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EL BRIGADIER GENERAL DON JOSÉ FRANCISCO DE SAN MARTÍN Y MATORRAS. El ESTRATEGA DE LA INDEPENDENCIA IBEROAMERICANA.

Heriberto Justo Auel*

A los once años, el niño José Francisco vestía ya el uniforme de Cadete del Ejército Español. A los veinte, era Oficial y se batía en el norte de África y en las aguas del Mar Mediterráneo. A los treinta años, Teniente Coronel, condecorado en Bailén, era Ayudante de Campo del Grl Castaños, el más prestigioso comandante español de ese entonces.

Su fama personal era conocida por todo el Ejército Peninsular, que enfrentaba a los franceses. Su prestigio no solo se debía a su probada capacidad de conducción, demostrada en mandos independientes de la vanguardia española, sino a una regular y ejemplar conducta, a una figura gallarda y a un laconismo y humildad que hacían presumir una personalidad austera, reflexiva y profunda.

El joven Teniente Coronel irradiaba autoridad, es decir, traduciendo la etimología de este término: brillo, creatividad y comprensión de su circunstancia histórica. En 1811 decide retirarse del Ejército Español. La situación europea —y la española en particular— era preocupante y este “americano” sintió la necesidad de regresar a su cuna, al Río de la Plata, desde donde había partido con solo los ocho años.

Tenía una clara visión estratégica, abarcaba en profundidad al proceso de los grandes cambios sociales, políticos y económicos en curso: España perdía su Imperio y la Revolución Inglesa le disputaba la primacía mundial a la Revolución Francesa, evolucionada a un bonapartismo imperial-revolucionario que nuestro prócer había enfrentado con las armas en las primeras líneas de combate, captando en lo sustantivo la naturaleza del fenómeno socio-político y militar que se proyectaba al mundo y alcanzaba al Río de la Plata.

El futuro Brigadier General de la Provincias Unidas del Sur, Capitán General de Chile y Generalísimo del Perú, ante semejante escenario, traía a nuestras playas en su mente y en su corazón la decisión de independizarlas. Había que alejar la región de tanta y continua violencia por hegemonías sectarias, de tanta sed de poder dinástico y de tiranías extemporáneas. Se asoció a un grupo de camaradas americanos y, con apoyo inglés, embarcaron hacia Buenos Aires.

Era el Jefe de mayor graduación, el de mayor prestigio y, sin duda, el militar más capacitado profesionalmente. Lector de los clásicos, observador profundo de los hombres y de los acontecimientos en desarrollo. Como soldado profesional, sus ideas eran claras y su recta conducta se ajustaría siempre a ellas.

El panorama que encontró al desembarcar no era muy halagüeño. Luchas “de partido”, desconfianzas, mezquindades, inquinas de “pago chico”, eran el común denominador de la comarca, signados desde luego por el enfrentamiento central de criollos y peninsulares, pero además no estaban ausentes, en la aldeana Buenos Aires, los largos tentáculos de los variados intereses luso-británicos y franceses.

La mayoría del gobierno los recibió con frialdad. Sin embargo, las necesidades y urgencias superaron a los reparos. Había que proteger al país de las incursiones realistas a lo largo del Paraná y el hombre capaz de hacerlo era, naturalmente, el Tcnl San Martín. Propone la creación de un Regimiento de Infantería Montado: los “Granaderos a Caballo”.

Este Regimiento llevaría la impronta de la personalidad de su Jefe ya fuere en su gallarda presencia, en su disciplinada decisión en combate o bien en su Código de Honor. El joven Jefe de Regimiento capacita personalmente a sus oficiales y tropas, diseña sus armas, crea sus tácticas y lo “prueba” en San Lorenzo. Sus paisanos correntinos no lo defraudaron. Bermúdez y Cabral a la cabeza.

La Primera Junta había dado lugar a la Junta Grande y los intereses comarcanos cruzados, al Primer Triunvirato, que no se mostraba “independentista”, sino todo lo contrario. Los Granaderos formaron en Plaza de Mayo y llegó el Segundo Triunvirato. Los acontecimientos en el Ejército del Norte requieren que el Coronel San Martín asuma aquél mando.

Conoce en Yatasto al Grl Belgrano, que va rumbo al Plata para presentarse a un Tribunal de Guerra. Reconoce en él a un patriota, a un gran hombre lúcido y honrado. Disciplina al Ejército derrotado, permanece noventa días en el Norte, recorre las líneas de invasión de los “maturrangos” y observa en un Grl “gaucho”, Martín M. de Güemes, al comandante de la “guerra de recursos” que puede cerrar “la cortina” que necesita en la boca de las quebradas salteñas. En el Litoral está Artigas y en los ríos, el Almte Brown, Espora y Bouchard.

Entonces ya está en condiciones de lanzar su “Plan Continental”. Un Plan Estratégico Militar admirable, sin parangón en la Historia Militar Mundial. Se cumplirá tal como fue concebido en Saldan, al lado del Cnl Juan B. Bustos y del Cnl Juan M. de Pueyrredón.

