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PROGRESISMO Y SALSA HUMANA

Marcos Kowalski*

Propician la instauración del progresismo, la sanción de leyes provenientes de un internacionalismo, que denigran las formas y el fondo de la educación, destruyen los valores del hombre argentino, menosprecian los símbolos patrios.

 

Desde el momento en que el ser humano dejo evidencias escritas sobre su existencia, unos 4.000 años antes de Cristo, en Sumer, testimonió sus emociones, sus necesidades, su organización y sus costumbres, es decir comenzó a contar la historia, a dejar registro escrito de los valores del comportamiento del hombre en cuanto tal, su vinculación con Dios, su sentido religioso y la influencia telúrica que lo ataba al suelo de sus orígenes y a sus comunidades con sentido de pertenencia, los dos sentidos que mueven la humanidad.

Si analizamos al sujeto humano en forma ontológica, comprobaremos que su esencia no ha cambiado mucho desde sus comienzos históricos hasta hoy. Con los griegos aparecía el pensamiento filosófico, el paso del mito al logo y se establecieron las bases del pensamiento moderno occidental, pero los valores del ser humano, su sentido religioso y su sentido social, como integrante de su comunidad no cambiaron, solamente los filósofos lo trataron de explicar.

Nada hubo, ni hay, nuevo bajo el sol, salvo la vanidad de algunos que, sin conocer la historia humana, o queriendo contrariarla, sin tener en cuenta los sentidos religiosos y de nacionalidad, fueron elaborando hipótesis que ponen al hombre en un centralismo a expensas de la fe en Dios y despreciando su pertenencia al solar patrio. Es la búsqueda de una “humanidad” de ficción, que siempre se les viene escapando por estar despegada de la verdadera esencia humana, la salsa que mueve la vida a través de los tiempos.

El intento vano de desviar la humanidad de la cultura greco-romana-cristiana, toda injerencia en la salsa humana del hombre, nos lleva a padecer imposturas pretenciosas que intentan imponer como normal la contra-natura de minorías que escudados en presuntos nuevos valores “progresistas” pretenden imponerlos con un dogmatismo y una intolerancia absoluta a toda opinión diferente, dedicándose a destruir los valores históricos, el sentido religioso y nacional del ser humano, que se formaron a lo largo de los siglos.

Como ejemplo podemos ver que la discusión sobre los derechos de género de hombres y mujeres se ha convertido en una fantasmagoría total, donde estas acciones llevadas a cabo bajo la bandera del progreso son un error. La idea de que un niño tenga el derecho para determinar su género debería ser considerado como un verdadero crimen de lesa humanidad.

El carácter soberbio, la personalidad desmesuradamente egoísta y ególatra impulsada desde el “Leviatán” de Hobbes, el hedonismo como único motor el hombre, haciendo que bajo la premisa de que la esencia humana es en realidad una “construcción” cultural, quieran estos “pensadores”, llenos de sus imposturas intelectuales, des-construir, es decir destruir, lo que por su mala interpretación de la historia llaman paradigmas culturales.

Es así como vemos que la promoción de ideologías individualistas y materialistas como el liberalismo y el comunismo derivan en la formación de grupos sectarios, que creen, piensan y sienten que cualquier modificación o evolución a su pensamiento único no es posible. Es el fanatismo propio de los que creen ser dueños de la verdad absoluta.

Es el fanatismo lo que hace creer a toda costa algo increíble. No se somete ante lo evidente, sino a lo que escapa a la racionalidad. Por ello, hay personas inteligentes y racionales en diversas facetas de su vida pero que, en cambio, pueden ser fanáticas en otras, en realidad pretendiendo calmar sus ansiedades personales.

Al no tener en cuenta la verdadera esencia humana, al SER que se opone a todo lo que no es y jamás será y lo hace mediante la libertad, que justamente es aquello que mueve, que transforma, que impulsa, que troca la posibilidad en realidad, ese SER que con sus sentidos, religioso y nacional y haciendo uso de su libertad se opone y reacciona frente al pensamiento “progresista”.

