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TURQUÍA Y LOS BRICS

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: News.Az (Azerbaiyán)

El ministro turco de Exteriores, Hakan Fidan, anunció este 4 de junio la intención de Turquía de ingresar en los BRICS. La declaración fue bien recibida en Moscú. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, felicitó a Ankara por su decisión asegurando que esta petición se estudiará con atención en la próxima cumbre del organismo a celebrase en la ciudad rusa de Kazán en octubre. Antes, a mediados de junio, se celebrará en Nizhny Nóvgorod una reunión ministerial de los BRICS, donde muy probablemente la petición turca tendrá una aceptación de carácter más formal.

Fidan indicó que los BRICS podrían constituir para Turquía una «buena alternativa» a la Unión Europea, organismo al cual Ankara lleva décadas pidiendo su admisión ante el notorio retraso de Bruselas y el rechazo de varios países europeos. Visto entre líneas, esta declaración de Fidan podría constituir un definitivo portazo turco a sus históricas aspiraciones de ingreso en la UE, cuyas relaciones con Ankara se han visto mermadas desde la llegada al poder en 2003 del actual presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

De este modo, un Erdogan que aparentemente observa cierto declive político decidiría instalar a Turquía, miembro de la OTAN, en un nuevo mecanismo de integración, en este caso los BRICS, que le permita equilibrar los altibajos en sus relaciones con Occidente. Este eventual ingreso turco mide así el pulso dentro de los BRICS en un momento clave para la reconfiguración de los equilibrios de poder a nivel global. El pasado 1º de enero ingresaron en ese organismo Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, siendo todos ellos aceptados como miembros en la cumbre realizada en Johannesburgo en julio de 2023. Tailandia, Indonesia, Kazajstán y Venezuela, entre otros, también presentaron solicitudes de membresía.

Antes de la llegada de Javier Milei a la presidencia, Argentina también estaba en la lista de ingreso tras esa cumbre en Sudáfrica. Pero el propio Milei ya declaró durante la campaña electoral que, en caso de ganar, no aceptaría el ingreso argentino a los BRICS, como finalmente ocurrió. La razón principalmente argumentada desde Buenos Aires es que los BRICS alberga «regímenes autoritarios» como los de Rusia, China e Irán. Por tanto, la posibilidad del ingreso de Turquía en los BRICS serviría para este organismo para suplir esa negativa de Milei.

Durante este año también se especuló con el presunto interés mexicano por ingresar en los BRICS, finalmente negado por las actuales autoridades de ese país. No obstante, está por ver si con la nueva presidencia de Claudia Sheinbaum termine apostando por acercarse a este organismo multipolar y multilateral. México es uno de los principales socios comerciales de China además de mantener una relación de normalidad con Rusia, a pesar de la guerra en Ucrania.

Por tanto, el momento de los BRICS luce relevante aunque no menos condicionado por las actuales crisis internacionales. La cumbre de 2023 aceleró los mecanismos de «desdolarización» de  la economía mundial, reforzando con ello los imperativos geopolíticos del eje euroasiático sino-ruso, muy cohesionado desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Un eje geopolítico y geoeconómico al que también están asociados, con diversos grados de intensidad, países emergentes como Turquía, Irán e India. La cumbre de Johannesburgo también aceleró las bases de una nueva arquitectura del poder global de perfil multipolar, que permita establecer equilibrios para estas potencias emergentes ante la preponderancia de organismos globales como el G7, el G20 y la ONU.

El 2024 también ha sido estratégicamente electoral para los miembros de los BRICS, confirmando con ello la continuidad en el poder de algunos de sus líderes. Han sido los casos del ruso Vladimir Putin, reelecto en marzo pasado para un nuevo período hasta 2030; y recientemente el indio Narendra Modi, quien acaba de ganar las elecciones en su país aunque con un margen más ajustado de lo previsto.

Mientras el presidente chino Xi Jinping y su homólogo brasileño Lula da Silva siguen en el poder sin aparentes atisbos de afrontar crisis políticas internas, la muerte en mayo pasado por accidente aéreo del presidente iraní Ibrahim Raïsi empaña ese momento clave para el relanzamiento de los BRICS. Por otro lado, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa perdió a comienzos de junio las elecciones legislativas, poniendo fin a tres décadas de poder del Congreso Nacional Africano, partido fundado por Nelson Mandela. Irán y Sudáfrica deberán ahora definir nuevos liderazgos que, a priori, no afectarían sus respectivas membresías ni tampoco su peso geopolítico dentro del BRICS.

