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RECORDEMOS AL GENERAL GUGLIALMELLI EN MEDIO DE LA CEGUERA GEOPOLÍTICA Y ESTRATÉGICA

Marcelo Javier de los Reyes*

 

General de División Juan Enrique Guglialmelli (1917 – 1983)

El hombre, su carrera y su obra

Juan Enrique Guglialmelli nació en 1917 en San Martín, Provincia de Buenos Aires. Militar de vocación, tuvo como objetivo la defensa del patrimonio de la Nación y su desarrollo económico y social a través de un camino propio —es decir, de un nacionalismo económico— pero en el contexto de una Argentina integrante del Cono Sur.

En nuestro país, la Geopolítica lo tiene como uno de sus grandes mentores, con una trayectoria en relevantes cargos. El general Guglialmelli fue Jefe del Comité de Planes de la Junta Interamericana de Defensa; Jefe de Estado Mayor de la 7ª División de Infantería y del IV Cuerpo de Ejército; Comandante de la 6ª División de Infantería de Montaña, Director de la Escuela Superior de Guerra y del Centro de Altos Estudios y Comandante del V Cuerpo de Ejército de la República Argentina, en cuyo ejercicio pasó a retiro en el año 1968.

En junio de 1970 fue designado secretario del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) pero su paso fue efímero dado que no compartía las políticas liberales implementadas por la conducción económica nacional.

Fundó el Instituto Argentino de Estudios Estratégicos y de las Relaciones Internacionales (INSAR), el cual publicó la reconocida revista Estrategia, en cuyos diversos números se puede apreciar la visión económica nacional y su apoyo a la política industrialista.

El primer número de Estrategia fue publicado en mayo-junio de 1969. El solo hojear la revista, las publicidades de grandes empresas que apostaban por una Argentina industrial y desarrollada —muchas de las cuales ya no existen o fueron erosionadas por años de malas gestiones nacionales—, así como los temas que se abordaban, nos sumergen en un país que ya no existe y que solo quienes contamos con varias décadas podemos recordar a esa Argentina que nos prometía grandezas a pesar de sus convulsiones políticas o, al menos, era lo que percibíamos quienes éramos formados en una Escuela Pública que enseñaba a querer la Patria y sus símbolos nacionales.

En ese primer número el general Guglialmelli expone, en “Propósitos y definiciones”, lo siguiente:

Nuestra tarea, en fin, estará orientada por las normas más estrictas de la libertad académica. No renunciará, empero, a una ideología propia que responde a las necesidades de cambio de nuestro tiempo y que exige como datos esenciales de la estrategia nacional:

      • Objetivos nacionales y políticos claros y definidos.
      • Política exterior independiente capaz de obtener la libertad de acción necesaria para el logro de esos objetivos.
      • Colaboración de los distintos sectores de nuestra sociedad y su participación efectiva en el QUE y COMO hacer concretos.
      • Cabal conocimiento de los intereses externos e internos en conflicto con los propios fines perseguidos, sus modos de operar y sus agentes.
      • Un programa de desarrollo económico, social y cultural ejecutado con ritmo acelerado y definido y definidas prioridades, en áreas geográficas rezagadas, sectores básicos de la producción nacional e infraestructura de servicios, en el diálogo social y en una política educacional y de investigación científica y tecnológica al servicio del desarrollo nacional.[1]

Desde una posición mucho más modesta, la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), aspira a poder erigirse como una sucesora en esa tarea.

Su visión

Su conocimiento profundo de la Patagonia, región en la que estuvo destinado durante su carrera militar, lo llevó a ponderar la necesidad de desarrollar esa extensa área de nuestro país.

Frente a la visión de la Argentina “insular”, basada en el análisis de la situación geográfica del país desarrollada por otro de nuestros grandes geopolíticos, el vicealmirante Segundo R. Storni, el general Guglialmelli considera que la Argentina “tiene ‘carácter peninsular’, en la más amplia acepción geopolítica del término. Mantiene en este sentido su condición marítima pero asume, también el rol continental”.

