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RECORDEMOS AL GENERAL GUGLIALMELLI EN MEDIO DE LA CEGUERA GEOPOLÍTICA Y ESTRATÉGICA

Marcelo Javier de los Reyes*

 

General de División Juan Enrique Guglialmelli (1917 – 1983)

El hombre, su carrera y su obra

Juan Enrique Guglialmelli nació en 1917 en San Martín, Provincia de Buenos Aires. Militar de vocación, tuvo como objetivo la defensa del patrimonio de la Nación y su desarrollo económico y social a través de un camino propio —es decir, de un nacionalismo económico— pero en el contexto de una Argentina integrante del Cono Sur.

En nuestro país, la Geopolítica lo tiene como uno de sus grandes mentores, con una trayectoria en relevantes cargos. El general Guglialmelli fue Jefe del Comité de Planes de la Junta Interamericana de Defensa; Jefe de Estado Mayor de la 7ª División de Infantería y del IV Cuerpo de Ejército; Comandante de la 6ª División de Infantería de Montaña, Director de la Escuela Superior de Guerra y del Centro de Altos Estudios y Comandante del V Cuerpo de Ejército de la República Argentina, en cuyo ejercicio pasó a retiro en el año 1968.

En junio de 1970 fue designado secretario del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) pero su paso fue efímero dado que no compartía las políticas liberales implementadas por la conducción económica nacional.

Fundó el Instituto Argentino de Estudios Estratégicos y de las Relaciones Internacionales (INSAR), el cual publicó la reconocida revista Estrategia, en cuyos diversos números se puede apreciar la visión económica nacional y su apoyo a la política industrialista.

El primer número de Estrategia fue publicado en mayo-junio de 1969. El solo hojear la revista, las publicidades de grandes empresas que apostaban por una Argentina industrial y desarrollada —muchas de las cuales ya no existen o fueron erosionadas por años de malas gestiones nacionales—, así como los temas que se abordaban, nos sumergen en un país que ya no existe y que solo quienes contamos con varias décadas podemos recordar a esa Argentina que nos prometía grandezas a pesar de sus convulsiones políticas o, al menos, era lo que percibíamos quienes éramos formados en una Escuela Pública que enseñaba a querer la Patria y sus símbolos nacionales.

En ese primer número el general Guglialmelli expone, en “Propósitos y definiciones”, lo siguiente:

Nuestra tarea, en fin, estará orientada por las normas más estrictas de la libertad académica. No renunciará, empero, a una ideología propia que responde a las necesidades de cambio de nuestro tiempo y que exige como datos esenciales de la estrategia nacional:

      • Objetivos nacionales y políticos claros y definidos.
      • Política exterior independiente capaz de obtener la libertad de acción necesaria para el logro de esos objetivos.
      • Colaboración de los distintos sectores de nuestra sociedad y su participación efectiva en el QUE y COMO hacer concretos.
      • Cabal conocimiento de los intereses externos e internos en conflicto con los propios fines perseguidos, sus modos de operar y sus agentes.
      • Un programa de desarrollo económico, social y cultural ejecutado con ritmo acelerado y definido y definidas prioridades, en áreas geográficas rezagadas, sectores básicos de la producción nacional e infraestructura de servicios, en el diálogo social y en una política educacional y de investigación científica y tecnológica al servicio del desarrollo nacional.[1]

Desde una posición mucho más modesta, la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), aspira a poder erigirse como una sucesora en esa tarea.

Su visión

Su conocimiento profundo de la Patagonia, región en la que estuvo destinado durante su carrera militar, lo llevó a ponderar la necesidad de desarrollar esa extensa área de nuestro país.

Frente a la visión de la Argentina “insular”, basada en el análisis de la situación geográfica del país desarrollada por otro de nuestros grandes geopolíticos, el vicealmirante Segundo R. Storni, el general Guglialmelli considera que la Argentina “tiene ‘carácter peninsular’, en la más amplia acepción geopolítica del término. Mantiene en este sentido su condición marítima pero asume, también el rol continental”.

