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EUROPA DEL ESTE VUELVE A SER UNA REGIÓN DE DISRUPCIÓN MAYOR

Alberto Hutschenreuter*

La zona que se extiende desde Finlandia hasta el mar Negro se está convirtiendo en la región más militarizada y tensa del mundo. En Ucrania la guerra ha ingresado en su tercer año, mientras que la confrontación latente entre Occidente y Rusia se desarrolla desde hace bastante más tiempo, aunque el deterioro sensible de este choque entre poderes mayores se produjo a partir de la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022.

Dada la posición de las partes militarmente enfrentadas, los escenarios consideran que la guerra se prolongará, a menos que una de ellas colapse como consecuencia del esfuerzo bélico. Por ello, no es del todo adecuado decir que existe un «punto muerto», pues una de las partes, Rusia, presenta un frente interno menos frágil que la otra, si bien es cierto que a la hora de evaluar ganancias en el terreno prácticamente ninguna logra avances significativos. En parte, esa impotencia explica los ataques fuera de la zona central de choque.

En efecto, si consideramos la situación política, social, económica y militar de Rusia y Ucrania, las ventajas las tiene la primera, pues la guerra fungió funcional para que el régimen fuera más rápido para concentrar su poder y lograr un compromiso nacional. Asimismo, las trece rondas de sanciones no quebraron a Rusia; por último, aunque podría traer problemas a la economía en el mediano plazo, la industria militar rusa está alcanzando un grado de producción (de proyectiles, drones, entre otros) que le permite sostener el frente y «mover» la economía.

De todos modos, la guerra se ha vuelto casi irreductible, no sólo por las posiciones de ambas partes, sino porque, aunque se llegara al mejor de los escenarios, un cese e inicio de negociaciones, ello difícilmente implicará estabilidad, pues podría suceder que Moscú reinicie su plan basado en la no existencia del Estado de Ucrania. Y esta situación podría conducir a un portal hacia lo desconocido.

Más allá de estas consideraciones, por debilidad o por fortaleza la placa geopolítica de Europa del este siempre parece llamada a provocar situaciones de inestabilidad mayor.

Hace poco más de cien años, el final de la Gran Guerra y la desaparición de cuatro imperios (alemán, austro-húngaro-, turco y ruso) llevaron a una configuración geopolítica débil en esa enorme región, un «cinturón de fragmentación» según el término de geopolítico estadounidense Saul Bernard Cohen.

El presidente estadounidense Woodrow Wilson sostuvo firmemente el principio de autodeterminación de los pueblos, lo cual fue sin duda justo para ese mosaico de nacionalidades pos-imperiales, aunque acabaría siendo geopolíticamente no funcional para la estabilidad continental.

En 1925 la diplomacia suave llevada adelante por ese gran estadista que fue Gustavo Stresemann, canciller y ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, forjó la primera situación que posteriormente sería aprovechada por la geopolítica revolucionaria de Hitler en el centro y este de Europa. Aquel año se firmaron en Suiza los Tratados de Locarno por los que Francia y Alemania renunciaron a cambiar por la violencia sus fronteras. Sabiamente, Stresemann logró que se evitara tocar la cuestión de las fronteras en el este, donde Alemania había quedado fragmentada por el Tratado de Versalles.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó dividida. Fue el tiempo de las graníticas esferas de influencia (con la Alemania dividida como epicentro de la rivalidad bipolar), las que se extendieron hasta que a la Unión Soviética se le hizo imposible mantener el «corsé» ideológico-militar en el denominado «imperio soviético» de Europa.

Pero a partir del final de la división, ningún sistema basado en el equilibrio geopolítico se estableció en Europa central y del este. En lugar de un orden continental en el que la seguridad de unos no se fuera construyera en detrimento de la inseguridad de otros, la extensión illimitata de la OTAN produjo lo contrario: un desequilibrio geopolítico en detrimento del actor geográficamente más grande, pero territorialmente más inseguro de Europa, Rusia.

