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UN SISTEMA INTERNACIONAL CONVULSO QUE CONFIGURA NUEVOS EQUILIBRIOS

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Vilkasss en Pixabay

 

El asesinato del activista Charlie Kirk ocurre en momentos en que la tensión internacional se incrementa en diversos ámbitos, principalmente en Oriente Próximo, así como entre Rusia y la OTAN, generando un clima de convulsión que anuncia cambios significativos en los equilibrios de poder.

Este contexto está propiciando cambios que redibujan el mapa geopolítico especialmente en Oriente Próximo, con perspectivas que dificultan los intereses del eje EEUU-Israel a pesar de la aparentemente inquebrantable alianza, confirmada con la visita a Netanyahu por parte del secretario de Estado Marco Rubio.

Mientras Israel activaba la invasión militar a la Ciudad de Gaza e incluso se preparaba para la eventual anexión de Cisjordania, Reino Unido, Portugal, Canadá y Australia reconocieron el 21 de septiembre de 2025 al Estado de Palestina, abogando por la solución de «dos Estados». Francia, que observa una aguda crisis política tras la caída del gobierno de Bayrou, hizo lo mismo un día después en el marco de la 79º Asamblea General de la ONU.

El reconocimiento británico a Palestina coincidió con una visita a Londres por parte de Trump, quien mostró su contrariedad por esta decisión ante el primer ministro británico Keir Starmer. Durante la sesión de la Asamblea General de la ONU, Trump reprodujo la visión de Netanyahu de que reconocer Palestina como Estado es «una victoria para Hamás». La intervención del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en la reciente Asamblea General de la ONU, donde fue boicoteado por una inmensa mayoría de las delegaciones presentes hasta prácticamente dejarlo en solitario, evidencia el clima de aislamiento y de pérdida de apoyos internacionales para Israel.

Estas declaraciones de apoyo al Estado palestino, principalmente por parte de dos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN como son Gran Bretaña y Francia, tradicionalmente aliados de Israel, rompen la baraja de equilibrios geopolíticos hasta ahora favorable al eje EEUU-Israel. Días antes de estos reconocimientos, una comisión de investigación de la ONU concluyó que Israel había cometido genocidio contra los palestinos en Gaza.

¿Hacia una «OTAN islámica»?

Un clima de pre-guerra regional se percibe en Oriente Próximo, lo que está acelerando la concreción de inéditas alianzas militares. A mediados de septiembre, Pakistán (único país musulmán potencia nuclear) y Arabia Saudita (uno de los principales vendedores de armas a nivel mundial) firmaron un inédito acuerdo estratégico de defensa. El acuerdo es histórico ya que no sólo determina asistencia mutua defensiva, sino que también aparentemente condiciona las respectivas implicaciones de ambos países en los complejos acontecimientos de Oriente Próximo, el Índico, sureste asiático y Asia Central.

El objetivo a priori de este acuerdo parece más bien simbólico y disuasivo dirigido principalmente hacia Israel, en particular tras los ataques israelíes contra Qatar que buscaron infructuosamente eliminar a líderes de Hamas establecidos en Doha. No olvidemos que, en diciembre de 2024, Rusia e Irán ya firmaran un acuerdo similar que se ampliará a la cooperación nuclear durante una cumbre en Moscú a finales de este mes. Pero el pacto entre Islamabad y Riad también es seguido con atención por parte de India, otra potencia nuclear que rivaliza con Pakistán además de mantener litigios soberanistas y reclamaciones territoriales (Cachemira).

Por otro lado, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (que reconoce a Israel tras los Acuerdos de Abraham de 2020) anunciaron medidas punitivas contra ciudadanos israelíes, toda vez que Egipto aparentemente estaría dispuesto a ir a una guerra contra Israel si la invasión a la Ciudad de Gaza provoca una crisis humanitaria sin precedentes en el fronterizo paso de Rafah.

A su vez, Turquía se erige como la principal voz de los palestinos ante la ONU y los foros internacionales, lo que aumenta las tensiones entre Turquía e Israel. En Turquía existe malestar ante el proyecto del gobierno de Netanyahu del «Gran Israel» que también abarca regiones turcas. Tras ser el primer país musulmán en reconocer a Israel (1949) y mantener durante décadas un tácito equilibrio geopolítico común, la guerra en Gaza ha exacerbado las tensiones turco-israelíes.

Turquía observa ahora a Israel como un rival. En este contexto de tensiones con Israel, Turquía y Egipto avanzaron en sus primeros ejercicios navales conjuntos en trece años, un claro mensaje disuasivo a Netanyahu.

