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HECHO EN ARGENTINA

Iris Speroni*

Es una cancha inclinada y el árbitro que juega en contra es el BCRA como ejecutor y nuestra dirigencia política como autor intelectual del crimen.

 

En los últimos años describí el daño que la diferencia de tipo de cambio produce en los sectores exportadores, en particular, en los agropecuarios, fácilmente cuantificable: 100.000 familias menos en los últimos 15 años, retraso respecto a los países limítrofes, caída del nivel de vida general de la población, desocupación, informalización del trabajo con su consecuente abuso y desesperanza, tristeza generalizada.

Hoy quiero referirme al perjuicio que el retraso cambiario provoca en los sectores industriales, en particular en los cordones industriales.

Este fenómeno, que hoy solamente voy a enunciar, debería ser estudiado en profundidad, toda vez que es lo contrario a lo que las élites gobernantes (tanto del FdT como de JxC) sostienen. De hecho afirman, sin que les tiemble la mandíbula, que las autoridades buscan el retraso cambiario para “defender el salario de la población”.

Esto último es mentira. La defensa del salario es sólo una excusa para mantener el régimen que realmente prefieren: transformar el dinero mal habido (a.k.a. “el canuto”) a divisas valuadas a mitad de precio. Un empresario proveedor del Estado transforma sus dividendos a dólares subvaluados, acrecentando su ganancia medida en dólares. De igual forma, un político corrupto que recibe sobornos, transforma los mismos a dólares a mitad de precio; en ese sencillo acto duplica el valor del fruto de su crimen gracias a la gentileza del BCRA.

Ésa es la razón y no otra por la cual los políticos (FdT, PRO, UCR, CC) y sus amigos proveedores del Estado custodian con uñas, dientes y malas artes al dólar deprimido, aunque la consecuencia —a esta altura, luego de 11 años consecutivos—- sea imposible de ocultar: salario inferior al de Brasil, pobreza generalizada, desocupación, 50% de trabajo informal, jubilaciones miserables, cierre permanente de explotación (industriales y/o agropecuarias y/o comerciales), quiebra general del aparato productivo.

El dólar atrasado conjuntamente con la alta carga impositiva, genera un efecto de pinzas que asfixia a las explotaciones industriales, en particular a las PyMes, hasta lograr llevarlas a la quiebra.

Es cierto que algunos industriales se favorecen con el dólar barato. Compran rollos de tela en India, China o Pakistán con un dólar a $ 176 (07/12/2022, BNA). Luego lo llevan a cooperativas textiles para su confección à façon (eufemismo por pagar salarios por debajo del convenio colectivo de trabajo y no respetar las reglas de seguridad laboral). Usan energía eléctrica subsidiada por el Estado Nacional. Luego, el producto final lo venden a precios de la Quinta Avenida de Nueva York.

Pero son los menos.

Para el resto de los industriales, la situación es más que diferente. La producción industrial no agroindustrial es de calidad media o alta en la mayoría de los casos. No tan buena como la alemana (supongamos) pero no de mala calidad como la peor del sudeste asiático. Ha sobrevivido e incluso exportado por mantenerse en un rango intermedio entre los precios de los productos alemanes de gran calidad y los precios de productos chinos de baja calidad.

Eso les permitió tener su propio nicho. A eso hay que agregar producciones, a veces de pequeños volúmenes de exotismos de calidad. Como los helicópteros de Cicaré, o las tablas de surf de fibra de vidrio. Excelencia y buen precio. Imbatibles.

Hay productos críticos. Argentina necesita tener al menos un fabricante de jeringas descartables. Importar vietnamitas puede ser más barato, pero en caso de riesgo en la cadena de suministros, por la razón que sea, uno no puede quedarse sin insumos claves. Es un tema de seguridad nacional. El ejemplo de las jeringas puede extrapolarse a más de decenas de miles de productos.

Lo deseable es tener un mercado que conviva con productos de gran calidad, medios y muy baratos, para todos los usos y gustos y de todos los orígenes. De igual manera, poder exportar productos industrializados al nicho de mercado que nos cuadre.