Es entonces que el iluminado progresista sufre la tremenda frustración de ver fracasar sus intentos de materializar el “cambio” y el pretendido “hombre nuevo” que se propuso generar, vuelve a ser el viejo hombre de siempre, porque todos los entes son fieles a su esencia y siempre vuelven a sus bases originales, máxime cuando el “progresismo” no resulta natural, haga lo que se pretenda hacer para cambiarlos.

Recordemos que los estudiosos de la psiquis, como Freud, terminaron reconociendo que “el instinto humano es perfecto e inmutable”, que Carl Jung, contrarió en ideas a Freud en cuanto a vincular la “libido” solamente a lo sexual, definió lo que llamo “inconsciente colectivo” como una forma de fuerza vital, como explicación a lo que nosotros damos en llamar sentido Nacional del ser humano.

No se puede entonces propiciar el “cambio” si no una evolución. En los entes, en los SERES, no se puede cambiar su razón para SER; en el humano en particular, se pueden enriquecer sus pensamientos mediante distintos estímulos, pero no cambiarlo. El hombre hoy como siempre se cocina en su propia salsa y no en la que le quieren imponer olvidando su naturaleza.

No todo es objeto de debate o de crítica, como pretende el progresismo, que a partir de la escuela de Frankfurt impulsa la filosofía crítica. Ni existe el multiculturalismo de Heidegger sino deferentes formas de entender la cultura; se pueden discutir ideas, pero el hombre no puede salirse de sí mismo, de su instinto, en definitiva, de su esencia.

La pretensión intelectual del “progresismo” es en realidad una ficción que acompaña a las socialdemocracia, al liberalismo, al neoliberalismo, al movimiento libertario y al neomarxismo, a todas a las ideologías derivadas del materialismo dialéctico y del sentido hedónico, que tiene al egoísmo como motor de las acciones del hombre y desatiende el factor altruista que es el que motiva al ser humano como esencialmente social.

En el caso de Argentina, la influencia de poderosos poderes internacionales que intentan el manejo de una globalización cultural, propician la instauración del progresismo, la sanción de leyes provenientes de un internacionalismo, que denigran las formas y el fondo de la educación, destruyen los valores del hombre argentino, menosprecian los símbolos patrios, para desnacionalizar la comunidad, comprometiendo a la Nación, mediante préstamos impagables que se garantizan con la dependencia.

Todo esto cuenta con la participación concreta de una casta política desprendida de todo apego al patriotismo y complaciente con el internacionalismo, que se presenta en cada elección, con varias opciones de la misma cosa, todas caras de la misma moneda liberal-libertaria-progresista-neo-marxista, opciones que están organizadas como resultante de un juego, que es en realidad, una gran interna de facciosos apátridas.

La Nación Argentina está a merced de una “casta política” apátrida que la pone en un estado total de postración, en lo político y económico, pero sobre todo en lo cultural y espiritual. Apátridas que pretenden hacernos perder la conciencia de nuestra argentinidad, haciéndonos digerir una contracultura mundialista y renegar de nuestra autentica Tradición Nacional y de nuestra historia.

Para poder volver a dimensionar al hombre en su esencia, solo hace falta llevarlo a hacer consiente nuevamente los valores ocultos en su inconsciente colectivo, hacer que descubra nuevamente su sentido Nacional, la historia común con otros compatriotas, en la comprensión que de ello se desprende su presente y futuro para poder llevar adelante sus propios proyectos de vida, la de sus descendientes y su comunidad.

Se deben reconquistar los valores culturales y los símbolos que nos identifican y aúnan como argentinos, rescatar desde el fondo del alma de cada uno y de la mayoría de los ciudadanos, el sentimiento nacional oculto, destituyendo los mitos de imposturas que contra la naturaleza, promueven bajo el pretexto de valores universales destruir nuestra humanidad, nuestra cultura y nuestra Nación.

