La consigna debe ser firme e inequívoca: ¡nadie se queda atrás!
El 30 de abril, en vísperas de la gran retirada de la coalición estadounidense y los países de la OTAN en Afganistán, un ejército de antiguos intérpretes olvidados, que sirvieron a los contingentes militares occidentales —incluida Italia— durante la larga y compleja «guerra eterna», se reunió en Kabul para pedir en voz alta que se ayudara a la comunidad internacional a salir del país. Temen por sus vidas y las de sus familias mientras las fuerzas armadas occidentales se preparan para regresar a sus hogares. “… Los insurgentes, especialmente los talibanes, se vengarán y nos cortarán la cabeza…”, dice uno de los antiguos intérpretes entrevistados por la prensa internacional, explicando precisamente que la milicia islamista y fundamentalista los considera espías e infieles servidores de invasores extranjeros.
¿Qué papel han desempeñado los intérpretes afganos en el conflicto?
Llevaron a cabo algunas de las tareasmás sucias y peligrosas durante la guerra en Afganistán mediante la recopilación de información sobre los fundamentalistas talibanes, la advertencia de ataques y la interceptación de las comunicaciones de los insurgentes. Se trataba de consultores lingüísticos y culturales reclutados directamente por la coalición de la OTAN o individualmente por el contingente militar de los países occidentales o, en algunas situaciones, por contratistas internacionales privados que operaban allí. Eran civiles, no soldados, pero sin ellos, las fuerzas armadas de la OTAN no podrían haber librado esta larga y difícil guerra. Ciertamente lo hicieron por el salario (unos $30.71/día) con el que pudieron mantenerse y a sus familias. Pero lo que a menudo no surge es que se creó una especie de sentimiento indisoluble entre ellos y nuestros militares que superaron todas las barreras lingüísticas, culturales y religiosas. En resumen, se estableció una verdadera hermandad de armas incluso a riesgo de la propia seguridad. Y en algunos casos, en lugar de ser protegidos por el gobierno del contingente aliado para el que operaban, los que pedían ayuda quedaban relegados a la incertidumbre y a largas esperas para recibir la ansiada visa de expatriación, para ellos y para sus familias, con la esperanza de comenzar una nueva vida lejos de su patria, pero sobre todo de la amenaza de los fundamentalistas que mientras tanto recuperaban terreno sobre las fuerzas regulares.
Durante este largo conflicto, docenas y docenas de intérpretes y traductores afganos (y empleados en general) perdieron la vida o sufrieron torturas indecibles en ataques selectivos de los talibanes. Otros, por su parte, resultaron heridos en operaciones de “combate” o durante patrullas a bordo de vehículos militares blindados.
Partiendo de una revisión del contexto, la situación en Afganistán no es actualmente la más halagüeña y los analistas internacionales advierten que la violencia podría aumentar drásticamente a lo largo de 2021. El tímido proceso de paz podría colapsar, aumentando la probabilidad de una guerra civil prolongada, con miles de víctimas y el activismo simultáneo de grupos terroristas (de los que, entre otras cosas, ya hay algunas advertencias), en particular Isis y Al Qaeda.
Y seguramente uno puede imaginar los efectos de una larga guerra civil que podría ser reprimida en la ya maltrecha y tambaleante sociedad afgana. Tampoco debemos subestimar el flujo migratorio de personas desesperadas que se dirigen en masa en dirección a las fronteras más cercanas y que inevitablemente caerán en picada en las guarniciones fronterizas de los países vecinos. El propio Pakistán teme estas consecuencias afganas y está presionando a la comunidad internacional (especialmente a Rusia y China) para que adopte todas las contramedidas necesarias y urgentes con este fin, pero en particular le preocupa profundamente que en algunas partes del país no se establezcan “bolsas” fundamentalistas de talibanes aliados a grupos terroristas; por ejemplo en Beluchistán, donde la presencia del Estado es muy lábil y se penetra fácilmente desde el exterior a través de la línea Durand, y donde ha habido durante mucho tiempo una ola de radicalización religiosa incluso en grupos étnicos dóciles como los barelvi.
Y si los ex intérpretes afganos y sus familias llegaran finalmente a estos probables corredores humanitarios, todavía no tendrían escapatoria porque casi con toda seguridad tropezarían con sus verdugos.
En vista de todo, algunos países de la OTAN ya han comenzado a tomarse en serio este tema, reconociendo la solidaridad y la gratitud que se les debe por luchar “hombro con hombro” con los militares de los contingentes occidentales.
En los últimos años, sin embargo, las visas estadounidenses para la repatriación de ex empleados afganos se han detenido repentinamente porque la inteligencia estadounidense ha informado del peligro de infiltración terrorista entre las líneas de retorno del país asiático. El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, dijo que el gobierno de Estados Unidos está desarrollando nuevos planes para evacuar a los empleados afganos y sus familias, y no solo a los intérpretes, sino a cualquiera que haya trabajado para el contingente militar estadounidense en Afganistán. Según la Embajada de Estados Unidos en Kabul, todavía hay 18.000 empleados afganos que han solicitado el SIV —la visa especial de inmigración estadounidense— aproximadamente equivalente al número total que han recibido en casi dos décadas de conflicto. Los funcionarios estadounidenses están tratando de restablecer los procedimientos de evaluación de solicitud de SIV en una carrera lenta contra el tiempo, por lo que se están estudiando nuevas opciones además de la Visa Especial de Inmigrante que acelerará el proceso. Estados Unidos ha anunciado que su embajada en Kabul permanecerá abierta y operativa incluso después de la retirada de las tropas.
El Reino Unido, a su vez, ha anunciado que pronto acelerará el traslado del personal afgano que ha trabajado con sus militares, dando prioridad a aquellos que actualmente están empleados (o ex empleados) y se consideran de alto riesgo. Hasta el momento, el Reino Unido ha reubicado a 1.360 afganos desplegados allí durante todo el conflicto de 20 años y se espera que otros 3.000 se incluyan pronto en los planes para desmovilizarse de Afganistán.
El gobierno australiano también ha tomado medidas al respecto, tramitando urgentemente las solicitudes de visado a docenas de intérpretes afganos que trabajan o han trabajado para las Fuerzas de Defensa australianas (ADF), en medio de la creciente preocupación por su seguridad tras el cierre de la Embajada de Australia en Kabul y la retirada en curso de los contingentes occidentales. Australia ha admitido a unos 600 intérpretes desde 2013, pero todavía son muy pocos, porque los procedimientos de visado son más lentos y engorrosos que los británicos, y el cierre de la Embajada en Kabul solo aumentará los retrasos.
