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CORONAVIRUS: ÁFRICA SE AÍSLA DE EUROPA

Nota tomada de Süddeutsche Zeitung


Kenia fue el primer país del este de África donde se encontró el virus. (Foto: Yasuyoshi Chiba / AFP)

  • Debido al coronavirus, muchos países africanos han impuesto severas restricciones de viaje. Los europeos tienen que quedarse afuera.
  • Hasta ahora, oficialmente hay alrededor de 350 personas infectadas en al menos 30 países del continente, no tanto como en los países europeos.
  • El hecho de que el continente hasta ahora se haya librado de grandes brotes también podría deberse a la infraestructura que se ha construido durante la epidemia de ébola desde 2014.

Por Anna Reuss

Muchos países africanos se aíslan del coronavirus. La mayoría tiene restricciones estrictas de viaje. Túnez y Mauritania han expulsado a varios italianos por no cumplir con las medidas de cuarentena. África ahora está cerrando sus fronteras, y los europeos tienen que quedarse afuera. Si bien los aviones de Teherán aterrizaron varias veces a la semana en Alemania hasta el lunes, a pesar de que Irán está emergiendo como uno de los mayores centros de la pandemia, los africanos tomaron la iniciativa con mayor rapidez.

En Ruanda o Senegal, por ejemplo, las autoridades han prohibido todos los eventos públicos. Sudáfrica declaró una emergencia por desastre y canceló más de 10.000 visas. Argelia y Marruecos han suspendido el tráfico aéreo y marítimo a Europa. Pero también les tomó mucho tiempo a las aerolíneas africanas reaccionar después del brote en China y cortar sus conexiones. A fines de febrero, por ejemplo, los viajeros de China podían ingresar a Kenia; solo se les pedía que entraran en “auto cuarentena voluntaria”. El gobierno ha sido criticado por el público por regulaciones laxas. El gobierno de Nairobi ahora prohíbe que personas de países con casos denunciados de Covid-19 ingresen al país. 

Solo el tres por ciento de los africanos son mayores de 65 años.

Hasta ahora, oficialmente hay alrededor de 350 personas infectadas en al menos 30 países del continente, no tanto como en los países europeos. Hay diferentes explicaciones para esto: por ejemplo, no se informa a todas las personas infectadas porque los sistemas de salud son inadecuados. Según el Consejo de Relaciones Exteriores, un grupo de expertos, todos los países africanos contribuyen solo con el uno por ciento al gasto mundial en salud, aunque el 16 por ciento de la población mundial vive allí. Esto debilita la atención médica: en Italia hay 41 médicos por cada 10.000 habitantes; el promedio africano es de dos.

El alcance de la epidemia, como en Alemania, abrumaría los sistemas de salud. Sudáfrica, uno de los países mejor preparados del continente, tiene alrededor de 90.000 camas de hospital, ni siquiera 1.000 camas de cuidados intensivos para 56 millones de personas. La malaria, de la cual mueren 400,000 africanos cada año, y el coronavirus muestran síntomas similares en las primeras etapas. Esto complica un diagnóstico.

Después de todo, los estados tenían una ventaja inicial, ya que solo hace unos días los casos habían aumentado a pasos agigantados. Se han establecido centros de prueba en 33 países africanos; en enero solo existían en Senegal y Sudáfrica. Elsie Kanza, experta en África del Foro Económico Mundial, escribe en Namibia Economist que el continente se beneficia de la baja edad promedio: solo el tres por ciento de los africanos son mayores de 65 años.

El hecho de que el continente hasta ahora se haya librado de grandes brotes también podría deberse a la infraestructura que se ha construido durante la epidemia de ébola desde 2014. Esto podría mejorar la capacidad de los estados para rastrear y aislar casos. La última paciente con ébola fue dada de alta en la República Democrática del Congo a principios de marzo cuando se curó. En el punto crítico del brote, miles murieron a causa del virus. El recuerdo del ébola está presente en la mente de muchos africanos. Los gobiernos y las organizaciones internacionales saben lo que está en juego si llegase a haber brotes de coronavirus no controlados.

