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GINECOCIDIO, PARA DECIR LAS COSAS POR SU NOMBRE

Abraham Gómez R.*

Imagen de Nino Carè en Pixabay 

Nuestro país, de herencia pacifista, se encuentra completamente consternado, por el incremento —en apariencia inexplicable— de las cifras de asesinatos abominables de mujeres, en casi todas regiones. Actos perpetrados cada vez con más sañas, y por los motivos más fútiles.

Cuando las sociedades, cualquiera sea su idioma, no encuentran la palabra exacta, o no tienen en su lexicografía el vocablo que necesita para que sea el referente preciso de un fenómeno social, esa misma sociedad inventa el término. Lo importante es que dé cuenta (encierre en su acepción) lo que todos sabemos —que nos identifica— y lo queremos expresar.

Sin embargo, ocurre bastantes veces que cuando las sociedades se vuelven extremadamente masculinizadas apelan a usos excesivos de atenuantes lingüísticos para eludir el modo y la forma de mencionar lo que las aqueja, deforma y pervierte, cuando se trata de hablar de las mujeres.

Así entonces, comienzan a “maquillar las palabras”; a llamar las cosas de la manera peor acertada y muy distante al hecho sociopático confrontado. Se refieren a cualquier cosa menos al estricto sentido de lo que debe decirse.

De verdad, entramos a sospechar que hay (casi que en todas partes) complicidad implícita para disimular y mitigar las realidades.

En el caso concreto atinente a las mujeres, hace ya varios años me propuse, con la valiosa asesoría de varios miembros de nuestra Academia Venezolana de la Lengua, la construcción léxico-semántica de una palabra para que, a través de su significante, alcancemos con la mejor y mayor exactitud el significado de los crímenes atroces que contra las mujeres se cometen; y que en infinitas veces, los medios de comunicación, en las Redes sociales o en conversaciones corrientes, se ha querido disimular su contenido esencial; por eso nos incomoda y molesta cuando escuchamos y leemos que tales hechos abominables los etiquetan rápido como femicidio o feminicidio.

Pretenden hacer creer que con esa hipócrita maniobra de los términos se curan de la socio patología que se ha incrustado en las interioridades de nuestros cuerpos sociales.

Nos está costando entender que cuando un aberrado ejecuta una acción fatal que acaba con la vida de una mujer, por la razón que haya sido, no liquida al género; no acabó con ella por ser femenina; está matando a la mujer, al ser humano: comete un Ginecocidio.

Explicaré que no es por capricho que nos hemos mostrado contrario, y en desacuerdo, con la utilización de los términos femicidio y feminicidio. Saben por qué, porque a lo interno de estos vocablos se aloja una trampa léxico- semántica que desvaloriza a la mujer en tanto ser humano.

En casi todos los diccionarios, cuando se consulta por la acepción de feminicidio, aparece: “asesinato de una mujer por razones de su género, a manos de un hombre por machismo o misoginia”; como también femicidio: “los asesinatos realizados por varones motivados por un sentido de tener derecho a ello o superioridad sobre las mujeres, por placer o deseos sádicos hacia ellas, o por la suposición de propiedad sobre las mujeres”.

Por si fuera poco, habría a que añadir además la práctica deleznable (admitida en muchas culturas) denominada: “asesinatos relacionados con el honor”. Aquellos en los que una niña o una mujer mueren a manos de un miembro masculino o femenino de la familia por una transgresión sexual o conductual supuesta o real, como adulterio, relaciones sexuales o embarazo extramatrimoniales, o incluso por haber sido violada. ¿Cómo calificar estos hechos de liquidación de seres humanos, particularmente perpetrados contra las mujeres? Y que muchas sociedades envuelven o solapan con descaros.

Se ha podido demostrar que a menudo los autores del femicidio consideran que esta es una forma de proteger la reputación familiar, seguir la tradición o acatar exigencias religiosas interpretadas erróneamente.

Los asesinatos en nombre del “honor” también pueden ser usados para encubrir casos de incesto; llevando la mujer la peor parte; por cuanto se acepta —con pasmosa naturalidad— que ella pague con su vida, los vínculos íntimos que mantuvo con algún familiar cercano.