E Italia, ¿qué decisión ha decidido tomar sobre la concesión del estatuto de refugiado a los antiguos intérpretes y a sus familias?
Ayer, el Ministro de Defensa Lorenzo Guerini, en la base de Camp Arena en Herat (sede del Comando de Asistencia de Asesoramiento de Trenes Oeste – TAAC-W, Comando de la OTAN dirigido por la misión italiana de apoyo resuelto), durante la sentida ceremonia de arrío de la bandera—que significa la retirada del contingente italiano de Afganistán— y en presencia de las autoridades italianas, estadounidenses, albanesas y afganas además de una gran cantidad de periodistas que llegaron desde Italia en un vuelo militar (tumultuoso) que despegó de Pratica di Mare (a la que también asistió el Director de nuestra revista web OFCS.report), expresó amplias garantías con respecto a la cuestión debatida de los intérpretes: “La cuestión de los colaboradores afganos es muy cercana a nuestros corazones —dijo—, aseguro al público que nadie será abandonado. Italia no se olvida de los que colaboran con nosotros”. A través de la Operación Aquila, por tanto, se han definido las listas de personal civil que apoya al contingente italiano, que equivalen a 270 unidades —más otras 400 por verificar de nuevo—, que a partir de mediados de junio serán tomadas y reasentadas en la Patria por el Ministerio del Interior. Sin embargo, para ser totalmente honestos, la cuestión de los antiguos intérpretes y del personal civil afgano en general, a pesar de la repatriación de 116 operadores en 2014 con motivo de la primera retirada parcial del contingente italiano, ha sido tratada intermitentemente por Italia en los últimos años, como fue el caso inicialmente de la mayoría de las naciones de la coalición aliada, por lo que algunas dudas pueden ser preexistentes.
Como prueba de esta reiterada inconsistencia, llegó incluso la directiva del general Alberto Vezzoli, que tenía las características de una auténtica ducha de agua fría para las esperanzas de los intérpretes afganos: los contratos de 11 colaboradores no se volverían a confirmar al 31 de diciembre de 2020, al igual que no estaban incluidos en los programas de protección contra posibles represalias de los fundamentalistas talibanes. Y otros 38 contratos estaban igualmente preparados, suspendidos de trabajo y salario en los meses comprendidos entre enero y abril con la esperanza de que algunos se resumieran (una esperanza que de hecho se ha materializado afortunadamente). Sin embargo, las solicitudes de aclaración de los intérpretes afganos, que han llegado a las órdenes de Herat, no han ido seguidas de respuestas oficiales de nuestro Ministerio de Defensa.
Las razones de este tratamiento inexplicable se han atribuido formalmente, por un lado, a la pandemia de Covid-19, por otro a la falta de financiación del fondo de la misión en el extranjero y, por último, a los oscuros problemas de seguridad o al mal desempeño del personal afgano. Pero la verdadera razón era que Italia estaba a punto de retirar su contingente y el personal civil afgano empleado durante todos estos años tuvo que ser desempacado (se puede agregar sin ninguna gratitud).
A pesar de las reiteradas garantías del Ministerio de Defensa, el tema ha involucrado en poco tiempo a diversos ámbitos de la opinión pública que han mostrado interés y solidaridad en circunstancias que no son fáciles de comprender para todos.
El foco de atención en el asunto fue la iniciativa del conocido periodista italiano, enviado de guerra y colaborador de “Il Giornale”, Fausto Biloslavo y Gen. a.c. (aus.) Giorgio Battisti, ex jefe de estado mayor del Comando de la ISAF (2013-2014), a quien se unieron rápidamente varios oficiales del ejército (ahora de licencia) que sirvieron a Italia en la misión en Afganistán. En una reciente conferencia organizada por el Club Atlántico de Bolonia, el presidente de la asociación, Gen. b. (re-60) Giuseppe Paglialonga, expresando su solidaridad más amplia con los antiguos intérpretes afganos, también pidió la participación activa en acciones concretas de los Clubes Atlánticos Italianos, mostrando la gratitud correcta a aquellos que han demostrado una gran lealtad y un espíritu de sacrificio junto con nuestro personal militar empleado en las operaciones en el país asiático. La paracaidista partidista, condecorada y medallista de oro al valor militar, Paola del Din, también apoyó la causa escribiendo directamente a la Ministra de Defensa y expresando su pesar por la situación actual que ha surgido, un vergonzoso retraso en las repatriaciones, y lanzando la propuesta para un posible reasentamiento de ex intérpretes afganos en nuestro país como mediadores culturales en apoyo de los centros de recepción que pueblan a los inmigrantes de su propia etnia, en su mayoría de la llamada ruta de los Balcanes.
Por supuesto, debemos asegurarnos, y si es necesario movilizarnos, de que se pongan en marcha todas las acciones necesarias, en primer lugar para que no se reúnan en centros de acogida a su llegada a Italia porque no se vería bien. En su lugar, sería apropiado organizar un transporte específico y darles un alojamiento digno. Además, sería necesario facilitar al mismo tiempo los procedimientos burocráticos y evitar que los intérpretes, una vez en Italia, sean abandonados a su suerte en las profundidades del SPRAR, el Sistema de Protección para Solicitantes de Asilo y Refugiados. De hecho, son muchos los casos de operadores afganos repatriados a Italia en 2014, que tras el periodo inicial se sintieron abandonados y ni siquiera estaban empleados en el trabajo que siempre han realizado en Afganistán, tanto que se sintieron obligados a marcharse y buscar suerte en otro lugar. No debemos olvidar que se trata de personas educadas, a veces graduadas, algunos ex pilotos de la fuerza aérea, y se espera que no sean empleados en trabajos de bajo nivel. Los diversos Mohses, Bashir, Isaac, Samir y muchos otros están deseando reunirse con su segunda patria, Italia.
La consigna debe ser firme e inequívoca: ¡Nadie se queda atrás!
* Licenciado en Ciencias Sociológicas, Facultad de Ciencias Políticas de l Universidad de Bolonia. Especialista en Seguridad, Geopolítica y Defensa.
2020 fue un año crucial debido al Covid-19 que interrumpió la evolución del orden mundial en la dirección de la diferenciación y la transformación. Esta es la crisis más grave a la que se ha enfrentado la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.
