Llevo muchos años de mi vida observando la evolución, el desarrollo y los cambios en el mundo que me rodea; en realidad, un período de algo más de sesenta años. En mi infancia y formación como profesional, durante la ajetreada vida en activo y hasta cuando me he dedicado a la nada desdeñable vida contemplativa ―como en estos momentos― y siempre, bien sea por interés personal o por deformación profesional, cada vez y lo que es peor, de forma creciente, resulto más atónito, desorientado y, por qué no decirlo, bastante más preocupado por la evolución y el desarrollo de los grandes y graves acontecimientos que suceden casi a diario y al observar las reacciones de mando y resolución que surgen en la Comunidad Internacional (CI), para corregir o paliar los efectos de los hechos.
Como ciudadano de un país de mediana capacidad y no muy acaudalado ―rodeado además de otros con mayor peso específico en la CI, bien por entidad propia o derivada de sus grandes capacidades o de las tradicionales alianzas y tendencias en las que están inmersos o por otro tipo de posibilidades militares diferenciadoras de los demás― ya desde muy pequeño, entendí que el mundo no andaba solo, algo o alguien llevaba las riendas y marcaba la marcha de las cosas y el devenir de los tiempos.
Analizándolo despacio, descubrí que existían países que dominaban a todos los demás o a otros de su entorno medio o cercano y que, en algunos casos, como consecuencia de grandes guerras o enfrentamientos que han producido millones de muertos y devastaciones de países enteros, se sintió la necesidad de crear organismos supranacionales, con el cometido y la «necesaria autoridad» para frenar las derivas, inclinaciones, insanas ambiciones o las poco decentes intenciones de países o sus protagonistas que, de modo intermitente, mostraban un deseo irrefrenable de ampliar sus propias fronteras o las conocidas como áreas de influencia e interés.
Tras varios siglos de dominios alternativos de los no pocos imperios que surgieron, crecieron y fenecieron en lo que hoy se conoce como Europa, África, Asia e incluso América y Oceanía, el mundo ha sufrido los efectos devastadores de grandes enfrentamientos entre países o coaliciones de ellos, todos sobrevenidos por la misma base que antaño, ampliar sus fronteras, por un afán de mejorar el prestigio internacional o para acaparar los frutos naturales que manan en otros territorios y que no existen o escasean en los propios.
Así, llegamos al siglo XX donde aquellas guerras, cada vez más generalizas y mortíferas, aumentaron en fuerza, gravedad e intensidad a manos de una serie de locos, déspotas o tiranos y, en cosa de treinta años, Europa, Asia, África y el Pacifico se convirtieron en grandes escenarios bélicos donde la barbarie y el terror alcanzaron cotas inimaginables. El mundo, casi de forma unánime, se involucró de una forma u otra en aquellos conflictos y su consiguiente barbarie.
Como suele ocurrir, de aquellos polvos vinieron unos lodos que, en este caso, por su novedad y hasta cierta aunque imperfecta «neutralidad y originalidad» por su alcance y la forma en la que toma sus decisiones, fueron capaces ―más o menos― de mantener un cierto grado de paz y tranquilidad a nivel mundial, aunque estas siempre fueron forzadas y adoptadas gracias, fundamentalmente, al equilibrio entre dos potentes bloques resultantes (la OTAN y el Pacto de Varsovia), con sus países satélites y las consecuentes grandes y costosísimas formaciones u organizaciones militares que emanaban de ellos como su propio y potente brazo ejecutor.
Organizaciones o bloques político militares que constituían los sólidos pilares sobre los que apoyaban sus decisiones y ordenes, al estar sazonados con amplios contingentes de tropas y grandes arsenales de armas de todo tipo ―de entre ellas, destacan las de destrucción masiva, principalmente las nucleares― que eran sin duda, las más importantes debido a sus capacidades de destrucción y de disuasión, dado el tristemente testado efecto desbastador que producían.
Si bien es cierto que estos bloques han jugado un papel muy importante en el mantenimiento de la paz por sostener o aplacar la mayor parte de los impulsos desmesurados fuera de tono o con poco quorum, pronto se pudo comprobar que no bastaba con su existencia para mantener con garantías y por si solos el mundo en paz, aunque dividido en dos grandes bloques ―por cierto, nada bien avenidos― ni para, de forma definitiva y coordinada, corregir los pasos de aquellos que, de vez en cuando y fuera de su control, sacaban la patita a relucir creando situaciones de suficiente desasosiego en los demás.
Por tanto, era preciso crear un super árbitro que, aunque se apoyara en ambos, mantuviera por propia iniciativa cierto orden y concierto entre la mayor parte de ellos y que estuviera respaldado, desde uno y otro lado, por todas las naciones del mundo o, al menos, las más importantes de entonces. La ONU.
En cualquier caso, y dado que el hombre es imperfecto, voluble y se suele cansar pronto de todo ―incluso de lo que le va bien― al margen de la ONU siempre ha habido una serie de figuras dominantes. Cabezas de Estado que, amparados en el respaldo de las propias capacidades militares de su país y allegados, han mantenido y ejercido la postura de árbitro o juez internacional y han procurado marcar las líneas de acción, o el camino a seguir no sólo para la solución de los conflictos, sino para evitar que llegaran a cabo y hasta han patrocinado las ayudas necesarias para derivar o disminuir los efectos de muchos conflictos.
Papel, que predominantemente ha estado en manos Estados Unidos y Rusia; cada uno de estos países y sus peculiares dirigentes, muy protagonistas han venido ejerciendo dicho papel en sus áreas vecinas y otras de interés o influencia; sobre todo, en razón a intereses estratégicos, energéticos, cercanías políticas o para crear las bases para asentar sus ideologías o, en muchos casos, los necesarios despliegues militares para cumplir y ejercer sus agendas conocidas u ocultas.
Durante décadas, otros países como China, la India, Corea del Norte, Israel, Pakistán, Siria, Irán, Marruecos y Turquía ―entre otros varios más― han mantenido y ejercido papeles más comedidos en el ámbito del liderazgo internacional y del papel a jugar en la marcha de la CI, salvo en casos de carácter muy local y casi siempre, en apoyo o muy cercanos a alguno de los dos mencionados líderes, pero nunca alzando la voz más que ellos.