Está en camino a la Gobernación de Cuyo, donde formará a un Ejército que surgirá de una sociedad rústica y fuerte, dispersa y ansiosa de libertad e independencia. Su base para el reclutamiento de voluntarios y de una imponente logística, estará en las Provincias andinas y en la “Proto-Argentina Tucumanesa”.

San Martín no vuelve a Buenos Aires. Coloca a su diputado por San Luis, Pueyrredón, como Director Supremo, a Francisco N. Laprida, cuyano, en la Presidencia del Congreso de Tucumán, al Grl Belgrano, que repone en el mando del Ejército del Norte con su Cuartel General en Tucumán, como garantía sanmartiniana de apoyo al Congreso de la Independencia, a Fray Santa María de Oro y a Godoy Cruz, ambos congresistas cuyanos, como representantes de la inquebrantable voluntad independentista del Comandante del Ejército de los Andes, el ahora Cnl My San Martín, elegido Gobernador Propietario por la voluntad de los Cabildos de las Provincias Cuyanas.

Seis meses después del 9 de Julio de 1816, fecha de la declaración de la Independencia argentina, inicia la campaña libertadora e independentista. En cuarenta y cinco días consigue el rotundo triunfo de Chacabuco, en febrero de 1817 y exactamente un año después, se declara la Independencia de Chile, el 12 de febrero de 1818.

Tres años más tarde ingresa a Lima y declara su independencia el 28 de julio de 1821. El 6 de julio de 1822, Monteagudo por Perú y Mosquera por Colombia, firman un tratado que señala: “El gobierno de la república de Colombia por una parte, y por otra el del estado del Perú, animados del más sincero deseo de poner prontamente un término a las calamidades de la presente guerra, a que se han visto provocados por el gobierno de S. M. C. el rey de España, decididos a emplear todos sus recursos y fuerzas marítimas y terrestres para sostener eficazmente su libertad e independencia; y deseosos de que esta liga sea general entre todos los estados de América antes española, para que unidos fuertes y poderosos sostengan en común la causa de su independencia, que es el objeto primario de la actual contienda”.

El 13 de julio Bolívar anexaba Guayaquil a Colombia, inesperada y unilateralmente. El 14, nuestro Libertador zarpaba del Callao, rumbo a Guayaquil, desconociendo este hecho.

El 26 de julio de 1822 se produjeron dos reuniones de ambos Libertadores. Por la mañana, durante una hora y media. Por la tarde de solo media hora. Ambas sin testigos. El día 27 volvieron a reunirse a solas, durante cuatro horas. Esa noche hubo un banquete y baile, en honor del “Protector del Perú”.

Pasada la medianoche el Grl San Martín se retira de la sala, en sigilo. Lo acompaña hasta el muelle el Grl Bolívar. No volverían a verse. Las razones por las cuales el Grl San Martín no concluyó personalmente la campaña prevista en Saldan, están explicitadas por el propio Protector en sucesivas cartas dirigidas a sus amigos y camaradas durante y después la guerra.

En primer lugar analizaremos la carta que San Martín dirigiera al general Miller, el 19 de abril de 1827. Éste le había solicitado a San Martín detalles sobre su actuación en Perú y sobre la logia de Buenos Aires, pues escribía sus memorias. Transcribo la parte de la carta que se refiere a la conferencia:

“En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de reclamar del General Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del Perú, auxilios que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales) lo exigía por los que el Perú tan generosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada cuanto el ejército de Colombia, después de la batalla de Pichincha, se había aumentado con los prisioneros, y contaba con 9.600 bayonetas; pero mis esperanzas fueron burladas al ver que en mi primer conferencia con el Libertador me declaró que, haciendo todos los esfuerzos posibles, sólo podía desprenderse de tres batallones con la fuerza total de 1.700 plazas. Estos auxilios no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba convencido que el buen éxito de ella no podía esperarse sin la activa y eficaz cooperación de todas las fuerzas de Colombia. Así es que mi resolución fue tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del país. Al día siguiente y a presencia del vicealmirante Blanco dije al Libertador que, habiendo dejado convocado al Congreso para el próximo mes el día de su instalación sería el último de mi permanencia en el Perú; añadiendo: “ahora le queda a Ud., general, un nuevo campo de gloria en el que va Ud. a poner el último sello a la libertad de la América”.

La segunda carta de San Martín está dirigida a Ramón Castilla, en ese momento Presidente de la República del Perú, remitida desde Boulogne Sur Mer el 11 de septiembre de 1848, es el segundo testimonio personal del Protector sobre su entrevista con Bolívar. Con respecto a Guayaquil, dice lo siguiente: “He aquí, mi querido general, un corto análisis de mi vida pública seguida en América: Yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) de que el solo obstáculo para su venida al Perú con el ejército de su mando, no era otro que la permanencia del General San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas de que yo disponía. Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible, cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la Independencia hubiera sido terminada en todo el año 23”.

