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EL VIEJO REALISMO COMO HOJA DE RUTA DEL «NUEVO» MUNDO

Alberto Hutschenreuter*

Imagen geralt en Pixabay

 

Cuando echamos una mirada a los acontecimientos que tienen lugar en el mundo actual, difícilmente podríamos sostener que los mismos respaldan la predominancia de enfoques centrados en el multilateralismo, los valores colectivos y la cooperación desinteresada.

Desde hace tiempo que el denominado modelo relacional, es decir, el que se funda en el poder, la jerarquía, las capacidades, el interés nacional y la incertidumbre de las intenciones entre Estados, predomina en el mundo, llegando incluso a establecerse hoy un inquietante estado de beligerancia latente o de no guerra entre los principales actores preeminentes, esto es, los centros que deberían dar forma a una estructura o configuración internacional.

El estado de disrupción internacional es tal que hasta se podría dudar si hay posibilidades de llegar alguna vez a un orden, pues incluso entre aquellos poderes mayores que tienden hacia una alianza, como China y Rusia, las concepciones relativas con un orden internacional son diferentes. En estos términos, sólo quedaría como garantía relativa de un orden el comercio entre Estados, un sustituto de un orden, pero que no llega a serlo.

¿Estamos, por tanto, en un estado de retroceso en las relaciones internacionales? La pregunta resulta pertinente, pues desde 2014, cuando se produjo la anexión o recuperación de Crimea por parte de Rusia y la desconfianza y fragmentación internacional se profundizó, se habló, primero, del retorno de la geopolítica y luego, del regreso de la guerra; dos cuestiones vinculadas a la obtención de ganancias de poder por parte de los Estados, es decir, «sustancias» de la concepción realista en política internacional, que deprime la cooperación desinteresada entre los Estados mientras que afirma la competencia y la rivalidad entre los mismos. Pero ello no supone ninguna novedad. De modo que, más que retroceso, tal vez sería más apropiado referirnos a una regularidad.

El final de la contienda bipolar, la desaparición de la URSS, la reacción internacional contra la invasión iraquí a Kuwait y el fenómeno de la globalización fueron cuatro hechos que fundaron un clima favorable en relación con el curso de las relaciones internacionales y ello se constató en las hipótesis esperanzadoras que se desplegaron por entonces. Además, la contundencia de las tres victorias estadounidenses (Guerra Fría, guerra del Golfo y modelo económico) afirmó la percepción sobre el triunfo de cierta idea de benevolencia frente a los dogmas casi totalitarios que capitulaban o se encontraban en fase terminal.

La globalización fue, acaso, el epítome, del nuevo clima: una idea cuya práctica aseguraba velozmente el ascenso hacia el desarrollo. Nunca hubo por entonces posiciones que concibieran la globalización como un proceso de oportunidades, que era algo cierto, pero también como un fenómeno no neutro, es decir, como un régimen de poder, algo que era más cierto todavía. Sin duda, si se hubiera considerado la experiencia, seguramente se habría concluido que eran necesarios más reparos por parte de los países frente a las expectativas desmedidas.

En este contexto, las corrientes de pensamiento que consideraban que las relaciones internacionales cambiaban hacia formas menos descentralizadas y más regimentadas, sintieron que sus esperanzas en la afirmación de una sociedad internacional eran prácticamente irreversibles. Si hasta hacía poco el mundo mantenía características hobbesianas, es decir, de ineluctable pugna por el poder, el nuevo escenario tendría rasgos más lockeanos y kantianos, es decir, de creciente comercio y cooperación, y allí todos (poderosos, intermedios y débiles) lograrían márgenes de ganancias. Consecuentemente, se afirmaría «la paz», es decir, el orden.

A pesar de numerosas situaciones, que examinadas con rigor estratégico resultaban categóricas en relación con aquellos fundamentals del realismo, por caso, expansión de la OTAN, proyección regional y global de poderes mayores, movimientos internos en países ubicados en zonas selectivas, etc., tuvieron que suceder los hechos en Siria y en Ucrania-Crimea para que se reconsideraran premisas y se admitiera que la geopolítica estaba de regreso, lo cual era un desacierto, pues nunca podía estar de vuelta aquello que nunca se había marchado.