Todo esto, que funcionó y que dio lugar a la industrialización media de nuestro país, es triturado por acciones coordinadas del Estado Nacional. La primera y más grave es el tipo de cambio atrasado. Toda industria argentina debe competir no con el mundo sino con el mundo a mitad de precio, ya que quien importa y compite con el productor argentino, compra con un dólar a $ 176 y no a $ 316: paga el 55,7% del valor del producto, por obra y gracia del BCRA. Ningún arancel aduanero, suponiendo que exista, puede compensar esta distorsión de precios. Por más eficiente que sea un industrial, por más salarios de hambre que pague (los salarios nuestros son inferiores a los brasileños y a los chinos) puede lograr que sus costos sean casi la mitad de los competidores.

Es una cancha inclinada y el árbitro que juega en contra es el BCRA como ejecutor y nuestra dirigencia política como autor intelectual del crimen.

Si por alguna razón un industrial logra sobrevivir la política cambiaria todavía le queda la inestabilidad macroeconómica y fiscal.

Nuestra macroeconomía se caracteriza por inflación, altas tasas de interés, retrasos en la cadena de pagos, cambios bruscos en los precios relativos y cambios regulatorios permanentes. A eso debemos agregar inestabilidad en los suministros porque, (¿quién hubiera podido imaginarlo?) regalar dólares a mitad de precio lleva a faltas periódicas de divisas.

Por lo tanto nuestro industrial hasta ahora debe:

  • competir contra importadores que obtienen el producto al 55,7% de su valor.
  • pagar tasas de interés superiores a 70% y/o descontar cheques a tasas entre 90% y 120%.
  • inflación permanente de costos.
  • devaluación diaria de los valores a cobrar (las ventas pendientes de cobro de la empresa pierden su valor en forma diaria gracias a que la inflación es del 7% mensual).

A esto hay que agregar el abuso fiscal. Quien produce debe pagar impuestos por adelantado (percepciones y retenciones de impuestos a los ingresos brutos y previsionales e IVA cuando se cobran las facturas por ventas). Impuestos a las transacciones: impuestos a las transferencias bancarias (a.k.a. “impuesto al cheque”), IVA, impuesto a los ingresos brutos, tasas de seguridad e higiene entre otros. Impuestos adelantados por ganancias futuras.

Para una empresa pequeña y mediana los costos son diversos, dañinos y distorsivos. Los impuestos pagados por adelantado le quitan capital de trabajo. Le impiden crecer, reponer maquinaria o insumos, mejoras, e incluso llegan a poner a riesgo su propia cadena de pagos. Los impuestos argentinos no sólo son muchos y caros (altas alícuotas) sino difíciles. Las reglamentaciones son intrincadas y se necesitan verdaderos expertos en criptografía para descifrarlos.

Los particulares no deberían ser agentes de retención de otros civiles. Cobrar impuestos es una obligación de las agencias estatales y sus decenas de miles de empleados bien pagos. Ser agente de retención es una carga pública injusta por la carga horaria que significa. Uno está haciendo el trabajo que corresponde a otros.

Todo esto hasta acá puede parecer una queja y lloriqueo de la patronal.

Sin embargo, la contrapartida ha sido el cierre de decenas de miles de empresas, la desindustrialización del país, la vulnerabilidad con insumos críticos, la devaluación del trabajo, la condena a millones de argentinos a la informalidad (la “economía social”, eufemismo que usa el presidente Alberto Fernández), la pobreza y la pérdida de dignidad.

Once años de manipulación del tipo de cambio, once años de caída del PBI per cápita y reducción del salario de US$ 750 por mes a US$ 250.

Soluciones
  • Tipo de cambio sin manipulación del BCRA (a.k.a. “alto” o “competitivo”).
  • Eliminación de decenas de impuestos y reformulación de los que queden.
  • Tasa de interés moderada.
  • Eliminación de la inflación.
  • Reservas en el BCRA.
  • Una Aduana que funcione y no sea un nido de contrabandistas.
  • Echar a los que gobiernan.

 

* Licenciada de Economía (UBA), Master en Finanzas (UCEMA), Posgrado Agronegocios, Agronomía (UBA).