Sin embargo, el virus ahora está llegando a países marcados por crisis y por la guerra: Sudán informa un caso, al igual que la República Centroafricana. Burkina Faso será particularmente afectada. Como en otros estados del Sahel, allí los terroristas quieren paralizar el estado  y más de medio millón de personas que han sido desplazadas. El conflicto ha afectado la infraestructura de salud: alrededor de 1,5 millones de personas de Burkina Faso no tienen acceso a la atención médica. Hasta ahora, se han reportado siete casos, pero las organizaciones de ayuda temen que el virus a menudo no se pueda diagnosticar. Si se propaga en Burkina Faso, los expertos de la OMS predicen una tasa de mortalidad que es hasta diez veces mayor que el promedio mundial. Otros países africanos enfrentan amenazas similares.

Afrika schottet sich gegen Europa ab”, Süddeutsche Zeitung, <https://www.sueddeutsche.de/politik/coronavirus-afrika-grenzen-europaeer-1.4848766>.

EUROPA DESCONFÍA CADA VEZ MÁS DE LA OTAN

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de Clker-Free-Vector-Images en Pixabay

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es una alianza militar hoy compuesta por 29 países de América del Norte y Europa. Nació el 4 de abril de 1949 con doce miembros: Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Portugal, Gran Bretaña y Estados Unidos. En 1952 ingresaron Grecia y Turquía; luego se unieron Alemania Occidental (1955) y España (1982).

La OTAN, a fines de 1991, propuso un nuevo plan de seguridad para EEUU y sus aliados europeos, teniendo en cuenta que se había desplomado el telón de acero que pesaba sobre los países de la región bajo la órbita comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que los unió forzadamente mediante el Pacto de Varsovia. Al extinguirse la URSS y fragmentarse en 15 estados, inclusive se pensó que la OTAN ya no era necesaria; el enemigo principal había sido eliminado sin disparar un solo tiro. A la Federación Rusa —heredera del sitio de la URSS en el Consejo de Seguridad y principal parte de la extinta fuerza rival— se le prometió que la OTAN no se extendería hacia el este, pues el “peligro comunista” había desaparecido. No fue así, la alianza continuó su expansión y prácticamente ha cercado a Rusia, recreando en el siglo XXI el viejo fantasma del “corralito” sufrido por la URSS durante los largos años de la Guerra Fría. Al sentirse amenazada, Rusia ha reaccionado de diversas maneras y la tensión —bajo diferentes circunstancias— continúa, en lugar de haberse eliminado para siempre. Esta es una crítica muy justificada que se le hace a la OTAN: haber alejado a Moscú en lugar de alentar un esquema de cooperación mutua.

Otra crítica usual a la OTAN es la “comodidad” europea, ya que EEUU lleva el peso del financiamiento. Ese contexto está cambiando desde que Donald Trump expresó que los europeos deben aportar más al sostenimiento de la alianza, pero como al mismo tiempo las contradicciones del presidente estadounidense han sembrado desconfianza, persiste una situación de impase.

Ante este incierto panorama, dos importantes miembros (Francia y Alemania) están escudriñando la posibilidad de una OTAN propia desligada de EEUU. Al respecto de lo expresado, hace poco el presidente francés Emmanuel Macron emitió una severa advertencia sobre el futuro de la OTAN, diciendo que los países europeos ya no pueden confiar en EEUU para su defensa. Macron dijo que Europa se encuentra “al borde de un precipicio” y necesita comenzar a pensar estratégicamente como un poder geopolítico autónomo, dado que de no hacerlo el viejo continente corre el riesgo de no ser capaz de controlar su destino. Es más, Macron manifestó con crudeza que la alianza atlántica actualmente tiene “muerte cerebral”, dado que no existe coordinación con Washington.