No nos queda más que reiterar lo que dijimos un sinfín de veces; comprendemos el derrotismo, escepticismo y desesperanza de muchos, pero no lo compartimos, creemos en el sentido Nacional de los argentinos y que hay muchos patriotas dispuestos a servir a la Patria pero involucrémonos en una lucha inquebrantable, inteligente y dirigida con astucia y sabiduría y pidiendo la ayuda de Dios para volver a ser una Nación de compatriotas libres.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

Publicado originalmente en Restaurar el 27/10/2021, http://restaurarg.blogspot.com/2021/10/progresismo-y-salsa-humana.html

GLOBALISMO Y PODER BUROCRÁTICO EN EL SIGLO XXI

Adrián Rocha*

The Trial (Orson Welles, 1962)

Analistas y consultores comienzan a pergeñar hipótesis acerca del lugar que le tocará a Estados Unidos y a China una vez que la pesadilla del coronavirus termine o, al menos, se disipe considerablemente. Hay pronósticos de distinto orden y calado: algunos afirman que China será el actor más afectado por la crisis, mientras que otros auguran lo contrario. Tal vez convenga reflexionar primero sobre las capacidades de los estados a la hora de diseñar programas de reactivación y de adaptación para el conjunto de circunstancias que emerja cuando el virus deje de ser una amenaza. También es un momento oportuno para analizar el impacto de esta singular crisis en los derechos civiles, los cuales pueden verse afectados en lo que hace a la seguridad de la información y de movimientos físicos y virtuales de las personas, debido a la fuente de datos que significan los teléfonos móviles y al registro de los algoritmos acerca de nuestra conducta virtual (Virtual Behavior Settings).

En fin, cuestiones que atañen a la privacidad que, como se sabe, viene siendo sometida a estrictos análisis desde que Internet pasó a ser el alter ego del mundo material.

Las capacidades del Estado y el rol del sector privado

Hay tres variables que jugarán un papel decisivo en la gestión de los efectos económicos y sociales de la pandemia: las capacidades burocráticas de los estados, corporaciones y organismos internacionales (entre las que cuentan, fundamentalmente, el cuerpo diplomático y los policymakers); la incidencia de las organizaciones del tercer sector (que pueden establecer canales de comunicación por fuera de la estructura estatal); y la dinámica del intercambio económico y del sector privado (cuánto y cómo se comercie, sobre todo a nivel internacional, y qué proyecciones se efectúen respecto del mercado laboral). Si bien estos tres elementos son siempre relevantes, lo que importa para el análisis actual es la mayor interdependencia que entre ellos se establecerá por constricción de las circunstancias; es decir, la nueva mixtura de gestión que resulte de esa mutua dependencia. La “telaraña” que une a los agentes del sistema podría volverse, por lo tanto, mucho más robusta y pegajosa, lo cual crearía incentivos suficientes para que esos agentes establezcan vinculaciones que, colateralmente, implicarían una mayor distancia para con la sociedad civil.

Aunque hay quienes estiman que el Estado será el principal protagonista en el escenario posterior a la crisis, las tendencias previas al advenimiento del COVID-19 permiten entrever que sector público y sector privado serán, a partir de ahora, igualmente relevantes, ya que si bien el Estado y los organismos multilaterales tendrán el enorme desafío de gestionar los recursos con la mayor eficiencia posible (de allí la importancia de las capacidades burocráticas), la creación de empleo recaerá lógicamente sobre las empresas medianas y, especialmente, sobre las corporaciones, pues el sector público afrontará gastos entre los que seguramente cuenten aquellos destinados a quienes más afecte la crisis pero, por ello mismo, no será un vigoroso generador de empleo ni de riqueza; por el contrario, necesitará extraer más recursos del sector privado. Por lo tanto, deberá elaborar una innovadora ingeniería tributaria y de incentivos para que la productividad y el empleo aumenten.

