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OPERACIÓN MILITAR ESPECIAL DE RUSIA EN UCRANIA

Ricardo Zedano*

Para entender la razón por la que la Federación de Rusia decidió realizar una operación militar especial en las Repúblicas de Donetsk y Lugansk, cuya independencia fue reconocida el 20 de febrero último por Moscú. Primero es necesario citar algunos momentos históricos que nos ayudarán a hacer una conclusión más aterrizada sobre el proceder de Rusia en lo que respecta a la operación militar especial que viene realizando con el objetivo de imponer la paz, de desmilitarizar a Ucrania y extirpar de dicho país al grupo nazi y fascista, cuyos representantes se han enquistado en el poder y gozan del apoyo de EEUU y sus aliados de la OTAN.

En este sentido, cabe destacar que el antagonismo entre Rusia y EEUU, que tiene bajo su yugo a Europa y a muchos países, data desde hace muchos, pero muchos años. Pero no vamos a ahondar mucho en la historia. Tomaremos como punto de partida 1991, año en que la OTAN prometió a Rusia, tras la caída de la Unión Soviética, que no avanzaría ni una pulgada hacia Europa del Este y así evitar conflictos bélicos.

Esa promesa no fue cumplida. Los rusos le recordaron reiteradas veces. La OTAN contestó últimamente que esas promesas no están plasmadas en ningún documento oficial y por esta razón todo lo que se haya hablado son solo palabras. En vista de que la OTAN solo toma en consideración todo lo que este en los documentos, Rusia alega a documentos aprobados por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), a la que pertenecen 57 países, incluida Rusia. Entre dichos documentos tenemos:

La carta sobre la seguridad europea, Estambul, noviembre de 1999, que dice lo siguiente:

La Carta contribuirá a la formación de un espacio de seguridad común e indivisible, y favorecerá la creación de un área de la OSCE sin líneas divisorias ni zonas con distintos niveles de seguridad.

Declaración conmemorativa de Astaná. Hacia una comunidad de seguridad, que dice lo siguiente:

La seguridad de cada Estado participante está inseparablemente ligada a la de todos los demás. Cada Estado participante tiene el mismo derecho a la seguridad. Reafirmamos el derecho inherente de todos y cada uno de los Estados participantes a poder elegir o modificar sus disposiciones de seguridad, con inclusión de los tratados de alianza, a medida que evolucionen. Cada Estado tiene también derecho a la neutralidad. Cada Estado participante respetará los derechos de todos los demás en esas esferas. No reforzarán su seguridad a expensas de otros Estados.

Pero la Alianza Atlántica pasa por desapercibido esa parte de la carta y de la declaración: la seguridad común e indivisible, así como el hecho de que cada Estado participante respetará los derechos de todos los demás en esas esferas. No reforzarán su seguridad a expensas de otros Estados.

Como verán, EEUU y la OTAN aplican parte conveniente de lo consignado en sus documentos para justificar sus fechorías, haciendo uso de acuerdos y otros como si fueran un menú. Y si el menú ya nos les gusta absolutamente, pues lo cambian por uno que ellos redacten en el momento.

Es importante resaltar que, Der Spiegel, uno de los semanales más populares de Europa y más importante en Alemania, reveló que la OTAN sí prometió que no se expandiría hacia Europa del Este en contradicción a las declaraciones del actual secretario de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, quien afirmó hace unos días que ese bloque militar nunca hizo ese tipo de promesa.

Se preguntarán y qué tiene que ver este preámbulo con la operación militar especial para defender a la población de Donbás, que incluye las poblaciones de Lugansk y Donetsk, Repúblicas que limitan con Rusia. Tras el golpe de Estado perpetrado por fuerzas políticas nacionalista y rusofóbicas, apoyadas y bendecidas por EEUU y Europa, que se caracteriza por sus tendencias nacionalistas ultra radicales y neonazis, se intensificó los intentos de atacar a Rusia. Mediante leyes discriminatorias se prohibió la lengua rusa que una gran parte de Ucrania habla desde hace varias décadas, se cerraron escuelas en que se impartían las materias en ruso, la gente adulta empezó a perder sus trabajos porque no habla ucraniano.