Al 10 de mayo de 2021, según el Informe Global de Estadísticas Epidémicas de la Nueva Corona de la Universidad Hopkins, había 158.993.826 casos confirmados en todo el mundo y 3.305.018 muertes.
La pandemia es como un experimento social global muy importante. Sobre la base de un orden mundial que ya ha entrado en crisis, no sólo ha provocado una pausa y, por lo tanto, la desaceleración del desarrollo económico, sino que también ha presionado la aceleración de la división social y la transferencia de poder de político a técnico.
Por el momento, aunque analistas más experimentados e instituciones de investigación líderes han publicado varios informes de investigación, ninguno de ellos puede predecir con precisión y detalle el enorme impacto de la pandemia en la historia del siglo XXI.
Sin embargo, la pandemia traerá consigo cambios importantes en cuatro áreas.
En primer lugar, acelerará la tendencia general de la recesión y la diferenciación económica mundial. Esto se debe a las políticas de sobre-transmisión de divisas adoptadas por varios países y a la intensificación de la polarización social interna. La crisis económica y financiera mundial aún no se ha resuelto desde 2008. Por el contrario, la crisis sólo se ha visto ocultada por la respuesta a corto plazo de la política monetaria.
En segundo lugar, la pandemia acelera los cambios internos y la reorganización del orden político y económico internacional, precisamente la diferencia social interna. Debido a la turbulenta influencia de la política interna e internacional, los riesgos políticos y económicos en las regiones frágiles del mundo se intensificarán o tendrán un efecto en cadena.
En tercer lugar, la pandemia promoverá el fortalecimiento de la sociedad digital y la competencia entre los países en la construcción de nuevas tecnologías se hará más intensa. El impacto más significativo de la sociedad digital es la llegada silenciosa de una sociedad transparente que existe pero no tiene contacto humano.
En cuarto lugar, la pandemia fomenta el auge del nacionalismo de las vacunas y acelera el resurgimiento del valor de la comunidad de Asia Oriental, que tiene un significado especial desde el punto de vista de la historia de la civilización mundial.
En cuanto al año pasado, el evento político y económico más influyente en 2020 fueron las elecciones estadounidenses y el cambio de administración relacionado. Las elecciones estadounidenses fueron las más agudas, pero también las más frustrantes en la historia de los Estados Unidos. Aunque Trump perdió las elecciones, 74.216.154 ciudadanos votaron por el presidente saliente.
Para los Estados Unidos, el cambio de dirección no puede ser visto como el advenimiento de una política determinada en una dirección, ya que la realidad básica de la sociedad estadounidense altamente dividida no ha cambiado, sino que se ha fortalecido debido a las elecciones generales. El enorme impacto ha promovido la propagación de la violencia política y las protestas en los Estados Unidos.
Fuente: El Monitor de Crisis de los Estados Unidos, Bridging Divides Initiative, Princeton School of Public and International Affairs’, Instituto Liechtenstein de Autodeterminación.
En primer lugar, Trump perdió, pero el espectro del trumpismo ha permanecido en Estados Unidos e incluso en el continente europeo, lo que generalmente no ayuda a progresar en la estrategia de desarrollar relaciones con China.
En segundo lugar, el “antagonismo” de la estrategia estadounidense hacia China no ha cambiado radicalmente. Trump ha abierto una disputa político-económica con Pekín. Es particularmente notable que la generación más joven de liderazgo republicano se está volviendo gradualmente hostil y negativa hacia China, y ejerce una gran influencia en el Congreso, y esto no promueve la paz mundial.
En tercer lugar, si esta actitud no está contenida, conducirá a impactos negativos a largo plazo: entre el desacoplamiento de alta tecnología y la competencia ideológica. Por último, la política de China hacia Estados Unidos se ha perfeccionado: aunque el gobierno sigue esperando y observando, la voz de la búsqueda de cooperación y de ser racional y pragmático sigue siendo la principal corriente en Pekín.
Además de la cuestión de que China reducirá su dependencia del mundo y aumentará su dependencia de la propia China. Al mismo tiempo, China reducirá su dependencia de los patrones de crecimiento tradicionales y aumentará la atención a la sostenibilidad social, verde y ambiental.
2021 está demostrando que el núcleo del análisis de tendencias políticas y económicas mundiales seguirá siendo la competencia entre China y los Estados Unidos. La administración Biden todavía ve a China como su principal competidor estratégico, pero los métodos para abordar el tema son muy diferentes de los de la administración Trump. La principal diferencia es que Biden se centra en resolver problemas internos y no descarta los problemas más importantes con China.
El gobierno de Biden ha ajustado su estrategia para China, ya que la influencia de los principales grupos de interés como las finanzas estadounidenses y la industria militar en la política es constante en comparación con la administración anterior, pero el factor chino en la cadena de interés global sigue siendo mayor. De hecho, las voces de los dos partidos en el Congreso estadounidense también están en aumento pidiendo que se frene el ascenso de China.
En resumen, en términos de la dirección de la política china, se espera que la administración Biden se oponga a una guerra comercial porque daña los intereses fundamentales de la comunidad empresarial estadounidense. Sin embargo, es probable que haya problemas para Taiwán, Xianggang (Hong Kong), Xinjiang Weiwu’er (Uyghur), mar de China Meridional, Xizang (Tíbet) y otros problemas.
Se espera que la posibilidad de una nueva negociación comercial entre China y los Estados Unidos aumente significativamente en el futuro y se reforme la estrategia estadounidense de competencia constructiva.
Independientemente de los cambios en las relaciones sino-estadounidenses, China ciertamente promoverá una mayor cooperación bilateral y multilateral en materia de inversiones, buscando nuevos modelos de desarrollo y sombreando nuevos modelos de cooperación.
Las áreas clave que actualmente son las más importantes y dignas de atención son, en primer lugar, la adhesión de China a la Asociación Económica Global Regional (RCEP) y busca celebrar el Acuerdo Integral y Progresivo para la Asociación Transpacífica (CPTPP), que muestra que la alta dirección de China ha decidido continuar su estrategia de reforma de la promoción interna y la promoción externa.
El RCEP es un acuerdo de libre comercio en la región de Asia y el Pacífico entre los diez estados de la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental (Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam) y cinco de sus socios de libre comercio: Australia, China, Representante de Corea (Sur), Japón y Nueva Zelanda. Estos Estados miembros representan aproximadamente el 30 % de la población mundial y el PIB, lo que lo convierte en el mayor bloque comercial del mundo.
