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COVID-19 Y LO QUE NO SE VE EN LA ESTRUCTURA DE LAS SOCIEDADES ÁRABES

Salam Al Rabadi*

Imagen de Olga Ozik en Pixabay

Según la dialéctica de la sociedad y el poder, hay dificultades sistémicas que enfrentarán a cualquiera que quiera abordar los dilemas de la política gubernamental relacionados con la crisis de la pandemia “Covid-19” en el mundo árabe, que se puede expresar preguntando sobre la problemática de los criterios de separación entre las políticas públicas y la cultura de las sociedades. En otras palabras, la problemática de la distinción entre lo público y lo privado, a la luz de la cual es posible evaluar las políticas gubernamentales en el mundo árabe.

En primer lugar, de acuerdo con el consejo cartesiano, debemos romper lo problemático, que por su naturaleza es borroso, y puede llevarnos a compensaciones imaginarias que son inútiles. Esto se debe a que todos los enfoques que se centren en las diferencias formales o funcionales entre todas estas dualidades no tendrán importancia a menos que se plantee la cuestión básica que gira en torno a la siguiente pregunta:

¿Existen diferencias fundamentales entre las políticas gubernamentales estériles y el desequilibrio en la estructura de las sociedades árabes, en términos del marco cultural que determina la naturaleza de esas políticas y las moldea?

Lejos de teorizar, y para aclarar este enfoque, sólo tenemos que seguir el camino de cómo lidiar con la pandemia de salud, ya sea a nivel gubernamental o social, para encontrar, claramente, la existencia de un gran partido entre ellos. Donde, la realidad árabe actual confirma inequívocamente que las crisis actuales en todas sus formas y sus efectos, es una crisis de ingredientes básicos, porque todo el mundo está en crisis, y la crisis está en todos. Por lo tanto, se puede decir, lo que se ve es una evaluación y crítica de las políticas gubernamentales y un enfoque en el juego del poder y la oposición, pero lo que no se ve es que estas políticas pueden ser más peligrosas y lejos de ser sólo una cuestión política o económica (o incluso simplemente saludable).

Esto se debe al hecho de que la mayoría de esos problemas en cuestión, ya sean políticos (democracia, libertad, estado de derecho) o económicos (desarrollo, distribución de la riqueza, igualdad de oportunidades) están relacionados de una manera u otra con el defecto en la estructura de la comunidad cultural.

Por lo tanto, es una prioridad urgente encontrar nuevos enfoques críticos. En consecuencia, debe abandonarse la visión tradicional basada en responsabilizar plenamente a las políticas gubernamentales del deterioro de la situación, lo que requiere la presencia de esfuerzos audaces y opciones estratégicas a nivel de cómo hacer frente a la siguiente dialéctica:

  1. Adhesión contínua a la vinculación de las cuestiones humanitarias diarias y las políticas públicas a la causa de la fe: no es permisible seguir evaluando el poder o buscándolo en el mundo teocrático o metafísico[1]. Por lo tanto, si el mundo árabe quiere levantarse, debe abandonar muchas de las justificaciones existenciales basadas en dicotomías contradictorias, que están vinculadas a suposiciones fatalistas y teocráticas. Donde es lógico decir, si la estructura de la sociedad se basa en una mezcla híbrida de orígenes teocráticos y metafísicos, entonces esto inevitablemente significa que ningún desarrollo y cambio radical puede tener lugar en la sociedad árabe. En consecuencia, esto hace hincapié en la importancia de encontrar enfoques lógicos que conduzcan a una racionalización y gobernanza cada vez mayores del pensamiento social. Se hizo evidente, día tras día, que la visión cultural árabe clásica ya no era suficiente para responder a muchas preguntas y también que era incapaz de hacer frente a los desafíos actuales y futuros[2].
  2. La supervivencia de las sociedades árabes bajo el peso de un sistema cultural centrado en el patrimonio colonial: lo que puede imponer al mundo árabe efectos y repercusiones extremadamente peligrosos de gran importancia, al menos a nivel de distorsionar la lectura y la comprensión de muchos hechos científicos. Lo cual puede concluirse simplemente por cómo la mente árabe aborda todo lo relacionado con las repercusiones de la pandemia, empezando por la teoría de la conspiración relacionada con el origen del virus, hasta todos los problemas relacionados con las vacunas.