Es indudable que la geopolítica es un activo clave para los BRICS. En este sentido comienzan a evidenciarse los movimientos tectónicos de las nuevas alianzas globales al calor de las transformaciones suscitadas por las guerras en Ucrania y Gaza. El presidente ucraniano Volodymir Zelensky realizó una sorprendente visita a Filipinas, un país con frecuentes tensiones con China por reclamaciones marítimas, para «agradecer» su apoyo a Kiev. Para mediados de junio está prevista en Suiza una conferencia de paz sobre Ucrania organizada por el gobierno suizo.

Esta visita ha generado suspicacias en un momento en que el eje «atlantista» EEUU-OTAN-UE refuerza su apoyo a Zelensky ante la ofensiva militar rusa toda vez se observa un dinamismo cada vez mayor dentro del sureste asiático en torno al AUKUS, alianza impulsada en 2021 por EEUU, Gran Bretaña y Australia y que comienza a ampliar sus esferas de influencia hacia Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y precisamente Filipinas.

Volviendo a la aspiración turca de ingresar en los BRICS, todo dependerá de la agilización de los mecanismos de admisión de cara a la cumbre de Kazán. La economía turca atraviesa un período de crisis y estancamiento, con elevada inflación y depreciación de su moneda, la lira turca. Con este panorama, y más allá de los intereses geopolíticos y geoeconómicos, ingresar en la arquitectura financiera de los BRICS podría suponer para Ankara una especie de salvavidas económico ante la posibilidad de acceder a una cartera de créditos y fondos que le permitan garantizar la estabilidad económica en estos tiempos convulsos.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. 

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RUSIA EN 2024

Roberto Mansilla Blanco*

rperucho en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/kremlin-moscu-rusia-catedrales-3393439/

 

Cómo la sociedad rusa vive actualmente la guerra en Ucrania y las sanciones occidentales mientras el Kremlin cambia a su favor los equilibrios geopolíticos.

 

Comienzo este análisis en clave personal, determinado por un reciente viaje a Rusia (febrero de 2024) Caminar por Moscú a dos años del comienzo de la guerra en Ucrania supone una experiencia ilustrativa sobre cómo el país está encarando un conflicto cada vez más cronificado, esquivando las sanciones occidentales pero con la perspectiva de una posible escalada militar contra la OTAN a mediano plazo.

Los moscovitas viven su día a día con ritmo frenético. Si existe un mejor termómetro para medir este pulso es inevitablemente el Metro de Moscú, tan vigoroso como incesante en su tráfico diario. Las sanciones occidentales apenas se perciben en una economía que incluso crece: a finales de enero el FMI estimó un crecimiento de 2,8% de la economía rusa para 2024. Así mismo, el Kremlin ha logrado esquivar las sanciones a través de un esquema financiero alternativo en el que han colaborado socios exteriores rusos como China, Turquía, Qatar y Arabia Saudita. A priori y a pesar de las dificultades derivadas de la guerra y las sanciones, el clima en las calles de Moscú revela más bien un inesperado nivel de confianza y de seguridad.

Los centros comerciales y supermercados rusos están abarrotados con todo tipo de mercancías y víveres. Una gran cantidad de multinacionales occidentales siguen operando en el país. El sistema bancario reproduce este nivel de confianza social mediante una generosa cartera de créditos toda vez es patente la digitalización a gran escala en todos los órdenes de la vida económica y social. Las presiones inflacionarias se observan controladas.

Una boyante clase media ha florecido en los últimos años en Rusia, con un notable poder adquisitivo que las grandes multinacionales no quieren dejar escapar a pesar de las presiones exteriores por mantener las sanciones económicas. Expulsada del sistema SWIFT que rige las transacciones financieras internacionales, el Kremlin se las ha ingeniado, con efectiva capacidad de adaptación, a las nuevas circunstancias para mantener a flote la economía rusa.

El espectro mediático, especialmente el televisivo, ilustra igualmente la percepción rusa de la realidad. Sin grandes aspavientos, los informativos reflejan diariamente lo que sucede en el frente militar ucraniano. Incluso existe un canal casi exclusivamente concentrado en la oficialmente denominada como «Operación Militar Especial». Destaca también la programación de entretenimiento, con formatos similares a los que se pueden observar en Europa.

En los medios informativos resalta igualmente la proliferación de informaciones sobre diversos foros económicos, tanto dentro como fuera de Rusia, en los que el gobierno de Vladimir Putin se esfuerza por acelerar proyectos de infraestructuras y de inversiones para el desarrollo económico hacia las regiones interiores del país. Intentar equiparar el nivel de desarrollo entre centro y periferia, entre la Rusia urbana y la Rusia interior, será muy probablemente uno de los grandes proyecto de futuro.