En efecto. Su territorio, al norte de la línea Cabo San Antonio-San Rafael (Mendoza) se articula con la masa terrestre continental “introduciéndose” en ella. Al sur de aquel linde, se prolonga hacia el sur como una cuña entre los grandes océanos. En su extremo austral, esta región incluye los sectores insular y antártico. Debido a esta conformación, nuestro país recibe la influencia del Pacífico (Chile por medio) y del Atlántico, en particular este último, sobre parte de cuyas aguas, plataforma y subsuelo, extiende su soberanía. Teniendo en cuenta, por último la situación de la América del Sur y de la Argentina dentro de ésta, resalta, como lo señaló Storni, su posición periférica y marítima respecto a las masas continentales del Hemisferio Norte.

Todo el espacio argentino se articula con los países vecinos a través de los aspectos geoambientales fronterizos incluidos los medios de integración física (caminos, ferrocarriles, vías fluviales).[2]

En este concepto geopolítico de la Argentina “peninsular” debe considerarse “al mercado interno, apoyado sobre un aparato productivo integrado en lo espacial y sectorial”[3]. El desarrollo de las diversas regiones, cada una aportando sus riquezas a la producción —alimentos, minería, energía, etc.— debe contar con “un sistema de comunicaciones que vincule, además de los puertos, con preferencia a las distintas regiones y sus grandes polos”, lo que permitirá concretar una “estructura económica integrada, independiente y autosostenida, base indispensable para un destino de gran potencia”[4].

En este concepto de la Argentina “peninsular” le otorga gran importancia a los intereses marítimos, lo que lleva a valorar los recursos del mar y el desarrollo —al igual que proponía el vicealmirante Storni— de una Marina Mercante, “con sus beneficios de trabajo e ingreso por fletes y seguros”[5].

Para el general Guglialmelli, la Argentina, en términos geopolíticos es, entonces, “peninsular”: es continental, bimarítima y antártica. Agrega a esto:

Esta conceptuación significa no sólo una situación geográfica, sino también y fundamentalmente, una economía integrada e independiente, un mercado interno en permanente expansión y una irrenunciable vertebración cultural con los países de América del Sur en particular los vecinos y el Perú”[6].

Era consciente de que las grandes potencias y las corporaciones internacionales, o la combinación de éstas con las primeras, procuran mantener la dependencia del mundo periférico, fomentando integraciones regionales en desmedro de la Soberanía Nacional. Como ejemplo de esas integraciones regionales cita la Cuenca del Plata como una prioridad que puede relegar al resto del país.

Otro de los grandes problemas que percibía era la continuación de la Argentina agroexportadora, “el papel de granja”, en tanto que las exportaciones se basaran solamente en productos primarios, cumpliendo así con las exigencias de la división internacional del trabajo. En este sentido, responsabilizó a la generación militar del 66 pero en particular a la contrarrevolución comenzada en marzo de 1967 desde los más altos niveles de la conducción económica. “Porque allí, en esa área, habían hecho pie quienes por filosofía, desaprensión o, lo que es peor, intereses, defendían la persistencia del modelo agroexportador, disimulando sus propósitos con declamaciones retóricas o sólo tibias reformas”[7].

En este punto fue muy crítico de la conducción económica y de la implementación de las rebajas arancelarias:

En nuestra opinión, a pesar de los fines enunciados, sostenemos que se trata de algo más trascendente y peligroso. El de insertar a la Argentina en un ordenamiento externo, basado en la fórmula de Nelson Rockefeller: que cada país se particularice ‘según su mayor eficacia selectiva y mayor eficiencia relativa’. En virtud de tal premisa nuestro papel será especializarnos en las agroindustrias, con las derivaciones para la seguridad nacional que se verán más adelante.[8]

De ese modo, la Argentina continuaba la dependencia trazada durante la generación del 80, es decir, un país exportador de productos agropecuarios e importador de bienes finales. Esto claramente significaba la “subestimación de los sectores industriales ajenos al ámbito rural y deterioro, cuando no liquidación, de nuestra producción de bienes finales”[9].

Por tanto, el general Guglialmelli era un gran defensor de llevar adelante una política industrialista para salir de esta trampa en la que se encontraba nuestro país. En este sentido, ponderaba el desarrollo que habían alcanzado las Fuerzas Armadas y las iniciativas de los generales Enrique Mosconi y Manuel Savio en pos de una industrialización de la Argentina.