A la luz de lo anterior, puede ser imposible que se produzca un cambio radical siempre y cuando todo lo que se ve sea el foco y la investigación de políticas gubernamentales fallidas y pervertidas, mientras que por otro lado se ignora lo que no se ve: el defecto de la estructura cultural de la sociedad en sí misma.

En consecuencia, mientras esa estructura social no haya cambiado hasta nuestro momento, la realidad árabe no está sujeta en modo alguno a cambios hasta nuevo aviso. La mejor prueba de ello es el callejón sin salida al que llegó la llamada “Primavera Árabe”.

 

 

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España. 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. Prohibida su reproducción. 

©2021-saeeg

 

Citas

[1] En el mundo real (ni metafísico ni teocrático), no existe una autoridad suprema integral de la que surjan poderes, a los que están absolutamente subordinados. La unidad y unicidad del poder en la sociedad es una percepción que es consistente con la filosofía del control, no con la filosofía de la rotación del poder.

[2] Todo lo que se ve en las políticas de los regímenes y gobiernos árabes es confusión, corrupción, usurpación del poder, etc., pero lo que no se ve es que todas estas políticas y las consecuencias que se derivarán de ellas reflejan y expresan la realidad de nuestra sociedad teocrática y metafísica, que tiene el monopolio absoluto de la verdad.

LOS MITOS, EL LOGOS Y LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Marcos Kowalski*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Una de las cosas más dolorosas de nuestro tiempo es que esos que tienen una certeza absoluta son estúpidos y en cambio los que tienen imaginación y capacidad de comprender están llenos de duda e indecisión.

Bertrand Russell

 

Un mito (del griego μῦθος, mythos, “relato”, “cuento”) es un relato que se refiere a unos acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos, que buscan dar una explicación a un hecho o un fenómeno. El mito es una historia fabulosa de tradición oral que, mediante los personajes sus acciones o sucesos, explican cosas y aspectos irreales de la vida.

Los mitos son relatos fabulosos que pretenden dar modelos de actuación. Se tratan de imponer como relatos llenos de autoridad pero sin justificación. Apelan emotivamente a las cosas como si siempre hubieran sido así; son relatos que explican o dan respuesta a interrogantes o cuestiones importantes para los humanos y, al mismo tiempo, las actuaciones extraordinarias de los personajes míticos son un ejemplo o pauta a seguir.

Como sabemos, y venimos repitiendo en diferentes notas y artículos nuestros, ya los griegos disponían de un gran número de mitos. Los mitos constituyen el principio del proceso intelectual del hombre. En el mito el saber es infundado, pero es el primer paso hacia un tipo de pensamiento que se dio desde los comienzos de la historia y que tuvo lugar en la Grecia antigua. Mientras que el mito intenta explicar la realidad mediante cuentos o historias, aparece en los pensadores griegos el logos (en griego λόγος, “palabra”, “dicho”) que trata de explicar lo real mediante bases en el razonamiento humano.

El pensar y el amor al conocimiento, en definitiva la “Filosofía”, surgió, según indican todos los manuales al uso, a partir del momento en que salimos de la primitiva oscuridad en la que los seres humanos acudíamos a los mitos para explicar los sucesos del universo y comenzamos a hacer uso de la Razón para dar respuesta tanto a esas antiguas preguntas como a otras de nuevo cuño. Se trata del denominado, en filosofía, “paso del mito al logos”

El termino logos, procedente también del griego, como ya fue mencionado, fue utilizado con múltiples significados, siendo los fundamentales los de “cálculo” y “discurso”, y que en filosofía se suele traducir, en la mayoría de las ocasiones, por “razón” o “pensamiento”. En Platón el “Logos” es el discurso articulado que permite dar razón de una cosa. En Aristóteles, al entender que la lógica se ocupa del discurso declarativo (del discurso que afirma o niega) éste pasa a constituirse en el objeto de la lógica como “logos apophantikós” (“discurso declarativo”).

En la primera mitad del siglo VI antes de la era cristiana comenzó a desarrollarse por parte de los pensadores de Mileto, llamados presocráticos, entre ellos, Tales, explicaciones racionales de lo que acontecía en la realidad, diferenciándolas de las mitológicas que son de tipo mágicas. Estas dos explicaciones, las basadas en el logos o razón, y en el mito, coexistieron durante mucho tiempo.