Trump se ha esforzado en propiciar una apertura con la Siria gobernada por el yihadista reconvertido en presidente Ahmed al Shara’a, buscando incluso que las nuevas autoridades en Damasco inicien un proceso de reconocimiento y normalización de relaciones con Israel. No obstante, el inflamado contexto actualmente existente en Oriente Próximo, derivado de los conflictos de Israel en Gaza, Líbano, Qatar, Yemen e Irán, dificulta esta posibilidad.

Por ello, Trump intenta dar un «golpe de timón» geopolítico observando con mayor atención que, ante la constante agresividad israelí que podría terminar incomodando los intereses regionales estadounidenses, Arabia Saudita podría convertirse en el nuevo y principal interlocutor para Washington. Este hipotético escenario propiciaría un cambio de equilibrios militares y geopolíticos que eventualmente condicionen lo estipulado en los Acuerdos de Abraham (2020), cuyo principal objetivo se centraba en alcanzar un histórico reconocimiento oficial entre Arabia Saudita e Israel.

La agresiva política de Israel en Oriente Próximo ha provocado una mayor concreción de políticas defensivas dentro del mundo árabe contra Israel, fomentando la noción de una especie de «OTAN árabe».

En el Sahel africano también se ha dado un movimiento geopolítico relevante. Los tres gobiernos que forman parte de la Alianza de Estados de Sahel, siendo estos Burkina Faso, Mali y Níger, anunciaron su salida de la Corte Penal Internacional por considerarla un «instrumento del colonialismo occidental».

Rusia y la OTAN: ¿en rumbo de colisión?

Fuera del escenario de Oriente Próximo, Rusia y Bielorrusia realizaron en septiembre los ejercicios militares ZAPAD en localidades muy próximas a la frontera con Polonia, país que junto con Rumanía y Estonia han denunciado la presencia de drones y cazas rusos en labores que podrían explicarse de reconocimiento e inteligencia. En estos ejercicios también participaron como observadores altos cargos militares estadounidenses.

Este contexto ha provocado el aumento de las tensiones entre Rusia y la OTAN. Mientras Francia reconocía a Palestina en la Asamblea General de la ONU, Putin advirtió ante el Consejo de Seguridad ruso con aplicar «medidas militares» ante el futuro escudo antimisiles espacial que Trump quiere diseñar. El presidente ruso indicó que este escudo altera el «status quo» de las armas de destrucción masiva, presionando a EEUU para renovar el Tratado de No Proliferación Nuclear.

De acuerdo con el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), citado por el canal ruso RT, Putin habría supervisado el reclutamiento de 299.000 nuevos soldados que han firmado nuevos contratos con el Ministerio de Defensa ruso entre enero y septiembre de 2025 con la finalidad de conformar una nueva fuerza estratégica de defensa.

Este escenario plantea la expectativa de que Moscú podría estar preparándose para un futuro conflicto con la OTAN, tomando en cuenta el riesgo de escalada de tensiones que se observa en la actualidad, donde drones y aviones tanto rusos como de la OTAN sobrevuelan sus respectivos espacios aéreos. Algunos analistas especulan que los ejercicios ZAPAD tradicionalmente suponen la puesta en marcha de preparativos de carácter bélico por parte de Rusia y sus aliados, citando precedentes como la guerra de agosto de 2008 con Georgia y a la invasión de febrero de 2022 en Ucrania.

Trump también ha tomado posición en cuanto a las recientes tensiones ruso-occidentales. Desde la ONU advirtió con dar un giro copernicano al conflicto en Ucrania otorgando un mayor apoyo militar para Kiev. En lo que puede ser una declaración intimidatoria y disuasiva hacia Putin, Trump ha adoptado un tono más agresivo, sugiriendo que Ucrania podría reclamar todo su territorio perdido si el apoyo de la OTAN continúa, toda vez ha comentado que Rusia comienza a observar «grandes problemas económicos».

Las tensiones ruso-occidentales también gravitan en las elecciones legislativas previstas para este 28 de septiembre en Moldavia, donde vuelven a aparecer denuncias en medios occidentales sobre presuntas inherencias electorales por parte del Kremlin tendientes a favorecer la opción electoral liderada por Igor Dodon, considerado un prorruso.

