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UNA NUEVA ERA DE CONFRONTACIÓN INFORMACIONAL EN AMÉRICA LATINA

François Soulard*

Imagen: geralt en pixabay

Las batallas político-económicas en el hemisferio sudamericano, particularmente intensas desde el comienzo del milenio con el despertar de la ola «progresista», han abrazado decididamente el terreno informacional. Al igual que en otras partes del mundo, la información está percibida ahora como una fuerza capaz de alterar las relaciones geoeconómicas, políticas e incluso culturales, en formas que no son totalmente nuevas desde una perspectiva histórica, pero cuyo alcance, articulación y profundidad sí han configurado una nueva realidad conflictiva. Las potencias tutelares, encabezadas por los Estados Unidos, Europa y China, pero también Irán, Rusia e incluso Israel, están en la primera línea de este conflicto. Sin embargo, otros actores, menos fuertes en apariencia pero igual de potentes, también han aprendido a posicionar sus cartas en este partido. El ensayo[1] Una nueva era de confrontación informacional en América Latina, recientemente publicado en español por Ciccus (Argentina), ofrece una visión general de la cuestión y plantea la hipótesis de una renovación estratégica.

Dicha renovación radica en una serie de observaciones.

El fracaso de una revolución de colores en Venezuela

A partir de 1999 y a lo largo de aproximadamente veinte años, Venezuela ha logrado desbaratar las fases sucesivas de una revolución de color, orquestada desde los Estados Unidos en connivencia con los opositores al chavismo. Mestizo y militar formado en la escuela bolivariana y castro-comunista, Hugo Chávez fracasó inicialmente en su intento de golpe de Estado con el Movimiento Revolucionario Bolivariano en 1992. Tras convertirse en líder de un nuevo movimiento político (MVR) mediante el cual llega a la jefatura del Estado en 1999, es víctima de una tentativa de golpe de Estado en su contra diez años después (2002). Tiene que luchar contra una ofensiva de múltiples niveles y dimensiones apuntada a derrocarlo, fragmentar a sus bases y someter al país a la voluntad de Washington. Con la generosa ayuda de las agencias norteamericanas, el arco opositor construye una modalidad híbrida de combate: demonización del chavismo mediante un periodismo militante, provocaciones violentas en ámbito urbano (guarimbas), soporte a candidatos y «plataformización» de la oposición, acompañadas por diversas presiones internacionales y sanciones económicas.

El régimen venezolano consigue derrotar a este embate, desarrollando una estrategia creativa que combina acción subversiva, organización social y territorial, ingeniería sociopolítica, guerra informacional y control militar y económico (recurriendo inclusive a la violencia y a la arbitrariedad), estrategia que será continuada por su sucesor Nicolás Maduro. El adversario es el imperium norteamericano, designado como potencia neocolonial e intervencionista. Cuba, China y Rusia son sus aliados. Gracias a su cultura combativa y a la renta petrolera, Venezuela ha sido el artífice de una verdadera contrainfluencia norteamericana en el continente y el pivote de consolidación del movimiento neomarxista. El altísimo precio de esta confrontación (estado fallido, emigraciones, retroceso económico) es similar a la de un enfrentamiento armado.

Guerra del gas y autogolpe de Estado en Bolivia

En Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) es una fuerza contestataria, también de cepa revolucionaria, que inicia su conquista del poder en 2003 a partir de un foco de conflicto cristalizado en torno a la «guerra del gas». La venta de gas boliviano, transitando por Chile (adversario histórico) con destino a los Estados Unidos, es utilizada como un pretexto moral para enardecer la fibra nacionalista, movilizar a los sectores sociales combativos y alimentar una serie de enfrentamientos territoriales que acabaron provocando la caída de dos gobiernos (el de Gonzalo Sánchez de Lozada y luego el de Carlos Mesa). El movimiento es apoyado en la sombra por Venezuela y por el ala globalista de los demócratas estadounidenses, en particular la estructura de George Soros. Una vez electo en la cima del ejecutivo (2005), el MAS emprende un ambicioso proceso de reconfiguración sociopolítica: asamblea constituyente, despliegue socialista como contrapunto a un sistema liberal debilitado, promoción del indigenismo y del anti-occidentalismo, unificación de los tres poderes republicanos, aprovechamiento de las fallas del sistema liberal-democrático y creciente connivencia con el narcotráfico.

En octubre de 2019, tras quince años en el poder, el presidente Evo Morales teatraliza hábilmente un autogolpe de Estado con el objetivo de eludir la responsabilidad del fraude electoral que acaba de cometer y volcar la ilegitimidad del poder sobre sus opositores. La maniobra pivotea en torno a muchos movimientos comunicacionales (demonización de los adversarios, exposición de sus contradicciones, trampa y provocación, negación de la realidad, red de influencia regional, etc.). Al final, el MAS vuelve al poder en octubre de 2020 pese a importantes fracturas internas y al deterioro del Estado de derecho. Logró mantener su ventaja, cueste lo que cueste, sobre una oposición política y unas potencias regionales menos preparadas estratégicamente.

