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EL FRACASO DE LOS GRANDES JUEGOS EN AFGANISTÁN DESDE EL SIGLO XIX HASTA NUESTROS DÍAS

Giancarlo Elia Valori*

Cada vez que las grandes potencias han tratado de hacer de Afganistán una colonia, siempre han sido derrotadas. El imperialismo británico y su “misión civilizadora” hacia las poblaciones atrasadas (y por lo tanto terroristas), una misión igual a la de la época en que el Reino Unido se estableció como el primer traficante de drogas al Imperio chino con las dos guerras del opio de 1839-1842; 1856-1860: una acción que fue terrorista en el mejor de los casos.

El Imperio ruso y su exportación de la fe ortodoxa y los valores del zar hacia los afganos bárbaros (y por lo tanto terroristas). La Unión Soviética y su intento de imponer la secularización a los afganos musulmanes (y por lo tanto terroristas) en el período 1979-1991. Los Estados Unidos de América que pensaron que podía crear partidos, democracia, Coca-Cola, minifaldas, así como casas de juego y de placer bombardeando a los terroristas afganos tout-court.

En este artículo trataré de explicar por qué Afganistán ganó 4-0, y en 1919, gracias a las sabias habilidades de sus gobernantes, fue uno de los únicos seis Estados asiáticos independientes reales (China, Japón, Nepal, Tailandia y Yemen), para que al menos los expertos del bar —que creen que la Historia es solo un cuento de hadas como el de Cenicienta y su madrastra con hermanas malvadas—, reflexionen sobre las tonterías que leemos y escuchamos todos los días en la prensa y en los medios de comunicación.

En su libro I luoghi della Storia (Rizzoli, Milán 2000), el ex embajador Sergio Romano escribió en la página 196: “Los afganos pasaron buena parte del siglo XIX jugando un juego diplomático y militar con las grandes potencias, el llamado ‘Gran Juego’, cuyo principal objetivo era usar a los rusos contra los británicos y a los británicos contra los rusos”.

En los días en que la geopolítica era un tema prohibido y la palabra estaba prohibida, en los libros de texto de historia de las escuelas secundarias parecía que los Estados Unidos de América y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas habían caído del cielo tan grandes como lo eran en los atlas. Aún recuerdo que en los diálogos entre profesores y estudiantes de secundaria, se afirmaba que las dos potencias no podían llamarse coloniales, ya que tenían algo mesiánico y redentor en sí mismas (por lo tanto antiterroristas).

Fue solo gracias a las películas del oeste que los jóvenes de la época entendieron cómo las trece colonias luteranas se habían extendido hacia el oeste en tierras que nos hicieron creer que habían sido habitadas por villanos salvajes para ser exterminados (de ahí terroristas) y por españoles incivilizados, como católicos, para ser derrotados. Además, no nos atrevimos a estudiar la expansión de Rusia hacia el este y hacia el sur, a riesgo de que los estudiantes de secundaria —sin preparación, puros y entusiastas— entendieran que la patria del socialismo no tenía supuestos diferentes de todos los demás imperialismos.

A veces los estudiantes oyeron hablar del Gran Juego o, en ruso, del torneo de sombras (turniry teney). ¿Cuál fue el Gran Juego? Hoy en día se recuerda sobre todo como la epopeya de la libertad de los afganos invictos, pero en realidad su solución significó la alianza entre Rusia y el Reino Unido, que duró al menos hasta la víspera de la Guerra Fría. Una posición clave que a veces se pasa por alto demasiado, y no solo en los libros de texto científicos y clásicos, sino también en muchos ensayos de autoproclamados expertos.

La aversión británica al Imperio ruso —aparte de las “necesarias” alianzas anti-napoleónicas en la Segunda, Tercera, Cuarta, Sexta y Séptima Coaliciones— se remonta al siglo XVII y empeoró considerablemente en el siglo XIX. Aunque las exportaciones rusas de granos, fibras naturales y otros cultivos agrícolas se hicieron al Reino Unido —porque los terratenientes rusos estaban bien dispuestos a mantener buenas relaciones con los británicos con el fin de comercializar mejor esos productos en el extranjero— no hubo mejoras políticas. La oposición vino más del Reino Unido que de Rusia.