El mandatario galo también criticó duramente la acción ofensiva de un miembro de la OTAN (Turquía) contra los kurdos en Siria, acción ejercida sin previo consenso entre los miembros de la alianza y en un área conflictiva donde se juegan muchos intereses.

En la OTAN, pese a sus siete décadas, crece la desconfianza mutua. Habrá que ver lo que le deparará el futuro a esta controvertida organización.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://www.eldeber.com.bo/156901_europa-desconfia-cada-vez-mas-de-la-otan

LA BATALLA DE WATERLOO, 204 AÑOS DESPUÉS

Agustín Saavedra Weise

El 27 de febrero de 1815 el derrocado emperador francés Napoleón Bonaparte escapa de la Isla de Elba e inicia sus famosos “100 días”. El corso retornó a Francia en medio del aplauso mayoritario de la población y reasumió de inmediato el mando de la nación gala. El emperador no anticipó debidamente las reacciones de sus principales rivales europeos (Inglaterra, Holanda y Prusia), que decidieron poner rápidamente un drástico punto final a la hegemonía napoleónica en el continente. Presurosas, las citadas potencias formaron un gigantesco ejército para derrotarlo en forma concluyente. Cuentan las crónicas que cada uno de los aliados se comprometió a poner 150.000 hombres para vencer a Napoleón. El Emperador —si quería mantener el poder que había recuperado— debía intentar golpear primero, aprovechando la lealtad y eficacia comprobada de sus soldados.

El decisivo enfrentamiento comenzó con escaramuzas y combates pocos días antes, específicamente el 14 de junio de 1815. Bonaparte agrupó —con su característica habilidad— a lo largo de la frontera franco-belga más de 120.000 hombres y sin conocimiento de la tropa enemiga, que estaba a 150 kilómetros de distancia. La principal fuerza anti Bonaparte estaba formada por dos contingentes: la milicia anglo-holandesa al mando de Sir Arthur Wellesley (el Duque de Wellington) y un aguerrido cuerpo prusiano bajo las órdenes del príncipe y mariscal de campo, Gebhard Leberecht Von Blücher. Estos aliados doblaban en número de efectivos al ejército imperial. Conociendo su desventaja numérica, Napoleón percibió que la única manera de triunfar era posible si lograba dividir al enemigo y aprovechaba al máximo la posesión del terreno. Contaba para ello con la enorme experiencia y fidelidad de su curtido ejército.

La historia relata que —de acuerdo con su plan inicial— el corso sorprendió a los aliados y les infligió varias derrotas parciales, pero estas no pudieron transformarse en totales. Pese a su reconocido genio como estratega, Napoleón —en grave error— separó inútilmente las tropas galas con el fin de perseguir a la caballería prusiana y, por otro lado, los generales que lo colaboraban no supieron explotar adecuadamente el tan favorable factor sorpresa en las arremetidas contra sus persistentes rivales. El 16 de junio Napoleón arremetió fieramente contra Blücher y Wellington antes de que aglutinaran sus fuerzas; obtuvo una significativa victoria inicial, pero los franceses no pudieron romper el frente de combate. Y mientras los aliados hábilmente mantuvieron fluidos sistemas de comunicaciones entre ellos e inclusive los continuaron durante la retirada prusiana, que solo fue de valor táctico y engañosa, como se comprobó después. Al ver que Blücher y sus hombres seguían retrocediendo Napoleón pensó —equivocadamente— que era el momento de asestar un golpe decisivo al grupo expedicionario británico. Fue así como el 18 de junio de 1815 en Waterloo (localidad ubicada en las afueras de la capital belga, Bruselas) comenzó la última fase de la batalla. Los ingleses aguantaron cuanto pudieron las embestidas galas. Es más, estaban a punto de derrumbarse cuando la llegada de las primeras avanzadas de Blücher comenzó a reforzarlos y progresivamente la balanza se inclinó a favor de la alianza. A las ocho de la noche de esa fatídica jornada los aliados soportaron una última y heroica carga de la famosa Vieja Guardia Imperial, pero la suerte ya estaba echada. La derrota francesa fue total. Wellington se adjudicó el triunfo y así lo reconoce la historia, pero sin Prusia y Blücher todo podría haber sido diferente. Los germanos fueron determinantes en el colapso de las tropas napoleónicas.