La cruzada anticorrupción en el «Reino del Medio» sudamericano

En 2012 Brasil sufre una grave crisis económica, con una caída de 4% del PIB, un aumento del desempleo y una devaluación monetaria del 40%. El Partido de los Trabajadores (PT), al frente de la coalición gobernante desde 2002 y eje del movimiento progresista latinoamericano, esquiva las reformas económicas mientras mantiene el control de una extensa red de depredación de los recursos nacionales (desviando entre un 10% y 20% del PIB). Un grupo de jóvenes abogados brasileños elabora entonces un plan de investigación judicial conocido como el «Lava Jato», comparable al «Mani pulite» italiano de los años 1990. Formados y apoyados de forma remota por los Estados Unidos, estos juristas están decididos a enderezar la moral de las élites brasileñas y luchar contra la corrupción endémica («fisiologismo») que asola el país. Desde el punto de vista geopolítico, el año 2014 aparece como un momento oportuno para desestabilizar a los gobiernos de izquierda más articulados regionalmente y recalcitrantes a Washington.

La operación «Lava Jato» va durar siete años, de marzo de 2014 a febrero de 2021. Se convierte inmediatamente en una cruzada política e informacional que desencadena una verdadera sangría en toda la esfera económica y política, incluida extramuros en la medida en que el capitalismo de connivencia se extiende a nivel regional y mundial. En complicidad con los grandes medios de comunicación, se filtran regularmente informaciones confidenciales del sistema judicial para generar escándalos en los ámbitos políticos y mediáticos. Este vínculo íntimo entre las dos esferas permite que el centro de gravedad de la emoción y la opinión pública sea directamente afectado, el impacto informacional superando ampliamente el de la acción judicial.

A mediados de 2016, la presidenta Dilma Rousseff es destituida legalmente por el Congreso, con el respaldo simbólico de los medios. Luiz Lula da Silva, líder indiscutible del PT, es declarado inelegible por la justicia en abril de 2018 y luego detenido. El outsider liberal Jair Bolsonaro, anecdótico al principio en el ecosistema de la prensa brasileña, logra agujerar el espacio informacional con muy pocos recursos y gana las elecciones a finales del mismo año. Su cooperación temporaria con el juez principal del Lava Jato, Sergio Moro, lo va a asociar de entrada a un plan conspirativo contra el PT y se vuelve rápidamente el blanco de varias campañas a nivel global que exacerbarán su gestualidad brutal y ácida (homofóbico, anti-indígena, ultra-derecha, etc.).

En junio de 2019 todo cambia cuando un pirata informático (Walter Delgatti Neto) filtra las comunicaciones de uno de los principales fiscales del «Lava Jato». El portal online de periodismo militante The Intercept ―cofundado por Glenn Greenwald y apoyado por los agentes financieros de los demócratas norteamericanos― transforma este contenido en una auténtica contraofensiva, rigurosamente secuenciada en el tiempo, que llevará al punto de fisurar la credibilidad de la investigación judicial. A primera vista aislado, el hacker será posteriormente defendido ante los tribunales por un abogado simpatizante del PT. En agosto de 2023 declara que Jair Bolsonaro le pidió manipular el sistema de voto electrónico para las elecciones de octubre de 2022. Este giro inesperado libera el camino para la victoria electoral de Luiz Lula da Silva en octubre 2022, en el telón de fondo del apoyo de los medios de comunicación occidentales y de la diplomacia norteamericana al candidato petista.

En paralelo a los escándalos políticos, los grupos energéticos y agroalimentarios norteamericanos (General Electric, Halliburton, Cargill) aprovechan el reflujo brasileño para adquirir partes de las empresas nacionales, mientras se usan selectivamente las pruebas de corrupción para alejar a los competidores europeos (Techint, Skanska, Siemens, etc.). Por otra parte, Washington posiciona sus cartas en la Amazonia bajo el pretexto de avanzar en los objetivos de seguridad y de protección ambiental.

Insurrección fomentada en Chile y guerra por el ámbito social en Argentina

Además de estos tres casos (recorrido en detalle en el libro mencionado en la introducción), prácticamente todos los demás países latinoamericanos transitan por secuencias similares.

En Chile, el masivo levantamiento estudiantil de principios de octubre de 2019 pone en el banquillo de los acusados ciertos puntos ciegos del modelo chileno. La protesta va girando hacia un movimiento urbano insurreccional gracias, entre otros factores, al empuje de un contingente de unos 2.500 agentes irregulares, despachados por las formaciones neomarxistas de países vecinos, en pos de disparar las acciones de desestabilización y la violencia. El objetivo es intensificar la confrontación, empujar a las autoridades políticas a un punto de ruptura y obligarlas a negociar. La comunicación guerrillera practicada por los insurgentes expone a las fuerzas militares y policiales en pleno acto de represión, mientras las imágenes se difunden en todas las pantallas del mundo. En noviembre del mismo año, se logra pactar la organización de un referéndum constitucional. En diciembre, el candidato del movimiento estudiantil, Gabriel Boric, vence en las elecciones generales.