El zar Nicolás I (1796-1825-55) —a finales de la década de 1830, durante su viaje al Reino Unido en 1842, y más tarde en 1850-52, es decir, justo antes de la Guerra de Crimea (1853-56)— a menudo trató de lograr la normalización, pero debido a las sospechas y dudas británicas (los rusos eran considerados terroristas) esto no ocurrió.

Lo que preocupaba al Ministerio de Asuntos Exteriores, creado en marzo de 1782, era la rápida marcha de Rusia hacia el este, hacia el sur y hacia el suroeste. El Reino Unido podía sentir el aliento ruso en él desde los tres lados de la India. Los objetivos rusos con respecto a Turquía, los éxitos en Transcaucasia y los objetivos persas, sin mencionar la colonización de Asia Central, iniciada por el mencionado zar Nicolás I, y conducida vigorosamente por su sucesor Alejandro II (1818-1855-81), fueron, para los diplomáticos y generales de Su Majestad Británica, una intimidación flagrante y amenazante de la “perla” de la India.

En el noroeste del subcontinente indio, las posesiones británicas limitaban con el desierto de Thar y con Sindh (el delta del río Indo), que constituía un estado musulmán bajo los líderes que residían en Haidarābād, conquistado por los británicos en 1843. Al noreste de Sindh, la región de Punjab había sido amalgamada en un Estado fuerte por Maharaja Ranjit Singh Ji (1780-1801-39) quien, como simple Gobernador de Lahore (Lâhau) en nombre del Emir afgano, Zaman Shah Durrani (1770-93-1800-†44), había logrado no sólo independizarse, sino también extender su poder sobre Cachemira y Pīshāwar,  creando el Imperio Sikh en 1801, que fue derrocado por el Reino Unido durante las guerras anglo-sikh I (1845-46) y II (1848-49); la región se convirtió en lo que se conoce como el Khyber Pakhtunkhwa paquistaní (la provincia de la frontera noroeste).

Dada la expansión británica en los Estados vecinos de Afganistán y Persia, la influencia de Rusia estaba tratando de infiltrarse; por lo tanto, los británicos estaban prestando mucha atención a lo que estaba sucediendo en la frontera del gran “vecino” del norte.

Rusia había estado apuntando durante mucho tiempo a llegar a la India a través del Turquestán occidental, pero esa región de la estepa estaba habitada por los kirguises en el noreste y los turcomanos (Turkmenistán) en el suroeste.

Después de intentos infructuosos de penetración pacífica, el gobernador ruso de Oremburgo, el general Vasilij Alekseevič Perovskij (1794-1857), preparó una expedición contra Chiva: implicaba cruzar unos mil kilómetros de desierto y se pensaba que era más fácil de hacer durante el invierno. La expedición partió de Oremburgo en noviembre de 1839, pero el frío mató a tantos hombres y camellos que el Comandante tuvo que abandonar la empresa y regresar (primavera de 1840). Durante mucho tiempo, los rusos no intentaron más infiltraciones militares desde allí.

En Persia, en cambio, la influencia rusa se sintió fuertemente: el zar Alejandro II empujó al Shah, Naser al-Din Qajar (1831-48-96), para emprender una empresa contra la ciudad de Herāt (que dominaba el paso de Persia y Turquestán occidental a la India): se había separado de Afganistán y había sido un Estado separado desde 1824. La expedición persa comenzó en el otoño de 1837: Herāt resistió enérgicamente, tanto que en el verano de 1838 el Sha tuvo que renunciar al asedio y aceptar la mediación del Reino Unido para la paz con el soberano de esa ciudad. Por lo tanto, esa medida diplomática también fue perjudicial para la influencia de San Petersburgo. Incluso las primeras relaciones establecidas por Rusia con el Emir de Afganistán no condujeron a ningún resultado.

En esos años, Rusia estaba ocupada sofocando las insurrecciones de las poblaciones de montaña en el Cáucaso, donde las hazañas del supuesto jeque italiano, Mansur Ushurma (Giambattista Boetti, 1743-98), al servicio de la causa chechena, todavía resonaban.