En efecto. Su territorio, al norte de la línea Cabo San Antonio-San Rafael (Mendoza) se articula con la masa terrestre continental “introduciéndose” en ella. Al sur de aquel linde, se prolonga hacia el sur como una cuña entre los grandes océanos. En su extremo austral, esta región incluye los sectores insular y antártico. Debido a esta conformación, nuestro país recibe la influencia del Pacífico (Chile por medio) y del Atlántico, en particular este último, sobre parte de cuyas aguas, plataforma y subsuelo, extiende su soberanía. Teniendo en cuenta, por último la situación de la América del Sur y de la Argentina dentro de ésta, resalta, como lo señaló Storni, su posición periférica y marítima respecto a las masas continentales del Hemisferio Norte.

Todo el espacio argentino se articula con los países vecinos a través de los aspectos geoambientales fronterizos incluidos los medios de integración física (caminos, ferrocarriles, vías fluviales).[2]

En este concepto geopolítico de la Argentina “peninsular” debe considerarse “al mercado interno, apoyado sobre un aparato productivo integrado en lo espacial y sectorial”[3]. El desarrollo de las diversas regiones, cada una aportando sus riquezas a la producción —alimentos, minería, energía, etc.— debe contar con “un sistema de comunicaciones que vincule, además de los puertos, con preferencia a las distintas regiones y sus grandes polos”, lo que permitirá concretar una “estructura económica integrada, independiente y autosostenida, base indispensable para un destino de gran potencia”[4].

En este concepto de la Argentina “peninsular” le otorga gran importancia a los intereses marítimos, lo que lleva a valorar los recursos del mar y el desarrollo —al igual que proponía el vicealmirante Storni— de una Marina Mercante, “con sus beneficios de trabajo e ingreso por fletes y seguros”[5].

Para el general Guglialmelli, la Argentina, en términos geopolíticos es, entonces, “peninsular”: es continental, bimarítima y antártica. Agrega a esto:

Esta conceptuación significa no sólo una situación geográfica, sino también y fundamentalmente, una economía integrada e independiente, un mercado interno en permanente expansión y una irrenunciable vertebración cultural con los países de América del Sur en particular los vecinos y el Perú”[6].

Era consciente de que las grandes potencias y las corporaciones internacionales, o la combinación de éstas con las primeras, procuran mantener la dependencia del mundo periférico, fomentando integraciones regionales en desmedro de la Soberanía Nacional. Como ejemplo de esas integraciones regionales cita la Cuenca del Plata como una prioridad que puede relegar al resto del país.

Otro de los grandes problemas que percibía era la continuación de la Argentina agroexportadora, “el papel de granja”, en tanto que las exportaciones se basaran solamente en productos primarios, cumpliendo así con las exigencias de la división internacional del trabajo. En este sentido, responsabilizó a la generación militar del 66 pero en particular a la contrarrevolución comenzada en marzo de 1967 desde los más altos niveles de la conducción económica. “Porque allí, en esa área, habían hecho pie quienes por filosofía, desaprensión o, lo que es peor, intereses, defendían la persistencia del modelo agroexportador, disimulando sus propósitos con declamaciones retóricas o sólo tibias reformas”[7].

En este punto fue muy crítico de la conducción económica y de la implementación de las rebajas arancelarias:

En nuestra opinión, a pesar de los fines enunciados, sostenemos que se trata de algo más trascendente y peligroso. El de insertar a la Argentina en un ordenamiento externo, basado en la fórmula de Nelson Rockefeller: que cada país se particularice ‘según su mayor eficacia selectiva y mayor eficiencia relativa’. En virtud de tal premisa nuestro papel será especializarnos en las agroindustrias, con las derivaciones para la seguridad nacional que se verán más adelante.[8]

De ese modo, la Argentina continuaba la dependencia trazada durante la generación del 80, es decir, un país exportador de productos agropecuarios e importador de bienes finales. Esto claramente significaba la “subestimación de los sectores industriales ajenos al ámbito rural y deterioro, cuando no liquidación, de nuestra producción de bienes finales”[9].