 

Artículo publicado el 10/12/2022 en Restaurar, http://restaurarg.blogspot.com/2022/12/hecho-en-argentina.html,

DEFENSA Y FUERZAS ARMADAS: ANECDOTARIO DE OTRA INFAMIA KIRCHNERISTA

Ariel Corbat*

La realidad de la Argentina exhibe el sostenido declive de su poderío militar desde 1983, una constante peligrosa cuando el punto partida de cualquier planificación de Defensa es un extenso territorio sobre el que hay notorias ambiciones extranjeras.

A la obviedad del territorio insular usurpado bajo dominación militar británica hay que sumar otras presencias igualmente indeseables como el enclave chino en Neuquén, con buena parte de la facción en el gobierno queriendo alinear el país a los intereses del Partido Comunista Chino, el activismo secesionista de la izquierda disfrazada de etnonacionalismo mapuche, la vocación colonial que llevó al presidente Alberto de la Fernández a ofrecerse a Putin como puerta de entrada para Rusia en América Latina, la expansión del narcotráfico con organizaciones trasnacionales que en su afectación de la soberanía argentina lograron cierto control de los cielos para el tráfico y, a la par de todo ello, una grosera descomposición social en la que proliferan escenarios de Guerra Civil Molecular haciendo de la Seguridad Interior un queso gruyere.

En lo que va del siglo XXI Argentina se gobierna como si fuera un experimento para determinar cuánto tiempo puede sobrevivir un país atentando contra su propia existencia. Y nos acostumbramos.

Tanto nos acostumbramos, que todavía no se entiende que para recuperar la voluntad de ser y prevalecer de la Nación Argentina es necesario actualizar, reformular y aplicar una nueva Doctrina de la Seguridad Nacional. La sola idea de repensar la Seguridad Nacional asumiendo que hay enemigos externos e internos espanta a la corrección política impuesta por el marxismo a través de la subversión cultural. La cobardía intelectual ha llegado al punto de cuestionar cualquier intención del ser y prevalecer de la Nación Argentina, como si ello atentara contra la paz (contra alguna idea indigna de la paz); cual si no existieran el Himno y la Constitución Nacional imponiendo deberes para con las futuras generaciones.

Y claro, para comprender y cumplir esos deberes, es imprescindible desear que haya futuras generaciones de argentinos, cosa que los que gobiernan en lo que va del siglo, expulsando población joven y formada como sometiendo el país todo a la miseria, evidentemente no desean.

Como un síntoma más de esa erosión al ser y prevalecer de la Nación Argentina, se impuso hace tiempo la estúpida creencia que contemplar las hipótesis de conflicto promueve los conflictos y así se repite, como si fuera algo beneficioso, que «Argentina no tiene hipótesis de conflicto». Algo más que imbécil cuando, de mínima, hay un conflicto con los británicos por la integración del territorio nacional.

En ese contexto cabe enmarcar la breve cronología de otra infamia kirchnerista que motiva este artículo.

A finales de noviembre, Alberto de la Fernández asesorado por Casa Militar y la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), dependiente de Naciones Unidas, dispuso la compra de un nuevo avión presidencial. Se trata de Boeing 757-256 para 39 pasajeros, con dormitorios y grandes comodidades, lo necesario a efectos que el seudo Presidente pueda llevar aquella fiesta de Olivos al aire.

Argentina es un país empobrecido y empobreciéndose, SOBRE ESA REALIDAD UN AVIÓN PRESIDENCIAL NO PUEDE SER PRIORIDAD. Nada justifica hoy, ni desde la austeridad ni desde la seguridad presidencial que el presidente no viaje como pasajero común en cualquier vuelo de línea. Y muy especialmente porque, a todas luces, hay cosas más relevantes que proteger.

Lo que nuevamente revela la compra del avión presidencial es que los políticos argentinos, más allá de cuál sea la facción en el poder, tienen una propensión absoluta a considerarse más importantes que aquello que hace a la razón de sus funciones.

En este caso ello ha sido explicitado por Alberto de la Fernández en una entrevista con Financial Times, diciendo, con posterioridad a su decisión de proveerse un avión de dignatario relevante, que:

«Argentina tiene que destinar sus recursos a cosas más importantes que la compra de aviones militares hoy en día. Porque estamos en un continente muy desigual con todos los problemas que anteriormente usted comentó, pero es un continente en el que no hay problemas de guerra. La paz es el común denominador entre nosotros y la búsqueda de la unión regional como en su momento Europa construyó la unidad regional, es la búsqueda de América Latina, con lo cual para nosotros hay otras prioridades, antes de comprar armas».

