REFORMA AGRARIA

Iris Speroni @SperoniIris

En lo que va del SXXI hubo una silenciosa “reforma agraria” en varios países de occidente.

Nota original de Restaurar https://restaurarg.blogspot.com/2021/03/la-estrategia-del-consejo-nacional-de_18.html

 

El 1º de marzo de este año, 2021, el presidente de la Nación propuso en su discurso de apertura de sesiones ordinarias del HCN como iniciativa:

“La solución de los problemas de infraestructura y regulatorios que impiden la explotación de tierras aptas para el cultivo en distintas zonas del país,…”.

Los que conocemos a los “progres”, socialdemócratas, o cualquier otro nombre que se pongan, aprendimos a desconfiar de la palabra de esta gente.

Tenemos innumerables ejemplos de que estas personas presentan una idea benévola y conveniente para la población, la cual termina como un ancla atada a nuestro cuello.

Es una práctica generalizada en todo Occidente, y Occidente, en este caso, incluye a Francia y a Venezuela.

Va desde “vamos a modernizar la educación”, y la destruyen hasta que el pedazo más grande que queda es de un centímetro cúbico; “vamos a mejorar las jubilaciones”, y anulan el ajuste por inflación; “vamos a cuidar la mesa de los argentinos” y obligan a malvender el trigo de los productores a 10 empresas molineras que lo revenden a precios internacionales; “vamos a reducir el presupuesto militar” y  dejan a nuestras FFAA con material obsoleto (*) que se traduce en la muerte de decenas de pilotos porque los aviones se caen y en la indefensión mientras Chile y Brasil se pertrechan hasta los dientes y los españoles en connivencia con los ingleses se llevan nuestra pesca.

Hay cientos de ejemplos en las últimas décadas. “Vení, te va a gustar”, para terminar vejados.

Años atrás propuse en un artículo en La Prensa y luego en una charla en el INFIP que había que hacer una segunda conquista del desierto (**). Las razones son claras a mis ojos: dos tercios de la superficie continental argentina es árida. Regarla permitiría —al menos— duplicar el área explotada.

Por eso, cuando leí el discurso, mi primera reacción fue de alegría: ¡finalmente el gobierno intentará extender la frontera agrícola!

Una segunda lectura, menos apasionada, demuestra que nada de eso dijo el presidente. ¿Qué tierras aptas para el cultivo no se pueden explotar en la Argentina? Los Parques Nacionales, los campos en poder de las FFAA (y tampoco, porque la ley que se las otorga permite su explotación con el beneficio de los arriendos para el tesoro de las fuerzas). Todo el resto sí se puede explotar. ¿Necesita infraestructura de transporte? Ciertamente. Todo el flete es un desastre en nuestro país.

¿Qué problemas regulatorios existen en Argentina excepto la prohibición de tocar los Parques Nacionales? Ah, la compra de campos por extranjeros (límite bastante laxo, por cierto).

Las cuentas del productor agropecuario

¿Por qué no se riegan las tierras áridas y se convierten a tierras arables?

Una aclaración previa: en los últimos años ha habido un progresivo incremento de la superficie sujeta a riego, al abaratarse la infraestructura necesaria. Segunda aclaración: no todas las tierras pueden recuperarse; algunas por salinas, otras por exceso de otros minerales.

Pero hay otras tierras que sí sirven, sin embargo los privados no instalan riego y las explotan. ¿Por qué? (***).

Los productores agropecuarios argentinos no cobran la totalidad del precio de lo que producen. Una parte (la del león) se la queda el BCRA al pagarles $ 90 por dólar en lugar de $ 155. Luego, sobre lo que les queda, tienen que pagar derechos de exportación (DEX) que van desde 33% a 5%; impuesto al cheque (1,2%). 

55% del costo de flete terrestre (combustible, camiones, cubiertas) son impuestos. Sufren la inexistencia de transporte fluvial y la escasez del ferroviario (40% en EEUU, 10% acá del volumen total de cargas). El costo del flete en Argentina promedia el 20% del precio de venta del producto vs. el 8%/12% en Canadá, EEUU o la Unión Europea (para comparar grandes extensiones).