Una China expectante que también fortalece sus imperativos

Por otro lado, China celebró el Foro Xiangshan, una conferencia anual de defensa en la que estableció una política de disuasión ante EEUU, ya anteriormente configurada tras la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Tianjin y la posterior exhibición de poderío militar con el desfile en Beijing del 2 de septiembre, celebrando el 80º aniversario de la victoria en la II Guerra Mundial, en presencia de los líderes de Rusia y Corea del Norte.

Romper el eje euroasiático sino-ruso ha sido siempre una obsesión para Trump. La definitiva retirada estadounidense de Afganistán de 2021, cuando los Talibanes volvieron al poder tras ser desalojados por Washington y sus aliados en 2001, ha sido siempre una crítica constante de Trump contra la presidencia de su predecesor Joe Biden.

Mientras se preparaba el funeral de Kirk, Trump advirtió sobre la posibilidad de recuperar el control de la base militar de Bagram en Afganistán, provocando el rechazo absoluto por parte de las autoridades talibanas. El objetivo de Trump por recuperar Bagram se intuye en la necesidad de tener una cabeza de puente estratégico para monitorear de cerca el nuevo eje euroasiático conformado por China, Rusia e India tras la cumbre de la OCS en Tianjin. El Kremlin ya ha advertido que no permitirá esta pretensión geopolítica de Trump en Afganistán.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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LA OBSESIÓN OCCIDENTAL POR EL «CAMBIO DE RÉGIMEN» EN IRÁN

Roberto Mansilla Blanco*

En medio de la guerra directa con Irán, Israel y EEUU vienen instigando a un cambio de régimen en el país persa. En una inédita aparición el hijo del defenestrado Shah de Persia, Reza Pahlavi, transmitió un video pidiendo a los iraníes alzarse contra el régimen teocrático asegurando tener en sus manos un proyecto de transición democrática. Desde Tel Aviv, el primer ministro Benjamín Netanyahu habla abiertamente de «eliminar» al Guía Supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei. En Washington, el presidente estadounidense Donald Trump parece secundar esta pretensión israelí al instar a un cambio de régimen en el país persa.

La respuesta iraní no se hizo esperar. En Teherán, el ayatolá Jamenei rechazó categóricamente cualquier posibilidad de cambio de régimen mientras los iraníes, simpatizantes y detractores de la teocracia islamista, parecen unir fuerzas ante el enemigo agresor común, Israel y su aliado estadounidense. No obstante surgen informaciones sobre el repentino ascenso de su hijo Mojtaba Jamenei como eventual sucesor en caso de materializarse un atentado contra su progenitor.

Este excesivo foco mediático sobre las secuelas que para el gobierno iraní causan los bombardeos israelíes parecen intentar ocultar otra realidad: son aparentemente escasas las expectativas de que este conflicto termine generando un cambio de régimen en Irán, al menos si la pretensión de Israel y de EEUU es generar un levantamiento popular en medio de una agresión exterior.

Por otro lado, el permanente bombardeo iraní sobre ciudades israelíes desmonta un mito aún presente en el imaginario colectivo: el de la presunta invencibilidad israelí. Su joya defensiva, la Cúpula de Hierro, se ha visto superada ante un constante acoso diario de cientos de misiles iraníes, algunos de ellos con capacidad hipersónica, un aspecto que puede revelar la posibilidad de una cooperación militar rusa. A pesar de las dificultades generadas por los bombardeos israelíes, esta capacidad de respuesta militar iraní parece presagiar un reforzamiento del nacionalismo en el país persa.

Así mismo, la destrucción de infraestructuras militares, financieras y hasta del cuartel general del mítico Mossad en Tel Aviv parecen estar ejerciendo confusión y posible malestar entre los ciudadanos israelíes, hartos de una prolongada guerra en Gaza que aparentemente no ha terminado de fructificar en cuanto a los objetivos iniciales (eliminar a Hamas y recuperar a los rehenes) a pesar de la retórica triunfalista del gobierno de Netanyahu mientras la imagen internacional de Israel se ha visto severamente dañada y deteriorada, a diferencia del apoyo mundial hacia Palestina, cuando menos a nivel social.

La estructura de poder en Irán

La constante difusión mediática occidental de epítetos degradantes hacia la naturaleza del poder en Irán, destacando aquí el de «régimen teocrático», intenta procrear la matriz de opinión orientado a difundir la percepción de que el sistema de poder imperante en el país persa tras la revolución de 1979 carece de legitimidad y de popularidad.