Heráclito considera al “logos” como el ser unificador, identificado con la inteligencia, que a la manera de una ley, ordena el continuo fluir evolutivo existencial. El “logos” es aquello que es común, eterno. Es la inteligencia que, a pesar de ser común a todos, cada uno la vivencia como algo personal y que se expresa a través de la palabra. En el Cristianismo, específicamente en el Evangelio de San Juan, el “logos” se halla identificado con Dios.

Como curiosidad, pero también con relación al tema, recordemos que, en Matemática, el escocés John Napier (1550-1617) unió la palabra “logos” con “arithmós” (“número”), ambas de origen griego, para acuñar el término “logaritmo” que designa el exponente al que elevarse un número para obtener el que se necesita.

Como hemos dicho, desde el logos nace la filosofía alrededor del siglo VI a. de C. en el momento en que es planteado el que se considera el primer problema filosófico expresado en la pregunta por el “arché de la physis”, que significaba el cuestionarse por el comienzo del universo o el primer elemento de todas las cosas.

Una pregunta que implicaría asimismo una nueva estrategia de respuesta basada en principios racionales que explicarían la “naturaleza” última de lo real (el agua para, por ejemplo, Tales de Mileto, considerado el primer filósofo). La identificación de tal principio supondría la existencia de un orden racional en el universo que el ser humano es capaz de conocer a través de su propia racionalidad y del análisis crítico.

El universo deja así de ser un “caos” y pasa a convertirse en un “cosmos” ordenado según las leyes de la Naturaleza. La humanidad, gracias a la Filosofía, dejaba atrás el oscurantismo mitológico para descubrir la Razón y, consecuentemente, la Filosofía y la Ciencia. Todo desarrollo posterior del pensamiento racional partiría de ese descubrimiento griego.

En nuestros tiempos y en las comunidades nacionales donde la razón desplaza a los mitos, como consecuencia del proceso de análisis y reflexión a los que se somete la articulación de la realidad ciudadana, las distintas ideas que genera la convivencia no se arraigan en mitos, sino en instituciones que receptan la pluralidad, asegurando a través de procedimientos previamente acordados, encauzar en armonía las iniciativas personales y colectivas.

En una sociedad como la actual, que se caracteriza por la heterogeneidad, son las instituciones y no los mitos las que hacen posible articular las diferencias que surgen entre los diferentes sectores en favor de una convivencia pacífica como Nación. Pero hay sociedades en las que la vigencia de los mitos penetra toda la realidad, consagrando prescripciones prodigiosas para reducir la complejidad social a un patrón homogéneo, con la limitación a la libertad colectiva y personal que ello supone. Nosotros hoy, también, disponemos de mitos que cumplen tanto la función explicativa como la función ejemplificadora.

Y el mito de los mitos, el más actual, el más vigente y que pretende no serlo es, sin dudas el de “la corrección política”, y es un mito de mitos porque pretende surgir de la razón; en general, se puede decir que ser políticamente correcto es usar expresiones y llevar a cabo acciones cuyo fin sea evitar las agresiones, el conflicto u ofender a grupos de personas particulares, lo cual es aparentemente razonable.

Su uso comenzó en la segunda década del siglo XX y lo utilizaba gente cercana a las ideologías marxistas y leninistas para referirse a quienes seguían al pie de la letra las directrices de sus partidos en tono de burla. Pero rápidamente “entró” en las socialdemocracias europeas y en las décadas de 1980 y 1990 pasó a un escenario distinto. Se encendió un debate en universidades y medios de comunicación sobre los alcances de la corrección política, que ya venía usándose como forma de protección de minorías. Y es que en la discusión afloraron posiciones de todo tipo, desde aquellos que la defendían para proteger a sus comunidades de agresiones e insultos, hasta quienes argumentaban que sus ideas democráticas de igualdad eran “en realidad autoritarias, ortodoxas y de influencia comunista, cuando se oponen al derecho de las personas a ser racistas, sexistas y homofóbicas”, como lo detalló Herbert Kohl.