Por todo esto, la rentabilidad de muchas explotaciones agropecuarias argentinas trabajan en situación de equilibrio, a pérdida, o con un leve superávit que jamás remunera el capital inmovilizado.

En una explotación en la pampa húmeda, la crème de la crème de la fertilidad mundial, el rendimiento es del 0% al 2% sobre capital.

Con la vaca en brazos que resulta el estado argentino y los “amigos” que alimenta, ¿a quién le puede interesar regar hectáreas y hectáreas?

Una vuelta de tuerca

La respuesta es: a gente a las que las cuentas le tiene sin cuidado. Con el agravante de que detrás de la “iniciativa” puede estar la intención de que el Estado argentino los subsidie y les otorgue exenciones impositivas, bajo la excusa de que “harán productivas y aptas” tierras hoy dormidas.

¿Y por qué no? Subsidios y exenciones impositivas a fondos de inversión o gobiernos extranjeros o “empresas” que recibirán tierras fiscales gratis o a precio vil, las cuales posteriormente harán inversiones de riego financiados por el BID, el BM o el CFI (con garantía del estado nacional); fondos de inversión que son solamente fachadas (“frontings”) de … los políticos.

No hay detalles de esta iniciativa presidencial en el presupuesto nacional 2021; ni planes exhibidos por los ministerios de Producción o Medio Ambiente o Agricultura. Cuando se haga público veremos si es como el proyecto chino de los cerdos (traer instalaciones sin pagar arancel de importación, con dólar a $ 90, más beneficios impositivos, y soja o maíz a precio internacional x $ 90 x {1- DEX}). Y capaz que pensaban exportar carne de cerdo sin DEX. Total, son importaciones temporarias.

Veremos si esto no es Cerdos Chinos II: dar tierras a China o a Qatar o al Fondo de Inversiones X o a algún organismo multinacional o multilateral o multialgo con los siguientes privilegios:

– eximición de impuestos a la importación de equipos de riego (con dólar a $ 90),

– eximición de todo impuesto nacional y provincial (inmobiliario, IIBB, Bs. Personales, impuesto al cheque, IVA, Ganancias). 

– créditos del BM garantizados por el estado argentino.

– eximición de derechos de exportación para el producido.

Así que estemos atentos.

Universos alternativos

Algún día seremos gobierno. Como muchas veces hablamos con @TodosGronchos, tiene que haber un proyecto nacional de aguas, donde éstas sean retenidas al inicio, en lugar de “acelerar” su descarga al océano o al Paraná. Esto último ha sido la propuesta, siempre fracasada, de los últimos gobiernos. El agua dulce no debe llegar al mar, o llegar lo menos posible.

Requiere una red de represas, reservorios, bombas para “subir” el agua, control de caudales de ríos, acueductos, canales —navegables o no—, interconexión de ríos que hoy corren paralelos. Una obra de ingeniería que nos tendrá ocupados décadas.

Esta es una parte.

La otra parte es utilizar el agua en la Patagonia y en el oeste del país. Ya sea que se retenga agua de lluvia, se suba agua de napas o se construyan acueductos este-oeste (contraintuitivos) con algún sistema de bombas, sifones o combinado.

Permitirá fertilizar nuestra diagonal árida para: 1) incrementar nuestra área de ganadería y agricultura; 2) plantar árboles, crear bosques, practicar la silvoganadería.

Si destináramos el 50% de la tierra nueva a bosques, podríamos reponer parcialmente el desmonte de la selva amazónica. Con esto conseguiríamos financiamiento internacional (no imprescindible), con las siguiente consecuencias favorables: mantener la propiedad de la tierra en los actuales dueños o permitirles la venta en parcelas menores con créditos para pequeños y medianos productores, tejer una red de pueblos y pequeñas ciudades en zonas actualmente deshabitadas, fortalecer soberanía sobre estos bosques artificiales (en lugar de una “gobernanza global”). Permitir a familias a huir del conurbano.

