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OTRO FRACASO ENCUBIERTO EN AFGANISTÁN

Isabel Stanganelli*

“Afganistán es el modelo de lo que

se puede alcanzar en Iraq”.

George W. Bush

 

Drogas y terrorismo comparten geografía, dinero y violencia. Si fuera un negocio lícito, las drogas serían el tercer producto mundial de comercio, detrás del petróleo y de las armas. Sin embargo, el narcotráfico no solo es ilegal sino que suele ser sostener otras actividades ilegales —por ejemplo el tráfico de armas— y mantiene vinculaciones con muchas otras que forman parte del gran espectro del crimen organizado.

El opio, producto de la adormidera, es la base para producir morfina, goma de opio y heroína. Así como el Triángulo de Oro —Myanmar, Laos, Tailandia— fue fruto de la Guerra Fría, la Media Luna de Oro con origen en Afganistán lo es de la post Guerra Fría. Hoy es un gran abanico de rutas que se irradian en todas las direcciones posibles con centro en ese país.

En 2003, una hectárea de trigo rendía US$ 350. La misma superficie sembrada con adormidera requería US$ 320 en semillas y rendía US$ 6.150, casi 18 veces más. Tiene menos requerimientos, amplio mercado y puede ser conservado indefinidamente. Muy afectados por décadas de guerras, pobreza endémica y sequías frecuentes y prolongadas, esta actividad permite a los afganos comprar armas, alimentos, protección…

Por otra parte el rendimiento del cultivo hizo elevar el salario de la mano de obra por lo cual se detuvieron las tareas de reconstrucción de puentes y rutas, basadas en menores salarios. Los techos y las escuelas quedaron esperando ante la falta de mano de obra disponible. Mientras el comercio de drogas se expande, los esfuerzos legales para combatirlo quedan rezagados. 

Evolución de los cultivos

Si bien los cultivos en Afganistán son ancestrales, el uso comercial de la adormidera se inició durante la ocupación soviética del país, entre 1979-89, con los muyahidines —sostenidos por la CIA (y Rambo)—. Enviaban la morfina base a Pakistán con conocimiento de la CIA —que sostenía la resistencia— o a Turquía, donde mediante refinación se transformaba en heroína.

La resistencia a la URSS y la posterior guerra civil destruyeron las infraestructuras agrícolas, los principales canales de irrigación y rutas al mercado. Tras el retiro soviético, el país perdió los subsidios de Moscú y no recibió más ayuda de Washington ni —salvo de Pakistán— del resto del mundo. Fue la etapa de la guerra civil entre los grupos que habían repelido la invasión soviética pero que no lograron ponerse de acuerdo para el gobierno de la liberada república. Los señores regionales, líderes de tribus y clanes lucharon entre sí, provistos de importantes fuerzas a las que pagaban, alimentaban, vestían y armaban —y cuya fidelidad compraban— con el dinero que aportaban los crecientes cultivos de adormidera.

En la década de los ‘90 Afganistán ya producía más de 2.000 toneladas/año de opio, superando a Myanmar —1.000 toneladas— y Laos y Colombia con 100 toneladas/año cada una.

Hacia 1996 el triunfante gobierno talibán redujo su producción y solicitó ayuda internacional para subsidiar a los campesinos. Se enviaron en total 3,2 millones de dólares en cinco años —unos 630.000 cada año—[1]. Como consecuencia, los cultivos en Afganistán se incrementaron. El mercado ya abarcaba Europa Occidental, Rusia, Asia Central, Pakistán e Irán. Hacia 1999 Afganistán producía 4.565 toneladas (70% del total mundial), más que todo el resto del mundo incluyendo el Triángulo de Oro.

En 2000, en plena época de cosecha —julio— el Mullah Omar prohibió los cultivos e hizo incendiar los laboratorios de heroína y encarcelar a los campesinos que no destruyeran sus cultivos, si bien no prohibió el comercio de los stocks existentes[2]. Esto se debió a que EEUU afirmaba que el gobierno se sostenía con los ingresos provenientes del comercio de la droga y la medida estaba destinada a probar que no era verdad.

En 2001 se produjeron 185 toneladas. Es decir 96% de reducción en escasos meses. Las provincias bajo gobierno talibán casi no tenían cultivos. Las toneladas de ese año correspondieron a áreas bajo el control de la Alianza del Norte e incluso se incrementaron en áreas no tradicionales, beneficiadas por los mayores precios generados por la menor oferta.