Ofrecemos este otro dato que espeluzna: cada año hay en todo el mundo unos 5.000 asesinatos en nombre del honor. Tamaña distorsión mental. No obstante, quedan encubiertos, y cuando mucho aparecerá reseñado con una escueta nota de “se ha cometido un femicidio”.

Nuestra convicción sigue intacta, en el sentido de que cuando utilizamos los términos feminicidio o femicidio, en cualquiera de sus variantes, estamos despersonalizando e indignificando a la mujer como ser humano y encriptando horrendos crímenes.

Nos solidarizamos con el esfuerzo de los movimientos feministas en el mundo; tanto que considero que ha llegado el momento de introducir modificaciones de significados en la máxima Autoridad  Institucional de nuestra lengua; para que así como suprimió  las acepciones sexistas de “femenino” como “débil, endeble” y de “masculino”, como “varonil, enérgico”; proceda también a enderezar o dejar en desuso los vocablos femicidio y feminicidio; muy a pesar como lo define, con muy buenas intenciones, su creadora la antropóloga mexicana Marcela Lagarde: ”impunidad que suele estar detrás de los crímenes; es decir, la inacción o desprotección estatal frente a la violencia hecha contra la mujer. “De todas maneras, sigue siendo un crimen atroz contra un ser humano, bajo la mirada o el amparo o no por parte del Estado.

El neologismo Ginecocidio, que propuse, fue acogido por la secretaría de la Real Academia de la Lengua (RAE), y remitido a la sala de observación donde está siendo estudiado y analizado por especialistas en lexicografía.

Nos informaron —cuando introdujimos hace casi tres años la formal proposición— que ellos establecen etapas que deben cumplirse, hasta concretar (si fuera el caso) algunas modificaciones o supresiones. Aclaramos que las Academias (inclusive la RAE, creada en 1713) no imponen los elementos lingüísticos, sino que procuran mejorar los actos de habla y establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección, para contribuir a su esplendor.

Cuando presenté la fundamentación completa de nuestra palabra Ginecocidio al precitado organismo, nos respondió de la siguiente manera: “La Unidad Interactiva del DRAE se complace en comunicarle que su mensaje acaba de ser recibido. La propuesta o sugerencia que nos envía referente a una voz o acepción del Diccionario de la lengua española será estudiada y valorada para su posible inclusión en la vigésima cuarta edición. Le damos las gracias por escribirnos y aprovechamos la ocasión para hacerle llegar nuestra consideración más distinguida”.

Más adelante, en su escrito la RAE nos advierte que: “es requisito fundamental para el mantenimiento y la inclusión de voces que corresponden a las distintas áreas y países de habla hispánica, que su empleo actual esté suficientemente documentado en textos, preferentemente de los corpus de la RAE, que deben abarcar, además, un periodo de tiempo de al menos seis o siete años, pues de otro modo, podrían reflejar un uso pasajero. Por tanto, para la incorporación o enmienda de una palabra o acepción al Diccionario es necesario testimoniar su uso según hemos relatado anteriormente. Si dispone de textos suficientes con los que podamos iniciar los trámites para posibles adiciones o enmiendas, puede mandarlos…”

Desde que nos señalaron que debía dársele al vocablo Ginecocidio suficiente frecuencia de uso, hemos sido insistentes para que en todas partes se utilice este término. Nos complace comunicar que ya se refleja —aunque tímidamente— en las Redes sociales. Esperamos (y agradecemos) la mayor incorporación de otros entes comunicacionales para logar el objetivo propuesto.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Publicado originalmente en Disenso Fértil https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/

 

COVID-19 Y LO QUE NO SE VE EN LA ESTRUCTURA DE LAS SOCIEDADES ÁRABES

Salam Al Rabadi*

Imagen de Olga Ozik en Pixabay

Según la dialéctica de la sociedad y el poder, hay dificultades sistémicas que enfrentarán a cualquiera que quiera abordar los dilemas de la política gubernamental relacionados con la crisis de la pandemia “Covid-19” en el mundo árabe, que se puede expresar preguntando sobre la problemática de los criterios de separación entre las políticas públicas y la cultura de las sociedades. En otras palabras, la problemática de la distinción entre lo público y lo privado, a la luz de la cual es posible evaluar las políticas gubernamentales en el mundo árabe.

