Afganistán está perdido. Es la amarga conciencia de la alta diplomacia internacional que en estas horas ha jugado la última carta desesperada para salvar lo que se puede salvar en esa desafortunada tierra. Todas las actividades de los Estados Unidos en particular han estado dirigidas a salvar la cara de Occidente, completamente aplastada por los talibanes. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, envió al jefe de la CIA a Kabul dándole un amplio mandato. William Burns es el primer ex diplomático con una carrera política en la cima de la agencia de inteligencia y su experiencia internacional lo ha convertido en el hombre adecuado a los ojos de Biden. Pero Burns fracasó en este caso porque las demandas de los talibanes eran inadmisibles.
Según fuentes diplomáticas, el líder del grupo, el mulá Abdul Ghani Baradar, a cambio del aplazamiento de la retirada de tropas fijada para el 31 de agosto, habría pedido el reconocimiento del gobierno talibán por parte de Estados Unidos y la comunidad internacional. El mandato del jefe de la CIA era amplio, pero no hasta ese momento. Y así Biden, durante el G7, dijo a los demás representantes de la cumbre que la fecha del 31 de agosto sigue fijada. Por lo tanto, todas las operaciones de evacuación de civiles y soldados deben completarse antes de fin de mes y las tropas extranjeras tendrán que abandonar el Afganistán. De lo contrario, los talibanes están listos para presentar sus “demandas”, según reiteró en una conferencia de prensa el portavoz del grupo. Peticiones que, en realidad, tienen el sabor de las amenazas.
Por lo tanto, la comunidad internacional se ha visto obligada a volver al recuadro anterior. El tiempo disponible para la evacuación del aeropuerto de Kabul, para aquellos que tienen derecho a ella, es limitado. El martes por la tarde el G7 tuvo que tomar nota de esto, a pesar de la presión sobre los Estados Unidos por parte de Francia, Inglaterra y Alemania para extender el tiempo que pase en el país.
Ahora la pelota está en el tejado del G20, donde la cuestión del reconocimiento de los talibanes es crucial. Hay países, como China, que están muy inclinados a reconocer al Emirato Islámico. Después de todo, Beijing no tendrá ningún problema en reconocer a un régimen autoritario que viola los derechos humanos. Y también lo hace Turquía, donde el presidente Erdogan actúa como un dictador.
En este sentido, ya están registradas las primeras reuniones oficiales entre las delegaciones chinas y los miembros del buró político de los talibanes, que también han obtenido el aval parcial de Ankara.
A la espera de la cumbre entre los grandes del mundo, los talibanes ya han respondido con hechos a las peticiones de prórroga en la retirada de tropas. El portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid (foto destacada), en la rueda de prensa celebrada en Kabul, mientras el G7 estaba en marcha, pidió a los estadounidenses que no animen a los afganos a salir, subrayando que actualmente el acceso al aeropuerto está permitido solo a los extranjeros.
La conquista de Afganistán por los talibanes y la aplastante derrota infligida a la comunidad internacional después de 20 años de guerra, ha fortalecido al grupo de extremistas que ahora establecen las condiciones y exigen una rendición incondicional de la Coalición. Este resultado es la consecuencia del enfoque equivocado de una ideología llevada a cabo no solo por los talibanes y difícil de descubrir. Estados Unidos y todo Occidente, que ha librado una guerra contra el terrorismo, han subestimado el papel de una ideología tribal bien arraigada en el país, especialmente en las zonas periféricas. Afganistán no es sólo Kabul.
Las realidades profundamente tribales resisten en el país, vinculadas a grupos étnicos que a menudo reconocen su identidad en los talibanes y el extremismo religioso. Los informes de la inteligencia occidental no valen nada (y han sido valiosos) y en los últimos años han dibujado una imagen sombría, pero clara, de lo que realmente es Afganistán. Solo aquellos que realmente han experimentado el país, en medio de las montañas impermeables, pueden entender por qué los talibanes han derrotado a Occidente
* Directora de Ofcs.report. Colaboradora del diario Il Tempo. Autora del libro “La Trattativa Stato Islam”. Miembro del comité científico del Centro Studi Averroè .
Afganistán es un país marcado por la guerra y los conflictos internos, que hoy lucha por salir adelante y alcanzar la paz con los talibanes, pero estos están arrasando varios distritos en todo Afganistán y se han apoderado de puntos de control fronterizos en las últimas semanas, mientras Estados Unidos retira sus últimas tropas después de 20 años de presencia en el país.
La situación de seguridad en Afganistán es difícil y por lo tanto exige una solución negociada, es lo que afirmó el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Jens Stoltenberg (27/07/2021). También dijo que la alianza militar “seguirá apoyando a Afganistán, incluso con fondos, presencia civil y entrenamiento en el extranjero”; a su vez el general Kenneth McKenzie señaló que el apoyo incluye ataques aéreos, apoyo logístico, financiamiento e inteligencia para frenar la ofensiva talibán que enfrentan las Fuerzas Armadas afganas.
