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PESCA EXTRACTIVA E INCOMPETENTE

César Augusto Lerena*

Foto: Axel Breuer en Pexels. https://www.pexels.com/es-es/foto/persona-cortando-peces-2247138/

 

La participación de la pesca en el total del complejo exportador viene cayendo en términos porcentuales. En el año 2022 fue de 2,1% mientras que los años anteriores fue del 2,6% (2021), 3,2% (2020) y 2,9% (2019), dejando en claro las pésimas políticas llevadas a cabo desde la Subsecretaría Pesca. Por cierto, no agregamos el medio tóxico en el que se desarrolla la actividad: la inflación, la presión tributaria y burocrática, el atraso cambiario, la falta de crédito, las trabas a la importación de insumos esenciales y las retenciones a la exportación, los altos costos de los insumos básicos, la ineficiencia de los puertos, la falta de control de la pesca ilegal, etc. que ataca la competitividad de la pesca argentina. Por cierto, ¿qué funcionario de rango inferior podría incidir en la política nacional? El ámbito de Agricultura y la jerarquía de la actividad deben cambiarse. Y nos preguntamos ¿quién le prestará atención a esta actividad con el 2,1% de participación en las exportaciones y con un consumo en el mercado interno de 4,8 Kg anual, el más bajo de Latinoamérica?

Si algo tiene de bueno la mal llamada Ley Federal de Pesca 24.922 es su artículo 1º. Desde éste en adelante, comenzaron los escribientes a copiar y pegar las exigencias de sus representados, para que casi todo fuera posible; pero, como suele ocurrir en un mundo de intereses cambiantes, éstos mutaron y lo que era bueno pasó a malo y viceversa. La Cámara de Armadores de Buques de Altura se creó porque algunos entendían que la Cámara de Congeladores defendía intereses contrarios y viceversa, nada hacía suponer, que todo sería lo mismo, dando lugar a un sinnúmero de siglas empresarias, donde a la luz de los resultados, hay más vocación de poner al funcionario de turno para hacerse acreedor de intereses personalísimos que conciliar una política que contenga al conjunto de la actividad y les permita a todos, crecer, desarrollar y multiplicarse, cual regla biológica.

Para qué atomizar la representación si a la hora de defender sus intereses las principales empresas juegan su partido por fuera de las cámaras. Una caja de langostinos tiene un efecto maravilloso en el funcionario que debe tomar decisiones. No es necesario dar más explicaciones.

El Estado, como titular del recurso, al otorgar las concesiones debiera asegurar que la explotación, realizada con idoneidad, sea rentable tanto para los grandes empresarios como a los pequeños, a los que debería proveerles de una “Unidad Económica Pesquera” que les permita desarrollarse en esta actividad. Esto debe darse en cualquiera de los escenarios macroeconómicos, ya que las medidas que se tomen deben ajustarse en forma permanente para que esta ecuación se mantenga. De esto no se hace cargo el Subsecretario de Pesca.

Hacia 1976 la flota de altura era de 113 buques fresqueros y 10 buques congeladores, es decir una relación de 92% a 8% respectivamente. Este porcentual se revirtió con el notable crecimiento de los buques congeladores. En el año 2022 los desembarques declarados de los buques fresqueros fueron de 394 mil toneladas y de los buques congeladores de 400 mil toneladas; es decir, de un 50%. Los números son elocuentes y ello encuentra fundamento en la dicotomía que, aun incrementándose las exportaciones, aumentó el desempleo y el trabajo no registrado. Dos razones: menos valor agregado e incremento del trabajo precarizado ¿Y qué opinan los intendentes y concejales de los municipios de esto? Nada. Están ocupados en recaudar a través de las multas de tránsito para resolver el rojo de sus comunas y no alcanzan a darse cuenta de los recursos y el empleo que generaría el procesamiento en tierra de los productos pesqueros y otras decisiones en el ámbito de la explotación pesquera.

Por supuesto, no ignoramos que la cuestión macroeconómica y el régimen laboral actual son contrarios a la industrialización en tierra. Un régimen que fomenta el trabajo no registrado, para lo cual basta ver el número de afiliados del SOIP en 1990 y los escasos afiliados en 2022, las exportaciones pesqueras, en la que juega el dólar oficial y la posterior pesificación y otras distorsiones como la tercerización del comercio, las diferencias entre las empresas nacionales y las que en la Argentina actúan como filiales de sus casas matrices en el extranjero; la utilización de cooperativas que no se ajustan al régimen legal vigente y que cotizan a precios marginales la actividad manufacturera en relación con empresas que enfrentan todos los impuestos, cargas laborales, patronales y tasas; la tolerancia de los municipios a los procesos clandestinos y otros tantos males que desalientan la creación de empleo y la formalidad laboral y que llevaron a que la flota fresquera que procesaba sus materias primas en las plantas industriales fuera transformándose en congeladora, pese a que la ley 24.922 lo prohíbe, donde el procesamiento básico se realiza a bordo, regalándoles la mano de obra a los países desarrollados y a algunos de Sudamérica, a costa del empobrecimiento de nuestras ciudades y pueblos, para beneficio de los importadores y transformadores.