Por tanto, el general Guglialmelli era un gran defensor de llevar adelante una política industrialista para salir de esta trampa en la que se encontraba nuestro país. En este sentido, ponderaba el desarrollo que habían alcanzado las Fuerzas Armadas y las iniciativas de los generales Enrique Mosconi y Manuel Savio en pos de una industrialización de la Argentina.

Dramáticas reflexiones finales

Nuestro país ha sido dotado de una gran y diversificada riqueza, tanto en su territorio como en su mar territorial. Sin embargo, se precisaba algunos pasos más para alcanzar ese grado de desarrollo que permitiría concretar una “estructura económica integrada, independiente y autosostenida” como proponía el general Guglialmelli.

Hubo un importante avance en el proceso de industrialización y, en buena medida, los generales Mosconi y Savio contribuyeron con ese objetivo. El país desarrolló una importante comunicación a través de carreteras pero, fundamentalmente, con la construcción de una de las más importantes redes ferroviarias del mundo que superaba los 40.000 kilómetros de vía. Los ferrocarriles, nacionalizados durante el gobierno del general Juan Domingo Perón —no viene al caso aquí formular valoraciones sobre esa nacionalización— se constituyeron en un importante medio de transporte de pasajeros pero sobre todo de bienes.

Del mismo modo, había desarrollado el transporte fluvial de mercaderías y contaba con una Marina Mercante nacional, particularmente la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), que llevaba las exportaciones argentinas a todos los puntos del planeta.

Así como el general Giglialmelli expone la fórmula de Rockefeller, cabe aquí mencionar que existió el denominado “Plan Larkin” —elaborado por el general e ingeniero estadounidense Thomas B. Larkin con apoyo del Banco Mundial entre 1959 y 1962—, el cual consistía en una racionalización y modernización de los medios de transporte terrestre y fluvial de nuestro país. Obviamente, el plan apelaba a la reducción de unos 15.000 kilómetros de vías por considerarlos deficientes o improductivos. El plan llegó a la Argentina poco tiempo antes de que fuera derrocado el presidente Arturo Frondizi, quien debió enfrentar a los gremios ferroviarios durante su gobierno. Sin embargo, el plan fue llevado a cabo en los años noventa del siglo pasado por el gobierno peronista/liberal del presidente Carlos Saúl Menem. La Argentina quedó fragmentada y desvinculada con sus políticas de desmantelamiento del sistema ferroviario, fluvial y de la liquidación de la empresa ELMA.

La industria siguió un camino similar a raíz de las concesiones y privatizaciones de sectores vitales de la industria y de la energía.

En una de las críticas que Guglialmelli le formula a Storni, respecto a su visión de la “insularidad”, el general considera que el marino cayó en lo que otro destacado marino denominó “astigmatismo estratégico navalista, primera variedad”. La realidad es que en las últimas décadas la conducción argentina padece de una seria ceguera geopolítica y estratégica que ha provocado un serio y peligroso retroceso de nuestro país, ocasionando la pérdida de poder económico, poder militar y poder diplomático, además de ocasionar un grave deterioro institucional.

En el capítulo dedicado al análisis de si la Argentina es “insular” o “peninsular”, el general Guglialmelli menciona los aspectos negativos que el vicealmirante Storni expone en su libro “Intereses argentinos en el mar”, respecto de por qué los argentinos no tienen una vocación marinera, lo cual sería vital para el desarrollo de la Nación. Al igual que el general Guglialmelli, me gustaría cerrar este artículo reproduciendo una reflexión del vicealmirante Storni:

En nuestra infancia como nación, hemos permanecido poco menos que indiferentes a estos problemas, y la empresa extranjera realizó con el niño incipiente la misión de madre que nutre y educa. Pero si ese estado de cosas hubiera de ser definitivo e imponer un límite a nuestros ideales marítimos, la acción extranjera tomaría el aspecto del impulso generoso que lleva el alimento a la boca del paralítico o de la diestra maniobra del fuerte que explota son compasión al débil”[10].

