europa hasta las armas estratégicas, todo en un contexto de crecientes sanciones por parte de Occidente.

Desde estos términos, hay cierto paralelo de los Estados Unidos de hoy con aquel de los años ochenta, cuando el presidente republicano Ronald Reagan amplificó la estrategia iniciada por el demócrata James Carter hacia fines de los ochenta, logrando ventajas estratégicas decisivas frente a la entonces Unión Soviética.

Sabemos qué sucedió después: el derrumbe se produjo principalmente por cuestiones económicas que el país arrastraba desde los años cincuenta, sobre todo en materia de baja productividad; pero la presión externa desempeñó un importante papel.

En breve, no sorprenden las recientes consideraciones de Joseph Biden en relación con Putin y su régimen. Se enmarcan en el sentido de excepcionalidad y misión redentora de los Estados Unidos. La cuestión es si en el siglo XXI, cuando ya se agotó el orden internacional liberal que nació en 1945, es posible sostener tales convicciones sin padecer consecuencias, aun siendo el único actor grande, rico y estratégico del mundo.

 

* Alberto Hutschenreuter es doctor en Relaciones Internacionales. Su último libro, publicado por Editorial Almaluz en 2021, se titula «Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante».

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