El general Enrique Martínez, general del ejército de los Andes y jefe del Estado Mayor, cuando se desempeñaba como Presidente de Trujillo, recibió información de San Martín acerca del verdadero objeto de la entrevista: “Este no tuvo más que recabar del General Bolívar un auxilio de fuerzas para terminar la campaña del Perú, a lo que se negó Bolívar”.

La noche del 20 de septiembre de 1822 San Martín, luego de haber dimitido ante el Congreso peruano al mando supremo y mientras ultimaba los preparativos para abandonar definitivamente el Perú, hizo valiosas confidencias a su lugarteniente, amigo y confidente, Tomás Guido, sobre los motivos de su retiro: —Guido se oponía enérgicamente a la retirada de San Martín— “Le diré a Ud. sin doblez: Bolívar y yo no cabemos en el Perú: he penetrado sus miras arrojadas; he comprendido su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la prosecución de la campaña. Él no excusará medios, por audaces que fuesen, para penetrar en la república seguido de sus tropas; y quizás entonces no me sería dado evitar un conflicto a que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un humillante escándalo. Los despojos del triunfo de cualquier lado a que se inclinase la fortuna, los recogerían los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y apareceríamos convertidos en instrumentos de posiciones mezquinas. No seré yo, mi amigo, quien deje tal legado a mi patria, y preferiría perecer, antes que hacer alarde de laureles recogidos a semejante precio”.

En 1825 el peruano Juan Manuel Iturregui visitó, en Bruselas, a José de San Martín. Conversando sobre los sucesos de 1822 el Protector le hizo algunas confidencias, que Iturregui ha dejado consignadas: “Que jamás había temido ni por un instante que hubiese podido fracasar la Independencia del Perú una vez proclamada y estando sostenida por la opinión pública, […] que no obstante, había creído justo y conveniente entrar en un acuerdo de unión y amistad con el general Bolívar, así por la identidad de la misión de ambos en Sur América, como para que aquel general auxiliase al Perú con parte de su ejército y se pusiese un término más corto a la guerra con los españoles, […] que desde luego había encontrado en este general las mejores disposiciones para unir sus fuerzas a las del Perú, contra el enemigo común, pero que al mismo tiempo le había dejado ver muy claramente un plan ya formado y decidido de pasar personalmente al Perú y de intervenir en Jefe, tanto en la dirección de la guerra como en la de su política; que no permitiéndole su honor asentir a la realización de este plan, era visto que de su permanencia en el Perú, debía haber resultado un choque con el general Bolívar […] y conociendo las inmensas ventajas que todo esto debería dar a los españoles, se había decidido a separarse del teatro de los acontecimientos, dejando que el general Bolívar, sin contradicción ninguna, reuniese sus fuerzas a las del Perú y concluyese la guerra”.

Mariano Balcarce, esposo de Mercedes Tomasa única hija del Grl don José de San Martín, recibió numerosas confidencias de labios de su suegro. En carta fechada en París a 8 de agosto de 1882 y dirigida a Bartolomé Mitre, Balcarce consigna las confidencias que San Martín le hiciera sobre su entrevista con Bolívar: “Los —documentos— que yo poseo y es mi deseo y voluntad pasen a sus manos con el tiempo, no arrojan ninguna nueva luz sobre la entrevista de Guayaquil y retirada del Perú, cuyas causas se hallan explicadas en la carta a Bolívar y me fueron repetidas veces confirmadas en conversaciones íntimas por mi ilustre padre, quien me aseguró que no habiendo logrado la cooperación que esperaba del Libertador para completar rápidamente y sin gran efusión de sangre la independencia del Perú, convencido que su presencia era un obstáculo a las aspiraciones de Bolívar, y podía prolongar por mucho tiempo la guerra y la ruina del país, […] resolvió hacer abnegación de su gloria personal y dejar que Bolívar, con su numeroso ejército, completase y consolidase la emancipación del Perú”. —La mencionada “carta a Bolívar”, es la que publica Lafont—.

No voy a agregar a estas citas la controvertida “carta de Lafont”. Solamente deseo recordar que el Instituto Nacional Sanmartiniano tiene posición tomada sobre su total autenticidad. Por otra parte, ella ratifica el común denominador de todas las notas precedentes. Debo, en cambio, hacer resaltar la enorme diferencia de las personalidades de los dos Libertadores que se entrevistaron en Guayaquil.

Bolívar era abogado y político, devenido en Comandante de Tropas por exigencia de la situación. San Martín nace y muere soldado. Es el mayor profesional militar y estratega de la Independencia Iberoamericana. Bolívar sirvió a su plan político. San Martín al Plan Estratégico Continental, que tenía como meta a la Independencia.

Cuando percibió que las aspiraciones políticas bolivarianas podrían perjudicar al Plan Independentista y detonar una guerra civil frente al enemigo aun fortificado en las montañas peruanas, optó por retirarse a cultivar su chacra de Barriales, en Mendoza.