A través de dos tratados concluidos con Persia (1828) y Turquía (1829), Rusia se había convertido en el amo de la región; sin embargo, encontró una obstinada resistencia de las poblaciones locales que aún persiste hoy en día.

La Primera Guerra Anglo-Afgana (1839-42) fue uno de los conflictos militares más importantes del Gran Juego y una de las peores derrotas británicas en la región. Los británicos habían comenzado una expedición a Afganistán para derrocar al emir Dost Mohammad (1793-1826-39, 42-63), el primero de la dinastía Barakzai, y reemplazarlo con el último de la dinastía Durrani, Ayub Shah (17?? -1819-23, †37), que había sido destronado en 1823, pero renunció. No queriendo cruzar el país sikh para no despertar desconfianza entre ellos, los británicos entraron en Baluchistán, ocuparon la capital (Qalat), luego penetraron en Afganistán y avanzaron sin encontrar resistencia seria hasta Kabul, donde el 7 de agosto de 1839 instalaron su propio títere, Shuja Shah (1785-1842), ex emir de 1803 a 1809.

Dost Mohammad fue capturado y enviado a Calcuta. A principios de 1841, sin embargo, uno de sus hijos, Sher Ali, despertó la rebelión de los afganos. El comandante militar, el general William George Keith Elphinstone (n. 1782), obtuvo permiso para salir con 4.500 soldados y 12.000 no combatientes para regresar a la India. En los puertos de montaña cerca de Kabul, sin embargo, la expedición fue tomada por sorpresa y aniquilada (enero de 1842). El comandante murió como prisionero de los afganos (el 23 de abril).

Los británicos obviamente querían venganza: enviaron otras tropas que, en septiembre del mismo año, reconquistaron Kabul: esta vez los británicos -intimidados- no consideraron conveniente permanecer allí. Convencidos de que habían reafirmado cierto prestigio, se retiraron y, dado que el emir que protegían había muerto el 5 de abril de 1842, aceptaron -impotentes- el regreso al trono de Dost Mohammad. Conquistó Herāt para siempre para Afganistán.

Rusia no solo se quedó de pie y observó y afirmó su poder en el Lejano Oriente. En los años 1854-58 —a pesar de su participación en la guerra de Crimea: el primer acto real del gran juego, ya que el Reino Unido tenía que defender el Imperio Otomano de las aspiraciones sármatas de conquista —había establecido, con una serie de expediciones, su jurisdicción sobre la provincia de Amur, a través del Tratado de Aigun— etiquetado como un tratado desigual ya que se impuso a China el 28 de mayo,  1858. Poco después la flota llegó a Tien-Tsin (Tianjin), forzó a China a otro tratado el 26 y 27 de junio, obteniendo así la apertura de puertos para el comercio, y la permanencia de una embajada rusa en Pekín. Además, en Asia Central, Rusia renovó sus intentos de avanzar contra los kanatos de Buchara y Kokand (Qo’qon), y había llevado una vez más al Sha de Persia, Mozaffar ad-Din Qajar (1853-96-1907), a intentar de nuevo la empresa de Herāt (1856), que había causado de nuevo la intervención británica (Guerra Anglo-Persa, 1856-57) que terminó con el reconocimiento por Persia de la independencia de la ciudad antes mencionada. La rivalidad anglo-rusa continuó siendo uno de los problemas esenciales de Asia Central, por la razón adicional de que Rusia se expandió gradualmente en el Turquestán Occidental, Bujara y Chiva entre 1867 y 1873.

Después de las conquistas rusas en el Turquestán Occidental, el hijo y sucesor de Dost Mohammad, Sher Ali (1825-63-66, 68-79), quedó bajo la influencia de la potencia vecina, que estaba tratando de penetrar en el área en detrimento del Reino Unido. El 22 de julio de 1878 San Petersburgo envió una misión. El emir repelió una misión británica similar en el paso de Khyber en septiembre de 1878, lo que desencadenó el inicio de la guerra. Los británicos pronto iniciaron hostilidades, invadiendo el país con 40.000 soldados desde tres puntos diferentes.