Pero, el desgaste externo, y mucho más el interno, tras ejercer de forma prolongada el liderazgo y el enorme costo económico y militar real que ello supone, hacen que últimamente países como Estados Unidos ―aunque hasta ahora no haya sido lo normal― cuando la defensa o el mantenimiento de su tradicional política internacional ha pasado por «diferentes» manos, debido a razones muy subjetivas o por ciertos intereses espurios, hayan cambiado de opinión y variado sus rumbos y preferencias hacia cotas insospechadas y muchos de los aparentemente tradicionales e inamovibles escenarios donde venían ejerciendo su influencia, se cierren casi de la noche a la mañana, recojan sus trastos y aquellos «protegidos» parias sean dejados de nuevo, a su propia suerte o al albur de otros aletargados o poco activos enemigos internos o vecinos, quienes dada la presencia y el inquebrantable compromiso norteamericano anterior, no mostraban todo su grado y capacidad de intenciones.
Hoy en día, el número de «líderes» convertidos en demagogos, con pretensión internacional de carácter casi mundial proliferan por doquier, hasta cualquier mindundi se postula como el más importante, el más listo o el que ha encontrado la solución mágica para todo como el elixir de la vida, el dinero, la belleza y la salud; dan lecciones gratuitas y además contrarias a su ejercicio político habitual y no dudan a enfrentarse a colosos como Estados Unidos, la UE o Israel con mucho desparpajo; crean conflictos bélicos de alta intensidad y duración o ponen en peligro la marcha de la economía y el comercio mundial.
Bien es cierto que esto ocurre porque la ONU está totalmente desprestigiada; la UE está perdiendo todos los trenes que le puedan llevar a buen destino; Rusia ya no puede ni comerse un pez pequeño como Ucrania tras un conflicto de mucho desgaste y Estados Unidos esté de nuevo, sometido ―y a comienzos de un nuevo proceso electoral― a un desgaste de su poco favorecida casta política, de manos de un lunático que está perseguido por la Ley de su país y dirigido por un octogenario que empieza a tener problemas para distinguir entre la mano y el pie de cada lado, mientras Rusia continúa con su guerra sin que nadie sea capaz de pararlo, China empiece a pensar que le ha llegado su turno para dejar de ser un paria, a la que se unen otros que empiezan a buscar su acomodo como Irán, Pakistán y Turquía, o viejos-nuevos grupos terroristas que, con determinadas y potentes ayudas externas, están convulsionando el mundo actual.
Especial mención merece el estado de descomposición y podredumbre en el que se encuentra Europa y la UE, la escasez de verdaderos lideres con mayúscula o envueltos en escándalos de diverso pelaje, una dudosa y muy errática actitud política, nula capacidad militar común e importantes problemas económicos.
Además, hay que añadir que todo ello ocurre en un momento, en el que la economía a nivel local y mundial se basa en agrandar sin límite la deuda y el déficit, que los cambios tecnológicos y climáticos y con la aparición de la llamada y revolucionaria Inteligencia Artificial se nos obliga a grandes cambios internos y externos e inversiones que no todos los países son capaces de seguir y mucho menos de digerir o superar.
Con todos estos mimbres o mar de fondo y con algún condimento local añadido, es más que lógico pensar que en muchos de los rincones del mundo proliferen, como setas, los verdaderos autócratas de pura cepa y que muchos de los dirigentes campen a sus anchas y sin temor a que nadie les rechiste o a sabiendas de que los comentarios o ligeras presiones externas que le pudieran llegar, no tendrán repercusiones reales en su mandato.
No hace falta irse muy lejos para comprobar y confirmar lo expuesto hasta el momento; nosotros los españoles tenemos a un presidente de gobierno que reúne todo lo anterior con tal de mantenerse en su sillón a toda costa; que pretende seguir firmando libros que, por cierto, no escribe; busca labrarse un acomodado futuro libre de cargas económicas y, mientras tanto, continúa alimentando su gran ego mediante paseos y conferencias por el mundo envuelto en una falsa aureola triunfalista.
Una persona que es el paradigma de los cambios de opinión en todo lo referente a la economía porque gasta sin mesura y, sobre todo, en política nacional e internacional; cambia o suprime las leyes que le estorban en su camino; anula mediante absorción y contaminación organismos estatales o judiciales ―que hasta ahora se suponían independientes― para convertirlos en verdaderos siervos y cumplidores de sus deseos; pacta con Bildu ―los verdaderos sucesores de ETA― o con partidos separatistas como Junts, Esquerra o el PNV y mantiene un gobierno altamente corrosivo, nocivo y totalmente inestable que, a duras penas, se mantiene gracias a continuas y graves concesiones políticas y económicas, las que, por mucho que el gobierno y sus partidos se empeñen en desmentirlo, ponen en grave peligro la identidad, entidad e integridad nacional, podrían constituir un ataque a la Constitución y a las entidades y organismos que configuran el esqueleto de lo que supone nuestro Estado de Derecho.
Visto lo visto dentro y fuera de casa, SINCERAMENTE debo confesar que no sé contestar a la pregunta que da título a este trabajo.
* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9).Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.
Durante el período de entreguerras, se combinaron una serie de factores políticos, ideológicos, económicos y sociales que fueron creando un clima de tensión que, finalmente, desembocó en una nueva guerra de alcance global.
La puja entre el fascismo, el comunismo y el liberalismo estuvo marcada por los espacios de poder. La humillación de Alemania por parte de Francia mediante la firma del Tratado de Versalles en 1919 —en venganza por la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870-1871— y el incumplimiento de lo pactado por las potencias occidentales con Italia, fueron algunos de los tantos motivos que llevaron a la guerra que comenzó el 1º de septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de las tropas de la Alemania nazi.
El desarrollo de los acontecimientos fue llevando a que cada vez más naciones se involucraran en la guerra, a partir del respaldo retórico que los gobiernos de Francia y el Reino Unido le brindaron a Polonia. Las “democracias occidentales” parecían no haber querido tomar conocimiento de que unos pocos días antes Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania nazi, fue recibido en el aeropuerto de Moscú “engalanado de esvásticas y una banda de música que lo recibió al son de Deutschland, Deutschland über Alles”[1]. Esas esvásticas que adornaban de extremo a extremo el aeropuerto eran utilizados en los filmes soviéticos antinazis y luego fueron llevados a la antigua Legación austríaca, donde se alojaría la comitiva alemana[2].
El 23 de agosto de 1939, Ribbentrop y su par soviético, Viacheslav Mólotov, firmaron el Pacto Germano-Soviético en presencia de Stalin, que consistía en un acuerdo para estrechar los vínculos de amistad y de cooperación política y comercial pero que contenía un protocolo secreto por el cual se repartían “el noroeste de Europa en dos esferas de influencia y concedía a ambos signatarios vía libre para devorar a sus vecinos más inconvenientes (de acuerdo a sus intereses defensivos)”[3].