Entonces aparece una característica, “lo políticamente correcto” (PC) no es más de derecha, izquierda o de centro, es “progresista” y todos los países que se jactan de su socialdemocracia la adoptan como regla; está donde se encuentre algún tipo de poder “progresista”. Se impulsa el mito a través de la excusa de defender las minorías de una censura disparatada.

No hay alguien que defina exactamente qué cosas son políticamente correctas. Dependen de un contexto y un momento particular. No está escrito y les resulta importante a los impulsores de la “corrección política” que permanezca así, porque hace creer que se actúa libremente, inclusive, diría que lo “políticamente correcto” no es decir lo que pienso, sino lo que considero conveniente sobre tal tema. Es la vía para ser aceptados socialmente, una manera correcta de encajar.

La mítica aberración de esta “corrección política” llega ya a extremos inverosímiles. Cuartos de baños neutrales para no ofender a la minoría “transgénero”. En este sentido podemos mencionar el denominado “lenguaje inclusivo”.

Palabras vetadas, como “maternidad” o “paternidad”, rechazadas porque “marcan género”. Obras de teatro donde Hamlet, un príncipe danés de la Edad Media, es encarnado de manera inverosímil por un actor de raza negra en nombre de la correcta integración. Y una larga relación de “abusos” contra los que hay que luchar de manera activa, como “los privilegios de los blancos”, la opresión patriarcal, la islamofobia, los derechos de género y un largo etc.

La meta es blindar la peculiaridad del gran yo. Los críticos más duros del fenómeno llegan a hablar de “un McCarthysmo cultural de izquierdas”. El nuevo credo cuenta con potentes aliados. Los gigantes tecnológicos de Silicón Valley, Hollywood, o medios tan influyentes como The New York Times o la revista The Atlantic en Estados Unidos o la casi totalidad de los medios con el grupo Clarín a la cabeza en Argentina son paladines de la contra cultura y mito de la corrección política.

Se estableció así, mediante el flujo de importantes fondos aportados por grupos económicos con un aparente papel filantrópico y desde poderosas organizaciones no gubernamentales, una nueva forma de censura. Una censura perversa para la que no estábamos preparados, pues no la ejerce el Estado, el gobierno, el partido o la Iglesia, sino fragmentos difusos de lo que llamamos partes minoritarias de la sociedad civil.

Se logra en muchos casos con la introducción del temor a caer en lo “incorrecto” y aun en contra del propio raciocinio de las personas a fomentar la autocensura, que puede ser la peor forma de coartar la creatividad y la libre expresión, porque pretende cercar el discurso libre, el debate abierto y el intercambio de ideas.

Este mito no se sostiene porque no existe una razón natural para que perdure. Tomemos por ejemplo el famoso lenguaje inclusivo, la idea de los sostenedores de lo PC creen que el lenguaje es directamente responsable de la discriminación, una idea muy extendida que, sin embargo, es esencialmente falsa. Que es el lenguaje el que crea el estereotipo o el sexismo. Imaginemos que, como piden, que se quitara del diccionario la palabra negro, porque puede usarse en tono racista. Tendríamos que buscar otra palabra para referirnos a todo lo que tiene ese color y al negro terminaríamos diciéndole “no blanco”.

Hace relativamente poco, el autor de este articulo escuchó en la calle a unos estudiantes referirse a otro como ese gay de m….., con lo cual no le decían “puto” pero lo de ser de m….. no se lo quitaban. Las intervenciones externas sobre el lenguaje rara vez son duraderas y solo en circunstancias muy especiales.

Como se verá, cuando alguna propuesta humana se despega de la realidad y promueve soluciones, para la generalidad o las minorías que no son racionalmente naturales, inexorablemente no pueden perdurar en el tiempo, son mitos y no provienen del logos, ese razonamiento que nos diferencia de los animales y que nos dimensiona y nos da la trascendencia que Dios nos ha destinado.