Sin embargo, un “militar afortunado” no tenía cabida en países en permanentes crisis políticas. Su presencia en aquel rincón cuyano perturbaba a los “pequeños hombres del Plata”, como los llamará más tarde Juan Bautista Alberdi en sus Obras Póstumas. Le interceptaban la correspondencia, los diarios y, por fin, intentaron asesinarlo.

Sigilosamente ingresó a Buenos Aires, enterró a su “esposa y amiga” en La Recoleta y marchó a un voluntario ostracismo, con su pequeña hija. Los unos verán en este acto una “deserción”. Otros encontrarán en él un renunciamiento personal al poder que caía naturalmente en sus manos, pero que le obligaba ingresar a la lucha sectaria y fratricida.

Entonces tomó una decisión típicamente “sanmartiniana”. Nos dio un ejemplo de grandeza, propio de los espíritus fuertes. El Libertador estuvo en nuestra tierra solo doce años, desde 1812 a 1824. Durante diez años permaneció en campaña. Nos dio la libertad y consolidó la Independencia, llevando estas banderas a Chile y Perú.

Consiguió su objetivo estratégico: derrotar el poder español en el baluarte peruano y su objetivo político: la Independencia ante “cualquier poder extranjero”. En esa tremenda epopeya, demostró una grandeza y una lucidez que despertaron tremendas envidias, no pocos rencores y hasta odios impregnados de admiración.

Si queremos medir la hondura de nuestra actual decadencia cultural, solo tenemos que comparar a este paradigma del ser argentino con los íconos que eligen nuestros representantes para que nos “identifiquen” en la Feria de Frankfurt.

El Brigadier General San Martín (1778/1850) y el Mayor General Carl von Clausewitz (1780/1831) son coetáneos y tienen un historial personal con fuertes homologías. Ambos soldados profesionales brillaron desde el comienzo de sus carreras, por sus virtudes naturales. Sus méritos militares los llevaron a la Ayudantía y a los Estados Mayores de los más altos mandos en España y de Prusia, que a la sazón enfrentaban a Francia desde el Oeste y desde el Este, respectivamente.

Ambos tuvieron en Napoleón Bonaparte al maestro y enemigo, a quien supieron comprender y a quien siguieron en las grandes reformas orgánicas y en la creación de las innovadoras estrategias que el pequeño Gran Corso impuso en el arte de la guerra.

Fue el espíritu abierto al tiempo que advenía, que caracterizaba a ambos, la razón por la cual sufrieron un aislamiento injusto en el pequeño ámbito profesional en que se desempeñaron. Es la incomprensión que llevó a San Martín al ostracismo y a von Clausewitz a la Dirección de la Academia de Guerra de Berlín, adonde quedaba marginado en la toma de decisiones.

Sin embargo a ambos se los llamó, cuando el clarín volvió a vibrar en las fronteras. Clausewitz desde 1818 a 1831, mientras dirigía la Academia, estudió epistemología y escribió su monumental obra “De la Guerra”. San Martín desde 1814 a 1824, escribe una página de gloria sobre las montañas más altas de América, sobre las bravas olas del Pacífico y en la variada geografía peruana, cumpliendo con su Plan Continental.

Uno es el más grande estratega teórico de Occidente. El otro el más grande estratega al mando en Jefe de la más importante campaña militar de su tiempo. Ambos fueron atacados por la misma epidemia de cólera-morbus, que se inicia en Polonia en 1830 y se expande a toda Europa. San Martín la resiste y Clausewitz muere, pocas horas después de adquirir la enfermedad.

Nuestro Libertador será atacado nuevamente por el cólera, en 1849. Cuatro años antes, permaneció en Nápoles durante unos meses, buscando mejorar su deteriorada salud, en un clima más templado. Es desde allí que, al serle requerida su opinión sobre las probabilidades de éxito de una nueva y eventual campaña militar anglo-francesa en el Río de la Plata, ya en alistamiento, tuvo la oportunidad de realizar un último y alto servicio a las Provincias Unidas. Desarrolló un perfecto análisis estratégico del curso que podrían tener las operaciones militares posteriores al desembarco combinado y las graves consecuencias políticas que podría acarrear una segura y total derrota de las más grandes potencias europeas en manos de un “gaucho” conocedor de la “guerra de recursos”, como la que plantearía a las tropas regulares, cercadas y con sus espaldas cerradas por el inmenso río.

Veamos un corto fragmento de esta carta, fechada en Nápoles el 28 de diciembre de 1845:

“… Bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina… con siete u ocho mil hombres de caballería… fuerza que con gran facilidad puede mantener el General Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie la política seguida por el precedente…”.

Jorge Federico Dickson, comerciante inglés, publicó de inmediato esta larga respuesta en los diarios de París y de Londres y la idea de invasión no prosperó. Aún estaba fresco en la memoria europea el hecho reciente de Vuelta de Obligado.

Esta última “batalla teórica” —casi desconocida— dada a los sesenta y cinco años por el viejo y enfermo Brigadier General, es la quinta esencia de una excelsa estrategia: ganar una batalla sin desenvainar.