La llamativa reducción en 2001 (es muy difícil en un instante bajar el 96% de cualquier tendencia) fue objeto de numerosas especulaciones: ¿se buscaba reducir la oferta para aumentar su precio? (personalmente no creo pues esto beneficiaria a la Alianza septentrional); ¿reconocimiento del gobierno por la ONU?; ¿levantamiento de sanciones y ayuda internacional? Al menos la solicitaron. En ese momento diplomáticos occidentales advirtieron que si se perdía este gesto los cultivos volverían. Pero el presidente Bush Jr. impidió toda rehabilitación diplomática de los talibán al reclamar la entrega de Osama bin Laden.

En 2002, ya sin los talibán, las Naciones Unidas admitieron —con las tropas occidentales— el colapso total de la ley y el orden en Afganistán. El poco dinero destinado a compensar el cambio de cultivos y la falta de industrias para procesar otros no resultó y la adormidera comenzó a recuperar áreas y por consiguiente la producción (3.200 toneladas). Mazar-i-Sharif y Khanabad incorporaron además cultivos de cannabis —marihuana—. Entre ambas y con el país ocupado, generaron ingresos de US$ 1.300 millones, más que lo recibido en concepto de ayuda exterior por el país ese año.

La alianza ocupante entregó en 2003 semillas de trigo para sustituir cultivos, pero curiosamente en esos lugares fue donde más se cultivó amapola: 6% más que en 2002, 75% del opio del mundo. Los funcionarios a cargo de la reducción de cultivos temían ataques de los campesinos pues los alternativos de trigo resultaron desastrosos.

Este comercio aportó ese año US$ 2.300 millones. Los locales por pocos dólares negaban haber visto siquiera laboratorios y destruían cultivos solo a orillas del camino. Solamente en la provincia de Wardak, próxima a Kabul, la normativa del gobierno fue exitosa. Sus 400 familias, que en 2003 cultivaron 5.400 Ha, destruyeron los cultivos de opio en junio de 2004. La sensación imperante es: ¡ahora no tenemos nada! Cerca se han instalado minas antipersonales para evitar el re-cultivo.

En el resto de Afganistán la tendencia continuó. La Oficina de Drogas y Crimen de la ONU —UNODC— indicó que muchos campesinos incrementaban sus hectáreas cultivadas, otros comenzaban sus cultivos y que ya habían incorporado maquinaria, algo nunca antes destinado a cultivos.

Hace más de una década que los observadores de la ONU señalaban que el país podía colapsar ante las permanentes amenazas de las milicias armadas, la pobreza, la corrupción y la narco-economía.

Mientras la ISAF se ocupaba de Kabul[3], EEUU y el Reino Unido actuaban militarmente en el sur. Pero sus intereses no coincidían. EEUU exportaba valores: libertad, democracia, derechos de las mujeres y en suma, lucha contra el terrorismo. Acusaban a la OTAN y a la ISAF de dejarles la carga más pesada.

El Reino Unido debía responder a acusaciones domésticas: los británicos consumían entre el 50 y el 65% de la heroína introducida en toda la UE y el 90% provenía de Afganistán.

En 2001 Tony Blair indicó que el Reino Unido iba a Afganistán a parar el flujo de drogas y que la remoción de los talibán lo lograría. Pero resultó que las armas que éstos compraban eran pagadas con la vida de los adictos en las calles británicas.

En julio 2000 el opio en Afganistán valía 44 U$S/Kg, después de S-11: 95 U$S. Actualmente supera los 150 U$S el Kg. Debemos tener presente cómo se va encareciendo el producto hasta su destino final.

Actualmente Afganistán cuenta con una superficie destinada para el cultivo de adormidera en constante crecimiento: según cifras de la ONU pasó de 70.000 hectáreas en 1994 a alrededor 250.000 hectáreas en los últimos cuatro años.

En 2021, luego de 20 años, los EEUU se han retirado del país sin alcanzar ninguno de sus objetivos.

Gracias al opio este país ahora cuenta con recursos económicos más que suficientes para reconstruirse económicamente. Pero el trauma de siglos de atropellos sufridos —debido a la avidez de unos pocos o a lo estratégico de su posición— determina un futuro extremadamente incierto.

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas.

 

Referencias

[1] Solamente en 1997 Laos recibió 4,2 millones de ayuda internacional y en 1998 Colombia 399 millones.

[2] La amapola se siembra entre septiembre y enero -dependiendo de las regiones-. En julio lo no cosechado debía ser destruido.

[3] De hecho jamás se dieron condiciones de seguridad como para que se alejaran demasiado de Kabul.