Desde entonces, aquellas pocas, pero convincentes explicaciones que proporcionaba el realismo, para exponerlo casi en las mismas palabras de Kenneth Waltz, se hicieron frecuentes cuando se hablaba del estado o panorama estratégico del mundo. Los documentos e informes de foros internacionales, organizaciones intergubernamentales y de actores preeminentes describían contextos cada vez más inquietantes (por ejemplo, los Global Risks Report del World Economic Forum, o las Global Trends de las agencias de inteligencia de Estados Unidos).

Finalmente, la pandemia, el nacionalismo de las vacunas, la rivalidad chino-estadounidense y la guerra en Ucrania terminaron por recentrar al realismo en la política internacional y mundial, quedando apenas, como se dijo antes, el comercio internacional, afectado por las tensiones provocadas por tales acontecimientos, como un frágil esquema de relativo orden.

En cuanto a los nuevos tópicos, esto es, conectividad, robótica, biogenética y, particularmente, inteligencia artificial, sin duda que se trata de tecnologías mayores que aportan oportunidades para muchas situaciones, por caso, una diplomacia (quizá) menos equívoca y más precisa para resolver crisis. Pero también existe aquí un ancho margen de posible conflictividad (en buena medida, con desenlaces desconocidos).

La experta australiana Kate Crawford ha venido advirtiendo lo aterrador que sería que un programa de IA adopte decisiones en materia de empleos a partir del reconocimiento emocional de las personas en función de su rostro. Estaríamos ante nuevas y tal vez incontrolables formas o pautas de desigualdad social. Y esto es solo una hipótesis, por no referirnos a otras que nos harían considerar los riesgos que corren las mismas democracias.

Pero desde nuestro lugar (las relaciones entre Estados), la posesión de tecnología mayor profundizaría la desconfianza, la competencia y la rivalidad entre Estados, al punto que se reafirmaría una de las principales marcas del realismo: la anarquía internacional; precisamente, una de las cuestiones que más ha sido criticada por las corrientes que consideran que se trata de una obsesión del realismo, pues ante la vitalidad de nuevos movimientos sociales conscientizantes de nuevas cuestiones colectivas, cuya incesante actividad va erosionando la autoridad del Estado y creando una nueva arena no internacional sino global, la anarquía se habría vuelto una realidad cada vez más anacrónica; un hecho que ha sido útil para explicar el mundo de ayer, pero que no se ha modernizado.

Considerando las nuevas tecnologías en relación con el terreno militar, ¿qué garantiza que las mismas no dejarán al mundo más cerca de una catástrofe como consecuencia de decisiones equivocadas?

En un reciente artículo publicado en la revista Foreign Affairs, la investigadora del Consejo de Relaciones Exteriores, Lauren Khan, se refiere al incidente que tuvo lugar en marzo pasado sobre el Mar Negro, cuando un dron estadounidense MQ-9 Reaper fue seguido y acosado por dos aviones de combate rusos. El Reaper arrojó combustible sobre las alas y sensores de uno de ellos, el caza cortó la hélice del dron dejándolo inoperante y obligando a sus controladores a precipitar el dron sobre el mar.

Todos los movimientos del dron, incluida su destrucción, fueron supervisados y dirigidos por fuerzas norteamericanas desde una muy lejana sala de control. La experta se pregunta qué hubiera sucedido si el dron no fuera piloteado por humanos, sino por un software independiente con inteligencia artificial. «¿Y si ese software hubiera percibido el “toque” del caza ruso como un ataque?». La pregunta planteada es aterradora.

Como vemos, no parece que quedara demasiado lugar para abordar estos temas desde categorías que no partan y se analicen desde aquellas que nos proporciona el realismo, es decir, desde aquello que muy bien Stanley Hoffmann ha denominado «políticas como de costumbre», es decir, planteos y respuestas que nunca se alejan del poder, las capacidades, el interés nacional, el multipolarismo, el temor, la ambición, la geopolítica, la jerarquía y las vacilaciones sobre las intenciones.