Por el otro lado las naciones del Cáucaso y de Asia Central, Armenia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, así como también Bielorrusia y Rusia, que en 2009 formaron la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), se han puesto en guardia ante el avance de combatientes del movimiento Talibán en sus fronteras con Afganistán y al momento de escribir estas líneas aviones de ataque Su-25, fueron trasladados desde Kirguistán al aeródromo tayiko de Gissar para tomar parte en los ejercicios trilaterales con Tayikistán y Uzbekistán. Los Su-25 servirán como apoyo ante cualquier fuerza que amenace a estas naciones desde tierra.
En junio de 2021, los talibanes (catalogados como terroristas y prohibidos en Rusia) llegaron primero a la frontera de Turkmenistán y luego a Uzbekistán. Las pocas tropas gubernamentales y los guardias fronterizos afganos se vieron obligados a huir al territorio de estos estados vecinos que, a su vez, respondieron cerrando las fronteras.
Este panorama comenzó a principios de mayo de 2021, cuando la violencia recrudeció en varias provincias de Afganistán, con los talibanes lanzando una gran ofensiva pocos días después de que las fuerzas extranjeras lideradas por Estados Unidos iniciaran su retirada definitiva del país. En el momento de escribir esto, los talibanes llegaron a las afueras de Kandahar, cuna del movimiento islamista y la segunda ciudad más poblada de Afganistán después de Kabul.
El gobierno estadounidense de Biden y la OTAN iniciaron el primero de mayo el retiro de las tropas que invadieron Afganistán en 2001 y desde ese momento la milicia talibán se está apoderando de vastas regiones del país. El 13 de julio, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) advirtió sobre la crisis humanitaria que vive Afganistán, donde desde enero unos 270.000 afganos se han visto forzados a desplazarse, lo que ubica la cifra global de población desarraigada de ese país en 3,5 millones de personas.
En medio de este panorama, el cofundador de los talibanes, Mullah Abdul Ghani Baradar, se reunió el miércoles en Tianjin, en el norte de China, con el ministro de Exteriores de ese país, Wang Yi. Al finalizar el encuentro, Beijing aseguró que la milicia afgana “desempeñará un papel importante en el proceso de reconciliación pacífica y reconstrucción” de ese país.
En estas circunstancias, el presidente afgano Ashraf Ghani culpó a la decisión de Estados Unidos de retirar “abruptamente” sus tropas por el deterioro de la seguridad en su país. “La razón de nuestra actual situación es que esta decisión fue tomada abruptamente”, dijo Ghani al parlamento, agregando que había advertido a Washington de que una retirada tendría “consecuencias”.
Pero ¿qué es el movimiento Talibán? Para dar respuesta a esta cuestión tenemos que remontarnos a los años 80 del siglo pasado con la denominada guerra de Afganistán de 1978-1992, también llamada guerra afgano-soviética o guerra ruso-afgana, primera fase del extenso conflicto de la guerra civil afgana.
Transcurrió entre abril de 1978 y abril de 1992, tiempo en el que se enfrentaron las fuerzas armadas de la República Democrática de Afganistán apoyadas entre diciembre de 1979 y febrero de 1989 por la URSS y su ejército, contra los insurgentes, varios grupos de guerrilleros afganos islámicos denominados muyahidines.
Ese conflicto comenzó en 1978, cuando tuvo lugar la Revolución de Saur, transformando a Afganistán en un Estado Socialista gobernado por el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA). Un año después, ante la insurgencia de los muyahidines y luego de varios enfrentamientos sangrientos que ocasionaron primero la muerte del presidente Nur Muhammad Taraki, el Consejo Revolucionario solicitó la intervención militar de la Unión Soviética.
La intervención soviética produjo un resurgimiento de los guerrilleros muyahidines, que aun estando divididos en varias facciones se embarcaron en una larga campaña contra las fuerzas soviético-afganas. Estos guerrilleros, en el marco de la “Guerra fría”, fueron respaldados por los suministros y el apoyo logístico y financiero de naciones como Estados Unidos, (Operación Ciclón) Pakistán, Irán, Arabia Saudita, China, Israel y el Reino Unido.
Los soviéticos tenían una gran superioridad militar sobre sus oponentes;, la asimetría era enorme. En los primeros enfrentamientos acabaron rápidamente con las fuerzas antigubernamentales de los muyahidines, sin embargo, pese a ganar las batallas estaban perdiendo la guerra; los insurgentes no tenían un mando central, una organización unificada que los representara en conjunto, esto hizo que no existiera forma de negociar una solución diplomática que incluyera a todos los grupos o clanes.
Además, no ofrecían batallas de guerra clásica, si no de guerra de guerrillas, luchando solo con ventaja táctica, eligiendo los terrenos más favorables a su accionar, atacando en forma sorpresiva y luego efectuando retiradas, generalmente a zonas montañosas, donde no podían ser perseguidos por blindados, lugares que no habían sido explorados por las tropas soviéticas.