El argumento inicial de los compradores fue el disparador: “los productos congelados a bordo son de mejor calidad”. Ello favoreció, en muchos casos, a que éstos se quedaran con los procesos de transformación que, entre otras cosas, requiere de la descongelación, el procesamiento y la posterioridad recongelación e ignora las nuevas tecnologías de mantenimiento de refrigerado a bordo de las capturas. El régimen laboral y la tolerancia e incapacidad de los organismos competentes hizo el resto.

Pero, pequeño detalle, el Estado que es “el dueño del recurso” y da su explotación en concesión a los empresarios, no hizo absolutamente nada para tratar de armonizar los intereses, para que la pesca siga siendo generadora de poblaciones e industrias y ocupación de los territorios inhóspitos del litoral patagónico, al igual que a la ciudad que dio origen a la actividad industrial en la Argentina y que hoy se muestra decadente.

Con los buques congeladores es difícil cumplir con el axioma indicado en el artículo 1º de la Ley de Pesca: «fomentar el ejercicio de la pesca marítima en procura del máximo desarrollo compatible con el aprovechamiento racional de los recursos vivos marinos», porque efectuar un mínimo proceso y congelar a bordo, con una baja ocupación de mano de obra, no es procurar el máximo desarrollo y un aprovechamiento racional, que se logra obteniendo el máximo valor agregado a partir de una misma unidad de materia prima.

Ello, ¿significa que haya que eliminar los congeladores? No. Hay que modernizar y tecnificar los buques fresqueros y asegurarse que el valor agregado esté presente en cualquiera de los casos y los buques congeladores amplíen su radio de acción a la captura de los recursos migratorios originarios de la ZEE en alta mar y compensarlos incrementándoles los cupos de captura (procedimiento que por el momento omito), liberarlos de toda carga impositiva, derechos de captura y exportación y proveerles de mayor protección e investigación en el área.

El recurso pesquero y el ámbito de desarrollo de la especie es de dominio del Estado que lo da en concesión a las empresas para, entre otras cosas, agregarle el máximo valor posible a una captura sostenible y ello resulta virtualmente imposible con el modelo actual, donde los buques congeladores son, en general, ineficientes a la hora de procesar a bordo, tal cual surge del coeficiente de conversión (Bergamaschi, Nazareno, INIDEP, 2000) de los productos elaborados mecánicamente, que determina, cuántas toneladas de captura se necesitan para obtener una tonelada de producto final, ya que sí tomamos ese coeficiente podríamos ver ―a modo de ejemplo― que para producir 1.000 toneladas de filet de merluza sin piel se requiere capturar unas 3.600 toneladas de merluza (Coeficiente 3,59); es decir que se descartan al mar unas 2.600 toneladas del resto de la merluza fileteada; mientras que, para el mismo producto, en el proceso manual elaborado en tierra, el rendimiento es del 45%, es decir que con 3.600 toneladas de merluza entera se logran 1.620 toneladas de filet, obteniéndose, en consecuencia, unas 620 toneladas más de merluza fileteada que en el envasado a bordo, además de aprovechar los residuos para la fabricación de harina con un 65% de proteína. Al respecto, habría que tener presente la aplicación del Código de Conducta Responsable de la FAO: «los propietarios y armadores de los buques pesqueros deberían asegurarse de que sus buques de pesca estén dotados de equipos adecuados con el fin de procesar los residuos generados a bordo durante el servicio normal del buque», aunque ello, podría sacar de competencia a los congeladores.

Por cierto, al no haber controles seguros durante la captura, los rendimientos son inciertos. A ello se agrega la falta de control en eventuales transbordos en el mar o en los desembarcos donde podrían sustituirse las especies. Chocolate por la noticia, diría mi amigo Jaime.

¿Quién puede sostener técnicamente que la calidad de los procesados y congelados a bordo es mejor? o, ¿de qué calidad y seguridad sanitaria se puede hablar en los productos congelados a bordo cuando aquí no hay inspectores profesionales que verifiquen la aptitud de las materias primas, la higiene de las superficies de contacto o la salud de los operarios, tal cual exige el Decreto 4238/68 ap. 1.1.2; 8.1; 23; o el artículo 31º de la Ley 24.922. Habría que preguntarse: ¿qué profesional de sanidad certifica los procesos que ocurren a bordo?

Por otra parte, los productos tratados a bordo en los buques congeladores se descongelan en destino para su transformación, comercializándose luego frescos o nuevamente congelados para su exposición en góndolas. También es cierto que al comparar la calidad de las materias primas desembarcadas frescas no se han tenido en cuenta las nuevas tecnologías disponibles de almacenamiento y mantenimiento (RSW, Refrigerated Sea Water) en el transporte. La Unión Europea y la mayoría de los compradores tienen interés en disminuir los procesos de sus vendedores y ello se demuestra claramente cuando se reducen a cero los aranceles de importación de las materias primas sin valor agregado o, cuando a España ingresan productos procedentes de Malvinas, con la sola condición que el 70% de ellos se procesen en la península ibérica.

