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EL DESORDEN INTERNACIONAL: SEIS ESCENARIOS INQUIETANTES

Alberto Hutschenreuter*

Posiblemente, el estado de desorden que existe en el mundo actual suponga uno de los desafíos más complejos al momento de pensar tendencias y desenlaces. Existen más cautelas, sí, en relación con apreciaciones que impliquen ascensos significativos en materia de cooperación internacional, particularmente entre los poderes preeminentes, como así en cuanto a “certificar” que temas como el comercio conllevan un automatismo en relación con el descenso de conflictos entre Estados.

A lo más, como concluye un interesante estudio sobre escenarios, se aprecia que podría mantenerse una convivencia relativamente pacífica entre aquellos poderes mayores que mantienen una profusa interdependencia competitiva en el segmento comercio-económico, es decir, Estados Unidos y China, pero destacando que la misma no acarrearía mejoras. Incluso aquellos expertos que reflexionan desde la esperanza que siempre supone el credo religioso, como por ejemplo el estadounidense César Vidal, se han vuelto cada vez más escépticos en relación con superar por medios políticos y económicos la crisis espiritual que sufren las sociedades.

El planteo o problema central es cómo será la trayectoria de las relaciones internacionales hasta alcanzar algún modo de configuración que implique “anclar” dichas relaciones a un patrón que aleje la discordia entre los Estados y afiance la gestión o concurrencia entre ellos. La experiencia enseña que un mundo desarreglado, es decir, no solo sin consenso entre “los que cuentan”, sino en situación de creciente desavenencia entre éstos, al punto que en algunos el estado es de “no guerra”, difícilmente pueda extenderse por demasiado tiempo. Si los propios órdenes internacionales suelen agotarse cuando se modifica el contexto o desaparecen las bases que lo gestaron y sustentaron, más precaria resultan las situaciones de desorden o desarreglo internacional.

El planteo resulta pertinente, pues, desde la situación en la que nos encontramos, dicha trayectoria difícilmente podría evitar turbulencias mayores o desenlaces altamente disruptivos entre los Estados, a menos que suceda algún acontecimiento internacional de escala, por caso, una gran conferencia o convención que suponga la antesala de acuerdos que trabajosamente, e incluso con dimisiones estratégicas, conduzcan a una configuración, aunque se trata de un acontecimiento que por ahora muy difícilmente ocurra.

Existen muchas realidades que dificultan tal rumbo favorable, algunas de las cuales la pandemia las galvanizó, por ejemplo, el nacionalismo de viejo y nuevo cuño, es decir, aquel reluctante ante el extranjero (cercano y distante), y este que se forja y vigoriza ante la inseguridad que implica lo desconocido, enfermedades contagiosas y globalismo, por citar dos muy presentes. Por otra parte, aunque se trata de una “regularidad” en las relaciones entre Estados, existe una creciente acumulación militar por parte de los países. No obstante, el hecho relativo con que en plena pandemia se haya invertido en el segmento de las armas más que en años anteriores (casi dos billones de dólares, según el informe 2021 del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, SIPRI) es un dato inquietante.

Pero hay otras semejantes o más complejas que aquellas. Consideremos básicamente seis de ellas: lo que podemos denominar “pluralismo geopolítico”; el creciente carácter intransigente de conflictos mayores; el multilateralismo descendente; la creciente configuración internacional “de facto”; la re-jerarquización internacional en contexto de la Covid 19 o de pos-primera ola; y, por último, el (posible) declive de civilizaciones.

En relación con la multiplicidad geopolítica, con ello queremos decir que a las clásicas dimensiones de la disciplina, tierra, mar, aire y espacio ulterior, se suman hoy el ciberespacio (en sus diferentes orientaciones, esto es, geopolítica de la conectividad pacífica, y geopolítica de la disrupción); los “territorios” funcionales a las denominadas “guerra híbrida” y “guerra gris”; la lógica territorial de los actores no estatales; y aquellos socio-espacios que fungen útiles para los actores no estatales, aunque también algunas veces para los mismos gobiernos.

Esta realidad es inquietante, pues la geopolítica tradicional siempre ha implicado (y no hay ninguna razón para que no continúe implicando) intereses aplicados sobre espacios geográficos con fines corrientemente asociados al incremento o a las ganancias de poder; es decir, supone conflictos. Pero los “nuevos temas” de la “geopolítica ampliada” no agregan algo diferente orientado hacia la cooperación (si bien es cierto que la conectividad pacífica supone adelantos en múltiples dimensiones), sino que, en buena medida, expanden las posibilidades de conflictos de nuevo cuño.

En efecto, la ciberguerra y los “espacios” utilizados en la guerras híbridas y grises, por caso, campañas de propaganda y utilización de recursos no militares ni cinéticos, suponen pugnas de poder o rivalidades a través de medios crecientemente sofisticados, pues el factor tecnológico-digital es clave para lograr ventajas internacionales. Pero se trata de una “nueva geopolítica” (más difusa en relación con las formas de guerras) que, a diferencia de la clásica geopolítica aplicada por los Estados en relación con la captura de territorios o proyección de intereses sobre zonas de recursos, puede ser ejercida por Estados “tercerizando” sus acciones por medio de “hackers patrióticos” y fuerzas irregulares, estrategias que implican “técnicas de poder” que “des-responsabilizan” de dichas acciones a un eventual Estado, o bien puede ser llevada a cabo por actores domésticos contra su propio Estado.

En cuanto a la lógica territorial de los actores no estatales como el terrorismo transnacional, la misma continúa siendo aquella que implicó un alcance global contra blancos situados en territorios nacionales altamente seguros, si bien actualmente dicho actor se encuentra en una etapa de (relativo) repliegue estratégico.

Finalmente, la profunda crisis socioeconómica que ha implicado la pandemia está fungiendo como “funcional” para el crimen organizado, que no solamente podría verse favorecido debido a la extenuación de capacidades de los Estados, algo que agudizaría aquello que hace décadas el estadounidense James Rosenau denominó “relocalización hacia abajo de la autoridad del Estado”, sino de lo que podemos denominar “consecuencias delictuales no deseadas de la pandemia”; un fenómeno que hace unos años lo observó muy bien la socióloga mexicana Rossana Reguillo Cruz en relación con el auge de las maras: “Cuando las instituciones se repliegan, otras ‘instituciones’ tienden a ocupar su lugar y los vínculos con el crimen organizado les han dado a estos jóvenes un lugar de pertenencia que no encuentran en la sociedad”. Es decir, la Covid 19 termina creando territorios deletéreos de inclusión social.

Pero, también, determinados gobiernos de cuño populista pueden favorecerse rentabilizando secuelas de la pandemia. Aunque resulte un fenómeno inicuo, el capital político que supone el “pobrismo funcional” representa el territorio de una geopolítica no clásica sino “evanescente” e inficionada, tanto en las ideas como en los hechos, por el fenómeno del relato. En otros términos, se trata de una “geopolítica de la decadencia”.

La geopolítica es acaso el segmento que registra las mayores extensiones. Sin embargo, es importante tener presente que la disciplina no puede desnaturalizarse, es decir, hay fenómenos nuevos que implican otros territorios, pero el fin siempre nos lleva a una relación intrínseca entre intereses políticos y geografía. Hay situaciones más vitales y reales, por ejemplo, los propósitos que tienen los poderes mayores en relación con el espacio ulterior, donde las concepciones nacionales prácticamente no ocultan fines asociados a la seguridad y la militarización; y hay otras en las que dicha relación es más difusa (e incluso posiblemente hasta cuestionable desde la disciplina). Pero en todas hay una situación en la que se suceden política, intereses y territorio.

Existe otra situación relativa con lo que podemos denominar irreductibilidad de los conflictos, un estado riesgoso pues prácticamente se acotan sensiblemente las posibilidades de lograr moderación por medio de negociaciones.

La región de Oriente Medio ha sido siempre la plaza de los conflictos irreductibles, por ejemplo; sin embargo, hay otros conflictos en los que la intransigencia de las partes en liza lo están tornando irreductibles. Concretamente, la situación de tensión que existe entre Occidente y Rusia, una rivalidad que, dado el estado en el que se halla, difícilmente se logren concesiones.

Por caso, ¿es posible suponer que la OTAN se comprometa a reducir significativamente la acumulación militar y renunciar a ampliar la membresía a países del este, como por ejemplo a Ucrania? Por su parte, ¿se puede esperar que Rusia abrace el “pluralismo geopolítico” y sea impasible a lo que suceda en su “vecindad inmediata”, como, por ejemplo, en Bielorrusia?

Es casi imposible responder afirmativamente a estos interrogantes estratégicos. Pero hay que agregar que la situación en Europa del este es una de las cuestiones. Sin duda, la principal; pero existe una canasta de conflictos entre Occidente y Rusia que plantean una nueva rivalidad que dificultan sobremanera hallar salidas, situación que, a su vez, dificulta posibilidades de considerar escenarios de pactos que prefiguren un esbozo de orden internacional.

En este contexto, la Unión Europea sostiene una geopolítica extraña o “blanda” fundada en la creencia de que sus normas e instituciones pueden (y deben) ser exportadas, y así “neutralizar” la geopolítica en clave clásica (que es la que predomina en el mundo allende las fronteras de la UE).

En tercer término, el multilateralismo sufre un descenso prácticamente sin precedentes, inquietante porque el mismo se inició bastante antes de la pandemia, aunque la enfermedad sin duda la precipitó. Será complejo re-construir un multilateralismo activo, no solo por las secuelas de desconfianza derivadas de la pandemia, sino porque la denominada “política como de costumbre” en las relaciones internacionales, es decir, las cuestiones relacionadas con la seguridad, la autoayuda, las percepciones, el poder, los intereses, el nacionalismo, etc., seguirá constituyendo el fondo de tales relaciones. Es verdad que “nada será igual” cuando finalmente pase la pandemia, pero ello no implica que nos encontraremos ante temas o situaciones superadoras de lo que viene sucediendo protohistóricamente en las relaciones entre Estados.