Por tanto, si hace un siglo Europa del centro-este fue un problema por su debilidad, hoy lo es por su fortaleza. Si en el mejor de los casos se llega a un acuerdo entre Rusia y Ucrania, la región quedará dividida por una rígida cortina militar, es decir, sin ninguna buffer zone. En caso de continuar la contienda logrando Rusia cada vez más ganancias territoriales, es difícil considerar qué podría suceder en la región, aunque sin duda no habrá descenso alguno de la acumulación y tensión militar. Más todavía, no habría que descartar una situación de «reajustes» geopolíticos considerando los «durmientes territoriales» que existen allí, por caso, los situados en Ucrania y Moldavia reclamados por las fuerzas políticas de derecha en Rumanía

Desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta hoy, tres configuraciones geopolíticas marcaron el destino de Europa del este: la fragilidad interestatal, los bloques geoestratégicos y, hasta ahora, la guerra y la fuerte armamentización OTAN-Rusia que, más que una configuración, es una situación de confrontación latente mayor.

A esta situación se llegó por no haberse respetado la geopolítica, es decir, en lugar de crearse un espacio basado en la seguridad indivisible altamente garantizado por los poderes preeminentes, los pactos y las organizaciones intergubernamentales, se llevó la victoria en la Guerra Fría más allá de lo conveniente, es decir, no solo comenzó a degradarse la victoria a medida que la OTAN marchaba rumbo al este, sino que se alimentó una crisis y una guerra cuyo desenlace podría implicar un nuevo (y en parte desconocido) descenso de la seguridad internacional.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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Y UN DÍA, LA HISTORIA, LA GEOPOLÍTICA Y LA GUERRA REGRESARON A EUROPA

Alberto Hutschenreuter*

Imagen: Couleur en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/casco-de-acero-guerra-paz-1618318/

 

Justo cuando el mundo pos estatal europeo creyó haber alcanzado el estatus de potencia institucional, sobrevinieron acontecimientos fundados en aquello que Europa aborrece y consideraba superado: el pasado, la geopolítica y la guerra; estas últimas, las «dos G» fragmentadoras en las relaciones interestatales que, por siglos, mantuvieron enfrentados y desunidos a los países del continente.

La Segunda Guerra Mundial fue tan total y devastadora que los poderes de Europa salieron de ella arruinados y, en el caso de los «ganadores», en condiciones subestratégicas, es decir, descendieron en la jerarquía de poder internacional y pasaron a ser dependientes de la ayuda y amparo de un poder mayor extracontinental.

En el mundo de bloques geoestratégicos que implicó la Guerra Fría, los países de Europa Occidental fueron construyendo un territorio cada vez más integrado, hasta llegar a la actual Unión Europea, la que tras el fin del régimen bipolar pasaría a incluir a países del centro y del este. Por su parte, la OTAN inició un proceso de expansión que no reconocería ni límites o líneas rojas territoriales, ni geografía para sus nuevas misiones.

Pero si bien los países europeos fueron sumando cooperación, hasta casi el final del siglo XX los líderes mantenían memoria del pasado y conocimientos sobre las denominadas por Stanley Hoffmann «políticas como de costumbre» entre Estados, esto es, la anarquía, la rivalidad, las capacidades, el poder, las suspicacias, los intereses y las técnicas para ganar influencia. Consideremos, por caso, hombres como, Konrad Adenauer, Harold Wilson, Valéry Giscard d’Estaing, Charles de Gaulle, Helmut Schmidt, François Mitterrand, Jacques Chirac, Helmuth Kohl, Ángela Merkel, etc.

Varios de ellos habían participado directamente en la guerra (algunos en las dos) y fueron protagonistas de la construcción de la gran urbe normativa europea. Otros desempeñaron papeles centrales durante la «paz larga» de la Guerra Fría, como la denominó el historiador John Lewis Gaddis. Pero prácticamente todos calificaron en la categoría de estadistas e incluso algunos en la selecta categoría que Henry Kissinger denomina «líderes profetas», es decir, «originadores de cambios» de escala.

En otros términos, conocían la historia, la geopolítica y la guerra. No tenían nada de posmodernos ni de globalistas. Algunos de ellos tuvieron que luchar contra el arraigado patriotismo, al punto de referirse siempre a «la Europa de las patrias», como lo hacía Charles de Gaulle. No obstante, consagraron sus aptitudes y ascendentes a la complementación europea y permanecieron bajo el amparo estratégico de Estados Unidos.