El CPTPP, por otro lado, es un proyecto de tratado de inversión regulatoria y regional en el que participaron doce países de la zona del Pacífico y Asia hasta 2014: Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Estados Unidos y Vietnam.
Entre RCEP y CPTPP, en realidad no sólo existe la interconexión de la cadena industrial y la similitud, así como más razones de unidad que diferencias, sino también la influencia de los factores estratégicos de las grandes potencias.
La principal diferencia entre ambos es que el CPTPP tiene mayores requisitos de calidad económica, mientras que el RECP es más inclusivo. En segundo lugar, es probable que se firme el acuerdo comercial y de inversión entre China y la UE, que tiene evidentes intereses a corto plazo para Europa e intereses estratégicos a largo plazo para China. Sin embargo, China aún no ha adoptar una postura cautelosa hacia la política europea y sus sistemas jurídicos de doble rasero. En tercer lugar, China y Rusia al mismo tiempo fortalecen la cooperación estratégica mundial y habrá nuevas oportunidades para su cooperación en los sectores energético y militar.
* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.
Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.
El escenario internacional se encuentra atravesado por una pluralidad de conflictos. Prácticamente no existe ninguna dimensión de la seguridad entre los Estados y, en un sentido más abarcador, a nivel internacional o mundial, que no se halle en situación crítica; incluso en la principal de ellas, la relativa con las armas de exterminio masivo, los “desajustes” producidos entre los poderes mayores (a partir del retiro de marcos de regulación cruciales) han incrementado el nivel de dudas en relación con la vigencia del propio equilibrio nuclear.
En clave esperanzadora, algunos expertos destacan que desde 1945 no ha sucedido ninguna nueva guerra generalizada, dando acaso por hecho que el mundo se ha alejado de ese fenómeno. Incluso algunos textos de escala del siglo XX, por caso, “Paz y guerra entre las naciones”, del francés Raymond Aron, por citar apenas uno de ellos, pareciera que se han vuelto perimidos frente a la emergencia de “nuevos temas”. Aunque casi no hay sitio para conjeturas confiadas, como ocurrió tras el final de la Guerra Fría cuando lo promisorio y lo habitual sobre el porvenir contaban con “perfiles” balanceados, existen “capillas” que tienden a considerar que “lo nuevo” podría implicar un horizonte que conduzca a los Estados a una era diferente, acaso alejada de las cuestiones que empujan a los actores a la rivalidad.
En esta perspectiva, el mundo cibernético, la “gestión climática” y, particularmente, la denominada inteligencia artificial (IA) serían los “aceleradores de la historia”.
Pero tal vez existe un exceso de confianza en ello.
En relación con el hecho relativo con más de siete décadas sin guerras entre poderes preeminentes, es necesario recordar que no ha sido del todo así, pues hubo choques entre actores de escala durante la denominada “paz larga”, por caso, la Unión Soviética y China, India y China, India y Pakistán, y también existieron situaciones de tensión extrema entre los dos centros geopolíticos sobre los que se apoyó el régimen interestatal post-1945. Pertinentemente, hace poco un prestigioso experto se refirió al “regreso de las tormentas”[1].
Las armas nucleares implicaron una nueva situación en el contexto estratégico-militar y en el cuadro del régimen internacional bipolar bajo todos sus estados, un tema muy bien estudiado por Morton Kaplan, otro “olvidado”. Ambos, armas letales y régimen, fueron realidades decisivas para que el mundo no marchara hacia un nuevo “estado de guerra”; dicho régimen también resultó capital para que los conflictos periféricos contaran con cierto nivel de “amortiguamiento”.
Pero el mundo continúa sin contar con una “vacuna contra la guerra”, pues las características principales de la política internacional siguen siendo las mismas de siempre: anarquía entre Estados, inseguridad, capacidades, intereses, incertidumbre ante las intenciones del otro, etc. De modo que mientras estos rasgos protohistóricos se mantengan, y no hay mayores razones como para considerar que se encuentran en retroceso, la política internacional no sufrirá cambios de escala.
Las cuestiones relativas con lo que podríamos denominar “nueva política internacional”, ciertamente permiten conjeturar en términos promisorios; pero es necesaria la cautela, pues en algunos de esos temas las necesidades de los Estados relativas con lograr ganancias de poder frente a otros, pues en la materia el poder es una realidad siempre relacional: importa en tanto se posee más que otro, podrían implicar un descenso (más) de la cooperación internacional, mientras que en otros el grado de incerteza es muy alto.
Por caso, en materia del “nuevo territorio” que supone la cibernética, un reciente estudio estima que las amenazas a la seguridad cibernética continuarán aumentando en 2021 por una razón central: un ciberataque es “una opción atractiva para los Estados porque es imposible probar las responsabilidades. Hay una guerra fría digital entre Estados Unidos, Rusia y China”[2].
Desde estos términos, si la “vieja geopolítica” implicaba siempre una cuestión de rivalidad entre los Estados por la pugna de intereses sobre territorios, la “nueva geopolítica” suma más conflicto entre Estados pues implica lo mismo que aquella, solo que en un territorio no mensurable.
En cuanto a la cuestión climática, las regulaciones impulsadas para detener el deterioro medioambiental no siempre serán neutrales, puesto que podrían encerrar lógicas relativas con la esencia de las relaciones entre los Estados: relaciones de poder antes que relaciones de derecho. Por ejemplo, tales regulaciones podrían implicar restricciones o bloqueos a países cuyas necesidades de modernización económica afectarían el medio ambiente.
Finalmente, en relación con la mentada IA, las posibilidades de que la misma produzca cambios que supongan un mejoramiento en la conducta humana son, por ahora, muy conjeturales. Más aún, en la propia comunidad científica hay sectores que consideran que nunca se llegará a un desarrollo total de la IA.
Pero más allá de las apreciaciones que puedan existir en relación con los nuevos tópicos y sus consecuencias en la política internacional, son las cuestiones habituales las que nos sumen en una situación no solo de rumbo incierto, sino riesgoso; pues a la ausencia de un régimen internacional (el último fue el de la “globalización I” en los lejanos años noventa), aquellos que deberían encontrarse pensando formas de convivencia, los poderes preeminentes, se hallan en una situación de rivalidad que, en algunos casos, como ocurre entre Occidente y Rusia, parecería haber tomado un curso prácticamente irreductible, situación que suma inquietud estratégica, pues el rasgo de conflictos irreductibles parecía ser propio de los conflictos que tienen lugar entre los poderes de Oriente Medio, por ejemplo, entre Irán e Israel, pero no entre Occidente y Rusia una vez finalizada la pugna global este-oeste.