A ello se suma la aprobación de la Ley de los pueblos autóctonos, que no incluye la etnia rusa, lo que divide la sociedad y poniendo en riesgo la seguridad de millones de rusos, si no me equivoco, equivalente al 17 % de la población del país eslavo. Todo esto condujo a que ese mismo año de la toma del poder mediante el golpe de Estado las Repúblicas de Lugansk y Donetsk se autoproclamaran independientes del gobierno central. Desde ese entonces sus poblaciones viven bajo el terror de los ataques militares de Ucrania, que provocó la muerte de más de 13 mil personas en el transcurso de 8 años. ¿Dónde estaban EEUU y la Unión Europea que no han denunciado y condenado esos actos de genocidio? ¿Acaso esas familias que perdieron sus seres queridos no merecen compasión? ¿Por qué no se ha condenado la muerte de 42 activistas pro rusos, quemados vivos en la casa de los sindicatos en Odessa en mayo del 2014? Los autores de esta tragedia siguen libres e impunes, nadie investiga las muertes de esas personas. EEUU y la Unión Europea que todo lo saben, resulta que de esto no saben nada. ¿Por qué no reconocen los Derechos Humanos de la población de Donbás? ¿Qué diferencia existe entre las muertes de ultranacionalistas y nazis y la de los ciudadanos de Donbás? La opinión pública exige explicaciones.

Y bien, como es sabido por los que ya despertaron gracias a que leen diversas fuentes de información, EEUU decidió aprovechar el conflicto interno ucraniano para continuar con los planes de expansión de la OTAN en Europa del Este, quebrantando una vez más sus compromisos plasmados en la Carta y Declaración de Estambul y Astaná antes mencionadas.

Para ello aplica:

  • la financiación de grupos ultranacionalistas y de tendencia nazi en Ucrania a través de Organizaciones No Gubernamentales (ONG)”,
  • el fomento de la rusobia en el país utilizando las redes sociales y otros medios,
  • realización de ejercicios militares junto con sus socios de la OTAN en las fronteras de Rusia,
  • la presencia constante de instructores militares que preparan a los ucranianos para la guerra con Rusia, que fomentaban poco a poco,
  • inducir a los ultranacionalistas para que realizaran una vez más una operación de limpieza étnica y conseguir que finalmente Rusia se vea directamente involucrada para después acusarla de invasora.

En vista de los preparativos para la realización de la operación de limpieza étnica, Rusia se vio forzada a reconocer la independencia y soberanía de las Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk para defender en el marco de los acuerdos de amistad, cooperación y asistencia mutua a la población de Donbás, desmilitarizar a los grupos nazis de Ucrania, enjuiciar a sus miembros y crear las condiciones para que el pueblo de Ucrania se recupere y empiece una vida normal y de buena vecindad con otros países de la región.

En este último punto, hay que reconocer que EEUU y sus “socios” de la OTAN lograron enfrentar a dos pueblos hermanos. Así es, Rusia no podía quedarse con los brazos cruzados viendo que, por tercera vez, ojo con esto, por tercera vez, se intentara llevar a cabo una acción genocida, denominada «guerra de relámpago», contra la población de Donbás en la que viven más de 800 mil ciudadanos de Rusia y más de un millón de ruso parlantes entre los 4 millones de habitante de dicha región.

Rusia y sus ahora aliados de Lugansk y Donetsk realizaron operaciones de evacuación de una parte de la población de Donbás hacia territorio de Rusia, para que no sufra las consecuencias de lo que ya se veía llegar, a diferencia de los ultranacionalistas y nazis que actualmente están emplazando armamento de artillería y misiles en las zonas residenciales para utilizar a la población como escudo, pues bien saben que Rusia no se atreverá a atacar a la población civil. A propósito, esa táctica está consignada en los manuales terroristas en otros países. Y no dudo que el régimen ucraniano aplique actos genocidas contra su propia población. Pregúntenle a los occidentales. Además de ello, los ultranacionalistas han entregado miles de armas a la población en las calles de forma indiscriminada para crear el caos. Además, han puesto en libertad a delincuentes de las cárceles para que marchen al frente de combate. Nada de esto habla la prensa “internacional”. Si han preguntado por qué.

