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RUSIA, OCCIDENTE Y EL TERRORISMO

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: © Sputnik / Maksim Blinov

«La peor matanza terrorista en dos décadas en Rusia». Así resumen prácticamente todos los medios internacionales el atentado terrorista suscitado durante un concierto en Moscú este 22 de marzo, con hasta los momentos aproximadamente 135 fallecidos, cifras que muy probablemente seguirán creciendo en las próximas horas.

Tras este atentado vinieron las inmediatas reacciones. Una facción del Estado Islámico (Daesh en árabe; ISIS en inglés) denominada del Gran Khorasán (ISIS-K) asentada en Afganistán se atribuyó la autoría del mismo. No obstante, el recientemente reelecto presidente ruso Vladímir Putin asegura existir una presunta pista ucraniana (y quizás también exterior) detrás del mismo prometiendo «venganza», un tono muy similar al que había empleado en el pasado contra los terroristas chechenos.

Desde Kiev niegan obviamente esta implicación toda vez que atribuyen este atentado a los precedentes de los propios servicios de seguridad rusos, haciendo un paralelismo con los atentados de agosto de 1999 en el sur de Rusia (que causaron más de 300 muertos), poco después de la llegada de Putin al poder, en este caso como primer ministro. El Kremlin culpó entonces a los terroristas chechenos. Muchos especulan sobre la presunta autoría del FSB ruso en esos atentados para justificar una segunda fase de la guerra en Chechenia.

El Kremlin sigue manejando a Kiev como la principal línea de investigación detrás del atentado. La portavoz del gobierno ruso María Zajárova criticó a Washington de no otorgar la información suficiente en el momento de advertir sobre esta posibilidad de atentado terrorista. No obstante, a comienzos de marzo los servicios de inteligencia estadounidenses advirtieron al FSB ruso de la posibilidad de un atentado terrorista en Moscú, indicando incluso la pista del ISIS-K. Putin calificó esta advertencia de «chantaje».

Con todo, el atentado en Moscú evidenciaría igualmente la vulnerabilidad de la seguridad interna en Rusia, con el foco ahora concentrado en la imagen del presidente ruso y en la eficacia de sus servicios de inteligencia. Tras ocurrir el atentando, Washington se apresuró a enviar condolencias. Incluso la propia viuda de Aléxei Navalny se sumó a las mismas. En Europa, el presidente Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Leyen aparcaron momentáneamente su ardor belicista contra Rusia para expresar también su solidaridad pero enfatizando el mensaje hacia el «pueblo ruso» y no su gobierno, un factor clave que evidencia notoriamente los intereses detrás de la actual coyuntura.

La pregunta es: ¿a qué obedece esta inesperada reaparición del Estado Islámico (ahora con esta facción ISIS-K) con un atentado en un país en guerra como Rusia? ¿Por qué ahora en un momento en que Rusia ha demostrado capacidad suficiente para resistir la embestida de las sanciones occidentales y del esfuerzo bélico en Ucrania? ¿Qué tanto sabía Washington del atentado? ¿Retrotrae esta perspectiva la validez de esas informaciones sobre la presunta implicación de los servicios de inteligencia estadounidenses y de sus aliados en la irradiación del yihadismo internacional con fines claramente geopolíticos?

No debemos olvidar que Rusia siempre fue un objetivo del yihadismo, particularmente por la presencia de numerosas comunidades musulmanes dentro de la Federación rusa pero también en Asia Central y el Cáucaso. Explotar este factor, especialmente en etnias como la tadyika, kirguiza, chechenos, daguestaníes o tártaros, particularmente en lo relativo a sus relaciones con la predominante etnia rusa, siempre fue un instrumento clave para los objetivos yihadistas a la hora de recrear descontento y malestar hacia Rusia dentro de estas comunidades islámicas.

Por otra parte se puede intuir que el ISIS desee atacar como una reacción a la intervención militar rusa en Siria desde 2015 que permitió al régimen de Bashar al Asad recuperar posiciones militares y mantenerse en el poder precisamente derrotando al Daesh. No obstante era vox populi en los centros de poder sobre la ralentización menguante y la pérdida de capacidad de actuación y amenaza de este movimiento integrista en Oriente Próximo, particularmente en el territorio entre Siria e Irak.

Esa sensación de fracaso del yihadismo también se observa en el Cáucaso ruso, en particular ante la desaparición del efímero Emirato del Cáucaso y la neutralización y pacificación rusa del irredentismo checheno; a tal punto es evidente que fuerzas chechenas luchan del lado de las rusas en Ucrania. Y si bien es cierto que los talibanes volvieron al poder en Afganistán en 2021, el ISIS-K lucha contra este régimen intentando expandir la posibilidad de renovación del integrismo yihadista hacia Asia Central. El retorno Talibán al poder tuvo precisamente en Rusia y China a sus principales benefactores políticos y diplomáticos, toda vez la retirada occidental de Afganistán significó un notorio triunfo geopolítico para Moscú y Beijing.