Al menos en lo que queda de la tercera década del siglo XXI, pensar el mundo fuera de esas categorías es pensar un mundo que no es. En otros términos, se corre el alto riego de realizar diagnósticos fallidos.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

 

Artículo publicado el 12/06/2023 en Abordajes, http://abordajes.blogspot.com/

APROXIMACIÓN SIRIA-TURQUÍA, MEDIACIÓN DE RUSIA Y REACCIONES DE ESTADOS UNIDOS

Isabel Stanganelli*

Luego de décadas de tensión entre Turquía y Siria, durante 2022 y con la mediación de Rusia, ambos Estados iniciaron un proceso de aproximación que no fue bien recibido por los Estados Unidos.

Las relaciones entre Siria y los Estados Unidos también han sido tensas las últimas décadas y marcadas por las sanciones impuestas sobre Damasco en relación con los derechos humanos y acusaciones de apoyo a grupos terroristas. Y en cuanto a Turquía, primera aliada estratégica de Washington en la OTAN, las relaciones siempre han requerido extrema cautela.

Antecedentes

Durante al menos el último medio siglo, Siria se ha encontrado en el ojo del huracán internacional. Considerada partícipe de la guerra civil en El Líbano, desde 1979 ya estuvo sujeta a sanciones económicas internacionales.

Con posterioridad se incorporó la etapa de dificultades con Turquía. La población de Siria contaba con un grupo minoritario kurdo al que se asociaba con los intentos separatistas de sus pares en Turquía. Esta situación se agravó cuando Damasco ofreció asilo al fundador y líder del principal grupo disidente, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán —PKK—, Abdullah Öcalan. Éste permaneció en Siria desde 1979 hasta 1998 en una base de operaciones en la región montañosa de Qandil, cerca de la frontera entre Turquía, Irak y Siria. Cuando Siria expulsó a Öcalan y al PKK de su territorio, el líder se trasladó a Italia y en 1999 se dirigió a Kenia donde fue capturado por los servicios de inteligencia turcos —también se mencionó la participación del Mossad— y ha estado encarcelado en Turquía desde entonces. De todos modos el PKK aún se mantiene en el norte de Siria en alianza con grupos kurdos locales donde ha establecido la «Administración Autónoma del Norte y Este de Siria» o «Rojava» que no es reconocida como legítima y conserva el status de terrorista.

Entonces Washington apoyó a Turquía en su lucha contra el PKK proporcionándole asistencia militar y de inteligencia e incluyendo a dicho grupo en la lista de organizaciones terroristas extranjeras del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Las relaciones entre ambos países parecieron mejorar en 1998 cuando firmaron un principio de entendimiento: el Acuerdo de Adana del 20 de octubre, entre los presidentes Süleyman Demirel y Hafez al-Assad, padre del actual presidente sirio. Por el mismo Siria no permitiría que el PKK utilizara su territorio como base de operaciones y admitiría la creación de una zona de seguridad de cinco kilómetros de ancho en la frontera turco-siria, donde se prohibía la presencia del PKK y se permitía a Turquía llevar a cabo operaciones militares contra dicha organización. Este acuerdo no logró resolver el conflicto kurdo en Turquía ni poner fin a las actividades del PKK en la región. Con el paso del tiempo las relaciones entre Turquía y Siria fueron empeorando, el conflicto kurdo se mantuvo en la región y el Acuerdo fue perdiendo vigencia. Sin embargo veremos en qué radica su importancia actual.

Desde el año 2000 el presidente de Siria es Bashar al-Assad, quien sucedió a su padre Hafez al-Assad, presidente del país por más de tres décadas.

En marzo 2011 y como parte de la ola de «Primaveras Árabes», el conflicto tuvo lugar en el norte de África y en el Medio Oriente, incluyendo a Siria. A esta «primavera» se la conoció también como «la revolución secuestrada»… Originada como una manifestación de campesinos reclamando ayuda tras una sequía que asoló al país durante los cinco años previos, pronto fueron desplazados por todos los grupos políticos opositores a al-Assad, incluyendo grupos kurdos y hasta el Estado Islámico. La manifestación se transformó en guerra civil y en ella Washington y sus aliados occidentales tomaron partido contra el gobierno de al-Assad, llegando a favorecer a los kurdos y facciones islamistas para debilitar a al-Assad, decisión que preocupó a Turquía.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, presionaba a Turquía para que sostuviera un cambio de régimen en Siria a favor de un islamismo moderado. Ankara se mostraba prudente. El presidente Recep Tayyip Erdogan, buscaba evitar problemas regionales: permaneció en silencio cuando se iniciaron las revueltas en Túnez, solo apoyó la salida de Hosni Mubarak cuando percibió que los Estados Unidos estaban alejándose de Egipto. Pero Siria resultó un verdadero desafío. El director de la CIA, David Petraeus, visitó Turquía en dos ocasiones en 2012 para lograr colaboración y poner fin al gobierno de al-Assad. Pero Erdogan no deseaba ser parte de esta decisión. Posiblemente el juego de fuerzas librado en Siria resultaba más claro para el presidente turco que para Washington.