Mientras en Occidente fue la noticia estelar, con tintes no menos propagandísticos muy probablemente enfocados en la proximidad de la elección presidencial rusa, la muerte el pasado 16 de febrero del disidente Alexéi Navalny en una prisión de máxima seguridad apenas perturbó el clima informativo ruso, pasando prácticamente desapercibido. Por el contrario, la entrevista a Putin realizada por el periodista estadounidense Tucker Carlson y sus reportajes diarios durante su estancia en Moscú se convirtieron en un constante reclamo mediático para los medios informativos estatales.

Una nueva era… con Putin

Bajo este prisma, el panorama interno ruso dista, por tanto, de cualquier cariz apocalíptico como auguraron diversos mass media y declaraciones oficiales de líderes políticos principalmente occidentales a partir de la invasión militar rusa de Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022.

No se percibe ningún colapso económico ni atisbos de crisis política o de angustia ante la inevitable confrontación con Occidente vía Ucrania. La sociedad rusa, si bien no escapa a las consecuentes dosis de propaganda oficial y sutil censura, está más concentrada en otros temas, básicamente enfocados en aumentar sus cotas de bienestar socioeconómico; una aspiración, por cierto, no muy diferente de la que se observa en las principales capitales occidentales.

En vísperas de unas nuevas elecciones presidenciales previstas para el 15 y 17 de marzo, el poder de Putin es incontestable. Sin rivales políticos directos, con una economía que parece navegar con seguridad en un mar de turbulencias y con avances en el frente militar ucraniano (particularmente tras la toma de Adviika y la sensación de repliegue del adversario), el presidente ruso encara con comodidad un nuevo período de gobierno hasta 2030.

El contexto bélico le permite a Putin hacer uso de la agenda patriótica y de la inquebrantable unidad nacional ante un enemigo exterior que parece cada vez más identificado en la OTAN. Bajo esta premisa, el Kremlin no altera ni un ápice los cimientos estratégicos ni la narrativa que le llevó a iniciar la «Operación Militar Especial» en Ucrania en 2022: impera en este discurso la necesidad de «desnazificación» de Ucrania para garantizar la seguridad de las poblaciones rusoparlantes existentes en ese país y, por tanto, de la seguridad nacional rusa.

Esta perspectiva camufla igualmente otro imperativo geopolítico para el Kremlin: recuperar la vitalidad demográfica. Con su marcado acento en una especie de «revolución conservadora» y en un 2024 oficialmente reconocido por las autoridades rusas como el Año de la Familia, el gobierno de Putin incentiva políticas de natalidad que permitan garantizar la preservación de la etnicidad eslava y la identidad nacional rusa, particularmente ante el aumento demográfico de poblaciones no rusas, principalmente  musulmanas. Prevalece la idea del Mundo Ruso (Rusky Mir) que refuerce el perfil demográfico atrayendo a los «hermanos» rusoparlantes, en el caso ucraniano del Donbás y otras regiones actualmente bajo soberanía y ocupación militar rusa, pero que no se descarta pueda ampliarse hacia otros escenarios el espacio post-soviético.

El contexto 2024 se erige así para Putin como un momento clave para retomar la iniciativa y avanzar en la recuperación del lugar de Rusia en la historia. Las tornas han cambiado. El clima de desencanto se observa ahora en Occidente, en particular en lo concerniente al apoyo a Ucrania. Kiev no escapa a esta perspectiva. La destitución en enero pasado de Valerii Zaluzhni, máximo comandante militar ucraniano que se mostró crítico con la estrategia militar del presidente Volodimir Zelenski, parece ilustrar una purga interna aparentemente con el beneplácito «atlantista». Contrario a las expectativas occidentales, Zelenski se muestra ahora aún más a la defensiva, incluso con tintes de cierta desesperación en cuanto a su dependencia de la ayuda militar exterior.

La causa ucraniana parece perder entusiasmo y adeptos entre sus aliados europeos toda vez que otra guerra, la de Gaza, ocupa también el centro de atención. Países miembros de la Unión Europea como Hungría y Eslovaquia se niegan a aumentar la ayuda económica y militar a Kiev instando a una negociación con Moscú. En EEUU crece la inquietud por un regreso a la Casa Blanca del ex presidente Donald Trump, quien avanza con paso firme en las primarias del Partido Republicano. Visto en clave geopolítica, el Kremlin parece estar recuperando posiciones, recreando en el centro del poder occidental ese clima de desencanto con Ucrania.