Globalismo y jaula de hierro

La estructura del comercio internacional, por su parte, acentuará la interdependencia compleja. El globalismo saldrá fortalecido, pero bajo un paradigma impensado. No hay razones para desestimar que el sistema internacional se vuelva más interdependiente. Por eso, los estados que resistan este proceso podrían quedar desfasados, con todo lo que ello implica, pues las brechas productivas y del conocimiento preexistentes se profundizarán. Así, el comercio entre naciones y la capacidad de adaptación de éstas a un mundo que será, contra-intuitivamente, mucho más globalizado, partirán de mayores niveles de competitividad, pues la magnitud de la revolución tecnológica ha transformado definitivamente los patrones de competencia. En ese sentido, es probable que mientras más se cierren las economías, más costos paguen en materia de importaciones y créditos.

Las burocracias públicas y privadas adquieren entonces un rol decisivo como gestoras de articulaciones entre estados, empresas y agentes locales, así como las organizaciones del tercer sector, ya que en sus capacidades de vincular actores de peso en la toma de decisiones residirá la efectiva promulgación de programas productivos interestatales y multilaterales. En este contexto, la diplomacia clásica podría recuperar su papel histórico, pues la distancia entre esos actores decisivos del sistema y las sociedades tenderá a acentuarse, lo cual hará más fuerte el papel de mediadores e intermediarios, de burocracias públicas y privadas. En fin, de los alfiles del sistema.

La otra cara de este acrecentamiento del poder burocrático, en un contexto de auge del bilateralismo, es la consolidación de las camarillas y de los acuerdos cerrados. El espíritu del sistema Metternich parece infundir un clima internacional en el que el secretismo y la Razón de Estado ofician de anfitriones. Un mundo restaurado (1964), tal como llamara Kissinger a la “política del conservadurismo en una era revolucionaria”. Paradojas de la historia: el momento de mayor intercambio de información y apertura comunicacional que jamás se haya conocido encuentra su anverso en la prevalencia de la rancia Razón de Estado, que observa con sigilo y sabiduría la inocencia de los hombres. Acaso deban despejarse las confusiones: realmente contradictorio sería, en una época de publicitación constante de la intimidad, en un mundo que cultiva con empeño lo exotérico, que no existiera una dimensión encriptada o esotérica de lo estatal. La autonomía de lo político, en efecto, parece jugarse hoy en ese campo, mientras las sociedades palpitan las salpicaduras que desde allí drenan hacia ellas.

Una estructura sobredeterminada por dos gigantes

El efecto de las transformaciones tecnológicas en el mercado laboral incitó a muchos economistas a pensar en la posibilidad de un ingreso ciudadano universal. Ese pronóstico, que continúa siendo atinado, deberá pensarse ahora bajo condicionamientos absolutamente distintos respecto de aquellos para los que fue ideado. Asimismo, estados y empresas deberán sentarse seguidamente a una ardua mesa de negociación en la que las asimetrías previas pesarán mucho menos. Es decir, la preponderancia que la esfera administrativa-estatal ejercía sobre algunas áreas será ahora contrapesada por el “efecto igualador” que produzca la crisis. De la misma manera, la autonomía decisora y transnacional a partir de la cual las corporaciones actuaban (mediante la relocalización productiva, por ejemplo) también podría verse afectada. De todos modos, los cambios que se avecinan, por más traumáticos que fueren, no harán que las asimetrías se aplanen entre todos. No se asistirá ni al fin del capitalismo ni al fin del Estado. Es probable que la vinculación entre estados y corporaciones cambie hasta tal punto que algunas de ellas vayan asumiendo un lugar cada vez más sustancioso en la esfera pública, fenómeno que, por cierto, ya viene ocurriendo: las empresas tecnológicas y cibernéticas cuentan hoy con bases de datos equiparables a las de muchos estados, aunque eso no aplica a todos los países por igual, ya que algunos son considerablemente más fuertes que otros (lo suficiente como para debilitar relativamente el poder de esas empresas o para exigirles, cuando menos, un trabajo conjunto).