Por otra parte habría también que atender al contexto actual ruso-occidental para intentar observar qué otras razones pueden estar detrás de este inesperado retorno del terrorismo yihadista. En medio de una guerra ucraniana en fase de estancamiento para los intereses occidentales, con un equilibrio militar mucho más favorable a Rusia (horas antes del atentado la aviación rusa realizó el ataque más contundente contra instalaciones energéticas ucranianas) y un Putin políticamente reforzado dentro de Rusia, perspectiva en la que Occidente ya interpreta su aparente imposibilidad para apartarlo del poder, el atentado terrorista en Moscú podría ser interpretado y utilizado por Occidente como un instrumento que refleje la vulnerabilidad rusa para, por otra parte, implicar eventualmente la posibilidad de un «reseteo» dentro de sus agrias relaciones con Putin, incluso incentivando a otros interlocutores con presunta influencia dentro del Kremlin.

Así, el recurso del yihadismo terrorista como enemigo común puede instrumentalizarse ahora como una inesperada estrategia por parte de Washington para intentar reducir el nivel de tensión con Moscú, mirando siempre al temido contexto de difusión de la crisis ucraniana hacia un escenario nuclear. Más allá de su apoyo militar a Kiev y de las expectativas defensivas y militares europeas, Washington y la OTAN entienden que Rusia, lejos de estar derrotada en el terreno militar y resistiendo con fluidez a las sanciones occidentales, tiene capacidad para desequilibrar a su favor el conflicto ucraniano.

Lejos de ser un paria internacional como Occidente esperaba, Rusia está bien posicionada en sus alianzas en Asia (China, India, Turquía, Irán), África e incluso América Latina (Venezuela, Cuba, Nicaragua) La sociedad rusa, no menos condicionada por la propaganda del Kremlin, acaba de legitimar masivamente el mandato presidencial de Putin. Por otra parte, el Kremlin puede utilizar el atentado como un instrumento de justificación de una mayor militarización dentro de Rusia ante la fase expectante de una posible contraofensiva en el frente ucraniano y de un conflicto a gran escala contra la OTAN, tal y como observamos en la retórica belicista entre Bruselas, Washington y Moscú.

En este contexto gravita igualmente otro imperativo estratégico: la enésima tentativa de Washington para intentar «limar asperezas» con Moscú que eventualmente provoque un distanciamiento dentro de la alianza estratégica ruso-china, un eje euroasiático cada vez más consolidado, especialmente tras la guerra en Ucrania y las tensiones en torno a Taiwán, el Mar de China Meridional, el pacto «atlantista» AUKUS en Asia Oriental y la recuperación de Corea del Norte como aliado militar ruso. Romper esta ecuación estratégica sino-rusa es un imperativo para Washington y más cuando Beijing ha alcanzado capacidad suficiente para impulsar sendas iniciativas de negociación en Ucrania y también en Gaza.

Esta perspectiva geopolítica occidental de intentar alejar a Rusia de China puede tener una nueva dimensión en caso de que Donald Trump vuelva en noviembre a la Casa Blanca, tomando en cuenta las conocidas simpatías del ex presidente estadounidense por Putin y de sus intenciones de «resetear» el eje «atlantista» forjado por la Administración Biden al calor de la guerra ucraniana. Ese eje «atlantista» del que Trump quiere tomar distancia se vio reforzado por la reciente ampliación de la OTAN (Suecia y Finlandia) toda vez Europa adopta ahora un inesperado discurso cada vez más belicista.

Especulaciones aparte, tras este atentado difícilmente observaremos un inmediato cambio en las relaciones ruso-occidentales a favor de un clima de mayor entendimiento. La pista ucraniana del Kremlin implica también a Washington y Bruselas, lo cual reforzaría aún más esta atmósfera de tensión permanente ruso-occidental. Pero como sabemos, la política es el arte de todo lo posible. Está por verse si el atentado terrorista en Moscú puede implicar ese hipotético «reseteo» ruso-occidental o si, por lo contrario, reforzará aún más el actual clima de confrontación hacia escenarios inesperados y ahora con el terrorismo jugando en primera fila.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/rusia-occidente-e-o-terrorismo-roberto-mansilla-blanco/

LA YIHAD DESPUÉS DE AFGANISTÁN

Giancarlo Elia Valori*

Imagen de Jeff Kingma en Pixabay 

¿Cómo evolucionará la amenaza global de los yihadistas después de que Afganistán vuelva a estar bajo el mando de los talibanes? Talibán, eso, ¡no lo olvidemos!, son la expresión victoriosa de un pueblo que tiene más de treinta millones de habitantes. Personas que no están en absoluto representadas por esos pocos, que intentan escapar del país y abarrotar el aeropuerto de Kabul, como algunos occidentales de mala fe intentan miserablemente hacer propaganda. Los vietnamitas a finales de los años setenta no eran los pocos balseros, sino los más de cuarenta millones de habitantes que habían liberado al país del extranjero ocupante.