Si bien es cierto que las rivalidades entre Rusia y Occidente, por un lado, y entre China y Occidente, por otro, son las mayores y las que más preocupan, los disensos que desde hace tiempo se registran entre “Occidente y Occidente”, es decir, entre Estados Unidos y Europa, merecen una particular atención. Claro que no se trata de una situación que no es ni de guerra ni de paz, como sucede en los otros dos contextos de rivalidad; pero en función de determinadas realidades, de la dispersión del poder, de la posible reconfiguración internacional y de las propias necesidades de Europa, es una cuestión estratégica seguir la relación, sobre todo desde el regreso de los demócratas al poder en los Estados Unidos.
Por tanto, realicemos a continuación algunas apreciaciones sobre estas tres cuestiones internacionales de escala.
Occidente-Rusia: más allá de la Guerra Fría
Habitualmente se tiende a considerar que las relaciones entre Occidente y Rusia se deterioraron a partir de la cuestión de Ucrania, cuyo desenlace implicó la amputación territorial de Crimea por parte de Rusia en 2014. Es verdad que la situación se deterioró sensiblemente desde entonces, siendo el grado de acumulación militar regional de ambos (que incluye posibles escenarios de choques o querellas militares), las sanciones, los cruces de acusaciones, etc., los principales indicadores de ello.
Pero si se pretende disponer de una apreciación más abarcadora de este conflicto central y de cuya evolución dependerá en buena medida el orden interestatal del siglo XXI, es preciso dirigirnos a los años noventa, más específicamente desde el mismo final de la contienda bipolar; pues para la “superpotencia solitaria”, como bien la denominó Samuel Huntington por entonces, era un propósito estratégico mayor evitar que, tras el derrumbe de la URSS, surgiera un nuevo poder que volviera a desafiar a Estados Unidos.
La “Rusia inicial”, la de 1992-1994, confió casi enteramente en la complementación estratégica con Occidente. Fue hacia mediados de la década cuando Moscú concluyó que la concepción estadounidense se basaba en una suerte de “Yalta de uno”: no había nada que compartir desde la victoria, y sí rentabilizar la misma a través de procedimientos que maximizaran la categórica posición estratégica occidental y debilitaran la de Rusia. De todos esos procedimientos, la ampliación de la OTAN, sobre todo la siguiente a la inclusión de Polonia, República Checa y Hungría en ella, fue el que más dañó y tensó las relaciones con Rusia, un actor de poder eminentemente terrestre, y cuya sensibilidad geopolítica protohistórica ante la aproximación de poderes mayormente marítimos significaba que la seguridad nacional se encontraba en riesgo mayor.
Si de práctica de pluralismo geopolítico se trataba, es decir, de deferencia y respeto territorial, hay que decir que ha sido la OTAN la que transgredió tal concepto, exigido hoy a Rusia en relación con sus cercanos, es decir, las ex repúblicas soviéticas, particularmente Bielorrusia y Ucrania. Georgia, en 2008, y Ucrania, en 2014, dejaron en claro esas zonas geopolíticas rojas de Rusia.
De manera que la rivalidad actual entre Occidente y Rusia ha proseguido después de la Guerra Fría; pero se trata de una nueva rivalidad o compulsa, no de una nueva Guerra Fría. El conflicto actual no implica ninguna pugna global con base en ideologías universales. Básicamente, se trata de una rivalidad de cuño geopolítico. Desde Occidente se considera que Rusia, en cualquier caso, será siempre una potencia políticamente conservadora y geopolíticamente revisionista que amenazará a Europa, particularmente a Europa central.
Por ello, cuando consideramos la actual situación de Rusia a partir de los sucesos derivados del caso o “factor Navalny”, necesariamente hay que tener presente esta perspectiva. Pues sin duda que los hechos relativos con el líder opositor implican cuestiones de orden interno, pero también fungen desde los intereses relativos con la rivalidad entre Occidente y Rusia o, más apropiadamente, desde los propósitos estratégicos de Occidente frente a Rusia.
La situación socioeconómica de Rusia es pertinente en relación con el intento de lograr ganancias de poder por parte de Occidente. En efecto, desde Occidente el discurso pro-Navalny es prácticamente granítico: se coloca al político opositor como el “bueno” y al régimen encabezado por Putin como el mal, un discurso que recuerda al presidente Reagan cuando se refirió a la URSS como el “imperio del mal”.
Más allá de las observaciones que se puedan llegar a hacer al régimen ruso, en términos de política de poder, pues de ello se tratan las relaciones entre Estados, el ascenso de Navalny u otro opositor serían funcionales para Occidente, pues se trata de políticos que si llegaran a estar al frente de Rusia podrían repetir lo que durante el primer lustro de los años noventa implicó el presidente Yeltsin para Occidente: un mandatario funcional para sus intereses.
En otros términos, un cambio de hombres al frente de Rusia podría implicar el debilitamiento del “modelo patriota”, al tiempo que se fortalecería el “modelo globalista occidental”, que no es un “modelo global-idealista”: es un modelo de poder con centro en Occidente (es decir, en Estados Unidos, pues Europa hasta hoy continúa siendo un “seguidor” de éste), una suerte de “neo-wilsonismo” activo cuyo propósito es hacer de Rusia una potencia frágil, exportadora de materias primas y con una menguada influencia en los grandes temas internacionales.
De este modo, como en los noventa, toda “gran estrategia de Rusia”, enfoque que implica centralmente mantener influencia en el cinturón de Estados que constituyen el “extranjero próximo” y tender a construir un orden internacional más multipolar, tendría un alcance más formal que real[3].
En este contexto, resulta difícil apreciar una posible salida a la situación entre Occidente y Rusia, de allí la condición geopolítica casi irreductible a la que ha llegado la misma. La llegada de Biden no es favorable a la negociación, salvo que la primacía de la política interna termine por “congelar” el conflicto con Rusia. No debemos olvidar que tres momentos estratégicos de Estados Unidos ante Rusia en los últimos 40 años ocurrieron con gobiernos demócratas: el involucramiento de la URSS en Afganistán (en 1979), la ampliación de la OTAN (fines de los noventa) y los sucesos en Ucrania (2013-2014).