Veló por la Independencia y la dignidad de sus paisanos hasta el último momento de su vida. Entregó su sable invicto a quien supo defender la soberanía y el honor de su pueblo, de la misma manera que le observó severamente por sus excesos ante sus adversarios políticos. Con la esperanza de que el caos que nos envuelve, en sus profundos pliegues guarde aún a un retoño sanmartiniano, apoyemos con fe a esta eventualidad con nuestras oraciones y a la vez con nuestras más enérgicas acciones, de todos los días. Será una manera de honrar la memoria, hoy mancillada, del más grande Hijo de nuestra Patria.

 

* Oficial de Estado Mayor del Ejército Argentino y del Ejército Uruguayo. Ha cursado las licenciaturas de Ciencias Políticas, de Administración, la licenciatura y el doctorado en Relaciones Internacionales. Se ha desempeñado como Observador Militar de la ONU en la Línea del Cese de Fuego del Canal de Suez.

Se ha desempeñado como Profesor Titular de Polemología, Estrategia Contemporánea y Geopolítica, en Institutos Militares Superiores y en Universidades Públicas y Privadas. Ha sido conferencista invitado en el país y en el exterior. Ha publicado numerosos artículos sobre su especialidad y cinco libros acerca de la evolución de la situación internacional en la posguerra fría. Actualmente se desempeña como: Presidente del “Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires” (IEEBA), Presidente de la “Academia Argentina de Asuntos Internacionales” (AAAI) y Director del “Instituto de Polemología y Estrategia Contemporánea” (IPEC), de la Universidad Católica de la Plata (UCALP). Es miembro activo de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y miembro Honorario del Instituto de Teoría del Estado.

 

Escrito en agosto de 2009.

HIPÓLITO BOUCHARD, LA FRAGATA “LA ARGENTINA” Y LAS BANDERAS CENTROAMERICANAS

Marcelo Javier de los Reyes*

Hipólito Bouchard

¡Es preferible irse a pique que rendir el pabellón!”.

El Almirante Brown a la escuadra, antes del combate de Quilmes, 30 de julio de 1826.

 

En 2017 se conmemoraron 200 años de la designación de Hipólito Bouchard como comandante de la fragata La Argentina para emprender una nueva campaña de corso que llevó a que ese buque de guerra diera la vuelta al mundo portando la bandera argentina y enfrentando a los españoles en los más remotos lugares del mundo.

El 12 de julio de 1819 el Capitán Bouchard, al comando de la fragata, arribó al puerto de Valparaíso pero por orden del vicealmirante escocés Lord Cochrane, fue arrestado bajo cargos de piratería, siendo su cargamento confiscado. Tras varios meses de juicio fue liberado, recuperando su navío, el que le fue devuelto sumamente deteriorado.

Fue el primer buque argentino en realizar la circunnavegación al mundo.

¿Quién era Hipólito Bouchard?

Nació en Bormes, cerca de Saint Tropez, en Francia, el 15 de enero de 1780. Siendo joven se incorporó a la marina de Francia y combatió contra los británicos en Egipto y Haití.

En 1809 arribó a Buenos Aires, es decir, en vísperas de los acontecimientos de la Revolución de Mayo de 1810. La Junta de gobierno instituida como consecuencia de esos hechos, creó una pequeña escuadrilla naval integrada por el bergantín 25 de Mayo, la goleta Invencible y la balandra Americana bajo el mando del teniente coronel de Marina Juan Bautista Azopardo, quien nació en la población de Senglia, en la isla de Malta, el 20 de febrero de 1772[1]. El segundo comandante de esa escuadrilla fue el capitán Hipólito Bouchard, al comando del bergantín 25 de Mayo.

El 2 de marzo de 1811 esta escuadrilla se enfrentó a la escuadra española en San Nicolás de los Arroyos, en un combate en que fue derrotada, las naves capturadas y el capitán Azopardo tomado prisionero. Fue sometido a un proceso y, acusado de traición, fue trasladado a la prisión de Ceuta[2]. Por su parte, Bouchard logró escapar de ser apresado por los españoles y el 7 de julio y el 19 de agosto de ese mismo año defendió a Buenos Aires de los ataques de la escuadrilla comandada por el capitán de navío Juan Ángel de Michelena enviada por el gobierno realista de Montevideo.

Bouchard también participó del combate de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, como teniente del Regimiento de Granaderos a Caballo y luego volvió al mar como comandante de la corbeta Halcón que integró la expedición corsaria de Guillermo Brown[3] al Pacífico. Participó de los combates frente a El Callao, en enero de 1816, donde abordó la fragata española Consecuencia con un importante botín, del cual fue parte la nave misma que fue incorporada y rebautizada con el nombre de La Argentina, y que fue pertrechada y equipada para dar la vuelta al mundo al mando de Hipólito Bouchard.

La epopeya de La Argentina

El almirante Brown encabezó una expedición de corso a las costas del Pacífico de América del Sur entre 1815 y 1816 con el objetivo de importunar el comercio marítimo español y conseguir los recursos necesarios para continuar la guerra contra los realistas. Sin embargo, Brown encontró su límite en Guayaquil.