Por último, Argentina ilustra una dinámica de conflicto en la intersección entre modelaje cognitivo, guerra económica e ingeniería político-informacional. Más atrás en el tiempo, el enfrentamiento militar del Atlántico Sur (1982) dio al Reino Unido la ventaja para orientar el proceso de pacificación posterior a la guerra civil[2] y la dictadura militar (1976-1983). Las élites argentinas aceptan la premisa de confiar al derecho penal y al poder judicial el papel de inquisidor del brazo armado de la nación, mientras las facciones de la lucha armada contornan a la justicia y se reconstituirán gradualmente en los partidos políticos tradicionales. En el frente económico, el país abraza la promesa de prosperidad económica propuesta en la creación del Mercosur en 1991. El nuevo bloque económico regional, cuyo proyecto viene discretamente inspirado por los centros de influencia anglosajona (Comisión trilateral[3]), encubre en realidad la transferencia de sectores enteros de la industria argentina a Brasil y la erosión del tejido sindical argentino. Mientras tanto, Argentina delega contratos con actores privados al ámbito del Banco Mundial (CIADI).

Por un lado, Londres y Washington, junto con la socialdemocracia europea, se aseguran a largo plazo del control del Atlántico Sur, mientras que por otro lado trabajan para crear un entorno propicio a la desintegración del Estado argentino: jerarquización del conocimiento en materia de derechos humanos, defensa, polemología, economía y ciencias de la gestión; desindustrialización y agenda de las instituciones financieras y de las Naciones Unidas para la aplicación de una agenda que favorece la permeabilidad del Estado y su dependencia exterior («globalismo»), subversión cultural a través de la influencia de corrientes revisionistas e indigenistas, apoyo de fundaciones europeas al cuestionamiento de las políticas industriales en el Cono Sur en nombre del humanismo y del ambientalismo, apoyo indirecto de agencias británicas y norteamericanas a grupos neomarxistas locales que trabajan para marginar el brazo armado de la nación y el poder judicial.

En 2003 este movimiento aprovecha las turbulencias provocadas por la crisis política y económica de 2001 para conquistar el poder. Desde entonces, el proyecto llevado a cabo se basa estrechamente en una doble lógica, operando en el doble terreno del espacio informativo y de la ingeniería social. Por un lado, se dibuja un horizonte progresista y pseudo-patriótico, favorable a la justicia social y hostil a las voracidades del neoliberalismo experimentado durante el periodo político anterior. Por otro, una facción política minoritaria organiza la concentración discrecional del poder, la fragmentación selectiva de la sociedad y la captura de alrededor de una quinta parte de la riqueza nacional (más o menos como en el caso de Brasil, pero paralizando las dinámicas de crecimiento). La construcción de una «realidad paralela» mediante un fuerte activismo informacional facilitó el ocultamiento de todas las maniobras en los demás sectores estructurales.

Consideraciones estratégicas

Este breve recorrido general abre sobre una serie de consideraciones estratégicas. El énfasis puesto en el ángulo informacional enriquece la reflexión de una dimensión teleológica, es decir de una lectura de los objetivos perseguidos en las maniobras realizadas en el terreno comunicacional, susceptible de completar el análisis geopolítico y polemológico tradicional.

Reflujo de la hegemonía norteamericana

En primer lugar, estos itinerarios confirman que la hegemonía del orden liberal, tal como lo propagó los Estados Unidos desde el triunfalismo posterior a la Guerra Fría, ya no tiene suficiente influencia para homogeneizar su hemisferio sur e imponerse frente a proyectos contestatarios o alternativos. La debilidad ideológica de la democracia liberal norteamericana, su duplicidad (en la medida en que la mayoría de las sociedades latinoamericanas ha sufrido sus ofensivas encubiertas) y su monolitismo ―es decir su incapacidad para responder a la dialéctica unidad-diversidad de las sociedades― son patentes. Los recursos informacionales para mantener esta hegemonía ―los conglomerados mediáticos, los repetidores intelectuales, las universidades y los partidos tradicionales― se enfrentan ahora con sistemas competidores.

De hecho, China es el principal rival geopolítico que aprovecha este reflujo de influencia con una estrategia de desborde basada en factores económicos y en parte en factores informacionales. Su objetivo consiste también en establecer dependencias estructurales. Por necesidad, por afinidad ideológica, pero también por inadvertencia estratégica, estas dependencias están siendo buscadas por gobiernos reacios al predominio estadounidense (aumento generalizado de los acuerdos estratégicos con Pekín que se ha convertido en el principal inversor en el continente desde 2015).

Dependencia y equilibrio estacionario

El otro indicador de este reflujo es el hecho de que Washington esté jugando la carta de una connivencia paradójica con los regímenes contestatarios, en particular los que están conducidos por las formaciones que han reciclado el marxismo-leninismo apoyado anteriormente por la URSS y combatido durante la Guerra Fría. Excepto para algunos aliados clave, el objetivo ya no es alinear ideológicamente a los regímenes políticos locales con el modelo de democracia liberal. Esta connivencia objetiva resalta que la prioridad se ha inclinado hacia su vertiente realista, es decir hacia la búsqueda para reducir la potencia e instalar dependencias estratégicas, cualquiera sea la naturaleza del sistema político con el que haya que tratar y siempre que este vacío de potencia no sea ocupado por el rival chino o europeo.