La óptica sobre la realidad iraní obliga a enfocar otra mirada. La estructura del poder en Irán define un sistema básicamente rígido y jerárquico donde predomina el poder del Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei. En un renglón más secundario están el presidente de la República Islámica, actualmente Masoud Pezeshkian; el Poder Judicial; el Consejo de Guardianes, un órgano asesor y electivo que controla el Parlamento; las Fuerzas Armadas, que tienen bajo su mando al Ejército, la Policía (que también controla la denominada Policía de la Moral designada para preservar en las calles los preceptos constitucionales islámicos); y la Guardia Revolucionaria Islámica, un órgano militar y empresarial que tiene bajo su control las poderosas milicias Basij y cuyo peso se acrecienta ante el hecho de  controlar el programa nuclear iraní.

El país persa realiza frecuentes elecciones presidenciales y parlamentarias. No obstante, el Consejo de Guardianes tiene la potestad de depurar las respectivas candidaturas aduciendo su compatibilidad con los preceptos estatales, un factor que obviamente limita la libertad y transparencia de nominación de ciertas candidaturas. De acuerdo con el investigador Luciano Zaccara, experto en asuntos iraníes, «Irán no es un Estado gobernado por un partido único, por una cúpula militar o por una dinastía, sino que está controlado por una élite político-clerical con diversos individuos y grupos que se disputan el control político del sistema y cuyas alianzas internas son flexibles en función de los intereses de cada grupo. El juego político es muy intenso aunque las reglas establecidas por la élite sean muy restrictivas para aquellos grupos o personajes periféricos a la misma».

Si bien diferente al sistema multipartidista occidental, en Irán coexisten partidos y movimientos políticos que básicamente se definen en torno a dos grupos principales: los conservadores defensores del status quo; y los reformistas que buscan ampliar las libertades civiles y políticas mediante cambios graduales.

Esta división genérica no oculta la existencia de formaciones como el Movimiento de Liberación de Irán; el Frente Nacional: de carácter nacionalista; el Partido Tudeh, que es el Partido Comunista de Irán; el Partido Democrático del Kurdistán de Irán, defensor de los derechos de la minoría kurda y la autonomía regional; el Partido de la República Islámica; el Movimiento Reformista Iraní; los Muyahidines del Pueblo (MEK) y los Fedayines del Pueblo, éstas últimas organizaciones armadas opuestas al gobierno iraní.

No obstante, cabe destacar que, si bien Irán ha observado diversas manifestaciones populares, como las acaecidas en 1999, 2009 y 2022 (esta última tras la muerte de la activista Masha Amini) que han llevado a una fuerte represión por parte de las autoridades, resulta escasamente perceptible que el contexto actual pueda generar una nueva explosión de descontento social, especialmente tomando en cuenta que el país está siendo agredido por sus dos principales enemigos, Israel y EEUU.

Desde hace varios años y especialmente tras la caída del régimen de Saddam Hussein en Irak (2003), EEUU e Israel han intentado por diversos medios acosar a la República Islámica de Irán con la finalidad de propiciar un quiebre de poder en Teherán. La invasión a Irak de 2003 ha sido un ejemplo clave que, infructuosamente para los intereses occidentales e israelíes, más bien lo que ha propiciado una mayor influencia iraní en la política iraquí vía la mayoritaria comunidad chiita en ese país, calculada en un 60% de la población iraquí.

Por otro lado, Washington y Tel Aviv han avivado organizaciones opositoras como el Consejo Nacional de Resistencia de Irán (pro-monárquico aunque también acusado de ser una tapadera del anteriormente mencionado MEK y de otros grupos integristas) así como inéditos grupos armados de carácter secesionista aparentemente afiliados al Ejército de Liberación de Baluchistán, que opera entre Pakistán, Irán y Afganistán.

El contexto regional: ¿puede contar Irán con sus aliados?

Debe igualmente acotarse que el actual enfrentamiento con Irán es el primero que Israel realiza militarmente contra un país de la región desde la guerra de Yom Kippur de 1973. Ya no son Egipto, Siria, Líbano o Jordania; ahora es Irán, un rival de mayor peso militar, geográfico, demográfico (82 millones de habitantes), con importantes recursos naturales (petróleo y gas natural) e industriales y con esferas de influencia regionales (Hizbulá, hutíes del Yemen, el propio Hamás, chiítas de Irak) y otros aliados con capacidad nuclear (Pakistán), sin menoscabar potencias globales (Rusia y China) que han mostrado su solidaridad con Teherán en caso de intervención directa de Israel y EEUU.