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] “Propósitos y definiciones”. Estrategia, mayo-junio de 1969, p. 7

[2] Juan Enrique Guglialmelli. Geopolítica del cono sur. Buenos Aires: El Cid Editor, p. 78.

[3] Ibíd., p. 79.

[4] Ibíd., p. 80.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ibíd., p. 81.

[8] Ibíd., p. 251.

[9] Ibíd., p. 251-252.

[10] Citado por el general Guglialmelli, op. cit., p. 63.

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VON MOLTKE: ARTÍFICE DEL ESTADO MAYOR GENERAL

Agustín Saavedra Weise*

El general alemán Karl Helmuth von Moltke, nació con el siglo XIX (1800) y falleció casi en sus postrimerías (1891). Su vida transcurrió por carriles normales. Se destacó como enviado en Turquía y escritor de prestigio. Así siguió su trayectoria, honorable y valorada, pero no mucho más que eso. Su trascendencia histórica no la alcanzaría hasta una edad muy madura: 61 años.

En 1857 se hizo cargo del Estado Mayor General prusiano, institución castrense en descrédito desde la época de las guerras napoleónicas y a la que nadie le daba importancia. Luego de profundos cambios internos que transformaron por completo a esa entidad, hace 140 años von Moltke inició una verdadera revolución, provocando avances cualitativos de enorme importancia en el desarrollo de las campañas militares. Sus acciones contra Dinamarca (1864) y luego las brillantes victorias contra Austria (1866) y Francia (1870), sellaron definitivamente su fama. Este favorable escenario bélico favoreció la creación del imperio alemán, el mismo año y en Versalles.

Cultivado intelectualmente desde su niñez, von Moltke era un dedicado estudioso de la estrategia. Desde su nombramiento en un cargo alicaído y sin prestigio, comenzó con sus radicales transformaciones. Se convirtió en el artífice de lo que son, hasta hoy, los estados mayores generales en todo el mundo: centros de planeamiento estratégico para el mejor resultado de las operaciones militares de ataque, defensa y prevención.

Von Moltke observó cuidadosamente los sucesos de la guerra de secesión norteamericana (1861-1865). Percibió que si bien tanto telégrafo como ferrocarriles ya fueron usados en las campañas de unionistas y confederados, el tal uso no fue muy eficiente. A partir de ahí inició su flamante plan, consistente en una verdadera maximización de la nueva tecnología y esta vez en suelo europeo. Diseñó un nuevo sistema de movimiento de tropas que alteró radicalmente el dogma —arraigado desde que lo impuso Napoleón— de la concentración en un lugar único y por líneas interiores. Von Moltke —con telégrafo y ferrocarriles como base de su seguimiento y control operacional—, optó por transportar grandes masas de soldados en forma separada, pero con la capacidad de agruparse en un punto decisivo, para golpear allí al desprevenido enemigo con la fuerza de un mortal.

Fue en su momento tan revolucionario el esquema de von Moltke que no se le dio total libertad de acción durante las acciones libradas en Dinamarca durante 1864. Aún así, Prusia se alzó con la victoria. En 1866 la historia fue diferente. Esta vez von Moltke contó con la total confianza del Káiser y del Canciller (Primer Ministro) Otto von Bismarck. En la corta guerra contra el imperio austriaco, les asestó un golpe definitivo a éstos en la batalla de Könitggrätz. Mientras el ejército de Austria se concentraba en un solo sitio, las columnas de von Moltke aparecían dispersas y aparentemente sin coherencia alguna; todo era parte de un minucioso diseño previo. Llegado el momento, todas las tropas convergieron sobre el punto de concentración del enemigo y lo sorprendieron por completo. Este crucial triunfo marcó el ascenso prusiano entre los pueblos germanos y disminuyó el de su tradicional contendiente —Austria— por la unidad de los alemanes bajo un solo Estado. A partir de ese momento, las guerras cambiaron, junto con la mentalidad y conducta de los oficiales a cargo de grandes unidades.