Es cierto que el proselitismo democrático sigue siendo un escaparate universal para Washington. En la práctica, aparece cada vez más como una estratagema minimalista para encubrir una realpolitik de mantenimiento de regímenes porosos y dependientes. El escenario a evitar es el de la constitución de Estados latinoamericanos fuertes, asentados en niveles consistentes de soberanía, de recursos y nacionalismo. Es precisamente aquí donde China va alterando el equilibrio estratégico y obliga a su rival occidental a innovar en sus modos de influencia. Por el momento, los Estados Unidos necesitan mantener a los principales estados industriales (Argentina, Brasil, México y Venezuela) geoeconómicamente dependientes y en un estado lo suficientemente estacionario como para evitar que caigan en otras esferas de influencia o en la situación más aleatoria de zona gris.

Ampliación de la naturaleza de los enfrentamientos

En segundo lugar, el escenario latinoamericano demuestra que algunas minorías determinadas y organizadas han sido capaces de instrumentalizar las grietas (o las crisis cíclicas) de la arquitectura de la democracia liberal y subvertirla cultural, política y económicamente. El arma informacional ha sido una palanca decisiva. Como lo hemos visto, ha permitido traspasar umbrales de intensidad conflictiva, volver interoperables los distintos terrenos de confrontación, revertir la correlación de fuerzas, exponer a plena luz las contradicciones de un adversario, multiplicar el impacto en la opinión pública, o ocultar toda una serie de maniobras, inclusive partes enteras de la realidad detrás de una fachada moral virtuosa.

En este sentido, todo ocurre como si la geografía de la política tendiera a ampliarse y solaparse con la de la guerra multiforme de la información. Esta evolución hace eco a la perspectiva clausewitziana de la guerra en la medida en que el uso ofensivo de la información se inscribe como continuidad de la política. Sin embargo, en el terreno político, así como también en lo económico, mediático o judicial, no recubre los mismos objetivos de aplastar, aniquilar o subyugar al adversario, que serían las metas más específicas a una confrontación convencional. El combate informacional remite a un registro diferente de la dialéctica entre fines y medios. En otras palabras, se trata menos de una cuestión de ganador y perdedor en términos absolutos que de dinámica de modificación de correlación de fuerza, de movimientos de cercamiento y neutralización, etc. La propia naturaleza de la confrontación y el entorno estratégico se han ampliado.

Un nuevo arte ofensivo en continuidad con el pasado

De hecho, los contextos latinoamericanos antes resumidos distan mucho de reducirse al funcionamiento pacífico de la mediación política y a los métodos clásicos de propaganda o persuasión de masas de los aparatos tradicionales. La arena política se ha enriquecido con una gramática ofensiva, nueva en su intensidad y grados de combinación. La practican tanto los actores débiles como los fuertes, con el objetivo de influir en la fisiología, la potencia, la legitimidad o la estructura cognitiva de un sistema político adverso, desde dentro o desde fuera, según las oportunidades y las circunstancias. No es una casualidad que este arte de combate haya sido practicado por excelencia por los herederos de las antiguas formaciones revolucionarias, por los gobiernos contestatarios y por las potencias anglosajonas.

En la misma línea, podemos ver que el terreno geoeconómico se ha enriquecido de un arte del combate basado en la combinación de la acción informacional y la depredación económica. Históricamente, las sociedades latinoamericanas han sufrido con frecuencia los artilugios comunicacionales utilizados para cubrir el flanco de la violencia económica. Esta violencia parece estar adquiriendo ahora nuevos artificios con metas similares de ocultación de su proyecto depredador. El ecologismo (agenda climática y transición energética), la lucha contra la corrupción, la ayuda humanitaria, la cooperación humanista, la apertura económica o la comunidad mundial de destino (China) figuran entre los principales frentes de una guerra económica practicada en simbiosis en ambos terrenos. El establecimiento de dependencias duraderas (tecnologías, conocimientos, normas) amplía este abanico ofensivo. Su impacto real o potencial en términos de destrucción del tejido social e industrial es indiscutible. Valdría la pena compararlo con el de los conflictos armados.

Una batalla cognitiva con frente inverso

El hecho de que ciertos tipos de ofensiva hayan sido totalmente interiorizados por las propias élites de los países blancos apunta a otra realidad profunda de este ensayo polemológico. ¿Sigue siendo pertinente la idea de guerra cuando ya no existen fronteras claramente establecidas entre enemigo y aliado, entre tiempo de paz y confrontación, o entre terrenos de batalla? Conviene recordar de paso que, cualesquiera sean las hostilidades expresadas, la situación de las sociedades latinoamericanas no puede separarse de una falta de profundidad estratégica y de una dificultad para adaptarse al equilibrio de poder recurriendo a su propio sustrato cultural. Tal vez el «extremo occidente» sudamericano se haya quedado demasiado ligado a la órbita occidental para poder salir de su corsé estratégico.

Esta observación lleva a otra conclusión evidente. Los casos analizados muestran cómo una modalidad aún más indolora y sigilosa ha ampliado el alcance de la guerra informacional. Sin ninguna declaración de guerra, ni distinción clara entre interior y exterior, ella consistió en moldear la estructura cognitiva de un rival con el fin de hacerlo actuar según la voluntad del beligerante, sin resistencia ni reflejo defensivo. Esta maniobra tomó la forma de una batalla a frente inverso entre competidores. El conocimiento y la percepción han sido sus blancos principales. Si bien se ha abordado una noción similar en los trabajos epistemológicos sobre el occidentalismo (a través por ejemplo de la idea de la «colonialidad del saber»), aún queda por establecer un pleno vínculo con la polemología.