El emir se exilió en Mazār-i-Sharīf, dejando a su hijo Mohammad Yaqub (1849-79-80, †1914) como heredero. Firmó el Tratado de Gandamak el 26 de mayo de 1879 para evitar una invasión británica del resto del país.

Una vez que el primer residente británico, el italiano Pierre Louis Napoleon Cavagnari (n. 1841) fue a Kabul, fue asesinado allí el 3 de septiembre de 1879. Las tropas británicas organizaron una segunda expedición y ocuparon la capital. No confiaron en el emir y elevaron al poder a un sobrino de Dost Mohammed, Abdur Rahman (1840/44-80-1901), el 31 de mayo de 1880. Se comprometió a no tener relaciones políticas excepto con el Reino Unido.

El ex emir, Mohammad Yaqub, tomó las armas y derrotó severamente a los británicos en Maiwand el 27 de julio de 1880, con la ayuda de la heroína afgana Malalai Anaa (1861-80), que reunió a las tropas pastunes contra los atacantes. El 1º de septiembre del mismo año Mohammad Yaqub fue derrotado y puesto en fuga por el general Frederick Roberts (1832-1914) en la Batalla de Kandahâr, que puso fin a la Segunda Guerra Anglo-Afgana.

Esto puso a Afganistán permanentemente bajo la influencia británica, que fue asegurada por la construcción de un ferrocarril desde el río Indo hasta la ciudad afgana de Kandahâr. Dado que el ferrocarril pasó por Beluchistán, fue definitivamente anexado a la India británica. En 1880, Rusia comenzó la construcción del Ferrocarril Transcaspio, lo que alarmó a los británicos que extendieron la sección de su «ferrocarril» hasta Herāt. Fue solo con el acceso al trono de Imānullāh (1892-1919-29, †60), el 28 de febrero de 1919 (Shah desde 1926), que Afganistán eliminó al Reino Unido a través de la Tercera Guerra Anglo-Afgana (6 de mayo-8 de agosto de 1919), por la cual los afganos finalmente echaron a los británicos de la escena (Tratado de Râwalpindî del 8 de agosto,  1919, modificada el 22 de noviembre de 1921).

Ya en 1907, el gobierno ruso había declarado que consideraba que Afganistán estaba fuera de su esfera de influencia y se comprometió a no enviar ningún agente allí, así como a consultar al gobierno británico sobre sus relaciones con ese país.

De hecho, el Reino Unido pronto renunció al control directo del país, dado el feroz espíritu de lucha de su pueblo, que lo había humillado muchas veces, y se contentó con proteger y mantener bajo control la frontera del noroeste de la India.

En realidad, el gran juego nunca ha terminado. Como dijo Espartaco Alfredo Puttini (La Russia di Putin sulla scacchiera, en “Eurasia”, A. IX, No. 1, enero-marzo de 2012, pp. 129-147), a su llegada al poder Vladimir Putin se encontró lidiando con un difícil legado. La política de katastroika de Gorbachov había asestado un golpe letal al coloso soviético y más tarde ruso.

En pocos años, Rusia se había embarcado en un desarme unilateral que condujo, al principio, a su retirada del Afganistán y luego de Europa central y oriental. Mientras el Estado se dirigía al colapso y la economía se estaba interrumpiendo, era la periferia misma de la Unión Soviética la que se estaba incendiando debido a los movimientos separatistas rápidamente subsidiados por aquellos que, en el Gran Juego, reemplazaron a los británicos. Ayuda masiva de Estados Unidos a los heroicos patriotas antisoviéticos, que más tarde fueron tildados de terroristas.

En poco tiempo se produjo el verdadero colapso y la “nueva” Rusia se encontró geopolíticamente encogida y moral y materialmente postrada por el gran saqueo realizado por los oligarcas pro-occidentales a la sombra de la Presidencia de Yeltsin.