Los líderes que vinieron después, cuando terminó la Guerra Fría y desapareció la URSS, han sido líderes sin pasado y fervorosos de futuros improbables. Para ellos la historia, la geopolítica y la guerra son cuestiones que no sólo no se pueden repetir, sino que fueron superadas. En buena medida, para muchos de ellos el fin de la historia ha tenido lugar en Europa. Algo de ello contenía la frase soltada no hace mucho por Joseph Borrell, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, relativa con la comparación que hizo entre el «jardín» que es Europa y la «jungla» que es el resto.

Pero la historia, la geopolítica y la guerra regresaron a Europa o, más apropiadamente, nunca se habían marchado, solo que una parte de Europa estuvo concentrada en otra cosa y pareció alejarse de ellas desde su cómoda y ventajosa zona de amparo estratégico, incluso cuando sucedió la catástrofe bélica territorio-racial en la ex Yugoslavia. Acaso, ese conflicto fue considerado por Europa la última confrontación de una era que partía para siempre, hecho que explica la visión optimista que contenían los Libros Blancos de Defensa en los años previos a la anexión o reincorporación de Crimea por parte de Rusia.

La soberbia institucional europea no les permitió considerar aquellos «viejos permanentes» de la política internacional. Tuvieron una gran oportunidad antes del 24 de febrero de 2022 cuando la situación clamaba por una diplomacia comprometida, realista y en clave continental. Hasta Moscú llegaron (separadamente) algunos líderes, entre ellos, Macron, el mismo que hoy sostiene que hay que enviar efectivos a Ucrania, pero evidentemente ninguno de ellos se salió del libreto estratégico más atlántico que occidental.

Hoy Europa es uno de los «no ganadores» en esta guerra innecesaria y fratricida que tiene lugar en Ucrania. Sin embargo, sus líderes apuestan por continuar armando a este país, contendiente para el cual el factor tiempo cada día corre menos a su favor (y al de Occidente), y tratan por ello de despertar rápidamente del largo abandono y reluctancia de la experiencia, la geopolítica y la guerra, cuestiones que nunca habrían menospreciado y prácticamente descartado si, a pesar de su «juventud», no hubieran descartado los «viejos» textos de los grandes historiadores, geopolíticos y polemólogos de Europa.

Una mirada a esos textos, pronto los habrían convencido de que el lugar común del mundo es la jungla con centinelas armados y desconfiados, no un jardín con observadores pacifistas y despreocupados.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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BERTIE. LA PATA SNOB DE LA MERLUZA

César Augusto Lerena*

El diputado Bertie, sin el más mínimo conocimiento, se ha referido con insistencia a la libertad de la pesca y a la privatización del mar argentino.

Libertario, de los que gritan “Viva la libertad carajo” y se olvidan de “juremos con gloria vivir”; usa jopo aún a riesgo de calcinarse; un fundamentalista reconocido con su adscripción a las reglas tilingas de “María Belén”. Se lo conoce con el apodo inglés “Bertie” a Don Alberto Tiburcio Benegas Lynch y pertenece a un subgrupo de los anticasta de reciente aparición proyectándose desde su obscuro rincón antiperonista, hacia la política globalizadora y desindustrializadora de los países emergentes, contraria a las ideas que para su país tiene el propio Donald Trump, tan admirado por la “La libertad Avanza”.

Quien refiere al plan de extranjerización del mar, no se trata siquiera de un outsider ingresado en la política, como pudo ser Palito o Pichichi, que tenían su nombre ganado en la música o en el deporte náutico; aun así, nos habla este recién llegado, como un erudito y con una versatilidad notable que va desde que “los planes sociales son un horror”, en lugar de apreciar que el horror es la pobreza y la indigencia, hasta opinar que “es necesario la asignación de derechos de propiedad en el océano para combatir la crisis climática”, sobre la que “niega que sea de responsabilidad del hombre”, proponiéndonos, sin embargo, “privatizar el mar para que no se extingan las ballenas”; es decir, parece desconocer que la pesca en la Zona Económica Exclusiva (ZEE) se realiza a través de empresas nacionales concesionadas que no capturan ballenas, práctica que sí efectúan algunas empresas extranjeras y que hacia 1833 fueron el argumento para la invasión británica de Malvinas ante la intención de regular la captura de estas especies por parte del gobernador Luis Vernet.