Implicaría:

– obra en infraestructura masiva,

– trabajo en la obra y en las explotaciones futuras,

– dar nuevas oportunidades a miles de familias,

– aumentar las exportaciones,

– aumentar la demanda interna en bienes de inversión (alambradas, molinos, maquinaria agrícola, materiales de construcción, etc.),

– recuperar los FFCC,

– llenar de vegetación nuestro país,

– ocupar el territorio.

Como dije, un universo paralelo.

* * *

Otro sí digo: En lo que va del SXXI hubo una silenciosa “reforma agraria” en varios países de occidente. Como explica Christophe Guilluy, el 20% de las tierras francesas pasó de manos de pequeños agricultores (la columna vertebral de los intereses agrarios de Francia) a compañías multinacionales, fondos de inversión o directamente al gobierno chino. 

Actualmente está en discusión en EEUU las tierras compradas por empresas, fondos de inversión, magnates (el amigo Bill Gates compró miles de hectáreas) y, nuevamente, el gobierno chino, que ha comprado sostenidamente propiedades desde el 2010 a la fecha. En algunos estados hay libertad absoluta para comprar tierras (Ohio, Texas) y en otros sufren restricciones (Iowa).

Detrás de todo hay intereses económicos, políticos en echar a las personas de los campos, geopolíticos y posibilidad de negociados. Existe un proyecto de ley del partido demócrata para que el estado federal de EEUU compre tierras a privados, con el objetivo de repartirla a futuros colonos negros en concepto indemnizatorio por haber tenido algún antecesor esclavo hace 200 años atrás. Sea como sea, puede ser un negoción para quien haya apoyado a los demócratas y haga lobby para la sanción de la ley y tenga tierras para vender. Como Gates, reciente terrateniente.

Resultados de elecciones presidenciales de EEUU 2020 por condado. En rojo donde ganó Trump (áreas rurales), en azul donde ganó Biden (áreas urbanas).
En rojo hay grandes extensiones con pocos habitantes. Con «recolocar» pocas personas se puede mover el mapa electoral a azul.

En Venezuela gran parte de la propiedad de la tierra pasó de manos, de los antiguos dueños a los jerarcas del actual régimen.

Como fuere, el tema de la tenencia de la tierra va a ser un problema en las próximas décadas.

* * *

Otro sí digo 2: Voy a listar una serie de artículos (lamentablemente en inglés) y bibliografía en francés. Si pueden, dense una vuelta.

 

EL DILEMA DEL AGUA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Salam Al Rabadi*

Imagen de felixioncool en Pixabay 

La brecha hídrica se ha convertido en una de las dialécticas más importantes que surgen en las relaciones internacionales, hasta el punto de creer que las próximas guerras serán principalmente guerras de competencia sobre los recursos hídricos. En consecuencia, la escasez de agua representa una seria amenaza para la seguridad humana[1], ya que actualmente hay más de 80 países en los que el 40% de la población mundial sufre una grave escasez de agua[2]. Y se estima que 3.600 millones de personas (es decir, aproximadamente la mitad de la población mundial) vive en zonas con agua potencialmente escasa[3], y esta cifra podría aumentar a entre 4.800 y 5.700 millones para 2050[4].

A este nivel, se adoptaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que incluían el compromiso de reducir a la mitad el número de personas que no pueden acceder al agua potable y asequible en el año 2015, pero más de mil millones de personas al final de la década del agua todavía no tienen acceso a ese agua. Donde parece que hay una nueva brecha que se puede llamar la brecha de agua y se está haciendo más amplia [5].

Sobre la base de eso, y dadas las percepciones de los riesgos globales futuros en términos de la capacidad de afectar, las crisis hídricas se clasificaron como el mayor riesgo al que se enfrentará el mundo en un futuro próximo[6].