Incluso los aviones fueron poco rentables en sus operaciones pues, si bien los muyahidines no disponían de radar, utilizaban los patrones de vuelo de las aves autóctonas como sistema de alerta temprana. Cada vez que un grupo de pájaros alzaba el vuelo, los guerrilleros sabían que algo se avecinaba y buscaban refugio de inmediato.
Los soldados soviéticos estaban luchando contra un enemigo invisible que le ofrecía escaramuzas en lugar de batallas, superándolos tácticamente. En la primera fase del conflicto el Ejército Soviético batía con su fuego solo el terreno, rocas y algunos pocos subversivos. El numeroso y moderno arsenal rojo en casi su totalidad fue inútil. El único que respondió con cierta eficacia en esta fase fue el helicóptero MI-24 HIND. Este helicóptero, debía su éxito a que tenía un blindaje que lo protegía de los proyectiles de bajo y mediano calibre que utilizaban los guerrilleros y podía dejar fuera de combate a los oponentes en tierra mediante sus propias armas, un verdadero tanque de guerra volador. Entre sus armas se destacaban el cañón doble GS 30 K de 30 mm, ametralladoras Yak B de 12.7 mm, además de 6 pilones en las alas con una capacidad de 1.500 kg (los pilones del interior soportan al menos 500 kg cada uno, los centrales 250 kg y los de punta alar sólo pueden portar misiles antitanques), para cargar una combinación de armas que van desde bombas lanzadores de cohetes o contenedores de armamentos varios.
En este punto y para contrarrestar los éxitos del Mi24 sobre los insurgentes, los estadounidenses deciden entregar a los muyahidines el misil tierra-aire pasivo, Stinger, un misil lanzado desde el hombro por un solo operador, poniendo fin a la supremacía del helicóptero ruso en los enfrentamientos.
Con ese nuevo sistema de armas, que en la época costaba US$ 40.000, se derribaba a una aeronave que valía US$ 10 millones. Los afganos abatieron en promedio entre uno o dos helicópteros por día, haciendo que el alto mando soviético comprendiera que el esfuerzo bélico era insostenible. Era difícil luchar contra un oponente que disponía de esas armas, pero peor aún era identificarlo mimetizado entre el resto de la población afgana.
La mayoría de la tropa de los muyahidines, eran campesinos, agricultores o pastores de ganado que, cuando no estaban luchando contra los soviéticos, cultivaban la tierra o concertaban matrimonios o, simplemente, llevando a cabo su rutina diaria. El alto mando soviético, al percibir esto, cambió la estrategia de la guerra entrando en una nueva fase con una nueva doctrina radicalmente diferente.
Como los civiles afganos y guerrilleros eran indistinguibles, ambos debían ser tratados como hostiles y como combatientes enemigos. En los años siguientes, los soviéticos procedieron a bombardeos masivos sobre aldeas se cerraron plazas industriales, muchas tierras de cultivo fueron minadas y el ganado fue abatido a tiros desde aeronaves.
En apenas el primer año de la aplicación de esta doctrina, murieron aproximadamente un millón de afganos; el objetivo era forzar a la población a migrar desde las zonas rurales hacia zonas urbanas mucho más fáciles de controlar por los soviéticos; la población de Kabul casi se triplicó. Y más de 6 millones de afganos huyeron de su país sobre todo al vecino Pakistán.
Entre los refugiados, que no eran familias enteras, ni clanes completos, había mujeres, niños y ancianos. Los niños constituían una verdadera masa desproporcionada; los hombres no migraron se quedaron para luchar contra los soviéticos y todos los que tenían edad para combatir consiguieron un fusil para pelear contra el enemigo extranjero.
Recordemos que los afganos ya eran veteranos combatiendo, aun cuando el nivel de guerra total no lo habían vivido nunca hasta esta fase de exterminio y persecución. Esto para ellos ya no era una guerra contra una potencia extranjera sino una lucha por la supervivencia. A medida que avanzaba la contienda, con familias y organizaciones tribales desgarradas, Afganistán se iba convirtiendo en una tierra sin mujeres y niños.
Es esta cuestión un punto de inflexión significativo en la cultura afgana, por patriarcal que la consideraran los extranjeros, pues los lazos familiares y de grupo eran una verdadera contención para hombres y mujeres. En el seno de las familias se mostraban los afectos y generosidad de estos hombres rudos, pero sobre todo la protección a los suyos. Desconectados de sus familias durante años, los combatientes afganos sufrieron una gran perturbación emocional.
Encontrándose los muyahidines con la única compañía de otros hombres en las condiciones más duras que pueda esperarse, es natural que las guerras cambien a los hombres y, en esa campaña, en Afganistán el conflicto cambió a millones. Los diversos síndromes de combate y la alienación afectaron a muchos llevándolos a un estado de barbarie casi incontenible.