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¿APRESURANDO LA GEOPOLÍTICA EN EL INDICO-PACÍFICO?

Alberto Hutschenreuter*

Recientemente se volvió a tensar la política entre Estados en la placa geopolítica del Índico-Pacífico, una de las tres plazas globales selectivas donde la situación no es ni de guerra ni de paz (las otras dos zonas o cinturones de fragmentación son Europa del Este y el Mediterráneo oriental/Golfo Pérsico).

En dicha zona son habituales las querellas interestatales entre actores zonales y no zonales, siendo sin duda el ascenso de China una de las principales causas de “movimientos de placas geopolíticas” en la región; un enorme territorio donde existe una pluralidad de conflictos: desde cuestiones que provienen de la Segunda Guerra Mundial hasta pugnas bilaterales y multilaterales por territorios, pasando por situaciones latentes de guerra, etc. Se trata de la región del mundo con mayor diversidad de conflictos y con los más elevados gastos militares.

Por otra parte, es un escenario donde claramente se constata un segundo estado o “anillo” de anarquía internacional (el primero es la clásica ausencia de gobierno mundial), pues allí se encuentran rivalizando en peligrosa situación de “no guerra” actores (Thomas Hobbes diría “gladiadores”) sobre los que recae (nada más y nada menos) la responsabilidad de pensar la seguridad internacional desde un régimen o nueva configuración internacional.

La nueva crisis implicó, está vez, la decisión estadounidense de impulsar la mal denominada “nueva alianza” entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), país este último que no siempre aparece en el grabado geopolítico mundial, pero que ya hace tiempo, preocupado por al ascenso del poder nacional (particularmente naval) de China, ha incrementado sensiblemente sus gastos de defensa.

No se trata de una nueva alianza pues hay que recordar que estos países más Nueva Zelanda y Canadá son parte del sistema de seguimiento de poder pan-óptico y pan-auditivo global conocido como “Los Cinco Ojos”, un sistema que nació en tiempos de Guerra Fría, luego, en tiempos geoeconómicos de la “primera globalización”, amplió su tecnología y fue utilizado para ganar mercados (incluso desplazando aliados), y que hoy ha sido reorientado para vigilar al principal rival de Estados Unidos, China.

Asimismo, también hay que recordar que hace años existe QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), un foro de seguridad que comprende a Estados Unidos, Reino Unido, India (que define así quién es su aliado) y Australia. Por tanto, ambos esquemas estratégicos, AUKUS y QUAD, son la versión adaptada al nuevo contexto interestatal del siglo XXI de lo que fue en tiempos de bipolaridad el ANZUS (Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos), una alianza político-militar que completaba (en el Pacífico sur) el arco de contención occidental al comunismo con base en la ex Unión Soviética.

Ahora bien, y en clave de hipótesis, ¿podríamos interpretar que la reciente iniciativa de Washington implica una aceleración geopolítica para retar a China en los mares, donde la capacidad de Estados Unidos es (hoy por hoy) superior a la de China?

Es posible que sea así, pues si el tiempo (un medio o recurso esencial para China) corre, Pekín incrementaría su “poder agregado”, esto es, todas las dimensiones de poder nacional, incluido, claro, el naval, y reduciría la distancia que hoy la separa militarmente de su oponente. Es cierto que la potencia asiática ha realizado importantes avances en sus capacidades, por caso, en aquellas denominadas “de negación de capacidades del enemigo”; pero difícilmente China lograría hoy imponerse a Estados Unidos en una querella militar en los mares.

En estrategia existe un “principio de equiparación de los medios”, es decir, la ventaja militar que logra un poder preeminente pronto es alcanzada por el rival. En tiempos de Guerra Fría, dicho principio casi siempre estaba del lado de Estados Unidos, pero pronto la URSS lo alcanzaba. Hoy es complejo calibrar cuán rápido puede Pekín lograr equiparar las ventajas militares estadounidenses. Consideremos, como dato, que China ha incrementado sus gastos militares a 250.000 millones de dólares en 2020; pero la inversión de Estados Unidos casi ha trepado a 800.000 millones (poco más del 3,3 por ciento del PBI, dato cualitativo para considerar), siendo destinada una parte significativa de este monto a “emprendimientos militares sofisticados”.

Por otra parte, desde su victoria en la Guerra Fría Estados Unidos ha llevado adelante varias guerras. Y si bien no ha logrado decisiones militares categóricas, lo que podría ser considerado como “derrotas”, continúa siendo el único país predominante en todas las dimensiones geopolíticas, es decir, es la única potencia con alcance mayor en tierra, mar, aire, espacio ulterior y red cibernética. Además, hasta hoy es el único poder que puede proyectar fuerzas a cualquier parte del mundo y combatir (incluso) en dos frentes simultáneamente.