Como parece que en el futuro surgirán varios problemas en las relaciones internacionales sobre lo que se debe lograr en términos de cómo abordar la brecha hídrica, que son los siguientes:

  • ¿Hay visiones políticas y diplomáticas creativas que puedan hacer frente a los problemas del agua de acuerdo con un enfoque científico viable, gobernanza y rendición de cuentas?
  • ¿Jugarán las manos ocultas en el mercado su juego en caso de que los enfoques políticos fracasen, para que el enfoque se transfiera a la economía y que los problemas del agua se conviertan en materias primas sujetas a la lógica de comprar y vender solamente? ¿O sabrá que los mercados se mantienen como una barrera para ese enfoque?

De acuerdo con esos problemas, metódicamente, debemos centrarnos primero en el dilema de cómo entender las complejidades del sistema de agua, ya que de esto se desprende claramente que la brecha hídrica es un sistema complejo que debe entenderse bien, para encontrar un enfoque lógico y soluciones sostenibles. Al pensar en la crisis de escasez de agua, es imperativo que el enfoque no se limite a la deficiencia absoluta entre las necesidades totales y los suministros disponibles, sino también a centrarse en:

  • La ubicación del agua limpia y utilizable y los costos de transportarla a las comunidades de población.
  • Huella de agua, o lo que se llama el estándar global para la huella de agua [7].
  • La posibilidad de tener grandes cantidades de agua suficientes para cultivar alimentos. [8]

Por lo tanto, para entender la crisis del agua, es necesario distinguir entre dos problemas diferentes que requieren diversas soluciones: el primero radica en cómo obtener agua potable asequible (es decir, el problema de los servicios), y el segundo radica en cómo asegurar las fuentes de agua para el cultivo de alimentos (es decir, el problema de la escasez de agua). Por lo tanto, sobre la base de estos problemas, los desafíos del agua pueden clasificarse de la siguiente manera:

  • La crisis del acceso al agua [9].
  • Crisis de contaminación del agua.
  • La crisis de escasez y escasez de agua. [10]

Por lo tanto, las comunidades científicas y políticas deben reconocer las causas globales y locales de las crisis hídricas y responder eficazmente a ellas. Al examinar el mecanismo de interrelación entre estos desafíos o crisis, es posible determinar las características de la brecha hídrica y los factores que pueden ayudar a resolverla.

Como resultado, es imperativo tratar de entender los impulsores políticos y las razones para el proceso de toma de decisiones del agua y el medio ambiente a nivel local o mundial y centrarse en una amplia gama de opciones, que tienen que ver con la comprensión de los cambios en la estructura de la crisis mundial del agua y cómo predecirla. Por lo tanto, esta realidad requiere adoptar una visión que sea una combinación de:

  • El cambio hacia una visión más holística de la gestión del agua y la transferencia para usos de mayor valor.
  • Adopción de soluciones técnicas que combinen nanotecnología y pruebas sólidas sobre la gestión del riesgo climático [11].

En este contexto, aunque se conocen muchas soluciones alternativas, su aplicación no es fácil si se tienen en cuenta los costes políticos y económicos. A pesar de todo esto, se puede decir que el pesimismo acuoso actual puede transformarse en optimismo para el futuro, si hay una visión política estratégica clara. Desafortunadamente, sin embargo, el impacto global de la brecha hídrica se ha hecho evidente (hasta cierto punto), sin embargo, rara vez se considera como un desafío político global, ya que actualmente no hay una visión estratégica sobre el nivel de cómo abordar la brecha hídrica.

Tenga en cuenta que anteriormente (al comienzo de la labor del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático «IPCC») existía una conciencia inicial de las dimensiones políticas y sociales de la importancia de las cuestiones relacionadas con el agua, paralelamente a la concienciación que existía sobre las dimensiones de la problemática del cambio climático[12]. Pero, por supuesto, hay muchos signos de interrogación, si sabemos que el grupo climático (IPCC) necesitó casi 30 años de trabajo antes de que el mundo se tomara en serio la crisis climática y por lo tanto ¿cuál es el caso de la brecha hídrica[13]?

En cuanto al aspecto estratégico político, puede ser suficiente aquí referirnos a la revisión del informe de seguridad estadounidense (para la Agencia Estadounidense de Inteligencia «CIA»), sobre las expectativas futuras de tendencias o desafíos globales en el año 2030, que indica directamente que la realidad de la crisis del agua inevitablemente conducirá a cambios geopolíticos, que serán profundos, y muy rápidos, y no puede excluirse la aparición de conflictos de naturaleza hídrica entre Estados[14].