Mientras tanto la Argentina, con una gran cantidad de nacionales desempleados, un 40% de pobres y una Patagonia con un índice poblacional de 2 hab/km2, transfiere trabajo a la Unión Europea al exportar con bajo valor agregado. No existe “la equidad” a que refiere la Convención del Mar (CONVEMAR); además de darles habilitación en el territorio continental argentino a empresas pesqueras españolas y chinas, mientras embarcaciones de estos Estados se apropian de nuestros recursos originarios de la ZEE en alta mar y Malvinas; una verdadera contradicción a lo prescripto en el referido artículo 1º: se «promoverá la protección efectiva de los intereses nacionales relacionados con la pesca y promocionará la sustentabilidad de la actividad pesquera, fomentando la conservación a largo plazo de los recursos». Estos intereses, no son solo explotar racionalmente el recurso, sino explotarlo de tal forma que fomente el emplazamiento y el sostén de los pueblos en el litoral marítimo, como efecto de la radicación de las industrias y el consecuente empleo regional. Por cierto, los «intereses nacionales relacionados con la pesca» también son fomentar la industria naval y otras industrias anexas, cuestión que no se tiene en cuenta cuando el INIDEP y toda la cadena de responsabilidades del gobierno promueven la importación de un buque de investigación con un costo que supera los cien millones de dólares. ¿Y el Subsecretario de Pesca? Antes de bajar sus cuadros, viendo si cierran las estadísticas, burocratizando la tarea productiva y, a juzgar por lo ocurrido en Río Negro, sin coordinar la protección y administración de los recursos pesqueros como prescribe el artículo 5º inc. b de la Ley 24.922 a la que adhirieron todas las provincias.

El mismo artículo 1º precisa: «favoreciendo el desarrollo de procesos industriales ambientalmente apropiados que promuevan la obtención del máximo valor agregado y el mayor empleo de mano de obra argentina». Ratificando lo ya dicho, este párrafo refiere a la industrialización en tierra, ya que éstos son los ámbitos apropiados, no solo para asegurar las mejores condiciones laborales y ambientales posibles, sino para asegurar el control y la obtención del mayor valor agregado a las materias primas brutas y la generación de empleo. Ello, en un productor agropecuario, por ejemplo, que explota sus bienes y negocios, puede quedar a su exclusivo arbitrio pero, siendo una actividad concesionada, el Estado está obligado en administrar en la forma más eficiente el recurso que no alcanza con extraerlo del mar y, mucho menos, limitarse a exportar commodities, sino que los productos debieran estar aptos para ser destinados directamente a los mercados mayoristas del mundo y las góndolas, de modo que, partiendo de una misma materia prima se obtenga el mayor valor posible y, en lo interno, facilitar el consumo y mejorar la dieta de los consumidores, desarrollar la industria y generar nuevos empleos en el país.

Mientras ello ocurre, en el territorio argentino de Malvinas buques extranjeros se llevan 250.000 toneladas de pescados y calamares anualmente y otros tantos se apropian de unas 700.000 toneladas de recursos migratorios originarios de la ZEE en alta mar; ello sin contar los descartes que, transpolando la información nacional, serían del orden del 30%. En este escenario, la subsecretaría de pesca no puede implementar ningún plan serio de trazabilidad.

Hacia la década del 70 la pesca era considerada una actividad productiva y no podía acceder a los beneficios impositivos de la industria. Para revertir ello, las Cámaras se comprometieron a agregarle valor a las materias primas. Este compromiso quedaría plasmado en el art. 2º de la ley de pesca: «la pesca y el procesamiento de los recursos vivos marinos constituyen una actividad industrial», ello, refiere, expresamente a “procesar” y no puede limitarse, como hemos dicho, a una mera actividad extractiva de bajo valor agregado y de exportación de commodities, siendo obligación del Subsecretario de Pesca «establecer los requisitos y condiciones que deben cumplir los buques y empresas pesqueras para desarrollar la actividad pesquera» (Ley 24.922, Art. 7 f). El legislador quiso beneficiar en la Ley de Pesca a la industria en tierra frente a la actividad extractiva y, por ello, determinó las cuotas de captura por tipo de flota, la obligatoriedad de descargar en el puerto, estableció las mejores condiciones para el otorgamiento de los permisos a los que empleen mano de obra nacional en mayor porcentaje en tierra y buques en forma proporcional (Art. 26º), privilegiando con ello a los buques fresqueros que ocupan mayor cantidad de operarios en los procesos de industrialización; promovió la asignación de cuotas a la cantidad de mano de obra nacional ocupada (Art. 27º) y prohibió la transferencia de cuotas de capturas de buques pesqueros fresqueros a congeladores (Art. 27º), dejando de manifiesto el interés de priorizar a aquellos por sobre estos últimos.

El modelo actual concentra en unos pocos el beneficio y perjudica al conjunto de la actividad. La pesca en sus inicios era impredecible porque carecía de la tecnología adecuada para la captura y los procesos y desconocía los mercados. Hoy que se ha conseguido mayor certeza en las cuestiones operativas, lo que es incierto e impredecible es la estrategia nacional y la política económica. En medio de ello no puede semejante estructura, bienes y recursos humanos puestos al servicio de la producción pesquera, representar el 2,1% del total las exportaciones y tener tan escasa representación en el mercado interno, por debajo de la producción de algunas economías regionales, cuya producción es ciertamente primaria. Asusta que este reducido porcentual dependa en un 60% de una especie que no se ha podido cuotificar a la que se le agrega bajo valor y de un recurso que, aunque renovable, puede agotarse cuando no se controla integralmente el ecosistema (ZEE-Alta mar-Malvinas).