En ese punto de la campaña emprendida por los corsarios, Bouchard decidió continuar su camino al mando de la fragata Consecuencia y de la goleta Carmen. Bouchard retornó a Buenos Aires por cuestiones personales y el 9 de julio de 1817 partió al mando de La Argentina —la antigua Consecuencia—, cuyas dimensiones eran: eslora, 40m; manga, 6,25m; puntal, 4,85m; calado, 2,10m[4]. A los efectos de emprender la campaña de corso se la artilló con 34 cañones y se la dotó de una tripulación compuesta por unos 180 hombres.

Puso rumbo a las islas Filipinas, para continuar la persecución de las naves españolas y perjudicar el comercio marítimo del Reino de España.

Bouchard navegó hacia el cabo de Buena Esperanza y luego recaló en Tamatave, Madagascar, a los efectos de reaprovisionarse. Buena parte de la tripulación había contraído escorbuto, enfermedad producida por la escasez o ausencia en la alimentación de vitamina C. En su derrotero también combatió contra los barcos negreros, habida cuenta que en el Río de la Plata se había prohibido el tráfico de esclavos. En efecto, el accionar contra los barcos esclavistas se fundamentó en la actitud asumida por las Provincias Unidas del Río de la Plata frente a la esclavitud, conforme a la libertad de vientres decretada por la Asamblea del año XIII. En función de ello, impidió que tres buques británicos y uno francés procedieran a embarcar esclavos procediendo a la liberación de los mismos.

Fragata La Argentina

Bouchard puso proa hacia las Filipinas enfrentando a los piratas malayos en el sudeste asiático con los cañones de La Argentina. El 31 de enero de 1818 la fragata navegó por las aguas de la bahía de Manila y una vez llegada a Filipinas procedió a bloquear a las naves españolas, tomando a algunas y hundiendo a otras. Mediante el cañoneo y el abordaje llegó a tomar unos dieciséis navíos, distinguiéndose en esas operaciones Tomás Espora (1800-1835), quien había sido subordinado de Bouchard cuando era comandante de la corbeta Halcón.

El 18 de agosto de 1818, en Hawaii, Bouchard se encontró con la corbeta Santa Rosa o Chacabuco) —la antigua Liberty, construida en Filadelfia— que había zarpado en corso rumbo al océano Pacífico al mando del capitán José Turner, con una tripulación de 130 a 140 hombres, el 24 de mayo de 1817. Durante la travesía, la Santa Rosa fue escenario de dos motines, uno en proximidades de Valparaíso, en donde tomó el mando el piloto McDonald, y otro en Hawaii. La nave fue desmantelada y vendida al rey Kamehameha I por dos pipas de ron y seiscientos quintales de sándalo y la tripulación se internó en las islas. Bouchard se entrevistó con el rey Kamehameha I y luego de una serie de negociaciones —el rey puso como condición que le fuera reembolsado el valor que había entregado por la embarcación y los gastos ocasionados por la tripulación— devolvió a Bouchard la goleta e hizo entrega de gran parte de los amotinados[5].

Bouchard, por su parte, le obsequió al rey “una espada, sus charreteras, su sombrero, un uniforme a nombre del supremo gobierno junto con el título de teniente coronel de los ejércitos de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Del mismo modo, Kamehameha celebró tratados comerciales con la Argentina y, a través de ese acto, el Reino de Hawaii se convirtió en la primera nación que reconoció formalmente la independencia de la República Argentina[6]. Luego Bouchard y su tripulación navegaron hacia la isla Maui —bajo el consentimiento del rey Kamehameha— con el propósito de aprovisionarse. En esa isla apresaron a diecinueve tripulantes que formaron parte del motín y luego de dirigió a la isla Oahu, para completar el aprovisionamiento de las naves y en donde tomó contacto con el capitán estadounidense Peter Corney, quien fue puesto al comando de la Santa Rosa, con un poder de fuego de 18 cañones y una tripulación de cien hombres, de los cuales 30 eran nativos de las islas Hawaii y el resto eran españoles, portugueses, criollos y algunos ingleses. La tripulación de La Argentina fue completada con 50 hawaianos y por ciudadanos de otras nacionalidades[7].

La flotilla puso proa hacia las costas de California y el 22 de noviembre de 1818 ambos navíos anclaron en la bahía de Monterrey, capital de la Alta California. Al amanecer del día siguiente la corbeta Santa Rosa inició el ataque contra el fuerte de Monterrey pero quedó varada y recibió una fuerte respuesta por parte de los realistas, al punto que dañó seriamente a la nave, la cual arrió el pabellón[8]. Durante la noche trasladaron a los sobrevivientes de la Santa Rosa a La Argentina ―que no pudo intervenir hasta ese momento por falta de viento― y en la mañana del día 24 desembarcaron 200 hombres en botes y tomaron la fortaleza, quedando Monterrey en manos de los marinos argentinos, quienes procedieron a incendiar los depósitos de pólvora y a demoler las edificaciones, respetando sólo aquellas que eran de americanos[9]. La ocupación de la fortaleza se extendió durante cinco días en los que ondeó la bandera argentina. Del mismo modo, los marinos de Bouchard arrasaron la misión de San Juan, Santa Bárbara y otros poblados españoles de la alta y baja California, izando en ellos la bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El día 29, ya reparada la Santa Rosa, partieron y el 16 de diciembre llegaron a la bahía de San Juan Capistrano donde Bouchard solicitó ser reabastecido a cambio de no hacer daños. Posteriormente emprendió el bloqueo de los puertos de México, arribando el 17 de enero de 1819 a San Blas, puerto que bloqueó desde el 25 de ese mes hasta el 1º de marzo. Luego se dirigió a Acapulco y el 18 de marzo la flotilla partió hacia Sonsonate, en El Salvador.