Al oeste, el país había regresado a las fronteras del siglo XVII; al sur, había perdido el sur del Cáucaso y la valiosa Asia Central, donde el nuevo gran juego pronto comenzaría. En otras palabras, el proceso de perturbación no se detendrá e infectará a la propia Federación de Rusia: Chechenia se ha involucrado en una furiosa guerra de secesión que amenaza con extenderse como pólvora a todo el Cáucaso septentrional y, a la larga, pone en tela de juicio la supervivencia misma del Estado ruso dividido en entidades autónomas.

Esto fue seguido por el fenómeno de “colores” en 2003-2005 (Georgia, Ucrania, Kirguistán): las diversas caricaturas de revoluciones “liberales” oximorónicas destinadas a alejar a ciertos gobiernos de la influencia de Rusia.

En última instancia, el poder central había sido socavado por todos lados por la política de Yeltsin y su clan, destinada a otorgar una amplia autonomía a las regiones de la Federación. La propiedad pública, el pegamento de la autoridad del Estado y el instrumento de su actividad concreta para guiar y orientar a la nación, había sido vendida. Con el tiempo, Putin puso las cosas en su sitio, y el resto se condensa en las opciones de restauración del voto a su favor.

Al final, Afganistán también vio el fracaso de Estados Unidos, que he examinado en artículos anteriores.

El sentido asiático de libertad se resume en la expulsión de agresores extranjeros de sus propias patrias y territorios. Alguien debería empezar a entender esto.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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CONSEJOS PARA LÍDERES. EL ARTE DE MANDAR ASOCIADO AL ARTE DE LA GUERRA.

Comandante Espuela (Revista Tiempo GNA*)

Mandar es un arte y no basta ejercerlo con el instinto. Únicamente llegando al corazón de los hombres, en una atmósfera de confianza y bajo la luz de la llama de la justicia, tendrán a su lado el afecto y lealtad de sus subalternos, para cualquier misión. Los se ciñeron a este principio pasaron a la historia. Por ello quien no sabe mandar será derrotado en la guerra.

¿Qué es un líder?

La esencia son cualidades muy conocidas que tiene un verdadero conductor, básicamente son: consagración desinteresada, valor, convicción, fortaleza, humildad y poder de persuasión. El Grl San Martín nunca permitió que la ambición o sus preferencias personales influyeran en sus juicios o en sus actos.

General Colin Powell

Fue Jefe del Estado Mayor Conjunto que lideró la Operación “Tormenta del Desierto” en la Guerra del Golfo Pérsico. Sus principales consejos son:

  1. El día que los soldados dejen de traernos problemas será el día en que ya no seremos sus líderes, porque no confiará en que los ayudemos o creerán de que no nos importan. Uno u otro caso, será falta de liderazgo.
  2. El verdadero líder es accesible y disponible a la vez que exigente.
  3. Nunca descuide los detalles. Cuando la mente de todos está cansada o distraída, el líder debe estar el doble de atento.
  4. Ni la organización, ni los planes, ni las teorías son las que realmente logran las cosas. El éxito o el fracaso depende de la gente, por ello, solo atrayendo a los mejores se pueden lograr grandes victorias.
  5. El optimismo perpetuo multiplica las fuerzas.
  6. El líder es un simplificador que sabe abreviar argumentos, debates, dudas y comunicarse de una manera que todos comprendan.
  7. Teniendo el 70% de la información, siga la intuición.
  8. Si tienes a un miembro del equipo que te dice siempre que sí, entonces uno de los dos sobra.
  9. Los buenos líderes no esperan una bendición oficial para hacer algo, si pides permiso, inevitablemente te toparás con alguien que cree que su trabajo es decir “no”. Entonces la moraleja es no preguntar.
  10. Los líderes quejosos y culposos generan estos mismos comportamientos entre sus subalternos.
  11. Se manda en soledad.

Mariscal Erwin Rommel

«Servid de ejemplo a vuestros hombres, tanto en el terreno militar como en la vida privada. No ahorréis sacrificios y haced comprender a las tropas que sois infatigables y no os amilanáis ante las privaciones. Mostrad siempre un tacto y una educación extraordinarios, y enseñad lo mismo a vuestros hombres. Evitad la excesiva dureza o una voz demasiado imperiosa, signos ambos de que se tiene alguna cosa que ocultar”.

George Smith Patton, Jr.