Existen múltiples conjeturas, algunas de ellas demasiados sobrevaluadas en relación con las esperanzas centradas en un futuro con “seguridades aseguradas”, por ejemplo, en materia de inteligencia artificial (IA, un entorno pos-humano), o en cuanto a una economía digitalizada. Pero se trata de conjeturas; más todavía, se podría pensar que los resultados terminen siendo totalmente contrarios a los aguardados y, por ejemplo, los Estados, sintiéndose amenazados ante cambios que “relocalicen su autoridad en todas las direcciones”, desplieguen medidas que los vigoricen hacia dentro y hacia fuera, hecho que afectaría más todavía el devaluado multilateralismo.

Quizá resulte pertinente recordar la conjetura estrella de principios de los años noventa: un mundo centrado en el comercio profuso, los bloques geoeconómicos y los regímenes ordenadores del mismo. Treinta años después, no solo nada de ello ha ocurrido, sino que el comercio entre actores mayores, Estados Unidos y China, es una fuente de desavenencias que, de complicarse más, podría provocar trastornos económicos mayores a escala global.

En cuarto lugar, el dinamismo económico de Estados Unidos y China se encuentra, por lejos, adelante de los demás, incluso de la UE, cuyo “desentendimiento” de la geopolítica no solo la priva de estar presente en uno de los segmentos clave de poder internacional, sino que la mantiene en un lugar de dependencia estratégica crónica.

Hay estudios que consideran que, a menos que ocurra una guerra entre estos dos poderes mayores, el mundo ingresará (“de facto”) a un modo u orden bipolar flexible, es decir, Estados Unidos y China proveerán (cada uno) los denominados bienes públicos internacionales, por caso, en materia de bancos, sin que ello suponga, como otrora, la existencia de cerradas esferas de influencia (en todo caso, dicho modelo se basará en una “geopolítica descentralizada”).

En este contexto, podría suceder que el gran emprendimiento geoconómico y geopolítico de Pekín que atraviesa el Asia central, “One Belt One Road” (“OBOR”), provoque tal concentración de participantes e interesados, entre ellos, la UE, que dicho bipolarismo experimente cada vez más crecientes rigideces, como consecuencia de la percepción estadounidense relativa con que su rival podría lograr considerables ganancias de poder.

En quinto lugar, la pandemia apresuró procesos de declinación de países e incluso grandes zonas continentales. Declinación interna e irrelevancia externa son realidades casi contundentes que echaron por tierra algunas conjeturas relativas con países o bloques en ascenso.

Para tomar un caso central, no todos, pero un importante número de países de América Latina se encuentra en un estado de declinación política, social, económica, tecnológica, etc., del que será complejo salir en el mediano plazo. De acuerdo con el Informe sobre el Panorama Social de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el incremento de la pobreza, que fue sensible durante 2014-2019, supondrá tras la crisis de la pandemia un retroceso de más de 10 años y de dos décadas en términos de pobreza extrema. Sin duda ninguna, esta caída de indicadores, prácticamente un seísmo sin precedente, tiene un decisivo correlato en relación con la pérdida de posición de la región en el mundo.

En un trabajo publicado en “Nueva Sociedad” en febrero de 2021, Luis Schenoni y Andrés Malamud nos aportan datos clave en relación con la creciente irrelevancia de América Latina. Los autores demuestran que la región, comparada con otras regiones del globo, se halla en una trayectoria declinante desde hace décadas y que actualmente mantiene esa trayectoria: “La región perdió posiciones en todos los indicadores de relevancia disponibles, proporción de la población mundial, peso estratégico, volumen del comercio exterior, capacidad militar y proyección diplomática”.

Si a esta situación sumamos que desde antes de la pandemia se advertía desde la CEPAL que la región no podía quedar al margen de la “cuarta revolución industrial” y terminar arrastrada por el “tsunami tecnológico”, con la caída de las inversiones y la crisis económica casi integral en 2020 y en lo que va de 2021, será muy complejo incorporar la región a los procesos tecnológicos emergentes más sofisticados, la Internet de las cosas, la robótica, la inteligencia artificial, la genética, los activos satelitales, los drones, las cadenas de valor, etc., y marchar hacia una evolución social elevada, no ya como sucede en Japón, donde se considera que existe una “sociedad 5.0”, pero sí una comunidad más saneada de lastres como la corrupción, el crimen organizado y los “estilos políticos” orientados al pobrismo y la concentración de poder por el poder mismo.

Finalmente, una situación que tiende a ser eludida, postergada o ignorada. La relativa con las civilizaciones y la posible declinación de las mismas, una cuestión que pareciera de otro tiempo y hasta incluso perimida. Pero se trata de una cuestión que debe ser considerada en clave de procesos prolongados. Por ello, para autores como el sociólogo Krishan Kumar, existen indicios relativos con el regreso, como concepto y como modo de análisis, de la civilización.

Es preciso tener presente que se trata de una cuestión de orden superior a la erosión de poder de un actor o de una civilización. Se trata de pérdida de poder, sin duda, pero acompañada de la declinación de aquellos componentes o activos no necesariamente materiales que resultan clave para ser un centro de gravitación identitaria, política, económica, cultural, militar, etc., y de proyección de influencia y poder más allá de sus fronteras.

No nos referimos aquí a declinación desde una perspectiva de confrontaciones entre civilizaciones, conflictos que tienen lugar en las denominadas “líneas de fallas” intercivizacionales, una conjetura interesante y atractiva para el debate; sino a una situación más compleja y de extensión como es el ocaso de una determinada civilización, una regularidad en la historia, de modo que ello no implica ninguna novedad.

Habitualmente se hace referencia a la civilización occidental como la que se encuentra en un ciclo de declinación; sin embargo, es preciso distinguir la civilización occidental estadounidense y la civilización occidental europea; y es esta última la que podría encontrarse en tal ciclo. De hecho, desde 1945 (o quizá desde 1918) el poder dejó de habitar en Europa, desplazándose desde entonces hacia otros continentes. Nadie comprendió mejor dicha situación que el general Charles de Gaulle cuando en 1945 advirtió que en Europa hubo dos países que perdieron la guerra, mientras que los demás fueron derrotados.

Más de 75 años después, el poder no solamente permanece fuera de Europa, sino que la UE se empeña en desplegar una geopolítica (o más apropiadamente “anti-geopolítica”) de cuño híbrido centrada en intentar proyectar un modelo jurídico-institucional, ambición que ya ha demostrado sus (peligrosos) límites en relación con lo que sucede en la “placa geopolítica” de Europa del este. Pero a esta carencia geopolítica se suman los riesgos que supone el posible declive de su propia civilización, posibilidad por demás inquietante, pues ello podría a su vez implicar el declive y hasta desaparición de la mayor construcción de complementación e integración entre naciones.

Por tanto, si existe un sitio donde está regresando el tema relativo con la civilización, ese sitio es Europa. Si bien las fuerzas que levantan las banderas que vituperan aquello que es “políticamente incorrecto”, desde algunos segmentos políticos la cuestión es advertida, incluso desde lugares como la literatura. Por ello, de la misma manera que tímidamente se han comenzado a abordar cuestiones de geopolítica real y no tanto de “geopolítica blanda”, los europeos no harían mal en volver a tomar los “perimidos” textos de Spengler, Braudel, Toynbee…

En breve, presentamos aquí algunas situaciones que tienen lugar en el confuso mundo del siglo XXI. Las mismas discurren en un contexto de pandemia, pero preceden a la enfermedad; y, en algunos casos, se produjeron aceleraciones a partir de la misma. Además, tienen lugar en un cuadro de ausencia de configuración internacional, de creciente rivalidad entre Estados preeminentes, sin suficientes liderazgos y elites y con el retorno de temas que parecían anclados en el pasado. Un mundo cada vez más complejo para el gran reto que significa pensar tendencias y desenlaces.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG.

 

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TRES SITUACIONES INTERNACIONALES. APRECIACIONES ESTRATÉGICAS

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de PIRO4D en Pixabay

El escenario internacional se encuentra atravesado por una pluralidad de conflictos. Prácticamente no existe ninguna dimensión de la seguridad entre los Estados y, en un sentido más abarcador, a nivel internacional o mundial, que no se halle en situación crítica; incluso en la principal de ellas, la relativa con las armas de exterminio masivo, los “desajustes” producidos entre los poderes mayores (a partir del retiro de marcos de regulación cruciales) han incrementado el nivel de dudas en relación con la vigencia del propio equilibrio nuclear.

En clave esperanzadora, algunos expertos destacan que desde 1945 no ha sucedido ninguna nueva guerra generalizada, dando acaso por hecho que el mundo se ha alejado de ese fenómeno. Incluso algunos textos de escala del siglo XX, por caso, “Paz y guerra entre las naciones”, del francés Raymond Aron, por citar apenas uno de ellos, pareciera que se han vuelto perimidos frente a la emergencia de “nuevos temas”. Aunque casi no hay sitio para conjeturas confiadas, como ocurrió tras el final de la Guerra Fría cuando lo promisorio y lo habitual sobre el porvenir contaban con “perfiles” balanceados, existen “capillas” que tienden a considerar que “lo nuevo” podría implicar un horizonte que conduzca a los Estados a una era diferente, acaso alejada de las cuestiones que empujan a los actores a la rivalidad.

En esta perspectiva, el mundo cibernético, la “gestión climática” y, particularmente, la denominada inteligencia artificial (IA) serían los “aceleradores de la historia”.

Pero tal vez existe un exceso de confianza en ello.