La disminución de asimetrías que arroje la crisis posiblemente se dé sólo entre Estado y sector privado, en detrimento de la sociedad civil, dentro de la cual se encuentran, técnicamente, las corporaciones. Pero la nueva situación podría producir una alteración, que de alguna manera ya venía registrándose. Es ahí en donde anida el peligro del autoritarismo en el horizonte, pues la mutua implicancia de los aspectos económicos y sociales por parte de ambos actores podría promover, como contrapartida, un reforzamiento de las estructuras de control, en el marco de un debilitamiento pronunciado de las libertades individuales. Esto debería quedar claro: toda preocupación por el mundo que viene debe partir del lugar que en él le toque a las libertades civiles.

Así, esta suerte de reseteo de las condiciones de partida, este aparente “grado cero” de la historia pero sin “velo de ignorancia” ni “posición originaria” (pobre Rawls), sería más bien un reseteo del vínculo entre burocracia y sociedad civil, en perjuicio de ésta. Un reset en el que el despotismo burocrático esbozado por Weber podría asomar mediante una inesperada prestidigitación de la historia: aquella que vincularía, por constricción, burocracias públicas y privadas. Un ambivalente ardid de la razón (de Estado) que ni Karl Löwith leería en clave providencial (allá Hegel).

Resulta evidente que la relación que tiende a consolidarse entre estados y corporaciones estará sobredeterminada por los movimientos de la gran partida de Go que hace pocos años comenzaron a jugar —y ahora sí debe pensarse en ellos— los dos gigantes de la actualidad: China y Estados Unidos, además de Rusia y de la debilitada pero siempre pujante Unión Europea. La tensión entre democracia liberal y autoritarismos se muestra, al fin y al cabo, más vigente que nunca.

 

* Licenciado en Ciencia Política, Universidad Abierta Interamericana (UAI). Analista político internacional en Open Democracy <https://www.opendemocracy.net/>.

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LO REAL ES BIOPOLÍTICO, Y EL FALSO DILEMA ENTRE ABRAZAR LA PESTE O NEGAR EL PODER

Juan José Borrell*

Fuente: Imperial College London, <https://www.imperial.ac.uk/>.

Hay “un fantasma” que recorre el mundo, y no pareciera ser el espectro del capitalismo. Mientras que los enfermos por el virus COVID-19 continúan aumentando en todo el planeta, avanza también algo, una “cosa” que ha adquirido entidad, configurándose en una fantasía real. Han denominado ese algo —de manera superficial— a partir del soporte microbiológico y por su nebulosa espacialidad: “pandemia de coronavirus”. Pero la dimensión microfísica, no visible de la cosa, apenas cuantificable por el número de infectados y muertos —de nuevo superficialmente—, opaca la sustancia de eso real.

La sustancia de ese algo, que como arriba menciono no es sinónimo del virus observable con microscopio, viene vorazmente alimentándose no sólo de vidas humanas sino que también de toda suerte de especulación, imaginario y construcción discursiva. Ha logrado captar la atención mundial y está hoy en el epicentro de los asuntos internacionales. Algunos formulan analogías con la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, mientras que otros refieren a un arma biológica plantada intencionalmente por potencias de la OTAN en China (incluso diplomáticos del gigante asiático así lo infirieron). Varios señalan laboratorios secretos y la agenda de una élite eugenésica para reducir la población mundial más vulnerable. Para unos pocos no es más que pura paranoia y los índices son apenas los de una gripe común.