* Autor de «Una nueva era de la confrontación informacional en América Latina» (edición Ciccus, septiembre de 2023). Miembro de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG.

 

Referencias

[1] Redactado por François Soulard con la contribución de Véronique Avril, Vincent Cassard, Jean-Rémy Dubois, Lucile Federeci y Mathieu Meyer (estudiantes de la Escuela de guerra económica (EGE) en Francia).

[2] Algunos analistas prefieren hablar de guerra «molecular» en el sentido propuesto por Hans-Magnus Enzensberger.

[3] Henry Kissinger decía en el 1985: «O la Argentina acepta su papel de exportador de materias primas, o procederemos a su libanización». Citado en Marcelo Javier de los Reyes, «La apremiante necesidad de recuperar la industria de la defensa». Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG, 12/12/2020, https://saeeg.org/index.php/2020/12/12/argentina-la-apremiante-necesidad-de-recuperar-la-industria-de-la-defensa/.

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UNA GUERRA DE VEINTE AÑOS POR EL ÁMBITO SOCIAL

François Soulard*

La democracia es el único régimen que cree estar obligado por sus principios a no defenderse de sus enemigos.

Raymond Aron (Introducción a la filosofía política).

 

Un conflicto estructural no nombrado

Es difícil, por no decir imposible, entender las problemáticas profundas de Argentina sin abordar sus dinámicas conflictivas y abordarlas desde una mirada renovada. El país no enfrenta meramente el cuadro general de cualquier integrante del Sur global, teniendo que sortear las distorsiones centro-periferia como lo recordaba Raúl Prebisch, la puja de sus facciones antagonistas internas o las fragilidades heredadas de las democracias parlamentarias tal como lo describiría un observador liberal como Martin Wolf[1]. Si bien todos estos criterios pueden ser válidos, es central focalizarse sobre la conflictividad estructural, susceptible de contener conflictos derivados, pero jerarquizando a toda la sociedad con la particularidad de ser paradojalmente menos detectable desde los marcos generales de percepción y además menos regulable desde las funciones heredadas del sistema político democrático-liberal.

En definitiva, es precisamente por una falta de percepción y de determinación para enfrentar a esta conflictividad que el país transita una situación de multiplicación de conflictos latentes y ramificados, desembocando en lo que varios comentaristas suelen retratar de «decadencia», de «zona gris» o de «Estado fallido».

Una guerra social encubierta, no convencional y no armada

En efecto, la Argentina se encuentra subsumida en un estado de guerra social de larga duración, ni declarada y ni armada, pero animada de fines estratégicos y políticos como lo es cualquier guerra contemporánea. Aplicando las reflexiones polemológicas de Aron y Clausewitz, cabría entonces designar cuáles son las entidades expresando una voluntad de enfrentamiento y cuáles son los medios violentos explícitamente movilizados en el marco del conflicto. Ahí aparece un primer problema con la segunda pregunta porque si bien podemos presenciar episodios puntuales de violencia física, es evidente que no estamos ante una confrontación violenta o una guerra civil armada de alta intensidad, semejante a otras fases bélicas de la historia nacional. No se trata de una guerra convencional, sino de una guerra combinada de otro tipo, de menor intensidad, disimulada en cuanto a sus fines, ejecutada en el ámbito social y político mediante otro tipo de fisionomía y medios.

Principales actores estratégicos

La primera pregunta enunciada en el párrafo anterior es más solventable. La dialéctica de voluntades ofensivas que estructura a Argentina pone en presencia a tres actores principales: las formaciones neomarxistas, con niveles de coordinación a nivel regional, procedentes de la tradición castro-revolucionaria y reconfiguradas después de cuatro fases previas de evolución como lo recalca Pablo Anzaldi[2]; el nacionalismo estadounidense, con su imperium continental (doctrina Monroe) y global, expresado en dos vertientes (capitalismo globalista pos-crecimiento y nacional-capitalismo liberal conservador); el nacionalismo inglés, aliado al anterior y fuente del conflicto militar en la Guerra del Atlántico Sur y de la disputa de las islas Malvinas.

Otros actores, como Venezuela, Israel, Irán o China, completan este panorama. Del mismo modo, convendría mencionar a otros actores locales, como por ejemplo las familias partidarias tradicionales de Argentina (justicialismo, republicanismo liberal, socialismo, etc.) o los sectores productivos estructurados. Sin dejar de tenerlos en cuenta, los consideraremos en este análisis en un plano más segundario.

Etapa previa: lucha armada, guerra del Atlántico Sur y political warfare posterior

La lucha armada, iniciada a partir del año 1959 con el respaldo del bloque soviético, abrió el camino para la represión militar en toda la región, avalada por Washington. En 1983, agotada la violencia tanto en los grupos civiles armados como en el régimen militar, el gobierno de Ricardo Alfonsín sentó las bases de una dependencia judicial y cognitiva decisiva para trasladar el conflicto anterior a otro escenario. Asumió la propuesta, diseñada desde la inteligencia británica y traída localmente por el jurista argentino Carlos Nino, de judicializar, en el marco del derecho civil, la pacificación posterior al enfrentamiento armado. Este proceso creó un frente de disputa interna y dio viabilidad a una ofensiva judicial y cognitiva apuntando el debilitamiento de dos núcleos del Estado nacional: la justicia y las fuerzas armadas.