Con intermitentes momentos de alianza y rivalidad con Teherán, Turquía también se ha erigido como un actor importante a la hora de condenar la agresión israelí contra Irán, lo cual implica un importante giro geopolítico tomando en cuenta que Turquía es un país miembro de la OTAN.

No obstante, está por ver si movimientos como Hizbulá y Hamás, diezmadas sus cúpulas dirigentes a través de asesinatos selectivos por parte de Israel, tendrán capacidad efectiva para asistir a su aliado iraní a través de ataques directos contra Israel, tal y como han demostrado en anteriores ocasiones. El jefe de Hizbulá, Naim Qassem, anunció este 20 de junio su «apoyo total» a Irán pero resulta una incógnita si el movimiento islamista realizará ataques directos contra Israel desde sus bases en el sur del Líbano.

En este sentido, Israel se enfrenta a un rival de entidad como Irán, capacitado para aguantar el equilibrio militar, y no contra grupos armados y poblaciones civiles como han sido los casos de palestinos, libaneses y sirios. El eje regional iraní, si bien aparentemente distante ante el contexto actual del conflicto, se erige como el único capacitado para contrarrestar ese mito perenne y mediático de la invencibilidad militar israelí.

Independientemente de las razones que le han llevado a atacar Irán, Netanyahu puede volver a enfrentarse al malestar interno vía protestas sociales toda vez los partidos de extrema derecha sionista y la línea dura presentes en el establishment político y militar que apoyan su gobierno podrían recrear fisuras en la coalición gubernamental ante la escasa materialización de los objetivos trazados, en este caso el eventual colapso del régimen iraní

El contexto internacional también se observa fragmentado. La UE, atrapada en la discusión sobre 5% de gasto militar del PIB que exige Washington a cada país miembro de la OTAN, ha mostrado de momento una leve condescendencia a favor de la legítima defensa israelí, en gran medida mediatizada por los acuerdos comerciales y los negocios en la venta de armas.

Otros países árabes como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Siria y Bahréin mantienen distancia ante un conflicto donde pretenden ganar peso geopolítico ante el posible debilitamiento de su rival iraní.

Mediación en medio de misiles

Por otro lado, Trump ha pasado de lanzar amenazas directas de derrocar a Jamenei como medida de presión sobre el programa nuclear iraní (no queda claro quién se levantó primero de la mesa en las conversaciones que se llevaban a cabo en Omán antes del ataque israelí pero diversas fuentes acusan a Washington de torpedear la posibilidad de un acuerdo) a anunciar, tras abandonar súbitamente la Cumbre del G7, un espacio de meditación de dos semanas sobre si decide intervenir militarmente en el conflicto probablemente con la intención de ganar tiempo para su aliado israelí y ver si tiene éxito algún tipo de mediación que implique una tregua.

El ministro iraní de Exteriores, Abbas Araghchi, declaró que Teherán evalúa las opciones diplomáticas una vez Israel suspenda sus ataques. Con ello, la diplomacia iraní intenta arrojar la pelota en el tejado de un Netanyahu más próximo a prolongar la escalada del conflicto, a la espera de la respuesta definitiva de Trump.

En este apartado de la mediación destaca la posición del presidente ruso Vladimir Putin, quien ya ha declarado su intención de ser el artífice de esta posible negociación tras hablar precisamente con Trump y el presidente chino Xi Jinping. Francia, Gran Bretaña y Alemania también manejan escenarios de negociación con Irán tras encuentros informales en Ginebra.

Viendo el contexto sólo Putin y Xi se anuncian como los únicos líderes capacitados para acabar con este enfrentamiento anunciándose como interlocutores para negociar con Irán e Israel una tregua, la misma que podría darse en Ucrania pero ahora bajo las condiciones de Putin. Por otro lado, confiando en su capacidad de mediación ante la posibilidad de observar un desgaste en el conflicto entre Tel Aviv y Teherán, el presidente ruso toma distancia en cuanto a la posibilidad de asistir militarmente a su aliado iraní toda vez observa que la confrontación con Israel podría limitar el suministro iraní de drones Shahed para las tropas rusas en Ucrania.

La promesa de meditación de Trump revela otro factor que confirma el cambio geopolítico que estamos viviendo: EEUU ya no se observa como el único interlocutor capacitado para solucionar conflictos, salvo que esa «solución» se materialice mediante amenazas de intervención militar directa. Incapaz de articular una solución diplomática que hoy sí pueden hacer Rusia y China, EEUU corre el riesgo de convertirse más en el problema que en la solución.