Dramáticas reflexiones finales

Nuestro país ha sido dotado de una gran y diversificada riqueza, tanto en su territorio como en su mar territorial. Sin embargo, se precisaba algunos pasos más para alcanzar ese grado de desarrollo que permitiría concretar una “estructura económica integrada, independiente y autosostenida” como proponía el general Guglialmelli.

Hubo un importante avance en el proceso de industrialización y, en buena medida, los generales Mosconi y Savio contribuyeron con ese objetivo. El país desarrolló una importante comunicación a través de carreteras pero, fundamentalmente, con la construcción de una de las más importantes redes ferroviarias del mundo que superaba los 40.000 kilómetros de vía. Los ferrocarriles, nacionalizados durante el gobierno del general Juan Domingo Perón —no viene al caso aquí formular valoraciones sobre esa nacionalización— se constituyeron en un importante medio de transporte de pasajeros pero sobre todo de bienes.

Del mismo modo, había desarrollado el transporte fluvial de mercaderías y contaba con una Marina Mercante nacional, particularmente la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), que llevaba las exportaciones argentinas a todos los puntos del planeta.

Así como el general Giglialmelli expone la fórmula de Rockefeller, cabe aquí mencionar que existió el denominado “Plan Larkin” —elaborado por el general e ingeniero estadounidense Thomas B. Larkin con apoyo del Banco Mundial entre 1959 y 1962—, el cual consistía en una racionalización y modernización de los medios de transporte terrestre y fluvial de nuestro país. Obviamente, el plan apelaba a la reducción de unos 15.000 kilómetros de vías por considerarlos deficientes o improductivos. El plan llegó a la Argentina poco tiempo antes de que fuera derrocado el presidente Arturo Frondizi, quien debió enfrentar a los gremios ferroviarios durante su gobierno. Sin embargo, el plan fue llevado a cabo en los años noventa del siglo pasado por el gobierno peronista/liberal del presidente Carlos Saúl Menem. La Argentina quedó fragmentada y desvinculada con sus políticas de desmantelamiento del sistema ferroviario, fluvial y de la liquidación de la empresa ELMA.

La industria siguió un camino similar a raíz de las concesiones y privatizaciones de sectores vitales de la industria y de la energía.

En una de las críticas que Guglialmelli le formula a Storni, respecto a su visión de la “insularidad”, el general considera que el marino cayó en lo que otro destacado marino denominó “astigmatismo estratégico navalista, primera variedad”. La realidad es que en las últimas décadas la conducción argentina padece de una seria ceguera geopolítica y estratégica que ha provocado un serio y peligroso retroceso de nuestro país, ocasionando la pérdida de poder económico, poder militar y poder diplomático, además de ocasionar un grave deterioro institucional.

En el capítulo dedicado al análisis de si la Argentina es “insular” o “peninsular”, el general Guglialmelli menciona los aspectos negativos que el vicealmirante Storni expone en su libro “Intereses argentinos en el mar”, respecto de por qué los argentinos no tienen una vocación marinera, lo cual sería vital para el desarrollo de la Nación. Al igual que el general Guglialmelli, me gustaría cerrar este artículo reproduciendo una reflexión del vicealmirante Storni:

En nuestra infancia como nación, hemos permanecido poco menos que indiferentes a estos problemas, y la empresa extranjera realizó con el niño incipiente la misión de madre que nutre y educa. Pero si ese estado de cosas hubiera de ser definitivo e imponer un límite a nuestros ideales marítimos, la acción extranjera tomaría el aspecto del impulso generoso que lleva el alimento a la boca del paralítico o de la diestra maniobra del fuerte que explota son compasión al débil”[10].

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] “Propósitos y definiciones”. Estrategia, mayo-junio de 1969, p. 7

[2] Juan Enrique Guglialmelli. Geopolítica del cono sur. Buenos Aires: El Cid Editor, p. 78.

[3] Ibíd., p. 79.

[4] Ibíd., p. 80.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ibíd., p. 81.

[8] Ibíd., p. 251.

[9] Ibíd., p. 251-252.

[10] Citado por el general Guglialmelli, op. cit., p. 63.

