Según el geógrafo inglés Sir Halford John Mackinder (1861-1947), las grandes guerras —y hemos tenido muchas a lo largo de los últimos siglos— han sido causadas por el crecimiento desigual de las naciones. Tal cosa no se debe en su totalidad al mayor genio o energía de algunas comunidades en comparación con las demás; en gran medida resulta de la inequitativa distribución del suelo que se ocupa y de lo que podría llamarse “oportunidad estratégica” de unos sobre otros a lo largo de la historia de las civilizaciones (Ideales Democráticos y Realidad, 1919).
Piénsese en cuán diferente hubiera sido el destino de los trece estados originales que formaron los Estados Unidos de América si el país se hubiera fundado en otro lugar y con otra gente. Partir en 1776 desde una excelente ubicación y contar con una buena dirigencia permitió a las 13 ex colonias británicas pasar a ser 50 estados y adueñarse de más de medio continente en un lapso de solo 120 años.
EEUU siguió ganando espacio hasta convertirse en potencia bioceánica con legítimas pretensiones de poder mundial, ya insinuada desde fines del siglo XIX tras su victoria ante España. La nación que fundó George Washington tuvo una enorme ventaja dadas las ubérrimas condiciones del espacio ocupado y ganado, la excelencia de su élite y la abundancia de recursos naturales que sus logros territoriales le proporcionaron.
No existe en la dura arena geopolítica mundial “igualdad de oportunidades” entre naciones. Algunas nacen bien, otras nacen mal, algunas se fortalecen y superan desventajas mientras otras se ahogan —por incompetencia— en sus desventajas o por no saber aprovechar sus pocas ventajas. Al contrario, los pueblos fuertes procuran conseguir de terceros débiles lo que les falta, a veces con resultados positivos, otras con fracasos. Históricamente, se puede inclusive cuantificar la desaparición de estados absorbidos o aniquilados por estados que tuvieron mejores posibilidades y supieron sacar provecho de lo que tenían. Todo dependerá al final de las condiciones objetivas de cada cual, pero también en grado sumo de la calidad y continuidad de sus conductores.
No es cuestión de ser superior o inferior, malo o bueno, de aquí o de allí, sino de quién es capaz de aprovechar su oportunidad en materia de terreno útil y proyección en el tiempo, además de la capacidad de la élite y del valor prioritario que ésta le asigne al lugar que ocupa su pueblo para defenderlo o ampliarlo, esto último si puede y si así le conviene.
Los países que valoran el espacio y preservan recursos siempre tendrán buenas chances. Los que no reconocen ni el valor del espacio ni la necesidad de proteger sus propias materias primas, terminan en el cementerio de las naciones o se transforman en estados frágiles, en un triste yunque de estados martillo más previsores y con mayor capacidad estratégica.
La credibilidad, como la virginidad, solo se puede perder una vez y nunca se puede recuperar.
Charley Reese (1937-2013)
En mi libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones” defino la Inteligencia como un concepto polisémico, siguiendo a Sherman Kent (1903-1986), quien ha sido el gran impulsor de los estudios de esta disciplina. Profesor de historia de la Universidad de Yale, durante la Segunda Guerra Mundial y diecisiete años la Guerra Fría prestó servicio en la Agencia Central de Inteligencia CIA, fue un pionero en lo que respecta a la teoría en Inteligencia, a la que define de la siguiente manera:
Es el conocimiento que nuestros hombres, civiles y militares, que ocupan cargos elevados, deben poseer para salvaguardar el bienestar nacional.[1]
Kent considera a la Inteligencia tanto como un proceso que se lleva a cabo cuando se pone en marcha lo que se denomina ciclo de la inteligencia, como un producto de ese proceso, así como una organización, entendiendo por organización a las agencias que llevan a cabo la actividad de inteligencia. Entonces, la “inteligencia es organización”:
La inteligencia constituye una institución; es una organización física de seres vivos que persigue, como fin, una clase especial de conocimiento. Una organización semejante debe hallarse preparada para poner a los países extranjeros bajo vigilancia u observación y debe estar preparada para explicar sus pasados, su presente y probables futuros. Debe tener la seguridad de que lo que produzca en el sentido de información sobre esos países, sea útil a la gente que toma las decisiones, es decir, que sea apropiado para sus problemas, que sea completo, seguro y oportuno.[2]
Este párrafo es sumamente importante porque pone en evidencia la importancia del ser humano en el proceso de la información, ya que por más tecnología de avanzada que se tenga, el hombre es el único capaz de llevar a cabo su análisis. Por otro lado, la “vigilancia u observación de los países extranjeros”, porque esto nos llevará a poder armar el escenario estratégico en el cual estamos actuando y así poder definir nuestras fortalezas, nuestras oportunidades, nuestros desafíos y nuestras amenazas. En Argentina los últimos gobiernos han considerado que nuestro país no tiene “hipótesis de conflicto”, lo cual es un gravísimo error de apreciación —por llamarlo de algún modo— atento a que tenemos parte del territorio ocupado, así como una gran parte del Atlántico sudoccidental. Las ambiciones sobre el territorio antártico son otras cuestiones a tener en cuenta, más allá de que por el momento ningún Estado pueda atribuirse soberanía sobre el territorio al que aspira. Del mismo modo, debe señalarse que aunque nuestro país no perciba a otro como una amenaza no supone que otro Estado perciba al nuestro como tal.