El 2 de abril las naves de las Provincias Unidas navegaron hacia Nicaragua donde atacaron El Realejo ―importante población, puerto y astillero de la costa oeste de la Capitanía General de Guatemala, situado en el territorio de Chinandega, en la actual Nicaragua―, en donde se apoderaron de dos naves españolas y destruyeron otras dos[10].

Itinerario seguido por la fragata “La Argentina” en su expedición de corso al mando de Bouchard
1817-1819.

Mientras bloqueaba los puertos mexicanos como cuando estaba en El Realejo, Bouchard enfrentó a un barco corsario chileno debido a que los corsarios navegaban con falsas banderas por lo que emprendieron el combate dado que, mutuamente, se consideraban españoles y, por lo tanto, enemigos.

El 3 de abril de 1819 Bouchard decidió poner fin a la expedición y puso proa hacia Valparaíso. El 12 de julio de 1819 atracó en Valparaíso, puerto en el que fue sometido a un juicio bajo el cargo de piratería propiciado por Lord Cochrane, a la sazón jefe naval de ese puerto, quien injustamente lo acusó de apresar naves no españolas, por lo que procedió a capturarlo y a confiscarle La Argentina y otros barcos obtenidos como botín de corso. Fue Tomás Guido, representante argentino en Chile, quien ejerció su defensa y logró la liberación de Bouchard y la restitución de su buque. Tras ello, Bouchard puso sus buques a disposición de la campaña libertadora de José de San Martín, transportando las tropas hasta Perú. Allí San Martín creó la escuadra del Perú y le dio a Bouchard el mando de la fragata Puebla, considerado el buque más importante de esa nueva flota. En agradecimiento por los servicios prestados, el gobierno de Perú le obsequió dos haciendas, por lo que una vez retirado fundó un gran ingenio azucarero. En ese establecimiento, llamado “La Buena Suerte”, murió asesinado por un peón el 4 de enero de 1837[11].

Reflexiones finales

Durante los dos años que duró la campaña de corso, la fragata La Argentina y el capitán Bouchard y su tripulación enfrentaron trece acciones navales importantes, capturaron o destruyeron veintiséis buques y sometieron a registro cuatro barcos negreros, dos naves inglesas y una de los Estados Unidos[12].

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Banderas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

La fragata La Argentina, comandada por Hipólito Bouchard, fue el primer buque argentino en circundar el globo. Su paso por California y de ahí por toda América Central llevó a que la bandera argentina obrara de inspiración para la bandera de varios países de esa región. La de Costa Rica puede parecer bien diferente con su franja roja pero para llegar a la insignia actual hay que ver su evolución y no cabe duda que tomó los colores de la bandera argentina.

Evolución de la bandera de Costa Rica a lo largo de su historia

Del mismo modo, debe considerarse que la creación de las Provincias Unidas del Centro de América, aunque efímera, tuvo su inspiración en las Provincias Unidas del Río de la Plata. En un muelle de California hoy ondean las banderas de los países que alguna vez ocuparon esa región: la del emperador Carlos V, la de España, la del Reino Unido, la de Argentina, la de México, la de cuando California fue independiente…

La República Argentina, quizás, no haya sido lo suficientemente agradecida a las proezas que en nombre de la Patria llevó a cabo el francés de nacimiento y argentino por adopción Hipólito Bouchard, por lo que esta historia que comenzó hace 200 años no es conocida, ni siquiera por muchos argentinos. Finalmente, quizás la República tampoco sea muy agradecida a la Armada que fue orgullo en tiempos del almirante Guillermo Brown, del coronel de Marina Tomás Espora, del griego Pedro Samuel Spiro y de tantos otros que se propusieron hacer de las Provincias Unidas del Río de la Plata una gran nación.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] “Coronel de Marina Juan Bautista Azopardo”. Sitio oficial de la Armada Argentina, <http://www.ara.mil.ar/pag.asp?idItem=46>, [consulta: 12/08/2017].

[2] “La Primera Escuadrilla Argentina”. Sitio oficial de la Armada Argentina, <http://www.ara.mil.ar/pag.asp?idItem=27>, [consulta: 12/08/2017].