Por su parte, hace décadas que no sabemos de “China en guerra” (la última confrontación importante fue con Vietnam, más allá de escaramuzas con India, su otro rival). Pero no saber de ello puede también ser relativo: China es un cultor de la estrategia de acción indirecta y del conflicto sin tiempo ni espacio, es decir, como planteaba Sun Tzu en “El arte de la guerra”, derrotar al rival evitando el enfrentamiento directo, una extendida y exitosa cultura de guerra en la región.

También es posible que sea así, pues China, sin descuidar sus intereses, podría “disminuir” la densidad geopolítica y las aprensiones que provoca su proyección “pos-patriótica” en el escenario del Pacífico asumiendo un papel incrementado en el Asia terrestre, es decir, dar más impulso a su iniciativa “Belt and Road” (BRI), donde no se encuentra Estados Unidos y en la que los socios europeos de Washington están cada vez más involucrados (hay que tener presente que el intercambio comercial UE-China es enorme).

De modo que este renacer del espíritu de poderío naval y nacional de Alfred T. Mahan por parte de Estados Unidos en la zona del Índico-Pacífico, bien podría estar asociado con desafiar hoy a China (de hecho, el régimen de Pekín se ha mostrado muy irritado por la iniciativa de alianza trilateral y el suministro de submarinos a propulsión nuclear a Australia) en la gran cubeta oceánica del Mar de la China y la zona de los estrechos, evitando que China (esta vez) logre ganancias de poder “alternado geopolíticas” y obteniendo tiempo, un recurso capital para proseguir un camino ya recorrido por Estados Unidos desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras del siglo XX, cuando marchó “de la riqueza al poder”, como muy bien lo analizó en su texto Fareed Zakaria.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG.

 

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LA YIHAD DESPUÉS DE AFGANISTÁN

Giancarlo Elia Valori*

Imagen de Jeff Kingma en Pixabay 

¿Cómo evolucionará la amenaza global de los yihadistas después de que Afganistán vuelva a estar bajo el mando de los talibanes? Talibán, eso, ¡no lo olvidemos!, son la expresión victoriosa de un pueblo que tiene más de treinta millones de habitantes. Personas que no están en absoluto representadas por esos pocos, que intentan escapar del país y abarrotar el aeropuerto de Kabul, como algunos occidentales de mala fe intentan miserablemente hacer propaganda. Los vietnamitas a finales de los años setenta no eran los pocos balseros, sino los más de cuarenta millones de habitantes que habían liberado al país del extranjero ocupante.

¿Qué forma tomará el radicalismo musulmán hacia las anacrónicas monarquías árabes amigas de los Estados Unidos, hacia los países árabes nacionalistas-seculares? y ¿qué pasa con los países de Occidente?

La respuesta a esta pregunta es particularmente compleja porque, si la confrontación bilateral entre Estados Unidos y la URSS, antes del yijadismo, que reemplazó a la Guerra Fría —como un hombre fantasma de los Estados Unidos— era un contraste entre dos ideologías y dos prácticas políticas que surgieron de la cultura occidental (ley liberal-burguesa-capitalista y ley socialista), hoy en cambio lo que leemos como la “yihad global” no tiene ninguna relación con los esquemas antes mencionados, y esta rareza simbólica, comunicativa, estratégica y política dificulta la comprensión de la ley islámica, cuya “guerra santa”, la yihad, representa su institución jurídica, que las bellas y pastoreadas almas de nuestro mundo occidental hechas de lentejuelas, consideran, en su opinión, fuera de tiempo, para decirlo en palabras del difunto Prof. Giorgio Vercellin, reportado en mi artículo anterior:

“El Islam y el mundo musulmán se presentan en el mismo nivel ‘arqueológico’ (y por lo tanto desprovisto de evolución hasta el día de hoy) a la par con los antiguos griegos y romanos. […] El verdadero problema es que la Sociedad de Historiadores Italianos ha contado el ‘mundo musulmán’, por así decirlo, automáticamente como parte del “mundo antiguo”.

Así que si las instituciones de la ley musulmana son consideradas obsoletas por aquellos que piensan que su derecho “kantiano” es un valor absoluto que debe tener preeminencia, especialmente con bombas, sobre los valores de la fe y de la moralidad y la economía ética, es obvio que cualquier indicio que venga de Oriente (RP de China y Rusia incluidos) es bestial. Así que no debería sorprendernos que a su vez se nos pague con la misma moneda.