O sea: avión presidencial sí, aviones de combate no. Prioridades de casta. Ellos valen más que nosotros…

Nada nuevo, por cierto. Pero la infamia no es solamente el hecho en sí de comprar un avión suntuario y ni uno para proteger nuestros cielos.

La cosa sigue porque el orden de prioridad establecido por Alberto de la Fernández anteponiendo su comodidad a la seguridad de la Nación, lleva implícita en su argumentación ante el Financial Times el total desconocimiento de la relación intrínseca entre diplomacia y Fuerzas Armadas, que es decir entre la capacidad de consensuar en la mesa de negociaciones y disuadir en el terreno.

Entonces contradiciendo sus propias palabras, como cada vez que lo que dice se confronta con algo que dijo antes (ya que si hay alguien que no sobrevive a la prueba del archivo es Alberto de la Fernández), al tiempo que declara que la paz reinante en la región no justifica comprar aviones de combate, la Cancillería ensayaba una insignificante protesta diplomática (sin ningún respaldo militar) denunciando que la participación de efectivos kosovares en ejercicios militares en Malvinas «constituye una injustificada demostración de fuerza».

No es preciso mucho análisis para entender que cada vez que el gobierno argentino expresa su «contundente rechazo» a cualquier medida con que los británicos responden a sus necesidades de Defensa, mismas que no descuidan porque Argentina si lo haga, la nota va al archivo de las insignificancias.

Ya desde el año 2012, a 30 años de la guerra, el entonces ministro de Defensa inglés Philip Hammond afirmó que la Argentina «no es una amenaza militar creíble» para la continuidad de la usurpación británica sobre las Islas Malvinas.

Ahora, a 40 años de la Guerra de Malvinas, no sólo no son una amenaza creíble para la usurpación británica, no son un elemento de disuasión significativo frente a ninguna de las amenazas que se ciernen sobre la República Argentina.

Con su idílica, cómoda y falsa visión de la América del Sur como una región de paz garantizada, parece ignorar Alberto de la Fernández que esa supuesta paz puede dejar de existir de la noche a la mañana. En su ignorancia deliberada, parece no haberse enterado que allá por el 2004, ante fallas en el suministro de gas, el Presidente de Chile Ricardo Lagos puso sobre su escritorio la opción militar contra la Argentina y le advirtió a Néstor Kirchner, cuyo Jefe de Gabinete era un tal Alberto Fernández, que «el día en que las casas no tuvieran gas, me vería obligado a declararle la guerra a su país, porque esa carencia provocaría una revolución aquí. Me daba cuenta de lo que significaba mi amenaza, pero no tenía otra herramienta para exigir que se cumpliera el contrato», narró el chileno en su biografía.

Entendamos que si Chile por una cuestión de gas puso la opción militar en la mesa de negociaciones, cualquier otro país podría hacer lo mismo. De hecho, en el plano de la ficción, la novela de Carlos González Robles «CHINA INVADIÓ ARGENTINA ¿La Tercera Guerra Mundial?», plantea un conflicto en el que los chinos recurren a su aparato militar para ocupar el país con la excusa de cobrar deuda argentina. Remarco que es una ficción, pero una ficción posible, del tipo de ficciones que lo son hasta que dejan de serlo.

Y alguno de los cráneos que, embriagados de paz, establecen prioridades en Argentina podría decir que frente a tal hipótesis no tendría sentido, por la disparidad de poderío, ofrecer ninguna resistencia. Son los mismos cráneos que supusieron que la campaña rusa en Ucrania sería una guerra relámpago. En el ejemplo ucraniano hay que saber valorar el esfuerzo militar convencional como manifestación de la voluntad de ser y prevalecer de una Nación. Cierto es que Ucrania recibió y recibe una importante ayuda militar extranjera, pero la puede recibir porque desde antes de la guerra tuvo la voluntad de fortalecer su instrumento militar.