Desde entonces el gobierno de Bashar al-Assad ha sido acusado por gobiernos occidentales de violaciones a los derechos humanos y se le impusieron nuevas sanciones económicas a partir de 2011. A pesar de esto, el gobierno sirio sigue contando con el apoyo de países como Rusia, China e Irán y ha argumentado que sus acciones son necesarias para combatir el terrorismo y preservar la estabilidad del país en medio de la guerra civil, argumento bastante utilizado a escala planetaria.

En 2013 se produjo un cruento ataque con armas químicas en la ciudad de Ghouta, un suburbio de Damasco. Hubo diferentes versiones sobre el origen de los ataques: que fue represión gubernamental; que había sido un ataque de la oposición o de una facción liderada por el medio hermano de Bashad, Maher al-Assad. Y aunque el gobierno sirio culpó a los grupos rebeldes, la comunidad internacional, encabezada por los Estados Unidos, Reino Unido y Francia, responsabilizó al gobierno. Obama había declarado un año antes que si Siria cruzaba la «delgada línea roja» y utilizaba armas químicas habría «consecuencias graves». En consecuencia el ataque con dichas armas en 2013 elevó el riesgo de una intervención armada. Finalmente Obama optó por no atacar y aceptó que Rusia negociara un acuerdo con Siria para eliminar las armas químicas bajo supervisión internacional. Los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia apoyaron esta decisión, que evitó el accionar de fuerzas militares internacionales. La colaboración entre los Estados Unidos y Rusia en el proceso negociador fue vista como un ejemplo de cómo dos Estados podían trabajar juntos para resolver problemas globales complejos.

Posteriormente se difundió que Rusia no había sido capaz de garantizar la eliminación de todas las armas químicas de Siria. Lo cierto es que como parte de las sanciones a las que fue sometida Rusia por los hechos en Ucrania, se la excluyó del grupo de potencias negociado por Putin, que debía supervisar el retiro de dichas armas.

Para entonces Erdogan ya había percibido que los Estados Unidos preferían actuar encubiertos en Siria y dejar expuesta a Turquía. Un año más tarde anunció que sus relaciones con Obama se habían reducido por la falta de resultados en el conflicto sirio. El Pentágono comenzó a armar a las fuerzas kurdas en Siria y en noviembre de 2015, las fuerzas especiales estadounidenses se desplegaron en ese país. Las relaciones entre Siria y Estados Unidos empeoraron y las sanciones contra Damasco se incrementaron. La intervención de Rusia en este conflicto coincidió con el ingreso de efectivos estadounidenses en Siria.

En 2016 Turquía participó de la operación «Escudo del Éufrates» destinada a expulsar al Estado Islámico y a los kurdos de su frontera. La operación «Ramo de Olivo» de 2018 contra las fuerzas kurdas en el norte de Siria incrementó los conflictos, ahora con los grupos kurdos apoyados por el gobierno de Washington. La situación permaneció volátil y cada vez más compleja. En 2019 las fuerzas estadounidenses se retiraron y fueron sustituidas por fuerzas turcas y Siria denunció esta violación de su soberanía territorial.

Esta situación se mantuvo tensa hasta que se iniciaron reuniones entre Erdogan y Vladimir Putin para comunicarse con al-Assad, llegándose al encuentro del 28 de diciembre de 2022 entre los ministros de defensa y los jefes de inteligencia de Turquía, Siria y Rusia. El presidente turco señaló que su único objetivo era la lucha contra el terrorismo y el respeto a la integridad territorial y la soberanía de todos los vecinos.