Así, Putin recupera la iniciativa con garantías y en condiciones de mayor confianza y fuerza estratégica. Pero el final del conflicto en Ucrania no parece estar estipulado, al menos a corto plazo. No se descarta que, ante las perspectivas de debilidad militar de su enemigo y los cuestionamientos sobre lo que en su momento constituyó un irrestricto apoyo occidental a Ucrania, tras el deshielo invernal, el Kremlin acelere una contraofensiva a gran escala que le permita ampliar sus ganancias territoriales: actualmente Moscú controla más del 20% del territorio ucraniano previo a la invasión.

El clima bélico parece también resonar y ampliarse hacia otros focos de conflicto: la República Pridnestroviana de Transnistria, un Estado de facto entre Ucrania y Moldavia que podría convertirse en nuevo peón para Moscú en caso de pedir su incorporación dentro de la Federación rusa. Este escenario reproduciría el modelo instaurado por Rusia en Crimea en 2014 y en las repúblicas de Donetsk y de Lugansk en 2023. Otras fuentes informativas y de inteligencia, principalmente alemanas y británicas, están expectantes ante la posibilidad de que, a mediano plazo, la guerra de Ucrania se amplíe hacia las repúblicas bálticas e, incluso, el enclave ruso de Kaliningrado.

Seguro de una superioridad militar, confirmada por el suministro armamentístico de aliados como Irán y Corea del Norte, de un mayor número de efectivos y recursos militares y ante las grietas de la ayuda occidental a Ucrania, el Kremlin parece persuadido a aplicar un «modelo Chechenia» para Ucrania: empantanar y congelar el conflicto hasta provocar una fatiga en la sociedad ucraniana y sus aliados occidentales que eventualmente obligue a una negociación con Moscú y a un posible cambio político en Kiev que implique ascender al poder a un líder más manejable para los intereses rusos.

El escenario es hipotético. Está por ver si, al igual que sucedió en Chechenia con la «pax rusa» instaurada a partir de 2009, aparezca ahora en Kiev una especie de Ramzán Kadírov (actual presidente checheno) o un nuevo líder pro ruso como Viktor Yanúkovich. Nada está asegurado y menos ante este clima bélico in crescendo. Y esto también podrá provocar un efecto contraproducente para los intereses rusos: que, con apoyo occidental, Kiev apueste por aupar a un nacionalista radical anti ruso. Un escenario que, por otro lado, podría ser utilizado por el Kremlin como un argumento justificativo de la invasión militar, similar a la narrativa de la «desnazificación» de Ucrania. Sea como sea el contexto se abre así fuertemente contrariado para un Zelenski al que le crecen también las críticas internas que le acusan de autoritarismo, corrupción e incluso de intransigencia a la hora de abrir una negociación o un armisticio con Moscú.

Con este panorama, Zelenski parece verse de alguna manera acorralado, instigado a suspender las elecciones presidenciales previstas para marzo bajo el argumento del estado de guerra y con una ley marcial que no oculta sus dificultades a la hora de movilizar combatientes para el frente. Kiev ha pedido a más de 400.000 ucranianos que se han marchado del país que se sumen al esfuerzo bélico para repeler al «invasor ruso».

«Asianización» ante la «des-occidentalización» forzada

Visto en perspectiva y tomando en cuenta las tensiones geopolíticas y militares con Occidente, el Kremlin ha acelerado una «asianización» forzada de sus alianzas exteriores, motivada por imperativos definidos en torno a una perceptible «des-occidentalización» de sus relaciones internacionales.

Diversos medios occidentales han manejado estas tensiones en clave belicista, augurando una inevitable confrontación entre Rusia y la OTAN. Utilizando fuentes de alta confidencialidad militar, el diario alemán Bild advirtió en enero pasado sobre un posible escenario de guerra frontal entre la OTAN y Rusia a partir de 2025, con posibles ataques desde el enclave ruso de Kaliningrado hacia miembros de la Alianza Atlántica como Polonia y las repúblicas bálticas. Ante la posibilidad de presentarse este escenario, la OTAN anunció para este 2024 los mayores ejercicios militares en décadas.

Si bien no cierra la puerta a un «reseteo» de las relaciones con Occidente y que espera se operen progresivamente vía cambios políticos, desgaste moral por la guerra en Ucrania e imperativos de dependencia energética europea, Rusia observa ahora a Asia como su nueva esfera de atención. A diferencia de las tensiones y la intransigencia occidental, Moscú destaca el pragmatismo y la realpolitik en las relaciones con sus socios asiáticos.

