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DE LA ESPADA DE BOLÍVAR A LA DE SAN MARTÍN

Iris Speroni* (El Manifiesto**)

El 11 de agosto EL MANIFIESTO publicó “La Espada” de Sertorio, autor por quien siento admiración y respeto. Sin embargo, mi visión sobre el proceso que nosotros los americanos, denominamos “La Independencia” y que los españoles peninsulares ven, con justa razón, como el desmoronamiento de un Imperio, necesariamente discrepa.

Debo aclarar que mi opinión es la mayoritaria, con matices, entre todos los historiadores profesionales y aficionados argentinos. Aquellos que añoran el dominio español son pocos y no muy bien vistos. En general, estamos muy orgullosos de nuestra gesta emancipadora del tirano Borbón.

Discrepo en la importancia dada a la injerencia inglesa en general y la influencia que pudo llegar a tener la Leyenda Negra en particular. Se denomina así a la propaganda creada por Inglaterra y Holanda, mayormente para uso interno, con poco asidero fáctico. Resultaba poco creíble para quienes vivían en América a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, quienes sí tenían bien en claro cómo eran las relaciones con indígenas, negros, mulatos, mestizos y zainos en esos tiempos. Gente pragmática que jamás compraría fantasías insustanciales. Esta fábula, como todo lo whig, fue retomada por el marxismo, el cual nunca se caracterizó en ser apegado a los hechos. En Argentina, la Leyenda Negra entró en circulación a partir de la segunda mitad del siglo XX de la mano de intelectuales universitarios de izquierdas. La acompañan con una Segunda Leyenda Negra sobre la Conquista de la Patagonia (Conquista del Desierto). 

La Guerra por la Independencia fue una guerra civil. De español contra español. La divisoria de aguas era si se renovaba la lealtad al monarca o no, luego de la vergonzosa abdicación ante Napoleón. Los sustentos ideológicos principales fueron la teoría de la reversión de la soberanía al pueblo del padre jesuita Francisco Suárez y los iluministas franceses. Recomiendo la obra de José Carlos Chiaramonte, “Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846)”, Editorial Ariel, Buenos Aires, 1997. 

¿Por qué nos quisimos divorciar de los Borbones?

Voy a hablar únicamente por el Virreinato del Río de la Plata. Mi conocimiento de Bolívar es mínimo por lo que me limitaré a lo que me apasiona que es la historia de mi Patria. Nosotros, quienes admiramos a los Generales Don José de San Martín, Martín Miguel de Güemes y al Almirante Guillermo Brown miramos con cortesía y cierta condescendencia al prócer de Colombia y Venezuela. Prosigo.

El final de la Casa de los Austrias fue trágico para América. Las reformas que implementó Carlos III —que, convengamos, fue el mejor de todos los Borbones— fueron devastadoras para los españoles en América. Enumeraré los errores principales: 

  1. Apoyo a la Independencia de los Estados Unidos. Fue costoso para los reinos de Francia y España. Para Francia, significó la bancarrota y finalmente la pérdida del trono. Para España, una sangría de dinero que solventó América, reforma impositiva mediante. 
  2. El decreto real que diferencia a los españoles nacidos en América y en la Península. Durante los Austrias, los súbditos nacidos en América tenían la misma jerarquía que los nacidos en Europa. Era razonable. Los servidores reales desarrollaban una carrera burocrática en diferentes ciudades del Imperio. Ejemplo: cuatro años en Manila, cuatro en El Callao, cuatro en Cartagena de Indias y así. Eran hombres casados cuyos niños nacían en el camino. Muchos, de adultos, entraban al servicio del Rey como sus padres. La incomprensible decisión de Carlos III dejaba fuera de la carrera profesional a decenas de miles nacidos a donde el Rey había enviado a sus padres. En términos modernos equivaldría a negarle a los hijos de un ejecutivo de una multinacional nacido azarosamente en Singapur poder ingresar a una universidad de la Ivy League y luego hacer carrera en Wall Street. 
  3. La expulsión de los jesuitas. Creo que ésta es la más fuerte de todas. Los jesuitas formaron a la mayoría de las élites españolas en América. Pusieron el cuerpo en la colonización de enormes áreas, los peores lugares a donde el resto no quería ir. Si el Rey le dio la espalda a quien le fue tan fiel (según ojos americanos), ¿por qué no lo haría con el resto de sus fieles súbditos? Más aún cuando, se supuso, fue una decisión tomada por pedido del Borbón francés.
El Virreinato del Río de la Plata 

La historia nuestra es particular, respecto a otros virreinatos. Para empezar, éramos pobres —comparados con Manila, Nueva España o Perú—. 