Von Moltke emitía “directivas” y dejaba amplio margen de autonomía a sus comandantes. Todo lo planificaba previamente, pero también dijo que una vez iniciadas las hostilidades lo planeado podía irse al “tacho”, por lo imprevisible de las situaciones.

El viejo soldado falleció siendo miembro del Parlamento (Reichstag) alemán, no sin antes pronosticar que las guerras europeas del inmediato futuro serían generalizadas, de matanzas terribles y de larga duración. Lo sucedido en el mundo en el pasado siglo XX, penosamente le otorgó la razón.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

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LA ESTRATEGIA Y VON MOLTKE. LA FLEXIBILIDAD EN LA PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA.

Marcelo Javier de los Reyes*

Helmuth von Moltke

La planificación a largo plazo no es pensar en decisiones futuras,

sino en el futuro de las decisiones presentes.

Peter Drucker (1909-2005)

El concepto de estrategia, si bien es propio del lenguaje militar, puede ser aplicado a diferentes ámbitos y nos permite evaluar entre un determinado número de alternativas cuál es la solución más conveniente y aplicable para los intereses nacionales. De forma más clara podría expresarse que la estrategia nos sugiere cómo llevar adelante determinados objetivos.

El vocablo estrategia proviene del griego y se origina en strategós στρατηγός— que traducimos por “general”. El diccionario la define como el arte de dirigir operaciones militares.

Es un término que en la actualidad ha sido muy aceptado por diferentes disciplinas y ha ocupado incluso espacio en la vida cotidiana: se habla así de estrategias de mercado, de estrategias publicitarias, de estrategia de vida, etc. Por ende la estrategia es una disciplina a la que tanto los militares, los políticos, los economistas, los profesionales de las ciencias sociales y de la ciencia política recurren para llevar a cabo sus respectivos objetivos y toman de ella la terminología necesaria para adaptarla a las diferentes ciencias o disciplinas.

La Estrategia Nacional no es una tarea restringida a los militares. Por el contrario, deben —o deberían— participar de ella los legisladores, los políticos y los hombres mejor preparados de una sociedad para delinear una planificación estratégica.

Ya Sun Zi ponderaba la importancia de la planificación:

Quienes son capaces de planear la victoria desde el templo, antes de empezar los combates, lo deben a sus completos y esmerados preparativos. Si presagian la derrota es porque aún no tienen planes ni preparativos adecuados y las condiciones para la victoria son insuficientes. Quienes planeen, se preparen por completo y cuenten con las condiciones adecuadas, podrán triunfar. Quienes no dispongan de planes y preparativos, o los tengan deficientes y en condiciones insuficientes, sufrirán pérdidas. Aquí ya no es necesario hablar de aquellos que no hayan hecho planes, ni preparativos y no posean condición favorable alguna.

Cuando observo las cosas, basándome en estos cálculos, sé de quién será la derrota y quién el triunfador.[1]

Como bien expresa Edward Mead Earle en su famoso libro Creadores de la estrategia moderna,

La estrategia, por lo tanto, no es simplemente un concepto para tiempos de guerra, sino un elemento del arte de gobernar empleable en todo tiempo.[2]

La “gran estrategia” traza los objetivos nacionales en función de los recursos reales y potenciales de la Nación. Se sostiene sobre varios pilares: la diplomacia, el poder económico, la política y el poder militar, todos como instrumentos afinados para ejecutar una sinfonía: la estrategia.