En Pakistán, en la ciudad de Peshawar, los pastunes étnicos organizaron eventos para recaudar fondos, recolectaron y restauraron armas, siendo históricamente excelentes armeros y herreros, incluso, se dijo, reprodujeron fusiles y pistolas, fabricándolos con las respectivas municiones, organizando, con voluntarios, el apoyo a sus parientes afganos.
Muy pronto surgieron mas de 80 facciones, todas afirmando luchar por la causa santa, contra el extranjero infiel. La religión islámica se había fundamentalizado en ellos, el conflicto se había convertido en una guerra santa. Cuando el gobierno de Pakistán se percató de la situación, a los servicios de inteligencia de Pakistán (ISI, Inter Services Intelligence) se les ordenó hacerse cargo.
Antes de esto el ISI no tenía una gran preponderancia dentro del esquema de poder paquistaní, pero en plena Guerra Fría y con recursos provenientes de Estados Unidos y Arabia Saudita comenzó a financiar el esfuerzo de guerra de los muyahidines. Es en esta época donde el ISI tomó importancia dentro del esquema de poder de Pakistán.
El ISI paquistaní, distribuyó dinero, armas y combatientes voluntarios a sus grupos favoritos en Pakistán, grupos que, posteriormente, se dirigieron al combate a través de la frontera afgana. Cada uno de estos grupos con base en Pakistán reclamó el liderazgo de la contienda y cada uno trató de demostrar su devoción a la causa santa, adoptando narrativas islámicas cada vez más radicalizadas.
A medida que avanzaba la guerra en Afganistán, estos grupos paquistaníes adoptaron actitudes cada vez más celosas de la observancia del islam, una más extrema que la otra, hasta que el extremismo fue la nueva normalidad para los muyahidines afganos, al punto que, en 1988, la máquina de guerra soviética no soporto más y se retiró abandonando a sus aliados comunistas.
Cabe recordar que fue Mijaíl Gorbachov el que puso en marcha un plan consistente en la retirada masiva de las tropas soviéticas de Afganistán.
A pesar de los intentos desesperados del gobierno de Kabul por negociar una salida mediante un acuerdo de paz, se había derramado demasiada sangre y sin el apoyo soviético el gobierno no tenía ninguna influencia como para negociar nada, si bien todavía disponía de equipo militar soviético, con el que resistió hasta 1992, año en el que, finalmente, los muyahidines cercaron Kabul y derrocaron al gobierno comunista.
Esto fue el comienzo de anárquicos enfrentamientos entre los diferentes grupos muyahidines, los que ocuparon diferentes partes de la ciudad y comenzaron a dispararse entre sí con todas las armas disponibles, incluidos misiles. Una nueva carnicería se llevó a cabo en Kabul; la mitad de la ciudad quedó reducida a escombros y lo mismo pasó con otras ciudades afganas. Cada grupo de muyahidines peleaba por asegurar sus posesiones.
Lo que los soviéticos le hicieron al campo, los mismos afganos se lo hicieron a sus ciudades, surgiendo un caos en todo el país con la aparición de mini dominios territoriales, donde cada grupo erigió puestos de control en lo quedaba de las carreteras.
Aquellos niños que, en gran número, se habían refugiado en Pakistán al promediar el conflicto y sobre todo en la etapa de terror impulsada por Gorbachov, la llamada estrategia de despoblación, habían pasado grandes penurias, perdiendo su infancia en campos de refugiados, sin figura paterna e inmersos en la pobreza.
Se cree que alrededor de tres cuartas partes de los niños en los campos paquistaníes de refugiados afganos era menor de 15 años. En estos campamentos creció toda una generación de niños afganos, con una única forma de escolarización, las “Madrazas”, que eran escuelas religiosas islámicas que ofrecían instrucción gratuita. En esas escuelas se les brindó instrucción, algo de normalidad, una rutina de trabajo escolar y esperanza en su futuro.
Estas “madrazas” estaban dirigidas por clérigos que respondían a los partidos islamistas de Pakistán e íntimamente relacionadas con la inteligencia paquistaní (ISI) y financiadas en su mayor parte por familias adineradas saudíes. Establecidas junto a la frontera afgana, se estima que llegaron a funcionar más de dos mil “madrazas” con una matrícula de más de dos cientos veinte mil niños.
Estos chicos, estaban virtualmente aislados de las noticias mundiales y adoctrinados en el wahabismo, que es una corriente político-religiosa musulmana de la rama mayoritaria, del sunismo. A los estudiantes se les aseguraba que estaban predestinados a rescatar el mundo del imperio del mal y el mal estaba constituido por todo aquello ajeno al islam.
En estas “madrazas” además de religión se los instruyó militarmente para el combate a los efectos de que pudieran cumplir con el designio de combatir al mal. Estos estudiantes se convirtieron en los talibanes. La palabra talibán es el plural para estudiante en árabe.