Fue un general del Ejército de los EE.UU durante la Segunda Guerra Mundial. Tenía una gran imaginación, muy conocedor de la historia antigua, solía citar a Napoleón: “Un general previsible es un general derrotado”.

Tte Grl Norman Schwarzkopf

Fue el jefe del Comando Militar Unificado de Estados Unidos en la primera Guerra del Golfo. Era conocido por ser un duro comandante, pero también por su preocupación en el bienestar y la seguridad de su tropa. Sus hombres iban al combate convencidos en el liderazgo de su conductor. Fue el vencedor de esa guerra y en el epitafio de su tumba se lee: “Quería a sus soldados y ellos lo querían a él”. Para quien descansa ahí, esa lápida debe valer más de 1000 medallas.

El verdadero líder

Un “porta-galones” puede temor, pero la lealtad, el entusiasmo y compromiso, sólo se consigue con el corazón de los subordinados. Cuando el jefe lo logra se habrá convertido en un líder, a veces inolvidable. Uno de los ejemplos fue el Cnel argentino Mohamed Alí Seineldín. 

De la Historia militar

“Si la tropa quiere a su Jefe, combatirán por puro espíritu de lucha y lo seguirán hasta el mismo infierno confiando ciegamente en él”. Anónimo. La historia militar es rica en esos ejemplos.

El envidiable ascendiente moral de un Jefe

Cuando el final de la guerra era previsible y la flota enemiga estaba muy cerca de Okinawa, el Almirante Ugaki ordenó por escrito un ataque “KAMIKAZE”, con tres aviones donde no dejaba dudas sobre su intención de participar. Dicho marino era una persona muy querida entre sus subordinados y azorado su Jefe de Estado Mayor, junto con otros Almirantes le imploraron que revea su decisión, pero fue en vano. Cuando Ugaki llegó al aeródromo quedó muy sorprendido, pues vio once aviones con sus motores encendidos y su tripulación impecablemente formada.

El Ayudante del Almirante le informó jadeante de emoción:

“No he podido hacer nada, estos pilotos insisten en seguirlo”

Ugaki les preguntó si realmente querían acompañarlo y un ¡SÍ! resonó como una descarga de fusil. El Almirante subió a su aparato y sorpresivamente un oficial trepó sobre un ala y ocupó el lugar del copiloto. Instantes después en medio de un fragor estruendoso, los once aviones despegaron rumbo a la flota enemiga mientras viéndolos partir muchos hombres lloraban. Jamás se supo de ellos.

Del libro “La epopeya Kamikaze”. Editorial Bruñera. 

Reprobables vicios del mando

“Hay jerarquías superiores y cargos en los que proteger a la tropa es un serio escollo para las aspiraciones profesionales. A lo largo de la historia mundial, muy pocos generales han defendido a su gente tanto en la paz como en la guerra. Como oficiales todos son excelentes para aplicar el mando, pero cuando ascendieron a los grados más altos (algunos) pensaron de otra manera. Es evidente que en cierto nivel de comandos se pierden muchos valores que se tenían en niveles más bajos”. Anónimo.

El Arte de la Guerra

El arte de mandar está directamente ligado al arte de la guerra, que coincide con un texto de estudio atribuido al estratega chino Sun Tzu que vivió en el año 500 a. C. No obstante su antigüedad, son principios básicos tienen y tendrán vigencia.

El Arte de la Guerra de Sun Tzu. Resumen animado.

* Revista independiente para el personal de la GNA, Tiempo GNA, Nº 60, septiembre de 2021.

A MI NO ME REPRESENTAN

Marcelo Javier de los Reyes*

De cara a las elecciones, les preguntaron a los candidatos —los que el entrevistador ha creído que eran los más significativos— ¿Cuál fue el mejor presidente de la historia argentina?

Por supuesto, los de izquierda —Nicolás Del Caño, Myriam Bergman, Manuela Castañeira— no encontraron ningún referente en toda la historia argentina. Es cierto, afortunadamente no tuvimos un Lenin, ni un Stalin ni un Mao, aunque tuvimos otros… Lo extraño es que la historia demuestra que cuando los de izquierda debieron exiliarse se fueron a París, a Suecia, a España, y los más cercanos a Venezuela y México. Ninguno a Cuba, a la Unión Soviética, Rumania o China.