En relación con el hecho relativo con más de siete décadas sin guerras entre poderes preeminentes, es necesario recordar que no ha sido del todo así, pues hubo choques entre actores de escala durante la denominada “paz larga”, por caso, la Unión Soviética y China, India y China, India y Pakistán, y también existieron situaciones de tensión extrema entre los dos centros geopolíticos sobre los que se apoyó el régimen interestatal post-1945. Pertinentemente, hace poco un prestigioso experto se refirió al “regreso de las tormentas”[1].

Las armas nucleares implicaron una nueva situación en el contexto estratégico-militar y en el cuadro del régimen internacional bipolar bajo todos sus estados, un tema muy bien estudiado por Morton Kaplan, otro “olvidado”. Ambos, armas letales y régimen, fueron realidades decisivas para que el mundo no marchara hacia un nuevo “estado de guerra”; dicho régimen también resultó capital para que los conflictos periféricos contaran con cierto nivel de “amortiguamiento”.

Pero el mundo continúa sin contar con una “vacuna contra la guerra”, pues las características principales de la política internacional siguen siendo las mismas de siempre: anarquía entre Estados, inseguridad, capacidades, intereses, incertidumbre ante las intenciones del otro, etc. De modo que mientras estos rasgos protohistóricos se mantengan, y no hay mayores razones como para considerar que se encuentran en retroceso, la política internacional no sufrirá cambios de escala.

Las cuestiones relativas con lo que podríamos denominar “nueva política internacional”, ciertamente permiten conjeturar en términos promisorios; pero es necesaria la cautela, pues en algunos de esos temas las necesidades de los Estados relativas con lograr ganancias de poder frente a otros, pues en la materia el poder es una realidad siempre relacional: importa en tanto se posee más que otro, podrían implicar un descenso (más) de la cooperación internacional, mientras que en otros el grado de incerteza es muy alto.

Por caso, en materia del “nuevo territorio” que supone la cibernética, un reciente estudio estima que las amenazas a la seguridad cibernética continuarán aumentando en 2021 por una razón central: un ciberataque es “una opción atractiva para los Estados porque es imposible probar las responsabilidades. Hay una guerra fría digital entre Estados Unidos, Rusia y China”[2].

Desde estos términos, si la “vieja geopolítica” implicaba siempre una cuestión de rivalidad entre los Estados por la pugna de intereses sobre territorios, la “nueva geopolítica” suma más conflicto entre Estados pues implica lo mismo que aquella, solo que en un territorio no mensurable.

En cuanto a la cuestión climática, las regulaciones impulsadas para detener el deterioro medioambiental no siempre serán neutrales, puesto que podrían encerrar lógicas relativas con la esencia de las relaciones entre los Estados: relaciones de poder antes que relaciones de derecho. Por ejemplo, tales regulaciones podrían implicar restricciones o bloqueos a países cuyas necesidades de modernización económica afectarían el medio ambiente.

Finalmente, en relación con la mentada IA, las posibilidades de que la misma produzca cambios que supongan un mejoramiento en la conducta humana son, por ahora, muy conjeturales. Más aún, en la propia comunidad científica hay sectores que consideran que nunca se llegará a un desarrollo total de la IA.

Pero más allá de las apreciaciones que puedan existir en relación con los nuevos tópicos y sus consecuencias en la política internacional, son las cuestiones habituales las que nos sumen en una situación no solo de rumbo incierto, sino riesgoso; pues a la ausencia de un régimen internacional (el último fue el de la “globalización I” en los lejanos años noventa), aquellos que deberían encontrarse pensando formas de convivencia, los poderes preeminentes, se hallan en una situación de rivalidad que, en algunos casos, como ocurre entre Occidente y Rusia, parecería haber tomado un curso prácticamente irreductible, situación que suma inquietud estratégica, pues el rasgo de conflictos irreductibles parecía ser propio de los conflictos que tienen lugar entre los poderes de Oriente Medio, por ejemplo, entre Irán e Israel, pero no entre Occidente y Rusia una vez finalizada la pugna global este-oeste.

Si bien es cierto que las rivalidades entre Rusia y Occidente, por un lado, y entre China y Occidente, por otro, son las mayores y las que más preocupan, los disensos que desde hace tiempo se registran entre “Occidente y Occidente”, es decir, entre Estados Unidos y Europa, merecen una particular atención. Claro que no se trata de una situación que no es ni de guerra ni de paz, como sucede en los otros dos contextos de rivalidad; pero en función de determinadas realidades, de la dispersión del poder, de la posible reconfiguración internacional y de las propias necesidades de Europa, es una cuestión estratégica seguir la relación, sobre todo desde el regreso de los demócratas al poder en los Estados Unidos.

Por tanto, realicemos a continuación algunas apreciaciones sobre estas tres cuestiones internacionales de escala.

Occidente-Rusia: más allá de la Guerra Fría

Habitualmente se tiende a considerar que las relaciones entre Occidente y Rusia se deterioraron a partir de la cuestión de Ucrania, cuyo desenlace implicó la amputación territorial de Crimea por parte de Rusia en 2014. Es verdad que la situación se deterioró sensiblemente desde entonces, siendo el grado de acumulación militar regional de ambos (que incluye posibles escenarios de choques o querellas militares), las sanciones, los cruces de acusaciones, etc., los principales indicadores de ello.

Pero si se pretende disponer de una apreciación más abarcadora de este conflicto central y de cuya evolución dependerá en buena medida el orden interestatal del siglo XXI, es preciso dirigirnos a los años noventa, más específicamente desde el mismo final de la contienda bipolar; pues para la “superpotencia solitaria”, como bien la denominó Samuel Huntington por entonces, era un propósito estratégico mayor evitar que, tras el derrumbe de la URSS, surgiera un nuevo poder que volviera a desafiar a Estados Unidos.

La “Rusia inicial”, la de 1992-1994, confió casi enteramente en la complementación estratégica con Occidente. Fue hacia mediados de la década cuando Moscú concluyó que la concepción estadounidense se basaba en una suerte de “Yalta de uno”: no había nada que compartir desde la victoria, y sí rentabilizar la misma a través de procedimientos que maximizaran la categórica posición estratégica occidental y debilitaran la de Rusia. De todos esos procedimientos, la ampliación de la OTAN, sobre todo la siguiente a la inclusión de Polonia, República Checa y Hungría en ella, fue el que más dañó y tensó las relaciones con Rusia, un actor de poder eminentemente terrestre, y cuya sensibilidad geopolítica protohistórica ante la aproximación de poderes mayormente marítimos significaba que la seguridad nacional se encontraba en riesgo mayor.

Si de práctica de pluralismo geopolítico se trataba, es decir, de deferencia y respeto territorial, hay que decir que ha sido la OTAN la que transgredió tal concepto, exigido hoy a Rusia en relación con sus cercanos, es decir, las ex repúblicas soviéticas, particularmente Bielorrusia y Ucrania. Georgia, en 2008, y Ucrania, en 2014, dejaron en claro esas zonas geopolíticas rojas de Rusia.

De manera que la rivalidad actual entre Occidente y Rusia ha proseguido después de la Guerra Fría; pero se trata de una nueva rivalidad o compulsa, no de una nueva Guerra Fría. El conflicto actual no implica ninguna pugna global con base en ideologías universales. Básicamente, se trata de una rivalidad de cuño geopolítico. Desde Occidente se considera que Rusia, en cualquier caso, será siempre una potencia políticamente conservadora y geopolíticamente revisionista que amenazará a Europa, particularmente a Europa central.

Por ello, cuando consideramos la actual situación de Rusia a partir de los sucesos derivados del caso o “factor Navalny”, necesariamente hay que tener presente esta perspectiva. Pues sin duda que los hechos relativos con el líder opositor implican cuestiones de orden interno, pero también fungen desde los intereses relativos con la rivalidad entre Occidente y Rusia o, más apropiadamente, desde los propósitos estratégicos de Occidente frente a Rusia.

La situación socioeconómica de Rusia es pertinente en relación con el intento de lograr ganancias de poder por parte de Occidente. En efecto, desde Occidente el discurso pro-Navalny es prácticamente granítico: se coloca al político opositor como el “bueno” y al régimen encabezado por Putin como el mal, un discurso que recuerda al presidente Reagan cuando se refirió a la URSS como el “imperio del mal”.

Más allá de las observaciones que se puedan llegar a hacer al régimen ruso, en términos de política de poder, pues de ello se tratan las relaciones entre Estados, el ascenso de Navalny u otro opositor serían funcionales para Occidente, pues se trata de políticos que si llegaran a estar al frente de Rusia podrían repetir lo que durante el primer lustro de los años noventa implicó el presidente Yeltsin para Occidente: un mandatario funcional para sus intereses.

En otros términos, un cambio de hombres al frente de Rusia podría implicar el debilitamiento del “modelo patriota”, al tiempo que se fortalecería el “modelo globalista occidental”, que no es un “modelo global-idealista”: es un modelo de poder con centro en Occidente (es decir, en Estados Unidos, pues Europa hasta hoy continúa siendo un “seguidor” de éste), una suerte de “neo-wilsonismo” activo cuyo propósito es hacer de Rusia una potencia frágil, exportadora de materias primas y con una menguada influencia en los grandes temas internacionales.

De este modo, como en los noventa, toda “gran estrategia de Rusia”, enfoque que implica centralmente mantener influencia en el cinturón de Estados que constituyen el “extranjero próximo” y tender a construir un orden internacional más multipolar, tendría un alcance más formal que real[3].

En este contexto, resulta difícil apreciar una posible salida a la situación entre Occidente y Rusia, de allí la condición geopolítica casi irreductible a la que ha llegado la misma. La llegada de Biden no es favorable a la negociación, salvo que la primacía de la política interna termine por “congelar” el conflicto con Rusia. No debemos olvidar que tres momentos estratégicos de Estados Unidos ante Rusia en los últimos 40 años ocurrieron con gobiernos demócratas: el involucramiento de la URSS en Afganistán (en 1979), la ampliación de la OTAN (fines de los noventa) y los sucesos en Ucrania (2013-2014).