Antes de esto, Stalin ya había procedido a una gran purga a través del “Gran Terror”, que ocasionó la muerte de millones de ciudadanos soviéticos, incluyendo a la mitad de los altos oficiales del Ejército Rojo, los que fueron asesinados o enviados a los gulags entre 1938 y 1939.
El 17 de septiembre de 1939, pocos días después de la invasión alemana, la Unión Soviética inició la propia en la zona polaca que se había repartido previamente con los nazis. El 22 de septiembre alemanes y soviéticos se encontraban en la localidad polaca Brześć Litewski (hoy Brest-Litovsk, en la actual Belarús), donde ese día las tropas de ambos bandos hicieron un desfile conjunto para celebrar su victoria.
El 30 de noviembre la Unión Soviética, sin previa declaración de guerra, invadió Finlandia. Luego de tres meses y medio de combate y de una fuerte resistencia por parte de unas fuerzas finesas en inferioridad de condiciones, el 12 de marzo de 1940 fue firmado el Tratado de paz de Moscú por el que Finlandia traspasó partes de su territorio a la Unión Soviética pero logró conservar su independencia.
Con su Lebensraum Hitler nuevamente se dirigió hacia el este. El 22 de junio de 1941 Alemania dio inicio a la “Operación Barbarroja”, nombre en clave dado por Adolf Hitler al plan de invasión a la Unión Soviética, que habría dado lugar al mayor exceso de violencia de la historia bélica moderna. Lo que pareció una exitosa operación relámpago terminó en una larga y cruenta confrontación para ambos países. Los alemanes no pudieron llegar a Moscú y los soviéticos comenzaron su camino hacia Berlín.
Las democracias occidentales se mantuvieron en silencio cuando la Unión Soviética invadió Polonia, pues no deseaban confrontar con Stalin, el asesino de masas que luego sería uno de los aliados.
Con respecto al escenario del Asia-Pacífico, cabe recordar que en mayo de 1941, debido a la apropiación de combustible estadounidense en Hai Phong, actual Vietnam, el gobierno estadounidense frenó las exportaciones de materias primas de Filipinas a Japón para que obstaculizar su avance en China. Como respuesta a la ocupación japonesa de la Indochina francesa, el presidente Franklin D. Roosevelt “en forma creciente presionó diplomática y económicamente al Japón, hasta llegar a una prolongada crisis que culminó a partir del 25 de julio de 1941, cuando Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda suspendieron su comercio con Japón y sometieron a este país a un cerco económico casi completo”[4]. Los tres países también procedieron a congelar los bienes japoneses y suspendieron todo intercambio comercial con el Imperio japonés. Del mismo modo, en Terranova, en agosto de 1941, se comprometió mutuamente con el primer ministro del Reino Unido “a prestarse ayuda recíproca en el caso de que Estados Unidos, Gran Bretaña o un tercer país que aún no estuviese en guerra, fuese atacado por Japón en el Pacífico”[5].
El presidente Roosevelt asimismo había establecido un embargo de las exportaciones de petróleo.
Se puede afirmar que el ataque a Pearl Harbor, a todas luces no fue una “sorpresa estratégica”. El capitán de navío Mitsuo Fuchida, quien condujo el ataque a Pearl Harbor, afirmó que luego de analizar la propuesta de Estados Unidos del 26 de noviembre de 1941 —entregada por el Secretario de Estado Cordell Hull a los representantes del Imperio japonés en Washington y redactada en duros términos—, el gobierno y el Alto Mando de Japón llegaron a la conclusión “de que la propuesta era un ultimátum tendiente a subyugar al Japón y hacer inevitable la guerra”[6]. La fuerza de tareas japonesa ya estaba rumbo hacia Pearl Harbor y el ataque quedaba supeditado a la mencionada propuesta estadounidense pero el gobierno japonés había decidido continuar con los esfuerzos de paz “hasta el último momento”[7]. Otro dato de interés que proporciona el capitán Fushida es que la decisión de atacar un domingo obedecía a que tenían información de que “la Flota de los Estados Unidos volvía a Pearl Harbor los fines de semana después de los períodos de instrucción en el mar”[8]. Luego agrega que informes de inteligencia sobre las actividades de la Flota del Pacífico retransmitidas desde Tokio, informaban que el día 5 de diciembre el USS Lexington había dejado el puerto y que se estimaba que el USS Enterprise también estaba operando en el mar[9]. Ambas naves eran los portaviones estadounidenses, las dos naves más importantes en Pearl Harbor, las cuales habrían sido sacadas a alta mar debido al conocimiento del ataque japonés.
El mayor testimonio de que el ataque japonés no fue una “sorpresa estratégica” es el libro del contraalmirante estadounidense Robert A. Theobald, titulado The final secret of Pearl Harbor. The Washington contribution to the Japanese attack, publicado en abril de 1954[10]. En su libro el contraalmirante Theobald acusó a la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt de no alertar a los comandantes de Pearl Harbor —ocultando la información de inteligencia— sobre el ataque con la intención de llevar a los Estados Unidos a la guerra. En el prólogo de su libro, el contraalmirante Husband E. Kimmel —comandante de la Flota del Pacífico y comandante en Jefe de la Base Naval de Pearl Harbor, quien fue destituido de su cargo y degradado—, expresa:
Los estudios realizados por el Contraalmirante Theobald lo han llevado a la conclusión que estuvimos desprevenidos en Pearl Harbor debido a que los planes del Presidente Roosevelt requerían que no se enviara aviso alguno que alertara la Flota del Pacífico.[11]
De ese modo, los Estados Unidos, país que tuvo varios empresarios y empresas que apoyaron al gobierno de Hitler durante el período de entreguerras, como Henry Ford —condecorado en 1938 con la Gran Cruz del Águila por parte de Alemania—, Prescott Bush (padre y abuelo de los presidentes estadounidenses), IBM, General Motors —que había adquirido la empresa Opel—, entre otros, presionaron a Japón procurando el pretexto para ingresar a la guerra. El 8 de diciembre de 1941, el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra al Imperio de Japón y el día 11 a Alemania, inmediatamente después que lo hubiera hecho el gobierno de Berlín.