El bloque occidental está nuevamente poniendo en práctica la táctica que utilizó en la Segunda Guerra Mundial y que trajo muchos dividendos a los que fabrican y venden armas: hizo que la Alemania nazi de ese entonces entre en una guerra a muerte con la URSS para después declararle la guerra a la última supuestamente debilitada. Pero el tiro le salió por la culata.  La URSS venció. Pero a costas, lamentablemente, de más de 25 millones de muertes. Ahora es Ucrania la que está jugando el rol de aquella Alemania. Ojo, hablo de la élite política ucraniana que está en el poder y que amenaza con reanudar su programa nuclear. Pregunta: ¿Le gustaría a usted vivir al lado de un país con un gobierno nazi, con una élite política psíquicamente inestable? Yo creo que no. Y Rusia tampoco. En el caso de Ucrania, a Occidente también les saldrá el tiro por la culata. El pueblo de Ucrania no quiere guerra con el de Rusia. Son pueblos hermanos. Son eslavos. Y estos son mayoría frente a los que tienen complejo de inferioridad.

Lo que está haciendo Rusia en estos momentos es nuevamente salvar a la humanidad de una tercera guerra mundial. Si la élite nazi ucraniana se hace del arma nuclear, tengan por seguro que tendremos una tercera guerra mundial, y los que ahora tienen pena y condenan el accionar de Rusia en todos los formatos, incluidas las redes sociales, estarán escondidos en sótanos aterrorizados por los bombardeos, llorando a sus hijos que serán reclutados para pelear por intereses totalmente ajenos a ellos y a los de sus países, muriendo en el campo de batalla como carne de cañón y condenados al olvido. O simplemente dejaremos de existir, porque en esa guerra no habrá vencedores.

En esta ocasión Rusia actuará del mismo modo que lo viene haciendo en las últimas décadas donde Occidente ha provocado conflictos bélicos cerca de sus fronteras. Para que quede claro, citaré unos ejemplos: en 2008 Rusia impuso la paz en Osetia del Sur y Abjasia tras la operación genocida perpetrada por Georgia también patrocinada en ese entonces por EEUU y la OTAN. ¿Qué casualidad, verdad? En esa ocasión el Ejército ruso, vuelvo a repetir, impuso la paz, desmilitarizó la región, ingresó en territorio georgiano y desarmó a las tropas georgianas para que no hagan más daño y abandonó el territorio de Georgia. Nada más. Lo mismo ocurrió en Kazajistán este año. Es más, en el caso de Ucrania, Rusia concede la oportunidad a los ultranacionalistas para que depongan las armas, regresen a sus hogares y les proporciona refugio en territorio ruso con sus familias, si corren peligro en Ucrania después de deponer las armas. Pregunta: ¿En los países que sufrieron la invasión de EEUU y de la OTAN gozaron de esa oportunidad? La respuesta creo que es evidente. Lo que llevaron solo fueron muertes, destrucción, hambre, pobreza y otros más.

La comunidad internacional debe saber una cosa: Rusia no bombardea hospitales, niños, mujeres y ancianos, escuelas o edificios residenciales como lo han hecho EEUU y la OTAN, por ejemplo, en la ex Yugoslavia, dividiéndola por completo, en Irak, Afganistán, Libia, Siria entre otros. Y en muchos casos sin contar con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.

Las estadísticas lo dicen todo. EEUU, según el Pentágono, tiene más de 600 bases e instalaciones militares desplegadas en el mundo, «oficialmente», es decir tres veces más que el número de países existentes, esto sin contar un gran número de instructores militares residiendo permanentemente en varios países, incluso latinoamericanos, con el cuento de la cooperación técnico-militar entre los países involucrados. Un número significativo de dichas bases está concentrado en Europa con más de 60 mil efectivos. Ahora cabe la pregunta: ¿Creen que un país es libre y soberano con tantas bases y militares en su territorio? No lo creo.

Conclusión, si Rusia se queda en Ucrania después de terminada la operación militar especial, estaremos frente a una invasión, pero no de esas como las innumerables que llevaron a cabo EEUU y sus aliados de la OTAN y que la comunidad internacional no ha condenado con el fervor debido. Si entra y sale como lo hizo en el caso de Georgia y Kazajistán, mínimo merecerá el respeto de los que se adelantaron en tildarla de invasora, sin antes informarse bien, y el agradecimiento de las poblaciones que sufrieron las consecuencias del genocidio perpetrado por el gobierno de Ucrania. Y que por todos los medios la comunidad internacional abogue por el levantamiento de todas las sanciones impuestas contra Rusia que nada bueno le trae a la economía del mundo.

 

* Periodista. Federación de Periodistas del Perú. Corresponsal de “La Voz de Rusia”. Consejero de Comercio Exterior de la Cámara de Desarrollo, Comercio e Industria Perú-Rusia (CADECOMIN PERU).