Javier Milei respondió “la ‘primer’ presidencia de Carlos Saúl Menem”. En principio, hay que recordarle que la Real Academia Española nos dice que “el ordinal primero solamente se apocopa ante nombres masculinos (el primer mes), no ante nombres femeninos (la primera semana, la primera palabra, la primera vez)”. En segundo lugar, ya puedo imaginar que si Milei fuera presidente tendría una tarea fácil, porque le quedaría poco por destruir, pues ya de eso se encargó su “presidente preferido”. Menem destruyó los sectores productivos, la industria (entre ellas la de la Defensa), la marina mercante (ELMA), las Fuerzas Armadas, el sistema ferroviario (“ramal que para, ramal que cierra”) y el listado sigue.

Leandro Santoro, el médico abortista Adolfo Luis Rubinstein —perteneciente a la Unión Cívica Radical, ministro de Salud de la Nación y secretario de Salud 2017 y 2018, durante el gobierno de Macri— y Graciela Ocaña se decantaron por Raúl Alfonsín. Rubinstein agregó que fue “fue el recuperador de la democracia”… quizás si Herminio Iglesias no hubiera quemado el cajón en el acto de campaña del Partido Justicialista de 1983, en la Av. 9 de Julio, ese título hoy le correspondería a Ítalo Lúder, quien en ejercicio provisional de la Presidencia de la Nación, el 6 de octubre de 1975, dictó los decretos 2770, 2771, y 2772, conocidos como los “decretos de aniquilamiento”, redactados durante el gobierno constitucional peronista con el objetivo de “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. Sin embargo, no hubo un padre para esta democracia a la que se llegó por los propios errores del gobierno militar y por la derrota en el Conflicto del Atlántico Sur. Precisamente ni Alfonsín ni los que le sucedieron han podido demostrar que “con la democracia se come se cura y se educa”, sino todo lo contrario.

María Eugenia Vidal —quien fuera vice jefa del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos, que cobró sus honorarios como tal para poder hacer campaña y ganar la gobernación de Buenos Aires, la que perdió en 2019 y por eso opta por postularse otra vez por la ciudad de Buenos Aires— ponderó a Domingo Faustino Sarmiento. También lo hizo Martín Tetaz, aunque agregó que decía probablemente “porque Frondizi entendió cómo funcionaba un sistema económico y cómo transformar económicamente a la Argentina, pero no fue capaz de construir el poder político necesario para mantenerse en el cargo”.

Aquí cabe hacer una digresión. Diego Santilli, quien también fue vice jefe del GCBA, también sigue los pasos de su predecesora Vidal, ya que se presenta como precandidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Esta artimaña de cambiar de jurisdicciones tampoco es ajena a los candidatos kirchneristas que fueron tanto candidatos por Santa Cruz como por la provincia de Buenos Aires.

Guillermo Moreno se pronunció por Néstor Kirchner, para luego ampliar su respuesta por “el ciclo Duhalde – Kirchner”, ese mismo Duhalde que en 2020 reconoció que “Decir que el que depositó dólares recibiría dólares fue un error”.

Ricardo López Murphy, quizás recordando su paso por el radicalismo, fue el único que reconoció a Marcelo Torcuato de Alvear, porque supo rodearse de un buen equipo, ya que se decía que el gabinete lo integraban futuros presidenciales”. Es cierto y es algo que algunos historiadores podrán confirmar.

José Luis Espert y Juan José Gomez Centurión elogiaron el gobierno del presidente Julio Argentino Roca y aquí coincido con el dirigente de NOS, en que Roca “fue el fundador del Estado nacional, el que plasmó una idea de proyecto de Argentina y de Nación que sorprendió al mundo”. En este sentido agrego y reitero que Roca ha sido uno de los pocos presidentes que puede ser considerado un estadista.