Lo cierto es que por la naturaleza no perceptible de la cosa —sino que a través de los efectos letales en el cuerpo humano— su ubicuidad mundial y sorpresivo ataque, ha llevado a que algunos refieran a un “enemigo invisible”. Una suerte de caballo de Troya nanométrico que subrepticiamente vulnera el factor de poder más importante de una nación: su población. Aunque esto en sí mismo no es evidencia de que estemos frente a un arma biológica, en cierto modo se ajusta a lo que anunciaban estrategas de décadas atrás sobre la evolución de las generaciones de la guerra hacia formas asimétricas e irrestrictas. De ser la situación, ¿qué tipo de conflicto se estaría librando y quién sería el enemigo? Ese algo que nos ataca: ¿es el autor de la agresión o apenas el instrumento? Existen antecedentes de elevar al rango de amenaza y atribuirle carácter ontológico a un proceso o fenómeno singular, es decir confundir el medio y tomarlo como la entidad agresora. Desde el anuncio del fin de la Historia e inicio de la era globalista pos-nacional, lo amenazante se presenta en tanto universal.

El mismo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU), Donald Trump, refirió días atrás que esto «es una guerra»[1]. Canceló todos los vuelos desde y hacia China, y cerró parcialmente sus fronteras con México y Canadá. También el presidente Emmanuel Macron, haciéndose eco del análisis del Director General de Salud durante la crisis del SARS, William Dab[2], anunció el lunes 15 de marzo que la situación es tal «como un estado de guerra». Por lo que Francia, uno de los pilares de la Unión Europea, cerró unilateralmente sus fronteras nacionales. Otros países del espacio Schengen como Italia y España con elevados niveles de contagio habían cerrado ya sus fronteras y prohibido la circulación interna de personas con una estricta cuarentena. Bruselas como furgón de cola anunció la restricción de ingresos innecesarios al espacio de la Unión, y Rusia cerró también sus fronteras.

A principios de marzo, Foreign Affairs afirmaba ya que «la pandemia es una amenaza para la seguridad nacional»[3]. Por su parte el Centre for Global Infectious Disease Analysis del Imperial College London, ponderaba unas semanas después en un reporte que la «actual amenaza para la salud pública» a causa del Covid-19 representa la más seria desde la pandemia de gripe del año 1918 (H1N1) mal llamada “gripe española”, la cual llevó a la muerte en sólo un año entre 20 y 40 millones de personas[4]. La prognosis proyectada del ritmo de contagios para el próximo trimestre (en el hipotético caso de ausencia total de medidas gubernamentales de mitigación), alcanzaría a más del 80% de la población del Reino Unido y EEUU con un escenario de víctimas fatales de más de medio millón y de 2 millones de personas respectivamente. De aquí la recomendación de los especialistas de que es vital toda acción para ralentizar la curva de contagio, lo cual implica medidas de aislamiento durante casi un año y eventualmente la inoculación masiva de alguna vacuna que llegue a aparecer.

Al ritmo de los medios masivos de comunicación preanunciando la inminencia de la amenaza global y recomendando distancia social, en las grandes urbes las personas se amontonaban en supermercados para compras compulsivas de alimentos e insumos de higiene. La singular reacción de miles de estadounidenses pareciera indicar que la guerra que se avecina sería de tipo civil: la venta de armas y municiones fue récord en cuestión de días[5]. Curiosa forma de prepararse para el día después del desembarco del monstruo, seguramente influenciada por años de bombardeo de películas apocalípticas con ciudades saqueadas, falta de suministros, estado colapsado, zombis correteando y el regreso a un estado de naturaleza pre-hobbesiano. En aquel caso, el conciudadano es el posible enemigo que se teme, más que al propio virus.

Al momento, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el número confirmado de personas contagiadas supera ya las 230.000 en más de 170 países y territorios, y los decesos ronda la cifra de 10.000 (y contando)[6]. Varios epidemiólogos de centros universitarios consideran que el número de infectados y muertos es significativamente mayor[7], ya que en algunos países no existen centros especializados para analizar las muestras de todo su territorio o bien hay numerosos casos de contagio que no se han tomado muestras.

