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MÚNICH 2025

Roberto Mansilla Blanco*

Putin pronunciando su discurso durante la Conferencia de Seguridad de Múnich.

 

Mucho se ha comparado en los medios de comunicación, principalmente españoles, que la conversación telefónica entre Putin y Trump para iniciar negociaciones de paz en Ucrania, previo a la Conferencia de Seguridad que cada mes de febrero se realiza en la localidad alemana de Múnich, tiene paralelismos con la política de apaciguamiento que Francia y Gran Bretaña tuvieron en 1938 con Hitler y que terminaron en el infame Pacto de Múnich en el que el dictador alemán terminó anexionando por completo a Checoslovaquia.

Esta narrativa mediática intenta sostener que el mismo destino de Checoslovaquia podría tenerlo Ucrania si Trump finalmente logra concretar con Putin esa negociación que, cuando menos temporalmente, ponga en la mesa un alto al fuego en una guerra cada vez más estéril para un Occidente atenazado por el «terremoto Trump» y la paciencia táctica y estratégica de Putin. No debemos olvidar que fue precisamente en la Conferencia de Múnich de 2007 cuando Putin dio un «golpe en la mesa» y puso fin a la etapa de complacencia de la Rusia post-soviética con Occidente, adelantando las directrices de la nueva reorientación geopolítica rusa.

En 2025 no le hizo falta a Putin realizar algún tipo de discurso reivindicativo: la realpolitik se ha encargado de terminar dictando su sentencia, cuando menos temporal, sobre la validez de los intereses geopolíticos rusos y la necesidad del Kremlin de mantener el control sobre sus esferas de influencia, Ucrania obviamente incluida.

Múnich vuelve este 2025 pero el contexto es bastante más complejo que esas referencias de 1938 y 2007. Mientras el vicepresidente estadounidense J. D. Vance se reunió en esa ciudad con el presidente ucraniano Volodymir Zelenski (muy probablemente para anunciarle que Washington no cuenta con Kiev para esta negociación con Rusia), la conferencia de seguridad ocurre en vísperas de unas elecciones generales alemanas donde la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), considerado un aliado del Kremlin, cabalga con fuerza para eventualmente formar gobierno.

Por otro lado, este 17 de febrero, el presidente francés Emmanuel Macron convocó en París a una cumbre urgente de seguridad para intentar fijar (al final infructuosamente) una posición común europea ante el «pacto Trump-Putin». Desplazadas de la atención de Washington y de Moscú, la UE y Ucrania se ven prácticamente incapacitadas para reconducir una negociación en la que los mandatarios de EEUU y de Rusia tienen muchos intereses comunes.

Zelenski pide ahora la creación de un «ejército europeo» para mantener viva la lucha en Ucrania (lo que puede interpretarse como una especie de «canto de sirena» a la desesperada), Macron se comunicó telefónicamente con Trump previo a la cumbre de París, lo que traduce que el anfitrión francés ni siquiera tiene muy claro el guion que debe asumir: si seguir siendo dependiente de las decisiones de Washington o dar el «golpe de timón» con una iniciativa europea propia ante las pretensiones estadounidenses y rusas de apartar a Europa y Ucrania de estas negociaciones.

Pero Europa aparentemente se ve decidida a seguir manteniendo el pulso con Moscú. Estonia, Finlandia y Dinamarca advierten de una Rusia militarmente más fortalecida a mediano plazo y con capacidad para expandir sus fronteras más allá de lo territorialmente ganado en Ucrania. Las repúblicas bálticas, miembros de la OTAN y de la UE, anunciaron a «bombo y platillo» y con la complacencia de Bruselas, su desconexión energética de Rusia. Ahora bien, la nueva factura de la luz, obviamente encarecida, ¿quién la terminará pagando?

EEUU y Rusia enviaron delegaciones a Arabia Saudí este 18 de febrero en previsión de una negociación unilateral Trump-Putin. Ambos mandatarios enviaron como jefes de delegación al Secretario de Estado Marco Rubio y al ministro de Exteriores Serguéi Lavrov. No es poca cosa, obviamente, como tampoco lo es el hecho de que las conversaciones se realizaran en la capital saudita, Riad. Esto fortalece las pretensiones geopolíticas sauditas de jugar fuerte en el tablero internacional, aspiraciones reforzadas a nivel regional tras la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria y la influencia de Riad en las nuevas autoridades en Damasco.