Londres y Washington, doble artífices de una guerra insidiosa

Londres fue el primer artífice de esta modalidad de guerra (conceptualizada en 1948 por el norteamericano George Kennan), pero cuyos fundamentos están presentes en varias culturas estratégicas. Supo entender que la fase posterior a la victoria militar en el Atlántico Sur trasladaba nuevos antagonismos al tablero sociopolítico, con el riesgo potencial de que se reconstruya un nacionalismo argentino. Incentivó el prototipo de una guerra por el ámbito social (political warfare en inglés), basada en un conjunto de acciones combinadas e implementadas esta vez en tiempo de paz: difusión de conocimiento en universidades, presencia en los medios de comunicación, «entrismo cultural», activismo judicial, sostén de formaciones políticas colusivas (campo marxista-leninista), apoyos financieros a organizaciones locales (el Centro de Estudios Legales y Sociales en particular). Sus metas fueron debilitar la unidad estratégica del Estado nacional y modelar el entorno cultural y perceptivo de la sociedad, siempre de manera furtiva a fin de no despertar respuestas defensivas.

En paralelo, otro modelaje ofensivo se fue reforzando desde los Estados Unidos en los años 1990, a través de la generación de dependencia económica y de la jerarquización del conocimiento en materia de economía, ciencias de gestión, geopolítica y polemología. En 1993 el secretario de Estado Christopher Warren sellaba una política de seguridad económica elevada como prioridad de política exterior que Carla Hills, delegada al comercio (me parece mejor “representante comercial”) de 1989 a 1993, resumía con la siguiente fórmula: «abriremos los mercados extranjeros con una barra de acero cuando sea necesario, pero con un apretón de manos siempre cuando sea posible». El alcance de este modelaje, aplicado al interior de la OTAN y en otras latitudes, es de no divulgar las herramientas conceptuales para librar estas modalidades furtivas de guerra y de focalizar la atención en otras.

Conquista del poder e ingeniería social dual

En Argentina, el año 2003 marca el punto de retorno y llegada al poder de las formaciones afiliadas a la base neomarxista latinoamericana. Los coletazos político-económicos de fines de los años 1990 fueron aprovechados para facilitar su ascensión, de modo democrático o pseudo-arbitrario. Luiz Lula da Silva y Hugo Chávez llegan por las urnas en Brasil (2002) y Venezuela (1998), el segundo habiendo ensayado un golpe de Estado (1992). Evo Morales en Bolivia y Eduardo Duhalde en Argentina llegan luego de procesos de enfrentamiento territorial que terminan desbordando a los gobiernos establecidos (renuncia de Fernando De la Rúa en Argentina, renuncia de Carlos Sánchez de Lozada y Carlos Mesa en Bolivia como consecuencia de la Guerra del gas).

De entrada, el gobierno de Néstor Kirchner pone en marcha una ingeniería social dual (negativa y positiva), apuntando a conquistar la confianza de una parte de la sociedad a costa de la activación de conflictos triangulados y la designación de enemigos internos. Los movimientos sociales, los sectores sindicales, los partidos de izquierda y de centro-izquierda, junto con las masas informales son aliados y se ven movilizados en un proceso de rearticulación transversal. Una vez estabilizado, el poder ejecutivo anula rápidamente la Ley de obediencia debida y reabre el juicio a las cúpulas militares en continuidad con la etapa previa mencionada. Los derechos humanos son elevados al rango de secretaria de Estado y sirven de escudo informacional para atacar a poderes constituidos (medios de comunicación, justicia, fuerzas armadas, inteligencia, empresariado industrial). En el plano económico, la demanda global en commodities abrió un ciclo de prosperidad fiscal hasta el año 2010.

En el campo psicosocial, cada línea de tensión o cada adversario designado viene acoplado con un grado de desautorización que apunta a instalar un margen de rechazo en la sociedad («los militares son genocidas», «Clarín miente», «la derecha es reaccionaria»). Los medios de comunicación opositores o el campo liberal-republicano abonan a la misma lógica inversa, activando así una suerte de triángulo de Karpman (círculo vicioso de persecución, victimización, salvación), participando de una mayor polarización e histerización de la sociedad. En 2008 la Resolución 125, que cuestiona a la renta agraria, constituye uno de los conflictos más agudos obligando al sector agroindustrial a definir su límite mediante un conjunto de medidas de fuerza.

Subversión y guerra informacional

En el telón de fondo, el cuestionamiento epocal de la visión positiva del desarrollo heredada de las revoluciones industriales y de la falsa pacificación asociada a la globalización, abona al diseño de una política de relativismo y de revisionismo. Bajo el paraguas del progresismo, varios puntos débiles del liberalismo son atacados (desigualdades, crecimiento por derrame, concentración de riqueza, etc.) para legitimar un «Estado presente» a la par de los derechos sociales. En la realidad profunda, este manejo de las percepciones no impide la práctica de un capitalismo tradicional y su subversión con el propósito de captar poder y recursos. Es un hecho que la mayoría de las experiencias progresistas a nivel regional demuestran un nivel inusual de predación de recursos y de maniobras concentradoras de poder.