Muchos pescadores le prenden una vela a: “danos Señor el langostino de cada día”, porque si en la Argentina este imprevisible recurso se cae o la demanda disminuye, toda esta industria estaría en riesgo. El primer semestre de 2023 muestra una caída en la relación US$/Kg. Esperemos no tener que apelar a una cadena de oración.

Nosotros entendemos que la Argentina en cuatro años puede llevar la exportación de 1.800 a 6.000 millones de dólares; aumentar la ocupación privada de mano de obra de 20.000 empleos directos registrados a 60.000; aumentar el consumo interno de productos pesqueros de 4,8 Kg a 10 Kg per cápita/año y mejorar el hábito alimentario. Reducir la pesca extranjera de los recursos migratorios argentinos en alta mar. Profundizar la investigación, la tecnología en la extracción y el proceso industrial de calidad, con la administración y el aporte del sector empresario y las fuerzas del trabajo.

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado. Presidente de la Fundación Agustina Lerena. Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana (CESPEL). Autor de “Cien acciones para un Plan de Pesca y Reforma de la Ley de Pesca” (2023).

PESCA ILEGAL Y SEIS MILLONES DE NIÑOS POBRES EN ARGENTINA

César Augusto Lerena*

Publicado en El Economista, 02/08/2023.

 

La salud y la alimentación son un Derecho Constitucional en la Argentina, no una dádiva. En 1948, en la Declaración Universal de Derechos Humanos se afirmó que «toda persona tiene derecho a la alimentación» y, en 1966, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales se sostuvo que «el derecho a la alimentación tiene incluso el carácter derecho fundamental. Es el primer derecho económico de la persona humana».

El alimento es una sustancia que, ingerida, aporta al organismo la energía necesaria para el desarrollo de sus procesos biológicos y la alimentación, como afirmó la FAO y la OMS, debe ser suficiente, inocua y sana. Sin embargo, poco de ello ocurre en la Argentina. Hay pobres e indigentes y si hay indigentes hay hambre, porque estos son quienes no tienen al acceso suficiente a la alimentación que, además, en muchos casos suele ser de baja calidad.

Postergar la alimentación de los sectores más vulnerables, hasta que algún día improbable el presupuesto se encuentre equilibrado, es un delito deleznable que ignora los efectos mórbidos y letales del hambre y la desnutrición. Incorporar como una cláusula de ajuste al hambre, es indigno y ruin.  

La alimentación debiera estar accesible en el hogar de todo el grupo familiar, ya que si bien, la alimentación que se recibe fuera de aquel, contribuye a mejorar la nutrición de los niños y adolescentes en situación de pobreza, marginalidad e indigencia; el alimento en el hogar, amén de satisfacer los requerimientos nutricionales, reúne a todos los integrantes de la familia alrededor de la mesa y, promueve el diálogo y el fortalecimiento del núcleo familiar. La comida en el hogar no se sustituye con comedores, aunque estos sean -en muchos casos- quienes están proveyendo la alimentación de sostén.  

En 2000, en la «Declaración del Milenio» de la Asamblea General de la ONU se expresó, entre otras cosas: «Nosotros, jefes de Estado y de Gobierno, no escatimaremos esfuerzos para liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños, de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema y decidimos, asimismo, reducir a la mitad, para el año 2015, el porcentaje de habitantes del planeta que padezcan hambre». Llegó el 2015 y los gobiernos de Argentina no cumplieron y, por el contrario, se aumentó la pobreza. En la década del 70 la pobreza era del 5,7% y a mayo de 2023 es del 46%.

Es falso que la Argentina produzca alimentos para 400 millones de personas. Terminemos con esta errónea afirmación, la mayoría de la producción nacional exportable «no se destina al consumo humano directo, ni la soja ni el maíz, se usan para alimentar animales» (Vilella Fernando; director de Agronegocios, Facultad de Agronomía, UBA, 25/11/2019); no obstante, con la producción nacional, según Cispan y Fragan «queda en la Argentina alimento suficiente para cubrir las necesidades calóricas para alimentar alrededor de 60 millones de habitantes» (Martín Slipczuk, 25/11/2019).

Es decir, los gobernantes no pueden justificar 5.900.000 niños y adolescentes pobres, de los cuales 1.300.000 son indigentes menores de hasta 14 años (Infobae, INDEC, 31/3/2023) que representan el 34,1% de la indigencia total; además, de que las Autoridades no administran adecuadamente otros alimentos que son del Estado Nacional o de las Provincias del litoral marítimo, como es el caso de los recursos pesqueros. Todo ello, pese, a que el 59,3% de los niños y adolescentes reciben alimentos en forma gratuita del Estado, aunque, mayoritariamente harinas y no alimentos proteicos.