Si hasta aquí lo expuesto en este artículo ha impactado en su pensamiento con la preocupación sobre el lamentable estado de indefensión que ofrece la Argentina, prepárese para indignarse al comprender algunas de las razones por las que estaremos todavía peor.

No es novedad que tenemos por ministro de Defensa a un fulano con pasado terrorista. Jorge Taiana es hoy el encargado de sostener el plan kirchnerista para el escarnio y la humillación constante de las Fuerzas Armadas (algo que arrancó en 2003 con hechos públicos y notorios cuya enumeración al día de hoy sería a más de larga muy penosa).

No hay en el destrato de gobierno a las Fuerzas Armadas ninguna casualidad, todo, absolutamente todo lo que se hace es con la finalidad de sacarlas del eje de la Defensa y convertirlas en un instrumento servil a la propaganda política Incluso con César Milani, generalito traidor a la sangre de los combatientes del Ejército Argentino, quien desde el retiro tiene el descaro de proponer una revolución que implicaría el fin de la República y la culminación del proyecto totalitario de corrupción estructural kirchnerista.

Es así que en este mismo país que derrocha su presupuesto en ideología de género, Ministerio de la Mujer incluido, al mismo tiempo que se prioriza la compra de un avión presidencial por sobre la adquisición de aviones de combate, al mismo tiempo que la Cancillería protesta porque los británicos obran como dueños absolutos de las Islas Malvinas, al mismo tiempo que condenada la vicepresidente Cristina Fernández por corrupta el gobierno entero se abroquela en defensa de la corrupción, es decir en el momento que el país está más cerca que nunca de ser un completo hazmerreír que de volver a ser una República con un mínimo de seriedad, el Ministerio de Defensa dedica toda la pompa de su ceremonial a la inauguración de un banco rojo en el Edificio Libertador…

Supone la progresía que simbolismos estúpidos como el del banco rojo concientizan sobre la necesidad de evitar la violencia contra las mujeres, y en tal sentido explicó  la directora de Políticas de Género, Laura Masson, que «desde el Ministerio de Defensa trabajamos diariamente para llevar adelante diferentes políticas públicas para prevenir y erradicar la violencia de Género en el ámbito de la Defensa Nacional y para promover la equidad en el ámbito laboral que pretendemos sea libre de todo tipo de violencias».

Pocas imágenes son tan ridículas como las de funcionarios inaugurando bancos pintados de rojo y en el caso de Defensa es todavía más grotesco por el contexto aludido que muestra un deliberado y completo abandono de la razón de ser de ese Ministerio.

Esto no puede más que empeorar, porque además tampoco hay en la conducción militar de las Fuerzas Armadas ningún atisbo de dignidad, sólo parece haber ordenanzas de la resignación, tan dispuestos a subirse a cualquier banquito como a pintar otros, a olvidar a los camaradas muertos en combate, A NO DEJAR NINGUNA HUELLA MÁS QUE HABER OSTENTADO UN GRADO.

Cualquier mirada sobre la conducción política y militar de las Fuerzas Armadas, lleva a pensar que a los jóvenes argentinos con vocación militar, el más sano consejo que se les puede dar es que mejor se enlisten en la Legión Extranjera antes que vestir uniforme nacional para que los humillen todos los días.

Y no tengo que explicarle a ningún lector lo que al escribir ese último párrafo se agita en mi interior. Eso mismo que a Usted.

 

* La Pluma de la Derecha, un liberal que no habla de economía.

Artículo publicado el 11/12/2022 en La Pluma de la Derecha.

LA GEOPOLÍTICA-CERO DE ARGENTINA EN SU MOMENTO MÁS ALARMANTE

Alberto Hutschenreuter*

Que un país con gran extensión terrestre, aérea y marítima no desarrolle, ni en ideas ni en actos, ninguno de los tres poderes para salvaguardar esos territorios, es una anomalía. Pero que, en paralelo a esta condición, cree, estimule o facilite sus hipótesis de conflicto, lo convierte en un caso único.