En Kandahar un clérigo talibán llamado Mullah Omar que había dirigido un grupo de jóvenes junto a otros muyahidines y que había tomado el control de varios distritos de la ciudad, fue, en principio, bienvenido por los lugareños, mientras algunos grupos de muyahidines habían recurrido a la extorsión, al acoso y a la persecución; la cuestión cambió con los jóvenes talibanes cuando comenzaron a aplicar la sharía o ley del islam.
Los violadores fueron ahorcados, los ladrones perdieron las manos y el resto de los criminales fueron tratados en consecuencia. Para muchos pobladores los talibanes parecían portadores de estabilidad, sobre todo, en comparación con los muyahidines. Los sucesos de Kandahar llamaron la atención del aparato de seguridad paquistaní; a partir de allí el ISI suministro armas, financiación y capacidades adicionales al talibán.
En 1994 los talibanes eliminaron los puestos de control muyahidines en la frontera entre Afganistán y Pakistán, lo que permitió que mercaderías estacionadas en dicha frontera llegaran a los mercados afganos, pues al eliminar los peajes los precios se redujeron.
En esas circunstancias los talibanes se adueñaron por completo de Kandahar, consiguiendo además apoderarse de varias piezas de artillería, tanques, helicópteros, equipos de comunicaciones y cientos de camiones cargados de armas e incluso dinero.
En el otro lado de la frontera, Pakistán abrió los campos de refugiados afganos permitiendo que los estudiantes talibanes regresaran a Afganistán. Estos talibanes fueron en principio bienvenidos por la población afgana, porque vivían bajo la tiranía y el desorden de los muyahidines. Los afganos estaban desesperados por un salvador y los talibanes cumplieron en ese momento con ese papel. Expulsaron a los muyahidines de varias ciudades como Wardak y otras, en 1995 tomaron Herat y se dirigieron hacia Kabul y a fines septiembre de 1996 tomaron posesión de la misma.
Al principio, en Kabul, esos hombres jóvenes con turbantes negros parecían tan extranjeros como los rusos, dado que hablaban un dialecto diferente, habían sido educados en el extranjero y descendían de los refugiados de mediados de la década del 80. Cuando se instalaron en el poder, la realidad talibán se mostró: impusieron inmediatamente la Ssharía, los teatros fueron convertidos en mezquitas y a las mujeres se les prohibió totalmente la vida pública.
La música, las películas e incluso las fotos fueron prohibidas, las tiendas de video fueron incendiadas y los televisores destrozados, se prohibieron los juegos de azar, se prohibieron las mascotas y se criminalizó cualquier celebración no islámica, llegando a prohibir algunas costumbres y tradiciones afganas locales como la de remontar cometas.
Todos los hombres y mujeres debían usar ropas de acuerdo con los mandatos de la Sharía, con obligatoriedad de usar barba; además cualquiera que fuera sorprendido sin rezar al momento de la oración era castigado. Convirtieron a Afganistán en un estado ioslámico, gobernado mediante un totalitarismo religioso.
Así las cosas, este gobierno de los talibanes en Afganistán, tenía una estructura de mando muy particular y la organización de un régimen que parecía resistirse a instituir nada por temor a debilitar su pureza teocrática con fórmulas profanas.
Se conocían los nombres de varios líderes talibán como los mullah Mohammad Hassan Akhund, jefe del Estado Mayor militar, y Mohammad Hassan Rahmani, gobernador de Kandahar, pero la impresión desde fuera es que carecían de jerarquías y rangos.
En apariencia, funcionaba al estilo de la asamblea tradicional pashtún, la loya jirga, una toma de decisiones basada en el consenso y unos lazos personales de lealtad entre los miembros de las shuras principales, si bien esta presunta dirección colectiva topaba con el hecho incuestionable de que Omar tenía la última palabra en las decisiones importantes.
Se salvaguardó el núcleo duro de pashtunes kandaharis, y aunque ahora gobernaban territorios en los que los pashtunes no eran mayoría, Omar y sus compañeros se negaron a desarrollar un mecanismo que permitiera incluir en la toma de decisiones a representantes de las etnias minoritarias.
Fue ésta “versatilidad de la élite talibán” una característica que hizo inextricable el entramado del poder del régimen. Omar alimentaba este marco de incógnitas con su negativa a ser fotografiado y a recibir visitantes no musulmanes. En los cinco años que duró el régimen talibán, sólo un puñado de periodistas, diplomáticos o agentes de seguridad de Pakistán y Arabia Saudí recibieron audiencia por este hombre.
Unos meses antes de caer Kabul en manos talibán, llegó a Jalalabad el multimillonario saudí Osama bin Laden, consagrado a la jihad particular contra Estados Unidos a través de su red subversiva Al-Qaeda, creada a partir de ex muyahidínes extranjeros.