Y aquí un detalle curioso que casi nadie menciona y que tal vez fue determinante para el fracaso imperial. Napoleón —al igual que otros grandes conquistadores del pasado como Aníbal o Julio César— será siempre polémico. En muchas cosas Bonaparte fue un destacado innovador, particularmente en tres de las cuatro dimensiones de la estrategia: a) en el nivel operacional fue supremo; b) la parte social la manejó magistralmente, con él se gestó el concepto de nación en armas; c) Bonaparte además supo comprender la importancia de la logística para aprovisionar sus enormes ejércitos y movilizarlos con facilidad; d) ¡Ah! Pero falló en la parte tecnológica, la cuarta dimensión de la estrategia. Aunque innovó en muchas otras cosas, Napoleón nunca consideró lo aéreo. Era básicamente un hombre de tierra y apenas de mar; no comprendía ni conocía lo que podía brindarle el potencial dominio del aire, en esa época aún en pañales, pero que ya estaba iniciando su avance con el globo aerostático inventado por sus compatriotas, los hermanos Joseph-Michel and Jacques-Étienne Montgolfier.

Sin darle nunca importancia al cuerpo de globos (paradójicamente creado por él mismo) Napoleón finalmente lo disolvió por considerarlo “inútil”. Para colmo, poco antes de Waterloo, el enfrentamiento brevemente narrado que terminó para siempre con su preponderancia político-militar en Europa. Por confiarse únicamente en las palomas mensajeras, el corso no pudo conocer con anticipación el avance del prusiano Blücher luego de su triquiñuela de retirada, movimientos que fácilmente podrían haber sido avizorados desde el aire mediante los globos y ser neutralizados. Y como se sabe, la oportuna y sorpresiva llegada del prusiano fue decisiva para desequilibrar el combate. El desprecio de Napoleón por la nueva tecnología le costó un imperio. De ahí el colapso de Bonaparte frente a los aliados de la “pérfida Albión”, apelativo de naturaleza despectiva usado por los franceses para tipificar a Inglaterra, la enemiga eterna del país galo.

La batalla de Waterloo tuvo enorme repercusión histórica; la segunda abdicación de Napoleón fue irreversible. Su estrella político-militar se extinguió definitivamente con su exilio y posterior muerte en Santa Helena. Las reverberaciones de la revolución francesa llegaban a su fin y se iniciaba en Europa un nuevo período signado por el equilibrio continental de poderes entre las principales potencias, homologado luego en el famoso Congreso de Viena de 1815.

Después de Napoleón no surgió ningún otro aspirante a conquistador europeo hasta bien entrado el siglo XX, cuando Adolf Hitler intentó una vez más la dominación bajo moldes totalitarios y provocó la Segunda Guerra Mundial. Waterloo marcó el fin de un genio militar y de una convulsa era sociopolítica en el viejo continente. También fue el comienzo de otra etapa europea: la del equilibrio de poder, un balance de fuerzas que —con altibajos— a partir de 1815 perduró por bastante tiempo y terminó trágicamente en Sarajevo el 28 de junio de 1914 con el atentado contra el heredero de la corona austríaca, hecho que pocos meses después precipitó el inicio de la primera gran contienda universal.

En los próximos días —como es usual todos los años— se les rendirá homenaje a victoriosos y derrotados, al celebrarse —en las cercanías de Bruselas y en la misma villa de Waterloo—, el 204º aniversario de un histórico combate que marcó el fin de una era.

 

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://www.eldeber.com.bo/opinion/La-batalla-de-Waterloo-204-anos-despues-20190614-9208.html