Parte del territorio del Virreinato estaba bajo la administración de los jesuitas sin perjuicio de las concesiones a muchas otras órdenes religiosas y a particulares. Especial mención las Misiones Jesuíticas Guaraníticas, al Noreste de la hoy Argentina. Eran una barrera de contención contra los intentos imperiales de Portugal. Al punto que el Rey dio dispensa legal para armar y entrenar a los indios guaraníes —cosa prohibida—, quienes derrotaron una voluminosa expedición portuguesa (Guerra Guaranítica 1754-1756). Así mismo administraban amplias extensiones en Córdoba y Salta, colegios secundarios y universidades en Córdoba y en el Alto Perú.

La expulsión de los jesuitas fue avisada con antelación al rey de Portugal quien preparó una invasión luego de que la decisión real fuera efectiva. El Imperio de Brasil se apoderó de kilómetros cuadrados que hoy integran el sur de ese país (actualmente Río Grande del Sur), además de apresar miles de guaraníes como esclavos y matar otros tantos. Dicho de otra forma: el rey abandonó a sus súbditos a manos de un imperio extranjero. Porque antes, cuando los Austrias, los guaraníes eran súbditos que merecían la protección real (remito al testamento de Isabel la Católica).

En 1806 una flota militar británica toma Ciudad del Cabo al sur de África luego de una batalla encarnizada en la cual miles de Boers perecieron. Luego de aprovisionarse zarpa para la desembocadura del Río de la Plata. El virrey abandonó la ciudad con el fin de proteger el tesoro (no está mal). La tropa real era escasa y no pudo defender la plaza la cual cayó rápidamente ante el invasor. El comportamiento inglés fue nefasto. Pillaje en conventos, iglesias, comercios y casas de familia, violaciones de mujeres, vejación de monjas de clausura. Lo usual. Tras 47 días de violencia y abusos, tropas venidas del interior junto a civiles armados retomaron la ciudad con un alto costo en sangre. Lo llamamos La Reconquista. Las banderas apoderadas al 71º Regimiento de Highlanders son exhibidas desde entonces hasta la actualidad en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, de la orden dominica, en Buenos Aires.

Existe una segunda invasión en 1807, El lapso entre ambas expediciones fue empleado por los porteños para entrenar milicias civiles y pertrecharse. La rendición de los ingleses tras el segundo desembarco fue inmediata.

Estos hechos aunados conforman en la población la convicción de que al rey no le importa la protección de sus súbditos, única obligación de un monarca absoluto.

La invasión de la Península por el ejército napoleónico

¿Qué puede esperar un pueblo de un rey que deja ingresar a su territorio a un ejército extranjero y de tal forma poner el patrimonio y la vida de sus súbditos y la virtud de sus súbditas a riesgo? ¿Qué clase de persona es? ¿Por qué alguien querría ser vasallo de un monstruo traidor semejante?

El gobierno de Cádiz a partir de 1808 más la resistencia que duró seis años fueron financiados desde América, en particular desde el Perú. Uno a uno los virreinatos decidieron autogobernarse mientras el Rey estuviera en Valençay, con excepción de Perú que respondía a la Junta de Cádiz.

Fernando VII, reinstaurado al trono por potencias extranjeras, se negó a jurar la Constitución de 1812. Ordenó fusilar a quienes se lo pedían, a pesar de haber cuidado el reino en su nombre y resistido al invasor, cosa que él no hizo. Mandó ejércitos a América a recuperar su territorio. Resistimos, cual aldea de Astérix, las Provincias Unidas del Río de la Plata con sede en Buenos Aires. También Asunción (la cual se había emancipado en 1810). Hasta Montevideo había caído.

La Independencia de las Provincias del Río de la Plata se declara en 1816. Fue luego de largas negociaciones entre nuestra máxima autoridad Don Juan Martín de Pueyrredón y el embajador del rey. Nuestra única exigencia para renovar la lealtad era que Fernando VII aceptara la Constitución de Cádiz. Meses se demoró la Declaración de la Independencia a la espera de estas tratativas. El rey no dio el brazo a torcer. Nosotros nos divorciamos el 9 de julio de 1816 de la Corona Española y diez días después de toda potencia extranjera.

Nos peleamos con el ejército realista durante diez años. En la frontera norte, en el Río de la Plata (Batalla de Montevideo). El Ejército de los Andes liberó Chile y Perú. Guerreamos contra los portugueses (a quienes les ganamos en Ituzaingó y Carmen de Patagones), rechazamos invasiones francesas e inglesas que bloquearon el Río de la Plata intermitentemente durante dos décadas.

Estamos orgullosos de nuestra herencia católica, de nuestro idioma y de nuestro acervo todo. Nuestra constitución reza: “Artículo 2º.- El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Su preámbulo “….invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia…”. Y no hace falta enumerar las contribuciones argentinas a la lengua castellana en los últimos doscientos años.

Nos hemos peleado con los ingleses todas las veces que fue necesario y lo volveremos hacer hasta recuperar nuestras Islas Malvinas.

Creo que los historiadores modernos españoles recargan las tintas sobre los ingleses porque es autoexculpatorio. Es fácil echarles la culpa de todos los pesares a los ingleses y hacer la vista gorda a los errores propios. “El imperio no se desmoronó por los Borbones, sino porque Gran Bretaña es mala”. Muy fácil.