Paralelamente, Zelenski se reunía en Ankara con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, otra cumbre a tomar en cuenta porque confirma el papel de Turquía como mediador de importante nivel en estas negociaciones a varias bandas entre Trump y Putin. Como en el caso de Irán para Rusia, Turquía ha sido un prolífico suministrador de drones para Ucrania, toda vez que mantiene equilibrios estratégicos en torno a Rusia, la OTAN, EEUU, China e incluso en la nueva Siria donde tiene una influencia importante en el nuevo gobierno post-Asad.

Tres años después del comienzo de la guerra en Ucrania ya se habla abiertamente de negociación y de paz. Zelenski y Putin están desgastados en un conflicto militar en el que Occidente y la OTAN observaron su incapacidad para doblegar a una Rusia muy probablemente más fortalecida y que avanza en un reordenamiento «patriótico» que presagia una nueva política de seguridad y de defensa, menos condescendiente con Occidente y más orientada a fortalecer los históricos imperativos de seguridad rusos.

Zelenski está sufriendo en carne propia los efectos duros de la realpolitik. En su momento prometió que nunca se sentaría a negociar con Putin los territorios conquistados por Rusia. Pero el contexto 2025 dicta otra sentencia: Trump anuncia la imposibilidad de ingreso de la OTAN y de retorno a las fronteras de 2014 (Crimea fue anexionada por Rusia ese año) mientras especula con que Ucrania «probablemente terminará también siendo rusa».

Así que debemos preguntarnos: ¿Game over en Ucrania ante la realpolitik pura y dura? No está muy claro el panorama pero lo único perceptible es que el principal ganador es Putin, quien llevó a cabo una guerra en la que finalmente está dictando las pautas de la paz básicamente bajo sus condiciones: mantener lo territorialmente conquistado en Ucrania como esferas de influencia irrenunciables; y evitando que Kiev ingrese en la OTAN.

Por su parte, Trump, desinteresado por el futuro de Ucrania, estaría dispuesto a atender estas demandas de Putin probablemente bajo la perspectiva (quizás ingenua) de intentar alejar a Rusia del eje euroasiático con China, el «dolor de cabeza» de Trump. Esta perspectiva es importante tomando en cuenta que Trump está cortejando a India y Japón como nuevos ejes geopolíticos de influencia para contrarrestar el poder chino. No obstante, India y Rusia tienen a China como un socio estratégico (más importante en el caso ruso) vía BRICS y otros foros multipolares orientados a disminuir la hegemonía occidental y «atlantista».

Por cierto, China también observa con atención estos movimientos. Beijing siempre ha defendido el diálogo como mecanismo de solución de controversias y la participación de todos los actores en la negociación, una paz en Ucrania supone un bálsamo que le permita neutralizar el esfuerzo bélico de su aliado ruso mientras se prepara para la cada vez más indisimulada confrontación geopolítica y geoeconómica por parte de EEUU.

De ser este el caso, Beijing precisará cuando menos del apoyo irrestricto por parte de su aliado ruso, hasta ahora beneficiado por la neutralidad china en el conflicto ucraniano. Un quid pro quo, un factor de reciprocidad de alto nivel geopolítico que pondrá a prueba la alianza sino-rusa ante los embates del «terremoto Trump».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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SOLDADITOS DE PLOMO

F. Javier Blasco*

Recuerdo que, en mis años de niñez e infancia ―décadas de los 50 y 60 del siglo pasado― era muy frecuente que los chavales tuviéramos una colección, más o menos grande, de soldaditos de plomo con los que jugábamos durante horas, hasta que se nos anunciaba que era la hora de ir a cenar.

Aquellos soldaditos hechos para durar, eran construidos en moldes de hierro, rellenos de plomo candente y que, posteriormente, cuando se enfriaban y sacaban de dichos moldes, se pintarrajeaban con diversos colores dándoles forma y significado. Eran un claro y eficaz precedente o sustituto de lo que vendría a sucederles unos años más tarde con el plástico y mucho mejor con los primeros juegos de ordenador o de la mundialmente famosa Play Station que han sobrevivido hasta la fecha.

Cada chaval se constituía en un mariscal de campo y movía sus tropas, cañones, aviones y carros de combate de plomo a su antojo, enfrentado unos a otros sin cesar y viendo como el bando que más tropas tenía o mejor jugaba sus estrategias, finalmente se alzaba con la victoria.