Así y todo, no es posible predecir el número final de infectados y muertos que tendrá el virus, menos las pérdidas económicas a escala mundial. Pero lo que resulta evidente a primera vista es que a medida que avanza globalmente ese “algo” amenazante, paradójicamente las fuerzas que impulsan el globalismo parecieran retraerse. El sistema financiero mundial se derrumba como un castillo de naipes poniendo en evidencia que su soberbia riqueza posee escasa sustancia material. Precios inflados de commodities, cotizaciones en bolsas, acciones, ventas a futuro, bonos, swaps, intereses de intereses… toda una espuma evanescente a medida que avanza “eso”. Tras su paso, ¿modificará los circuitos financieros de forma definitiva o la sacudida sería insuficiente para lograrlo? Mientras tanto, la tendencia de adquirir grandes empresas y bienes estratégicos a precio de ganga, ¿llevará a un mundo más multipolar o a la definitiva hegemonía de una única superpotencia mundial?

Otros pilares también del globalismo como los organismos internacionales demuestran nuevamente su inutilidad para hacer frente a crisis extraordinarias: las mismas OMS y FAO tipifican de pandemia (no infecciosa) a la obesidad, cuando la cantidad de niños menores de 5 años con retraso del crecimiento y emaciación por hambre supera los 200 millones en el mundo. Verdaderos muertos en vida que no movilizan ninguna alarma planetaria.

Por lo pronto la tendencia mundial es hacia una reafirmación del Estado en la toma de decisión. Declarar el estado de excepción o emergencia ha suspendido hasta el discurso de la libertad y fraternidad universal. De aquí que varios gobiernos portaestandartes del aperturismo cierran temporariamente sus fronteras, suspenden el transporte por buques, trenes y aviones (nacionalizan empresas como Alitalia), ordenan sacar fuerzas armadas y policiales a la calle para vigilar el cumplimiento de la contención, y en definitiva se ven obligados a planificar, controlar y decidir en pos del bienestar del soberano. Los bandos políticos aparentemente opuestos se presentan juntos frente a la crisis y emiten postales de unidad republicana de cara al electorado. Ministerios y secretarías de Salud Pública cobran imponderable valor y la situación de los sistemas domésticos de sanidad pasa a ser el termómetro de ultima ratio de la efectiva gestión del presupuesto estatal. Ninguna facción nacionalista o cataclismo político —ni siquiera el colapso de la Unión Soviética— logró tanto en tan poco tiempo como ese algo amenazante.

En el hormiguero urbano se suspende lo superfluo (y mucho más también). El consumo narcisista, el spleen del shopping, feriados, melifluos panfletos, marchas reivindicativas, y paritarias sindicales. Hasta suena reconfortante atrincherarse en el propio domicilio a esperar que el ángel exterminador pase, y que todo fragor se limite a disputarse rollos de papel higiénico en el supermercado con un anónimo vecino que mira con cara de: “¿y tú cuántos virus letales vienes fermentando?”. No hay estruendos, no hay fuego, los enfermos caen silenciosamente y los muertos son una cifra en pantalla. Este singular “estado de guerra” no parece ser lo que comúnmente se representa como tal. Incluso da lugar a la negación: ¿está esto realmente pasando? O peor aún, como algunos defensores light de los buenos valores religiosos plantean: ¿por qué tanto bullicio si afecta “nomás” a los grupos de riesgo? (ancianos, personas de tercera edad y con afecciones cardíacas previas, hipertensión, inmunodeprimidos, etc.). Para los neo-utilitaristas (disfrazados de creyentes o no) ese algo monstruoso es una inevitable oportunidad para sacarse de encima los indeseables y “menos aptos”. Una eutanasia accidental y limpieza natural que la cancelación de la “ética indolora del nuevo tiempo democrático” —en palabras de Gilles Lipovetsky— permite dejar aflorar en tiempo de guerra. Ese algo puede implicar incluso el riesgo de comprobar amargamente que hasta el civismo, las buenas maneras y valores tradicionales del tiempo de paz también se cancelan como algo superfluo.