La propuesta de Moscú, como el mejor marco conciliador, fue remitirse justamente a lo pactado en el Acuerdo de Adana de 1998. Ankara, Moscú y Damasco comenzaran a trabajar para llevar a cabo misiones conjuntas en Siria. Pero la actividad del ministro de Defensa ruso, Sergey Shoigu, encaminada a lograr la reconciliación de Turquía con Siria profundiza también los lazos estratégicos entre Moscú y Ankara.

Para Erdogan, Siria es también parte de su política para mejorar las relaciones regionales y lograr una mejor posición en vistas del nuevo mandato en las elecciones de mayo 2023. Para Siria, la normalización con Turquía es muy importante: la ocupación del territorio sirio y los refugiados sirios en Turquía (que suman 3,6 millones) afectan a su seguridad. Erdogan busca un acuerdo con Damasco que permita devolver a Siria a los refugiados llegados al país en busca de asilo: sería una carta ganadora ante su empobrecido electorado. Al-Assad anunció que postergará cualquier reunión hasta que Turquía se retire completamente del territorio sirio. Por el momento el ejército turco controla varias provincias sirias en el norte del país.

Mientras, en la mencionada reunión tripartita en Moscú de diciembre 2022, Ankara se comprometió a retirar todas sus fuerzas del territorio sirio, algo que conduciría al debilitamiento de las «Unidades de Protección del Pueblo» (YPG), versión siria del PKK, y también a la presencia militar estadounidense.

Conclusiones

El rol de Moscú muestra que la posición de Rusia en Asia occidental no depende del conflicto de Ucrania: ésta influencia en Siria consolida su propia presencia a largo plazo en el Mediterráneo oriental.

Aunque aún no se han citado los presidentes al-Assad y Erdogan, a principios de abril de 2023 se reunieron en Moscú delegaciones de ambos países —encabezadas por sus respectivos viceministros de Relaciones Exteriores— ante los representantes de Rusia e Irán, dos países aliados de al-Assad.

Esta nueva relación Erdogan-al-Assad con la ayuda de Rusia preocupa a los Estados Unidos que podrían renovar su presencia militar o su alianza con grupos kurdos en Siria, como el mencionado YPG.

El Departamento de Estado de Estados Unidos declaró recientemente que no mejorará sus relaciones diplomáticas con el régimen de al-Assad y tampoco apoyará a los países que mejoren sus relaciones con el mismo.

 

* Profesora y Doctora en Geografía/Geopolítica, Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales, UNLP. Secretaria Académica de la SAEEG.

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TURQUÍA Y LOS BALCANES. OTOMANISMO POR OTROS MEDIOS.

Cristian Beltrán*

28 de junio de 1389, punto de inflexión en la historia de los pueblos balcánicos; las fuerzas otomanas de Murad derrotan a los serbios en el Campo de los Mirlos, Kosovo. Así se dio inicio a la conquista de los Balcanes. Griegos, búlgaros, albaneses, bosnios, montenegrinos, serbios y croatas cayeron bajo dominio otomano no sólo en los terrenos político y económico, sino también cultural y social, comenzaría así la islamización de los cristianos especialmente en Bosnia, Albania y el sur de Serbia. En ese entonces, la fuerza militar y la guerra decidieron la política exterior turcomana hacia Europa. Cinco siglos después, en el XIX, el Imperio Otomano empezaría su retirada de tierras balcánicas bajo el influjo de los levantamientos nacionalistas, hasta su derrota final en la I Guerra Mundial[1].

Sobre el despojo de ese imperio surgió la Turquía moderna y secular de Kemal Ataturk, el padre de la patria turca, más cercana a Europa, a pesar de su tradición islámica, que a Oriente Medio. Tanto es así que Turquía se convirtió en el principal socio político y aliado militar de Occidente durante la Guerra Fría como miembro de la OTAN. A partir de 1991 y tras la caída de la Unión Soviética y la consecuente expansión europea hacia el este, el espacio balcánico comenzó a cambiar. El comienzo del siglo XXI ha marcado un reacomodamiento de piezas en el tablero geopolítico de los Balcanes, la ampliación de la Unión Europea (en adelante UE) hacia la región se estancó con algunos de los estados ya como miembros plenos, Grecia y Croacia y otros en proceso de adhesión como Serbia, Montenegro, Albania o Macedonia. En el caso de Bosnia-Herzegovina, el estado más volátil de la región el proceso de incorporación sigue congelado.