Con una información similar al INDEC, el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA, indica que 6 de cada 10 niños y adolescentes menores de 17 años son pobres, es decir que, promediando con los indigentes, el 74,7% de éstos «no acceden total o parcialmente a la alimentación, educación y salud básica y, por su parte, los indigentes, no alcanzan a ingerir la cantidad mínima de alimentos para cubrir los requerimientos energéticos diarios» (Gabriel Matera, Ámbito, 15/05/2023).

La capacidad física e intelectual de millones de menores está en grave peligro. Deberían estar avergonzados los funcionarios de un país productor de alimentos, dando una muestra acabada de su incapacidad para administrar la producción de alimentos y distribuirla. Lo que suelen llamar «pobreza estructural» no es otra cosa que falta de ideas y administración adecuada para resolver esta indignidad, que ya superó dos generaciones de argentinos. Es una obligación impostergable del Estado Argentino, y de sus dirigentes con mayores posibilidades, en una acción organizada de solidaridad ejemplar, eliminar definitivamente este flagelo que denigra, desnutre, enferma y mata a una parte importante de su población, Gravísima cuando se trata de niños que no alcanzarán su madurez intelectual. 

¿Qué debería hacer el Estado para terminar con la indigencia de niños y adolescentes?, además de optimizar la producción e industrialización de alimentos; mejorar los planes y dar a las tarjetas alimentarias una acción generadora de empleo y nutrición y, no solo de acceso a los alimentos de baja calidad.

El Estado tiene recursos alimentarios propios, como son los pesqueros. La pesca constituye para la humanidad una fuente importante de proteínas, cuya calidad es solo comparable con la leche materna. Además, es una de las actividades de mayor ocupación de mano de obra intensiva. Una generadora de empleo en regiones inhóspitas del país que, de otro modo, sus poblaciones emigrarían hacia los grandes centros urbanos. Como muy pocas actividades, requiere de gran cantidad de operarias, que realizan tareas de supervisión, fileteado, emprolijado y empaque, donde suelen ser más eficientes que los hombres.

¿Cuántas toneladas de pescado se necesitarían para proveerle una ración diaria de la mejor proteína a seis millones de niños y adolescentes para terminar con la pobreza infantil? 600 mil toneladas de pescado/año, para proveer productos empanados, termoestabilizados, liofilizados, etc.

El Estado argentino puede hacerse de las referidas 600 mil toneladas de pescado si acuerda condiciones equitativas con los Estados de pabellón de los buques españoles, chinos, coreanos y taiwaneses que explotan en alta mar nuestros recursos migratorios originarios de la ZEE Argentina; se otorgan exenciones impositivas al gasoil, a la captura, aduaneros y otros beneficios de explotación a todas las empresas nacionales que pesquen en alta mar; se deja de descartar (Art. 21 m Ley 24.922) al mar el 30% de las capturas, estableciendo un precio sostén y, se lleva progresivamente a la Acuicultura en la Argentina a niveles compatibles con la producción mundial. Accesoriamente a ello, se cuadruplicaría el empleo registrado en la actividad pesquera y la acuicultura.

La soberanía alimentaria permitirá, mediante la administración adecuada del Atlántico Sudoccidental, recuperar la soberanía marítima y política de la Argentina, donde en las últimas décadas entre 350 y 500 buques extranjeros pescan ilegalmente (INDNR) en alta mar todos los años los recursos pesqueros migratorios originarios de la ZEE Argentina y, lo hacen en forma ilegal, porque pese a ser la pesca libre en esa zona, los Estados de pabellón a los que pertenecen esos buques no los controlan; no hacen investigaciones para determinar las capturas máximas sostenibles y, afectando el interés de terceros Estados, no hacen acuerdos pesqueros con los Estados ribereños (Argentina, Brasil y Uruguay).

No puede perderse de vista que la administración del recurso tiene efectos laborales y sociales que superan los daños que cualquier empresa de riesgo pueda asumir; ya que el pesquero se trata de un recurso de propiedad del Estado, que debe cumplir un fin social, sanitario, poblacional, industrial y estratégico, más allá de los efectos económicos que genere. Al respecto de su administración pesquera y su sustentabilidad, José Juste Ruiz considera que el desarrollo persigue tres objetivos esenciales: «a) el objetivo económico que  consiste en buscar la eficiencia en la utilización de los recursos y el crecimiento cuantitativo; b) el objetivo social y cultural que promueve la limitación de la pobreza, el mantenimiento de los diversos sistemas sociales y culturales, y la equidad social; y c) el objetivo ecológico ocupado de la preservación a perpetuidad de los recursos naturales que sirven de soporte a la vida de los seres humanos».

Es necesario entonces un nuevo orden en materia de la administración, captura, distribución, industrialización, protección y control de los recursos vivos marinos, para permitir que este recurso contribuya a eliminar la indigencia de niños y adolescentes del país y aumentar el consumo anual de 4,8 kg (Consejo para el Cambio Estructural del Ministerio Desarrollo Productivo, marzo, 2021) a 10 Kg per cápita por año de todos los argentinos, para equiparar -al menos- el consumo promedio anual de Latinoamérica, el Caribe y África, muy lejos aún de los 20 Kg. que consume el mundo; proveyendo de una mejor dieta, salud y trabajo. Somos un Estado Marítimo y deberíamos comenzar a mirar el mar y aprovecharnos de sus capacidades.