¿Quiso Inglaterra medrar con el Imperio Español? Seguro que sí. ¿Aprovechó las luchas civiles americanas? Sí. ¿Trató que América fuera su mercado luego de perder Estados Unidos? Sí. ¿Contribuyó a la Revolución francesa? Probablemente. Eso no quiere decir que hayan podido hacer mucho. No pusieron ni plata ni hombres ni dinero, excepto en situaciones marginales (Cochrane en Chile y con plata chilena). Sí tuvimos contribución por parte de oficiales napoleónicos en el exilio, pero eso es otra historia. La Independencia fue financiada por nosotros, bañada con nuestra sangre, por decisión nuestra. Porque creímos y creemos que cualquier suerte es mejor que estar bajo un Borbón.

Nos habrá ido bien, mal o regular, pero estamos orgullosos de nuestra costosa elección. Subo la apuesta: Argentina volverá a crecer y ser una nación orgullosa bajo la faz de la tierra. Seremos, una vez más, el refugio de todo cristiano, quienes serán perseguidos en Europa cuando ésta caiga indefectiblemente en el paganismo si continúa el actual derrotero.

Porque así, ahora como antes, seremos un lugar de resistencia, integrado por hombres y mujeres bravos.

En cuanto a España, no soy yo quien para decir qué está bien o mal. Pero a Fernando VII debieron decapitarlo cuando volvió. La Casa de Borbón ha sido la promotora de la disolución general, con la pérdida de Florida, Puerto Rico, Cuba y la disgregación actual de la Península. Cuanto antes se desentiendan de esa gente, mejor.

* Licenciada de Economía (UBA), Master en Finanzas (UCEMA), Posgrado Agronegocios, Agronomía (UBA).

 

** Artículo publicado originalmente el 28/08/2022, en El Manifiesto.com, https://elmanifiesto.com/identidad/418444338/De-la-espada-de-Bolivar-a-la-de-San-Martin.html

 

LA ESPADA

Sertorio (El Manifiesto*)

En la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia se hizo desfilar la espada de Bolívar. Y don Felipe no se levantó. Habría sido un miserable si lo hubiese hecho.

Uno de los inconvenientes del aggiornamento progre de la Casa Real española es que el participar en todos los aquelarres de la izquierda global, indigenista y separatista, sólo le va a servir para acumular insultos y para convertirse en una escupidera coronada. Por mucho que Felipe VI haya abandonado todo matiz tradicional en su imagen y se haya convertido en un reyecito escandinavo, hay cosas que a España no se le perdonan. Y don Felipe de Borbón no representa sólo, como a él le gustaría, a la España moderna y democrática, sumisa y ejemplar taifa sin historia de la Unión llamada “Europea”. Don Felipe encarna a su pesar, contra su voluntad, malgré lui, a la España histórica y a su legado. No es sólo cómo se ve él, es cómo le ven los demás.

Felipe VI se parece a Fernando el Católico, a Carlos V o a Felipe II como un huevo a una castaña. Lo mismo que la Monarquía Hispánica era algo muy distinto del vegetativo Estado de las Autonomías en el que nos hallamos tan mal arrejuntados como bien divididos. Sin embargo, el fantoche de la España clerical y conquistadora, origen de todos los males de “Latinoamérica”, es el mito central del liberalismo y de la izquierda revolucionaria en América, la justificación de las emancipaciones, cuyo padre fundador fue Bolívar. Por eso, España no puede tener nada bueno, su herencia nefasta ha condenado a las ya no tan jóvenes repúblicas americanas al subdesarrollo; las ha tarado de manera congénita, como si se tratara de una enfermedad hereditaria, de un pecado original. En definitiva, la mitología de la independencia se nutre de dosis colosales de Leyenda Negra, porque las secesiones americanas fueron, no hay que olvidarlo, una iniciativa británica, ejecutada contra la nación que en esos años era su mejor aliada y que se dejaba la sangre en los campos de batalla luchando contra Napoleón. La propaganda antiespañola ya llevaba dos siglos funcionando a pleno rendimiento: a los padres de las patrias americanas les dieron un producto muy eficaz; tanto que hoy sigue siendo más dogma de fe que nunca entre los políticos de aquellas latitudes.