Para el final dejé a Cinthia Fernández, quien gracias a su bagaje cultural pudo responder que “si hubiera mejor no hubiésemos estado así”. Quizás su juventud y porque estuvo distraída en otras cuestiones, no conozca mucho de nuestra historia pero lo que debe quedar claro es que mostrar el culo en el “Bailando” no es un mérito para ser candidato a un cargo público, aunque muchas lo han logrado. Por otro lado, y con el respeto que los demás apellidados Fernández me merecen, hoy ya tenemos dos Fernández y quizás por eso estamos así, ¿no es así Cinthia?

Además Cinthia insistió en mostrar los mismos méritos en su spot de campaña frente al Congreso Nacional.

Bueno, glosando a la precandidata a diputada nacional del Frente de Todos por la Provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, quien dio una respuesta contundente al decir “Es tremendo porque en el peronismo siempre se garchó”, para tranquilidad de Cinthia, en el Congreso también se puede.

He visto que a la gente de NOS no le han gustado ciertas críticas que han recibido de otros políticos —entre ellos los del Frente Patriota— por su acercamiento a Javier Milei. En verdad, me resulta incomprensible ver a Juan José Gómez Centurión y a Victoria Villarroel junto a Milei. Me recuerda al error de la conducción del gobierno militar, quienes dejaron en manos de José Alfredo Martínez de Hoz y de Domingo Cavallo —quien para la desgracia nacional también acompañó al presidente preferido de Milei y a Fernando De la Rúa, quien lo usó como figura de reemplazo de López Murphy— la conducción económica del país. Algo que nos salió muy caro y que seguimos pagando.

Bien, así estamos con los candidatos, todos muy prometedores.

Después de ver estos videos, recordé al gran Luis Landriscina cuando en un programa de Mirtha Legrand afirmó, con esa sabiduría que lo caracteriza, que los candidatos debieran hacer un curso de seis meses para poder acceder a sus cargos, algo que luego amplió en una entrevista en la que le preguntaron “por qué cree que esa proposición ha tenido y sigue teniendo tanta repercusión a pesar del paso del tiempo”.

Luis Landriscina respondió:

Porque la realidad es que hay gente que no ha terminado el colegio secundario y son diputados. Quizá, tengan demasiado “vuelo” porque representan una ideología, o lo que sea… pero yo no los escucho nombrar la palabra patria. Entonces, creo que ellos deberían ver la posibilidad de hacer un curso, por ejemplo, de seis meses, de historia, de rigor histórico. Y que haya cuatro profesores universitarios que les tomen examen y los califiquen para discernir y ver si, verdaderamente, pueden representar a la región de donde dicen venir. Porque lo primero que tienen que saber es qué pasó en su provincia… qué anduvo ocurriendo: si es tucumano, por ejemplo, ¿cómo no va a saber sobre la Batalla de Tucumán o sobre la Batalla de Salta… y quién fue el gestor de eso? Como también qué fue el Éxodo Jujeño. Lo que es hoy la patria se construyó con mucha sangre de gente anónima. Pero hay muchos con nombre y apellido. Manuel Belgrano es uno de ellos, José de San Martín es otro, Lamadrid… pero hay infinidad de gente, como los que defendieron en La Vuelta de Obligado” la dignidad de las cosas de nuestro territorio. O sea que vayan a cumplir su labor con conocimiento y otros valores; que asuman esa actitud que me hizo tan amigo del Dr. René Favaloro: “que les duela la patria”. Que les duela la patria y que sepan que gozan del honor de ser diputados o senadores de la Nación. Por eso, también en un programa de Mirtha Legrand del año pasado, me referí a “honorable”: que trabajan “ad honorem” porque es precisamente un honor serlo, y a la patria no se le cobra. Claro que, en esos casos, al venir de sus provincias, los políticos deben asegurarse el pago de sus viáticos porque abandonan sus actividades para venir a Buenos Aires a cumplir otras tareas, y su familia tiene que seguir comiendo. Pero que no haya derecho a jubilaciones de privilegio, con tan solo dos o cuatro años de servicio, cuando todavía hay gente que se ha “gastado” toda la vida trabajando y aún no ha podido llegar a redondear su propia jubilación mínima.

Creo que no hay nada más que agregar… A los creyentes solo nos queda encomendarnos al Señor.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

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