Un hecho más, entre los tantos que se podrían destacar, es que en plena guerra, en 1943, el presidente “Roosevelt declaró que Arabia Saudí era ‘vital para la defensa de los Estados Unidos’, y el reino saudí se pudo beneficiar de generosos préstamos, a la vez que declaraba la guerra al Eje”[12]. En 1944 se formó ARAMCO, la Arabian American Oil Company, como subsidiaria de la Standard Oil de California, SOCAL, que ya en 1933 había firmado un acuerdo con el monarca saudí para realizar prospecciones petrolíferas en su territorio[13]. Los intereses en función de la geopolítica del petróleo implementada por el Reino Unido y los Estados Unidos se fueron afianzando. Arabia Saudí ingresaría en 1945 como miembro pleno cuando, al año siguiente, se creara la Organización de las Naciones Unidas.
Hacia el final del conflicto, cuando las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón) fueron derrotadas, la Polonia que las “democracias occidentales” pretendieron salvar de la Alemania nazi —y la excusa por la cual ingresaron a la guerra tras sostener durante años la “política de apaciguamiento”— fue entregada sin más a la Unión Soviética… al igual que Europa Central y Oriental. La guerra terminó pero las ilusiones de “democracia” y de “libertad” no se concretaron para las poblaciones de esos países. Las democracias occidentales redujeron la extensión de la “Europa libre” con su alianza con el asesino de masas Stalin, lo que no exime a Hitler de sus pecados pero hay que tener en cuenta que los de las potencias occidentales no fueron menores.
Nuevos organismos internacionales, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la FAO, organización dedicada a la alimentación y la agricultura, fueron creados a partir de esta guerra, los cuales se convirtieron en actores protagonistas en el decurso mundial desde 1945.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa perdió aún mayor poder de iniciativa en el contexto internacional. Para levantarse de sus ruinas debió contar con el apoyo económico de los Estados Unidos mediante el Plan Marshall. De este modo, la gran potencia del norte aparecía como la que —junto al maltrecho Imperio británico— había derrotado “al mal”. Sin embargo, era natural que media Europa quedara en manos de la que llevó el mayor esfuerzo de guerra, la Unión Soviética, que con su poder terrestre y con 27 millones de muertos llegó a Berlín antes que las fuerzas británicas y estadounidenses. A decir verdad, el peso de la guerra en víctimas humanas recayó sobre Alemania y la Unión Soviética.
De este modo, Europa Occidental quedó sujeta al “nuevo orden europeo” impuesto desde Washington pero creado durante la guerra a través de los acuerdos celebrados por los “Tres Grandes” (Roosevelt, Churchill y Stalin) en las conferencias en las que, finalmente, se dividieron las zonas de influencia. Como resultado de ello, Alemania fue dividida en dos, dando luego lugar a la República Federal Alemana (RFA) y a la República Democrática Alemana (RDA), y la ciudad de Berlín también fue sujeta a una partición.
La alianza se quebró, como era natural y como lo había previsto Churchill, y prontamente se inició el conflicto que pasó a la historia como Guerra Fría. El mundo quedó a merced de dos bloques: el capitalista, liderado por Washington, y el comunista, liderado por Moscú. Ambas fuerzas intentaron imponer sus voluntades sobre el resto del mundo y con motivo de ese forcejeo las viejas potencias coloniales europeas debieron aceptar el proceso de descolonización para dar nacimiento a nuevos países.
En el marco de este nuevo conflicto y siguiendo la promesa hecha a través de la Declaración de Balfour, en 1947 se aprobó el Plan de la ONU para la partición de Palestina, mediante una resolución que contemplaba la formación de dos Estados —Israel y Palestina— sobre el mandato británico. Esta partición fue rechazada por los países árabes y por la dirigencia palestina que le declararon la guerra al nuevo Estado judío, dando origen a la guerra árabe-israelí de 1948, que finalizó con la victoria de Israel, que logró ampliar militarmente su territorio más allá del plan original de la ONU.
En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos impulsó la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), fundada por doce países, signatarios del Tratado de Washington: Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, el Reino Unido y Portugal. Posteriormente se incorporaron Grecia y Turquía, en 1952; la República Federal de Alemania, en 1955 y en la actualidad está integrada por 29 países[14].
Como contrapartida, en 1955, los países del bloque socialista crearon el Pacto de Varsovia, su propia organización militar para enfrentar los desafíos del bloque occidental.
A pesar de ser el aliado más confiable de Washington, el Reino Unido también encontró sus limitaciones. Ejemplo de ello fue la crisis del Canal de Suez, cuando el presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser —quien derrocó al rey Faruq I mediante un golpe de Estado, proclamó la república y estableció el “nacionalismo socialista árabe”— procedió a nacionalizar el canal en detrimento de los intereses británicos y franceses. Nasser había fortalecido sus fuerzas armadas con material proveniente de los países socialistas, en particular, Checoslovaquia, y su gobierno reconoció a la República Popular China.
El Reino Unido, Francia e Israel formaron una alianza en contra de Egipto, país que contó con el respaldo de los países árabes. El triunfo militar de estos aliados fue acompañado de una gran decepción cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética, diplomáticamente, le impusieron a Francia, el Reino Unido e Israel retirar sus ejércitos. Por su parte, Egipto debía detener el envío de armamento a las guerrillas que luchaban contra Israel. Las Naciones Unidas desplegaron un cuerpo especial (UNEF) en la península del Sinaí, para mantener aisladas las fuerzas israelíes y egipcias.
Un segundo caso fue el visto bueno que los Estados Unidos le dieron al Reino Unido para llevar adelante su campaña al Conflicto del Atlántico Sur, para lo cual le cedieron la base aeronaval de la isla Ascensión y se arbitraron las medidas para reemplazar en Europa las operaciones británicas en el marco de la OTAN.