Por eso creemos firmemente que el mito de la “corrección política” no perdurará. No importa cuanto lo promocionen y propicien sus poderosos auspiciantes, los sexos seguirán siendo dos y complementarios, los padres lo seguirán siendo y el lenguaje volverá a proporcionar las diferencias que Dios y la naturaleza ha impuesto en este mundo.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

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ISRAEL Y SUS CIUDADANOS ÁRABES

Giancarlo Elia Valori*

Un tema que rara vez se trata públicamente es la situación entre los ciudadanos judíos y árabes israelíes (cristianos y musulmanes). El 26 de abril de 2020, la Oficina Central de Estadísticas de Israel informó datos oficiales de población del Estado del Cercano Oriente: 6,8 millones de judíos (74%), 1,93 millones de árabes (21%) y 454.000 cristianos no árabes o seguidores de otras religiones (5%). El índice de fertilidad, según los datos más recientes (2018) tiene una ligera tendencia más alta por parte de la minoría árabe.

Según datos preliminares del Instituto de Políticas Populares Judías (JPPI), actualizados al 21 de abril de 2020 y sobre la compilación del próximo índice de pluralismo 2020, en el último año se ha producido un cambio significativo en la forma en que se identifican los ciudadanos árabes de Israel.

Según la encuesta, realizada por la Universidad de Tel Aviv, las minorías de Israel (26%) son principalmente israelíes y la mitad (51%) se identifica como árabe-israelí.

La proporción de no judíos que se hacen llamar principalmente palestinos se sitúa en torno al 7%, frente al 18% del año pasado.

Además, ha habido un aumento considerable en el número de árabes que se hacen llamar israelíes, esa cifra ha aumentado del 5% en 2019 al 23% este año.

Se puede observar que estas cifras indican un cambio significativo en la identificación estatal de los árabes israelíes al final de un año electoral (consultas del 9 de abril de 2019), en el que se discutió la cuestión de la participación de los árabes israelíes en la arena política y en el tejido social del Estado.

Otra pregunta de la encuesta pidió a los encuestados que evaluaran cuánto estaban de acuerdo con la frase: “Me siento como un verdadero israelí”.

La mayoría de los árabes (cristianos+musulmanes) dijeron que estaban completamente de acuerdo (65%) o de alguna manera estar de acuerdo (33%) con la identificación de ciudadanos israelíes.

Entre los árabes musulmanes, por otro lado, la mayoría que se siente israelí están en el 61%, mientras que casi uno de cada cinco árabes musulmanes (18%) dice lo contrario.

El presidente del Instituto de Política Popular Judío, Avinoam Bar-Yosef, no mencionó el impacto de las elecciones anteriores y, en cambio, estimó que los resultados de la encuesta se deben al trabajo dedicado por los árabes israelíes en el campo médico, especialmente durante la lucha contra el desafío planteado por la crisis COVID-19, que profundizó el sentido de colaboración entre las dos comunidades.

Exactamente el año anterior, el 28 de marzo de 2019, una encuesta publicada por la webzine israelí “Sicha Mekomit”, señaló que la mayoría de los ciudadanos israelíes creían que existían relaciones positivas entre las poblaciones judías y árabes del país.

El 53% de los judíos encuestados dijo que las relaciones diarias entre judíos y árabes son en gran medida positivas, y un tercio testificó relaciones negativas basadas en la experiencia personal. Sólo el 13% dijo que no tenía suficiente contacto con la población árabe para responder.

Alrededor del 76% de los árabes encuestados dijeron que, en su vida diaria, las relaciones entre judíos y árabes eran en gran medida positivas. Sólo el 6% subrayó que no tenía suficiente contacto con el otro grupo de población para responder.

Una encuesta previa a las mencionadas elecciones parlamentarias del 9 de abril de 2019, realizada por Dahlia Scheindlin y David Reis, reveló que la mayoría de los judíos y árabes creen que la cooperación entre las dos poblaciones puede perseguir diversos objetivos, entre ellos la protección del medio ambiente, los derechos de los trabajadores y los derechos de las mujeres.

En todas las cuestiones abordadas, entre el 55 y el 58% de los encuestados consideraron que la cooperación judío-árabe ayudaría a abordar y resolver problemas, y sólo entre el 10 y el 14% pensó que resultaría perjudicial. Entre los encuestados árabes, el 72% dijo que la cooperación sería útil, en comparación con el 54% de los encuestados judíos.

En cuanto a las elecciones ya mencionadas, casi la mitad de los árabes encuestados (47%) dijo que estaría dispuesta a votar por un partido judío si cumplía con sus puntos de vista, significativamente más del 15% de los votantes árabes que apoyaron a los partidos no árabes en las elecciones de 2015.