Doscientos años son un plazo más que razonable para enmendar la historia y salir de la dependencia y el subdesarrollo. Sobre todo cuando la malvada España hace centurias que nada pinta por esas pampas, sertones y llanos. Para hacernos una idea, según el informe Relaciones bilaterales España-Latinoamérica y Caribe (2021) de la Secretaría de Estado de Comercio (Subdirección General de Iberoamérica y América del Norte), el 73% de nuestras exportaciones están destinadas a Europa, mientras que a la América que habla latín se va sólo un 4,4%. En cuanto a las importaciones, el 61 % de lo que compramos viene de Eu-ropa, mientras que sólo el 4,7% llega del otro hemisferio. De nuestros treinta primeros socios comerciales, sólo dos: México y… Brasil están en la lista. Para la España actual, Portugal, Marruecos o los Países Bajos son socios de mucha mayor importancia que todas las naciones “hermanas” juntas. Es decir, las monsergas que se nos cuentan habitualmente sobre el papel de España como potencia neocolonial y demás paparruchas son mera retórica, flatus vocis, fuegos de artificio. Los lazos del idioma, de la sangre y de la cultura compartida son los únicos que mantienen la presencia de España en América, que es algo muy importante y a lo que no creo que se pueda llamar imperialismo, sino parentesco; pero precisamente la herencia de Bolívar consiste en cortar esas ligaduras. Y ahí es donde don Felipe, como siempre, se vio condenado a hacer un papelón.

En la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia se hizo desfilar la espada de Bolívar. Y don Felipe no se levantó. Hizo muy bien. Bolívar representa como muy pocos el odio a España, tanto que proclamó la guerra a muerte contra españoles y canarios y decretó el exterminio de hombres, mujeres y niños peninsulares. Algo en lo que sólo le igualó el Cura Hidalgo, al masacrar a todos los gachupines que tenían la desgracia de caer en sus manos.

Todavía hoy, el grito nacional de los mexicanos es “¡Mueran los gachupines!”. Es decir, nosotros. Posiblemente nadie haya odiado tanto a nuestro país como Simón Bolívar, con la patética, pueblerina e impotente excepción de Sabino Arana. Felipe VI habría sido un miserable si se hubiera levantado. Afortunadamente para el muy baqueteado honor de nuestra nación, se negó a hacerlo.

La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué pinta el rey de España en un acto en el que va a desfilar la espada de uno de los peores enemigos de España, uno de los hombres que con mayor intensidad odió no sólo a nuestra nación en abstracto, sino a sus naturales de carne y hueso, cuyo exterminio predicaba? ¿Para qué sirven los centenares, miles, de asesores del Gobierno? ¿Nadie se informó de la naturaleza de las ceremonias que se iban a celebrar? Quizás si los dirigentes españoles viajaran menos y no quisieran salir en todas las fotos, no sucederían estas cosas. ¿Hacía mucha falta llevar al rey a ese sarao? ¿Tan importante es España para Colombia como para mandar allí al Borbón? La catástrofe de imagen es grave, porque la leyenda dorada de Bolívar es casi una religión en algunas de esas repúblicas y se han levantado voces indignadas contra la actitud del rey, la única honorable para un español. Pero, aunque Felipe VI se hubiese levantado, los bolivaristas de toda América seguirían maldiciendo a España, la difamada nación que les dio lo poco que les une todavía: la lengua, la fe y el odio al padre.

No toda la culpa, sin embargo, es de los progres. También la tienen la estupidez y la incultura de los carcas

* Artículo publicado originalmente el 11/08/2022 en El Manifiesto.com, https://elmanifiesto.com/tribuna/501302474/La-espada-de-Bolivar-el-carnicero.html

EL BRIGADIER GENERAL DON JOSÉ FRANCISCO DE SAN MARTÍN Y MATORRAS. El ESTRATEGA DE LA INDEPENDENCIA IBEROAMERICANA.

Heriberto Justo Auel*

A los once años, el niño José Francisco vestía ya el uniforme de Cadete del Ejército Español. A los veinte, era Oficial y se batía en el norte de África y en las aguas del Mar Mediterráneo. A los treinta años, Teniente Coronel, condecorado en Bailén, era Ayudante de Campo del Grl Castaños, el más prestigioso comandante español de ese entonces.

Su fama personal era conocida por todo el Ejército Peninsular, que enfrentaba a los franceses. Su prestigio no solo se debía a su probada capacidad de conducción, demostrada en mandos independientes de la vanguardia española, sino a una regular y ejemplar conducta, a una figura gallarda y a un laconismo y humildad que hacían presumir una personalidad austera, reflexiva y profunda.

El joven Teniente Coronel irradiaba autoridad, es decir, traduciendo la etimología de este término: brillo, creatividad y comprensión de su circunstancia histórica. En 1811 decide retirarse del Ejército Español. La situación europea —y la española en particular— era preocupante y este “americano” sintió la necesidad de regresar a su cuna, al Río de la Plata, desde donde había partido con solo los ocho años.

Tenía una clara visión estratégica, abarcaba en profundidad al proceso de los grandes cambios sociales, políticos y económicos en curso: España perdía su Imperio y la Revolución Inglesa le disputaba la primacía mundial a la Revolución Francesa, evolucionada a un bonapartismo imperial-revolucionario que nuestro prócer había enfrentado con las armas en las primeras líneas de combate, captando en lo sustantivo la naturaleza del fenómeno socio-político y militar que se proyectaba al mundo y alcanzaba al Río de la Plata.