Nuevos organismos fueron abroquelando a los países europeos. En París, en abril de 1951 fue creada la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), por parte de los países del BENELUX (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo), Alemania, Francia e Italia, cuyo tratado entró en vigor en 1952 y es la base sobre el que se firmó el Tratado de Roma, en 1957, que fue el origen de la Comunidad Económica Europea, a la que progresivamente se fueron incorporando otros países y que en noviembre de 1993 pasó a ser la actual Unión Europea. Desde la CECA las instituciones sucesoras fueron incrementando el poder supranacional en detrimento de las decisiones de los gobiernos de los países miembro. En este punto cabe citar a Hans-Peter Martin y Harald Schumann:
El que este proceso haya avanzado tanto, a pesar de todos los retrocesos, se lo debe Europa en gran medida al canciller federal alemán en el cargo desde 1982. El mayor logro de Helmut Kohl no es la realización de la unidad alemana, sino su inconmovible insistencia en la europeización de la política nacional. Kohl solo demostró lo en serio que se tomaba esto en diciembre de 1991, cuando redactó en la neerlandesa Masstricht los párrafos del Tratado que debía convertir en una Unión la vieja Comunidad Europea. Contra la masiva resistencia del Bundesbank, de su propio partido y de gran parte de la élite conservadora, puso entonces, en alianza con Francia, el viejo sueño de la moneda común en el orden del día europeo. Con seguro instinto de poder, Kohl y su entonces interlocutor François Mitterand advirtieron la importancia de este paso mucho antes que sus electores e incluso que la mayoría de sus asesores: El dinero común podía ser la clave de la unificación política del continente y abrir paso a la liberación del dominio americano. Porque la unión monetaria, aunque no entre en vigor hasta el año 2001, dará a Europa la posibilidad de recuperar una parte importante de soberanía estatal en el ámbito de la política monetaria, financiera y tributaria. Entonces los tipos de interés y de cambio europeo dependerán mucho menos que hoy del mercado norteamericano.[15]
Sin embargo, la comunidad europea ya desde 1973 tenía el “Caballo de Troya” dentro de sí: el Reino Unido. En noviembre de 1962, el presidente francés, Charles de Gaulle recibió al primer ministro británico, Harold Macmillan —con la intención de obtener la aprobación de De Gaulle para que su país pudiera ingresar a la CEE—, durante su retiro de verano en el castillo de Rambouillet, a las afueras de París. De Gaulle le expresó que si quería unirse a Europa debía abandonar su “relación especial” con los Estados Unidos. En 1963, el general francés declaró “que Francia abriga dudas sobre la voluntad política del Reino Unido de ingresar en la Comunidad”, con lo cual se suspendieron las negociaciones de adhesión de todos los países candidatos[16]. De Gaulle se manifestó en contra del ingreso británico en una conferencia de prensa celebrada el 14 de enero de 1963. El 27 de noviembre de 1967 volvió a negarse en otra conferencia de prensa.
Como había previsto sagazmente el general De Gaulle, el Reino Unido jugaría para sí y para los Estados Unidos. Tras lograr ingresar a la CEE y continuar dentro de su sucesora la Unión Europea, gozó de beneficios especiales, como no adherir al Tratado de Schengen (1985) ni adoptar el euro, cuya entrada en vigor fue en 2002.
La implosión soviética y la supuesta “postguerra fría”
Antes de abordar la implosión soviética es justo recordar algunos antecedentes que llevan a la comprensión del radicalismo islámico para lo cual es necesario referirse escuetamente a la guerra en Afganistán, en donde se había producido el “Gran Juego” entre británicos y rusos en el siglo XIX. Este “nuevo juego” se produce durante el gobierno iraní de Mehdi Bazargan, quien lo encabezó de forma interina tras la Revolución Islámica, gobierno con el que Estados Unidos mantenía contactos.
Además del triunfo de la mencionada revolución en 1979, el 4 de noviembre se llevó a cabo el asalto de la embajada de los Estados Unidos y el secuestro de los diplomáticos. A finales del mes de diciembre el Ejército Rojo ingresó a Afganistán.
Arabia Saudí y las monarquías del golfo, wahabitas y sunitas, no estaban dispuestos a perder el control religioso en favor de los chiítas iraníes por lo que se aliaron a los muyahidín afganos, que solo contaban con algunas facciones de filiación wahabita y con los partidarios de la yihad armada[17]. En el noroeste de Pakistán, en torno a Peshawar, en donde existían bases y campos de entrenamiento, había tres millones de refugiados, “el caldo de cultivo para el islámico internacional”[18]. Con financiamiento saudí, armamento estadounidense, tráfico de heroína y colaboración de los servicios de inteligencia paquistaní y estadounidense, el ISI (Inter-Services Intelligence) y la CIA, además del componente religioso de las grandes organizaciones paquistaníes, principalmente Jami’at-e islami fundada por Abul Ala Mawdadi (Aurangabad, India, 1903 – Búfalo, Estados Unidos, 1979), periodista y teólogo musulmán fundamentalista que desempeñó un papel importante en la política paquistaní y la red de madrasas deobandis[19].
Este movimiento, apadrinado por los Estados Unidos, Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Pakistán, desempeñó un papel clave en la derrota que sufrieron las tropas soviéticas en 1989 y que llevó a la evacuación del país. Pero allí también está el semillero que dio origen al terrorismo de sesgo islámico.
En abril de 1992 Kabul y Afganistán cayeron en manos de los muyahidín. En 1994 aparecieron los talibán, quienes durante ese año se apoderaron de Kandahar y de las provincias meridionales de Lashkargah y Helmand. Los talibán gobernaron la casi totalidad de Afganistán entre 1996 y 2001 y la empresa petrolera argentina Bridas de Carlos Bulgheroni obtuvo un contrato para la construcción de un gasoducto de 1.492 kilómetros desde Turkmenistán hasta Pakistán con el visto bueno de los talibán. Bien pronto, con el avance de los Estados Unidos en el espacio postsoviético, la empresa argentina fue perdiendo todos sus negocios en favor de las estadounidenses, principalmente con Unocal[20].
Estos datos son relevantes para comprender los motivos que fueron llevando a la implosión soviética y a la expansión de los Estados Unidos en el espacio postsoviético. La globalización propuesta por Washington estaba en marcha en un esquema que los propios estadounidenses y algunos analistas internacionales consideraron como “unipolar”.
Hans-Peter Martin y Harald Schumann proporcionan una definición de lo que se debe entender por globalización:
La globalización, entendida como la liberación de las fuerzas del mercado mundial y la pérdida de poder económico de los Estados, es para la mayoría de las naciones un proceso impuesto, al que no pueden sustraerse. Para América, era y es un proceso que su élite política y económica ha puesto en marcha y mantiene voluntariamente. Sólo Estados Unidos pudo mover al Gobierno de Japón a abrir el mercado interior japonés a las importaciones. Sólo el Gobierno de Washington puede obligar al régimen chino a cerrar 30 fábricas de video y CD, que ganaban miles de millones con el robo de derechos de propiedad intelectual y la piratería de productos. Por último, sólo el Gobierno Clinton pudo arrancar a los rusos el consentimiento a la intervención militar en Bosnia, que puso fin a la carnicería en los Balcanes. El crédito de diez mil millones de dólares del FMI, concedido justo a tiempo para la campaña electoral de Boris Yeltsin, fue la recompensa, en el verano de 1996.[21]
Rusia se había debilitado. La crisis económica produjo la escasez de productos básicos y la oxidación del material de guerra.