Artículo publicado el 27/02/2022 en Federación de Periodistas del Perú,  https://fpp.org.pe/operacion-militar-especial-de-rusia-en-ucrania/

LO QUE NOS DICE LA CRISIS DE UCRANIA SOBRE LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN EL SIGLO XXI

Alberto Hutschenreuter*

La decisión rusa de aumentar sus capacidades militares en la frontera con Ucrania con el fin de intervenir eventualmente en este país ocupando la zona del Donbás, ha elevado la tensión entre Rusia y Occidente a una cota sin precedentes en los últimos treinta años. El hecho que se trate de dos actores preeminentes implica que, si bien la crisis tiene lugar en una región del mundo, la placa geopolítica de Europa del este, las repercusiones de la misma, en caso de producirse intervención y enfrentamientos, serán de alcance global. En cuanto a un escenario de escalonamiento mayor, es decir, querellas militares entre Rusia y la OTAN, la carencia de registros en materia de choques entre poderes con capacidades militares totales vuelve casi imposible la traza de escenarios. 

Pero hasta el momento, con marchas y contramarchas, la diplomacia se mantiene activa, aunque también hasta el momento en Occidente se ha evitado toda referencia a la “demanda cero” de Moscú, esto es, la petición rusa de garantías relativas con el abandono por parte de la OTAN de continuar la expansión al este, es decir, al inmediato oeste y sur de Rusia; indudablemente, se trata de la “clave de bóveda” para salir de la preocupante situación. 

Ahora bien, más allá del desenlace que llegue a tener esta crisis mayor entre Estados, quizá es pertinente plantearnos qué nos dice la misma sobre el estado de las relaciones internacionales, particularmente tras el tremendo seísmo mundial que ha causado la COVID-19, una de cuyas manifestaciones más discernibles ha sido y es el grado de desconfianza y poco sentido de unión, particularmente entre los actores poderosos. 

Por tanto, si ante una amenaza no estatal letal e invisible como son los virus los países priorizaron la vía nacional por sobre la vía de una ampliada cooperación, vía que se pregona y hasta pondera en cuestiones como el riesgo ambiental, ¿podemos realmente sostener que hay o habrá cambios favorables o de escala en las relaciones entre Estados? Entonces, de nuevo: ¿qué nos dice la crisis en Europa del este sobre ello?

Comencemos por el rasgo principal en dichas relaciones: la anarquía internacional, es decir, la ausencia de un gobierno mundial superior que centralice la política entre las múltiples unidades políticas.

Desde comienzos de este siglo han surgido corrientes de pensamiento que relativizan la anarquía entre Estados como rasgo central de la disciplina. Consideran que mantener aquello que la teoría sostiene hace décadas es hoy un ejercicio perimido. Más todavía, piensan que insistir en dicho rasgo ha creado algo así como una “anarchophilia”, o “discurso de la anarquía”, que no resiste una conectividad global que va creando diferentes niveles de anarquía; es decir, se van estableciendo, a diferencia de la vieja anarquía fragmentadora, diferentes planos de “anarquías cooperativas”. En alguna medida, ello va fundando un grado de “gobernanza mundial”. 

Sin duda que el mundo está más conectado que nunca y las redes son cada vez más profusas. Pero ello no ha implicado que las relaciones internacionales se hayan des-jerarquizado. Por el contrario, los reparos y cuidados de los Estados frente a fenómenos percibidos como “relocalizantes” de su autoridad los empujaron a fortalecer mecanismos de control (más, por supuesto, en aquellos actores políticamente centralizados). 

En estos términos, la “tercera imagen” a la que se refería Kenneth Waltz (“un perimido”), la estructura anárquica como causa de rivalidad y confrontación entre Estados, continúa siendo tan válida como cuando ese autor la consideró en su obra “El hombre, el Estado y la guerra”, escrita hace más de sesenta años. 

Las “nuevas formas”, que parecen haber afirmado una “sociedad internacional”, no equivalen a la superación de la sustancia de las relaciones internacionales. Por más que nos esforcemos en tratar de ver al mundo desde el sitio del idealismo-liberal, siempre acabaremos sintiéndolo desde el poder, la seguridad, los informes de inteligencia, las capacidades propias y las inciertas intenciones de sus principales protagonistas, los Estados; por cierto, todos componentes categóricamente presentes en la crisis en Europa del este y más allá también. 