Sobre la base de esto, se plantean muchos interrogantes sobre el intento de negar las advertencias sobre el estallido de guerras y las disputas inminentes sobre el agua (o de considerarlas como meras acusaciones falsas), ya que quedó claro que hay repercusiones estratégicas muy graves que están definitivamente vinculadas al proceso de competencia entre países para la adquisición de agua dulce.

En consecuencia, hay que reconocer que las guerras del agua existen y se han convertido en una realidad, aunque esto aún no ha sido reconocido directamente [15]. Por consiguiente, la continuación de la lógica de ausentarse de la dimensión política de los problemas hídricos no está justificada, especialmente a nivel de las organizaciones internacionales  [16]. Cuando, debe reconocerse que los cambios mundiales relacionados con la brecha hídrica muestran claramente que el nivel de seguridad en las relaciones internacionales ha cambiado profundamente.

 

En conclusión, parece que el impacto del cambio climático a nivel político mundial hará de la brecha hídrica una cuestión política candente, y esto requiere una conciencia generalizada del agua y el reconocimiento de que el cambio climático es real y duradero. Entonces, lo más probable es que percibamos el hecho de que si las estrategias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en su totalidad giran en torno a cuestiones energéticas, pero todas las estrategias para adaptarse al cambio climático se basarán absoluta e inevitablemente y girarán en torno a los problemas del agua.

 

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España.

 

Referencias

[1] El volumen de agua dulce es de 35 millones/km3, que es un promedio de sólo 2.5% del volumen total de agua en la Tierra. El volumen total de agua en la Tierra es de aproximadamente 1.400 millones/km3, y la mayor parte es agua salada que se encuentra en los mares y océanos. Para hacer un seguimiento de las últimas estadísticas y datos sobre el agua, puede revisar el sitio web del Consejo Mundial del Agua:http://www.worldwatercouncil.org. También el sitio web del Foro Mundial del Agua: http://www.world waterforum7.org.

[2] El racionamiento de agua se ha convertido en muchos países en la regla general y no en la excepción, debido a la incapacidad de proporcionar agua potable de manera sostenible. Por nombrar algunas, muchas grandes ciudades indias se enfrentan a una grave escasez de agua. En algunos estados indios, el agua llega a los hogares sólo durante varias horas a la semana. Sobre la realidad del agua en la India, puede revisar el sitio web de WorldBank especializado en asuntos indios: http://www.worldbank.org/en/country/india.

[3] Por al menos un mes al año.

[4] «Nature-Based Solutions For Water», The UN World Water Report, NY, 2018. Véase: https://reliefweb. int/sites/relie fweb.int/files/resources/261424e.pdf.

[5] Para más información sobre The United Nations Millennium Development Goals, puede ver: https://www.un. org/ millenniumgoals/.

[6] Los otros riesgos en términos de impacto son: 1- La rápida y generalizada propagación de enfermedades infecciosas. 2- Armas de destrucción masiva. 3- Conflictos entre Estados. 4- No adaptarse a los cambios climáticos. Esto se basa en la visión de casi 900 expertos que participaron en la encuesta del Foro Económico Mundial 2015 sobre los escenarios más prominentes de los riesgos globales futuros, en términos de su probabilidad de ocurrencia y su capacidad de influencia en los próximos 10 años. El informe se puede encontrar en el siguiente enlace: http://wef.ch/grr2015.

[7] La huella hídrica es: el volumen total de agua dulce que se utiliza para producir bienes y servicios consumidos por el individuo, la sociedad, las instituciones y las fábricas. En otras palabras: la huella hídrica mide la cantidad de agua utilizada para producir cada uno de los bienes y servicios que utilizamos. Por lo tanto, la huella hídrica puede ayudar a impulsar acciones estratégicas hacia un uso sostenible, eficiente y equitativo del agua. Además, proporcionan información poderosa para que las empresas comprendan su riesgo empresarial relacionado con el agua, para que los gobiernos comprendan el papel del agua en su economía y la dependencia del agua, y para que los consumidores sepan cuánta agua está escondida en los productos que utilizan. Véase: https://waterfootprint.org/en/ .