Pues bien, algo parecido es lo que el mundo y la llamada Comunidad internacional (CI) ―principalmente la UE, la OTAN, la ONU y los EEUU― han venido haciendo sobre el tapete del territorio ucranio donde se manejaban y movían tropas de los dos bandos en liza (Rusia y Ucrania) apoyadas ―más bien menos que más― por una serie de actores externos, que se creían o más bien se auto engañaban con el hecho de que a su entender, estaban haciendo lo correcto para que el conflicto no pudiera durar más. Que Ucrania con nuestro apoyo iba a resistir y que Rusia, agotada de tanto esfuerzo y casi aislada internacionalmente en su empeño, tarde o temprano acabaría por sucumbir.

Han pasado los días, las semanas, los meses y hasta tres años y el conflicto con sus altos y bajos sigue instalado en los mismos confines; algunas conquistas de territorio y unos pocos cientos de miles de bajas entre ambos bandos. Pero no ha servido más que para demostrar aquello que algunos «precipitados» dejamos bien claro negro sobre blanco desde casi el inicio de la confrontación, Rusia acabaría venciendo, Ucrania se vería obligada a claudicar deshonrosamente y la CI en su conjunto con algunos de sus actores en particular, quedarían como lo que verdaderamente son, unos inútiles, zampabollos y bebe fantas que solo sirven para figurar, hacer caja personal y tratar de vender unos productos que no sirven para casi nada y mucho menos para vencer en un conflicto como el presente  con la significancia e importancia de los variopintos medios que han aparecido en escena o mejorado en los últimos tiempos.

Hechos irrefutables, que se verían acelerados, si Trump volvía a ser reelegido en EEUU, ganaba las elecciones y volvía al tablero internacional; pero esta vez, con mayor conocimiento de la capacidad real de los actores en el escenario, memorizadas las lecciones aprendidas de anteriores conflictos y nulas alianzas y con la urgencia de tener que aprovechar al máximo las posibilidades que le brinda este segundo y último período de mandamiento presidencial.

Quisiera decir que son numerosas las ocasiones en las que he mostrado por escrito este pensamiento y pronóstico en mi blog, pero sobre todo y por no cansar, recomendaría el repaso de los siguientes artículos: Últimos reajustes en el orden mundial de febrero de 2024, Los estertores de la decadente comunidad internacional del pasado mes de enero.

Tal y como pronosticaba en ambos, ha bastado la simple presencia de Trump al mano de EEUU para que todo, absolutamente todo, cambie; pero la razón de ello no es debida a reajustes en la personalidad del presidente norteamericano, sino al hecho de que no se le hizo caso cuando venía avisando de lo que podía ocurrir y lo hizo, además, con tiempo y reiteradas veces desde mediados de su primer mandato.

Ahora todos a rasgarnos las vestiduras, a protestar con la boca pequeña o cuando no nos escucha (como es el caso de España) y a considerarle un loco cuando propone e implementa soluciones rápidas, sencillas y más económicas por muy sangrantes y duras que inicialmente parezcan.

El tiempo de la leche en polvo, el queso de bola y la Coca Cola gratis para Europa acabó hace muchos años, pero nosotros nos hemos venido resistiendo a aceptarlo, tratando, al mismo tiempo, de engañar al rey del engaño y la añagaza.

Trump ya no está dispuesto gastar un dólar más en un continente de vagos que vienen mendigando su seguridad desde el final de la II Guerra Mundial sin gastar, proporcionalmente ni la mitad de lo que nos correspondería a los demás.

Sabe manejarse con los más poderosos y sobre todo con aquellos que lo son de verdad porque no les teme en absoluto, les trata de igual a igual y les deja bien claro que el que se ría, se arrugue o proteste se queda sin salir en la foto o se va a la cama sin cenar. Razón por la que cree poco o nada en la mastodóntica, costosa y poco resolutiva OTAN en Bruselas, organización que para sobrevivir se ha tenido que reinventar en varias ocasiones para convertirse en un club de amigotes militares y diplomáticos de alta graduación donde pasan el tiempo con muy buenos sueldos y poco o nulo resultado. Alianza donde resulta muy difícil la adopción de medidas rápidas y eficaces por los intereses nacionales de cada uno y porque ha crecido tanto que es imposible gobernar. No me extrañaría nada que, como tal, tenga los días contados o se reduzca, en mucho su formato y composición actual.