Occidente-China: una nueva contienda, no una nueva “Guerra Fría”[4]

La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China ha instalado a los dos actores preeminentes como los principales “gladiadores” (para utilizar el término de Hobbes) de las relaciones entre Estados en el siglo XXI. Ningún otro conflicto, incluso el de Estados Unidos-Rusia, que considerando las capacidades convencionales y sobre todo nucleares de ambos puede parecer central, tiene la magnitud del conflicto chino-estadounidense.

Acaso lo más extraño de esta nueva rivalidad es que, después del comercio UE-China, se trata de la mayor interdependencia del mundo: nunca en la historia de las relaciones entre Estados hubo dos países cuyas economías estuvieran tan entrelazadas; vaya como dato relativo con ello que, en 2019, el año que se deterioran más sus relaciones, el comercio bilateral alcanzó la sideral suma de 540.000 millones de dólares, aunque no se trata de una cifra simétrica, claro, pues las ventas de la potencia asiática a Estados Unidos estuvieron cerca de los 400.000 millones de dólares, desequilibrio que, en gran medida, explica la ofensiva de Washington por lograr  reparación comercial, propósito que difícilmente vaya a modificarse con el presidente Biden.

Es precisamente ese notable vínculo el que, como bien señalan dos autores argentinos en una reciente obra, hace que cualquier gestión del mundo dependa muy fuertemente de la coevolución de las relaciones entre ambos poderes, para lo cual imperiosamente deberán salir de la “interdependencia negativa” en la que se hallan[5].

Ahora, no solo el segmento mercantil los mantiene enfrentados. El creciente poderío de Pekín y su notable expansión geopolítica, geoeconómica y geotecnológica ha inquietado a Estados Unidos, que incluso ha sido desalojado por el actor asiático en algunas de las “plazas” latinoamericanas donde tradicionalmente había mantenido ascendente comercial y coto geopolítico, por caso, Venezuela y, considerando algunas declaraciones gubernamentales, Argentina, dos de los actores con mayor viabilidad económica estratégica.

Pero es en la gran región del Mar de la China Meridional, e incluso más allá, donde la proyección de los intereses de China ha preocupado a Estados Unidos, al punto que su concepción geopolítica preferente ha mudado desde la región del Golfo Pérsico hacia la enorme masa líquida que se extiende desde el Mar de Japón hasta Australia.

Conforme el entorno estratégico selectivo se ha ido trasladando desde el núcleo occidental hacia el este del globo, y el orden internacional gestado en 1945 se encuentra en estado de fragmentación y disolución, Estados Unidos, el único país grande, rico y estratégico-militar del mundo, y este último segmento es el que aún lo desmarca de los demás, no solo velará por la defensa de sus aliados asiáticos, sino que buscará evitar que en ese escenario, atravesado por múltiples dinámicas, se erija un “hegemón”.

En buena medida, Estados Unidos retorna a uno de sus grandes geopolíticos, Alfred Thayer Mahan, quien preconizaba que el dominio de los mares, especialmente de las rutas o “carreteras” marítimas, aseguraba el control mundial. Entonces, últimas décadas del siglo XIX, Estados Unidos se encontraba recorriendo el camino que lo llevaría “desde la riqueza al poder”, y uno de sus propósitos geopolíticos fue afirmar su predominancia en la región del Mar de la China, para lo cual su victoria militar sobre España fue clave para anclar su poder en Filipinas, entonces y hoy, un área selectiva estratégica.

También en aquel momento, la potencia americana en ascenso prácticamente no tenía rival allí: China había sido derrotada por otro poder en ascenso, Japón, que se consolidaría en el norte tras su categórica victoria ante Rusia en 1905.

Pero poco más de un siglo después la situación se presenta diferente, porque China no es la China de 1895, ni la de fines de los años setenta, en el siglo XX, cuando tuvo su última guerra, con Vietnam, país que aquel había invadido en su zona fronteriza, para luego retirarse tras enfrentar una fuerte reacción vietnamita. Posteriormente, en 1988, y más recientemente en 2014, hubo otras querellas militares entre ambos por cuestiones geopolíticas en el mar, pero estuvieron lejos de la contienda de 1979.

Es decir, si el verdadero poderío de una nación se mide en función de la técnica de poder más riesgosa, la guerra, la última confrontación militar de China fue hace más de 40 años y, aunque para la opinión pública internacional fue presentada como un triunfo de China, en el terreno la realidad fue otra.

Cumpliendo con su concepción estratégica, Estados Unidos se encuentra trasladando parte de su flota a la región; no solo lo hace para “contener” los propósitos expansivos y post-patrióticos de China, es decir, proyectarse más allá de sus derechos territoriales. De alguna manera, China lo ha hecho, pues ha conformado una serie de instalaciones o “almacenes militares” a lo largo de la costa del sur asiático, que llegan incluso hasta África, continente en el que la potencia asiática se ha convertido en “el nuevo colonizador pacífico”.

Aunque la expansión china suele ser considerada en términos centralmente económicos, la misma resulta indisociable del factor militar, pues, las compañías chinas de escala, como ha sostenido recientemente un ex director de la inteligencia británica, mantienen una estrecha relación con el Ejército chino.

Sin duda, se trata de un poder ascendente, incluso más allá de su condición geopolítica clásica: el poder terrestre. En la segunda década del siglo actual, China parece decidida a sumar, a su condición de poder terrestre, el factor marítimo, Si juzgamos los esfuerzos que ha hecho hasta el momento y los proyectos navales, particularmente, nuevos submarinos, portaaviones y armas electromagnéticas en destructores, Pekín se afirma como uno de los poderes más preeminentes del mundo, es decir, aquellos con “condición geopolítica integral” (esto es, predominancia independiente en tierra, mar, aire y espacio exterior).

De acuerdo con los propósitos fijados por el mandatario chino en 2017, hay dos “años estratégicos”: 2035, cuando el Ejército se encontrará totalmente modernizado, y 2050, cuando “las Fuerzas Armadas chinas deberán constituir una de las más grandes y poderosas fuerzas mundiales, para convertir a su país en “un líder global en cuanto a fortaleza nacional e influencia internacional”, para expresarlo en las propias palabras del presidente Xi.

Sin embargo, más allá de estos hechos y proyecciones, es posible que lo que parece ser un hecho inevitable, una confrontación entre China y Estados Unidos, no suceda en los términos clásicos, y China, el más débil de los dos, opte por una estrategia predominante y generalmente exitosa entre los países de la región: la destreza por acción indirecta.

En rigor, con algunos resultados, es la estrategia que ha estado practicando desde hace años China, a través de medios propios de la confrontación asimétrica: sin hacer frente a Estados Unidos directamente, Pekín ha buscado “rebajar” la presencia o influencia norteamericana en el área del Pacífico por medios no militares, por caso, impulsando bancos regionales con monedas regionales que, en cierta forma, configuren un orden internacional regional, como supone Henry Kissinger se irá configurando el mundo, que afiance a los actores asiático-orientales, particularmente a China, y aminore la presencia estadounidense.

Pero, con el fin de evitarlo de modo directo, Pekín podría intentar algo más en su rivalidad frente a Estados Unidos: modificar el tablero, dejando a Estados Unidos prácticamente sin el argumento estratégico que lo acerque a una posible colisión con su rival en algún lugar del Mar de la China.

En este sentido, como bien sostiene Hervé Juvin, el gran proyecto OBOR (“One Belt One Road”) tendría fines políticos, es decir, el colosal diseño para atravesar geoeconómicamente Asia desde China hasta Europa, implicaría una reacción a la política exterior de Estados Unidos basada en el “pivot asiático”. Es decir, para este autor francés, OBOR se propone dividir Occidente aprovechando la falta de estrategia de éste[6].

Ahora bien, ¿supone este conflicto chino-estadounidense una “nueva Guerra Fría” como la denominan cada vez más?

No es apropiado emplear ese concepto para designar la rivalidad entre los dos poderes. Se trata de una “nueva contienda” pero no de una “nueva Guerra Fría”. La contienda entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética fue una singularidad irrepetible; un conflicto de nuevo cuño en las relaciones entre Estados que se extendió, prácticamente, durante todo el siglo XX. Porque si bien es habitual fechar su inicio tras 1945, la rivalidad se inició el mismo año 1917, cuando los hombres que tomaron el poder en Rusia pusieron en marcha una política exterior inusual y casi desconocida que no estaba dirigida a los gobiernos de los otros Estados sino a sus clases trabajadoras, en principio a las de la Europa industrial. Por ello, muy pertinentemente, el historiador Ernst Nolte se ha referido a “la guerra civil europea 1917-1945”.

Este dato es clave en relación con la singularidad de la Guerra Fría. La misma se fundó en cosmovisiones universales diferentes, que a partir de los años estratégicos 1917-1919 la simbolizaron y aplicaron Woodrow Wilson y Vladimir Lenin. A ello habría que sumar el alcance de la ecuación estratégica-ideológica en la que se basó la rivalidad: una pugna entre “ellos y nosotros” a escala global en la que casi no hubo sitio para terceras posiciones. Las denominadas “esferas de influencia”, un concepto geopolítico aparentemente perimido, signaron la contienda.

Asimismo, del poder nuclear de ambos dependió la seguridad de la misma humanidad; por ello, la “cultura estratégica” de los dos fue determinante para corregir desequilibrios que podían haber llevado la contienda hacia una peligrosa orilla del terror.