El futuro Brigadier General de la Provincias Unidas del Sur, Capitán General de Chile y Generalísimo del Perú, ante semejante escenario, traía a nuestras playas en su mente y en su corazón la decisión de independizarlas. Había que alejar la región de tanta y continua violencia por hegemonías sectarias, de tanta sed de poder dinástico y de tiranías extemporáneas. Se asoció a un grupo de camaradas americanos y, con apoyo inglés, embarcaron hacia Buenos Aires.

Era el Jefe de mayor graduación, el de mayor prestigio y, sin duda, el militar más capacitado profesionalmente. Lector de los clásicos, observador profundo de los hombres y de los acontecimientos en desarrollo. Como soldado profesional, sus ideas eran claras y su recta conducta se ajustaría siempre a ellas.

El panorama que encontró al desembarcar no era muy halagüeño. Luchas “de partido”, desconfianzas, mezquindades, inquinas de “pago chico”, eran el común denominador de la comarca, signados desde luego por el enfrentamiento central de criollos y peninsulares, pero además no estaban ausentes, en la aldeana Buenos Aires, los largos tentáculos de los variados intereses luso-británicos y franceses.

La mayoría del gobierno los recibió con frialdad. Sin embargo, las necesidades y urgencias superaron a los reparos. Había que proteger al país de las incursiones realistas a lo largo del Paraná y el hombre capaz de hacerlo era, naturalmente, el Tcnl San Martín. Propone la creación de un Regimiento de Infantería Montado: los “Granaderos a Caballo”.

Este Regimiento llevaría la impronta de la personalidad de su Jefe ya fuere en su gallarda presencia, en su disciplinada decisión en combate o bien en su Código de Honor. El joven Jefe de Regimiento capacita personalmente a sus oficiales y tropas, diseña sus armas, crea sus tácticas y lo “prueba” en San Lorenzo. Sus paisanos correntinos no lo defraudaron. Bermúdez y Cabral a la cabeza.

La Primera Junta había dado lugar a la Junta Grande y los intereses comarcanos cruzados, al Primer Triunvirato, que no se mostraba “independentista”, sino todo lo contrario. Los Granaderos formaron en Plaza de Mayo y llegó el Segundo Triunvirato. Los acontecimientos en el Ejército del Norte requieren que el Coronel San Martín asuma aquél mando.

Conoce en Yatasto al Grl Belgrano, que va rumbo al Plata para presentarse a un Tribunal de Guerra. Reconoce en él a un patriota, a un gran hombre lúcido y honrado. Disciplina al Ejército derrotado, permanece noventa días en el Norte, recorre las líneas de invasión de los “maturrangos” y observa en un Grl “gaucho”, Martín M. de Güemes, al comandante de la “guerra de recursos” que puede cerrar “la cortina” que necesita en la boca de las quebradas salteñas. En el Litoral está Artigas y en los ríos, el Almte Brown, Espora y Bouchard.

Entonces ya está en condiciones de lanzar su “Plan Continental”. Un Plan Estratégico Militar admirable, sin parangón en la Historia Militar Mundial. Se cumplirá tal como fue concebido en Saldan, al lado del Cnl Juan B. Bustos y del Cnl Juan M. de Pueyrredón.

Está en camino a la Gobernación de Cuyo, donde formará a un Ejército que surgirá de una sociedad rústica y fuerte, dispersa y ansiosa de libertad e independencia. Su base para el reclutamiento de voluntarios y de una imponente logística, estará en las Provincias andinas y en la “Proto-Argentina Tucumanesa”.

San Martín no vuelve a Buenos Aires. Coloca a su diputado por San Luis, Pueyrredón, como Director Supremo, a Francisco N. Laprida, cuyano, en la Presidencia del Congreso de Tucumán, al Grl Belgrano, que repone en el mando del Ejército del Norte con su Cuartel General en Tucumán, como garantía sanmartiniana de apoyo al Congreso de la Independencia, a Fray Santa María de Oro y a Godoy Cruz, ambos congresistas cuyanos, como representantes de la inquebrantable voluntad independentista del Comandante del Ejército de los Andes, el ahora Cnl My San Martín, elegido Gobernador Propietario por la voluntad de los Cabildos de las Provincias Cuyanas.

Seis meses después del 9 de Julio de 1816, fecha de la declaración de la Independencia argentina, inicia la campaña libertadora e independentista. En cuarenta y cinco días consigue el rotundo triunfo de Chacabuco, en febrero de 1817 y exactamente un año después, se declara la Independencia de Chile, el 12 de febrero de 1818.

Tres años más tarde ingresa a Lima y declara su independencia el 28 de julio de 1821. El 6 de julio de 1822, Monteagudo por Perú y Mosquera por Colombia, firman un tratado que señala: “El gobierno de la república de Colombia por una parte, y por otra el del estado del Perú, animados del más sincero deseo de poner prontamente un término a las calamidades de la presente guerra, a que se han visto provocados por el gobierno de S. M. C. el rey de España, decididos a emplear todos sus recursos y fuerzas marítimas y terrestres para sostener eficazmente su libertad e independencia; y deseosos de que esta liga sea general entre todos los estados de América antes española, para que unidos fuertes y poderosos sostengan en común la causa de su independencia, que es el objeto primario de la actual contienda”.