En buena medida es lo que sucede con Argentina, un actor que reúne condiciones de país-continente, posee múltiples recursos estratégicos, está ubicado a distancia de placas de tensión geopolítica, no atraviesa discordias intervecinales mayores, pero, por causas hasta hoy inexplicables, se ha ido convirtiendo en un país de geopolítica-cero, algo así como un actor que no solo ignora la importancia del factor político-territorial como oportunidad para construir poder nacional, pero también como peligro para los intereses nacionales, sino que despliega prácticas anti-geopolíticas, es decir, trata o encara hechos geopolíticos desde un lugar en el que acaba siendo «su propio enemigo».

Consideremos, entre otras, tres situaciones actuales: una interna, otra externa y, finalmente, una (más sujeta a eventualidades) que combina lo interno y externo.

En relación con la situación interna, desde hace tiempo la agrupación (autodenominada) Resistencia Ancestral Mapuche ha venido aumentando, tanto en reclamos como en actos de violencia, su proyección territorial en el sur del país, en la Patagonia; es decir, se trata de un pernicioso actor que despliega una ofensiva geopolítica (porque su propósito es étnico-político-territorial) en la que no trepida en avasallar la misma soberanía nacional con la que ni siquiera se identifica pues, más allá de su deliberadamente difusa identificación étnica, los mapuches son, como bien sostiene Carlos Manfroni, araucanos, es decir, de Araucanía, Chile, país donde también cometen violentos atropellos.

Esto último resulta pertinente para remarcar lo que en un reciente artículo advierte y aclara el experto Marcelo Javier de los Reyes, Director Ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales: (…) «“Resistencia Ancestral Mapuche”, organización que reivindica la existencia de un estado racial araucano en una parte de la Patagonia, región geográfica a la que muchas veces, erróneamente, se agrega el adjetivo “argentina”. Hay una sola Patagonia y es la ubicada en la Argentina. La zona lindera ubicada en Chile, debe ser llamada “Araucanía”».

En pocos términos, se trata de una agrupación que utiliza el terror para alcanzar sus propósitos. No obstante esta situación, el gobierno argentino no sólo no los combate como se debe combatir a todo agrupamiento terrorista, sino que despliega un enfoque complaciente y hasta connivente ante (o más apropiadamente con) el mismo, llegando incluso a desproteger a la misma población nacional frente a un peligro que tiene lugar dentro del propio territorio nacional, el que podría llegar a sufrir una fractura por parte del accionar de los sediciosos.

En otros términos, se trata de una amenaza o hipótesis de conflicto que no es considerada como tal por el Estado argentino. Peor todavía, el enfoque y la inacción del gobierno llevan a la más peligrosa situación en la que se puede encontrar un país: la de un gobierno convertido en principal hipótesis de conflicto.

En relación con la situación externa, recientemente la diputada nacional Mariana Zuvic se refirió, en términos de advertencia, a un proyecto de ley que impulsa el gobierno argentino, el que podría terminar beneficiando y afirmando intereses británicos en el Atlántico Sur. Básicamente, se trata de la creación de una zona marítima ictícola protegida situada en un área en disputa con el Reino Unido. Dicho proyecto cuenta con el «respaldo» de una organización no gubernamental, la Wildlife Conservation Society (con sede en Nueva York).

El riesgo radica en que se trata de una iniciativa que proporciona a Londres un justificativo para llevar adelante similares proyectos que, más allá del loable propósito, coadyuvarán a fortalecer su presencia en el Atlántico Sur, un océano aparentemente «quieto», pero en el que suceden numerosas y crecientes dinámicas relativas con la concentración de presencias, ambiciones y proyecciones de estados.

Hay que decir que no se trata de nada nuevo. Los actores preeminentes suelen promover iniciativas justas en relación con la salvaguarda del medio ambiente. Muchas veces lo hacen acompañados por entidades no gubernamentales, hecho que le proporciona más compromiso genuino a dicha acción. Y el Reino Unido ha sido y es uno de los más activos en esta forma sutil de proyección y afirmación de poder a escala global. Nada es más seductor que llevar adelante causas cuyo fin apuntan a crear conciencia en relación con la salvaguarda de «bienes pertenecientes a la humanidad».

Londres lo viene haciendo desde hace muchos años bajo la pátina de lo que denomina «diplomacia de la defensa», un atractivo enfoque y práctica que parece consagrar esfuerzos y capacidades nacionales en pos de un «mundo mejor». Pero dicha diplomacia no es más que una manifestación de poder blando o sutil cuyo fin no es otro que promover y proteger lo regular e inalterable para los actores preeminentes: sus intereses y su proyección de influencia y poder.