El profesor Daniel Añorve Añorve, en un artículo de su autoría, cita un trabajo de Ana Teresa Gutiérrez del Cid, titulado Fénix de Oriente, en el que “ilustra el período de confrontación entre algunos magnates, que o bien actuaban al margen de la ley o actuaban dentro de ésta, pero sirviendo a intereses extranjeros por un lado, y a un grupo de hombres de Estado, nacionalista y relativamente conservador, los siloviki, aliados centrales de Vladimir Putin”[22]. Efectivamente, con la asunción de Vladimir Putin al gobierno de la Federación de Rusia en 1999 comenzó a revertirse el estado de anarquía que imperaba en el país y a recuperar no solo la economía sino también sus fuerzas armadas.
Sólo poco tiempo después de la llegada de Putin al poder, se produjeron los atentados del 11-S de los que se responsabilizó a varios ciudadanos saudíes. Respecto de este ataque ya se ha hablado y se ha escrito mucho pero le otorgó un rol protagónico al terrorismo de sesgo islámico, cuya principal organización era Al-Qaeda, la que tuvo sus orígenes a fines de la década de 1980, como ya se explicó ut supra, en los muyahidín que enfrentaban la ocupación soviética en Afganistán. Su líder, Osama Bin Laden habría abandonado Afganistán en 1989, para retornar en 1996 con el objetivo de dirigir los campos de entrenamiento y proceder al ataque los militares y civiles estadounidenses. Se le atribuyeron los atentados del 7 de agosto de 1998 de las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia en África.
Lo que resultó más insólito es que los atacantes eran saudíes pero el gobierno estadounidense decidió llevar la guerra a Afganistán.
La política exterior y de defensa estadounidense dio un giro geopolítico y puso la mira en Medio Oriente y Asia Central, procurando arrastrar a los países europeos en su guerra. Alemania y Francia fijaron su posición respecto a estos cambios y tomaron una actitud más dura en oportunidad de la invasión a Iraq en 2003 bajo el pretexto de las armas de destrucción masiva… que finalmente no se encontraron. Algunos países europeos acompañaron la campaña estadounidense, Reino Unido y España, además de algunos que antes integraban el espacio soviético.
En un artículo escrito por el coronel de artillería español José Luis Pontijas Calderón, pone en evidencia ese cambio de la política estadounidense y su alejamiento con respecto a sus aliados europeos. Del mismo modo, también menciona como el Reino Unido frenó numerosas iniciativas europeas, en favor de los Estados Unidos y en función de los cambios geopolíticos que implementaron los diferentes gobiernos estadounidenses en las últimas décadas. Para ello analiza la política exterior de Washington, los cambios mencionados y la actitud de los gobierno británicos[23][24]. Pontijas Calderón, respecto del Reino Unido, expresa:
Sus objetivos principales del período post-Guerra Fría fueron:
Mantener el vínculo transatlántico con EE. UU., garante de sus dos ejes geoestratégicos tradicionales.
Impulsar y contribuir a la expansión geopolítica global occidental.
Para ello, Londres estuvo a la vanguardia de la expansión de la OTAN y de la UE hacia el Este, así como cooperó militar y diplomáticamente con los esfuerzos estadounidenses en Irak, Afganistán y otros teatros. También promovió numerosas iniciativas de cooperación en el seno de la Alianza (Partenariado por la Paz, Diálogo Euro-Mediterráneo, etc.) y abogó por la expansión de esta como gestor de crisis en el ámbito global durante la cumbre de Washington de 1999.
Por otro lado, para neutralizar cualquier intento de desarrollar una capacidad europea de defensa autónoma, Londres promovió el desarrollo de la Identidad de Defensa y Seguridad Europea (EDI, por sus siglas en inglés). La idea era fortalecer la vos de los europeos en el seno de la Alianza, a la vez que ofrecía una forma de planear y conducir operaciones de la Unión Europea Occidental (UEO) a través de los acuerdos “Berlín +” OTAN-UEO.[25]
El Reino Unido cumplió su misión tal como lo había previsto Charles De Gaulle y dado el distanciamiento de los Estados Unidos de Europa —en el marco de un nuevo período global en el que el gobierno estadounidense ya no puede pedirle a China que cierre sus fábricas de video y CD, ni torcer la política de la Federación de Rusia a cambio de un crédito del FMI— en 2016, el gobierno de Londres llamó a un referéndum para que su población decidiera si deseaba continuar dentro de la Unión Europea o no. Como se sabe, esa votación fue manipulada a través de la consultora Cambridge Analytica. Asimismo, debe recordarse que el presidente Donald Trump contribuyó al distanciamiento con su guerra de aranceles a las importaciones.
La decisión de los gobiernos de Francia y Alemania de impulsar un ejército fue percibida por Trump como un insulto. Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, justificó esa iniciativa porque “Europa necesita reducir su dependencia de los demás”. Aún fue más allá al expresar: “Tenemos que protegernos de China, de Rusia e incluso de Estados Unidos”[26].
Pareciera que la partida del Reino Unido, le brindó el espacio a Emmanuel Macron y Angela Merkel para avanzar en la creación de un Ejército europeo[27] e, incluso, una suerte de “consejo de seguridad” de la Unión Europea, similar al de la ONU, el cual “podría emitir una posición europea sobre los conflictos internacionales”[28].
Por su parte, Donald Trump había calificado a la OTAN de “obsoleta” en oportunidad de su visita al nuevo cuartel general de la Alianza en Bruselas y les pidió a sus miembros que pusieran más dinero: “Veintitrés de los 28 países miembros siguen sin pagar lo que deberían y lo que supone que deben pagar por su defensa”[29].
Cuando se cumplía el 70º aniversario de la creación de la OTAN, Donald Trump manifestaba su intención de retirar a su país de la Alianza. Macron, por su parte, llegó a expresar que “lo que estamos experimentando actualmente es la muerte cerebral de la OTAN”[30], haciendo referencia a la imprevisibilidad estadounidense bajo la presidencia de Donald Trump, declaración que no fue compartida por Angela Merkel.