El 13 de julio Bolívar anexaba Guayaquil a Colombia, inesperada y unilateralmente. El 14, nuestro Libertador zarpaba del Callao, rumbo a Guayaquil, desconociendo este hecho.

El 26 de julio de 1822 se produjeron dos reuniones de ambos Libertadores. Por la mañana, durante una hora y media. Por la tarde de solo media hora. Ambas sin testigos. El día 27 volvieron a reunirse a solas, durante cuatro horas. Esa noche hubo un banquete y baile, en honor del “Protector del Perú”.

Pasada la medianoche el Grl San Martín se retira de la sala, en sigilo. Lo acompaña hasta el muelle el Grl Bolívar. No volverían a verse. Las razones por las cuales el Grl San Martín no concluyó personalmente la campaña prevista en Saldan, están explicitadas por el propio Protector en sucesivas cartas dirigidas a sus amigos y camaradas durante y después la guerra.

En primer lugar analizaremos la carta que San Martín dirigiera al general Miller, el 19 de abril de 1827. Éste le había solicitado a San Martín detalles sobre su actuación en Perú y sobre la logia de Buenos Aires, pues escribía sus memorias. Transcribo la parte de la carta que se refiere a la conferencia:

“En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de reclamar del General Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del Perú, auxilios que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales) lo exigía por los que el Perú tan generosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada cuanto el ejército de Colombia, después de la batalla de Pichincha, se había aumentado con los prisioneros, y contaba con 9.600 bayonetas; pero mis esperanzas fueron burladas al ver que en mi primer conferencia con el Libertador me declaró que, haciendo todos los esfuerzos posibles, sólo podía desprenderse de tres batallones con la fuerza total de 1.700 plazas. Estos auxilios no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba convencido que el buen éxito de ella no podía esperarse sin la activa y eficaz cooperación de todas las fuerzas de Colombia. Así es que mi resolución fue tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del país. Al día siguiente y a presencia del vicealmirante Blanco dije al Libertador que, habiendo dejado convocado al Congreso para el próximo mes el día de su instalación sería el último de mi permanencia en el Perú; añadiendo: “ahora le queda a Ud., general, un nuevo campo de gloria en el que va Ud. a poner el último sello a la libertad de la América”.

La segunda carta de San Martín está dirigida a Ramón Castilla, en ese momento Presidente de la República del Perú, remitida desde Boulogne Sur Mer el 11 de septiembre de 1848, es el segundo testimonio personal del Protector sobre su entrevista con Bolívar. Con respecto a Guayaquil, dice lo siguiente: “He aquí, mi querido general, un corto análisis de mi vida pública seguida en América: Yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) de que el solo obstáculo para su venida al Perú con el ejército de su mando, no era otro que la permanencia del General San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas de que yo disponía. Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible, cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la Independencia hubiera sido terminada en todo el año 23”.

El general Enrique Martínez, general del ejército de los Andes y jefe del Estado Mayor, cuando se desempeñaba como Presidente de Trujillo, recibió información de San Martín acerca del verdadero objeto de la entrevista: “Este no tuvo más que recabar del General Bolívar un auxilio de fuerzas para terminar la campaña del Perú, a lo que se negó Bolívar”.

La noche del 20 de septiembre de 1822 San Martín, luego de haber dimitido ante el Congreso peruano al mando supremo y mientras ultimaba los preparativos para abandonar definitivamente el Perú, hizo valiosas confidencias a su lugarteniente, amigo y confidente, Tomás Guido, sobre los motivos de su retiro: —Guido se oponía enérgicamente a la retirada de San Martín— “Le diré a Ud. sin doblez: Bolívar y yo no cabemos en el Perú: he penetrado sus miras arrojadas; he comprendido su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la prosecución de la campaña. Él no excusará medios, por audaces que fuesen, para penetrar en la república seguido de sus tropas; y quizás entonces no me sería dado evitar un conflicto a que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un humillante escándalo. Los despojos del triunfo de cualquier lado a que se inclinase la fortuna, los recogerían los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y apareceríamos convertidos en instrumentos de posiciones mezquinas. No seré yo, mi amigo, quien deje tal legado a mi patria, y preferiría perecer, antes que hacer alarde de laureles recogidos a semejante precio”.