«Mi pescado grande tiene que estar en alguna parte» (El Viejo y el Mar, Ernest Heminway, 1989).

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado. Presidente de la Fundación Agustina Lerena (Fundada el 21/10/2002), Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana, CESPEL (Fundada el 02/04/1989).

Autor de “Malvinas 1982-2022. Una gesta heroica y 40 años de entrega” (2021) y de “Pesca Ilegal y Recursos Pesqueros Migratorios Originarios de los Estados Ribereños de Latinoamérica y El Caribe” (2022).

 

¿POR QUÉ LOS ARGENTINOS NO CONSUMEN PESCADO?

César Augusto Lerena*

Imagen: Heberhard en Pixabay

Que los argentinos seamos los que, en promedio, consumimos menos pescado de Latinoamérica, el Caribe y África debería llamarnos la atención cuando el país tiene un amplísimo territorio marítimo, más de dos veces que el territorio continental. Sin eufemismos: la culpa la tienen los gobiernos de turno que no mejoran la dieta de los argentinos ni promueven el desarrollo de esta actividad proveedora de alimentos.

En todas las conferencias y entrevistas en las que participamos, la pregunta más frecuente es porqué el pescado es tan caro en la Argentina que tiene los recursos pesqueros a pocas kilómetros de la costa y dispone como pocos lugares en el mundo, de puertos desde donde se desembarcan todos los días merluzas, calamares y langostinos frescos que, ya congelados, se exportan a Vigo (España) y luego se distribuyen a toda Europa, para que nosotros comamos allí la mejor bocata de calamar del mundo en la Plaza Mayor de Madrid proveniente de nuestro país.

Nosotros tuvimos la oportunidad durante años de controlar la calidad y sanidad de veinte toneladas diarias de pescados frescos para su distribución nacional desde una plataforma de un importante hipermercado francés radicado en Argentina. No existe ese volumen diario concentrado de “pescado fresco” en ninguna parte del mundo; se conforman los puertos más importantes pesqueros con desembarcar altos volúmenes de productos congelados. La Argentina tiene las mejores condiciones para que los argentinos consuman este extraordinario alimento, cuyos aminoácidos esenciales son solo comparables con la leche materna y sus grasas insaturadas inmejorables para la salud del sistema cardiovascular.

¿Por qué motivo los argentinos tienen el consumo per cápita de pescado más bajo, con 4,5 Kg por persona y por año, mientras que en Latinoamérica, el Caribe y el continente africano alcanza a los 10 Kg y el promedio mundial a los 20 Kg? Cuando uno les pregunta a los consumidores, por qué los argentinos no comen más pescado, suelen contestar: es muy caro y no da la sensación de saciedad de la carne roja. Pero en todo el mundo el pescado es caro y la digestión del pescado es más fácil que la mayoría de los alimentos cárnicos restantes. Las razones son otras.

En primer lugar, en la Argentina nunca hubo un programa de promoción de “Consumo Nacional de Pescado”. El 95% de las capturas argentinas se exportan y a los empresarios no les interesa estar sujetos a las erráticas políticas del gobierno y a enfrentarse a las exigencias de los “precios controlados” en un país con una inflación enorme. A la Subsecretaría de Pesca no se le cae otra idea que promover el día 19 de cada mes como una jornada de consumo de pescado, cuando cualquier nutricionista o cardiólogo recomienda a sus pacientes el consumo de pescado —al menos— tres veces por semana y la iglesia históricamente promueve su consumo los viernes, en lugar de ayuno o para abstenerse de comer carne de animales de sangre caliente.

No teniendo el argentino el hábito de consumir pescado no se lo informa sobre las características organolépticos del pescado fresco y no se lo capacita sobre las preparaciones gastronómicas con este producto. Ello contrasta, por ejemplo, con Alemania, que a pesar de importar la mayoría del pescado que consumen y consumir unos 14 Kg. por año, tres veces más que Argentina, tiene chefs especializados que enseñan en forma gratuita a cocinar pescados a los alemanes. Mar del Plata, la principal ciudad pesquera de Argentina, captura y procesa anchoíta que, descabezada, eviscerada y salada, exporta en barriles a España e Italia; pero mientras eso ocurre, los restaurantes de la ciudad proveen manteca o queso untable como tentempié a la espera del plato principal, en lugar de servir un par de filetes de anchoíta salada o en aceite que aumentaría el consumo y la incorporación a la cultura alimentaria y la caracterización de la ciudad. Los intendentes no entienden que Mar del Plata es una ciudad portuaria y pesquera; como Córdoba y Santa Fe pueden ser cuencas lecheras. Cada región de España tiene su paella, conforme a las materias primas que tiene a su alcance, a pesar de que los valencianos entiendan que la de ellos es la original y no lleva langostinos. Mi amigo Gil Gallego, natural de Sagunto, tiene claro que un error en la preparación este plato puede ser fatal.