En este plano, China juega el papel esencial como principal aliado ruso a tenor de la alianza estratégica que Moscú mantiene con Beijing y de la posición oficial del gobierno chino de no condenar la invasión militar a Ucrania. Esta alianza se lleva también a la cotidianeidad ciudadana. Las calles moscovitas han observado una prolífica visita de turistas chinos toda vez diversos establecimientos han celebrado el Nuevo Año Lunar chino. La imagen del presidente Xi Jinping al lado de la de Putin se refleja también en varios souvenirs como símbolo de una «amistad» inquebrantable.

Por simbólico que parezca, las típicas matrioshkas existentes en las tiendas de la turística calle Arbat de Moscú representan a líderes como Xi Jinping, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, el norcoreano Kim Jong-un o el príncipe saudita Mohammen bin Salmán, sin olvidar a un «viejo amigo», el ex presidente Trump. Todas ellas variables de soft power que ilustran en el imaginario colectivo las nuevas alianzas del Kremlin.

Este súbito viraje geopolítico asiático ha evitado el aislamiento y la condición de paria internacional de una Rusia hoy fortalecida por un papel cada vez más activo en el Sur Global. Moscú lo ejerce vía BRICS ampliado este 2024 a aliados como Irán y Arabia Saudita; toda vez Rusia atiende sus intereses en Oriente Próximo (Palestina, Irán, Mar Rojo), avanzando en acuerdos comerciales y militares con países asiáticos (principalmente China, India y Corea del Norte) y diseñando una nueva relación con África en materia geoeconómica.

Incluso comienzan a emerger nuevos líderes asiáticos que muestran su admiración por Putin como «hombre fuerte» y que ansían reproducir su modelo. Un ejemplo de ello fue la victoria (57% de los votos) del hasta ahora ministro de Defensa Prabowo Subianto en las recientes elecciones indonesias. Subianto sucedería así a otro admirador regional de Putin, el ex presidente filipino Rodrigo Duterte (2016-2022).

Por otro lado está Turquía. Suspendidos los vuelos directos desde Europa, Estambul se ha convertido en el enlace aéreo más demandado para conectar con Moscú y otras grandes ciudades como San Petersburgo, Kazán y Krasnodar a través de líneas aéreas como las turcas como Turkish Airlines y Pegasus y las rusas Aeroflot y Rossiya Airlines.

Esto refuerza la condición estratégica que tiene Turquía para Rusia, ampliada ante la realidad que igualmente supone acoger una notable diáspora rusa que salió del país tras el comienzo de la guerra y principalmente ante el decreto de movilización militar parcial. De acuerdo con el Instituto de Estadística de Turquía, este país recibió a partir de 2022 a unos 123.000 rusos, constituyendo una cuarta parte del total de la inmigración recibida por el país euroasiático. En segundo lugar se ubican los ucranianos (40.000 personas, 8% del total de inmigrantes).

No obstante, la súbita «asianización» geopolítica de Rusia aborda también múltiples retos para su política exterior y de seguridad, que pueden terminar comprometiendo a Moscú involucrándose en conflictos geopolíticos a priori fuera de sus imperativos estratégicos y esferas de influencia para las próximas décadas, en especial Taiwán, la península coreana, el rearme de Japón, la alianza regional AUKUS entre EEUU, Gran Bretaña y Australia y las tensiones limítrofes en el mar de China meridional.

Así mismo, las alianzas rusas con Turquía e Irán implican también al Kremlin en el siempre complejo y riesgoso avispero de Oriente Próximo. Tampoco se debe olvidar la esfera euroasiática ex soviética, tradicional «patio trasero» ruso. Destacan aquí Asia Central y el Cáucaso, polarizadas entre sus históricas relaciones y la dependencia energética con Rusia, sus alianzas económicas con la pujante China y ciertas aspiraciones prooccidentales (Georgia, Armenia). La invasión militar rusa a Ucrania ha provocado igualmente algunas brechas de confianza en las relaciones de Moscú con los países centroasiáticos y caucásicos.

Convencido en el pragmatismo de las relaciones bilaterales, el Kremlin es consciente de que sus aliados China, Irán, Turquía, Corea del Norte e India no le criticarán ni le sancionarán por temas como los derechos humanos o la democracia en Rusia, a diferencia de lo que ocurre dentro de las maltrechas relaciones ruso-occidentales. El talante autoritario de los regímenes políticos de estos aliados del Kremlin supone una condición favorable para los intereses rusos.