Los derechos humanos, al igual que el indigenismo o el ecologismo, están instrumentalizados como un factor cultural e identitario de segmentación y de complejización de la sociedad, coincidiendo ahí con la vertiente globalista del nacionalismo norteamericano. Ya practicadas en otros contextos (África del Sur, Europa del Este, Medio Oriente), estas estrategias buscan cultivar un mayor grado de entropía social favorable a la desarticulación del tejido nacional. En este punto precisamente se cristaliza una colusión de objetivos entre los sistemas de influencia anglosajona y el proyecto neomarxista latinoamericano.

En el terreno del conocimiento, la veintena de universidades creadas en el conurbano bonaerense (por citar un ejemplo) extienden la búsqueda de acomodar una matriz de conocimiento compatible con la cosmovisión de estos proyectos. Es acompañado por un entrismo en las estructuras académicas existentes. A partir de 2009 se buscó desconcentrar a los grandes medios de comunicación (Ley de servicios de comunicación audiovisual) encarnados por el grupo Clarín. Fue resistida en la justicia por medidas cautelares (demandadas por el mismo grupo Clarín) y finalmente modificada en 2016 por el gobierno de Mauricio Macri.

De forma general, la arquitectura de guerra informacional desplegada abona a mantener un cerco cognitivo en la sociedad y al interior de los grupos sociopolíticos afines. Es necesario limitar los elementos de unidad nacional o distanciarse del mito liberal fundacional frustrado de haber sido una «gran nación argentina». La realidad es sistemáticamente abordada con percepciones alteradas o desviadas y, según los casos, envueltos en ofensivas informacionales de fuerte intensidad (expropiación de REPSOL-YPF, caso Alberto Nisman, causa Correo, endeudamiento con el FMI, Santiago Maldonado, ARA San Juan). El triple registro de la victimización, combinado con el de coaccionar y de rescate (formalizado por Stephen Karpman), han potenciado los alcances de la ingeniería social.

Escasez de voluntad y de ideología

Frente a esta iniciativa de demolición endógena de la sociedad argentina, ha sido notable la escasez de ideologías, de voluntad y de métodos de parte de sus contrincantes. No es propio a Argentina, sino a cualquier régimen político dejando de ser inquieto y atento a descifrar la gramática ofensiva del siglo XXI. En este sentido, el campo neomarxista ha tenido un mayor espesor estratégico en el campo subversivo e informacional. No es una casualidad que la acción judicial sobre los hechos de corrupción haya constituido el movimiento más contraofensivo para frenar estos proyectos. En Brasil, la mega-investigación judicial Lava Jato logró rebatir varias cartas políticas con el apoyo remoto del ala del nacionalismo estadounidense quien, de paso, no dudó en hacerse de las grietas vacantes para posicionar sus peones en la economía brasileña.

Hoy, una multitud de países incentivan este tipo de guerra subterránea en el tejido interno de sus adversarios, entre ellos los Estados Unidos, Reino Unido, Irán, Israel, Rusia, Alemania y China. Si el año 2023 aparece como un año de despertar en Argentina, esta matriz conflictiva seguirá su curso. Es imperativo radiografiarla con mayor precisión, armarse mentalmente y dotar la democracia de nuevas herramientas compatibles con su vocación liberal y abierta.

* Nacido en Francia, es ensayista y coordinador de la plataforma internacional de comunicación Dunia. Titular de una maestría en Ciencias de la Tierra en Francia. Se dedicó a la planificación territorial en el norte de Francia hasta el año 2003, para luego ser observador-partícipe de las dinámicas sociopolíticas en varios continentes. En 2012 fundó la plataforma Dunia en pos de brindar servicios de comunicación digital e investigar el rol estratégico de la información. Ha sido partícipe de distintos movimientos sociales en la región, en Argentina, Bolivia, Chile y Perú. Es autor de «Una nueva era de guerra informacional en América Latina»; coautor del «Diccionario del poder mundial» (2015) y «Democracia digital» (2020). Tradujo al español y al inglés algunas obras del geoestratega Gérard Chaliand («Por qué Occidente pierde la guerra, Terrorismo y política, Atlas estratégico»). Desde 2020 colabora con la Escuela de Guerra Económica en Francia.

Miembro de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG.

 

Referencias

[1] The Crisis of Democratic Capitalism (2023). Penguin Random House.

[2] Diez tesis sobre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Disponible en ieeba.org.

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“Z”, LA CIUDAD PERDIDA

Revista Tiempo GNA*

Para ciertas personas, la radiante belleza de la jungla tiene un atrapante magnetismo y es una suerte de invitación a descubrir sus secretos, de los que no es fácil volver. Se sabe que muchos aventureros han salido a buscar la ciudad de los Césares, incluso en tiempos modernos, y jamás se ha sabido de ellos. La leyenda de El Dorado, u “Hombre de Oro”, se basaba en una historia presumible auténtica de un gran rey indígena que de día se cubría en polvo de oro para brillar como un dios. Para algunos historiadores era un ritual que podría haber ocurrido en alguna parte de la selva amazónica presumiblemente en Manaos o cerca de ahí y que finalizó con la llegada del hombre europeo. Dichas investigaciones se basan en relatos de exploradores ingleses y españoles que recorrían el Orinoco unos 100 años después del descubrimiento de América. Cuando veían aborígenes con piezas de oro y les preguntaban dónde las habían encontrado respondían “Manoa”.