¿Qué forma tomará el radicalismo musulmán hacia las anacrónicas monarquías árabes amigas de los Estados Unidos, hacia los países árabes nacionalistas-seculares? y ¿qué pasa con los países de Occidente?

La respuesta a esta pregunta es particularmente compleja porque, si la confrontación bilateral entre Estados Unidos y la URSS, antes del yijadismo, que reemplazó a la Guerra Fría —como un hombre fantasma de los Estados Unidos— era un contraste entre dos ideologías y dos prácticas políticas que surgieron de la cultura occidental (ley liberal-burguesa-capitalista y ley socialista), hoy en cambio lo que leemos como la “yihad global” no tiene ninguna relación con los esquemas antes mencionados, y esta rareza simbólica, comunicativa, estratégica y política dificulta la comprensión de la ley islámica, cuya “guerra santa”, la yihad, representa su institución jurídica, que las bellas y pastoreadas almas de nuestro mundo occidental hechas de lentejuelas, consideran, en su opinión, fuera de tiempo, para decirlo en palabras del difunto Prof. Giorgio Vercellin, reportado en mi artículo anterior:

“El Islam y el mundo musulmán se presentan en el mismo nivel ‘arqueológico’ (y por lo tanto desprovisto de evolución hasta el día de hoy) a la par con los antiguos griegos y romanos. […] El verdadero problema es que la Sociedad de Historiadores Italianos ha contado el ‘mundo musulmán’, por así decirlo, automáticamente como parte del “mundo antiguo”.

Así que si las instituciones de la ley musulmana son consideradas obsoletas por aquellos que piensan que su derecho “kantiano” es un valor absoluto que debe tener preeminencia, especialmente con bombas, sobre los valores de la fe y de la moralidad y la economía ética, es obvio que cualquier indicio que venga de Oriente (RP de China y Rusia incluidos) es bestial. Así que no debería sorprendernos que a su vez se nos pague con la misma moneda.

Si la OTAN y el Pacto de Varsovia no fueron superponibles sino que fueran reemplazables, hoy el universo ideológico y político-militar de la yihad no sólo no es superponible al de todas las creencias occidentales y sus políticas, sino que es incluso incomprensible por las razones mencionadas anteriormente. Y esto ha llevado a muchos gobiernos occidentales a creer, de nuevo para usar una metáfora kantiana, que los “tres táleros dorados en la cabeza” eran iguales a los tres táleros dorados que realmente tienes en el bolsillo.

En otras palabras, la confrontación bipolar global occidental con el universo marxista-leninista tenía sus propios códigos, que permitían tanto la distensión como la presión de un lado sobre el otro hasta el borde del estallido de la guerra nuclear, mientras que el marxismo-leninismo era una ideología que prometía superar el capitalismo y reunir, según la frase de Stalin adoptada por Togliatti, “las banderas que la burguesía había dejado caer en el barro”.

En el caso de la yihad global, esta afinidad estructural entre las dos ideologías en contraste global no existe: son dos aspectos completamente diferentes, que no tienen ni madre ni padre en común. Por el contrario, está el rechazo de todo Occidente, tanto en sus variantes socialistas y anticapitalistas como en sus determinantes liberales y capitalistas.

Por lo tanto, es estructuralmente difícil aplicar la clásica e infantil bola de cristal estadounidense a Fukuyama, quien prediciendo el fin de la historia y la paz universal kantiana, ignoró un fenómeno que escapa deliberadamente a estas categorías y a los tiempos de análisis, mientras que la misma incomunicabilidad perceptiva y cultural es parte de la “niebla de guerra” clausewitziana y es utilizada consciente e institucionalmente por la yihad también como una herramienta insustituible de la guerra psicológica.

Pero veamos mejor, sin embargo, cómo utilizar la dinámica estructural del fundamentalismo islámico.

Los grupos yihadistas informales aceptan la ideología islamista radical, genéricamente llamada salafista, es decir, definida por el ejemplo práctico y religioso de los primeros fieles del profeta Mahoma. La relación de los salafistas es con los Hermanos Musulmanes y con la escuela Deobandi, una tradición interpretativa del Islam nacida en la India en la segunda mitad del siglo XIX. Por lo tanto, es un Islam simplificado, que rechaza tanto el Occidente ateo y materialista como la larga tradición, a menudo quietista y dialogante, que caracterizó al Islam del Imperio Otomano.