Por otro lado, guerra y geopolítica: la crisis actual volvió a recentrar estos “vocablos malditos”.  

Queda suficientemente en claro que por más intentemos mantenernos lejos de ellos, la guerra y la geopolítica vienen a nosotros. También aquí hay nuevas corrientes que nos dicen que en un mundo bajo el “imperio” de la interdependencia, la conectividad y la inteligencia artificial, guerra y geopolítica se encuentran en camino de ser moderadas y hasta superadas. 

Cuando terminó la Guerra Fría, pareció que con ella se fueron esas realidades que habían marcado a fuego el siglo XX. Es verdad que (siguiendo la “moda” de entonces) no se habló de “el fin de la guerra”, aunque sí de “el fin de la geopolítica”. Treinta años después, estamos de lleno frente a ambas realidades, en acción (la geopolítica) y en potencia (una guerra mayor). De nuevo, la corriente de los anhelos ve el mundo en términos de Locke y Kant, es decir, comercio y paz. Pero, en verdad, y no solo por la crisis de Europa del este, lo que vemos en el mundo está más cerca de Hobbes (rivalidades) y “semi-Locke” (“comercio beligerante”). 

No existe la paz total, ni siquiera existe la paz sino el orden; sin embargo, existe la guerra total. Y en Europa del este, aunque difícilmente suceda, la posibilidad de una confrontación armada entre poderosos nos dejaría ante un territorio desconocido: la “guerra post-total”. En cuanto a la geopolítica, es decir, política-territorio-poder, a la luz de los acontecimientos tal vez deberíamos preguntarnos si el siglo XXI no va camino a ser otro siglo de geopolítica total. 

 

Por otra parte, la pugna por Eurasia no solo supone una continuidad geopolítica con el siglo XX, sino que la iniciativa geoeconómica de China, presentada en 2013, supone la emergencia de una concepción geopolítica de nuevo cuño, una suerte de diagonal político-territorial euroasiática entre los enfoques terrestres y los de tierras costeras. Un rumbo que, por primera vez, tendría a un actor no blanco como protagonista central. 

En tercer término, en las relaciones internacionales no existen “buenos y malos”. 

En la actual crisis hay cierto sesgo a presentarla como una contienda entre liberales defensores de la seguridad y conservadores revisionistas geopolíticos; un eufemismo por “buenos” de un lado, “malos” del otro. Pero en las relaciones internacionales solo existen intereses y competencia. En la materia lo central es el poder, y el poder es un concepto relacional: importa si le permite lograr a un actor, frente a un determinado rival, ganancias o ventajas, precisamente de poder. 

De nuevo recurrimos a Waltz, pues su “segunda imagen” alude a los Estados como causa de confrontaciones. Pero allí el autor no hace referencia alguna a “Estados buenos” y “Estados benevolentes”; podrán existir políticas exteriores agresivas, pero siempre lo serán en función de intereses o ambiciones. En relación con la crisis actual, Occidente exige a Rusia que practique el “pluralismo geopolítico”, es decir, una concepción benevolente que consiste en respetar la soberanía en su “vecindad”. Ahora, ¿practica la OTAN el pluralismo geopolítico cuando se expande sin considerar reparos y aprensiones territoriales de Rusia? ¿Qué habilita a la OTAN a hacerlo? ¿La victoria en la Guerra Fría? ¿Algún sentido de repartidora de justicia internacional? 

Hans Morgenthau (¿acaso “otro perimido”?) sostuvo entre sus principios de realismo político algo que deberíamos considerar sobremanera en relación con lo que estamos tratando: “El realismo político se niega a identificar las aspiraciones morales de una nación en particular con los preceptos morales que gobiernan el universo”.

En cuarto lugar, en caso de inseguridad los Estados no tienen a quién acudir.

Básicamente, nos estamos refiriendo a lo que se conoce como “autoayuda”. Aquí tenemos una realidad contundente en relación con la condición de anarquía que prevalece en las relaciones internacionales. Por ello, a menos que un Estado se encuentre bajo la protección de otro u otros, está obligado a contar con sus propias capacidades para sobrevivir. 

Nada existe en el mundo de hoy que nos haga considerar que en este tema hay “nuevas realidades”. Stanley Hoffmann diría que existe “lo de costumbre”, es decir, recursos propios y vigentes que permiten a los Estados afrontar per se una situación de amenaza a su seguridad e intereses mayores. 