En 1825 el peruano Juan Manuel Iturregui visitó, en Bruselas, a José de San Martín. Conversando sobre los sucesos de 1822 el Protector le hizo algunas confidencias, que Iturregui ha dejado consignadas: “Que jamás había temido ni por un instante que hubiese podido fracasar la Independencia del Perú una vez proclamada y estando sostenida por la opinión pública, […] que no obstante, había creído justo y conveniente entrar en un acuerdo de unión y amistad con el general Bolívar, así por la identidad de la misión de ambos en Sur América, como para que aquel general auxiliase al Perú con parte de su ejército y se pusiese un término más corto a la guerra con los españoles, […] que desde luego había encontrado en este general las mejores disposiciones para unir sus fuerzas a las del Perú, contra el enemigo común, pero que al mismo tiempo le había dejado ver muy claramente un plan ya formado y decidido de pasar personalmente al Perú y de intervenir en Jefe, tanto en la dirección de la guerra como en la de su política; que no permitiéndole su honor asentir a la realización de este plan, era visto que de su permanencia en el Perú, debía haber resultado un choque con el general Bolívar […] y conociendo las inmensas ventajas que todo esto debería dar a los españoles, se había decidido a separarse del teatro de los acontecimientos, dejando que el general Bolívar, sin contradicción ninguna, reuniese sus fuerzas a las del Perú y concluyese la guerra”.

Mariano Balcarce, esposo de Mercedes Tomasa única hija del Grl don José de San Martín, recibió numerosas confidencias de labios de su suegro. En carta fechada en París a 8 de agosto de 1882 y dirigida a Bartolomé Mitre, Balcarce consigna las confidencias que San Martín le hiciera sobre su entrevista con Bolívar: “Los —documentos— que yo poseo y es mi deseo y voluntad pasen a sus manos con el tiempo, no arrojan ninguna nueva luz sobre la entrevista de Guayaquil y retirada del Perú, cuyas causas se hallan explicadas en la carta a Bolívar y me fueron repetidas veces confirmadas en conversaciones íntimas por mi ilustre padre, quien me aseguró que no habiendo logrado la cooperación que esperaba del Libertador para completar rápidamente y sin gran efusión de sangre la independencia del Perú, convencido que su presencia era un obstáculo a las aspiraciones de Bolívar, y podía prolongar por mucho tiempo la guerra y la ruina del país, […] resolvió hacer abnegación de su gloria personal y dejar que Bolívar, con su numeroso ejército, completase y consolidase la emancipación del Perú”. —La mencionada “carta a Bolívar”, es la que publica Lafont—.

No voy a agregar a estas citas la controvertida “carta de Lafont”. Solamente deseo recordar que el Instituto Nacional Sanmartiniano tiene posición tomada sobre su total autenticidad. Por otra parte, ella ratifica el común denominador de todas las notas precedentes. Debo, en cambio, hacer resaltar la enorme diferencia de las personalidades de los dos Libertadores que se entrevistaron en Guayaquil.

Bolívar era abogado y político, devenido en Comandante de Tropas por exigencia de la situación. San Martín nace y muere soldado. Es el mayor profesional militar y estratega de la Independencia Iberoamericana. Bolívar sirvió a su plan político. San Martín al Plan Estratégico Continental, que tenía como meta a la Independencia.

Cuando percibió que las aspiraciones políticas bolivarianas podrían perjudicar al Plan Independentista y detonar una guerra civil frente al enemigo aun fortificado en las montañas peruanas, optó por retirarse a cultivar su chacra de Barriales, en Mendoza.

Sin embargo, un “militar afortunado” no tenía cabida en países en permanentes crisis políticas. Su presencia en aquel rincón cuyano perturbaba a los “pequeños hombres del Plata”, como los llamará más tarde Juan Bautista Alberdi en sus Obras Póstumas. Le interceptaban la correspondencia, los diarios y, por fin, intentaron asesinarlo.

Sigilosamente ingresó a Buenos Aires, enterró a su “esposa y amiga” en La Recoleta y marchó a un voluntario ostracismo, con su pequeña hija. Los unos verán en este acto una “deserción”. Otros encontrarán en él un renunciamiento personal al poder que caía naturalmente en sus manos, pero que le obligaba ingresar a la lucha sectaria y fratricida.

Entonces tomó una decisión típicamente “sanmartiniana”. Nos dio un ejemplo de grandeza, propio de los espíritus fuertes. El Libertador estuvo en nuestra tierra solo doce años, desde 1812 a 1824. Durante diez años permaneció en campaña. Nos dio la libertad y consolidó la Independencia, llevando estas banderas a Chile y Perú.

Consiguió su objetivo estratégico: derrotar el poder español en el baluarte peruano y su objetivo político: la Independencia ante “cualquier poder extranjero”. En esa tremenda epopeya, demostró una grandeza y una lucidez que despertaron tremendas envidias, no pocos rencores y hasta odios impregnados de admiración.

Si queremos medir la hondura de nuestra actual decadencia cultural, solo tenemos que comparar a este paradigma del ser argentino con los íconos que eligen nuestros representantes para que nos “identifiquen” en la Feria de Frankfurt.