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EL RIESGO DE CONTINUAR SIENDO UN “PAÍS DE GEOPOLÍTICA CERO” EN UN MUNDO DE “INTERESES NACIONALES PRIMERO”

Alberto Hutschenreuter*

Aunque existe alguna esperanza relativa con un cambio favorable en las relaciones internacionales a partir del tremendo seísmo que provocó la pandemia, no hay ninguna razón como para pensar que el fenómeno implicará cambios de escala en dichas relaciones. Posiblemente se realizarán “ajustes” relacionados con la mejora de la información y coordinación preventiva sobre aquello que en la jerga del segmento de la sanidad mundial se denomina Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional (PHEIC); pero nada por ahora cambiará la sustancia de las relaciones entre los estados.

Dicha sustancia es protohistórica y ha sobrevivido a otras situaciones de pandemia a lo largo del pasado, como también a casos de disrupción mayor entre estados, por ejemplo, las guerras mundiales. Por ello, bien podríamos decir que, si contamos con alguna certidumbre constante en las relaciones internacionales, ésta es la de saber que la anarquía entre los estados, la desconfianza (Hobbes decía que los estados asemejaban a “gladiadores apuntándose con sus armas y mirándose fijamente”) y la búsqueda de seguridad por parte de los mismos, son componentes inalterables.

Claro que esos componentes pueden ser moderados o equilibrados, pero para ello es necesario que los estados preeminentes, es decir, “aquellos que cuentan”, alcancen entre ellos lo que se denomina un régimen internacional afianzado, es decir, un conjunto de reglas centrales pautadas y acatadas que permitan una convivencia estable en un entorno internacional relativamente “fiscalizado”.

Pero aun dentro de semejante contexto, aunque con más cautela y desde una mayor deferencia internacional, los estados continuarán desplegando políticas con el propósito de mantener “en condiciones” sus capacidades o autoayuda, pues, como reza uno de los pocos pero infalibles asertos del realismo en la política internacional, aun en el mejor de las condiciones internacionales nunca un estado sabrá cuáles son las verdaderas intenciones de sus rivales.

Pero en el mundo de hoy, y desde hace ya tiempo, no existe régimen internacional ni existen indicios sobre la posibilidad de configuración internacional alguna. Como dato, solo consideremos que los estados sobre los que recae la responsabilidad de pensar un orden no solo están abocados al “interés nacional primero”, que incluye una creciente exaltación y promoción del patriotismo, sino que se encuentran en un estado de paulatina rivalidad y tensión entre ellos. Incluso hay tensiones en ascenso entre potencias medianas, situación que aleja posibilidades de construcción de “ordenes internacionales regionales”, una modalidad que parece considerar Henry Kissinger en su obra “Orden mundial”.

A partir de esta realidad se despliegan otras situaciones que nos anticipan un mundo en creciente estado de discordia: bajo multilateralismo, alta geopolítica, acumulación militar superior, nacionalismos variados, comercio disruptivo, querellas militares mayores, crimen organizado descontrolado, imperialismo de nuevo cuño, soberanías condicionadas, tratados interrumpidos, regionalismo fragmentado, etc.

No se trata, claro, del mejor de los mundos ni, por ahora, tampoco del peor; pero sin duda alguna un mundo muy peligroso para los estados, en particular, para los “países de geopolítica cero” (“Pdg-c”), es decir, aquel reducido y raro lote de países que mantienen una condición político-territorial inconcebible, un diagnóstico del mundo generalmente desacertado, una tendencia a anteponer los deseos a los intereses y una débil conciencia nacional frente a las cuestiones de cuño político-territorial[1].

Dicha condición implica que no hay una relación entre la extensión terrestre, aérea y marítima del país, y las capacidades que desarrollan para protegerla. El enfoque del mundo por parte de este tipo de países se funda, la mayoría de las veces, en la falta de un pensamiento estratégico propio, falta que es ocupada por concepciones que se gestan en centros de poder de geopolítica vital; por ello, cuando se consideran situaciones, por caso, la globalización (en sus diferentes manifestaciones), las mismas carecen del necesario análisis relativo con el “factor poder” que se halla en forma latente en esas situaciones. En tercer lugar, dichos actores manifiestan anhelos, es decir, tienden a desplegar actos o políticas sin considerar las intenciones que anidan en otros actores, ni son suficientemente conscientes de que “no existe ningún sitio” donde acudir en caso de necesitar amparo. Finalmente, la atención social sobre aquellas cuestiones que implican política, intereses y territorios suele manifestarse en términos de indiferencia, cuando no abierto desconocimiento; pero lo verdaderamente notable es que a menudo ello sucede entre los propios profesionales.