En primer lugar, de acuerdo con el consejo cartesiano, debemos romper lo problemático, que por su naturaleza es borroso, y puede llevarnos a compensaciones imaginarias que son inútiles. Esto se debe a que todos los enfoques que se centren en las diferencias formales o funcionales entre todas estas dualidades no tendrán importancia a menos que se plantee la cuestión básica que gira en torno a la siguiente pregunta:

¿Existen diferencias fundamentales entre las políticas gubernamentales estériles y el desequilibrio en la estructura de las sociedades árabes, en términos del marco cultural que determina la naturaleza de esas políticas y las moldea?

Lejos de teorizar, y para aclarar este enfoque, sólo tenemos que seguir el camino de cómo lidiar con la pandemia de salud, ya sea a nivel gubernamental o social, para encontrar, claramente, la existencia de un gran partido entre ellos. Donde, la realidad árabe actual confirma inequívocamente que las crisis actuales en todas sus formas y sus efectos, es una crisis de ingredientes básicos, porque todo el mundo está en crisis, y la crisis está en todos. Por lo tanto, se puede decir, lo que se ve es una evaluación y crítica de las políticas gubernamentales y un enfoque en el juego del poder y la oposición, pero lo que no se ve es que estas políticas pueden ser más peligrosas y lejos de ser sólo una cuestión política o económica (o incluso simplemente saludable).

Esto se debe al hecho de que la mayoría de esos problemas en cuestión, ya sean políticos (democracia, libertad, estado de derecho) o económicos (desarrollo, distribución de la riqueza, igualdad de oportunidades) están relacionados de una manera u otra con el defecto en la estructura de la comunidad cultural.

Por lo tanto, es una prioridad urgente encontrar nuevos enfoques críticos. En consecuencia, debe abandonarse la visión tradicional basada en responsabilizar plenamente a las políticas gubernamentales del deterioro de la situación, lo que requiere la presencia de esfuerzos audaces y opciones estratégicas a nivel de cómo hacer frente a la siguiente dialéctica:

  1. Adhesión contínua a la vinculación de las cuestiones humanitarias diarias y las políticas públicas a la causa de la fe: no es permisible seguir evaluando el poder o buscándolo en el mundo teocrático o metafísico[1]. Por lo tanto, si el mundo árabe quiere levantarse, debe abandonar muchas de las justificaciones existenciales basadas en dicotomías contradictorias, que están vinculadas a suposiciones fatalistas y teocráticas. Donde es lógico decir, si la estructura de la sociedad se basa en una mezcla híbrida de orígenes teocráticos y metafísicos, entonces esto inevitablemente significa que ningún desarrollo y cambio radical puede tener lugar en la sociedad árabe. En consecuencia, esto hace hincapié en la importancia de encontrar enfoques lógicos que conduzcan a una racionalización y gobernanza cada vez mayores del pensamiento social. Se hizo evidente, día tras día, que la visión cultural árabe clásica ya no era suficiente para responder a muchas preguntas y también que era incapaz de hacer frente a los desafíos actuales y futuros[2].
  2. La supervivencia de las sociedades árabes bajo el peso de un sistema cultural centrado en el patrimonio colonial: lo que puede imponer al mundo árabe efectos y repercusiones extremadamente peligrosos de gran importancia, al menos a nivel de distorsionar la lectura y la comprensión de muchos hechos científicos. Lo cual puede concluirse simplemente por cómo la mente árabe aborda todo lo relacionado con las repercusiones de la pandemia, empezando por la teoría de la conspiración relacionada con el origen del virus, hasta todos los problemas relacionados con las vacunas.

A la luz de lo anterior, puede ser imposible que se produzca un cambio radical siempre y cuando todo lo que se ve sea el foco y la investigación de políticas gubernamentales fallidas y pervertidas, mientras que por otro lado se ignora lo que no se ve: el defecto de la estructura cultural de la sociedad en sí misma.

En consecuencia, mientras esa estructura social no haya cambiado hasta nuestro momento, la realidad árabe no está sujeta en modo alguno a cambios hasta nuevo aviso. La mejor prueba de ello es el callejón sin salida al que llegó la llamada “Primavera Árabe”.

 

 

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España. 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. Prohibida su reproducción. 