Sus ideas privatizadoras son confusas y llama la atención estando su familia tan vinculada a Mendoza, donde el agua es un bien escaso y si no fuera por su manejo prehispánico (1561), organizado sobre la base del primitivo sistema de canales y acequias heredado de los aborígenes que proveían de agua potable y riego y luego por la política derivada de la Ley de Aguas de 1884 que lleva adelante la administración del Departamento General de Irradiación, los viñedos de los ascendientes de Bertie no hubieran existido (Ver “Las viñas y los vinos de Mendoza”, de Eusebio Blanco, 1884, con el que aprendieron los Benegas).

A nadie se le ocurriría privatizar el agua de los canales y acequias y manejar la producción de los mendocinos; como a nadie, salvo a un grupo minoritario de privatizadores fundamentalistas, se le podría ocurrir privatizar el mar y que los nuevos propietarios de este amplio territorio marítimo manejen todos los recursos naturales pesqueros, hidrocarburíferos, mineros, etc., inclusive, la explotación de los cetáceos y, por supuesto, resignar la soberanía argentina de 8.029.842 Km2, es decir el 68% del total el territorio bicontinental nacional. Ahora, nada es casual, ya que a la par, el gobierno pretenda derogar la Ley de Tierras y con ello, entre otras cosas, poner en venta a extranjeros las fronteras del territorio argentino continental.

Antes de entrar a referirnos a la propuesta de este Caquero, como lo definiría María Belén, describimos un poco más a este oscuro diputado, para lo cual recurrimos a su escasa biografía para conocer con qué preparación previa diseña su hipótesis de liberar el mar.

Así vemos que en sus antecedentes, que rápidamente a ingresa Wikipedia, refieren más a los de su papá y a los de su abuelo que a los propios, como si el conocimiento se transmitiese por ósmosis. Suelen presentarlo como el hijo o nieto de, aunque en su adhesión a la política de confrontación con los gobernadores, contradice a su bisabuelo José Tiburcio que admiraba al caudillo oriental federal Gervasio Artigas y abrevó desde su juventud a la derecha recalcitrante en su ámbito familiar y «así se explica en el libro De la refundación al ocaso: los intelectuales liberal-conservadores ante la última dictadura, de Vicente Martín, en donde se cuenta el apoyo del mayor de los Benegas Lynch a la autodenominada “Revolución Libertadora”, que derrocó y proscribió a Perón en 1955 y le dio al economista un puesto en la embajada en Estados Unidos. Años más tarde apoyaría también, junto a José Martínez de Hoz y Álvaro Alsogaray, la dictadura de Videla en 1976» (Página 12, 17/08/2023). Ahora se entiende.

Cuando se carece de méritos propios o no se tiene suficiente edad para haberlos adquirido, es difícil diferenciarse de los mayores; pero Bertie dice tener 56 años y haber trabajado 20 años antes de llegar a la política en 2023; es decir, no ha sido un trabajador infantil y ha gozado de una larguísima adolescencia que podrían ser los motivos para que esté tan alejado de la vida cotidiana de la mayoría de los argentinos. Podríamos decir que en términos sociales ha sido un gerente pasivo de la pobreza, por sus nulos aportes a la comunidad más vulnerable. Se presenta como un economista, político e intelectual, título este último que no convalida dejándonos atónitos, ya que hemos tenido candidatos a diputados en primer término en Buenos Aires peores; pero por suerte no todos llegaron al Congreso y éste, sin embargo, logró acceder a ese “nido de ratas” (Javier Milei) de la mano de los 25,43% de votos del presidente. Es un asquete, diría María Belén.

Bertie tiene como referentes políticos a Donald Reagan y a Margaret Thatcher y esta admiración está viva, aunque esta criminal por perpetuarse en el poder torpedeó fuera del área de exclusión de Malvinas al Crucero Gral. Belgrano el 2 de mayo de 1982 provocando la muerte de 323 argentinos.

Cuestiona a Hipólito Yrigoyen; adhiere al acuerdo entre Menem y Alsogaray; se declara católico aunque cuestiona al representante de Dios en la tierra ya que dice irresponsablemente que Francisco “tiene desvíos” y entiende que es autoritario a la par de respaldar la propuesta de su padre de romper relaciones con el Vaticano mientras dure su mandato.