Para ponerla en práctica la estrategia debe identificar actores, intereses —tanto propios como ajenos—, los obstáculos actuales o potenciales para el desarrollo de los objetivos. La estrategia constituye una habilidad o herramienta sumamente necesaria en materia de política exterior para que un Estado pueda imponer sus intereses en función de sus objetivos nacionales o saber cómo accionar ante estímulos externos.

Se le atribuye a Napoleón haber dicho: “Jamás he tenido un plan de operaciones”. Pero, ¿quién podría haberle creído? Una cuestión diferente es que el plan de operaciones pueda fallar en la práctica.

Como lo demuestra Edward Mead Earle, la estrategia se nutre también de la experiencia que la historia nos proporciona acerca de este arte. De ello se dio cuenta claramente Helmuth von Moltke (1800 – 1891) —apodado el viejo—, quien consideró que la historia podía favorecer de forma considerable a la estrategia, “siempre y cuando ésta fuera estudiada con el debido sentido de la perspectiva”[3]. En este sentido, fue un estudioso de la estrategia de Napoleón y de las ventajas que el francés había tenido en su empleo, pero también percibió que no lo habían protegido contra su derrota final. La batalla de Leipzig —16 al 19 de octubre de 1813—, precisamente, fue un serio revés para Napoleón.

Helmuth von Moltke, entonces, destacó que la historia no se identificaba con la estrategia:

La estrategia es un sistema de recursos ad hoc; es algo más que los conocimientos, es la aplicación de los conocimientos a la vida práctica, el desarrollo de una idea originaria adaptada a circunstancias continuamente cambiantes. Es el arte de la acción a ejecutarse bajo la presión de las condiciones más difíciles.[4]

La preparación de la estrategia insume mucho tiempo y esfuerzo pero como bien lo percibió von Moltke “nuestra voluntad no tardará en enfrentarse con la voluntad independiente del enemigo”[5]. De este modo, negó que la estrategia fuera una ciencia, lo que determinaba que los planes de operaciones eran relativos. De esta manera, von Moltke determinó que

Ningún plan de operaciones puede ser visto con alguna seguridad, más allá del primer encuentro con las fuerzas principales del enemigo.

En síntesis, concluyó que ningún plan sobrevive al primer contacto con el enemigo, lo que de ninguna manera implica que no debamos tener un plan o una estrategia. Lo que significa es que debemos estar preparados porque la realidad nos demostrará que la planificación puede —y seguramente será así— no resultar como la esperábamos. En este sentido, debemos tener en claro que el plan precisará ser monitoreado y ajustado en función de los contratiempos / inconvenientes / dificultades / problemas que puedan presentarse.

Entonces, el resultado táctico de ese primer enfrentamiento constituirá la base para nuevas decisiones estratégicas.

De este modo, puede afirmarse que “la estrategia de Moltke se caracterizó por su amplitud mental y por los cambios elásticos que llevaban de una disposición a otras”[6]. Helmuth von Moltke no instruía a sus subordinados con un plan minucioso sino que brindaba los lineamientos generales del plan y les daba libertad a sus comandantes, que eran quienes estaban en el terreno y quienes sabían cómo reaccionar en el escenario de batalla. Aquí también puede rescatarse otra enseñanza que es la de saber delegar responsabilidades en los líderes de nuestro equipo.

El pensamiento de von Moltke implica que no hay que apegarse estrictamente al plan, que por supuesto es importante, pero lo más relevante es alcanzar los objetivos, por lo que la planificación deberá ser ajustada en función de lograr los mismos. Por esa razón no debemos alarmarnos cuando la situación no responde exactamente a lo planificado y lo que debemos hacer, como todo buen navegante, es ajustar las velas y reconsiderar el rumbo para llegar a los objetivos.

Aferrarse a la planificación original puede llevarnos al fracaso de nuestros propósitos, tanto en el ámbito del Estado como en la actividad privada.