Todo ello se ve «facilitado» por una de las principales características de los países de geopolítica cero o de visión territorial estrecha: su creencia en valores que trascienden a los intereses nacionales, siendo el medio ambiente uno de los temas más sensibles en relación con dicha creencia.

Por último, la tercera situación (más eventual) combina cuestiones internas y externas.

Básicamente, implica a países altamente viables, pero que por diferentes causas tienen problemas estructurales para lograr un nivel aceptable de gobernabilidad, llegando a comprometer seriamente la estabilidad local. Pero desde el enfoque de actores poderosos, estados y organizaciones, el problema no se circunscribe solamente a «lo local» sino que va más allá, comprometiendo lo regional y lo mundial. Y ello implica un escenario que debe ser impedido; por tanto, tales países díscolos son considerados como sujetos que requieren asistencia para evitar la disrupción interna y, consecuentemente, problemas externos.

Tampoco aquí estamos frente a un nuevo tema, pues ya hubo situaciones de «soberanías condicionadas» en diferentes segmentos, particularmente en cuestiones que guardan relación con la protección del medio ambiente. Acaso lo novedoso y amenazador radica en el estado de desorden internacional, el muy bajo nivel del multilateralismo, las rivalidades en ascenso y la creciente primacía de los intereses nacionales. Es decir, un contexto adverso para aquellos estados con menguado o frágil poder nacional. Lo otro relativamente novedoso es la pluralización de las cuestiones pasibles de llegar a condicionar soberanías.

Se trata de una situación que es una encrucijada, pues no nos estamos refiriendo a hechos relativos como consecuencias de la globalización, o realidades como las que acontecen en la Unión Europea donde nadie es completamente soberano, o en el territorio digital, que cada vez más supone compartir soberanías. No nos referimos tampoco a lo que se conoce como «delegación de gobernanza». Nos referimos a situaciones en las que algunos países, como consecuencia de carecer de propósitos y estrategias que aseguren la gobernabilidad, no dispondrán de opciones para manejar su propia situación. En pocos términos, podríamos estar ad portas de una situación sin ambages entre «amos» y «vasallos», siendo estos últimos actores altamente viables y hasta (potencialmente desarrollados), no actores laterales y pequeños que prácticamente no pueden mantenerse per se.

A ello se suma la incertidumbre sobre el curso geoeconómico mundial en los años venideros y, frente a las demandas del nuevo industrialismo, la posibilidad de un posible nuevo ciclo de imperialismo de recursos.

Existen otras realidades en las que la condición de «reluctancia geopolítica» acaba por frustrar emprendimientos asociados a la construcción de poder internacional. Dicha condición implica la primacía de la ideología sobre el pragmatismo, una situación que se puede apreciar en el Mercosur, bloque que, precisamente por ello, ha quedado al mismo borde de la desintegración o, en el «menos peor» de los casos, de la existencia formal.

Es decir, el anti-enfoque geopolítico termina por licuar un emprendimiento geoeconómico necesario para lograr «masa crítica» regional, algo que vamos a necesitar no solo para lograr una inserción internacional, sino para comenzar a levantar la región de la irrelevancia estratégica en la que ha caído tras el vendaval de la COVID 19.

El siglo XXI hace tiempo que no da señales o perspectivas favorables en relación con la construcción de un orden internacional. Pero en cualquier caso, en desorden o en orden, la condición y relación jerárquica entre estados será cada vez más marcada. Para países de alta viabilidad y desarrollo, pero con serios problemas para lograr gobernabilidad, como es el caso de Argentina, la situación podría colocarlo en un lugar muy comprometido, quizá el más comprometido en su historia.

Asimismo, ante determinadas situaciones internas y externas, si el país no modifica su enfoque geopolítico también podría encontrarse en situaciones altamente comprometedoras.

Tarde o temprano, la historia castiga la frivolidad estratégica, advierte Henry Kissinger. Sin duda, pero mucho más y más pronto la historia se encarga de castigar la estulticia geopolítica.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

 

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