Los argentinos podemos elegir la mejor carne para un asado pero de pescados, nada. Diremos en forma muy sintética para aportar una pequeña luz al conocimiento general las características de un pescado entero (merluza común) fresco: debe mantenerse entre 0,5 y 2ºC (mal: +6ºC); los ojos brillantes, elásticos y convexos (mal: opacos, rígidos, cóncavos); la carne de consistencia firme, escamas brillantes y adheridas (mal: blanda, deja impresa la presión); branquias rojas brillantes o mate, de olor a mar o neutro (mal: color amarillo grisáceo y olor amoniacal o pútrido); vísceras intactas (mal: despedazadas, rotas). Y sus filetes: azulados, traslúcidos, brillantes (mal: amarillento, rosado, rojizo, parduzco); textura firme (mal: muy blanda, desgrana con facilidad); olor a mar, a fresco (mal: desagradable, amoniacal); filetes enteros, de bordes netos, regulares; superficies planas, sin manchas o deshidratados (quemados); sin restos de vísceras o elementos extraños (mal: gran cantidad de imperfecciones). Sin aditivos, conservadores o agentes desinfectantes o limpieza. Comprar pescado ultracongelado no desmerece la frescura original, solo hay que descongelarlo adecuadamente para reconstituir el mejor pescado fresco y de calidad y ni el mejor experto advertirá la diferencia; pero, esta será una materia próxima.

No se ama lo que no se conoce. En Argentina la compra del pescado -ante la falta de hábito- no es planificada sino reactiva, por lo tanto, comerciantes y fiscalizadores deben asegurar la exposición con luces frías y pescados hidratados, identificados, expuestos en un ámbito atractivos, provistos de hielos limpios, sin olores desagradables que estarían demostrando el deterioro de los pescados que se ponen a la venta.

En segundo lugar, los gobiernos se han quedado en la época del “granero del mundo” del siglo XIX y XX, pero han perdido de vista que la Argentina es un Estado Marítimo. Un país que forma parte del continente americano y del continente antártico y, cuya superficie alcanza los 3.757.124 Km2; mientras que su plataforma continental extendida y las aguas de la ZEE ocupadas por el Reino Unido y las que rodean la Antártida alcanzan los 8.029.842 Km2. Los argentinos viven de espaldas al mar mientras que países con ZEE de menos Km2 son consumidores habituales de este alimento, como España. No hay política y podría pensarse que es parte de la “desmalvinización”, para evitar que los argentinos miren al mar y se den cuenta que en lugar de tener ocupados los 11.410 Km2 de Malvinas los británicos invaden 1.639.900 Km2 de mar.

En tercer lugar, la pesca en la Argentina ocupa un lugar erróneo en la estructura de gobierno que no tiene ningún vínculo con esta actividad. La agricultura y la ganadería son actividades de producción primarias, que están muy lejos de la actividad integrada de la pesca, de una complejidad absolutamente mayor; que es extractiva, industrial y exportadora. Como muy pocos países desarrollados en el mundo, la Argentina tiene recursos propios para autoabastecerse.

En cuarto lugar, en la Argentina no hay una política coordinada entre las Secretarías de Salud y de Agricultura, Ganadería y Pesca y, por lo tanto, no hay una cultura alimentaria que promueva el consumo de esta especie para mejorar la dieta y asegurar una mayor salud de los argentinos, a partir de una mejor nutrición con este alimento excepcional. En las ciudades portuarias de Argentina el consumo no es mayor al del resto del país y los programas de asistencia alimentaria para personas vulnerables no contemplan el suministro de pescado. En 1989 nos tocó armar un programa entre las empresas conserveras de pescado para proveer al “Programa Alimentario Nacional” (PAN); ello, no solo permitió el acceso a este alimento a poblaciones carenciadas sino que duplicó la producción nacional de conservas de pescado y el acceso de este producto a las góndolas. Una exitosa tarea coordinada de las empresas productoras, el Instituto de Tecnología Industrial y el aporte de los fondos destinados a la asistencia social, que proveyó salud.

En quinto lugar, a pesar de que el recurso pesquero es de dominio del Estado y éste da la explotación en concesión a las empresas, no establece ninguna obligación de proveer productos pesqueros al mercado interno al otorgar los permisos, lo que permitiría aumentar la demanda, bajar el precio y aumentar el consumo, incorporándole valor agregado a la industria. El precio está marcado por la demanda internacional y es igualmente caro en el mundo; su valor está relacionado a la excelente calidad de la proteína que posee. Su producción para generar el hábito y el interés empresario, debería estar exenta de impuestos e incluso acreditar a favor del consumidor el total del IVA para evitar la absorción de ésta por parte del comerciante.

Aun así, para disponer de un volumen mayor para destinar al consumo interno, se necesitaría llevar adelante acuerdos para recuperar parte de los recursos que migran a alta mar y terminar con los descartes de pescados aptos, acercando esta proteína excepcional a las personas vulnerables, que consumen poco pescado.

El precio accesible y justo acercará a los consumidores a este alimento de todos los argentinos.

En sexto lugar, la Argentina debe promover la acuicultura. Cuando el 50% de la producción mundial tiene este origen, en el país no alcanza al 1%. La instalación de acuiculturas acercará la disponibilidad de este alimento al interior del país y el consecuente aumento de consumo y la generación de empleo, promoviendo una mayor cultura alimenticia en territorios poco acostumbrados al consumo de esta especie.