Ya antes de esas expresiones sobre la OTAN, en marzo de 2019, Macron convocó a una cumbre a los responsables de una treintena de servicios europeos con el objetivo de construir una cultura estratégica común y “poner en marcha un colegio o foro común que sirva para intercambiar experiencias y alentar la reflexión sobre los retos a los que se enfrentan los servicios de inteligencia europeos, desde el yihadismo a la creciente agresividad del Kremlin o el ascenso imparable de China”[31].
Del mismo modo, por iniciativa del gobierno francés, a finales de febrero de 2020, veintitrés países europeos crearon una nueva cooperación de inteligencia: el Intelligence College in Europe, Colegio de Inteligencia en Europa (ICE, por sus siglas en inglés). El ICE se fundó oficialmente en París en mayo de 2019 pero respondió a una iniciativa del presidente Macron, cuando, en septiembre de 2017, en un discurso en la Universidad de la Sorbona en París propuso una nueva cooperación entre los servicios de inteligencia europeos con el objetivo de lograr una Inteligencia europea más independientes de la información y del conocimiento de las grandes potencias, como Estados Unidos, China o Rusia[32].
A modo de conclusión
La llegada de los turcos en el siglo XIV, la caída del Imperio Bizantino y la instalación del Imperio Otomano significó la ruptura de las comunicaciones terrestres entre Europa y Asia. Eso obligó a las potencias de la época, más precisamente España y Portugal, a buscar nuevas rutas para llegar al Lejano Oriente.
El Imperio ruso, a lo largo de varios siglos, con su extensión hacia el este, se encontraba conectando ambos continentes nuevamente, lo que significó una amenaza para el Imperio británico, con el cual tuvo que lidiar en Afganistán en lo que se denominó el “Gran Juego”. La construcción del Transiberiano y su inauguración en 1904 representaron otra alarma para Londres ya que amenazaba sus mercados asiáticos.
La carrera armamentística estaba en marcha entre las potencias europeas y nuevos actores se involucraban en el escenario internacional.
Cabe recordar que durante el siglo XIX el Imperio británico se expandió por el mundo y colonizó islas y pasos vitales para el control de los mares y pasos estratégicos del mundo.
Previo a la Primera Guerra Mundial, los británicos percibieron que la expansión hacia el este del Imperio alemán ponía en riesgo sus posesiones, su dominio comercial y el control de los pozos petrolíferos de Medio Oriente a través del espacio terrestre. Durante el transcurso de la misma, recurrió a tratados y acuerdos secretos para repartirse el Imperio otomano y establecer una cuña en Medio Oriente para evitar el avance alemán y la construcción de su ferrocarril que podía alcanzar los puertos del golfo Pérsico.
La Revolución Bolchevique contó con el apoyo de dos países de dos bandos enfrentados en la guerra, Estados Unidos y Alemania, pero había algo en común: fue respaldada por capitalistas que deseaban vengarse del zar por sus políticas consideradas racistas. La revolución rusa sirvió para tabicar a las potencias centrales en su camino hacia el este y puso los caminos y los ferrocarriles —como el Transiberiano— bajo control del gobierno comunista. Eso forzaba a que las telurocracias se vieran obligadas a utilizar los mares para alcanzar el Lejano Oriente o cualquier punto de Asia y, como ya se ha mencionado, el control marítimo estaba en manos del Reino Unido y de la, entonces, nueva talasocracia: los Estados Unidos. El comercio europeo quedaba íntimamente ligado a estas dos potencias capitalistas.
La Gran Guerra fue el hito fundamental para poner a Europa en una posición subordinada respecto de los Estados Unidos y del Imperio británico.
Los resentimientos de la Primera Guerra Mundial se incrementaron durante el período de entreguerras y las ideologías se enfrentaron tanto al interior de algunos países como en buena parte de Europa. El estallido de la Segunda Guerra era inminente y, una vez más, los que serían los dos polos ideológicos se unieron para enfrentar a los países centrales: Alemania y sus aliados europeos.
La nueva derrota de Alemania y el avance de la Unión Soviética hasta Berlín llevaron el límite del bloque comunista hasta esa ciudad. La postguerra giró en torno al “enemigo comunista” y los Estados Unidos forjaron el “nuevo orden europeo”, restringiendo aún más cualquier iniciativa europea. Para consolidar su poder propuso la creación de la OTAN y unos años después de la creación de la CEE, el Reino Unido ingresó al bloque para paralizar desde adentro a la “Europa libre”. Luego del Brexit (2016), varios artículos recordaron la advertencia de Charles De Gaulle.
Cuando los soviéticos se expandían por Afganistán, la región del “Gran Juego”, los estadounidenses se valieron de sus aliados saudíes y paquistaníes para apoyar militar y económicamente a los muyahidín, los que serían el germen del futuro terrorismo de sesgo islámico que los gobiernos de Estados Unidos utilizaron para reemplazar al “enemigo comunista” luego de la implosión de la Unión Soviética y con más razón tras la llegada de Vladimir Putin al gobierno de la Federación de Rusia.
Con respecto a los intereses hidrocarburíferos, los Estados Unidos se abocaron a boicotear los ductos que favorecieran a Rusia así como llevaron adelante la “guerra contra el terrorismo global” ocupando Afganistán, provocando la caída de Saddam Hussein en Iraq y luego, junto a otros socios europeos, procedió no sólo a establecer centros clandestinos de detención sino que también respaldó a los rebeldes sirios que dieron lugar a la creación del autodenominado Estado Islámico en su enfrentamiento con el gobierno de Siria.
En todas estas campañas, el Reino Unido fue su gran aliado, alineándose automáticamente a la política expansionista diseñada por Washington.
El fortalecimiento de Rusia y el desafiante crecimiento de China alejaron aún más a Estados Unidos de Europa, la que durante décadas acompañó la política estadounidense aun en contra de sus propios intereses al enfrentarse con Rusia, su proveedor energético natural.
La OTAN fue convertida más claramente en el brazo militar de las ambiciones estadounidenses, lo que encontró un freno ante la posición asumida por Francia y Alemania en vísperas del ataque a Iraq.
Este distanciamiento se incrementó y el “Caballo de Troya” debía dejar la Unión Europea para, con mayor libertad, poder acompañar a los Estados Unidos. Asimismo, se liberó de los controles financieros del bloque europeo, lo que no es un hecho poco importante para Londres, la “city” que controla la mayoría de los paraísos fiscales a lo largo y a lo ancho del mundo.
El Brexit parecería haber devuelto la conciencia y la identidad a Europa, la que ahora propone crear su propio sistema de defensa independiente de los lineamientos dictados desde Washington. Con respecto a la Inteligencia, la convocatoria del presidente francés para crear el colegio europeo, contó con la participación de dos miembros no comunitarios: Noruega y el Reino Unido.