En relación con esto último, y refiriéndose a la Argentina, el profesor Adolfo Koutoudjian ha advertido recientemente que en 2018 el gobierno reunió consideraciones de intelectuales y pensadores argentinos sobre el futuro del país. Hubo diferentes opiniones de personas ligadas al oficialismo, es decir, “de derecha, de centro y de progresistas”. “Llamativamente, ninguno mencionó al territorio, basamento esencial de la nación en cualquier circunstancia. Tampoco se mencionó el mar, la Antártida, las Malvinas, las regiones, las cuencas hídricas ni nada vinculado a la infraestructura […]. Increíblemente, en enero de este año se recabaron opiniones de intelectuales de hoy, esta vez ligados al actual oficialismo y los grandes medios de comunicación, donde, nuevamente estos pensadores más progresistas y de izquierda se olvidaron del territorio argentino, sus problemas, potencialidades, crisis recurrentes que lo aquejan”[2].

Lo más relativamente cercano a esta extraña técnica de amparo y “poder invertido” es el aislacionismo, un lugar internacional que prácticamente ya ningún país lo ejerce; incluso aquellos que lo puedan hacer desarrollan un importante grado de autoayuda, aun a riesgo de reducir el bienestar de su población, y cuentan con “valedores internacionales” preeminentes.

Hay actores que podrían llegar a desplegar algunas de las condiciones de “Pdg-c”, pero no son estados territorialmente grandes, mucho menos, por supuesto, aquellos que Friedrich Ratzel denominaba “países-continentes”; los mismos suelen tener una ubicación preferente y, generalmente, cuentan con amparos exteriores. Pero aun estos países no llegan a desplegar todas aquellas extravagantes condiciones de carácter “anti-geopolítico”.

La incapacidad de los “Pdg-c” para construir poder nacional o “poder agregado”, es decir, alcance de relevancia en las diferentes dimensiones (económica, social, tecnológica, militar, aeroespacial, energética, diplomática, etc.), coloca a estos actores en un lugar muy inquietante en el mundo de siempre, sobre todo en el mundo que viene, pues en ese mundo de horizonte incierto podrían estar aguardando lógicas de poder que terminen por convertir a la soberanía de dichos actores en una expresión formal.

Pasando a situaciones de riesgo latente, no debemos olvidar que existen “nuevos temas” en relación con el alcance de la soberanía de un estado; cuestiones que implican la posibilidad de activar la “responsabilidad de resguardar” más allá de la salvaguardia de los derechos de los pueblos, es decir, hacia segmentos que por una deficiente gestión podrían disparar alarmantes “llamados de atención” por parte de organizaciones o estados, porque se trata de actividades que tienen secuelas (no consecuencias) internacionales. Es decir, en nombre de una “soberanía mancomunada” se podría relativizar sensiblemente la soberanía nacional.

Asimismo, y en buena medida relacionado con lo anterior, la declinante situación socioeconómica de un país podría dar lugar a una situación de “soberanía corrompida” en diferentes segmentos, por caso, energía, cibernética, alimentos, etc. Para expresarlo en términos más precisos, un actor “en apuros financio-económicos” podría ceder a propuestas de un actor preeminente, en principio atractivas y que no entrañan riesgos, para, a cambio de una ayuda económica de escala, convertirse en parte de su afluente economía como “activo suministrador de determinados bienes”[3].

Aumentando el nivel de riesgos, qué otra respuesta que no sea la inacción y el recurso estéril a las organizaciones intergubernamentales podría ofrecer un “Pdg-c”, si una alianza político-militar, para negar un futuro acceso a una potencia rival u otra alianza, decide proyectar capacidades a zonas no soberanas, pero sí adyacentes al territorio de aquel.

Subiendo más todavía el listón de riesgos, no se debería descartar (por su carácter alarmista) la hipótesis relativa con que una potencia mayor directamente ocupe parte del mismo territorio de un “Pdg-c” por cuestiones derivadas de una nueva era de lo que podríamos denominar “globalismo por recursos”, una conjetura que países como Brasil ya se han planteado hace más de tres décadas desde los términos de escenarios posibles de enfrentamientos asimétricos.