Las tribus aunque estuvieran a cientos de kilómetros entre ellas disponían de una eficiente comunicación y al conocerse la crueldad de los invasores europeos para despojarlos de ese metal, la ceremonia del “Hombre de Oro” fue abandonada en el siglo XV, pero los conquistadores la alcanzaron a conocer y fácil es imaginar el esfuerzo que hicieron para descubrir ese lugar.

El Coronel Fawcett

En la selva de Sudamérica han desaparecido numerosas personas hasta expediciones completas. La más comentada fue la del Coronel británico Percy H. Fawcett que llegó a trabajar para el servicio secreto de Su Majestad. Este militar desde 1906 se encontraba en Brasil confeccionando cartografía en zonas limítrofes.

Desapareció cuando exploraba el Amazonas y hasta la fecha no se tiene noticias de él ni de su grupo.

Según escritos de la época, estaba en la selva brasileña con dos hombres más tratando de localizar una ciudad legendaria nunca descubierta por el hombre blanco. Fawcett conjeturó que ese asentamiento existió en la región de Mato Grosso de Brasil y podría tener una antigüedad aproximada a los 11.000 años. La tradición oral mencionaba que había calles fijadas con lingotes de plata y hasta las paredes de ciertas casas serían oro. No era difícil de creer esto, pues para esos años el oro en determinados lugares se obtenía con la mano casi a ras de suelo, y la plata para los nativos no era un metal valioso. Ese fabuloso lugar, los españoles la buscaron en vano durante siglos sin encontrarlo. Fawcett, explorando la selva, un día descubrió un túnel cuya entrada estaba oculta y en su interior había viejos moldes dentro de los que se vertía el oro fundido. Más tarde alguien le acercó una estatuilla esculpida en basalto negro y dedujo que pertenecía a la ciudad perdida en Brasil. A pesar de todo su esfuerzo, la única población que Fawcett encontró fue cierto asentamiento aborigen al que le dio el nombre “Ciudad perdida Z” y estaría al sureste del Perú y norte de Bolivia. También supo que cuando los conquistadores españoles avanzaban en los Andes, los incas tapiaron las principales minas de oro y plata al este de la cordillera ocultando las huellas. Hasta el día de hoy se desconoce dónde estarían.

No todo es fantasía

En ciertos archivos históricos, actualmente se encuentran registrados los nombres incluso la producción que tenían estas minas hasta 1780, pero no han vuelto a ser descubiertas. Cuenta la tradición de la existencia de pequeños túneles en la ladera de alguna montaña con vasijas conteniendo oro y plata que habían ocultado los incas para que no cayeran en manos del conquistador. Se tiene la certeza que escasos aborígenes conocen la ubicación de algunas minas y tesoros ocultos, pero por respeto a sus antiguos dioses nunca dirán nada; por otra parte su vida correría peligro. El explorador inglés sabía todo esto y estaba absolutamente convencido de sus investigaciones, por lo que luego de distintas expediciones el 29 de mayo de 1925 partió en la que sería su última salida. Desde su desaparición fue intensamente buscado sin éxito por años; incluso hasta 2002 distintos investigadores trataron de encontrar alguna prueba de su desaparición en ese infierno verde.

Nunca se encontró algún indicio y la mayor sospecha se centra en que fueron asesinados por salvajes, algo que también suele ocurrir ocasionalmente hoy día. En abril de 2004, en el estado amazónico de Rondonia (Brasil), los indios masacraron a 41 “garimpeiros” (buscadores de oro y diamantes).

Es decir, el coronel británico aunque estaba equivocado sobre la existencia de “Z” la ciudad perdida, no lo estaba sobre la existencia de minerales preciosos.

Otra historia real

En El Maitén (Chubut) en 1973, el Jefe de la Sección de la GNA emplazada en esa localidad conoció a un aborigen llamado Catriful, que se ganaba la vida cortando leña. Los fines de semana, concurría a un destartalado boliche de campo donde pasaba horas bebiendo vino y para sorpresa de la paisanada el aborigen ocasionalmente pagaba sus gastos con algunas pepitas de oro y por más que en distintas ocasiones intentaron emborracharlo para que contara dónde las encontraba, jamás pudieron obtener indicio alguno. Para todos era una gran incógnita y por eso lo respetaban. Cuando el oficial de Gendarmería se enteró de ese murmullo le fue imposible de comprobarlo, pero enseguida lo asoció con un sacerdote que lo visitaba. El cura sin demostrarlo le dijo que también las obtenía. Lamentablemente falleció en la montaña al desbarrancarse el tractor que conducía en un accidente muy insólito y como es de imaginar, murió sin revelar el secreto. Que en las entrañas de Sudamérica se oculten enormes riquezas no es de extrañar. Desde la conquista española en los Andes muchos pagaron con su vida buscando el oro de los incas, incluso la selva sepulta en su bullicioso silencio el secreto del destino de otros osados visionarios. La duda que salta a vista es que, si con la actual tecnología no se ha descubierto lo que Fawcett estaba buscando es muy difícil que pueda existir y que todo haya sido un embuste de los nativos.

Pero… nunca se sabe.

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Artículo publicado por la Revista Tiempo GNA 79.