La yihad no tiene líderes y se adapta rápidamente a la transformación del campo de batalla donde participa activamente en varias partes del mundo y la penetración, con las mismas reglas adaptativas y operativas y, por lo tanto, el máximo de camuflaje, en el mundo occidental de recepción, tanto como una célula aún silenciosa como el núcleo inicial de la yihad en Dār al-kufr, territorio de incredulidad.

La hipótesis de la yihad sin líderes funciona bien en la fase de penetración, adoctrinamiento, entrenamiento de células fundamentalistas, que corresponde al máximo de mimetismo cultural y operativo con el mundo fuera de la célula, mientras que es menos efectiva para describir operaciones sobre el terreno.

La yihad, que también es fundamentalista (y recordemos que el término “fundamentalismo” nació en la tradición sectaria del protestantismo estadounidense), no tiene los tiempos y los mecanismos predictivos, por no hablar de los objetivos, de un movimiento de raíces políticas occidentales, aunque extremadamente minoritario y violento.

Y no olvidemos que sobre la base de la tradición sunita de los comentarios medievales de Ibn Taymiyyah, la yihad, por ley musulmana, es el segundo deber del musulmán después de la Fe (Imán), es un deber colectivo y se refiere a la lucha simultánea contra el enemigo externo (los cruzados aliados con los sionistas) y contra el enemigo interno (los gobiernos árabes nacionalistas y seculares).

Aquí radica la cuestión de la “gran yihad” (el esfuerzo espiritual del individuo para mejorarse a sí mismo) y la “pequeña yihad” contra el enemigo visible y externo, de la que se deduce que los gobernantes corruptos y los “amigos/siervos de Occidente” ya no tienen ninguna propiedad jurídico-religiosa para gobernar la umma (la comunidad global de creyentes).

Es una configuración estratégica y mental bastante diferente a la de los ejércitos y sistemas políticos occidentales, que por lo tanto son desplazados desde el primer momento por un enemigo que es global y local, y que tiene una cadena de mando desconocida para la tradición estratégica occidental (y para gran parte de la secularizada y nacionalista árabe).

La yihad global obviamente no es una estrategia occidental o incluso oriental como Sun Tzu, en la que los tiempos de guerra son inevitablemente similares pero más cortos que los de la política. Es una institución líder de la ley islámica que, después de la abolición del Califato (3 de marzo de 1924) se reanudó en principio después del colapso de la Unión Soviética, y está dirigida esencialmente contra “los cruzados y los sionistas”.

Y, además, el terrorismo (el arma de los pobres) no es la esencia de la yihad, sino una simple táctica de reciente aplicación, según ese particular modelo jerárquico y de relaciones centro-periferia que hemos descrito anteriormente. La yihad es un proyecto geopolítico que concierne a la unificación político-militar de la umma islámica, en todo el mundo, tanto donde está en la mayoría como donde está en la minoría, con todo lo que sigue contra el Estado de Israel y el poder económico occidental, tratando de crear una relación de sujeción geoeconómica de Occidente hacia el mundo islámico, tanto en el campo petrolero como en el financiero.

Así, el yihadismo ha atraído, y luego lo ha agotado, tanto política como económicamente, al poder global estadounidense en las áreas más adecuadas que han sido el Iraq secular, Afganistán y la Libia socialista de la Jamāhīriyya, mientras que a la Siria secular y socialista han intentado desestabilizarla la Casa Blanca, Occidente y las monarquías árabes aliadas, en función contraria a la Ruta de la Seda china.

Pero la islamización yihadista es actualmente incapaz de definir jerarquías precisas y universalmente reconocibles, y también sostiene que, sin un da’wa —una predicación islamista que concierne a todo comportamiento social— la yihad carece de fundamentos religiosos y legales, y es tan válida como los regímenes islámicos ilegítimos de Taqfiri que ya no siguen las líneas del Corán en la sociedad, en economía, en derecho.

El islamismo se basa en la ecuación democracia = politeísmo, por lo que la esencia misma de la política occidental, en todas sus formas, es taqfir, idólatra y politeísta.

El objetivo estratégico es, por lo tanto, muy claro: el establecimiento de un califato global dividido en diferentes áreas, definidas según la mayoría o ausencia de musulmanes dentro de ellas. Lo que significaría la omisión de los otros fieles del Libro. Y todo esto, quien escribe, lo apoyó diez años antes de la creación de ISIS, montado por los occidentales en clave anti-Assad-Beijing.

Y, en referencia a la lógica occidental de la política y la confrontación bélica, encontramos otra pareja dialéctica que puede ayudarnos a construir un escenario futuro, probable, del yihadismo y sus movimientos. Es el par centralismo-descentralización.