No se trata de temas nuevos; sí podría ser novedosa y deletérea la “accionización” sin mayores rodeos que implican los mismos.

En breve, no hay lugar para estatus geopolíticos inconcebibles o “lábiles” en el mundo actual. La opción es construir poder y calificar para ser parte de “países de geopolítica de deferencia”, es decir, países que imponen (cierta) consideración por parte de los actores de geopolítica intensa, que no es lo mismo a que éstos no reparen en nada si tienen que adoptar una decisión inaplazable relativa con sus intereses primero.

La otra opción, la de un enfoque de “geopolítica cero”, deja a los países que la sostienen ante dos opciones: terminar siendo sometidos por otros globales, o tener que convertirse en “protegidos” de un actor geopolítico vital regional[4].

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

Imagen: contratapa del libro (1)

Referencias

[1] Alberto Hutschenreuter, Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019, p. 161.

[2] Adolfo Koutoudjian, “Argentina: no hay Nación sin territorio”. El País Digital, 17 de junio de 2020, https://elpaisdigital.com.ar/contenido/argentina-no-hay-nacin-sin-territorio/27323 (disponible en red).

[3] Se sugiere consultar el trabajo de Juan José Borrell, Geopolítica y alimentos. El desafío de la seguridad alimentaria frente a la competencia por los recursos naturales. Buenos Aires: Editorial Biblos, 2019.

[4] Ver el pertinente artículo de Carlos Escudé, “Somos un protectorado de Chile y Brasil”. La Nación, Argentina, 24 de enero de 2013, https://www.lanacion.com.ar/opinion/somos-un-protectorado-de-chile-y-brasil-nid1548409/ (disponible).

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LOS ESCENARIOS MUNDIALES CAMBIAN PERO EL ESPACIO SIGUE AHÍ

 

Agustín Saavedra Weise*

La otrora poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sostuvo una sórdida guerra fría contra Estados Unidos y sus aliados del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desde fines de la Segunda Guerra Mundial (mayo 1945) hasta la debacle final que extinguió como Estado a la URSS en 1991 y precipitó la creación de 14 naciones independientes. Rusia, la más grande y poderosa entre ellas, fue la heredera natural del asiento soviético en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en calidad de miembro permanente y con derecho a veto. En todo caso, con la extinción de la URSS el poder global de la potencia eslava telurocrática (terrestre) quedó disminuido frente al de Estados Unidos, su rival talasocrático (marítimo) y heredero natural del dominio británico en los océanos.

A lo largo del casi medio siglo de un conflicto sin balas pero sí con ideología y juegos de amenazas mutuas, hubo avances y retrocesos de ambas partes en varios lugares del globo. Uno de los capítulos más dramáticos se dio en las Américas con la crisis de los misiles instalados en Cuba en octubre de 1962. Anteriormente hubo otra situación grave en Europa debido al bloqueo de Berlín por la URRS. El problema lo resolvieron los aliados occidentales mediante un puente aéreo que abasteció debidamente a la antigua capital prusiana sitiada por los soviéticos. En el incidente de Cuba, a nivel de propaganda política, Estados Unidos salió “vencedor”. En la práctica, la astucia rusa logró con el retiro de los misiles de la isla lo que era su principal objetivo: un compromiso formal de los norteamericanos de no invadir jamás Cuba, algo que intentaron hacer antes en la bahía de Cochinos en 1961 y fracasó estrepitosamente por diversas fallas de logística.

Las tensiones y rivalidades geopolíticas URSS-Estados Unidos eran muy grandes, abarcaban prácticamente todo el globo terráqueo, pero he aquí que en los niveles de intercambio comercial la relación era de baja intensidad. Aunque luego vino la época de la distensión y de reparto amistoso de áreas de influencia, la relación comercial soviético-americana nunca fue de gran relevancia. Una vez desaparecida del mapa la URRS, al colapsar el comunismo y fragmentarse en varios países, la actual Rusia de Vladimir Putin ―ya renovada y fortalecida luego de los desastres de los primeros gobiernos del post comunismo― continúa con sus esfuerzos de equiparar por lo menos el poder nuclear con su antiguo rival estadounidense y sostiene algunas condiciones ventajosas en el ámbito del ciber espacio, pero no mucho más. La economía rusa es hoy considerablemente menor que la de Estados Unidos y le resulta imposible competir de igual a igual. Así están las cosas.