El escritor, autor de éxito de ventas, conferencista y consultor Veit Etzold, en su libro Strategie: Planen – erklären – umsetzen, afirma que el método Kaizen de Toyota tiene el espíritu de von Moltke y está en el slogan de la empresa, “Siempre Mejor”, porque esa es la mentalidad de la marca japonesa cuyo método se puede traducir por “mejora continua”, un método de gestión y optimización de procesos cuyo origen se remonta a los primeros años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial[7]. En verdad Kaizen —término compuesto por las palabras japonesas “Kai” y “Zen”, que hacen referencia a la acción del cambio y la mejora continua premia económicamente a los trabajadores de cualquier sector y, en la mayor parte de los casos, todo nace del conocimiento y la experiencia de los empleados. Ese conocimiento puesto en común se convierte en un generador de ideas. Kaizen puede definirse como un concepto filosófico que promueve la introducción contínua de mejoras que ahorren tiempo, material, etc., en la línea de producción. Este concepto fue implementado por varias empresas japonesas y básicamente apunta a escuchar a sus trabajadores y a animarlos a introducir novedades. Esa “mejora contínua” implica que la empresa sea mejor que ayer, pero peor que mañana.

Veit Etzold, del mismo modo, recuerda que el ex CEO de General Electric, Jack Welch (1935 – 2020) —considerado el CEO que convirtió a esa empresa en la más valiosa del mercado—, recordó el pensamiento de von Moltke en referencia a la puesta en ejecución del plan y destacó que con él el Estado Mayor de Prusia estableció solo los objetivos más amplios y puso énfasis en aprovechar las oportunidades imprevistas a medida que surgían. De ese modo, la estrategia no se constituía en un plan de acción largo, sino que “fue la evolución de una idea central a través de circunstancias continuamente cambiantes”[8].

Para tener en claro hacia dónde se quiere ir, debemos comenzar —en el marco de un equipo, tanto sea éste un equipo empresarial o de gobierno— por tener en claro “saber preguntar” e intercambiar preguntas y respuestas para optimizar los objetivos hacia los que queremos apuntar. Pero esto también requiere “saber escuchar” y respetar lo expresado por el otro. Esto está muy bien expresado por el Licenciado en Economía y Doctor en Ciencias Económicas Alexis Codina[9]. Por tal motivo, la comunicación es esencial en el desarrollo y en la implementación de la estrategia, que no tendrá otro propósito fundamental que alcanzar los objetivos. Si no se establecen con suma claridad los objetivos, la estrategia de nada sirve. Lamentablemente, esto se advierte en el fracaso de muchas empresas y de muchos gobiernos.

Objetivos, comunicación, planificación estratégica, monitorización y corrección de la planificación —siguiendo a von Moltke— serán las claves del éxito en este mundo en el que impera la incertidumbre.

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

Referencias

[1] Sun Zi. El arte de la guerra. Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1996, p. 18.

[2] Edward Mead Earle. Creadores de la estrategia moderna (tomo I). Buenos Aires: Círculo Militar, 1968, p. 14.

[3] Ibídem, tomo II, p. 58.

[4] Ídem.

[5] Ibíd., p. 55.

[6] Ibíd., p. 67.

[7] Christian Benjumea. “Kaizen, el método que explica el «Siempre Mejor» de Toyota”. Conches.com (Madrid, España), 16/04/2018, <https://noticias.coches.com/noticias-motor/kaizen-toyota/289878>, [consulta: 29/07/2020].

[8] Veit Etzold. Strategie: Planen – erklären – umsetzen. Offenbach am Main: GABAL Verlag GmbH, 2018, p. 220.

[9] Alexis Codina. “Saber preguntar. ¿una herramienta gerencial?” DeGerencia.com, 17/12/2004, <https://degerencia.com/articulo/saber_preguntar_una_herramienta_gerencial/>, [consulta: 20/05/2007].

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