Con respecto a lo expresado por Sherman Kent, también debe resaltarse que lo que se produzca a partir de esa información obtenida debe ser un producto “completo, seguro y oportuno”, es decir que debe abordar el tema en profundidad, debe ser preciso y entregado a tiempo, es decir, anticiparse a un potencial conflicto, o a una crisis, o bien para reducir la incertidumbre. Esto tiene una relevancia fundamental porque esa información de inteligencia debe ser “útil a la gente que toma las decisiones”.
Sin embargo, habría dos observaciones que hacerle a ese parágrafo del libro de Kent, porque fue publicado a fines de la década de 1940. Por un lado, en la actualidad los objetivos de un servicio de inteligencia van más allá de la “vigilancia u observación” de otros países. Existen cada vez más temas a considerar, como el crimen organizado, el terrorismo, el narcotráfico, la inteligencia competitiva, la inteligencia sanitaria[3], una potencial agresión utilizando armas QBN (agentes químicos, biológicos y nucleares), entre tantos otros temas primordiales para la Inteligencia Estratégica.
Por otro lado, la inteligencia no debe limitarse solamente hacia el exterior sino que también debe considerarse la inteligencia interior y la contrainteligencia[4]. En el caso de la Argentina, suele difundirse que no se puede hacer inteligencia interior, lo cual no es verdad pero si la Ley de Inteligencia, en su artículo 4º, menciona las restricciones que tienen los organismos de Inteligencia al respecto. Si la inteligencia interior funcionara se habrían evitado, por ejemplo, los incidentes que se produjeron el 13/03/2021 en ocasión de la visita del presidente Alberto Fernández a la provincia de Chubut[5]. Oportunamente, el actual Ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, manifestó a la prensa que lo sucedido mostró un gran “amateurismo en seguridad e inteligencia”, apuntando a la titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y a la entonces ministro de seguridad, la antropóloga Sabrina Frederic[6]. La interventora le respondió que “el Presidente me encomendó producir inteligencia estratégica desde AFI”, aunque hasta el momento no haya podido demostrar sus conocimientos sobre “Inteligencia Estratégica”, pues se limita a firmar convenios con la Cancillería Argentina —íntimamente vinculada a la Inteligencia dado que los delegados en el exterior desempeñan sus actividades en el ámbito de nuestras embajadas— o con el director de la Casa de la Moneda, convenio que según el tuit oficial de la AFI “busca que ambos organismos trabajen en ámbitos institucionalizados de cooperación”, lo cual queda sujeto a la libre interpretación. También ha procedido a mostrarles a los miembros de las organizaciones sociales y personas individuales los archivos que el organismo tenía sobre ellos. En síntesis, ha convertido a la AFI en una ONG de derechos humanos y la ha desmantelado, tanto de recursos humanos (algo que se dio durante toda la democracia con los sucesivos cambios de gobierno pero sobre todo durante las inoperantes gestiones de los gobiernos de De la Rúa, los Kirchner y Macri) como de bienes, ya que donado —como si fueran suyos— recursos materiales del organismo (autos[7], muebles, televisores[8], armas y chalecos antibalas[9], etc.) a otros organismos y curas villeros.
Volvamos al “deber ser”. En una entrevista que le efectuaron en el programa Código Rojo de la televisión española a quien fuera responsable de la unidad operativa del entonces servicio de inteligencia español, el CESID, Juan Alberto Perote, expresó que una agencia de inteligencia “es una empresa en la que se negocia con información”. Desde esta perspectiva se puede considerar a la agencia de inteligencia como una organización, en coincidencia con lo que también expresa Kent al considerar que está destinada a elaborar un producto (conocimiento) con materias primas (toda clase de datos) y trabajo muy hábil pero no con un objetivo comercial[10]. Se hace necesario agregar que, para que su “producto” sea reconocido en el mundo de la comunidad de inteligencia, debe ser de altísima calidad.
Tomando ese concepto para definir una agencia puede entenderse por qué los gobiernos “negocian” información, es decir, comparten la inteligencia entre sus agencias. Alvin Toffler menciona este tipo de negociación como de comprador-vendedor[11].