En este contexto, el resurgimiento del poderío turco solo se puede entender a partir la anarquía reinante del sistema internacional caracterizado por disputas a escala global y regional con actores que van desde los EE.UU. hasta China pasando por Rusia, Alemania o Francia. En esta especie de río revuelto, Turquía comenzó a tomar protagonismo a través de una política más activa con su vecino inmediato, los Balcanes, aprovechando la inercia de Europa occidental con respecto a la región, el foco de los EE.UU puesto en Oriente Medio y en China y la posibilidad de ruptura política en Bosnia. La creciente influencia turca en los Balcanes se inició con la llegada de Recep Tayyip Erdoğan (Partido de la Justicia y el Desarrollo) al poder en 2014, como presidente[2]. La nueva concepción de la política exterior turca, hastiada de las interminables negociaciones entre Ankara y la UE para que Turquía acceda de una vez por todas a la comunidad, propició un giro de aquella y un salto del protagonismo turco en el espacio geopolítico circundante. De esta manera, Erdoğan definió a Turquía como un poder regional en ascenso capaz de intervenir como en asuntos internacionales que van desde la inversión financiera en obras hasta ser garante en procesos de paz. El gobierno de Ankara comenzó a prestar especial atención a lo que alguna vez fue el espacio geopolítico otomano, espacio de suma importancia ya que el eje Turquía-Balcanes es vital para el transporte de gas y petróleo desde el mar Caspio hacia Europa. Pero además, Turquía se ha convertido recientemente en un actor clave de la región en otro aspecto como es el de los refugiados de la guerra en Siria; el aluvión de desplazados se ha direccionado hacia Turquía como escala previa a los países de la UE a través de las rutas de Serbia, Bosnia o Albania, en este sentido, el gobierno de Ankara sabe de su importancia como escudo anti inmigratorio o en todo caso como «filtro» de los mismos para llegar al resto de Europa.

Desde esta nueva perspectiva, Turquía ha emprendido recientemente una política decididamente activa en todos los campos sin desprenderse de los lazos que aún tiene con la UE. Una de las causas es la necesidad del gobierno de Ankara de prestar apoyo a los casi 3.000.000 de musulmanes (en Bosnia, Serbia, Albania, Macedonia) que habitan la región y especialmente a los que sufrieron las consecuencias de las guerras en la ex Yugoeslavia. En este sentido Turquía ha iniciado conversaciones con Serbia, pieza clave en el tablero de ajedrez balcánico y cuya historia nacional se cimenta sobre el recuerdo de la guerra con los turcos como señalamos al comienzo, lo que ha significado un paso importante en la estabilidad regional. El gobierno de Ankara se ha presentado como una fuente de financiamiento externo, como señala el portal de noticias Euronews: «en los últimos años Turquía ha multiplicado su presencia en la zona, tanto política como económica. Ha financiado y participado en la construcción de la autopista que une Belgrado con Sarajevo. Tanto la Unión Europea como los países vecinos esperan que se complete este proyecto de transporte por carretera como señal de progreso en estos momentos de tensión»[3]; sino también como mediador en el conflicto entre Serbia y Kosovo, de mayoría musulmana, en este sentido como lo señala el propio Erdoğan en su visita a Serbia: «Hemos hablado durante mucho tiempo sobre temas importantes, sobre la estabilidad en la región. Hemos hablado sobre lo importante que es mantener la paz»[4].

«Bajo el proyecto de la Profundidad Estratégica (Stratejikl Derinlik) diseñado por Ahmet Davutoğlu (ministro de Asuntos Exteriores entre 2009 y 2014 y primer ministro de Turquía entre 2014 y 2016), Turquía debería convertirse en un actor regional y global de primer orden, para lo cual debería llevar una política de cero problemas en la que la mediación y la buena vecindad serían principios básicos. La base ideológica de esta nueva política se basaba en encontrar los rasgos comunes históricos, religiosos y culturales con los países vecinos y usarlos como una herramienta para profundizar en las relaciones. En esto la diplomacia pública jugó (y juega actualmente) un papel fundamental, ya que desde entonces los Balcanes, pero especialmente Bosnia y Albania, son considerados aliados naturales de Turquía por ser de mayoría musulmana y por su pasado otomano común»[5].