Esta organización fanatizada, con una visión religiosa muy virulenta y reduccionista conocida como salafismo-jihaidismo y de complicada reinserción en sus sociedades de origen, recibió el nombre genérico de árabes-afganos, a pesar de que ninguno de ellos era afgano y buena parte ni siquiera árabes.
Al parecer bin Laden conoció a algunos dirigentes talibán que combatieron en las provincias pashtunes en los años ochenta. El movimiento de Omar se le presentaba como un aliado natural por compartir la doctrina sunní y un odio indeclinable a toda importación cultural de Occidente.
Los talibanes brindaron al saudí un trato especial de huésped, conscientes de que la relación iba a reportar beneficios mutuos. Las fuentes señalan que en abril de 1997 bin Laden y sus acólitos, provistos de sofisticados y carísimos sistemas de comunicación, se mudaron a Kandahar, que es donde trabaron contacto directo con Omar.
Con el visto bueno del mullah, bin Laden levantó campos de entrenamiento para terroristas en el territorio que aquellos controlaban. A cambio de esta cobertura, construyó a Omar y demás líderes talibán residencias a prueba de ataques, búnkers subterráneos y otras edificaciones para uso militar.
Aun cuando no parece que los talibanes tomaran parte en la conspiración, la impunidad con que su invitado se valía de su libertad de movimientos para amenazar a un tercer Estado era reveladora del talante de Omar y sus asociados. En Afganistán bin Laden planificó sus golpes contra Estados Unidos.
El 23 de febrero de 1998 organizó un cónclave de grupos integristas en su base de Jost del que, bajo la etiqueta de “Frente Islámico Internacional para la Jihad contra judíos y Cruzados”, salió una “fatwa” para matar a todo norteamericano, militar o civil, en cualquier lugar del mundo.
Luego de la catástrofe terrorista del 11 de septiembre de 2001 se reveló que el vínculo entre Omar y bin Laden iba más allá de la mera amistad o la política: eran nada menos que consuegros. Según estas informaciones, la quinta esposa del saudí sería una hija de Omar y éste habría tomado en matrimonio a la hija mayor de aquel.
En suma, desde antes del 11 de septiembre bin Laden no sólo había sido un invitado privilegiado, sino que había ejercido un poderoso influjo en el régimen afgano, a pesar de las complicaciones internacionales que tal connivencia pudiera acarrear a este último. El pacto se supone que incluyó la transferencia a la organización de bin Laden de los campos de entrenamiento de voluntarios extranjeros existentes en Afganistán.
El espectacular ataque terrorista en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, con sus devastadores daños, puso inmediatamente en la mira a Osama bin Laden. Éste se desvinculó de los hechos para ganar tiempo, si bien se felicitó por lo que calificó de “reacción legítima de los oprimidos” y amenazó veladamente con nuevos ataques, con armas convencionales o de destrucción masiva, a cargo de su organización.
Sin solución de continuidad, las miradas acusadora de Estados Unidos y sus aliados, formales o reclutados apresuradamente para su anunciada coalición internacional contra el terrorismo, se posaron en Afganistán y contra el régimen talibán. El 14 y el 15 de septiembre, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, anunciaba la guerra general contra Al-Qaeda quedando implícito que ésta comenzaría en el país donde la organización terrorista tenía su cuartel general.
Omar hizo un llamamiento a la población afgana, para que afrontase con “valentía y dignidad” una eventual represalia de Estados Unidos, ya que sólo perecería si era “la voluntad de Dios”. En un tono desafiante, advirtió a los países vecinos sin citar nombres que se abstuvieran de colaborar en una intervención militar de no musulmanes.
Los hechos descriptos arriba fueron los que dieron comienzo a la guerra de Afganistán, la guerra más larga de la historia de los Estados Unidos. Probablemente lo narrado esté en el recuerdo de muchos de nosotros, lo que seguro pocos esperábamos era un final así. 19 años después se ha llegado a un triste epílogo para dos operaciones militares que recibieron nombres tan grandilocuentes como Libertad Duradera y Centinela de la Libertad.
El Acuerdo de Doha, firmado el pasado 29 de febrero de 2020 entre los talibanes y Estados Unidos, que fue presentado como un “acuerdo de paz” entre dos de las partes del conflicto, que invitaba a pensar, en un próximo alto el fuego en Afganistán, en realidad se centra exclusivamente en establecer los términos en los que Estados Unidos saldrá del país tras 20 años de intervención; algo confirmado por la Administración de Joe Biden.
Más allá de la renuncia de Estados Unidos a seguir en Afganistán, las conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes, aún en curso, determinarán si, efectivamente, hay esperanza para que prevalezca la paz en un país asolado por la violencia desde hace muchas décadas.
Mientras en estos momentos, agosto de 2021, los talibanes afirman controlar el 85% de Afganistán, culpando a Estados Unidos por el fracaso del acuerdo y desde que el presidente Joe Biden anunció en mayo un plan de salida de Afganistán, los talibanes han tomado más de 150 distritos del país.