Occidente-China: una nueva contienda, no una nueva “Guerra Fría”[4]
La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China ha instalado a los dos actores preeminentes como los principales “gladiadores” (para utilizar el término de Hobbes) de las relaciones entre Estados en el siglo XXI. Ningún otro conflicto, incluso el de Estados Unidos-Rusia, que considerando las capacidades convencionales y sobre todo nucleares de ambos puede parecer central, tiene la magnitud del conflicto chino-estadounidense.
Acaso lo más extraño de esta nueva rivalidad es que, después del comercio UE-China, se trata de la mayor interdependencia del mundo: nunca en la historia de las relaciones entre Estados hubo dos países cuyas economías estuvieran tan entrelazadas; vaya como dato relativo con ello que, en 2019, el año que se deterioran más sus relaciones, el comercio bilateral alcanzó la sideral suma de 540.000 millones de dólares, aunque no se trata de una cifra simétrica, claro, pues las ventas de la potencia asiática a Estados Unidos estuvieron cerca de los 400.000 millones de dólares, desequilibrio que, en gran medida, explica la ofensiva de Washington por lograr reparación comercial, propósito que difícilmente vaya a modificarse con el presidente Biden.
Es precisamente ese notable vínculo el que, como bien señalan dos autores argentinos en una reciente obra, hace que cualquier gestión del mundo dependa muy fuertemente de la coevolución de las relaciones entre ambos poderes, para lo cual imperiosamente deberán salir de la “interdependencia negativa” en la que se hallan[5].
Ahora, no solo el segmento mercantil los mantiene enfrentados. El creciente poderío de Pekín y su notable expansión geopolítica, geoeconómica y geotecnológica ha inquietado a Estados Unidos, que incluso ha sido desalojado por el actor asiático en algunas de las “plazas” latinoamericanas donde tradicionalmente había mantenido ascendente comercial y coto geopolítico, por caso, Venezuela y, considerando algunas declaraciones gubernamentales, Argentina, dos de los actores con mayor viabilidad económica estratégica.
Pero es en la gran región del Mar de la China Meridional, e incluso más allá, donde la proyección de los intereses de China ha preocupado a Estados Unidos, al punto que su concepción geopolítica preferente ha mudado desde la región del Golfo Pérsico hacia la enorme masa líquida que se extiende desde el Mar de Japón hasta Australia.
Conforme el entorno estratégico selectivo se ha ido trasladando desde el núcleo occidental hacia el este del globo, y el orden internacional gestado en 1945 se encuentra en estado de fragmentación y disolución, Estados Unidos, el único país grande, rico y estratégico-militar del mundo, y este último segmento es el que aún lo desmarca de los demás, no solo velará por la defensa de sus aliados asiáticos, sino que buscará evitar que en ese escenario, atravesado por múltiples dinámicas, se erija un “hegemón”.
En buena medida, Estados Unidos retorna a uno de sus grandes geopolíticos, Alfred Thayer Mahan, quien preconizaba que el dominio de los mares, especialmente de las rutas o “carreteras” marítimas, aseguraba el control mundial. Entonces, últimas décadas del siglo XIX, Estados Unidos se encontraba recorriendo el camino que lo llevaría “desde la riqueza al poder”, y uno de sus propósitos geopolíticos fue afirmar su predominancia en la región del Mar de la China, para lo cual su victoria militar sobre España fue clave para anclar su poder en Filipinas, entonces y hoy, un área selectiva estratégica.
También en aquel momento, la potencia americana en ascenso prácticamente no tenía rival allí: China había sido derrotada por otro poder en ascenso, Japón, que se consolidaría en el norte tras su categórica victoria ante Rusia en 1905.
Pero poco más de un siglo después la situación se presenta diferente, porque China no es la China de 1895, ni la de fines de los años setenta, en el siglo XX, cuando tuvo su última guerra, con Vietnam, país que aquel había invadido en su zona fronteriza, para luego retirarse tras enfrentar una fuerte reacción vietnamita. Posteriormente, en 1988, y más recientemente en 2014, hubo otras querellas militares entre ambos por cuestiones geopolíticas en el mar, pero estuvieron lejos de la contienda de 1979.
Es decir, si el verdadero poderío de una nación se mide en función de la técnica de poder más riesgosa, la guerra, la última confrontación militar de China fue hace más de 40 años y, aunque para la opinión pública internacional fue presentada como un triunfo de China, en el terreno la realidad fue otra.
Cumpliendo con su concepción estratégica, Estados Unidos se encuentra trasladando parte de su flota a la región; no solo lo hace para “contener” los propósitos expansivos y post-patrióticos de China, es decir, proyectarse más allá de sus derechos territoriales. De alguna manera, China lo ha hecho, pues ha conformado una serie de instalaciones o “almacenes militares” a lo largo de la costa del sur asiático, que llegan incluso hasta África, continente en el que la potencia asiática se ha convertido en “el nuevo colonizador pacífico”.
Aunque la expansión china suele ser considerada en términos centralmente económicos, la misma resulta indisociable del factor militar, pues, las compañías chinas de escala, como ha sostenido recientemente un ex director de la inteligencia británica, mantienen una estrecha relación con el Ejército chino.
Sin duda, se trata de un poder ascendente, incluso más allá de su condición geopolítica clásica: el poder terrestre. En la segunda década del siglo actual, China parece decidida a sumar, a su condición de poder terrestre, el factor marítimo, Si juzgamos los esfuerzos que ha hecho hasta el momento y los proyectos navales, particularmente, nuevos submarinos, portaaviones y armas electromagnéticas en destructores, Pekín se afirma como uno de los poderes más preeminentes del mundo, es decir, aquellos con “condición geopolítica integral” (esto es, predominancia independiente en tierra, mar, aire y espacio exterior).
De acuerdo con los propósitos fijados por el mandatario chino en 2017, hay dos “años estratégicos”: 2035, cuando el Ejército se encontrará totalmente modernizado, y 2050, cuando “las Fuerzas Armadas chinas deberán constituir una de las más grandes y poderosas fuerzas mundiales, para convertir a su país en “un líder global en cuanto a fortaleza nacional e influencia internacional”, para expresarlo en las propias palabras del presidente Xi.
Sin embargo, más allá de estos hechos y proyecciones, es posible que lo que parece ser un hecho inevitable, una confrontación entre China y Estados Unidos, no suceda en los términos clásicos, y China, el más débil de los dos, opte por una estrategia predominante y generalmente exitosa entre los países de la región: la destreza por acción indirecta.