A pesar de estas decisiones, la pregunta aún queda sin responder: ¿Serán capaces los europeos de crear su propia alianza militar al margen de la OTAN? Solo el tiempo podrá responderla.
Para finalizar, es pertinente recordar que en 1982, en oportunidad de su visita a Santiago de Compostela, el papa Juan Pablo II se refirió a la consolidación de la Europa unida expresando una frase que repetiría en otra visita a España en 2006: “Europa, vuelve a encontrarte, sé tú misma, aviva tus raíces”.
* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG).Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.
Citas bibliográficas y notas
[1] Norman Davies. Europa en guerra. 1939-1945. ¿Quién ganó realmente la segunda guerra mundial? Buenos Aires: Planeta, 2008, p. 209.
[2] Michael Bloc. Ribbentrop. Buenos Aires: Javier Vergara Editores, 1994, p. 255.
[4] Robert A. Theobald. El secreto final de Pearl Harbor (La contribución de Washington al ataque japonés). Buenos Aires: Círculo Militar (Biblioteca del Oficial), julio de 1954, p. 59.
[14] Los demás países miembros son: España (1982); Hungría, Polonia y la República Checa (1999), que fueron los primeros países ex comunistas en entrar en la OTAN. Poco después, en la Cumbre de Praga, en 2002, denominada “cumbre de la transformación”, la OTAN invitó a siete países (Rumania, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania) a adherirse, y en marzo de 2004, los siete ingresaron en la Alianza. En 2009 fue el turno de Albania y Croacia y, finalmente, el último Estado en convertirse en Aliado hasta la fecha ha sido Montenegro, en 2017. La OTAN mantiene una política de puertas abiertas “a cualquier otro Estado europeo que esté en condiciones de favorecer el desarrollo de los principios del presente Tratado y de contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte” (artículo 10 del Tratado de Washington)”. Fuente: Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación (España).
[15] Hans-Peter Martin y Harald Schumann. La trampa de la globalización. El ataque contra la democracia y el bienestar. Madrid: Taurus, 1998, p. 270-271.
[16] “La Historia de la Unión Europea – 1963”. Sitio web de la Unión Europea, <https://europa.eu/european-union/about-eu/history/1960-1969/1963_es>.
[17] Gilles Kepel. La yihad. Expansión y declive del islamismo. Barcelona: Península, 2001, p. 207.
[19] Los deobandis son uno de los grupos de los musulmanes. Está íntimamente relacionado con la Universidad de Deoband, en India (Dar al-‘Ulum, “Casa del Conocimiento”. En sus orígenes en la India ya expresaba un fuerte rechazo contra el avance de Occidente y su civilización materialista laica en el subcontinente indio. Sus objetivos eran preservar las enseñanzas del Islam, su fuerza y sus rituales, resistir a las destructivas actividades misioneras del invasor británico y su cultura y difundir el Islam y su cultura.
[20] Ahmed Rashid. Los talibán. El Islam, el petróleo y el nuevo “Gran Juego” en Asia Central. Barcelona: Península, 2001, 375 p.
[21] Hans-Peter Martin y Harald Schumann. Op. cit., p. 270-271.
[22] Daniel Añorve Añorve. “El juego geopolítico de la Rusia postsoviética: su comprensión a través de cinco círculos”. Revista Mexicana de Política Exterior, nº 115, enero-abril de 2019, p. 45-67.
[23] José Luis Pontijas Calderón, “Entender el juego geopolítico europeo (I)”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 16/10/2019, <http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA29_2019JOSPON_EEUU.pdf>.
[24] José Luis Pontijas Calderón, “Entender el juego geopolítico europeo (II)”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 30/10/2019, <http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA30_2019JOSPON_Europa.pdf>.
[27] La creación del Eurocuerpo se originó a partir del Tratado del Elíseo firmado entre el Presidente francés Charles de Gaulle y el Canciller alemán Konrad Adenauer el 22 de enero de 1963. Su objetivo era intensificar la cooperación franco-alemana en materia de defensa. En 1987 el presidente François Mitterand y el canciller Helmut Kohl anunciaron la puesta en marcha del Consejo de Seguridad y Defensa franco-alemán que iba a permitir la creación de la Brigada franco-alemana en 1989, la que entró en operatividad en 1991. El 14 de octubre del mismo año, ambos Jefes de Estado enviaron una carta conjunta al Presidente del Consejo Europeo en la que le informaban su decisión de intensificar aún más su cooperación militar, sentando así las bases de un Cuerpo de Ejército en el cual podrán participar también otros Estados miembros de la Unión Europea Occidental (UEO). El 22 de mayo de 1992, durante la Cumbre de La Rochelle, Mitterand y Kohl crearon oficialmente el Eurocuerpo con la adopción del informe común de los ministros de Defensa francés y alemán. El 1º de julio de 1992, un Estado Mayor provisional se estableció en Estrasburgo para crear las bases del Cuartel General del Eurocuerpo.
[28] Bernardo de Miguel. “Merkel secunda la propuesta francesa de crear un Ejército europeo”. El País, 13/11/2018, <https://elpais.com/internacional/2018/11/13/actualidad/1542120243_022296.html>, [consulta: 14/11/2018].
[29] “Trump, la OTAN y la UE: amor y desamor en 2018”. Euronews, 26/12/2018, <https://es.euronews.com/2018/12/26/trump-la-otan-y-la-ue-amor-y-desamor-en-2018>, [consulta: 27/12/2018].
[30] “Emmanuel Macron warns Europe: NATO is becoming brain-dead”. The Economist, 07/11/2019, <https://www.economist.com/europe/2019/11/07/emmanuel-macron-warns-europe-nato-is-becoming-brain-dead>, [consulta: 27/12/2018].
[31] Miguel González, Marc Bassets. “Macron reúne en París a los jefes de los servicios de espionaje europeos”. El País, 04/03/2019, <https://elpais.com/internacional/2019/03/04/actualidad/1551726724_825535.html>, [consulta: 06/03/2019].
[32] Christopher Nehring. “Colegio de Inteligencia en Europa: nueva plataforma conecta al servicio europeo de inteligencia”. Deutsche Welle, 08/04/2020, <https://www.dw.com/es/colegio-de-inteligencia-en-europa-nueva-plataforma-conecta-al-servicio-europeo-de-inteligencia/a-53068415>, [consulta: 08/04/2020].