Por otro lado, el presidente de Afganistán, Mohammad Ashraf Ghani, instó a los talibanes a aprender las lecciones de Siria, Irak y Yemen y a evitar la violencia para unirse a un proceso de paz. El presidente se dirigía a una reunión pública en la provincia oriental de Khost tras inaugurar el quinto aeropuerto internacional del país, construido con un coste estimado de US$ 20 millones.
“En lugar de sentarse eventualmente (para las conversaciones) mañana, ¿por qué no sentarse a hablar hoy? Hay que aprender las lecciones de Siria, Yemen, Irak, Argelia y Líbano”, señaló el mandatario. “Si ustedes (los talibanes) deciden luchar, entonces toda la responsabilidad recaerá sobre sus hombros”, añadió el presidente, tras culpar a los talibanes del recrudecimiento de la violencia en medio de la salida de las tropas extranjeras de Afganistán.
* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario.
Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.
Hace ahora diez años que una manifestación pacífica contra el régimen de Bashar Al Assad organizada por los estudiantes de Deraa fue brutalmente reprimida por la policía y las fuerzas armadas del gobierno, desencadenando una cadena de acontecimientos que sumieron a Siria en una terrible guerra civil.
En los combates, que vieron la destrucción total de ciudades históricas como Alepo y Raqqa, el sitio arqueológico de Palmira, incluido en la lista de la UNESCO, y una gran parte de la capital Damasco, unos 250.000 combatientes de todos los bandos en el conflicto (soldados leales, guerrilleros de ISIS, combatientes irredentistas kurdos, militantes islamistas del Ejército de Liberación Sirio, milicianos de las Fuerzas Democráticas Sirias) y al menos 230.000 civiles murieron, víctimas de la brutal ocupación por las tropas del Califato Islámico o “víctimas colaterales” de los combates y bombardeos de pueblos y ciudades. El conflicto civil se convirtió rápidamente en una “pequeña guerra mundial”, con la intervención armada de varios actores extrarregionales: los turcos junto a los rebeldes islamistas, los rusos e iraníes en apoyo del gobierno de Damasco y los estadounidenses en apoyo de los kurdos y los “demócratas” de las “Fuerzas Democráticas Sirias”.
En los últimos diez años, 5,6 millones de sirios han huido del país y viven precariamente en campos de refugiados en países vecinos, El Líbano, Jordania y Turquía.
Unos 6,7 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares y son consideradas “desplazadas internamente”, es decir, refugiados dentro de las fronteras sirias, mientras que al menos 5 millones de personas atrapadas en las regiones del noroeste de Siria y en la región de Idlib, donde todavía operan las tropas extraviadas del Califato Islámico, necesitan asistencia humanitaria.
Según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados, más de 13 millones de sirios lo han perdido todo y sobreviven gracias a la ayuda del gobierno y la caridad internacional.
Además de esta catástrofe humanitaria, el gobierno de Assad (que fue confirmado como Presidente de la República para un cuarto mandato) se enfrenta a una emergencia económica que comenzó después de los primeros enfrentamientos en 2011 y se intensificó gradualmente durante la guerra civil.
Según el Banco Mundial, la pérdida del PIB entre 2011 y 2016 fue de alrededor de 226 mil millones de dólares, mientras que el costo de destruir viviendas e infraestructuras civiles supera los 117 mil millones de dólares.
Los precios de los productos de primera necesidad, como los alimentos y el combustible, han aumentado 20 veces desde antes del conflicto, mientras que la libra siria se ha devaluado gradualmente.
Se estima que al menos el 70% de la población está actualmente por debajo del umbral de la pobreza y tiene poca capacidad alimentaria. Según World Vision International, la esperanza de vida de los niños sirios en 2021 ha disminuido en trece años.
La situación se ha deteriorado aún más por una importante emergencia hídrica, las represas de Tabqa y Tishreen están en peligro de cierre, con graves daños a la agricultura, la generación de electricidad y el suministro de agua corriente a las personas en todo el noreste.
El Covid tampoco ha perdonado a este desafortunado país, aunque las estimaciones oficiales –si bien altas– de infectados y muertes no son confiables debido a la imposibilidad, para las autoridades sanitarias, de realizar los relevamientos masivos necesarios para conocer el alcance real del contagio.
En el frente militar, la situación sigue siendo bastante confusa.
Las tropas gubernamentales han logrado, con ayuda rusa e iraní, infligir una derrota casi definitiva a los milicianos de ISIS.
Los hombres del Califato, tras ser expulsados de Alepo, Palmira y Raqqa (que incluso había sido designada por Al Baghdadi como la capital del “Estado Islámico”) han huido en parte al desierto iraquí, desde donde siguen llevando a cabo acciones inquietantes contra las fuerzas bagdadíes, y en parte se han dispersado en pequeños grupos en la zona desértica y montañosa de Idlib y Deir Es Zor, en el llamado triángulo Alepo-Hama-Raqqa, donde continúa la actividad guerrillera perturbadora y a veces sangrienta que no tiene nada que ver con las abrumadoras victorias que los acercaron a la victoria militar final en 2014-2015.