Declara que “la derogación de la ley de aborto es una prioridad para él” y que “todo es posible y moralmente válido cuando no se lesionan derechos de terceros”, pero no se le cae una idea para terminar con el 57,4% de la pobreza y el 15% de indigencia (UCA, 17/12/2024) y no incluye la alimentación, la salud y la educación como un derecho ya que considera a “los planes un horror”.

Se reconoce como un “ser imperfecto, limitado y que maneja una ínfima cuota de comprensión respecto al mundo que lo rodea” (Infobae 2021, Wikipedia), aún con este reconocimiento opina de cualquier cosa, algunas de ellas muy complejas para ser entendidas para una persona que no se informa.

Dejando de lado cuestiones a las que ya nos hemos referido (César Lerena “La inverosímil idea de privatizar el mar”, 28/10/2023) en la Conferencia de La Haya de 1930 se inició la Codificación del Mar donde los países se propusieron delimitarlo y la Argentina en 1995 sancionó la Ley 24.543 ratificando la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, donde entre otras cosas, se establecieron los límites marítimos de los Estados y el aprovechamiento de los recursos naturales y la explotación del mar territorial y la Zona Económica Exclusiva (ZEE) por parte de los Estados ribereños y alta mar por los Estados de pabellón. Desde entonces la apertura de la ZEE no se abre a la pesca de buques extranjeros. Ningún país desarrollado del mundo lleva adelante semejante despropósito. Solo Costa Rica, Guatemala, Panamá, Puerto Rico, la República Dominicana y algunos países africanos que no tienen desarrollada su flota, su industria ni sus mercados pesqueros y no se trata solo de una cuestión económica o de soberanía alimentaria, muy importante, sino de Seguridad de Estado, como los países en que se referencia Bertie lo entienden, como Estados Unidos y el Reino Unido e incluso la Unión Europea (2014) que consideran los riesgos de la pesca en el mismo nivel de otras amenazas, como el crimen organizado transnacional.

Ahora bien, aunque el mar argentino no está divido en parcelas y vendido a terceros u otorgados permisos de pesca en la ZEE a buques extranjeros como propone “inocentemente” Bertie, la explotación del recurso pesquero ya está concesionado a empresas nacionales de capital argentino o extranjero y 520 buques de éstas pescan todo el volumen que autoriza la “Captura Máxima Sostenible” determinada por el Instituto de Investigación (INIDEP) y entonces vemos que no es casual que se quiera desmantelar este Instituto para provocar un desconocimiento del recurso disponible y dejar sin bioestadísticas al sector, lo que sumado a una falta de control sería lo que se estaría llevando adelante desde las ideas de libertad total a cualquier precio.

El gobierno y este desinformado diputado no tienen la menor idea de que debe hacerse en el ámbito pesquero. Nada de lo que se propuso en la Ley de Bases. Si se trata de aumentar los valores de los derechos de captura, porque se pudiera entender bajos, cuestión que es muy probable porque se trata de un recurso de dominio del Estado y los valores podrían no corresponder con los valores ciertos de comercialización, debería encomendarse al Consejo Federal Pesquero y en especial al subsecretario de Pesca elegido, que eleve al Poder Ejecutivo una fórmula de determinación y actualización de los valores. Claro, habrá que ver que tan idóneo y transparente es ese cuerpo, ya que, por ejemplo, el designado subsecretario ya se desempeñó durante 13 años en ese Consejo; es decir, es parte del problema.

El sector no tiene política de industrialización y agregado de valor; no se ha explotado la acuicultura en los niveles que lo hace en el mundo; no hay un control adecuado durante las capturas ni en los desembarcos; no hay acciones ciertas para erradicar la pesca ilegal extranjera y nacional y no hay un plan para llevar adelante acuerdos equitativos que permitan a la Argentina acceder a los recursos originarios de la ZEE en altamar; hay un altísimo porcentual de trabajadores en negro y parte de los salarios no se incorporan a los registros formales; entre “cientos de cuestiones irregulares” que hay que erradicar. Todo esto dicho en un lenguaje formal.

También es necesario que los representantes del pueblo reciban una capacitación básica sobre los temas que opinan, con el más absoluto respeto por la libertad “carajo”.

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca – Ex Secretario de Estado. Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana (CESPEL).