Pero la más álgida de las negaciones frente a ese algo aterrador, que saca a flote la estulticia y la ciega creencia en la responsabilidad de aquellos que llamamos gobierno en la periferia, es cuando mella la capacidad de toma de decisión que le fue atribuida mediante el ritual del sufragio. El filósofo Slavoj Zizek en su libro Irak. La tetera prestada (2006), interpreta la lógica del poder a partir de un viejo chiste en una secuencia argumentativa: «1) Jamás me prestaste una tetera; 2) te la devolví intacta; 3) la tetera ya estaba rota cuando me la prestaste». La inoperancia e hipocresía en los discursos recientes de algunos ministros nacionales se pueden leer bajo la misma figura: 1) “No tenemos ninguna posibilidad de que exista el coronavirus en el país”; 2) “Todos los casos detectados han sido casos leves”; y 3) “Yo creí que iba a llegar más tarde”…

Como mencioné públicamente en ocasiones anteriores[8], si los que tienen a su cargo la toma de decisión de la alta política estatal no comprenden o ignoran la profundidad de los asuntos estratégicos y la dimensión geopolítica donde interactúan diversos poderes, el costo para la defensa nacional será muy alto. Como los momentos de crisis nos vienen a recordar, está puesta a examen la calidad y solidez institucional, donde el costo no es perder una votación sino la vida de miles de personas. Vale reiterar que la población es el principal factor de poder a defender de una nación; y que en teoría, el tiempo de la paz es el tiempo político de preparación para el tiempo excepcional de la guerra.

Frente a la amenaza de ese algo invisible y monstruoso que se ha configurado, que realmente puede transformar el cuerpo en un campo de batalla microfísico, se presenta una ventana histórica de oportunidad para retomar la senda de un proyecto nacional. Prescindir de lo superfluo, contar con lo básico: territorio, población y… ¿gobierno?

El momento es ahora.

* El autor es Profesor Titular de Geopolítica en la Universidad de la Defensa Nacional (ESG, UNDEF), Buenos Aires.

 

Referencias:

[1] “Coronavirus: Trump puts US on war footing to combat outbreak”. En: BBC News, 19/03/2020, <https://www.bbc.com/news/world-us-canada-51955450>.

[2] Vey, Tristan. “Coronavirus: “Il faut prendre conscience que nous sommes en état de guerre”. En: Le Figaro, 15/03/2020, <https://www.lefigaro.fr/sciences/coronavirus-il-faut-prendre-conscience-que-nous-sommes-en-etat-de-guerre-20200315>.

[3] Monaco, Lisa, “Pandemic disease is a threat to national security”, en Foreign Affairs, 03/03/2020,

<https://www.foreignaffairs.com/articles/2020-03-03/pandemic-disease-threat-national-security?utm_medium=promo_email&utm_source=promo_2&utm_campaign=st020-camp2-registr-panel-b&utm_content=20200319&utm_term=st020-camp2-registr-panel-b>.

[4] Ferguson, Neil et. al., “Impact of non-pharmaceutical interventions (NPIs) to reduce COVID19 mortality and healthcare demand”. En: Imperial College COVID-19 Response Team, 16/03/2020, <https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf>.

[5] Oberg, Ted, “Guns and ammunition sales soar amid coronavirus panic buying”. En: ABC13 News, 16/03/2020, <https://abc13.com/society/guns-and-ammunition-sales-soar-amid-coronavirus-panic-buying-/6026047/>.

[6] World Health Organization. Novel Coronavirus (COVID-19) situation (actualización 19/03/2020), 

<https://experience.arcgis.com/experience/685d0ace521648f8a5beeeee1b9125cd>.

[7] Johns Hopkins University COVID-19 Resource Center (actualizado 21-03-2020),<https://www.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6>.

[8] Borrell, Juan José, “Formar en estrategia y geopolítica para la defensa nacional”. En: Infobae, 05/02/2019, <https://www.infobae.com/opinion/2019/02/05/formar-en-estrategia-y-geopolitica-para-la-defensa-nacional/>.

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