Necesita, con pocos esfuerzos y a ser posible de simples plumazos, escampar el horizonte, ahorrar medios humanos y economizar gastos y esfuerzos nacionales para dedicarlos a su seguridad inmediata al norte y sur de sus fronteras y en sus flancos principalmente en el Ártico. Y, al mismo tiempo, ganar tiempo para sus desplazamientos logísticos, principalmente por mar, haciéndolos más cortos y seguros que hasta ahora. Tiene mucha necesidad de tierras raras, petróleo y otra serie de materias primas que las obtendrá como sea necesario, ya que no cree mucho en los agoreros que insisten en la necesidad de luchar contra lo que pregonan que influye en el cambio climático de forma sin par.

Oriente medio le preocupa algo, pero menos de lo que muchos piensan porque sabe que con un ligero apoyo a Israel, la paz, la suya, en la zona quedará asegurada o al menos sellada por mucho tiempo y sus principales enemigos allí, serán barridos del mapa en pocos días. No se anda con chiquitas y al puro estilo imperialista, manejará el mundo a su antojo y aquellos otros que aspiren a ser algo en la esfera internacional como Rusia y China o hasta la India podrán jugar a ser mayores, pero deberán seguir su estela porque aún les queda mucho que aprender y desarrollar y sobre todo actuar con mucha cautela para no molestarle en su torpe caminar.

La pobre y desvalida UE, exhausta por la ausencia de potentes liderazgos y capacidades políticas entre sus dirigentes y de tanto malgastar en cosas poco palpables o productivas, pero desarmada y sin política exterior clara y fuerte, se convertirá en un cliente más, a la cola de aquellos otros que por su capacidad de expansión, número de habitantes y posibilidades industriales le interesen mucho más.

Su famoso frase de «Hacer de nuevo grande a EEUU» no es, tal y como muchos piensan, un simple y fácil slogan electoral; al contrario, es algo en lo que él cree de verdad y tal como le van las cosas ―en tan corto espacio de tiempo― veo muy difícil o casi imposible que algo o alguien le sea capaz de frenar.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

UCRANIA: LA «GUERRA Y PAZ» DE PUTIN

Roberto Mansilla Blanco*

Donald Trump, Vladimir Putin, Volodimir Zelensky, Björn Höcke (líder de AfD), Martin Sellner (líder de la Neue Rechte de Austria) y el intelectual conservador Götz Kubitschek.

 

«No es realista el ingreso de Ucrania a la OTAN ni tampoco el retorno a las fronteras de 2014». Esto no lo dijo Vladimir Putin sino el nuevo Secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, en su visita a la sede de la OTAN en Bruselas. La puesta en escena no podía ser más estratégica y relevante. Con ello, la administración de Donald Trump lanzaba un contundente mensaje precisamente en el centro de operaciones del «atlantismo», rompiendo así por completo tres años de apoyo irrestricto por parte de Washington al presidente ucraniano Volodymir Zelenski.

«Hagámoslo». Fue la respuesta de un Zelenski acorralado pero que intenta salvar su imagen tras acusar el golpe tectónico asestado por los 90 minutos de conversación telefónica entre Trump y Putin que dan paso al inicio de negociaciones (sin su participación) para finalizar la guerra en Ucrania o, al menos, generar un cese al fuego. ¿Recuerdan cuando Trump llegó a decir que solucionaría la guerra en Ucrania con un par de llamadas? Pues así fue. Una conversación Trump-Putin en la que Zelenski no participó pero de la que fue informado a posteriori demuestra su irrelevancia e intrascendencia, tan similar al trato que Trump y Putin han dado a la Unión Europea y la propia OTAN.

Así, Zelenski pasó de ser en su momento (2022) el «personaje del año» y el «paladín de la libertad» contra la «barbarie rusa» a prácticamente no jugar ningún papel relevante en una guerra en la que han invadido su país. Y la UE y la OTAN han pasado a ser meras comparsas en los planes de Washington y Moscú, sin descartar que Beijing mira con atención y tradicional discreción cómo evolucionan los acontecimientos.

En vísperas del tercer aniversario del inicio de la guerra en Ucrania, el contexto geopolítico determinado por el «terremoto Trump» y la paciencia táctica de Putin daba a entender que algo estaba negociándose entre Washington y Moscú. El tono tolstoniano expresado en el titular de este análisis interpreta que el mandatario ruso, haciendo gala de la proverbial «paciencia rusa», ha sido el auténtico artífice y maestro de ceremonias de este acuerdo aún en ciernes y en fase de toma de contactos, obteniendo prácticamente todas las demandas que tenía precisamente guardadas para la mesa de negociación.