En rigor, con algunos resultados, es la estrategia que ha estado practicando desde hace años China, a través de medios propios de la confrontación asimétrica: sin hacer frente a Estados Unidos directamente, Pekín ha buscado “rebajar” la presencia o influencia norteamericana en el área del Pacífico por medios no militares, por caso, impulsando bancos regionales con monedas regionales que, en cierta forma, configuren un orden internacional regional, como supone Henry Kissinger se irá configurando el mundo, que afiance a los actores asiático-orientales, particularmente a China, y aminore la presencia estadounidense.
Pero, con el fin de evitarlo de modo directo, Pekín podría intentar algo más en su rivalidad frente a Estados Unidos: modificar el tablero, dejando a Estados Unidos prácticamente sin el argumento estratégico que lo acerque a una posible colisión con su rival en algún lugar del Mar de la China.
En este sentido, como bien sostiene Hervé Juvin, el gran proyecto OBOR (“One Belt One Road”) tendría fines políticos, es decir, el colosal diseño para atravesar geoeconómicamente Asia desde China hasta Europa, implicaría una reacción a la política exterior de Estados Unidos basada en el “pivot asiático”. Es decir, para este autor francés, OBOR se propone dividir Occidente aprovechando la falta de estrategia de éste[6].
Ahora bien, ¿supone este conflicto chino-estadounidense una “nueva Guerra Fría” como la denominan cada vez más?
No es apropiado emplear ese concepto para designar la rivalidad entre los dos poderes. Se trata de una “nueva contienda” pero no de una “nueva Guerra Fría”. La contienda entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética fue una singularidad irrepetible; un conflicto de nuevo cuño en las relaciones entre Estados que se extendió, prácticamente, durante todo el siglo XX. Porque si bien es habitual fechar su inicio tras 1945, la rivalidad se inició el mismo año 1917, cuando los hombres que tomaron el poder en Rusia pusieron en marcha una política exterior inusual y casi desconocida que no estaba dirigida a los gobiernos de los otros Estados sino a sus clases trabajadoras, en principio a las de la Europa industrial. Por ello, muy pertinentemente, el historiador Ernst Nolte se ha referido a “la guerra civil europea 1917-1945”.
Este dato es clave en relación con la singularidad de la Guerra Fría. La misma se fundó en cosmovisiones universales diferentes, que a partir de los años estratégicos 1917-1919 la simbolizaron y aplicaron Woodrow Wilson y Vladimir Lenin. A ello habría que sumar el alcance de la ecuación estratégica-ideológica en la que se basó la rivalidad: una pugna entre “ellos y nosotros” a escala global en la que casi no hubo sitio para terceras posiciones. Las denominadas “esferas de influencia”, un concepto geopolítico aparentemente perimido, signaron la contienda.
Asimismo, del poder nuclear de ambos dependió la seguridad de la misma humanidad; por ello, la “cultura estratégica” de los dos fue determinante para corregir desequilibrios que podían haber llevado la contienda hacia una peligrosa orilla del terror.
En ese mundo, la demanda de China, en los años setenta, para ingresar al mismo fue aceptada porque resultó funcional a Estados Unidos en su rivalidad ante su igual, la URSS. Es verdad que era su igual en términos estratégicos militares, no en otros segmentos de poder, pero la Guerra Fría se trató del segmento de “la seguridad, la geopolítica y el factor estratégico militar primero”. Fue precisamente no ser una superpotencia completa la carencia que determinó su derrota y, finalmente, su desaparición.
Ese mundo desapareció hace treinta años, si bien Estados Unidos no ha dejado de considerar a Rusia un rival, como hemos visto poco antes. Pero no se trata de una continuación de la Guerra Fría. Es otra nueva rivalidad centrada más en la incongruencia geopolítica de Occidente y la dificultad que le significa no tener un enemigo, que en un eventual revisionismo geopolítico ruso.
Nada de esto hay en la contienda chino-estadounidense. China nunca ha abandonado su idea de Imperio del Centro, pero ello no supone una ideología universal. No hay una ruptura de la diplomacia, como supuso la emergencia de la “nueva Rusia” en 1917[7].
Asimismo, si hay que definir el modelo chino en el siglo XXI, se trata de un autoritarismo de mercado que se ha beneficiado, en gran medida, de los bienes públicos internacionales que Estados Unidos proporcionó al mundo pos-1945 y que hoy se están agotando.
En el mundo de hoy, China despliega “poder agregado”, algo que no sucedió con la URSS en el mundo de la Guerra Fría, es decir, China se despliega en casi todos los segmentos de poder internacional, algo que también implica una vulnerabilidad, particularmente en el circuito comercio-económico, hecho que explica los cambios que se propone Pekín.
Pero la pugna autoritarismo-democracia entre China y Estados Unidos no representa un combate ideológico de alcance universal. Ello no supone una vía de la política exterior china tendiente a modificar regímenes políticos por todo el mundo. La expansión comercial no implica necesariamente alternativa ideológica.
Finalmente, incluso en el segmento estratégico-militar, es muy cuestionable que exista paridad entre los dos actores. La propia inteligencia china considera que el país se encuentra por detrás de los Estados Unidos. Con la URSS esta situación solamente se dio entre 1945 y 1949, cuando Estados Unidos dispuso de la supremacía por ser único actor con el arma nuclear.
En breve, no hay una “nueva Guerra Fría; existe una “nueva contienda” en el mundo y ella parece destinada a quedarse en el tiempo, e incluso hasta de la misma se podría llegar configurar un nuevo orden entre Estados, aunque no podemos saber a partir de qué tipo de desenlace podría llegar a gestarse el mismo.
Occidente-Occidente: el precio de la subordinación de Europa
No vamos a extendernos demasiado en esta situación internacional, pues la relación Estados Unidos-Europa no implica un caso de conflicto a un nivel de “ni guerra ni paz” como en los casos anteriores. Ambos mantienen una alianza estratégica y la llegada de Biden podría significar restablecer firmemente el vínculo atlántico que Trump ha llegado a erosionar, aunque no quebrar.
Sin embargo, acaso con Trump se ha ido una oportunidad para que la Unión Europea comenzara a salir de su zona de confort estratégico, es decir, la condición anti-geopolítica que supone que el “primus inter pares” de la seguridad atlántico-occidental sea Estados Unidos, quedando Europa relegada a un papel de subordinación y dependencia que no siempre resulta favorable para sus intereses.