Para Occidente, la descentralización es la devolución pacífica y el federalismo político, pero siempre en una lógica clausewitziana de confrontación militar. Que ve dos o más elementos estatales opuestos entre sí y equivalentes, en una “niebla de guerra” que dura poco tiempo y donde la tríada, siempre clausewitziana, de gobierno, ejército y pueblo se vuelve esencial. En el caso de la yihad, el comportamiento será cada vez más descentralizado y para polos autónomos de muyahidines, con un máximo de autonomía operativa frente a los objetivos occidentales, y la síntesis estratégica se referirá a la propaganda, la gestión de las operaciones relativas a la guerra psicológica antioccidental, y el escaneo, a través de sus redes de comunicación internas, del ritmo y la localización de las operaciones.

Las variables que conducirán a este escenario, que hoy no son materialmente calculables, se refieren a: la proporción de militantes que podrán ponerse en funcionamiento; la persistencia de las redes de cobertura tanto en el Islam como en Occidente; la transición, en el campo occidental, de una competencia regional entre las potencias, que han utilizado el desequilibrio regional de la yihad para adquirir nuevas esferas de interés, a una colaboración activa, en el eje Norte-Sur, contra la yihad global.

Si es cierto que a estas alturas el eje de la “guerra santa” involucra a toda Asia Central (incluida la China Xinjiang Weiwu’er) y el norte de la India, entonces la variable que podría revertir la ecuación estratégica del yihadismo se refiere a la colaboración activa entre Rusia, la República Popular China, la Unión Europea y los Estados Unidos para evitar que el sur (y el este de Asia) del mundo se conviertan en áreas de yihad cuando se produzca la combinación, que favorecería enormemente el fundamentalismo islámico, entre diversas crisis económicas y financieras occidentales (con “colas” chinas y rusas) y la actual derrota de Estados Unidos en Afganistán.

En términos analíticos, la estrategia global del yihadismo, después de la expulsión de Estados Unidos de Afganistán, es:

  1. a) imponer una red de militantes estructurados, que se transformarán más tarde en califatos locales (ver ejemplos en África, después de la desestabilización de Libia, y las fuertes minorías islámicas en Europa);
  2. b) extender la yihad hacia países islámicos seculares y nacionalistas cercanos a Iraq y Afganistán (y aquí la variable del odio sunita hacia los chiítas se vuelve crucial, hacia Irán; lo que podría, en el futuro, canalizar los intereses comunes de Tel Aviv y Teherán);
  3. c) causar el enfrentamiento final entre la yihad de Medio Oriente y el Estado de Israel, que —sabiamente— se mantuvo fuera de Afganistán.

Una perspectiva que se coordina con el proyecto yihadista con respecto a Occidente, así como a los ahora países musulmanes takfiris, en los que se pueden identificar seis fases:

1) el “despertar islámico” que ha provocado la acción caótica e irresponsable de los Estados Unidos;

2) el reclutamiento masivo en el momento del máximo compromiso estadounidense y occidental en Iraq, Afganistán, Siria y Libia al que corresponde, como red militar de mando-control-gestión, la “yihad electrónica”, que de hecho se ha vuelto masiva en esas fases;

3) el fortalecimiento, para definir un choque con el Islam geográficamente más cercano a Occidente y más secularizado, como Turquía, después de haber fracasado (junto con los occidentales) con Siria (protegida por la fuerza rusa);

4) la verdadera “guerra económica”, que llevaría al ataque constante por el control de la infraestructura petrolera de Medio Oriente y, por lo tanto, al colapso de las monarquías árabes wahabitas, pero aún amistosas con los Estados Unidos;

5) la declaración de un “califato islámico” que cerrará sus relaciones con Occidente y abrirá, con toda probabilidad, lazos económicos con China y las crecientes potencias medias de Asia Oriental (como ya está previsto en el Emirato de Afganistán);

6) la confrontación con Occidente, finalmente, podría transformarse de regional, en los países islámicos y en el Medio Oriente, a global, con la gestión “revolucionaria” de las redes islamistas en Europa y los Estados Unidos.

¿Qué hará estallar estos escenarios yihadistas? Si es cierto que el punto 1) ha ofrecido las condiciones para la acción caótica de Estados Unidos, es igualmente cierto que hasta ahora el yihadismo no ha demostrado, de hecho, una capacidad de síntesis política islamista de las yihads regionales de Asia Central y Medio Oriente.

Es decir, es posible que las yihads chechena, tayika, infrapaquistaní, india, Xinjiang Weiwu’er y afgana no puedan unificarse solo con el pegamento del Islam salafista radical. Los intereses de la yihad de Pakistán, por ejemplo, pueden no coincidir con los de una hegemonía afgana predecible en la yihad de Asia Central, que Irán ha utilizado hasta ahora para cerrar el espacio estratégico de su adversario histórico y religioso, Pakistán.