Sin embargo, sólo el 4% de los judíos encuestados expresó su voluntad de votar por un partido árabe. Alrededor del 88% de los judíos rechazaron la idea.

Aunque los partidos árabes nunca se han unido a un gobierno de coalición, el 87% de los encuestados árabes dijeron que están a favor en cierta medida de la pertenencia a un partido árabe gobernante. Sólo el 4% de los árabes rechazaron la hipótesis. Entre los judíos encuestados, sin embargo, sólo el 35% dijo que un partido árabe que se uniera al gobierno sería en cierta medida aceptable.

Cuando se preguntó a los encuestados árabes si reconocían a un pueblo judío junto al pueblo palestino, un gran 94% de los árabes respondieron con aprobación y sólo el 6% dijo que sólo había un pueblo palestino.

Entre los judíos encuestados, el 52% reconoció la existencia de un pueblo palestino, mientras que el 48% dijo que sólo hay un pueblo judío.

La encuesta también preguntó a los encuestados árabes cómo se definieron a sí mismos. Casi la mitad (46%) se hace llamar árabe-israelíes, el 22% dijo que eran árabes, el 19% dijo que eran palestino-israelíes y el 14% se describió a sí mismos como palestinos.

Un interesante artículo de Umberto De Giovannangeli apareció en el nº 9/2018 de “Limes”, pero de plena actualidad, nos muestra una encuesta publicada por la sección israelí de la Konrad Adenauer Stiftung, relacionada con el programa de cooperación judío-árabe en el Dayan Center de la Universidad de Tel Aviv y por Keevoon, una empresa de investigación, estrategia y comunicación (margen de error declarado: 2,25%).

“El número de personas que han aceptado responder positivamente a las preguntas sobre las instituciones estatales es significativamente alto y refleja una aspiración general de integrarse en la sociedad israelí”, explicó Itamar Radai, director académico del programa Adenauer e investigador del Dayan Center. Al mismo tiempo, los encuestados identificaron la discriminación percibida como una de las principales causas de preocupación, y el 47% declaró que se sentían “generalmente tratados de manera desigual” como ciudadanos árabes. La mayoría de los encuestados también se quejan de una distribución desigual de los recursos fiscales del Estado. Según Michael Borchard, director de la oficina israelí de la Fundación Konrad Adenauer, uno de los resultados más significativos de la encuesta es la respuesta dada a la pregunta: ‘¿Qué término te describe mejor?’ La mayoría (28%) respondió árabe israelí; el 11% respondió simplemente israelí y el 13% se describió como ciudadano árabe de Israel. El 2% respondió musulmán israelí. Sólo el 15% se describió como simplemente palestino, mientras que el 4% dijo ser palestino en Israel, el 3% de ciudadanos palestinos en Israel y el 2% palestinos israelíes. 8% de los encuestados prefirieron autoidentificarse simplemente como musulmanes.

En otras palabras, según la encuesta, el 56% de los ciudadanos árabes se definen de una manera u otra israelíes, el 24% palestinos. Sólo el 23% evita cualquier referencia a Israel, mientras que el 9% de alguna manera combina el término palestino con los términos israelí o “en Israel”. “El hecho básico”, dice Borchard, “es que hay una mayor identificación con Israel que con un posible Estado palestino: los árabes quieren ser reconocidos en su identidad específica, pero no tienen ningún problema en estar vinculados a Israel”. La encuesta también encontró que los ciudadanos árabes israelíes están más preocupados por la economía, la delincuencia y la igualdad interna que por la cuestión palestina.

Los datos obtenidos del artículo de De Giovannangeli y de las encuestas anteriores basadas en Israel nos llevan a creer que el laicismo tradicional de los ciudadanos árabes palestinos es claro. Por lo tanto, la complejidad antiisraelí de los países de Medio Oriente, entre los que “paradójicamente” existen muchos aliados de los Estados Unidos de América, un antiguo amigo de Israel, puede ser menos sentida por los ciudadanos árabe-israelíes cuanto mayor es la situación económica de los mismos.

Como resultado, cuanto mayor sea el nivel de bienestar de la población de un país, mayor será la fricción sobre la que los terceros soplan para revivir el fuego de la discordia.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Nota: traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor.

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