Si la OTAN y el Pacto de Varsovia no fueron superponibles sino que fueran reemplazables, hoy el universo ideológico y político-militar de la yihad no sólo no es superponible al de todas las creencias occidentales y sus políticas, sino que es incluso incomprensible por las razones mencionadas anteriormente. Y esto ha llevado a muchos gobiernos occidentales a creer, de nuevo para usar una metáfora kantiana, que los “tres táleros dorados en la cabeza” eran iguales a los tres táleros dorados que realmente tienes en el bolsillo.

En otras palabras, la confrontación bipolar global occidental con el universo marxista-leninista tenía sus propios códigos, que permitían tanto la distensión como la presión de un lado sobre el otro hasta el borde del estallido de la guerra nuclear, mientras que el marxismo-leninismo era una ideología que prometía superar el capitalismo y reunir, según la frase de Stalin adoptada por Togliatti, “las banderas que la burguesía había dejado caer en el barro”.

En el caso de la yihad global, esta afinidad estructural entre las dos ideologías en contraste global no existe: son dos aspectos completamente diferentes, que no tienen ni madre ni padre en común. Por el contrario, está el rechazo de todo Occidente, tanto en sus variantes socialistas y anticapitalistas como en sus determinantes liberales y capitalistas.

Por lo tanto, es estructuralmente difícil aplicar la clásica e infantil bola de cristal estadounidense a Fukuyama, quien prediciendo el fin de la historia y la paz universal kantiana, ignoró un fenómeno que escapa deliberadamente a estas categorías y a los tiempos de análisis, mientras que la misma incomunicabilidad perceptiva y cultural es parte de la “niebla de guerra” clausewitziana y es utilizada consciente e institucionalmente por la yihad también como una herramienta insustituible de la guerra psicológica.

Pero veamos mejor, sin embargo, cómo utilizar la dinámica estructural del fundamentalismo islámico.

Los grupos yihadistas informales aceptan la ideología islamista radical, genéricamente llamada salafista, es decir, definida por el ejemplo práctico y religioso de los primeros fieles del profeta Mahoma. La relación de los salafistas es con los Hermanos Musulmanes y con la escuela Deobandi, una tradición interpretativa del Islam nacida en la India en la segunda mitad del siglo XIX. Por lo tanto, es un Islam simplificado, que rechaza tanto el Occidente ateo y materialista como la larga tradición, a menudo quietista y dialogante, que caracterizó al Islam del Imperio Otomano.

La yihad no tiene líderes y se adapta rápidamente a la transformación del campo de batalla donde participa activamente en varias partes del mundo y la penetración, con las mismas reglas adaptativas y operativas y, por lo tanto, el máximo de camuflaje, en el mundo occidental de recepción, tanto como una célula aún silenciosa como el núcleo inicial de la yihad en Dār al-kufr, territorio de incredulidad.

La hipótesis de la yihad sin líderes funciona bien en la fase de penetración, adoctrinamiento, entrenamiento de células fundamentalistas, que corresponde al máximo de mimetismo cultural y operativo con el mundo fuera de la célula, mientras que es menos efectiva para describir operaciones sobre el terreno.

La yihad, que también es fundamentalista (y recordemos que el término “fundamentalismo” nació en la tradición sectaria del protestantismo estadounidense), no tiene los tiempos y los mecanismos predictivos, por no hablar de los objetivos, de un movimiento de raíces políticas occidentales, aunque extremadamente minoritario y violento.

Y no olvidemos que sobre la base de la tradición sunita de los comentarios medievales de Ibn Taymiyyah, la yihad, por ley musulmana, es el segundo deber del musulmán después de la Fe (Imán), es un deber colectivo y se refiere a la lucha simultánea contra el enemigo externo (los cruzados aliados con los sionistas) y contra el enemigo interno (los gobiernos árabes nacionalistas y seculares).

Aquí radica la cuestión de la “gran yihad” (el esfuerzo espiritual del individuo para mejorarse a sí mismo) y la “pequeña yihad” contra el enemigo visible y externo, de la que se deduce que los gobernantes corruptos y los “amigos/siervos de Occidente” ya no tienen ninguna propiedad jurídico-religiosa para gobernar la umma (la comunidad global de creyentes).

Es una configuración estratégica y mental bastante diferente a la de los ejércitos y sistemas políticos occidentales, que por lo tanto son desplazados desde el primer momento por un enemigo que es global y local, y que tiene una cadena de mando desconocida para la tradición estratégica occidental (y para gran parte de la secularizada y nacionalista árabe).