La variable de intereses objetivos nacionales y étnico-tribales podría hacer que el pegamento qaedista del “Califato de Asia” sea completamente estimulante o puramente ideológico. Y, por supuesto, estamos hablando de intereses nacionales concretos, no de identidades psicológicas o ideológicas nacionales y étnicas. No creemos que el victorioso Emirato afgano esté de acuerdo con la estrategia global del abismo de destrucción de las redes logísticas, esenciales para la supervivencia del país.

Incluso en el caso de la futura confrontación en Turquía, la red yihadista ciertamente podría crear una grave situación de fricción y debilitamiento del antemuro estratégico de Anatolia hacia el área del golfo Pérsico, y hacer del Mediterráneo un “mar de la yihad”. Pero aquí las variables son dos: la falta de homogeneidad cultural y religiosa del islán turco, con la presencia de muchas y fuertes minorías, de las cuales los alevíes son uno de los más numerosos, y la inmensidad de la propia meseta de Anatolia, que necesita una masa de yihadistas no fácilmente reclutada para no decir conquistada, sino solo controlada con operaciones de interdicción. Y añadir el papel de la minoría kurda entre Iraq y Turquía, que ciertamente no tendría ningún interés en abandonar la protección estadounidense para diluirse, sin lograr sus objetivos constituyentes, en el caldero yihadista.

De hecho, la expansión en Turquía, después del cierre del frente iraquí, también es menos probable de lo que los yihadistas imaginan. No debemos pasar por alto, de hecho, la correlación estratégica entre el nacionalismo unitario, que en muchos estados árabes es más profundo de lo que se cree, y la dispersión étnico-religiosa, que no permite una rápida propagación de la yihad global.

Cabe recordar que en el mundo árabe hay varias minorías religiosas no islámicas, atribuibles a tres grupos: cristianos (monofisitas y católicos), judíos y heterodoxos (que incluyen, por ejemplo, las religiones animistas de Sudán), un total de más de 22 millones de personas.

En este contexto, de hecho, paradójicamente, precisamente el “despertar religioso” de los salafistas conectados a la yihad puede conducir al redescubrimiento de las raíces locales, identitarias, étnicas, que diferencian a cada grupo de la metafísica globalista de la yihad de la espada califal.

Por lo tanto, en el nivel de la guerra ideológica y psicológica, precisamente la identidad y el atractivo salafista del Islam pueden ponerse patas arriba dialécticamente: la identidad de las historias de las tribus y de las naciones, además a menudo antes del colonialismo europeo, contra la globalización de la yihad de la espada, opuesta e igual al aplastamiento de la globalización occidental.

También hay que añadir que la desestructuración del sistema del dólar a partir de la zona petrolera (un intento que llevó a la horca a Saddam Hussein, que optó por el euro) y la discontinuidad de los suministros de crudo de las naciones de la OPEP a Occidente, la transición al oro y, en segundo lugar, a una canasta de monedas que sustituye al dólar estadounidense como prestamista de primer y último recurso, sigue siendo una amenaza efectiva. Pero la variable de la estrategia yihadista es: ¿cuánto están realmente conectadas las economías de los principales países de la OPEP a la extracción directa de crudo?

Si la dependencia del petróleo es bilateral, como es bien sabido, entonces la escasez de suministro —natural o causada por el sistema de cuotas de la OPEP— no puede ir tan lejos como para hacer que otras tecnologías energéticas no sean eficientes en el petróleo, ni puede ser en interés del sistema de la OPEP el atraso de la infraestructura occidental derivada del petróleo, que puede extender la vida útil de los pozos y mejorar la tecnología de extracción de petróleo en los países islámicos de la OPEP.

Por lo tanto, hay un interés objetivo del área de la OPEP en la diferenciación financiera, pero al mismo tiempo también un interés en no reducir demasiado el valor relativo del dólar estadounidense. Y, de hecho, las estrategias de la yihad pueden ser útiles en una fase de fricción entre el Islam petrolero y Occidente, pero no pueden volverse estructurales en la relación con los países que son consumidores de petróleo crudo, de lo contrario el valor estratégico del “arma petrolera” en sí disminuirá.

Además, dada la correlación estratégica entre el mercado financiero estadounidense y las relaciones públicas de China, una elección de los yihadistas para convertir el mercado petrolero islámico —una vez que se haya alcanzado el establecimiento del Califato de Medio Oriente— hacia Beijing parece una hipótesis de difícil realización y de efectos geoestratégicos significativos, pero no destructivos.