Ya desde comienzos de 2024 y durante la campaña electoral, Trump dio muestras de querer poner fin al tema Ucrania. A grosso modo, el excéntrico mandatario estadounidense no engañó a nadie: Ucrania no le interesa más allá de sus «tierras raras», una buena parte de ellas precisamente bajo el control del Kremlin tras la «operación militar especial» iniciada en febrero de 2022.

Trump quiere desembarazarse de la pesada carga económica, militar y geopolítica que supone Ucrania para concentrar sus objetivos en su principal rival: China. Y en ello le van ciertos imperativos geopolíticos; mientras negocia la paz en Ucrania y busca con ello retomar los canales de relación con Putin para eventualmente alejarlo (probablemente de manera infructuosa) de su alianza estratégica con China, el mandatario estadounidense amenaza a Canadá, Panamá, México y hasta Gaza con anexarlos o «borrarlos del mapa» si no se atienen a sus intereses. Sus prioridades son otras. Y entre ellas no está Zelenski.

El imparable ocaso de Zelenski

La indiferencia de Trump con Ucrania y los compromisos de la OTAN son patentes. Llegó a decirle a Zelenski que Ucrania «podría llegar a ser rusa algún día». A diferencia de la complacencia que tenía con la administración Biden y consciente de su debilidad y escaso margen de maniobra, Zelenski recomendó un «acuerdo ventajoso con Washington», lo que es igual a decir que abre la veda para la explotación de tierras raras, las reformas y privatización económica y ventajas en la reconstrucción post-bélica a cambio de seguridad.

Incapaz de revertir militarmente la situación en el frente y desconociendo la realpolitik, Zelenski, quien siempre juró que no se sentaría a negociar una paz sin antes asegurar el control de los territorios ucranianos previos a la invasión rusa, ahora se ve en la obligación de ceder e incluso acepta que ese ingreso en la OTAN es prácticamente inalcanzable, tal y como advirtió Hegseth en Bruselas.

Queda por ver cómo quedará la posición de Zelenski especialmente a nivel interno y cómo le «vende» este acuerdo a una sociedad ucraniana cansada de la guerra pero que aún es incierto conocer si es favorable a conceder territorios. Así, ¿es posible una reproducción de un «Maidán» en Kiev pero al revés, ya no contra un presidente prorruso como Viktor Yanúkovich sino contra un presidente que ha cedido ante el enemigo ruso? Esta interrogante coloca en el centro de atención a una extrema derecha nacionalista ucraniana que ha ganado peso político y popularidad con su resistencia al invasor ruso.

Visto en perspectiva comparativa, y al igual que a la oposición venezolana con respecto al poder de Nicolás Maduro, a Zelenski le está pasando factura el cambio de poder en la Casa Blanca y la imparable maquinaria de los intereses geopolíticos. Trump sólo atiende a aquellos que realmente tienen poder en sus manos, desde Putin hasta Maduro.

En el caso venezolano, cuya diáspora en EEUU votó mayoritariamente a Trump (más del 90%), ahora cae de bruces con la misma realpolitik que está desgastando a Zelenski. Las órdenes de deportación de Trump de inmigrantes ilegales y la cancelación del TPS afectan a 600.000 venezolanos en EEUU.

Maduro recogió el guante y le aseguró en Caracas al enviado de Trump, Richard Greeling, que está dispuesto a colaborar con Trump en ese sentido: recibir a esos inmigrantes venezolanos ilegales. Por otro lado, el cierre de USAID por parte de Trump deja a la oposición venezolana y a Zelenski sin una fuente de ingresos y de apoyo político «humanitario» que ahora la Casa Blanca amenaza con destapar en sus entrañas, especialmente en cuanto al uso de esos recursos.

En definitiva, Putin, con el fait accompli de Trump, terminó geopolíticamente ganando este pulso en Ucrania (y también en Venezuela) mientras avanza en el frente bélico (Adviika y Provosk) Ha logrado imponer su voluntad de negociar directamente con Trump sin intermediarios ni interferencias. Lo que no queda claro es si lo que viene para Ucrania es el «punto final» del conflicto o más bien un «punto y aparte».

Países miembros de la OTAN geográficamente muy próximos a Rusia, como Estonia, Finlandia, Dinamarca y Polonia, advierten sobre las intenciones futuras del Kremlin de querer avanzar sus fronteras con nuevos ataques militares, preparándose a mediano plazo para una guerra que aparentemente ven como inevitable, aunque no existen certezas claras al respecto.