A los efectos de ejemplificar lo que sucede en un país que cambia de régimen, de partido gobernante o de un gobierno que accede al poder y que precisa elegir un “proveedor de información secreta” o “mayorista”, Toffler cita el caso del gobierno argentino durante la presidencia de Raúl Alfonsín.
En diciembre de 1983 la República Argentina puso fin al gobierno cívico militar, autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), y retornó a la vida democrática con la asunción del presidente Raúl Alfonsín. La situación no se mostraba fácil para el nuevo gobierno pero, entre tantas prioridades, se hacía necesaria una reestructuración del sistema de inteligencia.
En 1985 hombres cercanos a Alfonsín debatían acerca de cuál debía ser el servicio con el cual la SIDE (Secretaría de Inteligencia de Estado[12]) de Argentina intercambiaría información: la CIA, el servicio francés, el británico o el Mossad de Israel. Debido a la guerra del Atlántico Sur, librada en 1982, el servicio británico fue descartado; la CIA estuvo muy involucrada con el gobierno militar pero debido a que el gobierno de Alfonsín intentaba mantenerse equidistante de las superpotencias que aún dominaban el sistema bipolar de la Guerra Fría, se consideró tomar distancia de la CIA como del KGB soviético. El servicio de inteligencia de Francia, la Direction générale de la sécurité extérieure, DGSE (Dirección General de Seguridad Exterior[13]) eran la otra opción pero, atento a que Francia era el Estado gendarme de África reunía mucha información de ese continente, incluso de Medio Oriente, pero poco de la región de interés de la Argentina: América del Sur[14].
Esta búsqueda de “proveedores de información” nos indica que las fuentes deben ser evaluadas considerando dos aspectos relevantes: la confiabilidad y la proximidad.
La confiabilidad estará dada por la experiencia que hayamos tenido con esa fuente en otras ocasiones. Si con anterioridad esa fuente suministró información precisa, permite que una nueva información sea considerada como confiable. Si se trata de una fuente nueva, que no hemos evaluado porque no hemos trabajado con ella con anterioridad, deberá tenerse cierto resguardo al momento de ser valorada.
La proximidad está relacionada con la vinculación que la fuente puede tener con respecto a la información que proporciona. De tal manera que puede ser un testigo presencial de un determinado hecho o que esté involucrado en la cuestión que nos interesa, constituyéndose en una fuente primaria. Si se trata de una fuente que proporciona información de segunda mano por estar relacionada con ese testigo presencial o con el protagonista de un determinado hecho, se trata de una fuente secundaria y el grado de confiabilidad ya no sería el mismo.
Si se retoma el enfoque de que “es una empresa en la que se negocia con información”, al considerarse que no existe un fin comercial, esa información debe ser pagada con información. Es decir, que se trata de un intercambio dentro del mismo rubro. Esto exige que si nuestro servicio recibe información debe, a su vez, elaborar información propia y de calidad para “entregar en forma de pago” o colaboración. Para poder llegar a producir inteligencia de calidad se precisan buenos agentes operativos y buenos analistas. Si no hay agentes operativos, la organización solo se limitará —tal como se propuso en el proyecto que había presentado la diputada Elisa Carrió— a realizar inteligencia “exclusivamente sobre fuentes abiertas” y/o informes que servicios de otros países nos proporcionen, lo que indica en primer lugar, que los analistas tendrán muy limitada la reunión de información y, en segundo lugar, que sus productos finales carecerán de interés como moneda de intercambio.
Cierto es que un organismo de inteligencia se nutre en un altísimo porcentaje de fuentes abiertas pero los “indicios” y los elementos que enriquecen un informe de inteligencia suelen ser los que se obtienen por “fuentes propias”.
Recapitulando sobre la situación de inteligencia en la Argentina, es evidente que se debe comenzar de cero. Desde el inicio de la democracia en 1983 se puso énfasis en los vicios de un servicio de inteligencia: en lugar de que produzca una inteligencia al servicio del Estado se la produjo al servicio de los diferentes gobiernos, es decir, tuvo un uso meramente político a partir de espiar a la oposición como así también a los propios. Asimismo, durante las gestiones de los gobiernos de los Kirchner y Macri, el organismo fue utilizado para funciones policiales o vinculadas al crimen organizado, para lo cual existe la Dirección de Inteligencia Criminal, dejando de lado su objetivo de producir Inteligencia Estratégica. A esto debe el agente de inteligencia debe proteger su identidad pero durante la etapa macrista a algún funcionario se le ocurrió que nada menos que los operativos utilizaran campera con el acrónimo AFI en la espalda al mejor estilo del FBI o de la PFA… Los medios de comunicación están a la mano gracias a Internet y los ejemplos son numerosos, por lo que no es necesario mencionar casos aquí.