La yihad global obviamente no es una estrategia occidental o incluso oriental como Sun Tzu, en la que los tiempos de guerra son inevitablemente similares pero más cortos que los de la política. Es una institución líder de la ley islámica que, después de la abolición del Califato (3 de marzo de 1924) se reanudó en principio después del colapso de la Unión Soviética, y está dirigida esencialmente contra “los cruzados y los sionistas”.

Y, además, el terrorismo (el arma de los pobres) no es la esencia de la yihad, sino una simple táctica de reciente aplicación, según ese particular modelo jerárquico y de relaciones centro-periferia que hemos descrito anteriormente. La yihad es un proyecto geopolítico que concierne a la unificación político-militar de la umma islámica, en todo el mundo, tanto donde está en la mayoría como donde está en la minoría, con todo lo que sigue contra el Estado de Israel y el poder económico occidental, tratando de crear una relación de sujeción geoeconómica de Occidente hacia el mundo islámico, tanto en el campo petrolero como en el financiero.

Así, el yihadismo ha atraído, y luego lo ha agotado, tanto política como económicamente, al poder global estadounidense en las áreas más adecuadas que han sido el Iraq secular, Afganistán y la Libia socialista de la Jamāhīriyya, mientras que a la Siria secular y socialista han intentado desestabilizarla la Casa Blanca, Occidente y las monarquías árabes aliadas, en función contraria a la Ruta de la Seda china.

Pero la islamización yihadista es actualmente incapaz de definir jerarquías precisas y universalmente reconocibles, y también sostiene que, sin un da’wa —una predicación islamista que concierne a todo comportamiento social— la yihad carece de fundamentos religiosos y legales, y es tan válida como los regímenes islámicos ilegítimos de Taqfiri que ya no siguen las líneas del Corán en la sociedad, en economía, en derecho.

El islamismo se basa en la ecuación democracia = politeísmo, por lo que la esencia misma de la política occidental, en todas sus formas, es taqfir, idólatra y politeísta.

El objetivo estratégico es, por lo tanto, muy claro: el establecimiento de un califato global dividido en diferentes áreas, definidas según la mayoría o ausencia de musulmanes dentro de ellas. Lo que significaría la omisión de los otros fieles del Libro. Y todo esto, quien escribe, lo apoyó diez años antes de la creación de ISIS, montado por los occidentales en clave anti-Assad-Beijing.

Y, en referencia a la lógica occidental de la política y la confrontación bélica, encontramos otra pareja dialéctica que puede ayudarnos a construir un escenario futuro, probable, del yihadismo y sus movimientos. Es el par centralismo-descentralización.

Para Occidente, la descentralización es la devolución pacífica y el federalismo político, pero siempre en una lógica clausewitziana de confrontación militar. Que ve dos o más elementos estatales opuestos entre sí y equivalentes, en una “niebla de guerra” que dura poco tiempo y donde la tríada, siempre clausewitziana, de gobierno, ejército y pueblo se vuelve esencial. En el caso de la yihad, el comportamiento será cada vez más descentralizado y para polos autónomos de muyahidines, con un máximo de autonomía operativa frente a los objetivos occidentales, y la síntesis estratégica se referirá a la propaganda, la gestión de las operaciones relativas a la guerra psicológica antioccidental, y el escaneo, a través de sus redes de comunicación internas, del ritmo y la localización de las operaciones.

Las variables que conducirán a este escenario, que hoy no son materialmente calculables, se refieren a: la proporción de militantes que podrán ponerse en funcionamiento; la persistencia de las redes de cobertura tanto en el Islam como en Occidente; la transición, en el campo occidental, de una competencia regional entre las potencias, que han utilizado el desequilibrio regional de la yihad para adquirir nuevas esferas de interés, a una colaboración activa, en el eje Norte-Sur, contra la yihad global.

Si es cierto que a estas alturas el eje de la “guerra santa” involucra a toda Asia Central (incluida la China Xinjiang Weiwu’er) y el norte de la India, entonces la variable que podría revertir la ecuación estratégica del yihadismo se refiere a la colaboración activa entre Rusia, la República Popular China, la Unión Europea y los Estados Unidos para evitar que el sur (y el este de Asia) del mundo se conviertan en áreas de yihad cuando se produzca la combinación, que favorecería enormemente el fundamentalismo islámico, entre diversas crisis económicas y financieras occidentales (con “colas” chinas y rusas) y la actual derrota de Estados Unidos en Afganistán.