Así mismo, la «asianización» puede intuir una estrategia geoeconómica por parte de Putin que le permita reducir ciertos visos de dependencia económica y tecnológica rusa de Occidente. A cambio, Rusia progresivamente podría terminar dependiendo aún más de potencias emergentes como China e India. Con ello, la iniciativa permite anclar esas alianzas rusas hacia potencias económicas (China, India, Indonesia) que definirán la nueva fisonomía del poder global en este siglo, sin olvidar tampoco a potencias energéticas (Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos) y otras con capacidad militar (Turquía, Irán) que le permitirán a Putin mantener la «economía de guerra» en Ucrania y su previsible confrontación con Occidente.

Por todos es conocida la famosa frase de Putin de considerar el fin de la URSS como la «mayor catástrofe geopolítica del siglo XX». Conscientes de haber aprendido las duras lecciones del período post-soviético, Putin y las elites actualmente instaladas en el Kremlin han logrado, al menos de momento, blindar a Rusia de cualquier amenaza exterior que suponga una eventual nueva desintegración estatal, en este caso de la propia Federación rusa.

Lejos del colapso expectante que se auguraba en varias capitales occidentales tras la invasión militar en Ucrania, la Rusia de 2024 parece recuperar la iniciativa con fuerza y confianza. Pero a largo plazo los retos pueden resultar arriesgadamente complejos, lo que medirá la consistencia de su régimen político y la lealtad ciudadana al mismo. Sea como sea, Rusia abre un nuevo (y quizás inédito) capítulo en su historia.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

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EL MUNDO ÁRABE, ISLÁMICO Y SUS RELACIONES CON OCCIDENTE

F. Javier Blasco Robledo*

Con independencia de que hoy España haya sido víctima de una de las mayores felonías que haya sufrido jamás, si no la mayor de ellas. Cosa, de la que pronto espero escribir y denunciar largo y tendido, y de que, en lo personal, recientemente, haya tenido que lidiar con la mayor pérdida que un hombre casado puede tener en su vida, hoy quisiera presentar un tema totalmente ajeno a lo dicho y que llevaba en el tintero y en mi ordenador cierto tiempo.   

Por suerte o por desgracia para unos u otros, el núcleo duro y más importante de los árabes e islamistas se concentra en la región conocida como Oriente Medio o Próximo. Una región, antaño un páramo desértico y cuasi estéril y hoy en día, llena de posibilidades tras haberse encontrado en sus confines las mayores reservas de petróleo y de gas mundiales, conocidas hasta la fecha.

Un territorio montañoso, extremadamente cálido y ampliamente desértico que, antes de la mencionada aparición, no era objeto de deseo o codicia por parte de las potencias colonizadores occidentales, salvo por aquello, muy en boga en tiempos pretéritos, de sumar metros cuadrados a sus bastos imperios, a los que realmente, difícilmente podían atender con los recursos y medios de la época; máxime, si estos eran casi o totalmente baldíos.

Un terreno hostil de por sí, al que, además había y hay que añadir que es un auténtico avispero en ebullición, un lugar donde las rencillas por cuestiones de raza, religión, vecindad o por la mera imposición de vecinos no deseados, como Israel, hacen que sea prácticamente imposible la convivencia o la paz, ni encontrar una postura común duradera y férrea en los aspectos económicos, industriales que abra un camino de proyección hacia un próspero futuro socio cultural.

Allí y desde hace muchas décadas, unos por otros, las guerras, las intrigas, los ataques y las múltiples traiciones están a la orden del día. Los conflictos en la zona van en aumento en número e intensidad. Por otro lado, son perennes, arraigados y tan fratricidas que los lleva a sacrificar a pueblos enteros por cualquier causa inconcebible para alguien ajeno al lugar, pero que, a sus ojos o creencias, está mucho o totalmente justificada.

Una vez puesto a correr a borbotones y por doquier el maná del petróleo y sus derivados en ese mundo de constantes y largas guerras entre hermanos o vecinos, Occidente supo encontrar rápidamente su sitio para hacer negocios sucios con ellos mediante la imposición de cambios en sus modos y usos de vida o la instrucción de sus fuerzas armadas y la venta masiva de armamento moderno primero y después, de tecnología para que ellos mismos pudieran desarrollarlos bajo su patente o especial apoyo, a cambio de diversos tipos de concesiones energéticas y contratos muy beneficiosos para el foráneo.