En ese mundo, la demanda de China, en los años setenta, para ingresar al mismo fue aceptada porque resultó funcional a Estados Unidos en su rivalidad ante su igual, la URSS. Es verdad que era su igual en términos estratégicos militares, no en otros segmentos de poder, pero la Guerra Fría se trató del segmento de “la seguridad, la geopolítica y el factor estratégico militar primero”. Fue precisamente no ser una superpotencia completa la carencia que determinó su derrota y, finalmente, su desaparición.

Ese mundo desapareció hace treinta años, si bien Estados Unidos no ha dejado de considerar a Rusia un rival, como hemos visto poco antes. Pero no se trata de una continuación de la Guerra Fría. Es otra nueva rivalidad centrada más en la incongruencia geopolítica de Occidente y la dificultad que le significa no tener un enemigo, que en un eventual revisionismo geopolítico ruso.

Nada de esto hay en la contienda chino-estadounidense. China nunca ha abandonado su idea de Imperio del Centro, pero ello no supone una ideología universal. No hay una ruptura de la diplomacia, como supuso la emergencia de la “nueva Rusia” en 1917[7].

Asimismo, si hay que definir el modelo chino en el siglo XXI, se trata de un autoritarismo de mercado que se ha beneficiado, en gran medida, de los bienes públicos internacionales que Estados Unidos proporcionó al mundo pos-1945 y que hoy se están agotando.

En el mundo de hoy, China despliega “poder agregado”, algo que no sucedió con la URSS en el mundo de la Guerra Fría, es decir, China se despliega en casi todos los segmentos de poder internacional, algo que también implica una vulnerabilidad, particularmente en el circuito comercio-económico, hecho que explica los cambios que se propone Pekín.

Pero la pugna autoritarismo-democracia entre China y Estados Unidos no representa un combate ideológico de alcance universal. Ello no supone una vía de la política exterior china tendiente a modificar regímenes políticos por todo el mundo. La expansión comercial no implica necesariamente alternativa ideológica.

Finalmente, incluso en el segmento estratégico-militar, es muy cuestionable que exista paridad entre los dos actores. La propia inteligencia china considera que el país se encuentra por detrás de los Estados Unidos. Con la URSS esta situación solamente se dio entre 1945 y 1949, cuando Estados Unidos dispuso de la supremacía por ser único actor con el arma nuclear.

En breve, no hay una “nueva Guerra Fría; existe una “nueva contienda” en el mundo y ella parece destinada a quedarse en el tiempo, e incluso hasta de la misma se podría llegar configurar un nuevo orden entre Estados, aunque no podemos saber a partir de qué tipo de desenlace podría llegar a gestarse el mismo.

Occidente-Occidente: el precio de la subordinación de Europa

No vamos a extendernos demasiado en esta situación internacional, pues la relación Estados Unidos-Europa no implica un caso de conflicto a un nivel de “ni guerra ni paz” como en los casos anteriores. Ambos mantienen una alianza estratégica y la llegada de Biden podría significar restablecer firmemente el vínculo atlántico que Trump ha llegado a erosionar, aunque no quebrar.

Sin embargo, acaso con Trump se ha ido una oportunidad para que la Unión Europea comenzara a salir de su zona de confort estratégico, es decir, la condición anti-geopolítica que supone que el “primus inter pares” de la seguridad atlántico-occidental sea Estados Unidos, quedando Europa relegada a un papel de subordinación y dependencia que no siempre resulta favorable para sus intereses.

En este sentido, así como en 1945 Truman ha sido el “facilitador socioeconómico” de una Europa enteramente derrotada (por los que perdieron militarmente la guerra y por los que “ganaron, pero perdieron” en función de que el poder se concentró en actores no europeos), Trump, al defender ante todo el “interés nacional primero”, ha sido, sin proponérselo, el “facilitador geopolítico” para esta Europa del siglo XXI que parece convencida de que es posible construir un mundo con base (únicamente) en patrones jurídicos-institucionales, lo cual es, de acuerdo con la experiencia, una anomalía internacional.

Ha sido precisamente esa visión la que llevó en su momento a Europa a pensar y documentar que las posibilidades de tensiones entre Estados en el continente prácticamente eran imposibles. Pero los sucesos que tuvieron lugar en Europa Oriental, que culminaron con la anexión o reincorporación del territorio de Crimea a Rusia, fueron categóricos en relación con esa prematura visión europea.

A partir de entonces, la UE se encuentra en conflicto con Rusia, situación que ha empeorado desde el envenenamiento que sufrió Alekséi Navalny en Rusia en agosto de 2020. Dicho acontecimiento impulsó no solo nuevas sanciones, sino una postura más firme por parte de la UE ante Moscú, particularmente desde la cancillería alemana.

Ahora bien, en función de los intereses propiamente europeos, ¿es congruente que la UE sostenga (por no decir siga) el enfoque estadounidense en relación con Rusia?

Sin duda que los hechos son importantes como para que Europa adopte posiciones, pero en alguna medida las mismas terminan por afectar los intereses geoeconómicos de Europa; por caso, Alemania, el país motor de la UE, mantenía con Rusia un intercambio comercial superior a los 100.000 millones de dólares antes que se produjera la amputación de Crimea. Desde entonces, la relación cayó a 60.000 millones de dólares, quedando afectados sectores como el de los automotores alemanes. Otros países de la UE, por ejemplo, Italia, también han visto afectado el vínculo comercial con Rusia.

Actualmente, el sector relativo con el suministro de energía (la UE recibe de Rusia más del 40% de sus requerimientos energéticos) atraviesa una situación crítica, pues las sanciones de Occidente han comenzado a extenderse a compañías de dicho sector. De nuevo, Alemania podría encontrase en una encrucijada geo-energética si finalmente avanzan las sanciones. Hay que recordar que el gas ruso llega a Alemania “de territorio a territorio”, evitando el paso por terceros que eventualmente podrían provocar inconvenientes en tal suministro.

Aquí es necesario regresar al propósito estratégico de Occidente, es decir, de Estados Unidos, en relación con debilitar a Rusia. Si finalmente se logra reducir significativamente el suministro de energía rusa a Europa, convirtiéndose Estados Unidos en uno de los nuevos suministradores, ello afectaría significativamente la economía (que desde hace tiempo se encuentra en problemas) de Rusia, país que se vería privado de ingresos no solamente críticos para buena parte de su economía, sino para las necesarias modernizaciones que necesita el país: tanto en el sector de energía como en la configuración de una nueva economía que le permita a Rusia desempeñar un papel más cabal en el escenario internacional. ¿Es de interés europeo que suceda esta situación?

Finalmente, si la situación de “no guerra” que existe hoy entre la OTAN y Rusia se dirigiera hacia un horizonte de tensiones mayores acompañadas de querellas militares, ¿se arriesgará la UE a una confrontación directa con Rusia?

El punto central es que la UE está participando de una situación geopolítica; y en la geopolítica los valores institucionales y jurídicos, los principales activos de la UE, pueden volverse relevantes y hasta adversos frente a los intereses de actores que nunca mezclan valores con intereses políticos aplicados sobre territorios, particularmente, Rusia, una potencia terrestre y de geopolítica real y vital.

Por tanto, la UE difícilmente será una potencia cabal en el siglo XXI si solamente basa su poder en la seducción que puedan ejercer sus instituciones y sus normas. Aunque le resulte refractaria, deberá incorporar, tanto en las ideas como en los hechos, la geopolítica. Porque fuera de la UE, el mundo continúa siendo el de siempre: “hobbesiano”, salpicado por ciertos “órdenes gestionados”.

Reflexiones finales

Nunca las relaciones internacionales se encontraron frente a tantas temáticas. Lo viejo y lo nuevo se cruzan alimentando diferentes conjeturas, aunque cada vez resulta más difícil contar con conjeturas auspiciosas sobre el rumbo del mundo.

Más allá del protagonismo de actores y cuestiones no estatales, en las principales placas geopolíticas del mundo los protagonistas son Estados. En este breve escrito intentamos describir tres situaciones relativas con Estados. Hay otras, claro, pero en las abordadas, particularmente en las que involucran a Estados Unidos, Rusia y China, se encuentran en liza y enfrentados intereses de actores mayores. Actores sobre los que recae la responsabilidad mayor de pensar una configuración internacional pactada y respetada que aleje a las relaciones internacionales de situaciones conocidas, incluso también de aquellas que ni siquiera podemos llegar hoy a imaginar.

 

* Alberto Hutschenreuter es Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación y en la Universidad Abierta Interamericana. Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia.

 

Referencias

[1] Christopher Layne. “Coming Storms. The Return of Great-Power War”, Foreign Affairs, November/December 2020, <https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-10-13/coming-storms>.

[2] “The Top Geopolitical Risks of 2021”. Luminae Group, January 12, 2021, <https://www.luminaegroup.com/top-geopolitical-risks-2021>.

[3] Sobre la denominada gran estrategia rusa, ver: Francisco Javier Ayuela Azcárate, “Apuntes sobre la gran estrategia de la Federación Rusa”. Global Strategy, 13/01/2021.

[4] Adaptación del desarrollo que aparece en el libro de Alberto Hutschenreuter, Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2021, p. 153.

[5] Esteban Actis, Nicolás Creus. La disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia. Buenos Aires: Capital Intelectual,, 2020, p. 276-278.

[6] Hervé Juvín. “The New Silk Road and the Return of Geopolitics”. American Affairs, Spring 2019, p. 76-88.

[7] Carlos Fernández Pardo, Alberto Hutschenreuter, Versalles, 1919. Esperanza y frustración, Buenos Aires: Editorial Almaluz 2019, p. 66.