Así, el yihadismo es capaz de unificar el Sur del mundo en términos “revolucionarios”; es decir, tiene el potencial de convertirse en un actor global en geopolítica y sobre todo en la geoeconomía mundial; tiene la capacidad de obligar tanto a la “plaza” como a los gobiernos islámicos, amigos o no, a tomar decisiones radicalmente antioccidentales y a confrontar con los Estados Unidos, la OTAN y la UE; puede definir, sobre la base del modelo de la vieja “estrategia indirecta” de tradición soviética, acciones de desestabilización estructural de los países europeos y de los Estados Unidos, manipulando y organizando la opinión pública islamista o extremista de estos países, pero no es previsible que pueda convertirse en un califato capaz de incorporar a las medianas potencias islámicas de la OPEP y de insertarse, gestionándola para sus propios fines, en la crisis estructural del poder geopolítico occidental, especialmente de Estados Unidos, en una fase de polaridad no estratégica.

El yihadismo es y previsiblemente será en el futuro un elemento capaz de desafiar y a veces vencer a Occidente en el terreno donde querrá llamar a sus oponentes. Será un elemento de fricción muy fuerte en los equilibrios interárabes y en la gestión de la psicología de las masas árabes; finalmente, podrá con toda probabilidad abrir un nuevo frente en Asia Central y del Sur. Pero no es probable que logre reemplazar el sistema de estados árabes, y siempre tendrá que lidiar con una parte nada despreciable del mundo islámico que no pretende incorporarse o asimilarse a Occidente.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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FINANCIACIÓN DEL TERRORISMO: EL PRECIO QUE TENEMOS QUE PAGAR POR EL DINERO A VECES ES LA LIBERTAD

Giovanni Ramunno*

El alcance de los yihadistas se ha expandido dramáticamente en África Occidental en los últimos años desarrollando y extendiendo sus tentáculos financieros.

Además, algunos grupos son ahora poderosas fuerzas insurgentes, que controlan el territorio, suplantan al Estado y gobiernan con una mezcla calibrada de coerción y cooptación. Más recientemente, el Estado Islámico ha aumentado la complejidad de la crisis política y social alimentada por la presencia de Al-Qaeda en la región del Sahel.

El Sáhara es ahora casi exclusivamente un punto de tránsito para el comercio ilícito que ha generado una economía de protección que parece haber aumentado los costos de todo movimiento de mercancías. En toda la región, el comercio ilícito —tanto el comercio informal como el tráfico más pernicioso— ha obstaculizado la consolidación del Estado central y se ha convertido en un importante impulsor de la inestabilidad y el conflicto.

Además, algunos grupos son ahora poderosas fuerzas insurgentes, controlan el territorio, suplantan al estado y gobiernan con una mezcla calibrada de coerción y cooptación. Más recientemente, el Estado Islámico ha aumentado la complejidad de la crisis política y social alimentada por la presencia de Al-Qaeda en la región del Sahel.

El primer producto genuinamente ilícito que comenzó a transitar por el Sahara fue la resina de cannabis procedente de Marruecos, siguiendo respectivamente la costa norteafricana, que incluye el uso de barcos, y una ruta hacia el sur desde Marruecos, luego atravesando hacia el este a través del Sahel, a lo largo de la frontera entre Libia y Chad hasta Egipto y luego entrando en Europa a través de los Balcanes.

Más recientemente, la cocaína comenzó a transitar por el África subsahariana a principios de la década de 2000, con destino al mercado europeo. Los traficantes latinoamericanos atacaron varios Estados costeros de África occidental, de los cuales el más conocido y vulnerable era Guinea-Bissau. La llegada de cocaína a las costas de África occidental coincidió con el comienzo de varias transiciones políticas frágiles. Además, la ruta hacia el norte desde la costa de África occidental ha tenido un impacto decisivo en la estabilidad en el norte de Malí y Libia, ya que la rentabilidad de la cocaína superó con creces cualquier producto que hubiera pasado previamente por esa región.

Más recientemente, la Interpol informó el pasado mes de mayo acerca de un marcado aumento del número de traficantes de drogas que utilizan Libia como punto de transbordo, incluso para las drogas. El norte de África había surgido como centro de tránsito de cocaína después del Cocainegate en Argelia.

En 2011, Europol ya estaba informando que “… algunos grupos delictivos de África occidental se encuentran entre los más capaces de gestionar todas las fases sucesivas de la inmigración ilegal desde los países de origen hasta los países de destino. Los migrantes en tránsito son frecuentemente explotados en mano de obra ilícita, lo que marca un punto de contacto entre la inmigración ilegal y la trata de seres humanos (THB)”. Por lo tanto, la migración hacia el norte a través del Sáhara, que estaba impulsada y exacerbada por la fragilidad del Estado, se había convertido en un pilar de la economía criminal regional.

El control de las corrientes ilícitas y la protección de la circulación de mercancías ilícitas es ahora una fuente importante de recursos para los grupos de milicias armadas y una forma de consolidar el poder local.

En este sentido, tanto el Toubou a lo largo de la frontera sur de Libia con Chad y Níger, como el más pequeño pero poderoso Zintani en la frontera suroeste, se han fortalecido en gran medida en el proceso.