Putin reordena una Rusia más «patriótica»

Si bien obviamente lo ha aceptado, el plan de Trump en Ucrania ha transferido un prudente silencio en Moscú, muy similar al que existió tras la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria. Este perfil del Kremlin puede evidenciar la confirmación de una especie de quid pro quo con Washington: dejar caer una pieza estratégica como Siria (y con ello otorgar asilo a al Asad) a cambio de ventajas geopolíticas en Ucrania, la prioridad para un Putin que es consciente de que no lo es para Trump.

A la espera de cuándo y cómo se darán esas negociaciones en Ucrania, este prudente perfil ruso apunta a otra perspectiva: trazar definitivamente sus «líneas rojas» con Occidente y asegurar compromisos tangibles para su seguridad (abortar cualquier expansión occidental y de la OTAN hacia sus esferas de influencia) que pongan fin a décadas de desencuentros tras una «posguerra fría post-soviética» que vuelve a observar los cánones del sistema de balanza de poder imperante en Europa en el siglo XIX pero con las variables de la tripolaridad EEUU-China-Rusia de un siglo XXI cada vez más multipolar.

El mensaje de Putin es claro: no queremos volver a las promesas vacías occidentales de 1991 tras la desintegración de la URSS sobre la expansión de la OTAN hacia el Este europeo y el espacio ex (o post) soviético. Ucrania es la pieza clave pero también Georgia, cuyo «Maidán» fue recientemente neutralizado por Moscú con un gobierno afecto toda vez que Armenia comienza a salir de ese esquema pidiendo su ingreso en la OTAN y la UE y saliendo de la OTSC. Los acuerdos de Rusia con Corea del Norte e Irán refuerzan esa perspectiva del Kremlin de asegurar sus posiciones defensivas vía nuevos aliados militares y económicos.

Putin y la nueva nomenklatura imperante en el Kremlin están curtidos en estos asuntos. Asumieron a duras penas la desintegración de la URSS y la ausencia de un poder central efectivo para asegurar sus fronteras pero están convencidos de la imperiosa necesidad de no repetir ese escenario con la nueva Rusia que emerge en el tablero geopolítico global. Para Putin, ese acuerdo en Ucrania implicará bases firmes para fortalecer compromisos con EEUU y la OTAN de no interferir en las esferas de influencia rusas vía «revoluciones de colores» o «Maidanes». Ahora bien, ¿aceptará la «línea dura» de la OTAN esa perspectiva rusa? ¿Implicará este acuerdo en Ucrania el divorcio de Trump con la OTAN?

Para fortalecer en casa esta perspectiva de una Rusia «patriótica» que vuelve a pisar fuerte en el escenario global, el Kremlin avanza en una decidida agenda de revisionismo histórico y nueva narrativa nacionalista con elevados visos de popularidad interna.

El Kremlin potencia el revisionismo historiográfico como herramienta efectiva de poder dentro de la sociedad rusa a la hora de configurar una nueva narrativa nacionalista, fortalecida por los avances militares y la adquisición de nuevos territorios en Ucrania, la permanente confrontación con Occidente, especialmente EEUU y la OTAN, y la capacidad rusa de resistir este pulso, lo que implica cambios en la orientación geopolítica y estratégica rusas incluso vía nuevas doctrina militar de seguridad y nuclear.

Con la posibilidad cada vez más real de una negociación en Ucrania que confirme las ganancias territoriales rusas, el Kremlin se esfuerza para preparar ideológicamente a la sociedad hacia una nueva narrativa que justifique e incluso glorifique el esfuerzo militar en Ucrania como atenuante ante la permanente hostilidad occidental. Así, evitar el ingreso ucraniano en la OTAN es interpretado (con obvia certeza) como un triunfo geopolítico ruso logrado en el campo de batalla. Las reminiscencias de la «Gran Guerra Patriótica», la victoria contra el nazismo y el fascismo en la II Guerra Mundial, completa este cuadro de revisionismo histórico «patriótico» tendiente a recuperar el orgullo y la identidad rusa.