[8] La escasez de agua no sólo significa que no hay suficiente agua para beber, sino que también significa que no hay suficiente agua para cultivar alimentos.

[9] Las Naciones Unidas y las ONG están llamando la atención sobre el hecho de que más de mil millones de personas no tienen acceso a agua potable. Como resultado, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas ha sido reducir a la mitad la proporción de aquellos que no tienen acceso sostenible al agua limpia. A pesar de celebrar estos objetivos como directrices humanitarias extremadamente importantes, la comunidad internacional no ha progresado mucho en su consecución hasta ahora, lo que plantea la cuestión de las razones subyacentes detrás de la dificultad de alcanzar estos objetivos.

[10] La escasez de agua puede considerarse el componente principal de la triple crisis del agua, ya que puede causar tanto escasez de agua como contaminación del agua, o al menos exacerbarla.

[11] El desarrollo científico en ciencias del agua y nanotecnología parece prometedor (especialmente en el nivel problemático de escasez de agua), pues promete reducir los costos de la desalinización del agua de mar y la posibilidad de encontrar una purificación especializada de aguas residuales.

[12] El IPCC se estableció en 1988 para proporcionar evaluaciones exhaustivas del estado de la comprensión científica, técnica, social y económica del cambio climático, sus causas, los impactos potenciales y las estrategias para abordar este cambio. Puede revisar su sitio web en el siguiente enlace: https://www.ipcc.ch/ .

[13] Por ejemplo no se considera un problema mundial la posibilidad de quedarse sin agua subterránea en el norte de la India durante las próximas décadas y el colapso resultante del sector agrícola, o que el río Amarillo ya no llegue al mar, o que caminar tres horas al día para llegar al agua potable en zonas rurales de África.

[14]  Reporte, «Global Trends 2030: Alternative Worlds», Office of the Director of National Intelligence, National Intelligence Council, U.S.A, 2012, p.2.

[15] Por ejemplo: 1- Las guerras del Punjab estaban en parte relacionadas con los problemas hídricos, debido a las estrategias de explotar el agua de los ríos y distribuirla a la población. 2- La guerra interna en Afganistán es de naturaleza hídrica debido a la sequía. 3- La cuestión de Cachemira abarca cálculos estratégicos de agua realizados tanto por la India como por Pakistán. 4- El conflicto árabe-israelí es en gran parte una lucha por los recursos hídricos. 5- La crisis sudanesa en Darfur, es también una lucha por el agua. 6- Las crisis entre Turquía, Siria e Irak se referían al reparto de las aguas de los ríos Tigris y Éufrates. 7- La tensa situación entre Egipto, Sudán, Uganda y Etiopía por las aguas del Nilo. 8- La guerra siria (2011-2021) tiene una peligrosa dimensión hídrica y climática. 9- Las guerras del terrorismo se han vuelto hídricas (es suficiente aquí para pensar en el intento de EIIL de volar las presas de agua en Siria e Irak).

[16] A pesar del cambio de paradigma positivo de los informes de las Naciones Unidas para poner de relieve la brecha hídrica, se está ignorando la cuestión de cómo hacer frente a las dimensiones políticas de las crisis hídricas (casi por completo).

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. Prohibida su reproducción.

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BIDEN SE CALZA EL TRAJE DE WILSON Y DE REAGAN FRENTE A RUSIA (Y EL MUNDO)

Alberto Hutschenreuter*

David Lienemann / Casa Blanca Oficial

Para aquellos que seguían los escritos del Joseph Biden desde bastante antes de que llegara a la presidencia de Estados Unidos, en modo alguno fueron sorprendidos cuando hace pocos días, ante la pregunta que le hizo su entrevistador de la cadena ABC en relación con si consideraba que el presidente Putin era un asesino, respondió afirmativamente; asimismo, agregó que “pagará las consecuencias” por interferir en las elecciones de 2020.