 

Artículo publicado en el Anuario del CEID 2020, el cual puede ser descargado gratuitamente desde la página https://saeeg.org/wp-content/uploads/2021/05/ceid_anuario_2020.pdf

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LAS GUERRAS HÍBRIDAS EN EL ÁMBITO DE UNA NUEVA GUERRA MUNDIAL

Grl Heriberto Justo Auel*

“Al mundo occidental se le acaba el tiempo. A pesar de que en la actualidad la tecnología más puntera, las mayores empresas, las mejores universidades, los ejércitos más potentes y las mayores fortunas siguen en el lado occidental, principalmente en Estados Unidos, la balanza se está invirtiendo rápidamente”.

Cnl Á. J. A. García[1]

 

1) La situación estratégica mundial desde el final de la posguerra fría, 2001.

2) La situación estratégica de los países que sufren conflictos armados activos en la actualidad. 

 

1). La situación estratégica mundial desde el final de la posguerra fría, 2001.

La Guerra Fría —1947/1989/91— tuvo una posguerra breve —1991/2001—. El 11/09/01 es el hito en el que se inicia la guerra mundial en acto: la “Contraterrorista Global” [2]. Como viene ocurriendo desde 1945, el acelerado proceso de la “Civilización del Conocimiento” cambió la impronta de cada una de las sucesivas guerras mundiales, desde aquella fecha. La presente —totalmente innovadora— es hoy tan cuestionada como desconocida —común denominador de todas las que enfrentaron al terrorismo—.

El Derecho Internacional, la diplomacia y la sociedad occidental siguen tardando demasiado tiempo en reconocer la naturaleza de los nuevos hechos belígeros[3].

Luego de la caída de las Torres Gemelas el presidente Bush peleó dos guerras frente a una comunidad internacional dividida. Por un lado, había que recuperar el equilibrio de la Seguridad Nacional y por el otro, el costo a asumir por los cambios en la “reglas de empeñamiento”, que no eran aceptables para “las palomas”.

Los “idealistas” se confundían —y aún se confunden— con los simpatizantes —voluntarios o involuntarios— del “terrorismo”.

Con la llegada del presidente Obama —Premio Nobel de la Paz— hubo un cambio de actitud, pero en los hechos debía terminar con lo que Bush había iniciado. Sus contradicciones le obligaron ir “más allá” de lo que él deseaba. Después de la muerte de Osama Bin Laden el mundo ingresó a una etapa de relativa estabilidad, pero hay una conciencia generalizada de que ésta no será duradera.

Vivimos el recalentamiento internacional de la situación estratégica.

El nuevo enemigo —difuso y complejo— sigue en las sombras, mientras la economía y la sociedad se retraen por la pandemia y ello limita el espacio y el nivel de la Seguridad. La comunidad internacional está indudablemente comprometida contra el terrorismo, pero sus prioridades hoy —2021— son otras y, con la llegada del Covit 19, más aún.

Ello nos hace suponer que habrá sorpresas[4].

Antes de la llegada del nuevo Corona Virus había protestas/insurgencias desde París a Santiago de Chile, desde Argel a Bagdad o desde Jartum a Beirut. Hong Kong obligó a Xi a mostrar los dientes y ello se somatiza aún en Taiwán. La llegada de la pandemia obligó a los agresores a reprogramar su ofensiva.

Pero en donde había conflictos armados, no ocurrió exactamente lo mismo.

Estamos en presencia —desde el 2001— de guerras asimétricas —de naturaleza híbrida[5]— en las que el Estado Institucional se muestra en retroceso. Aquellos empeñados en operaciones armadas se ven aún más complicados y sus gobiernos deslegitimados con la llegada de la pandemia. La ONU —a su vez— redujo la presencia de sus Contingentes Internacionales de Paz y las mafias —rápidamente— recuperaron espacios perdidos. 

Los enfrentamientos se agravan.

La crisis sanitaria no resuelta deviene —2021— en crisis económica, aun no ponderada. Pero se asume que será importante. La tensión entre las superpotencias —EE.UU. / China— se agrava con las consabidas repercusiones en el resto del universo, en particular por la retirada de fuerzas de EE.UU. de los espacios continentales[6] [7] para concentrarlas en el Asia-Pacífico. Una vez más —en las últimas décadas— Bruselas intenta hacerse cargo de la Defensa de la UE. Úrsula von der Leyen —en ese intento— ya tuvo su primer tropiezo en la Turquía de Erdogan.

Alcanzado este punto de nuestro análisis sobre la situacional global y antes de abordar al siguiente, es oportuno enunciar —entre las decenas de conceptos que definen al “terrorismo internacional”— algunos que desde nuestro punto de vista son de interés para cumplir con el objetivo de este ensayo: 

Definición jurídica de “terrorismo”:actos de violencia en contra de las personas, la libertad, la propiedad, la seguridad común, la tranquilidad pública, los poderes públicos y el orden constitucional o contra la Administración Pública”. 

Definición militar de “terrorismo”: “serie de actos de violencia destinados a infundir terror por medio de la eliminación de personas. Crea un estado físico y espiritual que prepara a la población para su captación y conquista, que facilita su dominación. El terrorismo tiene un objetivo aparente y sin mayor sentido en sí mismo, como es la difusión del miedo, pero su finalidad real es sojuzgar a un pueblo a través de la aplicación de una metodología activa y esencialmente del horror”.

2). La situación estratégica de los países que sufren conflictos armados activos en la actualidad.

Cuando nos disponíamos a iniciar el desarrollo de este punto, recibimos un Zoom titulado “La Defensa y la Seguridad en un mundo globalizado”, presentado por el “Foro Patriótico Grl Belgrano”. Dada la importancia del tema, su relación con el presente ensayo y la seriedad del Foro, nos dispusimos a verlo de inmediato y,… !!Ohh Sorpresa¡¡, el primer disertante es el teólogo Miguel Ángel Toma, quien fuera el relator y férreo defensor en Diputados de la actual perversa[8] y criminal[9] legislación de Seguridad Nacional, causante de miles de muertes inocentes en la rampante inseguridad que aún hoy nos conmueve. Vale la pena abrir aquí un paréntesis.

El fallido sacerdote —en su exposición— sin arrepentirse ni reconocer su “pecado”, encuentra una excusa. Hace solo cuatro años, en un almuerzo en el domicilio de un amigo, no solo defendió a esas leyes, sino que se atribuyó la redacción de ambas. Ahora expresa que su actual giro copernicano, se debe a un “cambio de situación”.

En 1988 y 1991, cuando se aprobaron esos esperpentos legales, la situación ya había cambiado. El muro cayó en 1989 y en 1991 implosionó la URSS. Es muy probable que un teólogo carezca de “visión estratégica”, pero tardar treinta y tres años en comprender el cambio de la situación mundial, indica que su idoneidad en la materia es nula.

No creo en los “conversos” y espero que así lo vean quienes están trabajando en la recuperación política de nuestra Argentina. Hay quienes huelen a la muerte. La putrescina actúa como una poderosa señal quimio sensorial que alerta de la peligrosidad que puede haber en un determinado lugar —por ejemplo, en el mundo kk— y así evitar enfrentarse al riesgo de una muerte política. El segundo expositor fue el Sr. Cnl Pierri —a quien no conozco— que —diplomáticamente— explicó cuáles fueron los desastrosos efectos de estas leyes que desarmaron unilateralmente los espíritus y los brazos de los argentinos.

Quienes completaron con éxito la “explotación del trastocamiento clausewitziano” iniciado por el Decreto 158/83 fueron estos legisladores de la “coordinadora y de la cafieradora”, hermanados en la socialdemocracia que así se incorporaba en el recién creado Foro de San Pablo. El objetivo perseguido por ellos, con las leyes de marras, era extrañar a las FF.AA. del espacio argentino que —indirectamente— se declaraba “zona liberada”. Y así seguimos hoy. Ud., ex diputado Toma, es uno de los principales responsables de esta situación[10]. Cierro el paréntesis. Volvamos al punto 2).

El 10/04/2021 The Economist publicó “Tanques de nuevo. Las FFAA vuelven a planificar la guerra de alta intensidad”, mientras tanto Josep Piqué sentenció —desde Política Exterior del 16/04/2021—:La Unión Europea no es aún percibida como un sujeto político relevante frente a otras potencias exteriores”. Además, la consideración del caso iberoamericano es muy especial, por la modalidad de ingreso de la “revolución castro-comunista” regional, a la presente guerra mundial —globalizada—. El “hilo de Ariadna” nos lleva a Caracas —en tiempos de Chávez— a las reuniones con Mahmud Ahmadineyad —con la presencia de Néstor Kirchner— y a las conexiones con el PIE —partido de la izquierda europea— que enlazaba financieramente a los locales con el ISIS —el Califato Islámico—. Se sospecha que la presencia del expresidente argentino estaba relacionada con la transferencia de tecnología nuclear a Irán, según informes de elementos de inteligencia venezolanos refugiados en EE.UU. Sería, además, uno de los motivos del giro diplomático argentino en la ONU, por la voladura de la AMIA. Dicho esto, vamos a enumerar y describir brevemente —a continuación— algunos de los conflictos armados activos, interrelacionados con la guerra mundial vigente, que se desarrollan —fragmentadamente— desde el año 2001. Vivimos una situación estratégica muy singular, signada por la pandemia del Coronavirus.