Un caso significativo de revisionismo histórico ocurrió en diciembre pasado con motivo de la defensa de una tesis por parte del metropolitano Tikhon Shevkunov, proveniente de Simferopol, la capital de Crimea, quien se ha convertido en una especie de intelectual nacionalista ruso conveniente para los intereses del Kremlin de propiciar un relato histórico «patriótico», con especial presencia en redes sociales. Miembros de la comunidad universitaria en Rusia criticaron la disertación de Shevkunov (que explicaba el colapso del Imperio ruso y cómo el poder eclesiástico terminó salvando a la monarquía zarista) como «escasamente científica», especulando con intereses políticos detrás de la misma.

Igualmente debe observarse el impacto mediático como el canal ultraconservador Tsargrad, propiedad del oligarca Konstantin Malofeev, incluido en la lista de sancionados por Occidente; y del medio de entretenimiento como Star Media, prolífico en cuanto a la producción de series de contenido histórico vinculadas a la Gran Guerra Patriótica, y que definen ese viraje conservador y nacionalista que el Kremlin imprime dentro de la sociedad rusa.

Otra clave dentro de esta estrategia narrativa es la recuperación de la idea del Mundo Ruso (Novy Mir) tanto hacia la diáspora rusa como ante el retorno a la «Madre Patria rusa» de aquellos compatriotas étnicos y rusoparlantes en los territorios conquistados en Ucrania (Donbás, Zaporiyie, Mariúpol, además de Crimea) donde el Kremlin ha invertido importantes cantidades en reconstrucción de infraestructuras bajo un proceso acelerado de «rusificación» de esos territorios.

Esta perspectiva entronca con aquellas afirmaciones de Putin sobre la desintegración de la URSS como el «mayor desastre geopolítico del siglo XX» así como de la necesidad de defender a los «25 millones de rusos» que quedaron desamparados y sin protección por parte de Moscú en las repúblicas ex soviéticas a partir de 1991.

Este proceso está reordenando las piezas políticas en Moscú bajo nuevas elites «patrióticas» emergentes que desplazan del centro de poder y de popularidad a aquellos oligarcas rusos que desde el exterior han terminado denunciando la guerra en Ucrania. Este proceso de nueva geometría de poder en Rusia podría incluso arrojar claves sobre la permanencia del sistema de poder instaurado por Putin una vez finalice su actual mandato en 2030, arrojando incluso posibles claves sucesorias en caso de desistir de una nueva reelección.

Alternativa por Alemania (AfD): la otra clave del acuerdo Trump-Putin

Pero este anuncio de negociación Trump-Putin sobre Ucrania no acontece únicamente en vísperas del tercer aniversario del inicio de la guerra sino también previo a unas elecciones generales alemanas (23 de febrero) donde el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD), considerado aliado del Kremlin, aparentemente sube en las encuestas y lo coloca con la capacidad suficiente para ganar esos comicios y liderar el otrora considerado «motor de la UE».

Independientemente si llega al poder, AfD se encamina a convertirse en el principal partido «antisistema» en Alemania y con posibilidades de ejercer influencia en Bruselas.

Tanto como el directo apoyo mostrado a AfD por parte de Elon Musk están también sus aliados europeos. Entre el 8 y 9 de febrero se celebró en Madrid un Congreso de «Patriotas por Europa» organizado por VOX que reunió a lo que ya se puede considerar como la derecha trumpista europea: además del anfitrión Santiago Abascal estuvieron el italiano Matteo Salvini (junto a Abascal señalado como aliado del mencionado oligarca ruso Malofeev), el presidente húngaro Viktor Orbán (aliado de Rusia y China), la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, entre otros.

El objetivo del congreso era unir estrategias para criticar a las elites europeístas, fomentar la alianza transatlántica del «trumpismo» y ascender al poder por la vía electoral en futuros comicios como el de Alemania o las presidenciales en Francia de 2027.

A AfD se le ha considerado como «el peón del eje euroasiático ruso-chino en la UE». La agrupación ha criticado la ayuda a Ucrania por parte del gobierno de Olaf Schölz mientras ha pedido resetear las relaciones de Berlín con Moscú bajo imperativos principalmente energéticos. El temor en Bruselas a un gobierno de AfD en Berlín con posible alianza con los conservadores de la CDU y los liberales podría haber persuadido a la vecina Austria a torpedear la posibilidad de un gobierno de coalición entre los conservadores y la extrema derecha del FPÖ, un aliado de AfD.