Aunque fue la primera vez que como mandatario realizó una afirmación tan extrema y categórica sobre su par ruso, efectivamente, en textos escritos en años anteriores se refirió a Rusia y a su régimen en términos muy críticos, llegando a calificar al sistema encabezado por Putin como cleptocrático con fines asociados con socavar a las democracias occidentales; por tanto (siempre en sus palabras), había que “erradicar las redes a través de las cuales se extendía la influencia maligna del Kremlin”.

Más allá del calificativo del que difícilmente podrá volver el presidente estadounidense, el dato que hay que tener presente es la visión centrada no solo en dividir en “buenos” y “malos” a los regímenes políticos, sino la absoluta convicción de que la calificación se realiza desde el lugar o territorio del “bien” o, para ser un poco menos tajante, desde un sistema de valores mayores o superiores a cualquier otro en la tierra. En estos términos, no podemos dejar de pensar en el gran jurista Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos entre 1913 y 1921 y creador de la Sociedad de las Naciones.

Existe sobre este mandatario demócrata una concepción tal vez algo simplificada en relación con sus ideas. Casi automáticamente se lo asocia con el idealismo en las relaciones internacionales, lo cual no deja de ser cierto. Básicamente, la corriente idealista o wilsonianismo plantea la primacía de la diplomacia y la seguridad colectiva como herramientas mayores frente a las rivalidades y disensos entre los Estados, a diferencia del realismo que, en un contexto de anarquía entre los Estados, antepone la primacía de los intereses, la seguridad y la capacidad de los mismos, por tanto, no queda excluida la guerra, el fenómeno social regular (no excepcional) en la historia, como sentenciaba Emery Reves.

Pero Wilson no hablaba desde una comunidad de valores internacionales: lo hacía desde los valores y normas estadounidenses. Es decir, si era posible un orden internacional, dicho orden debería reflejar y estar inextricablemente ligado a la urdimbre institucional-jurídica de génesis y desarrollo estadounidense. Para Wilson, sencillamente no existía otra opción. Y acaso lo más importante: su concepción implicaba una estrategia de coerción moral y jurídica, es decir, como lo advirtió Carl Schmitt, una situación prácticamente de hegemonía ideológica. Y cuando hablamos de hegemonía (o incluso de “imperialismo moral”) nos alejamos del idealismo, o bien tenemos que relativizarlo, pues tal condición implica disposición de ir a la guerra para preservarla.

De modo que Wilson, que en su formación había estudiado con atención las apreciaciones histórico-geopolíticas de Frederick Jackson Turner, identificaba la sustancia del orden entre Estados con el orden jurídico imperante en el territorio estadounidense. Dicho bien público internacional solo era posible desde una construcción institucional-jurídica concebida en ese país, un territorio inmunizado contra la guerra; por tanto, un territorio del “bien”, situándose el “mal” (es decir, las confrontaciones armadas casi permanentes) en el resto de la tierra.

Por otra parte, en ese orden basado en “la diplomacia primero” no podía haber lugar para otras propuestas igualmente de cuño universal, aunque totalmente diferentes al orden que propugnaba Wilson.

En este sentido, la revolución bolchevique implicó el despliegue de una diplomacia de nuevo cuño, donde la clásica relación Estado-Estado fue suplida por la relación Estado-clases trabajadoras con el fin de minar gobiernos burgueses y reemplazarlos por gobiernos de trabajadores. Había nacido un régimen basado en la subversión internacional, hecho que fue determinante para que Rusia, derrotada por el derrotado, Alemania, y en estado de guerra civil, no fuera invitada a la Conferencia de Paz.

Salvando diferencias, cuando Biden realiza consideraciones sobre el régimen de Rusia y sobre su mandatario, y no solo sobre el régimen de este país, lo está haciendo desde esa condición de excepcionalidad que supone Estados Unidos en el mundo. No se trata solamente del único país grande, rico y estratégico, sino del único dotado de valores políticos, jurídicos, institucionales, morales, etc., como para ser el “inmejorable” capaz de proporcionar al “resto del mundo” aquellos bienes públicos que supongan un orden internacional. En pocas palabras, una nación mundialmente redentora.