En este escenario, un Netanyahu contrariado por los efectos de su huida hacia adelante contra Irán puede verse igualmente atrapado en un laberinto sin salida, sólo determinado por una fuerza militar que hoy ha encontrado en Irán a un rival de peso. Obsesionado por la caída de Jamenei y del régimen teocrático que a priori se observa sumamente difícil, Netanyahu también corre el riesgo de ver erosionado su poder, propiciando un escenario que anuncie su eventual eclipse y caída política.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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UCRANIA, RUSIA Y LA INCIERTA «PAX TURCA»

Roberto Mansilla Blanco*

Muchas expectativas y especulaciones han dominado el clima existente en torno a la infructuosa negociación sobre la paz en Ucrania prevista para este 15 de mayo en Estambul. Lo que podía constituir un escenario clave para acordar, cuando menos, un cese al fuego en la cada vez más estéril guerra ruso-ucraniana y que, al mismo tiempo, podría suponer para Turquía un papel protagónico como mediador diplomático e interlocutor válido, se ha súbitamente degradado en medio de las sinuosas arenas de los intereses geopolíticos.

Los precedentes al eventualmente fallido encuentro en Estambul entre los mandatarios Vladimir Putin y Volodimyr Zelenski anunciaban la posibilidad de apertura de una negociación. En una inédita conferencia de prensa en Moscú durante la madrugada del 11 de mayo, dos días después del histórico «Desfile de la Victoria» que conmemoraba el 80º aniversario de la «Gran Guerra Patriótica», Putin lanzó una propuesta de negociación directa con su homólogo Zelenski poniendo fecha el 15 de mayo en Estambul. El escenario estaba servido: Turquía, miembro de la OTAN, ha ejercido una relevante capacidad de interlocución entre Rusia y Ucrania.

La respuesta inmediata del mandatario ucraniano aceptando la propuesta de Putin también daba pie a la posibilidad de este histórico encuentro, con la única condición de que Moscú decretara un alto al fuego a partir del 12 de mayo, una propuesta que el Kremlin ha rechazado de plano.

El juego de intereses precedente a la cumbre

Desde entonces hemos asistido a un rifirrafe de declaraciones y presiones en torno a la posibilidad de este encuentro Putin-Zelenski en Estambul.

Tras la oferta del mandatario ruso, el presidente ucraniano se reunió en Kiev con su homólogo francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Friedrich Merz y el primer ministro británico Kein Starmer. Este encuentro significó la puesta en escena de la «troika» europea de apoyo a Ucrania para intentar frenar las aspiraciones rusas de sacar la mejor tajada de una eventual negociación en Estambul sobre el final del conflicto.

Ante la persistencia de Putin de que la negociación sólo debía darse directamente con Zelenski, la cumbre de Kiev reveló que Europa y la OTAN no quieren quedar fuera del protagonismo, exigiendo también sus cartas. Mientras la atención estaba enfocada en la posibilidad de esa cumbre Putin-Zelenski en Estambul, los ministros de Exteriores de la OTAN se reunían los días 14 y 15 de mayo en la localidad turca de Antalya. En esta reunión, la Alianza Atlántica sentó las bases para aumentar a un 5% del PIB el gasto militar hasta el 2032, con la mira puesta en la presunta «amenaza rusa».

Desde Washington, Trump presionó a Zelenski con la finalidad de que aceptara la negociación pero también advirtiendo a Putin de no buscar atajos. El mandatario estadounidense es consciente de que la clave de la negociación es convencer al presidente ruso. «Si fracasa la negociación entre Trump y Zelenski, EEUU y Europa ya saben en qué condiciones está la situación y actuaremos en consecuencia», dijo Trump poco antes de iniciar una estratégica gira por Oriente Próximo que le llevó a Arabia Saudita y Qatar.

Visto el panorama, el Kremlin decidió dar un golpe de timón en torno a su presencia en Estambul, probablemente con la finalidad de no arrojar pistas sobre cuál sería la dinámica de la negociación. Horas previas al encuentro confirmó que ni Putin ni su ministro de Exteriores Serguéi Lavrov asistirían a Turquía al «cara a cara» con un Zelenski que ya viajaba a Estambul. Tras reunirse con el anfitrión, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, Zelenski decidió no reunirse con una delegación rusa de carácter técnico, probablemente persuadido por las presiones de sus aliados europeos. La cumbre, por tanto, ya no sería de alto nivel entre Putin y Zelenski sino que quedaría relegada a sendos equipos técnicos de negociadores.