En séptimo lugar, la Argentina tiene que hacer conocer que sus plantas industriales y sus operaciones cumplen con los mejores estándares internacionales para la manufactura de productos industriales de alta calidad y sanidad; aplicando las normas HACCP y otras aprobadas por los mercados más exigentes y los organismos nacionales (SENASA) y mundiales de mayor rigor como la FDA de los Estados Unidos; la Comisión de Veterinaria de la Unión Europa y certificadores de calidad reconocidos.

En octavo lugar, las capturas pesqueras se realizan en el Atlántico Sudoccidental, un mar que se encuentra libre de metales y contaminantes; además, que en los procesos de captura, industrialización y comercio se encuentran libres de todo aditivo, conservante, colorante, etc., lo que permite afirmar que, como pocos alimentos en el mundo, está libre de toda contaminación ambiental, química o física. “Los peces juegan un papel muy importante como contribuyentes de nutrientes a los ecosistemas marinos, según investigadores de la Universidad de Georgia y la Universidad Internacional de Florida” (Beth Gavrilles, 11/12/12). Según la revista Ecology, muestran que los peces aportan más nutrientes a sus ecosistemas locales, que cualquier otra fuente, contribuyendo a la ecología trófica (red alimentaria); además que “está demostrado que los productos pesqueros son la fuente de proteínas más saludables con menor huella de carbono (…) las emisiones del sector pesquero representan entre el 0,1% y el 0,5% del total global de gases de efecto invernadero” (Garat, Javier, Cepesca y Europêche, Industrias Pesqueras, 04/07/2022).

En noveno lugar, es muy importante la participación y contribución económica del sector pesquero en la promoción de la actividad y en visibilizar las virtudes del consumo de pescados y mariscos. El pescado no tiene en la Argentina el marketing del vino y otras bebidas alcohólicas y gaseosas, de las carnes rojas, etc. La asociación formada por algunas de las organizaciones más importantes pesqueras “Pesca España”, a través de su página “Metapesca.org”, es un ejemplo a seguir del aporte que también tiene que hacer el sector privado. En esta página refiere a que el pescado es reconocido ampliamente como una fuente de nutrientes esenciales muy beneficiosa para la salud y el bienestar general y destaca cinco razones para incluir al pescado como un alimento de la dieta habitual: Es rico en ácidos grasos omega-3 que, entre sus beneficios para la salud, incluyen la reducción del riesgo de enfermedades cardíacas, la mejora de la función cerebral y la disminución de la inflamación en el cuerpo. Desempeñan un papel crucial en el desarrollo cerebral y ocular en fetos y niños pequeños, por lo que el consumo de pescado durante el embarazo y la lactancia es muy beneficioso. El consumo regular de pescado se asocia con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Los citados ácidos grasos ayudan a reducir los niveles de triglicéridos en sangre, disminuyen la presión arterial y mejoran la función arterial. Estos efectos combinados ayudan a proteger el corazón y reducir el riesgo de sufrir ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares y otros problemas cardiovasculares. Mejora la salud cerebral. Es beneficioso para la función cerebral y la salud mental. Los ácidos grasos omega-3, en particular el DHA, es uno de los componentes estructurales claves para el cerebro y están involucrados en el mantenimiento de la función cognitiva y la salud mental. Estudios han demostrado que el consumo regular de pescado se asocia con un menor riesgo de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el deterioro cognitivo relacionado con la edad. Además, se ha observado que los omega-3 pueden mejorar el estado de ánimo y reducir el riesgo de depresión. Es fuente de proteínas de alta calidad. Contiene todos los aminoácidos esenciales necesarios para el crecimiento y reparación de tejidos en el cuerpo humano. Las proteínas del pescado son fácilmente digeribles y se absorben rápidamente en comparación con otras proteínas animales. Tiene grasas insaturadas, lo que lo convierte en una opción saludable para reducir los problemas vasculares y para facilitar el mantenimiento de un peso saludable y desarrollar la masa muscular. Benefician la salud ocular. La vitamina D y los ácidos grasos omega-3 ayudan a prevenir la degeneración macular relacionada con la edad y la sequedad ocular. Además, estos ácidos grasos contribuyen al desarrollo y la salud de la retina, promoviendo una visión óptima a lo largo de la vida.

En décimo lugar, la producción pesquera genera ocupación de mano de obra intensiva; desarrolla los pueblos del litoral marítimo y fluvial; radica industrias en ámbitos desfavorables y, sus barcos ocupan el mar argentino. Razones más que suficientes para promover el consumo y, los gobiernos deberían entenderlo de una vez por todas, lo que ya decía el Gral. Manuel Belgrano “Un Estado sin pesca nada puede sobre la mar”.

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado. Presidente de la Fundación Agustina Lerena (Fundada el 21/10/2002), Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana, CESPEL (Fundada el 02/04/1989).

Autor de “Malvinas 1982-2022. Una gesta heroica y 40 años de entrega” (2021) y de “Pesca Ilegal y Recursos Pesqueros Migratorios Originarios de los Estados Ribereños de Latinoamérica y El Caribe” (2022).