El Brigadier General San Martín (1778/1850) y el Mayor General Carl von Clausewitz (1780/1831) son coetáneos y tienen un historial personal con fuertes homologías. Ambos soldados profesionales brillaron desde el comienzo de sus carreras, por sus virtudes naturales. Sus méritos militares los llevaron a la Ayudantía y a los Estados Mayores de los más altos mandos en España y de Prusia, que a la sazón enfrentaban a Francia desde el Oeste y desde el Este, respectivamente.

Ambos tuvieron en Napoleón Bonaparte al maestro y enemigo, a quien supieron comprender y a quien siguieron en las grandes reformas orgánicas y en la creación de las innovadoras estrategias que el pequeño Gran Corso impuso en el arte de la guerra.

Fue el espíritu abierto al tiempo que advenía, que caracterizaba a ambos, la razón por la cual sufrieron un aislamiento injusto en el pequeño ámbito profesional en que se desempeñaron. Es la incomprensión que llevó a San Martín al ostracismo y a von Clausewitz a la Dirección de la Academia de Guerra de Berlín, adonde quedaba marginado en la toma de decisiones.

Sin embargo a ambos se los llamó, cuando el clarín volvió a vibrar en las fronteras. Clausewitz desde 1818 a 1831, mientras dirigía la Academia, estudió epistemología y escribió su monumental obra “De la Guerra”. San Martín desde 1814 a 1824, escribe una página de gloria sobre las montañas más altas de América, sobre las bravas olas del Pacífico y en la variada geografía peruana, cumpliendo con su Plan Continental.

Uno es el más grande estratega teórico de Occidente. El otro el más grande estratega al mando en Jefe de la más importante campaña militar de su tiempo. Ambos fueron atacados por la misma epidemia de cólera-morbus, que se inicia en Polonia en 1830 y se expande a toda Europa. San Martín la resiste y Clausewitz muere, pocas horas después de adquirir la enfermedad.

Nuestro Libertador será atacado nuevamente por el cólera, en 1849. Cuatro años antes, permaneció en Nápoles durante unos meses, buscando mejorar su deteriorada salud, en un clima más templado. Es desde allí que, al serle requerida su opinión sobre las probabilidades de éxito de una nueva y eventual campaña militar anglo-francesa en el Río de la Plata, ya en alistamiento, tuvo la oportunidad de realizar un último y alto servicio a las Provincias Unidas. Desarrolló un perfecto análisis estratégico del curso que podrían tener las operaciones militares posteriores al desembarco combinado y las graves consecuencias políticas que podría acarrear una segura y total derrota de las más grandes potencias europeas en manos de un “gaucho” conocedor de la “guerra de recursos”, como la que plantearía a las tropas regulares, cercadas y con sus espaldas cerradas por el inmenso río.

Veamos un corto fragmento de esta carta, fechada en Nápoles el 28 de diciembre de 1845:

“… Bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina… con siete u ocho mil hombres de caballería… fuerza que con gran facilidad puede mantener el General Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie la política seguida por el precedente…”.

Jorge Federico Dickson, comerciante inglés, publicó de inmediato esta larga respuesta en los diarios de París y de Londres y la idea de invasión no prosperó. Aún estaba fresco en la memoria europea el hecho reciente de Vuelta de Obligado.

Esta última “batalla teórica” —casi desconocida— dada a los sesenta y cinco años por el viejo y enfermo Brigadier General, es la quinta esencia de una excelsa estrategia: ganar una batalla sin desenvainar.

Veló por la Independencia y la dignidad de sus paisanos hasta el último momento de su vida. Entregó su sable invicto a quien supo defender la soberanía y el honor de su pueblo, de la misma manera que le observó severamente por sus excesos ante sus adversarios políticos. Con la esperanza de que el caos que nos envuelve, en sus profundos pliegues guarde aún a un retoño sanmartiniano, apoyemos con fe a esta eventualidad con nuestras oraciones y a la vez con nuestras más enérgicas acciones, de todos los días. Será una manera de honrar la memoria, hoy mancillada, del más grande Hijo de nuestra Patria.

 

* Oficial de Estado Mayor del Ejército Argentino y del Ejército Uruguayo. Ha cursado las licenciaturas de Ciencias Políticas, de Administración, la licenciatura y el doctorado en Relaciones Internacionales. Se ha desempeñado como Observador Militar de la ONU en la Línea del Cese de Fuego del Canal de Suez.

Se ha desempeñado como Profesor Titular de Polemología, Estrategia Contemporánea y Geopolítica, en Institutos Militares Superiores y en Universidades Públicas y Privadas. Ha sido conferencista invitado en el país y en el exterior. Ha publicado numerosos artículos sobre su especialidad y cinco libros acerca de la evolución de la situación internacional en la posguerra fría. Actualmente se desempeña como: Presidente del “Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires” (IEEBA), Presidente de la “Academia Argentina de Asuntos Internacionales” (AAAI) y Director del “Instituto de Polemología y Estrategia Contemporánea” (IPEC), de la Universidad Católica de la Plata (UCALP). Es miembro activo de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y miembro Honorario del Instituto de Teoría del Estado.

 

Escrito en agosto de 2009.