ISIS ahora se contenta con emboscar a los convoyes militares del gobierno y extorsionar a las personas atrapadas en la región con el propósito de autofinanciarse por razones de simple supervivencia.
El ejército de Damasco, sin embargo, está encontrando cada vez más difícil liquidar permanentemente la presencia de ISIS desde territorio sirio, tanto por las dificultades asociadas con la necesidad de controlar efectivamente una gran sección de territorio desértico y montañoso, como porque aún no ha podido apoyar plenamente a las guerrillas kurdas de las Fuerzas Democráticas Sirias, todavía apoyadas por Estados Unidos, y porque también tiene que lidiar con las formaciones armadas islamistas dispersas del “Ejército de Liberación Sirio” apoyado por Turquía.
El régimen de Bashar Al Assad, por lo tanto, a pesar de haber evitado la derrota final que parecía cercana entre 2013 y 2015, no puede abordar con seguridad el problema de la reconstrucción del país. El presidente sirio, después de haber asegurado las elecciones (con el resultado obvio porque solo alauitas y cristianos votaron a su favor en masa, mientras que los sunitas se han abstenido en gran medida o han sido “disuadidos” de participar en la votación) el cuarto mandato intenta fortalecer su gobierno reorganizando su aparato de seguridad con hombres de fiabilidad y lealtad seguras. En mayo pasado, el Presidente nombró a su leal general Jamal Mahmoud Younes, jefe del Comité de Seguridad de la Región Oriental, quien también es responsable de la seguridad de la Gobernación de Homs.
Se cree que Younes, que proviene del “feudo” de la familia Assad en Latakia, es muy cercano al hermano del presidente, Maher Al Assad, a quien sirvió en la Cuarta División Blindada de 2012 a 2013. Maher se considera muy cerca de Irán y Moscú.
Otro elemento destacado del nuevo aparato de seguridad de Siria es el general Ramadán Yusef Al Ramadan, también alauí y sujeto a sanciones personales por parte de la Unión Europea, junto con su colega Younes, por su papel en la represión de los primeros incidentes de Deraa en 2011.
Ramadán ha sido nombrado jefe del Comité de Seguridad del departamento de Latakia, una zona extremadamente sensible porque, de hecho, es una zona bajo control militar ruso.
Assad se encuentra, por tanto, en la necesidad de equilibrar las difíciles exigencias de derrotar definitivamente la rebelión, resolver la gravísima situación económica y convivir lo más razonablemente posible con la presencia de dos engorrosos aliados, Rusia e Irán, que tras haberle asegurado la supervivencia parecen decididos a asentarse definitivamente en territorio sirio.
Rusia, cuya ayuda ha sido fundamental para evitar el colapso del régimen de Damasco, sigue prestando apoyo militar desde el cielo y la tierra a la lucha contra los rebeldes que siguen en funcionamiento y explotando el crédito que ha adquirido con el régimen para fortalecer su presencia en la región. de forma permanente.
Fue a principios de junio cuando el Ministro de Defensa ruso autorizó el inicio de los trabajos de renovación de la base aérea de Khmeimim, en la región de Latakia, después de que la pista se haya ampliado para apoyar el tráfico de vehículos militares rusos (un avión por minuto). El nuevo aeropuerto incluso fue utilizado hace unos días para una misteriosa misión que llevó un avión de Moscú al aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv.
Este misterioso episodio demuestra que la presencia de rusos en la zona podría incluso ser funcional en la búsqueda de una estabilización de las relaciones entre Jerusalén y Damasco (Putin nunca ha ocultado su simpatía por Israel).
La presencia militar iraní en Siria es mucho más profunda y de otro peligro para la seguridad israelí. Teherán ya tiene una fuerte presencia militar en la región: desde El Líbano, donde Hezbolá controla política y militarmente todo el sur del país y toda la delicada zona fronteriza con Galilea, hasta Irak, entregado a los chiítas proiraníes por George W.Bush con la guerra de 2003.
Si, como informan fuentes de inteligencia israelíes, el programa nuclear del Irán se ha reanudado a toda velocidad al mismo tiempo que el desarrollo de capacidades modernas y eficaces de creación de misiles balísticos, incluso como portadoras de ojivas nucleares, Siria podría convertirse, a pesar de sí misma, en un peligroso puesto de avanzada nuclear en las fronteras de Israel.
Una perspectiva de pesadilla que se hizo aún más preocupante por la reciente elección como Presidente de la República de Irán de un partidario de línea dura como el ayatolá Ebrahim Raisi; una perspectiva que no ayudaría a Siria a salir de su crisis de una década pero que, si Moscú no hace oír su voz, la volvería a situar en la vanguardia de la confrontación con Israel.
* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.
Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.