©2021-saeeg

 

Citas

[1] En el mundo real (ni metafísico ni teocrático), no existe una autoridad suprema integral de la que surjan poderes, a los que están absolutamente subordinados. La unidad y unicidad del poder en la sociedad es una percepción que es consistente con la filosofía del control, no con la filosofía de la rotación del poder.

[2] Todo lo que se ve en las políticas de los regímenes y gobiernos árabes es confusión, corrupción, usurpación del poder, etc., pero lo que no se ve es que todas estas políticas y las consecuencias que se derivarán de ellas reflejan y expresan la realidad de nuestra sociedad teocrática y metafísica, que tiene el monopolio absoluto de la verdad.

EL LENGUAJE DELATA EL PROBLEMA SOCIAL. RECHAZO DEL NOMBRE INDÍGENA Y PATRONES

Francisco Carranza Romero*

Imagen de Carlos Chirinos en Pixabay

Para iniciar narro y comento tres experiencias de los que se atrevieron poner nombres quechuas a sus descendientes.

Un campesino, aprovechando la llegada del sacerdote para la fiesta del pueblo cercano, viajó a pie con su esposa cargando al hijito para bautizarlo. El cura, en el momento de hacer la lista de los bautizantes, rechazó el nombre quechua porque no era un nombre cristiano y pronunció el principio: Todo cristiano debe tener su santo patrón. Y, al instante miró la fecha de nacimiento del niño, luego el calendario litúrgico cristiano donde cada día está dedicado a uno o más santos patrones. Con su autoridad de celebrante del rito sagrado impuso el nombre según el calendario. ¿Acaso un campesino podía discutir al ministro de la divinidad? La criatura fue bautizada. Ya podía tener la partida de bautismo, un documento que sirve para cualquier gestión.

Los pueblos, como las gentes, también tienen su santo patrón o santa patrona a quienes no sólo les invocan ayuda, sino que les celebran fiestas para alegrarlos. Los santos protectores y devotos son fiesteros.

Ahora, hablemos sobre la etimología de la palabra “patrón”. Procede de la lengua latina: pater (nominativo), patris (genitivo); quitando la desinencia -is queda la raíz patr-. Agregada a ésta el sufijo -onus, nace la nueva palabra: “patronus”. De allí viene el castellano “patrón” cuyo femenino es “patrona”. El sufijo aumentativo -on no sólo indica más tamaño; también magnifica la cualidad. En este caso, patrón significa: padre superior, padre más importante que el papá sanguíneo.

Aunque continúa el discurso recurrente sobre el santo patrón también son impuestos otros nombres relacionados con el calendario litúrgico como: Adviento, Ascensión, Asunción, Circuncisión, Corpus, Cuaresma, Epifanía, Inmaculada, Purificación, etc. 

Si la palabra patrón se hubiera quedado sólo en el ámbito religioso no merecería el comentario crítico; pero, se ha extendido solapadamente al ámbito social como algo muy normal. Así el hacendado es patrón, y su esposa es patrona. En la ciudad, a donde llegan los de la zona rural buscando trabajo, el empleador y su esposa son “patrón” y “patrona” respectivamente. El uso de los mismos calificativos sacraliza y justifica la estructura social en que vivimos. Así los poderes temporales y religiosos fueron y son cómplices conscientes o inconscientes del tipo de la estructura social.

Los calificativos “patrón, patrona” son usados por la servidumbre, quizás sin cuestionar, porque el colonialismo se ha internalizado en la mente e institucionalizado en la sociedad como algo muy normal. Los pensadores antiguos antes de nuestra era, para justificar la monarquía y la situación de los subalternos, ya decían que unos hombres nacen para servir y otros para ser servidos. Era el destino del ser humano. Muchos cristianos poco recordamos la enseñanza del rebelde crucificado: Todos los seres humanos son hijos de dios.

Otro campesino, después de dos días de viaje, llegó a la capital del distrito para registrar a su hija dentro del plazo establecido. Esperó su turno y, cuando le tocó, se acercó a la secretaria para declarar el nacimiento de su hija.

¿Nombre? —preguntó la secretaria abriendo un cuaderno grande, con la pluma en la mano y dispuesta a abreviar la visita y conversación—.