En el campo del mecenazgo interesado, el doble mando o simplemente la tutela disfrazada ―tras el fin de la II Guerra Mundial― fueron los EEUU los primeros en ver y usar sin tapujos las posibilidades de negocio e influencia sobre una zona muy rica casi a perpetuidad, una vez comprobado que ellos no jugaban ningún papel en la vergonzosa partición de tales bastos territorios conocidos hasta entonces por el Medio Oriente Otomano; partición, que fue llevada a cabo en secreto por dos sicarios, cuando con el consentimiento de Rusia, el francés François Georges-Picot y el británico Mark Sykes negociaron el ahora conocido y famoso Acuerdo Sykes-Picot (1916).

Acuerdo que no solo supuso un simple reparto de unos baldíos y casi despoblados territorios, sino de facto, una partición y brusca separación de pueblos, razas, religiones y costumbres; partición y separación, que se siguen arrastrando o, por ende, son la causa de provocar la mayor parte de los conflictos en la zona, desde entonces. 

Así pues, EEUU no solo ha venido jugando un papel de explotador encubierto mientras necesitaba el petróleo que allí se producía, sino también de mecenazgo e influencia total, forzando el cambio de sus usos y costumbres en países que no los apoyaban como el propio Irán, lo que llevó a la revolución de 1979 con el derrocamiento del Sha Mohammad Reza Pahleví y la restauración de la República, al cambio radical de los modos que aquel trajo y desde entonces pasó a convertirles en un eterno e irreconciliable enemigo de los norteamericanos y de todos aquellos que le bailan el agua.

A pesar de tal traspiés, EEUU ha seguido manteniendo sus acciones en una amplia área de influencia en la zona, llevándole a invadir Iraq en defensa de Kuwait y principalmente en apoyos de todo tipo a Israel, Jordania y Arabia Saudí, con los que mantiene vínculos inquebrantables tal y como se percibe en todos y cada uno de los conflictos en los que interviene alguno, varios o todos de los citados anteriormente.

Rusia por su lado, tampoco se ha rezagado en buscar sus áreas de influencia, negocio y expansión y así clavó sus ojos y esfuerzos en Siria y sus tiránicas dinastías reinantes que, si aún permanecen en pie, es solo y gracias al inquebrantable apoyo ruso a cambio de permitirles a estos poder establecerse en lugares y puertos estratégicos, lo que les da una buena cobertura a sus despliegues, principalmente navales, en el Mediterráneo.

Fue bajo la presidencia de Trump cuando, a la vista de la decreciente y casi nula dependencia o necesidad norteamericana del petróleo de Oriente Medio y fundamentalmente por el costo que suponían los mencionados apoyos en inversiones, despliegues militares y demás acciones económicas o comerciales cuando EEUU empezó a recoger velas y ―al igual que ha ocurrido en Afganistán― amplias zonas y gobiernos de diverso pelaje han quedado abandonados a su suerte con lo que, en consecuencia, han aumentado los conflictos en la zona y, como de costumbre, cada vez que una potencia abandona el control o mecenazgo un estado o región, otro u otros rápidamente, tienden a heredar dicha influencia y en este sentido vemos claramente que Rusia trata de mejorar sus constreñidas posiciones y también a un Erdogan, el turco, que tampoco descarta convertirse en un líder político religioso apareciendo y tratando de influir de una forma u otra, como el perejil en todas las salsas.

Biden que recogió el guante de su predecesor en la política de abandonos consumando algunos muy notables, parece que se está viendo forzado a recuperar posiciones, al menos por el momento, debido al presente conflicto entre Israel y las importantes guerrillas de Hamás en Gaza y de Hezbollah en el Líbano que, a modo de pinza militar, han forzado y están llevando a Israel a protagonizar un nuevo y quizá el más importante conflicto de su historia reciente. Guerrillas, que ya nadie duda que han sido creadas, alimentadas, entrenadas y protegidas por Irán con la finalidad de mantener la inestabilidad en Israel, su mayor enemigo, y en busca de una desproporcionada reacción de los israelíes que vuelva a poner en su contra a todos o a la mayoría de los pueblos árabes de la zona. Nunca hay que olvidar que es Irán quién mantiene viva su ferviente e inquebrantable promesa de erradicar del mapa a Israel como pueblo y nación.

Los demás actores occidentales como Francia, Italia o Reino Unido, no han podido o sabido mantener sus zonas de acción o influencia y algunos, como Francia, decidieron buscar pingües beneficios en zonas más al sur adentrándose en África, zona que, por cierto, se está complicando mucho desde hace unos años, por lo que ahora parece estar decidida a abandonarles a su suerte, por carecer de la capacidad militar que se requiere para tamaña empresa.