Desde Riad, la capital saudita, Trump declaró su intención de asistir a Estambul probablemente con la expectativa de influir en el finalmente infructuoso «cara a cara» entre Putin y Zelenski. Previamente, la Casa Blanca anunció que a Estambul viajará el 16 de mayo el secretario de Estado Marco Rubio junto con el enviado especial para Oriente Próximo, Steve Witkoff, quien ya se había reunido con Putin semanas atrás en Moscú.

En medio de este clima de incertidumbre, la Unión Europea aprobó un nuevo paquete de sanciones contra Rusia, una decisión que lejos de acercar posiciones incrementó aún más la desconfianza y la tensión con Moscú.

La clave geoeconómica

Sin menoscabar las interpretaciones que puedan existir en torno a porqué lo que parecía una cumbre de alto nivel comenzó a desvanecerse hacia un resultado incierto, algunos eventos pueden ayudar a explicar qué podría estar detrás de lo que está por negociarse en Estambul.

El clima internacional ya venía condicionado por el impasse entre India y Pakistán que llevó al borde de la guerra entre estas dos potencias nucleares, finalmente abortado in extremis por la diplomacia de EEUU. Con un Israel preparándose para la anexión de Gaza, la atención estaba concentrada en la posibilidad de una reducción de tensiones entre Rusia y Ucrania que, al menos, implicara una tregua temporal de las operaciones militares.

El desfile del pasado 9 de mayo en Moscú con motivo del 80º aniversario de la «Gran Guerra Patriótica» en la II Guerra Mundial reunió en la capital rusa a más de 30 jefes de Estado y de gobierno, la mayor parte asiáticos, africanos y latinoamericanos. Ese mismo día en Kiev, los ministros de Exteriores de la UE renovaron públicamente su apoyo a Zelenski con la intención de contrarrestar el ambiente festivo en la capital rusa.

Con todo, la presencia de mandatarios internacionales en la Plaza Roja de Moscú le permitió a Putin obtener un importante as geopolítico orientado a retomar la iniciativa, esta vez en el terreno diplomático, para dar paso una negociación en Ucrania bajo sus condiciones. Un día después de este desfile, Putin sorprendió anunciando su propuesta de negociación con Ucrania en una conferencia de prensa ante corresponsales extranjeros. Ese mismo día, EEUU anunciaba un acuerdo con China para suspender por 90 días la guerra arancelaria iniciada por Trump meses atrás. El clima se veía, por tanto, distendido.

Aquí entran en juego algunas interpretaciones que podrían arrojar claves sobre cuál era el sentido real de la propuesta de Putin y que, más allá del terreno militar, tienen un olor a intereses geoeconómicos. Es posible que durante las reuniones bilaterales en Moscú entre Putin, el presidente chino Xi Jinping y mandatarios africanos (como fue el caso de Ibrahim Traoré de Burkina Faso, país estratégico para los intereses rusos en el Sahel) entre otros, se abordara esta posibilidad de propiciar una negociación de paz en Ucrania para intentar amortiguar la posible recesión económica que se avecina por la guerra comercial de Trump, en especial en lo relativo al alza del precio de los alimentos.

Siendo Rusia y Ucrania los principales productores de trigo y cereales, la eventual paralización del conflicto ruso-ucraniano podría suponer la normalización de la actividad comercial de los puertos rusos y ucranianos del mar Negro (Novorosísk y Odessa principalmente) para exportar estas materias primas, esenciales para varios países africanos y de Oriente Próximo ante la inminencia de un verano que anuncia sequías y posible desabastecimiento.

Y aquí entraría en juego Turquía y la razón de la cumbre en Estambul, más allá del hecho de su capacidad de interlocución entre Rusia y Ucrania, la OTAN y la UE. Erdogan observó en este contexto la posibilidad de fortalecer el peso geoeconómico turco como facilitador de unas negociaciones que podrían normalizar el transporte de alimentos y mercancías desde estos puertos rusos y ucranianos y su salida vía estrecho de los Dardanelos hacia el Mediterráneo, el Magreb, Oriente Próximo y el Atlántico para asegurar el abastecimiento alimenticio. Visto en perspectiva geoeconómica, Putin y Erdogan se aseguraban una jugada maestra que obligaba a Europa y la OTAN a reaccionar, bien aceptando el plan de paz de Putin o profundizando en el rearme a Ucrania.