En este marco, desde la visión del mandatario demócrata, Rusia, más allá del régimen, continúa siendo un actor carente de modernización, es decir, no de modernización económica, sino de aquella modernidad político-institucional que la “habilite” para ser “reconocida” por los demás poderes (de Occidente, claro) como un actor confiable. En estos términos, una Rusia “homologada” por Occidente haría innecesario continuar exigiendo “pluralismo geopolítico” sobre este país, es decir, que sea un actor que respete la soberanía de los países vecinos y abjure de todo revisionismo geopolítico, que para Occidente pareciera se trata (este último) de una “regularidad” que trasciende a cualquier régimen, salvo aquel que suponga el menor riesgo para Occidente y sea el más dócil, por ejemplo, el encabezado por Yeltsin a principios de los años noventa.

Asimismo, como sucedió tras la toma del poder por los bolcheviques, cuando acaso se inició la misma Guerra Fría pues el “patrón bolchevique” implicó un reto ideológico en las relaciones internacionales, la Rusia bajo el mando de Putin supone, desde la visión occidental, un riesgo para las relaciones internacionales en el siglo XXI, aunque la misma no sea portadora de ideología o alternativa sociopolítica alguna, a menos que se considere que una autocracia basada en el capitalismo de Estado lo sea.

Por tanto, no solo es preciso defender a Occidente de la subversión rusa y erradicar la extensión de su influencia maligna (para expresarlo en las mismas palabras de Biden), sino debilitar a Rusia hasta el punto de reducir al mínimo su condición de gran poder, no superpotencia, porque Rusia es grande, rica pero no cabalmente estratégica.

El envenenamiento del líder opositor Alekséi Navalny, en agosto de 2020, fungió como el hecho que precipitó ese objetivo, si bien el origen de dicho propósito hay que rastrearlo tras el mismo final de la contienda bipolar, cuando Estados Unidos mantuvo, frente a una extraña y complaciente Rusia, un enfoque y manejo dirigido a erosionar las posibilidades de recuperación de Rusia, siendo sin duda la expansión de la OTAN la principal estrategia para contener y vigilar a este país, e incluso afectar el activo geopolítico ruso basado en la profundidad territorial. En otros términos, ir más allá de la victoria en la Guerra Fría, algo que Clausewitz nunca habría recomendado tras un triunfo militar.

Con Biden desde la presidencia, muy difícilmente se alcancen acuerdos con Rusia en relación con la situación de “ni guerra ni paz” que existe entre ambos países, no solo ya por la OTAN “ad portas” de Rusia, sino por otros múltiples temas que van desde el suministro de gas ruso a Europa hasta las armas estratégicas, todo en un contexto de crecientes sanciones por parte de Occidente.

Desde estos términos, hay cierto paralelo de los Estados Unidos de hoy con aquel de los años ochenta, cuando el presidente republicano Ronald Reagan amplificó la estrategia iniciada por el demócrata James Carter hacia fines de los ochenta, logrando ventajas estratégicas decisivas frente a la entonces Unión Soviética.

Sabemos qué sucedió después: el derrumbe se produjo principalmente por cuestiones económicas que el país arrastraba desde los años cincuenta, sobre todo en materia de baja productividad; pero la presión externa desempeñó un importante papel.

En breve, no sorprenden las recientes consideraciones de Joseph Biden en relación con Putin y su régimen. Se enmarcan en el sentido de excepcionalidad y misión redentora de los Estados Unidos. La cuestión es si en el siglo XXI, cuando ya se agotó el orden internacional liberal que nació en 1945, es posible sostener tales convicciones sin padecer consecuencias, aun siendo el único actor grande, rico y estratégico del mundo.

 

* Alberto Hutschenreuter es doctor en Relaciones Internacionales. Su último libro, publicado por Editorial Almaluz en 2021, se titula «Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante».

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