  • Rusia-Ucrania: “Crece el despliegue militar por Ucrania: Rusia envió 15 buques al Mar Negro, EE.UU. sumará tropas en Alemania y el Reino Unido moviliza aviones. Se teme una invasión rusa a Donbás. Putin concentró tropas y armas en la frontera, Washington tiene dos barcos en la zona y sumará 500 soldados, mientras que la RAF patrullará la región desde el aire”. Este fue un titular de Infobae Digital el 13/04/2021. Contemporáneamente Bruselas reitera que no se reconoce la ocupación militar rusa de Crimea. Al día siguiente, el mismo medio expresa: “Rusia, Ucrania, la OTAN y Turquía juegan con fuego a las puertas de Europa. Putin ordenó concentrar unos 80.000 soldados en la frontera. El gobierno de Kiev pidió armamento a su par de Ankara. Estados Unidos no parece estar dispuesto a intervenir. La guerra ya dejó 14.000 muertos”.
  • Turquía-Frontera Sur: “La evolución de acontecimientos durante los últimos años ha sido enormemente desestabilizadora para Turquía. La invasión norteamericana de Irak en 2003 y la expansión de las «primaveras árabes» —2011— han ido configurando conflictos de distinta naturaleza en una amplia área de inestabilidad a lo largo de los casi 1.300 km de frontera con Siria e Irak. El establecimiento kurdo, prácticamente independiente en el norte de Irak, con posibilidades reales de expansión hacia la vecina Siria, la vertiginosa expansión del yihadismo en todas sus modalidades, el terrorismo étnico encarnado por la rama siria del PKK y la corriente de refugiados que huyendo del conflicto se asientan sobre territorio turco, son las cuestiones, quizás, más relevantes cuyas consecuencias se dejan sentir fuera de los límites geográficos de estos países”[11].
  • El conflicto en el Golfo Pérsico: “Sus principales actores son EE. UU., China y Rusia. Tienen diferentes puntos de vista de los que poseían en el pasado. Para los estadounidenses se ha reducido el interés por las reservas energéticas —después de lograr su nueva producción nacional—. No obstante, el control de la zona es importante para no dejar que sus rivales globales ocupen su vacío de poder, gestionar la expansión de China y mantener un importante mercado armamentístico en los Estados de la península arábiga. Para continuar con su presencia no considera que deba implicarse excesivamente en agotadores conflictos terrestres, por lo que su tradicional potencial aeronaval podría considerarse suficiente, agregando los recursos británicos”[12].
  • La espoleta libia: “Se trata de desactivar la «espoleta libia» en un Mediterráneo «ampliado» altamente inestable. Quizás por eso, por esa potencial decisión de no poder posponer más la búsqueda de una solución —o al menos del fin de la fase armada— del conflicto libio, se mantiene a mediados de octubre la tregua iniciada en agosto de 2020; quizás por eso se pueda estar planteando un cambio de figuras en Libia, Al Sarraj y Haftar y quizás también por eso se esté intentando un reparto del poder y del petróleo que satisfaga al menos en cierto grado y al menos por un tiempo, a las partes libias y así lograr también que el conflicto de los agentes externos retorne a los cauces de la diplomacia”[13].
  • La guerra en Afganistán: Sin duda, se requiere la voluntad de algunos de los actores externos como EE.UU., Rusia, China y/o Pakistán para garantizar que el proceso llegue a un final amistoso, pero quizás estemos ante un espejismo de paz y el país vuelva a la «casilla de salida» debido a un entorno incierto y volátil. Los únicos intentos de sabotear el proceso de paz vendrían de los propios afganos o, incluso, de alguna potencia regional que se haya sentido ninguneada durante las negociaciones de paz. Esperemos que la comunidad internacional haya aprendido de los aciertos (muchos) y errores (demasiados) resultantes de realizar sus acciones, militares y civiles, en una sociedad de base tribal multiétnica y lo sepa aplicar en los conflictos que emergen en regiones con fuerte implantación tribal (Siria, Irak, Sahel, Centro África, Cuerno de África, etcétera). «Afganistán es más que un “cementerio de imperios”. Es la madre de los círculos viciosos»[14].

La retirada de las tropas de EE.UU., de Alemania y del Reino Unido, con fecha ya establecida, nos hace presumir una ofensiva talibán, a fines del 2021.

  • El conflicto Indo-pakistaní: “El ascenso de China, el reordenamiento del orden nuclear global, la nueva ambición de la India de Narendra Modi y la retirada norteamericana de Afganistán, están redefiniendo la geopolítica regional. Nueva Delhi —que aspira a ganar el rango de gran potencia— ha sacudido su tradición de no alineamiento y está estrechando sus vínculos estratégicos con Washington. El nacionalismo hindú —auspiciado por el propio Gobierno— está creando tensiones en las comunidades musulmanas de la India. Esto, unido al cambio del estatuto territorial de Jammu y Cachemira, ha encendido los ánimos en Pakistán. La decisión de Washington de abandonar definitivamente Afganistán ha devuelto protagonismo a Islamabad, clave para facilitar las negociaciones. Las derivadas del conflicto Indo-pakistaní son numerosas, devolviéndole relevancia global y regional: está lastrando el desarrollo económico de ambos contendientes, más gravemente el de Pakistán, sirve de catalizador del terrorismo en la región, puede limitar las ambiciones de la India y ralentizar el esperado ascenso de Asia y podría encender la mecha de una panoplia de contenciosos altamente explosivos[15].

Recordemos que ambos son poseedores de la bomba N.

  • El agua del Tíbet y Asia Central: “En la actualidad unos seis millones de personas viven en el Tíbet. Hay unos 150.000 tibetanos en el exilio, entre ellos 100.000 en la India. Muchos no han nacido en el Tíbet y son de segunda o tercera generación. Algunos de los proyectos que está realizando China se encuentran en montañas consideradas sagradas y por este motivo una de las actuaciones de China en la región se ha basado en una aminoración del sentimiento religioso de los tibetanos. Mientras viva el Dalái Lama la situación continuará como hasta ahora, pero a su muerte se plantean varios escenarios. El primero es que sea China quien nombre un nuevo Dalái Lama, más afín a sus intereses políticos y económicos. Otro escenario podría ser que los tibetanos en el exilio propongan un nuevo Dalái Lama a modo de concilio, como hacen los católicos en la elección del Papa y a su vez los tibetanos que viven en el Tíbet propongan a otro, que vele por sus intereses. Esta situación podría conducir a enfrentamientos que podrían desestabilizar la región. Y el tercer escenario —quizás el más preocupante— sería que a la muerte del actual Dalái Lama se levante en el Tíbet un movimiento de liberación similar a la intifada, lo cual sería un escenario de gran desestabilización que implicaría una intervención armada por parte de China”. “La cuenca del Irthysh está compartida por China, Kazajistán y Rusia y es la principal fuente de agua para unos 15 millones de personas, la mayoría de Kazajistán incluyendo a su capital Astana. Por otro lado, el lago Balkhash que recibe el 80% de agua del río Lli podría convertirse en un desierto en las próximas décadas. Los conflictos hídricos entre los países del Asia Central podrán desestabilidad la región y dar al traste con la iniciativa One Belt, One Road. Desde finales de los noventa los distintos intereses entre los países de las cuencas altas y las cuencas bajas constituyen una continua fuente de tensión en Asia Central. Por su propio interés, China podría liderar la mediación en las tensiones entre los países del Asia Central y ello depende de cómo gestione la cuenca de los ríos Lli e Irtysh para evitar tensiones con Kazajistán. De esta manera, China podría alzarse con un papel de liderazgo en la región de la misma manera que está realizando en la cuenca del Mekong, es decir, mediante la puesta en marcha de iniciativas que promuevan el desarrollo de la región mediante la expansión de las energías renovables y la introducción de mejoras en los sistemas productivos de alimentos”[16].
  • La disputa en el Ártico: “En el Ártico existen contradicciones y se ha generado una suerte de rivalidad por el acceso a los recursos, pero, con todo, no existen importantes diferendos territoriales. La lucha entre Estados se realiza en clave de futuro y en términos de Derecho Internacional, sobre la base de un cambio que aún no se ha materializado completamente. Pero, aunque se plante en términos jurídicos, no debe perderse nunca de vista que nos encontramos ante enfrentamientos políticos. Con todo no puede ignorarse, es más debe realzarse por su realidad, que la fórmula que hasta ahora ha prevalecido en la región es la cooperación. No obstante, tampoco puede pasarse por alto el intenso proceso de militarización que se ha producido en esta durante los últimos años. Estamos pues, ante un espacio en el que conviven al mismo tiempo militarización y cooperación; puede ser un ejemplo de este espíritu tan profundamente contradictorio las relaciones que se han detallado entre Noruega y Rusia. Es esperable que prevalezca, como hasta ahora, la racionalidad, pero cuando el factor humano interviene en la ecuación, nada es seguro. Recodando el dictado del maestro Sun Tzu: “Ten cerca a tus amigos y mucho más cerca a tus enemigos”[17].
  • Sesenta y dos años de “revolución” en Iberoamérica: Hemos dejado para el final el tratamiento de nuestro antiguo conflicto armado subcontinental. Veremos en primer término cómo se lo observa desde Europa/España. Luego, el IEEBA intentará sacar algunas conclusiones, muy relacionadas con los ensayos que regularmente venimos publicando en los últimos meses, centrando el análisis en la Argentina.

Dice González Martín: “La normalización de la protesta, como constante que agita continuamente la convivencia en Iberoamérica, se ha convertido en una manifestación de sospecha, no solo de desconfianza, y también de impotencia para inducir un cambio. Sospecha e impotencia frente a un orden institucional, un estado de derecho, un sistema político, unos líderes y un modelo de reparto del poder que no ofrece soluciones a problemas reales que resultan ajenos al resto de quienes los padecen. Penurias cotidianas diferentes que afectan —cada una— solo a una parte, dejando indiferente al resto, que carga con las suyas propias. Al mismo tiempo, existe un sentimiento de indefensión y abandono, que durante mucho tiempo se contuvo con la práctica de la resignación y la paciencia como virtudes sociales. Los nuevos arquetipos de ciudadanía no se adaptan bien a las virtudes de antaño y desafían las barreras de otro tiempo. La expansión de la protesta ha desbordado todos los cauces de representación y los proyectos ideológicos. En Iberoamérica, más y antes que en ningún otro lugar, la vida cotidiana comenzó a rebelarse hace tiempo sin hacer demasiado ruido en muchas ocasiones pero, cada día más, se ha convertido en una costumbre que crece en intensidad. El aprendizaje de la ciudadanía es el resultado de la acción permanente y consolidada durante décadas”[18]. (Las negritas son nuestras).