Debe recordarse que Estambul ya acogió a mediados de 2022 una serie de negociaciones directas entre representantes rusos y ucranianos con la finalidad de alcanzar un alto al fuego y un acuerdo humanitario, que finalmente fueron abruptamente suspendidas. Algunas fuentes han argumentado presuntas presiones indirectas por parte de Europa y EEUU (entonces bajo la presidencia de Joseph Biden) para boicotear la posibilidad de un acuerdo entre Kiev y Moscú.

Tres años después el contexto militar y geopolítico ha cambiado drásticamente, con un conflicto estancado, una Ucrania si bien resiliente pero exhausta y cada vez más dependiente de unos aliados occidentales igualmente desgastados y defraudados con la guerra en Ucrania. Y en todo ello un Putin con cartas geopolíticas más a su favor, a pesar de las tensiones que sigue manteniendo con Occidente, manejando un sórdido juego de paciencia táctica con elementos disuasivos y de «tira y afloja», tendente precisamente a socavar el apoyo occidental a Ucrania. Por otro lado, mientras se discutía la posibilidad de la cumbre en Estambul, Washington y Moscú avanzaban en las negociaciones para restablecer el suministro de gas natural ruso hacia Europa.

Así mismo, Erdogan ha jugado a varias bandas en el conflicto ucraniano con la velada intención de mantener difíciles equilibrios y evitar posicionamientos incómodos. Mientras mantiene una táctica alianza geopolítica con Rusia, Ankara le ha vendido drones a Ucrania para ser utilizados en el frente. En 2023, Erdogan medió entre Moscú y Kiev en cuanto a la apertura de los puertos ucranianos y rusos en el Mar Negro para la exportación de cereales vía puertos turcos, un precedente que probablemente entró en juego en el actual contexto. Con ello, Erdogan mostraba su disposición para utilizar la diplomacia económica como factor disuasivo entre Rusia y Ucrania.

Trump vuelve a la escena: la alianza con Arabia Saudita

Con la atención enfocada en la infructuosa reunión Putin-Zelenski en Estambul, desde la capital saudita Riad, Trump y el príncipe Mohammed bin Salmán firmaron un estratégico acuerdo de defensa entre EEUU y Arabia Saudita con importantes implicaciones para el contexto geopolítico regional. Trump también anunció la suspensión de todas las sanciones contra Siria, con cuyo presidente Ahmed Hussein al-Shar’a se reunió en Riad en el que aprovechó para persuadirle a «reconocer a Israel».

La gira de Trump en Oriente Medio evidencia el imperativo de Washington por fortalecer la influencia saudita en la geopolítica regional y global y, al mismo tiempo, condicionar el emergente peso geopolítico turco en la Siria post-Asad. No se debe descartar que Trump espere resucitar los Acuerdos de Abraham de 2020 con la vista puesta en un histórico reconocimiento diplomático entre Arabia Saudita e Israel, con implicaciones geoestratégicas de elevado nivel para Oriente Próximo y, especialmente, para los intereses turcos y de Irán, ambos aliados de Rusia y China.

Ante los retrasos de Putin y Zelenski por materializar su plan de paz para Ucrania, Trump ha apostado por romper el equilibrio en Oriente Próximo estrechando lazos con Arabia Saudita para contrarrestar esa influencia turca vía cumbre en Estambul. Consciente del revisionismo de Erdogan en cuanto a sus relaciones con Israel y sus tácticos acercamientos con Rusia, Irán y China, Trump apuesta por ejercer contrapesos vía Arabia Saudita que le permitan mantener el escudo de apoyos a favor de Israel y de los intereses estadounidenses en la región.

Previo a la cumbre en Estambul, Erdogan se había anotado un histórico avance al certificarse oficialmente la disolución del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), lo cual pone punto final a casi cinco décadas de lucha armada contra el Estado turco. La disolución del PKK era un fait accompli desde que se iniciaron las negociaciones para su desarme en 2013 y que se confirmó el febrero pasado cuando su líder histórico Abdulah Oçalan (en cadena perpetua en una prisión turca) pidió abandonar las armas.

Neutralizado el PKK, Erdogan refuerza sus posiciones regionales con respecto a frenar el irredentismo kurdo y establecer un mecanismo de seguridad desde Siria hasta Irak, un escenario que podría contrariar los intereses de EEUU, Israel y Arabia Saudita. Falta ver si la cumbre de Estambul, ya sin Putin ni Zelenski, le permita a Turquía recuperar posiciones ante los vertiginosos cambios que observa en sus esferas de influencia.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE.UU. y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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