En este contexto Turquía está dispuesta a jugar un rol estratégico en su relación con los pueblos balcánicos y en especial con Bosnia-Herzegovina, en este sentido el presidente turco expreso en un reciento foro económico bosnio-turco que «Como la República de Türkiye, siempre hemos dado una peculiar importancia a las relaciones con Bosnia y Herzegovina. Nuestra política sobre este país siempre ha sido sincera, objetiva, inclusiva y unificadora. En esta geografía, donde los diferentes grupos étnicos y religiosos tienen que convivir, las divisiones étnicas y religiosas no producirán más que dolor y lágrimas…»[6]. Sin dudas que este creciente protagonismo de Turquía en su histórico espacio de interés va de la mano con el estancamiento de las negociaciones entre la UE y Ankara, y es esta situación la que le permite al gobierno turco aumentar su influencia en la región, como señalan Levaggi y Limia: «La “desilusión” del gobierno turco con Occidente no solamente se aplica a sus socios europeos, sino también a EE.UU. y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que se acusa de apoyar a enemigos que trabajan para “desestabilizar” el país. Como alternativa a su horizonte europeísta, han crecido las voces dentro y fuera del gobierno para explorar una opción “eurasianista”» mediante el fortalecimiento de los vínculos con Rusia y China»[7].

Cabe preguntarnos si los turcos aún están realmente interesados en ser miembros de la UE o en realidad ese contexto le permite erigirse como un actor de peso regional, con más ganancias que pérdidas, a pesar del discurso de su presidente que insta a la UE a que «se deshaga de inmediato de su ceguera estratégica» y haga avanzar el proceso de adhesión de Turquía al bloque en el marco de una «agenda positiva»[8]. Como señala Herrero de Castro, «Turquía se postula, y así debería ser visto, como un renovado y emergente poder regional que ha comenzado el proceso para recrear la hegemonía, la presencia e influencia regional que anormalmente había dejado de ostentar desde el final de la Primera Guerra Mundial. La pregunta no es, hacia dónde va Turquía, sino hasta dónde quiere llegar»[9].

 

* Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador free lance sobre asuntos balcánicos y del Cáucaso. Adscrito a la Cátedra de Historia Contemporánea (2011-2012) en la Escuela de Historia de la misma facultad. Docente dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Miembro de la SAEEG.

 

Referencias

[1] La derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial determinó su desintegración territorial y política y el nacimiento de la República de Turquía.

[2] Tras haber dirigido el país como primer ministro durante 11 años, Erdoğan fue elegido presidente en primera vuelta en el verano de 2014. Luego de su elección, declaró que, como consecuencia de ello, «en los hechos, el régimen se volvió presidencial», algo que quedó refrendado por un referéndum en 2017.

[3] «El-presidente-turco-erdogan-promete-su-ayuda-a-serbia-para-promover-la-paz-en-los-balcanes». Euronews, 07/09/2022, https://es.euronews.com/2022/09/07/el-presidente-turco-erdogan-promete-su-ayuda-a-serbia-para-promover-la-paz-en-los-balcanes.

[4] Ídem.

[5] Ortega Sánchez, C. «Diplomacia Turca en los Balcanes». Geopol, 15/10/2022, https://geopol21.com/diplomacia-turca-en-los-balcanes/.

[6] «Erdogan-las-divisiones-etnicas-y-religiosas-no-produciran-mas-que-dolor-y-lagrimas». TRT, 07/092022, https://www.trt.net.tr/espanol/turkiye-1/2022/09/07/erdogan-las-divisiones-etnicas-y-religiosas-no-produciran-mas-que-dolor-y-lagrimas-1876669.

[7] González Levaggi, A, Limia, E. «El “outsider”: Turquía y la utopía europeísta». Nuso.org, Nº 270, julio – agosto 2017, https://nuso.org/articulo/el-outsider-turquia-y-la-utopia-europeista/.

[8] «Erdogan-las-divisiones-etnicas-y-religiosas-no-produciran-mas-que-dolor-y-lagrimas». Op. cit.

[9] Herrero de Castro, R. «La emergencia de Turquía como potencia regional». Real Instituto Elcano, 23/01/2008, https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-emergencia-de-turquia-como-potencia-regional-ari/.

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