La lectura del investigador del IEEE es correcta y coincide con la que habitualmente encontramos en nuestros medios. Hemos resaltado con negritas esas coincidencias, en el párrafo anterior. Sin embargo, ni desde la distancia ni desde la observación local se ingresa a lo esencial:

¿POR QUÉ desde hace seis décadas se “protesta” y se “normaliza la protesta”, llegándose a la “sospecha y a la impotencia” y a un “sentimiento de indefensión y abandono”?

¿POR QUÉ “la vida cotidiana comenzó a rebelarse”?, según palabras de González Martín.

Si pretendemos salir de la noche “revolucionaria” que nos envuelve desde hace sesenta y dos años, lo primero que debemos hacer es VERLA, ENCONTRARLA Y CONOCERLA. En la Argentina la “revolución” —1959/2021— cursa —sin solución de continuidad— la quinta campaña[19] y no la vemos. Nadie la cita. ¿O hay cobardía? ¿Cómo vamos a terminar con la indiscutible autodestrucción en que estamos empeñados, si no conocemos el huevo de la serpiente?

El “caso argentino” es particularmente específico. En su largo proceso de sucesivas décadas, hay un hito: 1982. La Guerra del Atlántico Sur. El colapso del gobierno militar tuvo una consecuencia fatal sobre la otra guerra que aún peleaba la Argentina: la “civil-contrarrevolucionaria”.

El gobierno que accede al poder en diciembre de 1983 se adscribió a la socialdemocracia europea —la quinta internacional— y produjo el “trastocamiento” previsto por Clausewitz en “De la Guerra”: el triunfo táctico de las armas argentinas se transformó en una derrota estratégica y política, que aún perdura.

El Reino Unido y la conducción revolucionaria, en colusión, logran judicializar un hecho sociopolítico, la guerra asimétrica, que desde entonces —1983— es negada. A partir de aquel momento la guerra continuó como “estado de guerra” —vía Gramsci— con periódicos escenarios de “guerra híbrida”. Es lo que González Martín traduce como “sentimiento de indefensión y abandono” de nuestra sociedad.

Necesariamente las carteras de Seguridad y Defensa estuvieron —desde entonces— ocupadas por personas carentes de toda idoneidad o pertenecientes a las actuales organizaciones con las que se enmascara la “revolución castro-comunista”. La oposición política aún hoy, ignora —o simula ignorar— esta situación perversa y el pueblo —víctima de la maniobra— es un observador desinformado, confundido, empobrecido, hambriento y abandonado. Sin líderes.

En la Argentina, el kirchnerismo —perteneciendo al socialismo del siglo XXI— se camufló hasta este año 2021, como “peronista”. Se llegó a la hipocresía de pertenecer al mismo tiempo —durante meses— al Grupo de Puebla y al Grupo de Lima. Es decir, revistábamos a la vez en el Cielo y en el Infierno.

El presidente y la vicepresidente argentinos actuales pertenecen al directorio del Foro de San Pablo —que conduce desde julio de 2019 la “contraofensiva revolucionaria” sobre los países andinos, con total éxito en Chile— y al directorio del Grupo de Puebla, organización de apoyo político del Foro. Esta información no ha llegado a nuestros medios de comunicación.

El virus acelera los tiempos y el relato se hace cada vez más difícil. Ya se habla de “comunistas” en los informativos, pero —internamente— aún no se descubrió a la “revolución”.

Los tribunales “de lesa” siguen prevaricando y ante la escasez de ancianos para continuar con el “circo” o el “curro” judicial vigente, ya se ha encontrado un nuevo filón en la guerra convencional de 1982. En Comodoro Rivadavia pronto habrá ascensos en la Justicia Federal. Hay que retener la tea encendida y no existe otro “éxito” gubernamental para exhibir en un año electoral. Otra motivación no existe y la Justicia Federal “actúa”.

En el ámbito internacional —externamente— no ocurre lo mismo. Nos han visitado el Jefe del Comando Sur y el principal asesor de Seguridad de la Casa Blanca, para América del Sur. A ello se suma una llamada de Biden a la Casa Rosada.

Los avisos están dados.

No tenemos dudas que nos han venido a recordar que “el patio trasero” sigue siendo “espacio de la seguridad estratégica” del grandote del barrio, mientras el ingeniero agrónomo prevé ejercicios combinados con los chinos.

El decreto 226/2021 acaba de incorporar orgánicamente a la Secretaría de la Presidencia de la Nación a “Casa Patria Grande ´Presidente Néstor Kirchner´”. Desde ahora este organismo —que funciona como “gabinete en la sombra” del poder real— será sostenido financieramente con fondos públicos.

Es una forma de oficializar el ingreso al Poder Ejecutivo de Ella, que de este modo podrá acelerar el previsto salto de garrocha —que venimos anunciando— al mundo “telurocrático” —chino-ruso— aunque naturalmente permanecemos en la “anilla externa del mundo talasocrático Occidental”[20].

Esta es la razón de las recientes visitas del Pentágono y de la Secretaría de Estado, que aquí se ignoran.

Ella seguirá delirando con su absolución y Tartufo seguirá suicidándose con gotero. Pero sería sano que la oposición levantara la cabeza y mirara adonde está el arco:

“Al mundo occidental se le acaba el tiempo. A pesar de que en la actualidad la tecnología más puntera, las mayores empresas, las mejores universidades, los ejércitos más potentes y las mayores fortunas siguen en el lado occidental, principalmente en Estados Unidos, la balanza se está invirtiendo rápidamente”. 

 

* Oficial de Estado Mayor del Ejército Argentino y del Ejército Uruguayo. Ha cursado las licenciaturas de Ciencias Políticas, de Administración, la licenciatura y el doctorado en Relaciones Internacionales. Se ha desempeñado como Observador Militar de la ONU en la Línea del Cese de Fuego del Canal de Suez.

Se ha desempeñado como Profesor Titular de Polemología, Estrategia Contemporánea y Geopolítica, en Institutos Militares Superiores y en Universidades Públicas y Privadas. Ha sido conferencista invitado en el país y en el exterior. Ha publicado numerosos artículos sobre su especialidad y cinco libros acerca de la evolución de la situación internacional en la posguerra fría. Actualmente se desempeña como: Presidente del “Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires” (IEEBA), Presidente de la “Academia Argentina de Asuntos Internacionales” (AAAI) y Director del “Instituto de Polemología y Estrategia Contemporánea” (IPEC), de la Universidad Católica de la Plata (UCALP). Es miembro activo de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y miembro Honorario del Instituto de Teoría del Estado.

 

 

 

Referencias

[1] Á. J. A. García. “¿Una tercera estrategia de compensación? Mejor una «gran estrategia»”. IEEE, 12/03/20 Mar 21. www.ieee.es

[2] H. J. Auel. “La Guerra Mundial Contraterrorista Global ¿Híbrida con derivación Nuclear?” IEEBA, abril de 2015, http://ieeba.org/.

[3] H. J. Auel. El Estado-Nación regional frente a las amenazas estratégicas globalizas”. IEEBA, junio de 1998, http://ieeba.org/.

[4] H. J. Auel. La escalada en la Guerra Mundial Contraterrorista Global y su repercusión en Iberoamérica. IIEBA, enero de 2020, http://ieeba.org/.

[5] H. J. Auel. La amenaza híbrida en la ¨quinta campaña”. IIEBA, julio de 2020. http://ieeba.org/.

[6] H. J. Auel. La Geopolítica del Virus Chino”. IIEBA, mayo de 2020. http://ieeba.org/.

[7] H. J. Auel. El encuadramiento geopolítico internacional de la actual situación estratégica argentina. IIEBA, marzo de 2021, http://ieeba.org/. [En SAEEG: https://saeeg.org/index.php/2021/04/02/el-encuadramiento-geopolitico-internacional-de-la-actual-situacion-estrategica-argentina/].

[8] Perversa: Cualidad de quien obra con mucha maldad y lo hace conscientemente o disfrutando de ello”.

[9] Criminal: Que ha cometido o procurado cometer un crimen”.

[10] H. J. Auel. La larga guerra civil argentina y el actual estado de guerra civil revolucionario”. IIEBA, 09/07/2013, http://ieeba.org/.

[11] F. Sánchez Tapia. Conflictividad en la frontera sur de Turquía”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[12] J. I. Castro Torres. Una guerra fría en aguas recalentadas”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[13] P. Sánchez Herráez. Libia: ¿una espoleta activa en un Mediterráneo inestable?”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[14] . A. Mora Tebas. Afganistán: un conflicto interminable, una paz…, ¿imposible?”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[15] J. Pardo de Santayana. El conflicto indo-pakistaní: la historia interminable”. IEEE, diciembre de 2020.

[16] M. del Mar Hidalgo García. El agua del Tíbet: un recurso vital para China”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[17] F. Aznar Fernández-Montesinos. El Ártico como espacio de conflicto geopolítico”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[18] A. González Martín. “La rebelión del coro y la normalización de la protesta en Iberoamérica”. IEEE, diciembre de 2020, www.ieee.es

[19] H. J. Auel. La amenaza híbrida en la ¨quinta campaña”. IIEBA, julio de 2020. http://ieeba.org/.

[20] H. J. Auel. El encuadramiento geopolítico internacional de la actual situación estratégica argentina. IIEBA, marzo de 2021, http://ieeba.org/. [En SAEEG: https://saeeg.org/index.php/2021/04/02/el-encuadramiento-geopolitico-internacional-de-la-actual-situacion-estrategica-argentina/].

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