Como se trata de una disciplina que puede estudiarse en algún instituto o universidad pero cuyo profesionalismo se adquiere formando parte de un organismo, puede afirmarse que la transferencia del conocimiento se encuentra en los propios organismos. Si los mismos fueron sometidos a constantes purgas por diversas vías, esa transferencia de conocimientos pierde continuidad, se corta. Tanto los gobiernos kirchneristas como el de Macri apuntaron a la “profesionalización” de la inteligencia, procediendo a su “desprofesionalización” dejando en la calle al personal de carrera y haciendo ingresar a personal sin formación, parientes y amigos. Todos estos gobiernos responsabilizaron a la inteligencia como si se manejara autónomamente y responsabilizaron a su personal por los propios desaguisados generados por los políticos. Alberto Fernández y la actual interventora se llenaron la boca hablando de los “sótanos de la democracia” para referirse a la inteligencia pero se trata de las propias cloacas que ellos han creado desde la Casa Rosada. En la actualidad, cada vez es más evidente que todos critican lo que en definitiva terminan haciendo.
Respecto a la capacitación de los agentes, los casos del “Instituto Patria”[15] o lo sucedido con una funcionaria de la Embajada de Irán[16], ponen en evidencia que la tan deseada profesionalización de Mauricio Macri y Alberto Fernández ha sido un fracaso. La filtración a la prensa de las actas ha sido otro caso de “amateurismo” en inteligencia. La Ley 25.520, en su artículo 16º es clara al respecto:
Las actividades de inteligencia, el personal afectado a las mismas, la documentación y los bancos de datos de los organismos de inteligencia llevarán la clasificación de seguridad que corresponda en interés de la seguridad interior, la defensa nacional y las relaciones exteriores de la Nación. […]
La clasificación sobre las actividades, el personal, la documentación y los bancos de datos referidos en el primer párrafo del presente artículo se mantendrá aun cuando el conocimiento de las mismas deba ser suministrado a la justicia en el marco de una causa determinada o sea requerida por la Comisión Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia.
A partir de lo mencionado en la ley, es claro que la clasificación de la información debía ser mantenida aunque fuera suministrada a la justicia. La filtración ha, precisamente, puesto en peligro al personal, a la defensa nacional y a las relaciones exteriores, en cuanto quedaron expuestas reuniones con servicios extranjeros. Por suerte para los funcionarios siempre hay jueces “oficialistas” dispuestos a dictar un sobreseimiento.
De tal manera que se deben recuperar las capacidades operativas y reconstruir el área de Análisis con personal idóneo que pueda integrar datos, interpretarlos, desarrollar hipótesis y cerrar los informes con su correspondiente consideración prospectiva. Llegar a desarrollar una Inteligencia Estratégica requiere de un esfuerzo aún mayor, ya que no cualquiera puede ser un analista estratégico y esto requiere de unos doce o quince años de análisis y de haber abordado un sinnúmero de temas que su cerebro pueda relacionar: pero fundamentalmente de la formación de equipos.
Por otra parte, debe reducirse el ingreso de determinadas profesiones y reclutar personal con amplios conocimientos de cultura general y de diversas carreras con el objetivo de formar equipos multidisciplinarios. La inteligencia amerita actualizarse para enfrentar las actuales amenazas. En este sentido, es necesario sumar profesionales informáticos y de la salud, pero para aplicar sus conocimientos a la inteligencia.
Nuevamente habrá que poner el acento en el dominio de idiomas. Sin embargo, lo más importante es tener presente lo que ha expresado Peter Drucker: “Nadie debería ser nombrado para una posición directiva si su visión se enfoca sobre las debilidades, en vez de sobre las fortalezas de las personas”.
* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG).Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.
Referencias
[1] Sherman Kent. Inteligencia estratégica. Buenos Aires: Pleamar, 1967, p. 9.
[4] La Ley de Inteligencia 25.520 define como “Contrainteligencia a la actividad propia del campo de la inteligencia que se realiza con el propósito de evitar actividades de inteligencia de actores que representen amenazas o riesgos para la seguridad del Estado Nacional”.
[11] Alvin Toffler. El cambio de poder. Barcelona: Sudamericana, 1999.
[12] A partir de la Ley n° 25.520 se denominó solo Secretaría de Inteligencia aunque en los medios y en el lenguaje cotidiano se le sigue denominando SIDE. En 2015 se sancionó la Ley 27.126 que disolvió la Secretaría de Inteligencia y se creó la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
[13] El 2 de abril de 1982 la Direction générale de la sécurité extérieure reemplazó al Service de documentation extérieure et de contre-espionnage, SDECE, (Servicio de Documentación Exterior y de Contra Espionaje), que había sido creado el 28 de diciembre de 1945. Sitio web oficial del DGSE <https://www.defense.gouv.fr/dgse/tout-le-site/historique>.