Ayra, señorita —contestó el campesino recordando que la hija de su tío se llama así, como la mujer de la mitología andina que ayuda a la gente buena, y cuya morada es la laguna, catarata y encañada—.

¿Aira? Ese nombre no existe —negó con toda autoridad la funcionaria—. Maira sí existe. Y voy a poner Maira.

Así será, señorita. —El campesino ya estaba pensando en pagar por el registro y hacer sus compras para iniciar el camino de retorno. No tenía tiempo ni valor para contradecir—.

Ni el sacerdote ni la secretaria explicaron los significados de los nombres que imponían porque en Perú, desde hace casi cinco siglos, ya no se preocupan por los significados de los nombres como en el antiguo mundo andino y en los pueblos asiáticos.

El nombre Maira, impuesto por la secretaria, explicado con criterios lingüísticos: es el resultado de la metátesis de la palabra María o Maria. La vocal i se cambia de lugar de la segunda sílaba a la primera saltando sobre el sonido vibrante simple. Este fenómeno del cambio fonético intralexical se da en muchas palabras y en todas las lenguas.

Ahora es muy común encontrar en la zona rural a gente con nombres procedentes de otros idiomas; muchas veces, nombres mal escritos. También hay nombres de productos y marcas. Es el efecto de los medios de comunicación y del mayor contacto con la ciudad. Y lo más común, no saben de qué lengua proceden esos nombres ni qué hablar de sus significados. Tanto es el peso del prejuicio y la discriminación de la cultura indígena que los campesinos quieren desindigenizarse con los nombres. Es el resultado de que ninguna institución (familia, escuela, sociedad) fomenta el orgullo de la cultura nacional que tiene sus raíces de siglos y milenios.

Ahora relato una experiencia personal: en el consulado peruano registré a mis hijas con nombres quechuas sin ningún problema. Pero, en una reunión organizada por la embajada, un peruano, al oír nombrar a mis hijas, me hizo oír su comentario prejuicioso: ¿Son apodos?

Como conocía a ese técnico le respondí: Son nombres quechuas. Y, ¿cómo se llama su hijo?

Mateo —fue su respuesta inmediata como demostrándome que su hijo sí tenía un buen nombre—.

¿Sabe qué significa el nombre Mateo?

No. No sé. Así se llama mi papá —me contestó sonriente, muy fresco, alzando sus hombros hacia sus orejas y sin ninguna curiosidad—.

Yo sí sé qué significan los nombres de mis hijas y cómo sus nombres se relacionan con sus apellidos —dije con la sonrisa irónica y me retiré porque no era posible un diálogo cómodo; aunque peruanos por el país de nacimiento, no teníamos la misma formación—.

Y mis hijas con nombres quechuas crecieron y se profesionalizaron sabiendo el significado de las palabras que las identifican. Creo que de algo les sirvieron sus nombres en el camino de la vida. Y ellas, ya mayores, dicen que gracias a sus nombres no las confunden en los consulados peruanos. Cito dos proverbios: En quechua: Shutipis naanim (El nombre también es el camino). Y en latín: Nomen est omen (El nombre es destino).

Expreso mis respetos a los valientes padres que, superando el ambiente interno de prejuicios y discriminaciones, pusieron nombres quechuas a sus hijos. Y también mis respetos a los hijos que no sienten vergüenza por sus nombres. Una demostración de la peruanidad multicultural y multiétnica. Esta actitud es la resistencia frente a la tendencia general: parecer en vez de ser.  

Los modernos peruanos del siglo XXI tenemos tantas cosas que mejorar comenzando por el cuestionamiento del uso adecuado del léxico común y propio; y asumir nuestra realidad histórica y cultural sin sentir vergüenza de nuestra cultura nativa.

Sólo la reflexión crítica nos ayuda a ver en qué tipo de sociedad vivimos: sociedad que fomenta el supremacismo y la discriminación.

 

* Licenciado en Lengua y Literatura, Universidad Nacional de Trujillo, Trujillo, Perú. Doctor en Filología Hispánica, Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Madrid, España. Investigador del Instituto de Estudios de Asia y América, Universidad Dankook, Corea. Ha publicado numerosos libros, entre ellos Diccionario quechua ancashino – castellano.

 

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