Por su parte, otros países, como Arabia Saudí o Qatar, han sabido encontrar en el aprovechamiento de sus recursos naturales, la fuente de diversificar sus economías en la creencia y convencimiento de que el petróleo, hoy por hoy inagotable, en un día no muy lejano, va a contar con un menor mercado o reclamo dados los rápidos cambios hacia otros medios de energías no fósiles y por tanto, más limpias y menos contaminantes que, poco a poco, se van introduciendo en la mente y en la economía de todos los países, hasta que el consumo de aquellos llegue a reducirse al mínimo.

Con este panorama por delante, va creciendo por momentos la apertura de muchos de sus moradores hacia Occidente y aunque sus intereses fuera de zona inicialmente eran mínimos; hoy en día, abarcan muchos aspectos del mundo industrial, el deporte de elite, la generación de espacios verdes, importantes obras de arquitectura e infraestructura en lugares donde no había nada salvo arena o agua de mar, el aprovechamiento de todo tipo de recursos y sobre todo la compra de importantes empresas, patentes de medios y máquinas con las que se aseguran un puesto en el desarrollo y la búsqueda del confort propio y ajeno en fechas próximas, cada vez menos lejanas.

A pesar de que las fobias siguen siendo mayores e irreconciliables entre ellos y la existencia de un enemigo, prácticamente común (Israel), al que durante los últimos sesenta años han combatido y asediado en diversas ocasiones, tanto de forma individual como colectiva, es la religión y su diversa interpretación del Corán (chiitas y sunnitas), a lo que hay que unir la problemática derivada de la ubicación o del libre acceso a las cuidades sagradas en su obligatoria peregrinación ―al menos una vez en su vida― lo que más les lleva a su exacerbado distanciamiento.

Encontrar la forma de hacer daño a sus incomodos o irredentos vecinos es la norma imperante en una zona del mundo que gasta ingentes cantidades de dinero en combatir o amenazar directamente o, como ya se ha mencionado, en crear, alimentar, mantener y entrenar miles de terroristas concentrados en unos pocos, pero compactos y bestiales grupos terroristas, que son tan extremistas que no les importa sacrificar lo que fuera menester, con tal de hacer daño a quien les molesta o les pueda interferir en un futuro.

En definitiva, creo que a pesar de que sus conflictos no solo se mantienen sino que aumentan en volumen o intensidad, las relaciones comerciales, industriales, políticas y sociales entre Oriente Medio y Occidente irán incrementando el cambio de sentido y cada vez serán más y mayores las búsquedas en los aspectos y facetas de inversión o negocio que provenga de ellos hacia nosotros, que, a la inversa, como tradicionalmente ha venido ocurriendo.

En el capítulo de los intermediarios vemos que China, por primera vez, aparece con fuerza en este campo y lugar de actuación. Las causas de ello son varias y principalmente apuntan a que Xi Jin Ping quiere jugar un papel de mayor protagonismo en la pacificación de los conflictos internacionales, quiere aparecer como un hombre de paz junto a Biden, a pesar de los grandes y calientes problemas que tiene en sus fronteras y por su imparable expansión por el mar meridional de China y quizá también, como una forma de proteger su renovada Ruta de la Seda. Protagonismo emergente y con fuerza que puede que sea una causa más para que Turquía, Jordania y Qatar hayan cambiado recientemente, la intensidad y hasta el rumbo de sus apoyos pacificadores en este conflicto.

Es necesario recalcar de nuevo que en el aspecto de futuros encontronazos o verdaderos conflictos, no tiene pinta de que vayan a decrecer en número ni en intensidad, más bien lo contrario, tenderán a aumentar en ambos aspectos y por ello, la zona será mucho más conflictiva; fundamentalmente, cuando Irán sea oficialmente admitido por la Comunidad Internacional como una potencia nuclear ―ya lo es de facto por el abandono, dejadez o intereses ocultos de EEUU―, lo que sin duda obligará a Israel a aumentar sus arsenales nucleares y la capacidad y precisión de los actuales y, con alto grado de probabilidad, algún país rico como Arabia Saudí y otros, a la vista de que su acérrimo enemigo Irán vaya por delante en materia ofensiva de tal calado, se anime a unirse y se suba al carro, con lo que la zona constituirá un hervidero de artefactos nuclear en manos de lunáticos, ineptos o irreconciliables enemigos.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.