Las inversiones en materia de defensa son contundentes: en 2020, dos billones de dólares, y en 2021, posiblemente un 2.8 por ciento más que en 2020, En este marco, al menos 12 países de la OTAN incrementaron sus partidas hasta quedar en un 2 por ciento del PBI, tal como lo demandaba Washington. 

Finalmente, las posibilidades relativas con un multilateralismo ascendente

El multilateralismo en baja ha sido una realidad durante los años previos a la llegada de la COVID-19. La pandemia expuso dicha realidad y la ausencia de régimen internacional no es una realidad que favorezca el fortalecimiento del multilateralismo. No obstante, hay reputados expertos, por caso, el embajador argentino Ricardo Lagorio, que sostienen que las respuestas que exigen los desafíos globales necesariamente impulsarán la lógica multilateral por sobre la territorial. 

Pues bien, en buena medida, el desenlace de la crisis en Europa del este podría ser un hecho favorable, es decir, si allí finalmente predomina una resolución que combine casos donde diplomacia y reconocimiento superaron conflictos, como sucedió en la crisis de los misiles de 1962 y en la Conferencia de Helsinki de 1975 (un “Helsinki 2.0”, como la ven hoy), quizá existan posibilidades para abordar otras temáticas (armas estratégicas, ataques cibernéticos, clima, etc.).

Pero si finalmente la situación permanece o, peor, hay confrontación, la situación internacional se orientará hacia la desconfianza y la rivalidad, es decir, el mundo se alejará de cualquier esbozo de orden y multilateralismo ascendente. Será un mundo donde no habrá ni guerra ni paz. 

En breve, hemos tratado aquí algunos de los principales temas de las relaciones internacionales en un contexto de discordia creciente entre Occidente y Rusia. Hay otras cuestiones, pero las desarrolladas seguramente serán suficientes para dudar y continuar reflexionando sobre el mundo del siglo XXI. 

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

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PENSAR EN CLAVE GEOPOLITICA

Nicolás Lewkowicz*

Foto de Aksonsat Uanthoeng en Pexels

La era de la globalización aboga que una normativa universal única puede ser un instrumento para crear progreso para todos los países.

Desde la caída de la Unión Soviética, las relaciones internacionales buscaron fomentar los intereses de la potencia ganadora de la Guerra Fría, los Estados Unidos, a través de un mayor intercambio de bienes y servicios a nivel global. Desde la década del ‘90 hasta la llegada al poder de Donald Trump, la evolución del sistema de estados tuvo como piedra basal la idea de que la erosión de la soberanía era un prerrequisito para dotar al ser humano de una idea de progreso material sostenido.

Hubo algo de utópico en la idea del “fin de la historia”, promovida desde las usinas de pensamiento de alcance global. Pero más allá de eso, la idea de una ley universal homogeneizada y puesta en práctica por instituciones supranacionales servía, en definitiva, para promover los intereses de la potencia hegemónica (los Estados Unidos) en un mundo decididamente unipolar.

El concepto de nomos universal homogeneizado se empieza a desdibujar debido a que a la potencia hegemónica ya no le reditúa tanto proyectarse a través de la globalización, la cual termina siendo mucho más útil a las unidades dominantes, aglutinadas en torno al capital transnacional, que operan con una lógica propia y que sirven a sus propios intereses.

Este fenómeno debilita tanto a los países periféricos como a los centrales, ya que ninguno de estos termina protegiendo a su población en la manera en que otrora lo hacía un estado-nación. Este fenómeno tiene un resultado que está a la vista de todos: el marco teórico y práctico de las relaciones internacionales sirve cada vez menos para poder entender lo que pasa y para crear perspectivas de progreso para las naciones.

En un mundo cada vez más volátil, resulta mucho más útil ver lo que acontece desde una perspectiva geopolítica. La geopolítica tiene mucho de parecido al cuento de Hans Andersen en el cual, a partir de un acto de inocencia pueril, la gente se da cuenta de que el emperador está desnudo.

La geopolítica obliga a los países a verse tan cual son y a darse cuenta de aquello que pone obstáculos a su capacidad de acción. El énfasis en las relaciones internacionales tiene una perspectiva economicista que, a la larga, termina ahondando la debilidad relativa del estado-nación. La geopolítica enfatiza la necesidad de acumular y conservar poder, ya que esta es la única forma de asegurar la estabilidad interna de una nación y su supervivencia a largo plazo. Poner el énfasis en el estudio de las relaciones internacionales siempre termina llevándonos a imaginar a un mundo que solo existe en nuestra imaginación. Pensar lo que ocurre desde la geopolítica nos hace, inevitablemente, ver al mundo tal cual es.