El avance de la República Popular China (RPC) se afianza año tras año; se espera que hasta fines de 2019 crezca casi el triple que los Estados Unidos (6,3% versus 2,3%). Hoy el PBI chino es 28% mayor al de Estados Unidos. Tómese en cuenta que para 1980 el PBI del país del norte era 9 veces mayor; el avance de la RPC ha sido impresionante. Es más, el FMI calcula que para 2024 el PBI chino ya sería un 50% mayor al norteamericano. Aunque la producción total de bienes y servicios y las exportaciones supere a las de Estados Unidos, debemos recordar que este último continúa manteniendo su liderazgo militar, científico y tecnológico, inclusive en el campo de la lucha tarifaria del momento. Además, la calidad de vida y el ingreso por habitante de Estados Unidos son mejores que los de China, donde existen enormes bolsones de pobreza y muchas necesidades por satisfacer para las 1.400 millones de almas que habitan en su territorio. Asimismo, Estados Unidos aún mantiene el liderazgo en términos de innovación y calidad educativa. Pero aparte de los temas económicos entre ambos países ―que son vastos e importantes― va surgiendo una rivalidad planetaria que ingresa en el campo geopolítico. Veamos un solo ejemplo. La RPC reclama Taiwán (China Nacionalista) y su dominio sobre el Mar del Sur de China, donde la séptima flota norteamericana permanece desde hace tiempo para controlar los movimientos de la RPC en el lugar y asegurar la libertad de navegación. Ese proceder genera tensiones que podrían llegar a estallar.

Mientras China crece en todos los sentidos Rusia se achica; pese a las posturas belicosas de Putin la situación rusa se debilita en términos relativos. Aunque es el estado más extenso del mundo, la Federación Rusa apenas tiene 140 millones de habitantes y sigue perdiendo población en forma progresiva. Por otro lado, los problemas suscitados con Washington por el presunto espionaje de Moscú en las elecciones de 2016 y otros problemas en Ucrania, el Cáucaso y el mar Báltico, sumando el constante avance hacia el este de la OTAN ―brazo armado de Estados Unidos y sus aliados europeos― han creado situaciones que Rusia apenas puede resistir y de ahí ha surgido el acercamiento con Beijing en procura de reequilibrar fuerzas frente a la superpotencia norteamericana. El oso pudo haber estado al lado del águila y cumplir así la profecía de Alexis de Tocqueville acerca del dominio del mundo por América y Rusia. Mezquindades de grupos anti rusos en Estados Unidos y maniobras del complejo industrial-militar lo impidieron. Al verse en esa situación de rechazo, Moscú miró hacia el lado de Beijing; el oso ha comenzado a ponderar la posibilidad de una alianza con el dragón del oriente que sea capaz de enfrentar en términos económicos, geopolíticos y hasta militares, la presencia estadounidense en diversos lugares del planeta. Es una situación real y verificable que podría crear en el corto plazo un nuevo tipo de bipolaridad con cierto parecido al de la guerra fría del siglo XX, pero en el marco de otras realidades.

Y mientras esto sucede en el mundo, el espacio es el testigo silencioso de todo lo que ocurre en él. Un verdadero pensamiento continental no es posible sin pensar simultáneamente en siglos, ni se comprenden las razones de la política mundial sin previo análisis de la historia universal, agregando un conocimiento profundo del suelo que se habita y del espacio que se quiere retener o conquistar. Al final, los escenarios mundiales cambian, pero el espacio y sus inexorables leyes siguen ahí, esperando la oportunidad del que sepa aprovechar su momento. Y ahora, el actor internacional con chances a su alcance parece ser la RCP, eventualmente reforzada por su potencial compañía eslava; el tiempo dará su veredicto. Y en el campo de Kronos, esa potencial alianza le lleva ventaja a los norteamericanos; tiene en conjunto más historia, mejor visión estratégica, inmensos recursos y mucha paciencia para aguantar hasta llegar al momento oportuno. Desde la catastrófica derrota del Japón en 1945, China y Rusia han pasado a ser ―como ya lo expresé en otra oportunidad― los únicos y legítimos herederos de Gengis Khan.

* Economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG – www.agustinsaavedraweise.com

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