En este sentido, así como en 1945 Truman ha sido el “facilitador socioeconómico” de una Europa enteramente derrotada (por los que perdieron militarmente la guerra y por los que “ganaron, pero perdieron” en función de que el poder se concentró en actores no europeos), Trump, al defender ante todo el “interés nacional primero”, ha sido, sin proponérselo, el “facilitador geopolítico” para esta Europa del siglo XXI que parece convencida de que es posible construir un mundo con base (únicamente) en patrones jurídicos-institucionales, lo cual es, de acuerdo con la experiencia, una anomalía internacional.
Ha sido precisamente esa visión la que llevó en su momento a Europa a pensar y documentar que las posibilidades de tensiones entre Estados en el continente prácticamente eran imposibles. Pero los sucesos que tuvieron lugar en Europa Oriental, que culminaron con la anexión o reincorporación del territorio de Crimea a Rusia, fueron categóricos en relación con esa prematura visión europea.
A partir de entonces, la UE se encuentra en conflicto con Rusia, situación que ha empeorado desde el envenenamiento que sufrió Alekséi Navalny en Rusia en agosto de 2020. Dicho acontecimiento impulsó no solo nuevas sanciones, sino una postura más firme por parte de la UE ante Moscú, particularmente desde la cancillería alemana.
Ahora bien, en función de los intereses propiamente europeos, ¿es congruente que la UE sostenga (por no decir siga) el enfoque estadounidense en relación con Rusia?
Sin duda que los hechos son importantes como para que Europa adopte posiciones, pero en alguna medida las mismas terminan por afectar los intereses geoeconómicos de Europa; por caso, Alemania, el país motor de la UE, mantenía con Rusia un intercambio comercial superior a los 100.000 millones de dólares antes que se produjera la amputación de Crimea. Desde entonces, la relación cayó a 60.000 millones de dólares, quedando afectados sectores como el de los automotores alemanes. Otros países de la UE, por ejemplo, Italia, también han visto afectado el vínculo comercial con Rusia.
Actualmente, el sector relativo con el suministro de energía (la UE recibe de Rusia más del 40% de sus requerimientos energéticos) atraviesa una situación crítica, pues las sanciones de Occidente han comenzado a extenderse a compañías de dicho sector. De nuevo, Alemania podría encontrase en una encrucijada geo-energética si finalmente avanzan las sanciones. Hay que recordar que el gas ruso llega a Alemania “de territorio a territorio”, evitando el paso por terceros que eventualmente podrían provocar inconvenientes en tal suministro.
Aquí es necesario regresar al propósito estratégico de Occidente, es decir, de Estados Unidos, en relación con debilitar a Rusia. Si finalmente se logra reducir significativamente el suministro de energía rusa a Europa, convirtiéndose Estados Unidos en uno de los nuevos suministradores, ello afectaría significativamente la economía (que desde hace tiempo se encuentra en problemas) de Rusia, país que se vería privado de ingresos no solamente críticos para buena parte de su economía, sino para las necesarias modernizaciones que necesita el país: tanto en el sector de energía como en la configuración de una nueva economía que le permita a Rusia desempeñar un papel más cabal en el escenario internacional. ¿Es de interés europeo que suceda esta situación?
Finalmente, si la situación de “no guerra” que existe hoy entre la OTAN y Rusia se dirigiera hacia un horizonte de tensiones mayores acompañadas de querellas militares, ¿se arriesgará la UE a una confrontación directa con Rusia?
El punto central es que la UE está participando de una situación geopolítica; y en la geopolítica los valores institucionales y jurídicos, los principales activos de la UE, pueden volverse relevantes y hasta adversos frente a los intereses de actores que nunca mezclan valores con intereses políticos aplicados sobre territorios, particularmente, Rusia, una potencia terrestre y de geopolítica real y vital.
Por tanto, la UE difícilmente será una potencia cabal en el siglo XXI si solamente basa su poder en la seducción que puedan ejercer sus instituciones y sus normas. Aunque le resulte refractaria, deberá incorporar, tanto en las ideas como en los hechos, la geopolítica. Porque fuera de la UE, el mundo continúa siendo el de siempre: “hobbesiano”, salpicado por ciertos “órdenes gestionados”.
Reflexiones finales
Nunca las relaciones internacionales se encontraron frente a tantas temáticas. Lo viejo y lo nuevo se cruzan alimentando diferentes conjeturas, aunque cada vez resulta más difícil contar con conjeturas auspiciosas sobre el rumbo del mundo.
Más allá del protagonismo de actores y cuestiones no estatales, en las principales placas geopolíticas del mundo los protagonistas son Estados. En este breve escrito intentamos describir tres situaciones relativas con Estados. Hay otras, claro, pero en las abordadas, particularmente en las que involucran a Estados Unidos, Rusia y China, se encuentran en liza y enfrentados intereses de actores mayores. Actores sobre los que recae la responsabilidad mayor de pensar una configuración internacional pactada y respetada que aleje a las relaciones internacionales de situaciones conocidas, incluso también de aquellas que ni siquiera podemos llegar hoy a imaginar.
* Alberto Hutschenreuter es Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación y en la Universidad Abierta Interamericana. Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia.
Referencias
[1] Christopher Layne. “Coming Storms. The Return of Great-Power War”, Foreign Affairs, November/December 2020, <https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-10-13/coming-storms>.
[2] “The Top Geopolitical Risks of 2021”. Luminae Group, January 12, 2021, <https://www.luminaegroup.com/top-geopolitical-risks-2021>.
[3] Sobre la denominada gran estrategia rusa, ver: Francisco Javier Ayuela Azcárate, “Apuntes sobre la gran estrategia de la Federación Rusa”. Global Strategy, 13/01/2021.
[4] Adaptación del desarrollo que aparece en el libro de Alberto Hutschenreuter, Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2021, p. 153.
[5] Esteban Actis, Nicolás Creus. La disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia. Buenos Aires: Capital Intelectual,, 2020, p. 276-278.
[6] Hervé Juvín. “The New Silk Road and the Return of Geopolitics”. American Affairs, Spring 2019, p. 76-88.
[7] Carlos Fernández Pardo, Alberto Hutschenreuter, Versalles, 1919. Esperanza y frustración, Buenos Aires: Editorial Almaluz 2019, p. 66.