[3] Nacido como William Brown en Foxford, actual República de Irlanda, el 22 de junio de 1777 y fallecido en Buenos Aires, Argentina, 3 de marzo de 1857. Fue el primer almirante de nuestra fuerza naval, primero en la cronología y en el prestigio. Consagró su vida al servicio de su Patria de adopción.

[4] Luis Fernando Furlan. “El ataque corsario de Bouchard al puerto del Realejo”. En: Fundación Histarmar, publicado en Ciclo de Conferencias año 2007, <http://www.histarmar.com.ar/AcademiaUruguayaMyFl/2007/AtaqueBouchardRealejo.htm>, [consulta: 22/07/2017].

[5] Oscar B. Ahumada. “Arribo fragata La Argentina a Hawaii”. Sitio oficial de la Armada Argentina, 15/07/2013, <http://www.armada.mil.ar/Archivos/1808%20Arribo%20a%20Hawai.pdf>, [consulta: 12/08/2017].

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Oscar B. Ahumada. “Inicio campaña de corso Fragata La Argentina”. Sitio oficial de la Armada Argentina, 15/06/2013, <http://www.armada.mil.ar/Archivos/0907%20Frag%20La%20Argentina.pdf>, [consulta: 12/08/2017].

[9] Ídem.

[10] “Capitán de Navío Hipólito Bouchard”. Sitio oficial de la Armada Argentina, 15/07/2013, <http://www.ara.mil.ar/pag.asp?idItem=47>, [consulta: 14/08/2017].

[12] Ídem.

[13] Ídem.

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FECHA PATRIA

No hace mucho alguien cuya notoriedad debería aconsejar suma ponderación y seriedad en lo que se dice —por no hablar de su investidura— se puso a desbarrar sobre el origen de las gentes, siendo que la genética muestra que se detectan mayores diferencias de una persona a otra que entre grupos —razas, etnias, pueblos originarios, naciones o como quiera llamárselos— comparados entre sí, lo que quita importancia a esas denominaciones usualmente basadas en fenotipos, cuya apariencia resulta así engañosa. Tomando el caso de Israel —Estado en que se otorga a estas cuestiones relevancia y vigencia legal—hallaremos una variedad que va de eslavos a etíopes pasando por íberos, semitas y bereberes entre otros. En el Congreso de Tucumán se insinuó la posibilidad de instaurar una monarquía incaica, algo que cierta diversidad militante actual habría quizá aplaudido. Lo importante era que los combatientes por nuestra libertad que resultaran cautivos no fueran considerados rebeldes sino prisioneros de guerra conforme el Derecho de Gentes afianzado por la labor y el pensamiento de los frailes Francisco de Vitoria OP y Francisco Suárez SJ algunos siglos antes. Debían tener el respaldo de una potencia independiente; en nuestro caso, Las Provincias Unidas del Sud.

El momento era crítico: el sueño megalómano de un hijo del Mediterráneo que había ya cambiado Europa y con su historia la del mundo —aunque no fuera entonces evidente—, había sido momentáneamente desbaratado por lo que quedaba de las potencias del pasado, que habían conseguido recuperarse y no estaban dispuestas a permitir ningún desmadre y sí en cambio a restaurar la vigencia de su poderío absoluto.

Era pues fundamental asegurar la legitimidad internacional de nuestra aspiración a constituir una nación independiente.

Esa decisión de unos hombres que merecen genuinamente el título de próceres, el 9 de julio de 1816 en Tucumán, es lo que hoy celebramos.

El mes tenía sus antecedentes: del 4 de julio para los Estados Unidos pasando por la toma de la Bastilla y llegando al 5 de julio de 1811 con el Acta de la Declaración de la Independencia de Venezuela, república —y elijo el nombre para seguir a Bolívar en su sueño de una ‘nación de repúblicas’— a la que nos une tanto la historia como la coincidencia de fechas: tanto la doctrina Drago condenando el bloqueo anglofrancés del puerto de la Guaira para cobrar por la fuerza sus acreencias como Sarmiento presidente otorgando a José Antonio Páez, ex presidente y en el exilio, el título y estipendio de brigadier general. Hospitalidad que hoy lamentablemente debemos extender a tantos venezolanos que han debido dejar su patria. Patria con la que compartimos, además de lo dicho, el honor de ser cuna de los dos Libertadores de América, Simón Bolívar y José de San Martín, ambos habiendo visto la última luz lejos de su solar natal, como el heroico corso y, como él, fundadores con su ejemplo de una nueva realidad para sus pueblos y otros del mundo, cualquiera sea su origen.

Recordemos pues que la independencia fundamenta la legitimidad de nuestras obras y nuestras acciones y que la libertad que nos procura debe fundamentarse en la legitimidad de las mismas. Libertad que, dice José Martí, ‘es el derecho a ser honesto’.

No sólo por honrar a nuestros padres —deber que imponen los más diversos credos— y que lo merecen, sino de mucho atrás, por tantos que han vivido y anhelado antes que nosotros y por quienes hemos llegado y estamos aquí hoy.

En esta fecha patria.

Juan José Santander*

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG.

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