En todo el Sáhara, la naturaleza de los Estados y la naturaleza del desarrollo de la trata han aumentado el nivel de violencia, socavando la autoridad estatal central, lo que finalmente ha empoderado a los agentes de poder locales.

Grupos terroristas que prosperan para obtener recursos financieros se reubicaron, desde Argelia primero y Siria después, para beneficiarse del comercio ilícito gravando el movimiento de mercancías a través del territorio que controlan. Además, entre los principales métodos y técnicas para recaudar fondos se encuentran las extorsiones, los robos, el abastecimiento ilegal de petróleo, el uso indebido de ONG/organizaciones benéficas y la trata de personas. Por lo tanto, hay cada vez más evidencia de un nexo entre el financiamiento terrorista y la actividad criminal. Es decir, en Malí los líderes terroristas disfrutan de una libertad de movimiento que casi no tiene rival en otras partes del mundo debido al fracaso del gobierno maliense para reconstruir instituciones sólidas y la actual incapacidad de que el ejército maliense pueda reconquistar el territorio perdido. En Nigeria, Boko Haram también ha seguido atacando a civiles y explotando a mujeres y niños, incluidas niñas. Como resultado de sus actividades, la cuenca del lago Chad se ha convertido en una zona afectada por el conflicto armado y la trata de personas.

En la misma línea, informes recientes han indicado la persistencia de los mercados de esclavos en línea operados por ISIS y sus partidarios para continuar recaudando fondos. Los gobiernos aprobaron finalmente una resolución del Consejo de Seguridad que permite la designación de terroristas sancionados por violencia sexual y trata de personas para apoyar el terrorismo.

Aún más preocupantes que la convergencia del terrorismo y la criminalidad en África son los casos en los que el Estado es cómplice. Guinea-Bissau es un ejemplo frecuentemente citado de “Estado criminal” en el que los peldaños más altos de la dirección del gobierno se han visto arrastrados a la delincuencia. Es evidente que esta criminalización completa representa un desafío para la seguridad europea, ya que reduce el número de socios elegibles en la región.

El terrorismo fundamentalista religioso es una “corporación empresarial virtual” que opera en un escenario global, con una base de apoyo global, sin fecha de finalización hacia un amplio estado final (dominación global islamista).

Los terroristas han encontrado condiciones favorables para desarrollar sus actividades en el Sáhara precisamente porque pueden ser fácilmente móviles y explotar la debilidad de los Estados territoriales y la debilidad de los sistemas financieros Sub-Saharianos.

Se está financiando la sangre vital de una red terrorista eficaz. Las redes terroristas, como mafias, necesitan mover dinero criminal al extranjero y luego recorrer el sistema de pagos internacionales para ocultar la pista de auditoría. En abril de 2013, por ejemplo, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos identificó el lavado de dinero basado en el comercio de África Occidental facilitado por casas de cambio libanesas.

El terrorismo transnacional y la delincuencia organizada se han convertido en un problema mundial y, por lo tanto, el esfuerzo por perturbar su financiación debería extenderse más allá de las fronteras para bloquear el dinero dondequiera que esté escondido y rastrearlo dondequiera que se mueva. Para que la comunidad internacional desarrolle un estado de derecho que esté a la altura de la globalización del comercio y el movimiento mundial de personas, habrá que abordar las cuestiones planteadas por el agujero en el sistema jurídico y fiscal internacional.

Los Panama Papers han hecho sonar una clara señal de alarma que no podemos permitirnos subestimar más.

 

* Periodista y responsable de prensa, ocupó el cargo específico en los principales teatros operativos, incluidos la ex Yugoslavia, Kosovo, Irak y El Líbano. Fue jefe de la oficina de prensa de la operación europea “Althea” en Bosnia y asesor de comunicaciones del presidente del comité militar de la Unión Europea. Como piloto de helicóptero, trabajó con las Naciones Unidas en El Líbano como jefe de las actividades aéreas de la misión de la FPNUL y dirigió el grupo de vuelo en Kosovo; fue observador en la Misión de Observadores de la Comunidad Europea en Serbia, Montenegro, Croacia y Bosnia y en la Misión de Observadores Diplomáticos de Kosovo en Kosovo y Macedonia. Ha publicado “Magreb o un espacio de cooperación y desarrollo”, “Irán desde la primera posguerra hasta el acuerdo de Argel” y “La dama de los cristales: el desafío de la vida”. Colabora con revistas y sitios sobre los principales problemas de seguridad.

 

Artículo traducido por la SAEEG con expresa autorización de su autor. Publicado originalmente el 08/08/2021 en OFCS.Report – Osservatorio – Focus per la Cultura della Sicurezza, Roma, Italia, https://www.ofcs.it/internazionale/financing-for-terrorism-the-price-we-have-to-pay-for-money-is-sometimes-liberty/#gsc.tab=0