La política exterior de AfD defiende el principio de la no inherencia en asuntos de otros Estados. Mantiene la neutralidad en torno a las crisis de Ucrania y Taiwán mientras pide estrechar lazos con Rusia y China. También ha pedido que Alemania ingrese como miembro observador en la Unión Euroasiática y la Organización de Cooperación de Shanghai así como ampliar la cooperación con China vía Rutas de la Seda. También ha mostrado sus recelos a la hora de mantener los compromisos con la OTAN, la UE y EEUU.

En su manifiesto electoral, el AfD pide la soberanía monetaria, defiende el proteccionismo económico, considera a la UE como un «proyecto fracasado» mientras impulsa la idea de la Europa de Naciones. En perspectiva, aborda ideas muy similares a las que llevó a cabo Nigel Farage (otro aliado de Trump y de Musk) en Gran Bretaña con respecto al Brexit en 2016. AfD no descarta una especie de «Dexit», la salida de Alemania de la UE, mientras defiende la cooperación económica con China y energética con Rusia.

Para confirmar estas ideas vale la pena reproducir algunas declaraciones realizadas por los principales líderes de AfD así como del gobierno ruso que confirman esa sintonía entre la ultraderecha alemana y el Kremlin.

El candidato de AfD para la jefatura de gobierno alemana, Björn Höcke, declaró que «si fuera Canciller… mi primer viaje al extranjero me llevaría a Moscú». El ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov replicó llamando a AfD como «una fuerza importante». En una conferencia estatal en Arnstadt ante 300 personas, Höcke declaró que «Rusia se ve a sí misma como una contrapropuesta a la hegemonía universalista de la potencia mundial no europea, EEUU. La paz en Europa depende de las buenas relaciones entre Alemania y Europa con Rusia».

Según el profesor Matthias Quent, experto en extrema derecha por la Universidad de Magdeburgo-Stendal: «La AfD y el gobierno ruso tienen una asociación estratégica informal de confirmación y legitimación mutuas. La AfD y el régimen ruso comparten la lucha contra el Occidente liberal y sus valores. Ésta es exactamente la lucha que pide el asesor ultranacionalista del Kremlin ruso, Alexander Dugin».

Según el politólogo Georg Restle: «Ganar con Putin, por un nuevo orden mundial dominado por Rusia. No, eso no tiene nada que ver con una campaña contra AfD, de eso se trata exactamente el partido».

AfD se nutre mediáticamente de las aportaciones de Götz Kubitschek, ideólogo de las extremas derechas europeas partidario de las deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, principalmente de refugiados sirios. En 2015, la canciller alemana Ángela Merkel acogió casi un millón de refugiados sirios. Desde entonces, AfD ha ido creciendo exponencialmente a nivel electoral.

Otros inspiradores mediáticos de AfD son el influencer austríaco Martin Sellner (estuvo presente en Madrid en el Congreso organizado por VOX) y la también ‘influencer’ alemana Naomi Seibt, identificada en plataformas de nacionalismo xenófobo como una joven promesa. Ambos mantienen activa la red fascista global en su país.

Algunas fuentes han revelado reuniones secretas entre el AfD, la CDU y el propio Sellner para trazar estrategias de deportación masiva de inmigrantes. Incluso se utilizó, casi sarcásticamente, la referencia histórica de la Conferencia de Wansee de 1942 que tipificó la «Solución final» contra los judíos y otras minorías.

De acuerdo con fuentes informativas existen en Alemania unos 35.000 activistas de extrema derecha, 15.000 de ellos considerados como violentos fichados por los organismos de inteligencia. Desde 2015 se han verificado 1.104 de ataques violentos por parte de estos grupos.

Höcke proviene de las filas de Der Flügel (El Ala) una organización de extrema derecha muy vinculada a White Power en EEUU. Ha venido defendiendo el denominado «Proyecto Remigración. El Gran Reemplazo» que incluye reformas a los derechos de asilo, recuperación de las fronteras europeas, policías fronterizas, vallas y campos de migrantes fuera de Europa, muy similares a las ideas de la primer ministro italiana Giorgia Meloni y del húngaro Orban.

Según algunas fuentes este discurso convence a 1 de cada 5 alemanes. Es de prever que los decretos de Trump sobre deportaciones masivas de inmigrantes ilegales en EEUU sirvan de referencia para AfD y sus partidos aliados o simpatizantes tanto en Alemania como en Europa para instaurar medidas punitivas similares. Pero de cara a las elecciones del 23 de febrero, el pulso político y electoral en Alemania está mediatizado por las consecuencias colaterales de lo que se negocie por Ucrania y los pulsos geopolíticos entre Rusia y Occidente.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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