En términos analíticos, la estrategia global del yihadismo, después de la expulsión de Estados Unidos de Afganistán, es:

  1. a) imponer una red de militantes estructurados, que se transformarán más tarde en califatos locales (ver ejemplos en África, después de la desestabilización de Libia, y las fuertes minorías islámicas en Europa);
  2. b) extender la yihad hacia países islámicos seculares y nacionalistas cercanos a Iraq y Afganistán (y aquí la variable del odio sunita hacia los chiítas se vuelve crucial, hacia Irán; lo que podría, en el futuro, canalizar los intereses comunes de Tel Aviv y Teherán);
  3. c) causar el enfrentamiento final entre la yihad de Medio Oriente y el Estado de Israel, que —sabiamente— se mantuvo fuera de Afganistán.

Una perspectiva que se coordina con el proyecto yihadista con respecto a Occidente, así como a los ahora países musulmanes takfiris, en los que se pueden identificar seis fases:

1) el “despertar islámico” que ha provocado la acción caótica e irresponsable de los Estados Unidos;

2) el reclutamiento masivo en el momento del máximo compromiso estadounidense y occidental en Iraq, Afganistán, Siria y Libia al que corresponde, como red militar de mando-control-gestión, la “yihad electrónica”, que de hecho se ha vuelto masiva en esas fases;

3) el fortalecimiento, para definir un choque con el Islam geográficamente más cercano a Occidente y más secularizado, como Turquía, después de haber fracasado (junto con los occidentales) con Siria (protegida por la fuerza rusa);

4) la verdadera “guerra económica”, que llevaría al ataque constante por el control de la infraestructura petrolera de Medio Oriente y, por lo tanto, al colapso de las monarquías árabes wahabitas, pero aún amistosas con los Estados Unidos;

5) la declaración de un “califato islámico” que cerrará sus relaciones con Occidente y abrirá, con toda probabilidad, lazos económicos con China y las crecientes potencias medias de Asia Oriental (como ya está previsto en el Emirato de Afganistán);

6) la confrontación con Occidente, finalmente, podría transformarse de regional, en los países islámicos y en el Medio Oriente, a global, con la gestión “revolucionaria” de las redes islamistas en Europa y los Estados Unidos.

¿Qué hará estallar estos escenarios yihadistas? Si es cierto que el punto 1) ha ofrecido las condiciones para la acción caótica de Estados Unidos, es igualmente cierto que hasta ahora el yihadismo no ha demostrado, de hecho, una capacidad de síntesis política islamista de las yihads regionales de Asia Central y Medio Oriente.

Es decir, es posible que las yihads chechena, tayika, infrapaquistaní, india, Xinjiang Weiwu’er y afgana no puedan unificarse solo con el pegamento del Islam salafista radical. Los intereses de la yihad de Pakistán, por ejemplo, pueden no coincidir con los de una hegemonía afgana predecible en la yihad de Asia Central, que Irán ha utilizado hasta ahora para cerrar el espacio estratégico de su adversario histórico y religioso, Pakistán.

La variable de intereses objetivos nacionales y étnico-tribales podría hacer que el pegamento qaedista del “Califato de Asia” sea completamente estimulante o puramente ideológico. Y, por supuesto, estamos hablando de intereses nacionales concretos, no de identidades psicológicas o ideológicas nacionales y étnicas. No creemos que el victorioso Emirato afgano esté de acuerdo con la estrategia global del abismo de destrucción de las redes logísticas, esenciales para la supervivencia del país.

Incluso en el caso de la futura confrontación en Turquía, la red yihadista ciertamente podría crear una grave situación de fricción y debilitamiento del antemuro estratégico de Anatolia hacia el área del golfo Pérsico, y hacer del Mediterráneo un “mar de la yihad”. Pero aquí las variables son dos: la falta de homogeneidad cultural y religiosa del islán turco, con la presencia de muchas y fuertes minorías, de las cuales los alevíes son uno de los más numerosos, y la inmensidad de la propia meseta de Anatolia, que necesita una masa de yihadistas no fácilmente reclutada para no decir conquistada, sino solo controlada con operaciones de interdicción. Y añadir el papel de la minoría kurda entre Iraq y Turquía, que ciertamente no tendría ningún interés en abandonar la protección estadounidense para diluirse, sin lograr sus objetivos constituyentes, en el caldero yihadista.