Los países que no detentan poder suelen examinar lo que ocurre en el mundo a través de categorías interpretativas emanadas de los grandes centros de poder. Desde la óptica de las relaciones internacionales, esas categorías interpretativas suelen responder a la (cada vez más falsa) dicotomía entre realismo y liberalismo, las cuales resultan ser dos caras de una misma moneda. En efecto, las nociones de conflicto y cooperación están de última destinadas a servir intereses que no son los de los países que no detentan poder. 

¿Qué hacer?

Hay mucho de profético, y por lo tanto de liberador, en la perspectiva geopolítica. El momento de revelación suprema que propone la óptica geopolítica tiene lugar cuando un país determinado empieza a percibir su debilidad relativa frente a las unidades dominantes.

La geopolítica propone, tanto en su formulación clásica como crítica, la configuración de un esquema conceptual que sirva para crear espacios de autonomía y para tomar decisiones estratégicas de muy largo plazo

En las próximas décadas veremos una atomización cada vez más pronunciada del orden global. Esto significa que el foco de atención virará cada vez más hacia la geopolítica.

En este contexto, será cada vez más relevante para nuestro país pensar en las causas que explican el proceso de erosión interna en el cual se encuentra e identificar los factores que determinan por qué tiene tan poco señorío sobre sí mismo.

Le tocará entonces a una emergente clase técnica convencer a la próxima generación de políticos de que ninguna situación geopolítica adversa es irreversible. Esta clase técnica deberá necesariamente emerger en forma paralela a la que está manejando el destino del país.

Esta Segunda Guerra Fría está creando una situación de tripolaridad entre Estados Unidos, China y Rusia; esta última como árbitro entre los intereses de Washington y Pekín. La particularidad más notoria de esta contienda híbrida, de baja intensidad y de larguísimo plazo es que ninguno de estos pivotes detenta una situación de fortaleza. La Primera Guerra Fría tuvo a los Estados Unidos y a la Unión Soviética en el ápice de su poder militar, económico y político. En esta Segunda Guerra Fría los principales ejes parten de una situación de debilidad relativa, debido a la erosión del estado-nación como ente ordenador de las acciones en política exterior.

Nuestro país debería concentrarse en crear espacios de autonomía que no ocasionen demasiados costos económicos. En primer lugar, hay que asegurarse que hacia el fin de este siglo la Argentina esté lo suficientemente poblada para defenderse bien y para crear un mercado interno de importancia. Aquí no valen las consideraciones economicistas. Alzar los niveles de fecundidad requerirá un esfuerzo económico de gran importancia, cuyos beneficios verán solamente las próximas generaciones.

Luego, hay que reforzar el patrimonio valórico del país. Esto significa crear una pedagogía autóctona, basada en el legado cultural y religioso legado de nuestros mayores. Dentro de esa pedagogía, no debe haber nada ni nadie que quede afuera. Las “grietas” que aquejan a nuestro sistema político son configuradas por usinas de pensamiento que responden a intereses que están fuera del espectro nacional. Hay una correlación directa entre la capacidad de reforzar valores propios y (1) obtener bienestar; y (2) asegurar la defensa del país.

Por último, la geopolítica está íntimamente ligada a una concepción teológica de la nación. Separar Estado de religión es abrir las puertas a ideas que van necesariamente en contra de los intereses nacionales. El espacio público debe estar informado por valores trascendentes que emanen de nuestra fe fundante, el catolicismo de impronta criolla. La Europa del siglo XX es testimonio de las barbaridades que pueden llegar a cometerse en una situación en la cual el Estado deja de identificarse con un esquema teológico definido.

Argentina es un país receptor de gente de diversos credos y herencias culturales. Esta receptividad es parte de nuestro ADN nacional. En este sentido, la concepción teológica de la nación no afecta de ninguna manera la convivencia entre los distintos sectores de la sociedad civil. Al contrario, sirve para aunar esfuerzos mancomunados para recobrar la prosperidad y cohesión social que alguna vez tuvimos. Una teología geopolítica une pasado y futuro, nos hace pensar en las grandes cuestiones que afectan al país y ayuda a navegar los grandes desafíos que tendremos que afrontar en las próximas décadas.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020.

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