De hecho, la expansión en Turquía, después del cierre del frente iraquí, también es menos probable de lo que los yihadistas imaginan. No debemos pasar por alto, de hecho, la correlación estratégica entre el nacionalismo unitario, que en muchos estados árabes es más profundo de lo que se cree, y la dispersión étnico-religiosa, que no permite una rápida propagación de la yihad global.

Cabe recordar que en el mundo árabe hay varias minorías religiosas no islámicas, atribuibles a tres grupos: cristianos (monofisitas y católicos), judíos y heterodoxos (que incluyen, por ejemplo, las religiones animistas de Sudán), un total de más de 22 millones de personas.

En este contexto, de hecho, paradójicamente, precisamente el “despertar religioso” de los salafistas conectados a la yihad puede conducir al redescubrimiento de las raíces locales, identitarias, étnicas, que diferencian a cada grupo de la metafísica globalista de la yihad de la espada califal.

Por lo tanto, en el nivel de la guerra ideológica y psicológica, precisamente la identidad y el atractivo salafista del Islam pueden ponerse patas arriba dialécticamente: la identidad de las historias de las tribus y de las naciones, además a menudo antes del colonialismo europeo, contra la globalización de la yihad de la espada, opuesta e igual al aplastamiento de la globalización occidental.

También hay que añadir que la desestructuración del sistema del dólar a partir de la zona petrolera (un intento que llevó a la horca a Saddam Hussein, que optó por el euro) y la discontinuidad de los suministros de crudo de las naciones de la OPEP a Occidente, la transición al oro y, en segundo lugar, a una canasta de monedas que sustituye al dólar estadounidense como prestamista de primer y último recurso, sigue siendo una amenaza efectiva. Pero la variable de la estrategia yihadista es: ¿cuánto están realmente conectadas las economías de los principales países de la OPEP a la extracción directa de crudo?

Si la dependencia del petróleo es bilateral, como es bien sabido, entonces la escasez de suministro —natural o causada por el sistema de cuotas de la OPEP— no puede ir tan lejos como para hacer que otras tecnologías energéticas no sean eficientes en el petróleo, ni puede ser en interés del sistema de la OPEP el atraso de la infraestructura occidental derivada del petróleo, que puede extender la vida útil de los pozos y mejorar la tecnología de extracción de petróleo en los países islámicos de la OPEP.

Por lo tanto, hay un interés objetivo del área de la OPEP en la diferenciación financiera, pero al mismo tiempo también un interés en no reducir demasiado el valor relativo del dólar estadounidense. Y, de hecho, las estrategias de la yihad pueden ser útiles en una fase de fricción entre el Islam petrolero y Occidente, pero no pueden volverse estructurales en la relación con los países que son consumidores de petróleo crudo, de lo contrario el valor estratégico del “arma petrolera” en sí disminuirá.

Además, dada la correlación estratégica entre el mercado financiero estadounidense y las relaciones públicas de China, una elección de los yihadistas para convertir el mercado petrolero islámico —una vez que se haya alcanzado el establecimiento del Califato de Medio Oriente— hacia Beijing parece una hipótesis de difícil realización y de efectos geoestratégicos significativos, pero no destructivos.

Así, el yihadismo es capaz de unificar el Sur del mundo en términos “revolucionarios”; es decir, tiene el potencial de convertirse en un actor global en geopolítica y sobre todo en la geoeconomía mundial; tiene la capacidad de obligar tanto a la “plaza” como a los gobiernos islámicos, amigos o no, a tomar decisiones radicalmente antioccidentales y a confrontar con los Estados Unidos, la OTAN y la UE; puede definir, sobre la base del modelo de la vieja “estrategia indirecta” de tradición soviética, acciones de desestabilización estructural de los países europeos y de los Estados Unidos, manipulando y organizando la opinión pública islamista o extremista de estos países, pero no es previsible que pueda convertirse en un califato capaz de incorporar a las medianas potencias islámicas de la OPEP y de insertarse, gestionándola para sus propios fines, en la crisis estructural del poder geopolítico occidental, especialmente de Estados Unidos, en una fase de polaridad no estratégica.

El yihadismo es y previsiblemente será en el futuro un elemento capaz de desafiar y a veces vencer a Occidente en el terreno donde querrá llamar a sus oponentes. Será un elemento de fricción muy fuerte en los equilibrios interárabes y en la gestión de la psicología de las masas árabes; finalmente, podrá con toda probabilidad abrir un nuevo frente en Asia Central y del Sur. Pero no es probable que logre reemplazar el sistema de estados árabes, y siempre tendrá que lidiar con una parte nada despreciable del mundo islámico que no pretende incorporarse o asimilarse a Occidente.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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